Novela

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UNIVERSIDAD TÉCNICA DE MACHALA Calidad, Pertinencia y Calidez VICERRECTORADO ACADÉMICO CURSO DE NIVELACIÓN DE CARRERA CIENCIAS E INGENIERIA CURSO DE NIVELACIÓN DE CARRERA SEGUNDO SEMESTRE 2013 MÓDULO 2: LÓGICAS DEL PENSAMIENTO ASIGNATURA: “INTRODUCCIÓN A LA COMUNICACIÓN CIENTÍFICA” PROYECTO DE AULA “NOVELA” PROFESORA: ING. BERTHA MAZON O. MG.SC ESTUDIANTE: JUAN ABARCA CALDERON MACHALA NOVIEMBRE 2013

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UNIVERSIDAD TÉCNICA DE MACHALA Calidad, Pertinencia y Calidez

VICERRECTORADO ACADÉMICO

CURSO DE NIVELACIÓN DE CARRERA

CIENCIAS E INGENIERIA

CURSO DE NIVELACIÓN DE CARRERA

SEGUNDO SEMESTRE 2013

MÓDULO 2:

LÓGICAS DEL PENSAMIENTO

ASIGNATURA:

“INTRODUCCIÓN A LA COMUNICACIÓN CIENTÍFICA”

PROYECTO DE AULA

“NOVELA”

PROFESORA:

ING. BERTHA MAZON O. MG.SC

ESTUDIANTE:

JUAN ABARCA CALDERON

MACHALA

NOVIEMBRE 2013

Page 2: Novela

INTRODUCCION:

Esta novela que escribí es de tipo

Narrativo-Lirico, porque en su totalidad

trata de la narración de la historia de un

joven y su historia de amor que el

anhela tener para ser feliz.

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RAFAEL Y SU GRAN AMOR…

Había una vez en un pueblo lejano viva un muchacho muy

fuerte que desde muy pequeño supo valorar lo que tenía era

muy trabajador y servicial vivía con sus padres y su hermanos.

Un día cuando trabajaba con los hombres, sucedió una

tragedia: el agua del rio se detuvo y no circulaba como si

estuviera al mismo nivel, las montañas se movían muy

fuertemente precian que ya se derrumbaban, las casas se

caían destrozadas la tierra se partía, era una catástrofe; el

muchacho se quedó paralizado viendo todo lo que pasaba a su

alrededor y corrió despavoridamente a ver a sus familiares

entre los escombros y no pudo rescatar a ninguno de los suyos

ese desastre la madre naturaleza fue muy fatal para él; desde

entonces Rafael quería rehacer su vida fuera de ese pueblo.

El soñaba en tener su gran amor, vivir en paz buscar la otra

mitad de su corazón, trabajar y ser feliz con su amada.

Una tarde muy cansado este muchacho tan sentimental quedó

dormido, desde entonces, él soñaba donde podría encontrar a

la mujer de su sueños. ¿Quién podría saber dónde vivía ella,

dónde encontrarla? Pensaba, la soñaba noche y día, su

corazón no encontraba paz.

Así que, intentando hallar a la adorable muchacha de su sueño,

abandonó el pueblo natal y se fue por el mundo.

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Pasaron muchos días y muchos meses y Rafael vadeó

incontables ríos, atravesó innumerables montañas

y gigantescos desiertos, hasta que llegó a una gran ciudad.

Aunque tenía muchas esperanzas de encontrar alguna

ocupación, con el sitio y la gente no le eran familiares, se sentía

con las manos atadas: apesadumbrado tomó asiento al lado de

un pozo de los contornos de la ciudad.

Entonces, una anciana que venía con dos baldes a cargar agua

notó en qué situación estaba y se interesó:

Le dijo muchacho, ¿qué te pasa?

El muchacho levantó lentamente la cabeza y respondió:

Abuelita, ¡estoy rodeado por muchas preocupaciones!

¿Qué pena te aqueja, niño? ¿No será que tus padres te han

echado?

No, yo no tengo padres, soy huérfano y he llegado aquí

buscando un trabajo. Pero no conozco a nadie y el sitio me

resulta desconocido. ¿Qué voy a hacer? Es por eso que estoy

tan preocupado.

Hijo, no pienses más, ¿para qué te vas a buscar más penas?

Acepta ser hijo mío y de hoy en adelante seré tu madre. Vamos

a casa. – Y dicho esto la anciana se fue con el joven, llevando

a cuestas los dos baldes de agua.

Desde entonces él le pastaba las vacas a la mujer y le traía

agua. De ese modo, uno a uno fue pasando los días.

Cierta vez llevó a las vacas hasta la orilla de un río y allí vio

numerosas muchachas que se estaban bañando. Entre ellas

había una muy hermosa y cuyo rostro le resultaba muy familiar.

Le parecía haberla visto en algún lugar, pero no podía

recordarlo. Se escondió y quedó mirando cómo las jóvenes

jugaban entre sí tirándose agua.

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Entonces una de ellas llamó a la más hermosa: “¡Amanda!”.

Esto iluminó el cerebro del muchacho: aquélla era la muchacha

de su sueño que tanto estaba buscando. “La encontré”, dijo

para sí mismo muy contento, y al mismo tiempo cortó un trozo

de caña, se improvisó una flauta y comenzó a tocar sentado

bajo un árbol, una música emocionante y desoladora a la vez.

Las muchachas se pegaron un gran susto pero cuanto más

escuchaban más les gustaba; salieron del agua, se vistieron y

caminaron hacia el lugar de donde venía la música…

Tocando y tocando Rafael se había olvidado de las vacas y al

pararse de golpe chocó su cabeza contra la rama del árbol por

lo que se le cayó el sombrero, dejando al descubierto una rubia

cabellera y el rostro bien parecido y con aire sentimental. A

primera vista, Amanda se quedó prendada de él.

Al día siguiente Rafael recogió en el jardín de su madre

adoptiva un ramo de flores, puso dentro de él una pequeña

nota y salió a pastorear como todas las jornadas.

Cuando el sol llegó a ocultarse entre las montañas, pudo

observar que las muchachas llegaban a bañarse y arrojó el

ramo de flores al curso superior del río para que las aguas lo

llevaran hasta ellas. La suerte quiso que el ramo fuera recogido

justamente por Amanda. Ella vio el papelito que había en el

ramo, una carta llena de cariño. “¡Las llamas del amor están

quemando mi corazón y no había pensado que en el suyo está

sucediendo lo mismo! – Pensó para sí la joven – “Nuestros

corazones están unidos, si esto resulta sería maravilloso”. Las

demás jóvenes no sabían palabra de aquel secreto, y eso fue

todo lo que pasó en aquel día.

Otra vez que las muchachas fueron a bañarse al río, Amanda le

contó su secreto a una íntima amiga pidiéndole que se fuera a

jugar con las demás, mientras ella, a escondidas, caminaba por

la orilla en busca de Rafael.

Después de que los dos enamorados se encontraron, hablaron

largo y tendido: cada uno le expresó al otro sus ardientes

sentimientos.

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Desde entonces se encontraban frecuentemente y

embriagados por la felicidad, pasó quién sabe cuánto tiempo.

Un día que salieron a caminar Rafael le dijo: “¡Qué maravilloso

sería que viviéramos juntos!”

Amanda se puso muy contenta, pero contestó con cierta

angustia:

Pues entonces busca una casamentera para que vaya a

pedirles mi mano a mis padres.

Esa noche, después de cenar, Rafael se sentó al lado de su

madre y dijo con seriedad:

Mamá, te quiero pedir un favor, si me lo permites hablaré.

Di, hijo, ¿quién mejor que tu madre para escucharte?

Por favor, no te extrañes. Me gusta mucho Amanda, ¿podrías

ser la persona que me represente e ir a pedir su mano a sus

padres?

¡Ay, hijo mío! Soy una viuda pobre y tú un huérfano que vive en

mi casa; ellos son ricos de fama, ¿cómo van a relacionar a su

hija con una familia tan pobre? Como expresa el dicho: “Los

funcionarios con los funcionarios, el pueblo con el pueblo y los

pobres con los pobres”. Además, si un pobre como nosotros va

a esa casa a pedir en matrimonio a la hija, lo más probable es

que se mueran de risa. ¡No pienses más en tonterías!

Pero las palabras de la anciana no hicieron mella en sus oídos.

Siguió insistiendo:

Madrecita, ¡te ruego que vayas de todos modos!

La mujer se conmovió y para no lastimarlo aceptó hacer el

intento.

Al otro día cuando apenas había amanecido la madre se

levantó y con sus baldes de agua y una escoba llegó hasta la

puerta de la familia adinerada. Luego de barrer muy bien, se

detuvo frente a la puerta y cantó:

Soy casamentera, soy casamentera,

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Vengo a hablar de una unión.

Rafael me ha pedido que lo haga

¿Están de acuerdo o no?

El rico y su esposa estaban dormidos pero tan pronto oyeron la

canción se levantaron extrañados, salieron a mirar, y no había

nadie. Sólo notaron que el patio estaba muy limpio y como

sabían que esa era una forma de actuar de las casamenteras,

se quedaron en la puerta esperándola.

Por la noche, la madre combinó con algunas viejas vecinas

para ir juntas a la casa del potentado. Primero hablaron de

cosas en general y luego mencionaron la razón de su visita. El

dueño de casa preguntó inmediatamente quién era Rafael, qué

cargo tenía su padre y cómo era la situación económica de la

familia…

Rafael es un huérfano – respondió la madre –, y ahora vive en

mi casa.

Al rico se le erizaron los pelos de la rabia y gritó:

Soy un rico famoso en toda la ciudad, ¿dónde se ha visto que

un pobretón pretenda la mano de mi hija? ¡Si es como para

morirse de cólera! ¡Se me van pronto de aquí y no vuelvan a

pisar esta casa! ¡Y el que vuelva a venir saldrá, cuanto menos,

con una pierna rota! – Diciendo esto empujó a la madre y las

otras ancianas fuera de la casa.

¿No te lo había dicho? No es posible – manifestó la madre su

hijo cuando llegó a casa –. Es como el dicho “No estires la

mano hasta donde no te llega el brazo”. Piensa un poco.

¿Cómo un rico va a unir en casamiento a su hija con esta

familia pobre? Olvídalo, no pienses más en ella. De lo contrario,

será torturarte en vano. Yo te voy a buscar una muchacha

bonita y adecuada para ti.

No te preocupes, mamá, en el mundo no hay nada imposible

de realizar. – Y decidió ir en busca de Amanda para pensar con

ella otra salida.

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Sin embargo, desde aquel día no volvió a verla. Sucedió que

después de que se hubieron ido las casamenteras el rico había

encerrado a su hija en la casa sin permitirse salir. Como ella

estaba muy preocupada y enfadada, le encargó a su hermana

del alma que le llevara una carta a Rafael.

“Estoy encerrada en mi casa – leyó el joven – y no me dejan

moverme libremente. Quiero hablar contigo. Esta noche camina

siguiendo la orilla del río y llegarás hasta la boca de un pozo de

agua del patio trasero de mi casa; entra allí y escóndete entre

las flores a esperarme. Yo iré a buscarte a media noche.”

Cerca de la medianoche Rafael hizo como se le decía en la

misiva y se agazapó a la espera de su amor.

Amanda permaneció en la cama sin pegar un ojo hasta las

doce de la noche y luego se levantó sigilosamente, saliendo a

buscar a Rafael. Una vez que se encontraron discutieron largo

rato y acordaron en que se escaparían en la noche del viernes.

Y llegó el día esperado. Amanda le pidió al capataz que la

ayudara a preparar dos buenos caballos y que por la noche

esperara detrás del jardín.

Cuando la noche avanzaba ella se levantó, hizo un atado con

sus ropas en el edredón y salió en puntas de pie.

Su padre llegó con un farol al cuarto de su hija distinguiendo

vagamente las frazadas levantadas. “Está profundamente

dormida”, se dijo a sí mismo y se retiró de allí.

En ese mismo momento el capataz estaba esperando en la

parte de atrás del jardín con los dos caballos prontos. Amanda

y Rafael llegaron uno detrás del otro. Se despidieron del

palafrenero, montaron en los caballos y se marcharon como

flechas a la casa de la anciana madre del muchacho para

expresarle su agradecimiento. Cuando la anciana supo que se

iban a escapar cantó tristemente:

En el camino hay escabrosas montañas

¿Cómo harás para atravesarlas?

En el desierto hay leopardos

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¿Cómo harás para pasarlo?

A la orilla del río hay una inmensa selva

¿Cómo harás para pasarla?

En el camino hay bandidos

¿Cómo lo pasarás?

Cantando y llorando a la vez la anciana se negaba a dejar

partir a su hijo. Rafael le contestó con otra canción:

No temo a las escabrosas montañas

mi caballo podrá ayudarme.

No temo al leopardo del desierto

Tengo balas que me ayudarán.

No tengo miedo de la inmensa selva

El fuego podrá ayudarme.

No tengo miedo de los bandidos

El destino me ayudará.

Aunque la madre sentía mucha pena, sabía que si no

escapaban les podría ocurrir cualquier desgracia y entonces les

manifestó mirándolos a la cara:

¡Hijos míos! ¡Que Dios os proteja!

Después de despedirse de la anciana, los jóvenes montaron en

sus corceles y partieron.

Anduvieron muchos días hasta que llegaron frente a un gran

precipicio escarpado. Sus caballos lo atravesaron paso a paso

y así llegaron a un lugar donde se les abalanzaron cinco lobos

feroces. Rafael disparó tres tiros: los animales se asustaron y

huyeron. Mas tarde llegaron a orillas de un río. Una inmensa

selva les impedía el paso. Entonces le prendieron fuego y así

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se abrieron un camino. Siguieron andando: hete aquí que siete

bandidos les cerraron el paso.

¿Quieres conservar la vida o las

cosas materiales? – le preguntaron

ferozmente a Rafael.

No comprendo lo que quieren decir

– respondió el joven.

Si quieres conservar la vida déjanos

tu caballo y esta muchacha, y

escapa. Si quieres conservar las

cosas materiales no pienses en

regresar vivo.

Si quieren los caballos, llévenselos,

pero esta muchacha es mi esposa y

no la voy a abandonar.

Los bandidos se lanzaron en pleno sobre Rafael con el fin de

matarlo a golpes y luego le ordenaron a Amanda que les

hiciera de comer. Mientras cocinaba, la joven pensaba en un

método de venganza. Pensando y pensando, se acordó de un

veneno que llevaba siempre consigo por si acaso, lo volcó en la

comida y se la sirvió a los forajidos. Estos comieron muy

contentos y al ratito se fueron quedando uno a uno con los ojos

en blanco.

Rafael no había sido muerto, solamente estaba desmayado.

Amanda lo hizo reaccionar con agua fría, le vendó las heridas y

le ayudó a subir al caballo, para reemprender el camino.

Marcharon unos cuantos días más hasta que por fin llegaron al

pueblo natal de Rafael, donde empezaron una vida nueva

plena de dicha.