Nosotros los hijos de Eichmann Günther Anders

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    NOSOTROS LOS HIJOS DE EICHMANNGNTHER ANDERS

    Carta abierta a Klaus EichmannSegunda edicin, completada con una segunda carta

    Contraportada

    Adolf Eichmann fue el principal responsable del transporte de los judos quevivan en el mbito de dominio alemn a los campos de exterminio masivo. Enesta carta abierta a su hijo Klaus, Gnther Anders se enfrenta con la pasinque le es propia a este retazo ignominioso de nuestra historia y llega a laconclusin de que no es cosa del pasado, pues todos nosotros somos hijos delmundo de Eichmann: el de las mquinas de exterminio, cuyos monstruososefectos sobrepasan nuestra capacidad de representacin. Esto comporta elpeligro de que, sin resistencia y sin conciencia, funcionemos cual engranajes

    de esas mismas mquinas, de que nuestra fuerza moral desfallezca frente a supoder y de que cada uno de nosotros se convierta en otro Eichmann. Para lareedicin de la carta en cuestin, motivada por determinados acontecimientosde la actualidad, Gnther Anders complet el texto original con una segundacarta a Klaus Eichmann en la que afirmaba: Es cierto lo cual fue bastantehorrible que durante aos Stalin permiti que se produjeran innumerablesvctimas. Sin embargo y no tenemos derecho a ocultar esta diferencia, aStalin jams se le ocurri la idea de una liquidacin industrial de masashumanas, o ms exactamente, la idea de una produccin sistemtica decadveres, tal como Hitler y su padre hicieron realidad. Ni uno solo de loshistoriadores alemanes que, adoptando un punto de vista parcial, han par-ticipado en la "Disputa de los historiadores", ha osado imputar a Stalin algosimilar....

    Gnther Anders (1902) se doctor con Edmund Husserl en 1923. Diez aosms tarde emigr a Pars y en 1936 se traslad a Amrica. Vive en Vienadesde 1950. Es "probablemente el ms agudo y lcido de los crticos delmundo tecnificado", en palabras de Jean Amry. Su obra maestra es DieAntiquiertheit des Menschen.

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    PAIDOSBarcelona Buenos Aires Mxico

    Ttulo original: Wir Eichmann Shne Publicado en alemn, en 1988, por VerlagC.H. Beck oHG, Munich

    Traduccin de Vicente Gmez IbezCubierta de Mario Eskenazi

    Quedan rigurosamente prohibidas sin autorizacin escrita de los titulares delcopyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total oparcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos lareprografa y el tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ellamediante alquiler o prstamo pblicos.

    1988 Verlag C.H. Beck oHG, Mnchen2001, de la traduccin, Vicente Gmez Ibez

    2001 de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paids Ibrica, S.A.,Mariano Cub, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paids, SAICF, Defensa, 599.Buenos Aires http://www.paidos.comISBN: 84-493-1149-7 Depsito legal: B. 38.024-2001

    Impreso en Hurope, S.L. Lima, 3 - 08030 BarcelonaImpreso en Espaa - Printed in Spain

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    TABLA DE CONTENIDO AUTOMTICA

    SUMARIO ...................................................... ........................................................... .................................. 5Carta abierta a Klaus Eichmann .............................................................. ..................................................... 6La doble prdida...........................................................................................................................................7La prdida mayor..........................................................................................................................................9Sin respeto no hay duelo.............................................................................................................................11Slo quien respeta puede ser respetado ........................................................... ........................................... 12Lo monstruoso............................................................................................................................................14El mundo oscurecido........................................................... ............................................................ ...........17Las reglas infernales...................................................................................................................................19Pero esto es lo que l se haba representado...............................................................................................20La oportunidad de fracasar ............................................................. ........................................................... .22La explotacin de la desproporcin............................................................................................................23Lo monstruoso y las vctimas ..................................................................... ................................................ 26Seis millones uno........................................................................................................................................28El sueo de las mquinas............................................................................................................................29Somos hijos de Eichmann ..................................................... .......................................................... ...........33El nuevo padre es el mismo que el viejo ...................................................... .............................................. 35La oportunidad ...................................................... ................................................................. .................... 37P.D..............................................................................................................................................................39 Segunda carta a Klaus Eichmann: Contra la indiferencia...........................................................................44

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    SUMARIO9 Carta abierta a Klaus Eichmann11 La doble prdida

    15 La prdida mayor17 Sin respeto no hay duelo19 Slo quien respeta puede ser respetado23 Lo monstruoso27 El mundo oscurecido31 Las reglas infernales33 Pero esto es lo que l se haba representado37 La oportunidad de fracasar39 La explotacin de la desproporcin45 Lo monstruoso y las vctimas49 Seis millones uno

    51 El sueo de las mquinas57 Somos hijos de Eichmann61 El nuevo padre es el mismo que el viejo65 La oportunidad69 P. D.77 Segunda carta a Klaus Eichmann: Contra la indiferencia

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    Carta abierta a Klaus Eichmann

    Nunca es fcil encontrar el tono y la palabra apropiados para dirigirse a un hijoque ha perdido a su padre. Pero escribirle a usted, Klaus Eichmann, es algoque me resulta especialmente difcil. No porque sea usted hijo de su padre, esdecir, un Eichmann, y yo, por el contrario, uno de aquellos judos quelograron escapar del aparato de su padre y que slo siguen con vida porquecasualmente no fueron asesinados. No es esto lo que se interpone entre ustedy yo, el concepto un Eichmann no debe entenderse en este sentido. Nuncadebe designar a quien desciende de un Eichmann, sino nica y exclusivamentea quien siente, acta y argumenta como un Eichmann. Ni usted ni nadie tienepor qu ser vctima del principio de corresponsabilidad familiar, del que gentecomo su padre no tuvo el menor escrpulo en servirse y en virtud del cual

    perecieron tantos miles de personas. La procedencia no es culpa alguna, nadiese forja su origen, tampoco usted.

    No, si me resulta tan difcil escribirle, es por otras razones. En primer lugar,porque me horroriza su destino: que usted tenga que cargar toda la vida conser hijo de su padre. Pero, adems, porque para m la prdida que usted acabade padecer es peor que la que el resto de los hijos han de soportar. Ququiero decir con esto?

    Que usted ha perdido dos veces a su padre.

    Y que a usted se le ha muerto algo ms que su padre.

    Me gustara hablar alguna vez con usted de estas dos cosas.

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    La doble prdida

    Qu quiero decir cuando afirmo que usted ha perdido dos veces a su padre?

    Me parece impensable que usted haya debido de sentirse hurfano slo en elmomento en que le lleg la noticia ltima y definitiva de que todo habaacabado, la noticia de que las cenizas de lo que una vez fueron los despojosmortales de su padre haban sido vertidas al mar. El primer golpe tuvo querecibirlo antes. Hasta me parecera natural que la herida que le caus el primergolpe jams se hubiera cerrado y que, por as decirlo, usted slo hubierasentido el segundo bajo los efectos de la anestesia.

    Y a qu me refiero cuando hablo del momento del primer golpe?

    Al momento en que usted comprendi quin es, al momento en que locomprendi verdaderamente. Es cierto que usted ya saba de algn modo quehaba venido al mundo como hijo de un miembro de las SS, e incluso que steno haba desempeado una funcin cualquiera. Pero cul en concreto? Loshechos se situaban en la penumbra de una poca que no perteneca enabsoluto a su vida consciente, y haban tenido lugar muy lejos, en uncontinente que para usted se haba vuelto ya igual de inverosmil. A esto sesumaba el hecho de que el rastro de aquel hombre as se lo habancontado se haba perdido, como el de muchos otros, en el caos de lostiempos de posguerra; y, finalmente, el hecho de que, desde haca aos, otrohombre cumpla a la perfeccin el papel de su padre, volviendo as totalmentevaga la imagen de ste.

    Y despus lleg el momento. El momento en que todo se vino abajo. Puesentonces no slo supo qu haba sido realmente de ste su primer padre, noslo oy hablar de las cmaras de gas y de los seis millones de personas loque ya habra bastado. Adems tuvo que entender que el nuevo padre, quehaba borrado el recuerdo del primero, no era sino el mismo primer padre que, por tanto, el hombre hacia el que probablemente haba sentido un amorfilial, y que tal vez hasta haba sido bueno con usted (slo horrorizado escribola palabra bueno, contra esto parecieron querer protestar los seis millones de

    personas reducidas al silencio), que este hombre, digo, haba sido el mismoAdolf Eichmann.

    Imagino su desesperacin en ese momento. O ms correctamente: intentoimaginrmela. Lo he intentado a menudo. No s si lo he logrado. Pero lo que scon toda certeza es que no hay ninguna maldad por la que un hijo, cualquieraque ste sea, merezca verse en tal situacin. Al contrario, la idea de que ustedno haya merecido su destino resulta difcilmente soportable, incluso para los defuera. Incluso para aquellos a los que usted, quiz por una falsa solidaridad consu origen, considera sus enemigos. Naturalmente, esto no significa que ustedmerezca su desdicha. Sino que una desdicha inmerecida, y desde luego una

    desdicha tan grande como la suya, parece tener un derecho muy especial anuestro respeto. Probablemente esto se debe a que nosotros, que creemos

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    escuchar esta exigencia de respeto, sentimos la necesidad de restaurarexplcitamente la dignidad humana herida y hasta aniquilada por los ultrajes. Encualquier caso, creo que el respeto que debemos a la calamidad de una vctimaha de ser tanto mayor cuanto mayor es la injusticia que ha tenido que padecer.

    Y esto tambin vale para usted. Pues tambin usted pertenece a los ultrajados.Por esta razn, antes de seguir leyendo, debe saber que tambin su desgracia,al menos lo inmerecido de la misma, me inspira respeto; que siento hacia ustedalgo similar a lo que siento hacia la desgracia de los seis millones que ya nopueden recibir mi respeto.

    Pero usted, Klaus Eichmann, todava puede hacerlo. Y le ruego lo haga.

    As pues, he intentado imaginarme el momento en que usted lo supo. Peronaturalmente usted lo conoce mejor que yo. Tal vez sea falsa la pista que sigo.Quiz no se haya producido en absoluto el choque de ese primer segundo.

    Puede que en un primer momento usted fuera absolutamente incapaz decomprender la frase l fue Eichmann, o incluso de pronunciarla. Puede queno lograra hacer coincidir inmediatamente dos figuras tan distintas entre s: porun lado el padre, por otro Eichmann. Es posible, pues, que ante esta terribleverdad no se comportara de forma distinta de como anteriormente lo habahecho con la verdad a medias: que durante un tiempo usted solamente la hayasabido digo sabido en el sentido ms dbil e irreal; que siguierasiendo incapaz de asimilar lo sabido y extraer sus consecuencias; y ni siquieraexcluyo la posibilidad de que, todava hoy, esta incapacidad perdure. Si unatarde llegara a escuchar en el jardn delantero esos pasos que tan bien conoce,no correra an hoy al encuentro de su padre con la precipitacin con que lohaca cuando ste regresaba del trabajo, aquellas tardes de los viejos buenostiempos, cuando usted todava desconoca por completo el Es l? Esto nome parecera extrao, seguramente a muchos de nosotros nos sucedera mso menos lo mismo. Pues, efectivamente, dnde y de quin podra usted, onosotros, haber aprendido a reaccionar rpida y adecuadamente ante noticiatan monstruosa?

    El momento en el que se produjo realmente la ecuacin Es l me es, pues,desconocido. Pero cuando esto se produjo (o, si es que todava no ha tenidolugar, cuando lo haga) tambin ese da se le muri a usted su padre, y no

    slo el da en que supo de su muerte. Por eso antes afirm que usted lo haperdido dos veces.

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    La prdida mayor

    Y tambin afirm que a usted se le ha muerto algo ms que su padre. Por

    favor, no diga que no entiende de prdidas suplementarias. Es posible queas sea, pero esto no probara nada. Pues hay prdidas que slo sonimportantes precisamente porque no se notan. Un ciego que todava no se hapercatado de que es ciego y que, en virtud de este defecto suplementario, seatreve a dar pasos que propiamente no debera permitirse, est en unasituacin peor que el ciego que sabe de qu carece.

    Y a usted podra haberle sucedido algo parecido.

    De qu prdidas suplementarias estoy hablando?

    De la prdida de su dolor. De su duelo. Y de supiedad.

    Pues hubo realmente dolor, duelo y piedad despus de que se le comunicarala ltima noticia? Se manifestaron realmente?

    Naturalmente, no dudo de que usted conoce estas emociones. Cmo podradudarlo? Mi pregunta se refiere exclusivamente a su situacin presente, altiempo que sigui al final de su padre; se trata nicamente de saber si esta vezpudo usted sentir dolor, si esta vezpudo llorar por la prdida de su padre, siesta vezlogr tener, por as decirlo, recuerdos.

    Esperar tales sentimientos habra sido completamente natural. De ah quepodra imaginarme que usted colgara sobre su cama la fotografa enlutada desu padre, y as poder estar seguro de que le bastara con levantar los ojos paraencontrar su familiar mirada. O que volviera a recorrer, solo, el camino de laparada de autobs que sola recorrer con l, para as sentirlo a su lado. O elcamino que lleva al jardn. O algo parecido.

    Pero ha servido esto de algo? Se han cumplido sus expectativas? Halogrado usted captar su vieja mirada? Ha podido escuchar su voz? O hasucedido otra cosa? Tal vez que, en ocasiones, en lugar de dar con supadre

    ha dado usted con Eichmann, con el asesino Eichmann? O que no ha encon-trado su mirada, sino los ojos sin mirada de una vctima de las cmaras degas? O que no ha escuchado su voz, sino otras voces? Por ejemplo, laestremecedora ecuacin: Es l. O los gritos ahogados de aquellos detrsde quienes acababa de cerrarse la puerta de hierro de la sala de exterminio?O, la mayora de las veces, absolutamente nada?

    Como he dicho, he intentado repetidamente ponerme en su lugar. Y me hepreguntado qu me habra pasado si hubiera tenido la desgracia de estar en supiel. La conclusin a la que irremediablemente he llegado tras estas preguntasha sido siempre la misma: no. No haba logrado experimentar ni pena, ni dolor,

    ni piedad. Habra sido intil colgar la foto en la pared. Vano, asimismo, volver arecorrer los caminos. Nunca di con la mirada del padre. Jams pude escuchar

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    su voz. Y no puedo creer, Klaus Eichmann, que a usted tuviera que irle mejorque a m. Las diferencias entre nosotros, los seres humanos, no son tangrandes.

    Por qu este fracaso?

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    Sin respeto no hay duelo

    Por la simple razn, Klaus Eichmann, de que el dolor, el duelo y la piedad,

    como todo lo vivo, precisan ciertas condiciones para poder surgir; y porque laprincipal de estas condiciones se llama respeto. En una palabra:porque slopodemos llorar por la prdida de aquellos a los que hemos podido respetar.

    Quiz mueva usted la cabeza en seal de desaprobacin. Cuando uno llora,podra replicar, simplemente llora, esto es algo completamente natural, y nos a qu vienen palabras tan grandilocuentes. Correcto. Correcto, si hablausted de un nio que prorrumpe en llanto porque le duelen los dientes. Peroeste nio llora, nada ms. No puede decirse que lamenta algo, ni menos quellora por la prdida de algo.

    Pero quizs esta respuesta no le resulte suficiente. Como si no se lloraratambin a quienes no lo merecen, podra usted seguir replicando, a personasa las que, mientras estuvieron entre nosotros, nadie respet.

    Tambin es cierto. Slo que en tales casos las lgrimas no se derramanrealmente por quien no lo merece. Lloran los afligidos porque ste, el serindigno, no est ya entre ellos? Lo lloran a l? No derraman sus lgrimas porotra cosa? Por cosas que ellos respetan? Por la muerte misma, por ejemplo,ante la que muestran su respeto incluso en la ms miserable de sus vctimas?O por la prdida definitiva de la posibilidad de lo humano, que este difunto selleva consigo?

    O incluso por ellos mismos? O porque tienen el sentimiento de enterrar,junto con el muerto, el duelo mismo?

    No, Klaus Eichmann, tampoco con esta segunda objecin llegara usted muylejos. El hermanamiento de duelo y respeto permanecer. Y para nosotros, queno tenemos la desgracia de serusted, que as sea, es bueno y consolador.Pues esta unidad nos demuestra que no estamos escindidos: por un lado lacriatura natural, la que llora; por otro el ser moral, el que respeta. Nosdemuestra que somos una sola cosa.

    Para usted, evidentemente, esta unidad no es en absoluto algo consolador. Alcontrario: esa unidad sella su desgracia Pues si usted ha perdido laoportunidad de llorar la prdida de su padre, es precisamente porque sinrespeto no hay duelo, y porque su padre le ha arrebatado la posibilidad de res-petarlo.

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    Slo quien respeta puede ser respetado

    Cmo lo ha hecho?

    La respuesta no es difcil. Hay una regla sencilla, una regla de reciprocidad,que dice as: Slo podemos respetar a quien respeta a los dems. Y ni ustedmismo se atrever a afirmar que su padre ha hecho algo semejante. Excepto,tal vez, en el seno de su familia o en su crculo de amistades. Lo que ignoro.Pero qu importancia podra tener esto? Qu importancia podra tener frenteal respeto que hizo imperar en su cargo? Pues lo que aqu entenda por talla obediencia dcil a las rdenes dadas, el respeto concienzudo, y en esamedida falto de conciencia, a las instrucciones dictadas por el aparato, la apli-cacin con la que estableca sin errores los horarios, el exceso de celo con elque despachaba a todo aquel que todava estaba pendiente de ser

    despachado, como si fuera una mancha irritante todo esto significaba(independientemente de lo que por otra parte pudiera significar, y para ello mefaltan verdaderamente las palabras, pero no slo a m, sino al lenguaje mismo)la destruccin explcita del respeto: en efecto, su padre se ha acreditadonicamente por el no respeto explcito al ser humano y por el desprecioexplcito de la vida humana

    Y por esta razn, Klaus Eichmann, ahora tampoco usted logra sentir respetohacia l; por esta razn le es definitivamente imposible respetarlo.

    Y, a su vez, por esta razn a usted le es definitivamente imposible llorar suprdida

    Lo s: este definitivamente suena despiadado. Pero, a veces, haysituaciones en las que la falta de piedad representa una consideracin mayorque la piedad. Hay operaciones en las que los propios enfermos han de tenerel valor de manifestar su acuerdo con la operacin. Y usted se halla en unasituacin de este tipo. Por favor, tenga usted el valor que aqu se requiere.

    Recordar mis palabras sobre la corresponsabilidad familiar, con las queabra esta carta. Su sentido era que, para m, la falta de humanidad de su

    padre no poda ser motivo alguno para negarle a usted la dignidad humana;que, antes bien, yo deba hacer abstraccin de su origen. Por ms difcil y poconatural que esto sea para m.

    Para usted, Klaus Eichmann, es vlido algo similar. A saber: que no puedeinvocar su pertenencia a una familia. Que el hecho de que usted descienda desu padre no le da ningn derecho a solidarizarse con l. Que, por el contrario,usted est en la obligacin de desligarse de su origen. Que, solidarizndosecon nosotros, ha de renegar de l. Por ms difcil que le resulte esta rupturacon la familia.1 Por ms antinatural que pueda parecerle. Por msabiertamente que esto contradiga el mandamiento de honrar al padre y a la

    madre.

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    Renuncie, pues, a seguir intentando llorar la prdida de su padre. Quite elcuadro de la pared. Deje de volver a recorrer los caminos de antao. Y no digaque de este modo estoy intentando arrebatarle lo ltimo que le queda Alcontrario: de dar este paso, usted podra salir beneficiado. Incluso es posibleque mediante esta renuncia pueda recuperar la capacidad de llorar la muerte

    de alguien. No, ciertamente, la de su padre. Pero s la de la muerte de sucapacidad de duelo. El hecho de que a usted le sea imposible llorar la prdidade su padre. Y el hecho pues su caso no es un caso aislado de que usted,como todos nosotros, est hoy condenado a vivir en un mundo en el que acualquiera puede sucederle no tener derecho a llorar la prdida de su padre.No mueva la cabeza en seal de desaprobacin. Este segundo duelo no es nifalso ni inventado. Hoy es, ms bien, el sentimiento absolutamente espontneode todos aquellos que no se hacen ninguna ilusin sobre el mundo en el queles toca vivir. Si tambin usted pudiera encontrar el camino que conduce a estesegundo duelo, ya no estara solo. Sera, antes bien, uno de nosotros.

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    Lo monstruoso

    El trasfondo de esta carta es lo monstruoso. A qu llamo monstruoso?

    1) A que haya habido una aniquilacin institucional e industrial de sereshumanos; de millones de seres humanos.2) A que haya habido dirigentes y ejecutores de estos actos: Eichmann

    serviles (hombres que aceptaron estos trabajos como cualesquiera otrosy que se excusaron apelando a las rdenes recibidas y a la lealtad);

    Eichmann viles (hombres que aspiraron a estos cargos);Eichmann obstinados (hombres que aceptaron el riesgo de perdertotalmente su humanidad con tal de gozar de un poder total);Eichmann ambiciosos (hombres que realizaron lo monstruoso precisamenteporque lo monstruoso les era insoportable; es decir, porque no hubieranpodido demostrar su inquebrantabilidad de otra forma);

    Eichmann cobardes (hombres contentos de poder cometer por una vez loinfame con buena conciencia; esto es, no slo como algo no prohibido, sinoincluso como algo prescrito).3) A que millones de personas fueran llevadas a, y mantenidas en, una

    situacin de la que nada saban. De la que nada saban porque noqueran saber nada; de la que no queran saber nada porque no tenanderecho a saber. As pues, millones de Eichmann pasivos.

    Sin esta evocacin de lo monstruoso que fue ayer realidad nos es imposibleavanzar un solo paso. Aunque con ella, ciertamente, slo avanzaremosalgunos. La oscuridad en la que nos adentramos a travs de la rememoracinslo servir de algo si somos capaces de sacar provecho de ella y latransformamos en otra cosa. Debemos transformarla

    1) en la conciencia de que lo que ayer fue realidad, en la medida en quesus fundamentos no han cambiado esencialmente, tambin hoy puedeocurrir, todava u otra vez; en la conciencia de que, por tanto,probablemente la poca de lo monstruoso no ha sido un simpleinterregno; y

    2) en la decisin de combatir sus posibles repeticiones.

    Estas transformaciones no aminorarn nuestra oscuridad. Tanto menos cuanto

    que las repeticiones de lo monstruoso no son slo posibles (enseguidaveremos por qu), sino probables; y porque la probabilidad de que ganemos labatalla contra su repeticin es menor que la de perderla. Pero nuestra derrotaslo quedar sellada si decidimos no escrutar los fundamentos de lo ocurrido,si no descubrimos con claridad lo que propiamente hemos de combatir.Precisamente por estas razones mis amigos y yo hemos de ir a las races delas cosas.

    Pero en lo que a usted se refiere, hay adems un elemento decisivo.Efectivamente, en su caso se trata de algo totalmente personal: de hacersoportable su propia existencia. Usted no podr salir de su propia piel. La idea

    de ser, entre millones de personas, precisamente aquel que est condenado acargar toda su vida con el peso de ser el heredero de la poca monstruosa,

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    esta idea ha de penetrar en usted como un veneno; y es probable que, desdeel momento en el que supo quin es, usted no haya comenzado un solo da sinpronunciar estas dos palabras cargadas de maldicin: precisamente yo. Sian no ha abandonado definitivamente su esperanza de liberarse de esteveneno, si todava sigue buscando la salvacin, solamente le queda el camino

    de ir a las races: es decir, comprender claramente cmo ha podido forjarsesu destino; constatar que en l no ha intervenido el azar. Naturalmente, conesto no quiero persuadirle de que usted haya merecido esta maldicin:despus de las palabras con las que he iniciado esta carta, no preciso repetirlecun lejos est de m esa intencin. Lo que quiero decir es, antes bien, queseres tan abominables o tan miserables como su padre o como usted mismono han surgido por casualidad en nuestro mundo actual, sino que los Eichmannson muy significativos del estado actual de nuestro mundo, e inclusoinevitables. Efectivamente, dispersos por distintos pases, existen individuoscondenados a llevar una vida tan desdichada como la suya. Por ejemplo,Claude Eatherly, el piloto de Hiroshima. Lo que puede decirse de estos

    compaeros de desgracia a los que usted no conoce a saber, que no sonslo individuos, sino casos representativos; que no son simplemente pjaros demal agero de monstruosa envergadura, sino smbolos de algo monstruosotambin puede decirse de usted. Con lo que tambin cabe decir que,debatindose consigo mismo, usted no slo se enfurece con la monstruosidadde su propio destino, sino que al mismo tiempo (aunque no lo sepa) lo hacetambin, siempre, con la fatalidad de la monstruosidad, es decir, con algo que,estando en la raz del estado en el que hoy se halla nuestro mundo, se haconvertido en el destino de todos nosotros.

    Antes de que empiece a dilucidar lo monstruoso, vayan por delante dosobservaciones preliminares.

    La primera es una advertencia. Temo, en efecto, que usted d la bienvenida amis argumentos, entendindolos como una forma de disculpar a su padre, oacaso como una manera de salvar su honor, y que deje escapar un Bravo!.No podra imaginarse malentendido peor. Ciertamente, el mundo que muestroest lleno de tentaciones de infamia y riesgos de monstruosidad anteriormenteinexistentes, al menos en esta medida. Pero as como reconocer el instintosexual no significa salvar el honor de quien ha cometido un crimen sexual,tampoco reconocer la situacin actual de nuestro mundo significa absolver a

    quienes han sucumbido a las tentaciones, ni a quienes han aprovechadointensamente las oportunidades de infamia que nuestro mundo presenta Unbravo! slo puede dejarlo escapar aquel cuyo espritu jams haya hecho elesfuerzo de pasar revista a las figuras de ayer.

    La segunda observacin preliminar concierne a la determinacin de las racesque voy a poner de manifiesto. Algunos historiadores quiz consideren que hayotras ms importantes. Pero si su escrutinio est impulsado por la preo-cupacin por el futuro, por la preocupacin de que la historia pueda continuar,entonces hay que buscar aquellas races que no han muerto tras el derrumbedel sistema del terror de Hitler y de su padre, races que, siendo ms profundas

    que cualquier otra raz histrica especfica, podran no haber desaparecido contal derrumbe. En otras palabras: hay que escrutar aquellas races cuya

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    existencia y persistencia hacen posible, e incluso probable, la repeticin de lomonstruoso. Y ste es el caso de las dos races de las que aqu vamos aocuparnos.

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    El mundo oscurecido

    Cules son estas races ms profundas que las polticas? Qu ha hecho

    posible lo monstruoso?

    La primera respuesta a esta pregunta parece trivial. Pues es la siguiente: hasido posible porque nosotros, independientemente de en qu pasindustrializado vivamos, e independientemente de la etiqueta poltica que steostente, nos hemos convertido en criaturas de un mundo tecnificado.

    Entindame bien. En s misma, nuestra capacidad de producir en muy grandescantidades, de construir mquinas y ponerlas a nuestro servicio, de construirinstalaciones, de organizar administraciones y coordinar organizaciones, etc,no es algo monstruoso, sino grandioso. Cmo y por qu motivo puede

    conducir a lo monstruoso?

    Respuesta: porque el triunfo de la tcnica ha hecho que nuestro mundo,aunque inventado y edificado por nosotros mismos, haya alcanzado talenormidad que ha dejado de ser realmente nuestro en un sentidopsicolgicamente verificable. Ha hecho que nuestro mundo sea yademasiado para nosotros. Qu significa esto?

    En primer lugar, que lo que en adelante podemos hacer(y lo que, por tanto,hacemos realmente) es ms grande que aquello de lo que podemos crearnosuna representacin; que entre nuestra capacidad de fabricacin y nuestrafacultad de representacin se ha abierto un abismo, y que cada da ste sehace mayor; que nuestra capacidad de fabricacin dado que el aumento delos logros tcnicos es incontenible es ilimitada, mientras que nuestra facultadde representacin es, por naturaleza, limitada. Expresado de forma mssencilla: que los objetos que hoy estamos acostumbrados a producir con laayuda de nuestra tcnica imposible de contener, as como los efectos quesomos capaces de provocar, son tan enormes y tan potentes que ya nopodemos concebirlos, y menos an identificarlos como nuestros. Y,naturalmente, no es slo la desmesurada magnitud de nuestros logros lo queexcede nuestra facultad de representacin, sino tambin la ilimitada mediacin

    de nuestros procesos de trabajo. Tan pronto como se nos da un empleo paraque ejecutemos una de las innumerables actividades aisladas de las que secompone el proceso de produccin perdemos no slo el inters por elmecanismo en tanto que totalidad y por sus efectos ltimos, sino que, adems,se nos arrebata la capacidad de crearnos una representacin de todo ello. Unavez sobrepasado cierto grado mximo de mediacin y esto es la norma en laforma actual del trabajo industrial, comercial y administrativo, renunciamos, omejor dicho, ya no sabemos siquiera que renunciamos a lo que sera nuestratarea: contar con una representacin de lo que hacemos.

    Y lo que es vlido para la representacin, vale en la misma medida para

    nuestrapercepcin: en el momento en que los efectos de nuestro trabajo o denuestra accin sobrepasan cierta magnitud o cierto grado de mediacin,

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    comienzan a tornarse oscuros para nosotros. Cuanto ms complejo se hace elaparato en el que estamos inmersos, cuanto mayores son sus efectos, tantomenos tenemos una visin de los mismos y tanto ms se complica nuestraposibilidad de comprender los procesos de los que formamos parte o deentender realmente lo que est en juego en ellos. En una palabra: pese a ser

    obra de los seres humanos y pese a funcionar gracias a todos nosotros,nuestro mundo, al sustraerse tanto a nuestra representacin como a nuestrapercepcin, se torna cada da ms oscuro.2Tan oscuro que ni siquiera somoscapaces de reconocer su oscurecimiento; tan oscuro que podramos calificarlegtimamente nuestra poca de dark age. Hemos de abandonardefinitivamente la esperanza ingenuamente optimista del siglo xix de que lasluces de los seres humanos se desarrollaran a la par que la tcnica. Quienan hoy se complace en tal esperanza no es slo un supersticioso, no es slouna reliquia de antao, sino que es vctima de los actuales grupos de poder: deesos hombres oscuros de la poca tcnica cuyo mximo inters esmantenernos en la oscuridad en relacin con la realidad del oscurecimiento de

    nuestro mundo o, mejor dicho, producir incesantemente esta oscuridad. Puessta es la ingeniosa mistificacin de la que hoy son vctimas quienes carecende poder. La diferencia entre los mtodos de mistificacin que conocemos y laactual mistificacin es evidente: si ayer la tctica consista en excluirde todailustracin posible a quienes carecan de poder, hoy consiste en hacer creerque tienen luces quienes no ven que no ven. En cualquier caso, hoy no puededecirse que tcnica e ilustracin avancen al mismo ritmo, sino que soninversamente proporcionales, esto es: cuanto ms trepidante es el ritmo delprogreso, cuanto mayores son los efectos de nuestra produccin y mscompleja la estructura de nuestros aparatos, tanto ms rpidamente pierdennuestra representacin y nuestra percepcin la fuerza de avanzar al mismoritmo, cuanto ms rpidamente se eclipsan nuestras luces, ms ciegos nosvolvemos.

    Y, en verdad, se trata de nosotros. Pues lo que desfallece no es esto o aquello,no es slo nuestra representacin y nuestra percepcin: lo que desfallece esnuestra existencia hasta en sus mismos fundamentos, es decir, en todos susaspectos. Qu significa esto?

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    Las reglas infernales

    La insuficiencia de nuestro sentir.

    No malinterprete esta respuesta, por favor. No me quejo de que nosotros, losseres humanos, nos hayamos convertido en seres malvados e insensibles. Unaqueja as no slo sera demasiado sentimental, sino tambin totalmenteproblemtica, pues la afirmacin de que nuestra capacidad de sentir se atrofiay es menor que en los viejos y buenos tiempos es una aseveracinindemostrable. Lo que afirmo, ms bien, es que las tareas de nuestro sentir hanaumentado, que hoy son incomparablemente mayores que antao; y que deeste modo el abismo existente entre estas tareas y nuestra capacidad de sentir(que supuestamente se mantiene constante) se ha hecho mayor. En unapalabra: que nosotros, en tanto que seres que sentimos, ya no estamos a la

    altura de nuestras propias acciones, pues stas eclipsan todo lo que hemospodido hacer en el pasado.

    Regla: si aquello a lo que propiamente habra que reaccionar se tornadesmesurado, tambin nuestra capacidad de sentir desfallece. Ya afecte estadesmesura a proyectos, logros productivos o acciones realizadas, eldemasiado grande nos deja fros, o mejor dicho, ni siquiera fros (pues lafrialdad sera tambin una forma de sentir), sino completamente indiferentes:nos convertimos en analfabetos emocionales que, enfrentados a textosdemasiado grandes, son ya incapaces de reconocer que lo que tienen ante sson textos. Seis millones no es para nosotros ms que un simple nmero,mientras que la evocacin del asesinato de diez personas quiz cause todavaalguna resonancia en nosotros, y el asesinato de un solo ser humano nos llenede horror.

    Le ruego que se detenga en esto un momento, Klaus Eichmann. Pues noshallamos verdaderamente ante una de las races de lo monstruoso. Lainsuficiencia de nuestro sentir no es, efectivamente, slo un defecto entre otros;tampoco es simplemente peor que el desfallecimiento de nuestra facultad derepresentacin o de nuestra percepcin; sino peor incluso que todo lo peor queha ocurrido; y con esto quiero decir: incluso peor que los seis millones. Por

    qu?Porque este desfallecimiento hace posible la repeticin de lo peor, facilita suincremento; convierte incluso en inevitable su repeticin y su incremento. Puesentre los sentimientos que desfallecen no slo est el del horror, el del respetoo el de la compasin, sino tambin el sentimiento de responsabilidad. Por msinfernal que esto pueda parecer, del ltimo cabe decir exactamente lo mismoque de la representacin y de la percepcin, a saber: que este sentimiento setorna tanto ms impotente cuanto mayor se vuelve el efecto que nosproponemos lograr o que ya hemos logrado; que se hace igual a cero y estosignifica: que nuestro mecanismo de inhibicin queda totalmente paralizado

    tan pronto como se sobrepasa cierto umbral. Y dado que esta regla infernal esefectiva, hoy lo monstruoso tiene va libre.

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    Pero esto es lo que l se haba representado

    Seguro que mientras formulaba esta regla ha pensado en su padre. Y no sinrazn. Usted lo conoci en su vida cotidiana como un hombre que no permitaque se trasluciera nada de lo que acababa de hacer; que lograba que no setrasluciera nada de esto; que ni siquiera tena que esforzarse para que nada deesto se trasluciera. Y, posteriormente, usted ley tambin las actas delproceso, de las que se desprenda que, hasta el ltimo de sus das, lo que lhaba dirigido desde su mesa de despacho, como se dice, le dejaba fro; queante sus monstruosas acciones se comportaba como si no mereciera la penahablar de ellas, como si se tratara de quantits ngligeables desde un punto devista emocional. Se comport con tanta indiferencia a pesar de que sus

    acciones haban sido tan monstruosas? sta es la interpretacin corriente. Oms bien, por el contrario,porque stas haban sido tan desmesuradamentegrandes? Demasiado grandes para l? Cul es la realidad?

    ste es el momento en que empiezo a inquietarme, pues temo un Bravo! desu parte. En efecto, en virtud de la cuestin que acabo de plantear, puede queusted tenga la impresin de que me haya acercado considerablemente a suposicin. Lo lamento, Klaus Eichmann. La regla que acabamos de enunciar que nuestra capacidad de sentir disminuye con el aumento de la mediacin denuestra actividad y con el incremento de la magnitud de los efectos de nuestrasacciones; y que nuestro mecanismo de inhibicin desfallece totalmente una vezsobrepasado cierto umbral, esta regla no basta para defender a su padre entanto que vctima de la actual situacin o para presentarlo como testigoprincipal de lo que, precisamente en razn de esta regla, nos puede ocurrir hoya los seres humanos, y as declararlo libre de culpa. Su culpa en relacin con lomonstruoso sigue siendo, pese a esto, monstruosa Por qu?

    Porque a l no se le puede considerar como uno de esos millones detrabajadores condenados a su actividad especializada y a los que, debido a lamediacin del proceso del aparato en el que estn integrados, se les haarrebatado realmente de la posibilidad de representarse sus efectos ltimos y

    monstruosos. A ese grupo pudieron pertenecer los mecangrafos de su oficina,o aquellos empleados que haban de ordenar debidamente los nombres de losque ya haban sido liquidados. De ellos puede decirse realmente que sufuncin especializada fue lo primero, y probablemente tambin lo nico, queconocieron: que esto les impeda representarse el monstruoso efecto final.Mejor dicho: que incluso eran incapaces de hacer el solo esfuerzo (el esfuerzovano) de representarse ese efecto. Pero l? Fue l realmente uno ms?Fue simplemente un empleado en la oficina de aniquilacin? Slo unavctima de la maquinaria? Slo su propio ayudante?

    Ni siquiera usted podra afirmar algo as. Responsabilizar nicamente a la

    mquina de su falta de imaginacin y responsabilidad equivaldraprcticamente a invertir los hechos. Pues, en lo que a l respecta, puede

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    decirse que lo primero que tuvo a la vista fue la imagen del monstruoso efectofinal; que particip en la planificacin, construccin y direccin de la maquinarianicamente con miras al logro de este efecto final; nicamente porque sin talmaquinaria jams hubiera podido realizar este objetivo.

    Naturalmente, con esto no quiero decir que antes de poner en marcha efectivay (ms o menos) impecablemente su aparato, su padre hubiera imaginado elefecto final en todo su detalle. Con qu precisin pudo haber pensado lo tri-plemente impensable a saber: la no existencia de millones de personas, elcalvario de los morituriy la destruccin de los imprescindibles ejecutores esalgo que no sabemos. Pero tampoco nos importa. Pues lo nico que aqucuenta, y lo que ya no podr negarse jams, es que la imagen o el concepto deestado final fue el trampoln de su actividad; que, de alguna manera, l sehaba representado de antemano el monstruoso estado final.

    En este punto, usted podra intentar atenuar o borrar esta realidad decisiva

    enfatizando de alguna manera en vez de la palabra representado. Dadoque su padre (podra usted objetar) slo pudo haberse representado estamonstruosidad de alguna manera, quedara demostrado que tambin l ha-bra sido vctima de esa desproporcin entre la facultad de representacin yla capacidad de fabricacin que es el destino de todos nosotros: que slo estadesproporcin sera la culpable de su culpa. Y dado que, por otra parte, sinla existencia de esta desproporcin a nadie se le podra ocurrir proponerse elexterminio de millones de personas, tampoco a l hubiera podido ocurrrselejams nada semejante de no haber sucumbido a tal desproporcin. En unapalabra: l slo habra podido participar en la planificacin de la solucin finalporque nicamente habra podido tenerla a la vista de alguna manera; l slohabra sido uno de nosotros; lo que a l le sucedi tambin podra pasarnos acada uno de nosotros, pues nadie puede sustraerse a la ley de ladesproporcin.

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    La oportunidad de fracasar

    Pero las cosas no son tan sencillas, Klaus Eichmann. Y no puedo aceptarle una

    objecin tan simplista a mi argumento de la desproporcin. Es cierto (y asrezaba mi regla) que nuestra facultad de representacin y de responsabilidaddisminuye con el aumento de la magnitud de los efectos, que dicha facultad sevuelve totalmente inoperante una vez sobrepasado cierto umbral; y que hoyninguno de nosotros se sustrae al mbito de validez de esta ley. Pero esto nosignifica que nuestra derrota moral quede automticamente sellada, que laspuertas queden abiertas de par en par a lo monstruoso; o que a cada uno denosotros, hasta cierto punto por descuido, pueda ocurrirle que trace y persigaplanes eichmannianos, es decir, que se convierta en un Eichmann. Todava noestamos sometidos tan servilmente a la ley de la desproporcin, y notenemos derecho a ponernos las cosas tan fciles. Por qu?

    No tenemos derecho a hacerlo porque, por otra parte y esto constituye elcomplemento indispensable de nuestra regla de la desproporcin, laexperiencia misma de nuestra impotencia representa todava una oportunidad,una oportunidad moral positiva; que tal experiencia pueda activar unmecanismo de inhibicin. En elshock de nuestra impotencia habita, por asdecirlo, un poder de advertencia. l precisamente nos ensea que hemosalcanzado ese lmite ltimo tras el cual los caminos de la responsabilidad y delcinismo se bifurcan irremediablemente. A quien realmente ha intentado algunavez representarse los efectos de la accin por l planeada (por ejemplo, losefectos del proyecto en el que haba sido integrado de forma totalmentedesprevenida), y, tras fracasar en su intento, reconoce verdaderamente elfracaso, le invade el miedo; un miedo salvfico ante lo que se propona hacerrealidad; y de este modo se siente llamado a reexaminar su decisin (es decir,lo que, sin decidirlo l mismo, casi hubiera contribuido a realizar), y a hacerdepender desde entonces su colaboracin de su propia decisin. En unapalabra: de este modo ya ha dejado atrs la zona de riesgo en la que le podraocurrir algo eichmanniano y en la que podra convertirse en un Eichmann.

    No puedo representarme el efecto de esta accin, dice.Luego se trata de un efecto monstruoso.

    Luego no puedo asumirlo.Luego he de revisar la accin planeada, o bienrechazarla, o bien combatirla

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    La explotacin de la desproporcin

    Naturalmente, la condicin para que el fracaso sea fructfero es que se

    emprendan realmente los intentos (condenados al fracaso) de representacin.Y esto no es fcil, pues para la mayora de nosotros nada es menos obvio queemprender tales intentos. Si stos se producen tan raramente es porque somoscasi siempre trabajadores subalternos y, como tales, no nos interesamos enabsoluto por el efecto de nuestro trabajo ni, por tanto, por la representacin desu efecto final; o ms exactamente: porque se nos impide que nos interesemospor l; porque, en el seno de la divisin del trabajo, nosotros debemoslimitarnos y en esto estriba la moral del trabajo hoy universalmentereconocida a interesarnos por la actividad especializada por la que se nospaga. Pero este impedimento de nuestro inters desencadena toda una seriede impedimentos. Pues si se nos impide llevar a cabo el intento de re-

    presentacin, naturalmente tampoco podemos experimentar nuestro fracaso;ni, por ende, apercibirnos de la oportunidadque representa esta experiencia(esto es, la advertencia); ni, finalmente, oponer una resistencia efectiva a lomonstruoso. As pues, en favor de los millones de trabajadores de hoy, hemosde decir que, aunque sean cmplices de lo monstruoso, no pasan de sercmplices inocentes.

    Pero vale esto tambin para su padre? Hubiera podido l justificar suparticipacin en lo monstruoso aduciendo que su funcin en el seno de ladivisin del trabajo le arrebataba la oportunidad de representarse el efectofinal? Y que esta misma divisin le privaba de la oportunidad de equivocarseen su intento de representacin?

    Usted ya sabe la respuesta: no. Y es as porque su padre particip en laplanificacin de lo monstruoso; y porque aquellos planes que no estnacompaados inmediatamente de representaciones de lo planeado contradicenlisa y llanamente el concepto mismo de plan. Establezcamos, pues, losiguiente, Klaus Eichmann: su padre hizo el intento. E incluso ms de una vez:pues cuando alguien planea algo, no se limita a un nico intento, ms bientiene presente la imagen del objetivo del plan mientras ste dura

    Pero igualmente cierto es, en segundo lugar, que su padre fracas en esosintentos; por la sencilla razn de que no hay ser humano que puedarepresentarse tamaa enormidad: la eliminacin de millones de personas.

    As pues, las nicas preguntas que reclaman respuesta son las referidas a sureaccin ante este fracaso: la pregunta de si tom nota de este fracaso. O sisupo aprovechar la oportunidad ligada a l. O si le sirvi de algo.

    Para responder a estas preguntas, quisiera hacerle primero, al menosvirtualmente, una concesin. Podemos suponer tranquilamente que, una vezpuesto en marcha su aparato conforme a lo programado, en su actividad diaria

    convertida en rutina su padre fuera perdiendo de vista progresivamente elobjetivo que en un principio se haba fijado: que, con el tiempo, la

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    representacin de lo que l haca realmente dejara de desempear un papelesencial; que en lo sucesivo slo se interesara por el funcionamientoimpecable de su empresa

    Pero hemos de entender correctamente esta concesin. Pues con esto no

    quiero decir que por el hecho de que su actividad se hiciera rutinaria, puedadesvanecerse la culpa con la que se carg inicialmente en tanto quecolaborador en la planificacin de la solucin final. Ni que acabara siendovctima de su aparato, descendiendo finalmente a la posicin de ceguera desus empleados.

    Pues las palabras acabar siendo vctima y descender estn aqu fuera delugar. Presentar el proceso como un suceso puramente pasivo sera unamistificacin. Nos hallamos, ms bien, ante una accin. Lo que sucedi es quel mismo se hizo vctima de su propio aparato. En realidad, no hubiera podidohallar o idear un medio ms prctico, un medio ms capaz de garantizar de la

    forma ms segura el xito de su monstruoso programa, que el hecho de que sufacultad de representacin no estuviera a la altura de la magnitud de suobjetivo, que sus intentos de representacin estuvieran condenados al fracaso.Comprender mucho mejor esta idea si la formulamos negativamente. Lo quequiero decir es que su padre no hubiera podido autorizarse a s mismo, nohubiera podido permitirse la imagen de las colas de espera, la imagen de lasvctimas de las cmaras de gas, de los quemados y de los medio quemados. Yno hubiera podido hacerlo porque, de ser as, se habra expuestopermanentemente al peligro, habra corrido permanentemente el riesgo dedebilitarse y abandonar en una palabra: habra podido sabotear su programay, de este modo, sabotearse tambin a s mismo. Este punto jamspodremos tomarlo lo suficientemente en serio, Klaus Eichmann. Pues notenemos razn alguna para restar importancia a este peligro de sabotaje. A finde cuentas, no podemos pasar por alto que quienes estn al frente de lasempresas de hoy, monstruosas y a salvo de tabes, en cierto modo siguensiendo tambin de los nuestros: figuras obsoletas; con lo cual no slo quierodecir que son tan incapaces como nosotros de representarse lo que hacen,sino que y esto es lo ms importante tambin ellos han venido al mundocomo seres humanos y que, en tanto que tales, siguen arrastrando ciertosrudimentos ltimos de tabes; rudimentos que, evidentemente, por obstaculizarsus empresas, les resultan altamente molestos. Muchos de los que fueron

    designados como ejecutores en los campos de exterminio incluso debieron deseguir cursos en los que, ejercitndose en la tortura y la muerte, tuvieron queaprender tambin a matar sus tabes. Y su mismo padre evoc una vez (ypor esta miserable razn no podemos negarle absolutamente un mnimo dehumanidad) que haba veces en las que se senta mal, que poda llegar arevolvrsele el estmago al ver correr por el suelo la sangre de la masaasesinada. Qu sea aqu lo ms horrible: el hecho que l evoca; o su reaccinante ste; o el hecho de que, pese a todo, no cejara; o que el estmago seconvierta en el ltimo refugio de la moral y de la piedad, que lo animal y lomoral intercambien su lugar esto es algo imposible de determinar. Seacomo fuere: lo que aqu nos importa es que su padre tuvo que hacer todo lo

    posible para alejar el peligro que representa la intrusin fisiolgica de la moralen la realizacin de su programa.

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    Mire usted: el medio de protegerse contra los tabes estaba a su disposicin.Haba esa maravillosa insuficiencia de la capacidad de representacin y de lacapacidad de sentir. Haba esa maravillosa experiencia de que ninguno denuestros intentos de representacin es suficiente. Su padre slo tena que

    echar mano de ella

    Y eso fue lo que hizo.

    Anteriormente he caracterizado el fracaso de nuestros intentos derepresentacin como una oportunidad. Y lo he hecho porque precisamenteeste fracaso nos abre los ojos; porque es precisamente ese fracaso el que nospermite reconocer que hemos llegado a la ltima encrucijada de los caminos;porque l precisamente nos advierte de que no hemos de hacer nada que nopodamos prever.

    Pues bien, su padre tambin aprovech esa oportunidad que brinda elfracaso. Pero es evidente que en un sentido diametralmente opuesto alnuestro. Pues el fracaso no fue para l una advertencia, sino una justificacinde su accin. De haber podido formular el principio de su accin, ste hubierasido el siguiente:

    Yo no reconozco en absoluto lo monstruoso.Debido a la "desproporcin", soy absolutamente incapaz de reconocerlo.Luego nada se me puede imputar.Luego puedo hacer lo monstruoso.

    O bien:Yo no veo a los millones de personas a los que ordeno llevar a lascmaras de gas.Me es totalmente imposible verlos.Por tanto, puedo ordenar tranquilamente que los lleven a las cmaras degas.

    No, presentar sencillamente a su padre como una vctima ms de la actualdebilidad de nuestra facultad de representacin o defenderlo en tanto quevctima de esta situacin, sera ofrecer una imagen falsa de l. Y no slo esto:proceder as sera, adems, infinitamente injusto en relacin con los millones

    de personas a los que realmente no les es dado representarse los efectos deaquello con lo que, sin darse cuenta, colaboran. Lo que para stos es unafatalidad; y lo que inspira temor a quienes, de entre ellos, tienen una mayorconciencia moral: la impotencia de su capacidad de representacin y de sucapacidad de sentir, su padre lo acept complacido, utilizndolo y explotndolopara sus propios fines. Fue su ms excelente instrumento prctico. De nohaberlo posedo y de no haber podido servirse de l incesantemente, jamshubiera logrado consumar su obra de exterminio.

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    Lo monstruoso y las vctimas

    Ahora bien, nadie est libre de la fatalidad de la desproporcin.

    Representarse efectos enormes es algo en lo que no slo fracasan quienes losocasionan. Cuando lo monstruoso se produce, la impotencia de las vctimas esexactamente la misma que la de los verdugos. Basta con que dejemos de ladoa su padre y pasemos a considerar a sus vctimas.

    Pues de stas sabemos que, en incontables ocasiones, se quedaron perplejasy sin palabras ante su situacin. Comprenda, Klaus Eichmann, lo que estosignifica: a diferencia de su padre y de sus empleados, estos seres humanostuvieron ante s lo monstruoso cada da y cada minuto. Pero de qu les servaya tener ojos? Lo que vean era justamente demasiado grande; tambin ellosestaban sometidos a la ley de la desproporcin. Y esto significa que no slo

    eran incapaces de comprender las causas de la situacin por ellos percibida,sino que incluso eran incapaces de representarse lo que perciban, incapacesde hacerle frente, de reaccionar adecuadamente qu hubiera sido aqu loadecuado?. Un solo ejemplo puede bastarnos: el de la mujer embarazadatransportada al campo de concentracin, incapaz de imaginarse que no erams que un elemento en la elaboracin de determinado material y que su nicafuncin era elevarse en forma de humo, al da siguiente, por la chimenea quehumeaba ante sus ojos; y que por tanto segua comportndose como si todavafuera una mujer, como si todava estuviera en casa, o como si aquellos encuyas manos estaba fueran an seres humanos: la mujer que solicit a uno delos ayudantes del verdugo en este caso ayudante de las cmaras de gasque le facilitara un cochecito para nios; y que, como es natural, con estapeticin absurda imagneselo usted: una pieza numerada de materialcombustible solicitando un cochecito para nios, dnde iramos a parar!provoc la burla de los infiernos y precipit su eliminacin.

    Por otra parte, quisiera subrayar en este punto que este tipo de reaccioneserrneas ante lo monstruoso y el ejemplo que acabo de aducir es solamenteuno de entre miles son todo menos ridculas. Al contrario, tales reaccionesson en cierto modo hasta consoladoras si es que todava cabe emplear aquesta palabra tan humana; entre las incapacidades de los seres humanos hay

    algunas que les honran: y a este grupo pertenecen precisamente este tipo dereacciones errneas. Pues stas demuestran cun obstinadamente el hombrecorriente se resiste a dar realmente crdito a una deshumanizacin sin mesura.En fin: las vctimas no hubieran podido reaccionar de forma distinta a como lohicieron. (Y esto no slo vale en relacin con el tiempo que pasaron en elcampo de concentracin, sino en general, pues lo monstruoso no empeznicamente all: tambin la amenaza de lo monstruoso era ya monstruosa)Quien cuestione esto y a veces se ha hecho; quien de estos millones depersonas, que eran como eran, a saber: personas condicionadas de mil formaspor el mundo y la historia y acostumbradas a circunstancias y reaccionesprevisibles; quien de ellas diga que hubieranpodido reaccionar de forma ms

    adecuada a la situacin monstruosa, slo delata su ms absoluta ceguera antela realidad. Y algo todava peor respecto a quien mide a estas personas

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    corrientes con el rasero de postulados incondicionados o con un idealabstracto; quienpostfestum exige de ellos que deberan haber reaccionado deotro modo; y quien los desprecia por no responder a ese ideal elevado de lohumano y no haberse transformado de la noche a la maana en hroes osuperhombres. Esta sentencia tambin se ha pronunciado ya. El que sea pre-

    cisamente la bella virtud de la incondicionalidad lo que haya llevado a ciertosfilsofos a elevarse a tal severidad no es tanto indignante cuanto terriblementedeprimente. Y a todo aquel que sepa que tampoco l podra prescindir de durasabstracciones y criterios inexorables y que sin ellos sera incapaz de formularjuicios vlidos: a todo aquel que piensa, esta pretensin debera servirle comoadvertencia contra los peligros del doctrinarismo.

    No, reaccionar adecuadamente ante lo inconmensurable era imposible. Y quienexige esto a las vctimas, tambin debera exigir al pez recin pescado que derepente le crecieran piernas, para as poder regresar a pasitos a su hmedoelemento. La reaccin errnea result inevitable, sencillamente porque lo

    desmesurado de lo que se exiga superaba sin ms la medida de lo que laspersonas pueden representarse, sentir o hacer. Porque no tenan msalternativas que stas: o responder de algn modo a su destino, sirvindose de los miserables

    conceptos de su vida normal y de las formas de accin que les eranfamiliares, y as fracasar; o

    prorrumpir en pnico, es decir: reaccionar salvaje y desorientadamentey as fracasar igualmente; o bien, en ltimo lugar,

    (al igual que su padre, quien los condujo a esta inefable situacin) noreaccionar en absoluto, y as, evidentemente, fracasar igualmente.

    Una cuarta forma de reaccin ante lo monstruoso, supuestamente msadecuada, es una invencin de los moralistas que descuidan la realidad de lohumano.

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    Seis millones uno

    Por qu le hablo de estas indefensas vctimas? Para despertar su

    compasin?

    Difcilmente. Pues al margen de que la demora de este sentimiento, si es quepudiera despertarse en usted, lo hara ineficaz y por tanto irreal, el intento decompadecer a seis millones est necesariamente condenado al fracaso, en us-ted como en cualquier otra persona.

    Es por una razn muy distinta, a saber: porque lo dicho sobre las vctimastambin le concierne indirectamente a usted; porque tambin usted est entreaquellos con los que se ha hecho algo monstruoso; y entre quienes no puedenreaccionar de forma adecuada. Ya hice alusin a este hecho al principio,

    cuando le ped que creyera en el respeto que me infunda su inmerecidadesgracia. Pero en ese punto no poda explicarle an cun significativa es hoysu desgracia para nosotros. Por favor, no se enfade, Klaus Eichmann, si afirmoque usted es pariente de los recluidos en los campos de concentracin. No seenfade, pues ser incluido entre esos desdichados no es ninguna vergenza; ellodo que llevaban pegado proceda, como suele suceder, de las botas dequienes los pisoteaban. Y el hecho de que usted sea hijo de Eichmann,mientras que esas personas eran hijos de judos, este hecho no tiene aquninguna importancia: pues su madre y la de ellos es una y la misma, todosustedes son hijos de una y la misma poca. Y cuando esta poca reparte losdestinos que le son caractersticos, lo hace sin preocuparse de las lneas queseparan rangos y frentes y que a nosotros nos parecen tan importantes, eincluso las distinciones entre el verdugo y la vctima le son indiferentes: en lofundamental estos destinos se parecen los unos a los otros, ninguno de no-sotros puede elegir libremente de quin nos gustara distinguirnos y a quinpreferiramos parecernos.

    Como usted sabe, cuando las vctimas de su padre llegaban a los campos deconcentracin se marcaba con hierro candente un nmero en su carne, elestigma de lo monstruoso. Tambin usted, dado que lo que se le ha infligido esdemasiado grande y excede cualquier representacin posible y toda reaccin

    adecuada, lleva marcado el estigma de lo monstruoso: el nmero SEIS MILLONESUNO. Y aunque este nmero sea invisible, aunque no est marcado con hierrocandente en su carne, sino slo en su destino, su nmero no es menos realque los nmeros, quemados despus, de los seis millones y que los nmerosque todava hoy pueden verse en los brazos de los que consiguieron huir.

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    El sueo de las mquinas

    Recordar usted, Klaus Eichmann, el objetivo de todas estas reflexiones.

    Nuestro argumento deca: usted slo puede soportar su vida si comprende quesu desgracia no es simplemente un gigantesco infortunio. Y esto slo podrcomprenderlo si descubre cmo pudo ocurrir, o ms bien, cmo tuvo queocurrir, ese acontecimiento monstruoso que ha contaminado de monstruosidadsu propio destino.

    Como principales responsables de lo monstruoso he enunciado dos causas.Dado que sobre la primera de ellas, la desproporcin, sabemos ya losuficiente, podemos pasar ahora a la segunda: la naturaleza maquinal(o deaparato) de nuestro mundo actual. No precisamos recorrer un largo caminopara llegar a este punto: las dos causas de la monstruosidad estn

    estrechamente relacionadas entre s En la descripcin de la desproporcinse mostr ya que nuestra incapacidad para representarnos como nuestros losefectos de nuestra accin, no puede atribuirse solamente a la desmesuradamagnitud de tales efectos, sino tambin a la desmesurada mediacin denuestros procesos de trabajo y de accin. La agravacin de la actual divisindel trabajo, en efecto, no significa otra cosa que el hecho de que nosotros, ennuestro trabajo y en nuestra accin, estamos condenados a concentrarnos enminsculos segmentos del proceso global: estamos tan encerrados en lasfases de trabajo que se nos ha asignado como los prisioneros a sus celdas. Entanto que prisioneros nos agarramos a la imagen de nuestro trabajoespecializado; de este modo estamos excluidos de la representacin delaparato como totalidad, de la imagen del proceso global del trabajo, compuestopor miles de fases. Y con ms razn, naturalmente, de la imagen del efectoglobal al que sirve este aparato.

    Y sin embargo, por ms indiscutible que pueda ser esta constatacin, con ellatodava no hemos dado con la segunda causa de lo monstruoso; un examenms exacto muestra que tambin sta es una causa insuficiente y demasiadoanodina. Y esto es as porque la divisin del trabajo y lo que acabo decaracterizar como reclusin en una fase, slo son efectos secundarios,simples consecuencias de un hecho incomparablemente ms fundamental y

    ms funesto. Solamente si prestamos atencin a este hecho descubrimos lasegunda causa de lo monstruoso. Lo que quiero decir lo s, esta tesisparece aventurada es que nuestro mundo actual en su conjunto setransforma en una mquina, est en camino de convertirse en una mquina.

    Por qu podemos enunciar con razn esta tesis desmesurada?

    No simplemente porque ahora hay tantas mquinas y aparatos (polticos,administrativos, comerciales o tcnicos), o porque stos desempean un papeltan determinante en nuestro mundo. Esto no justificara esta caracterizacin. Loimportante es ms bien algo ms fundamental, algo relacionado con elprincipio

    de las mquinas yahora hemos de volver sobre este principio. Pues esteprincipio contiene ya las condiciones en virtud de las que el mundo entero se

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    convierte en mquina. Cul es el principio de las mquinas?

    El mximo rendimiento.

    Y por esto no podemos concebir las mquinas como cosas concretas aisladas

    unas de otras, como si fueran piedras que slo estn all donde estn y que,por tanto, permanecen encerradas en sus lmites fsicos. Puesto que la raisond'tre de las mquinas es el rendimiento, incluso el mximo rendimiento,necesitan, todas y cada una de ellas, mundos en derredorque garanticen estemximo. Y lo que necesitan, lo conquistan. Toda mquina es expansionista, porno decir imperialista; cada una de ellas se crea su propio imperio colonialdeservicios (compuesto por personal auxiliar, de servicio, consumidores, etc.). Yde estos imperios coloniales exigen que se transformen a su imagen (la delas mquinas); que jueguen su juego, trabajando con la misma perfeccin yseguridad que ellas; en una palabra: que, aunque localizadas fuera de lamadre patria preste atencin al trmino, pues ser un concepto clave para

    nosotros se conviertan en co-maquinales. La mquina originaria, pues, seexpande, se convierte en megamquina; y no slo de forma accidental ocircunstancial; de lo contrario, si cejara en ese empeo, dejara de contar en elimperio de las mquinas. A esto se aade el hecho de que ninguna de ellaspuede saciarse definitivamente incorporando a s misma un mbito de servi-cios, siempre limitado, por ms grande que ste sea. De la megamquinacabe decir, antes bien, lo que cabe decir de la mquina original: que tambinella necesita un mundo exterior, un imperio colonial que se pliegue a ella yjuegue su juego de modo ptimo, trabajando con la misma precisin que ella;que se crea un imperio colonial y lo transforma a su imagen, de modo queste, a su vez, se convierte tambin en mquina. En una palabra: laautoexpansin no conoce lmites, la sed de acumulacin de las mquinas esinsaciable. Decir que, en este proceso, las mquinas arrinconan como carentesde valor y nulos todos aquellos fragmentos de mundo que no se pliegan a laco-maquinizacin por ellas exigida; o que expulsan y eliminan, como si dedesechos se tratara, a quienes, incapaces de prestar servicios o reacios altrabajo, slo desean haraganear, constituyendo as una amenaza para laextensin del imperio de las mquinas, decir esto puede parecer trivial, peroprecisamente por ello hemos de subrayarlo expresamente. Pues nada es msfunesto, nada garantiza con mayor seguridad la falta de conciencia del principiode las mquinas, que el hecho de que esta falta de conciencia sea ya una

    trivialidad: lo que se considera trivial pasa inadvertido; y lo que pasa inadvertidose acepta sin rechistar.

    Naturalmente, este proceso de comaquinizacin no es solamente una lucha delas mquinas contra el mundo, sino que es siempre, al mismo tiempo, unalucha por el mundo, una competencia que las mquinas vidas de botn des-pliegan unas frente a otras. Pero este hecho, esto es, el de que luchanconstantemente en dos frentes, no disminuye en absoluto la claridad delobjetivo final. Este objetivo se llama, desde un principio, conquista total, y asseguir llamndose. Lo que las mquinas desean es una situacin en la que yano haya nada que no se pliegue a ellas, nada que no sea ya co-maquinal,

    ninguna naturaleza, ninguno de los as llamados valores superiores ni(puesto que para ellas nosotros slo seramos ya personal de servicio o de

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    consumo) tampoco nosotros, los seres humanos. Sino solamente ellas.

    Pero ni siquiera ellas. Y de este modo llego a lo esencial, el concepto demquina mundial. Qu entiendo por este concepto?

    Suponga usted, por ejemplo, que las mquinas lograran, de hecho, conquistarcompletamente el mundo, tan completamente como, en menor escala, lamquina de Hitler conquist Alemania: que, por tanto, no hubiera nada ms enel mundo que ellas y sus semejantes, un gigantesco parque de mquinascoordinadas. Qu sera, en estas condiciones, de los diferentes ejemplaresde mquinas?

    Hemos de hacer dos consideraciones:1) que, sin fuerzas auxiliares, ninguno de estos ejemplares podra

    funcionar, pues ciertamente ninguna mquina es capaz de ponerse enmarcha sola o alimentarse a s misma, por ms elevado que sea su nivel

    de automatizacin;2) que entre las fuerzas auxiliares que estaran a disposicin de estos

    ejemplares ya no habra ninguna que no fuera tambin una mquina, enuna palabra: todas ellas dependeran unas de otras, se verantotalmente obligadas a recurrir a sus semejantes; y, viceversa, todas ycada una de ellas tendran que ayudar a que sus semejantesfuncionaran lo mejor posible.

    Pero a qu conducira esta reciprocidad?

    A algo extraordinariamente sorprendente: puesto que constituiran un perfectoengranaje, los ejemplares particulares ya no seran propiamente mquinas.Qu seran entonces?

    Piezas de mquinas. Es decir, piezas mecnicas de una nica y gigantescamquina total en la que se habran fusionado.

    Y a qu conducira esto? Qu representara esta mquina total?

    Sigamos reflexionando: ya no habra piezas que no estuvieran integradas enella. Ya no quedaran restos que se mantuvieran fuera de ella. Esta mquina

    total sera, pues, el mundo.Y de este modo nos situamos cerca del objetivo. De hecho, para llegar a lapenas necesitamos dar otro paso, basta con invertir la frase Las mquinasse convierten en el mundo. La frase invertida es: El mundo se convierte enuna mquina.

    Y esto, el mundo en tanto que mquina, es realmente el estado tcnico-totalitario al que nos dirigimos. Subrayemos que esto no data de hoy ni de ayer,sino de siempre, pues esta tendencia deriva del principio de la mquina, estoes, el impulso de autoexpansin. Por esta razn podemos afirmar

    tranquilamente: el mundo en tanto que mquina es el imperio quiliasta quesoaron todas las mquinas, desde la primera de ellas; y que hoy tenemos

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    realmente ante nosotros, pues desde hace un par de dcadas esta evolucinha entrado en un accelerando cada vez ms vertiginoso.

    Digo ante nosotros. Pues, en efecto, no podemos afirmar en absoluto que estereino haya encontrado por fin su ltima y absoluta realizacin. Pero tampoco

    tenemos derecho a consolarnos con esta concesin. Pues ya hemos dejadoatrs la parte decisiva del camino que conduce a la mquina mundial. ElRubicn, esto es, ese lmite ms ac del cual, anteriormente, hubiramospodido formular la afirmacin trivial de que en nuestro mundo tambin haymquinas, ya lo hemos atravesado; a la palabrita en, as empleada, ya no lecorresponde nada; y esta palabrita slo recobrara su sentido si, tambin eneste caso, invirtiramos nuestra afirmacin, es decir, si, en vez de decir que lasmquinas estn en el mundo, dijramos que el mundo est (como su alimentoo su servidor) en la mquina. Pero esto equivaldra precisamente areconocer que ya hemos alcanzado la orilla del imperio quiliasta3.

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    Somos hijos de Eichmann

    As le va a nuestro mundo. Y como a nosotros, sus habitantes, no nos es

    posible escondernos en un cuarto contiguo de la historia o escaparnos a unautpica poca pretcnica, esto significa evidentemente que, si nos entregamosa esta evolucin, perdemos necesariamente nuestra especificidad como sereshumanos; y esto en la misma medida en que aumenta la naturaleza maquinalde nuestro mundo. As pues, ya no ser posible retrasar el da en que serealice el imperio quiliasta del totalitarismo tcnico. A partir de ese da sloexistiremos como piezas mecnicas o como materiales requeridos por lamquina: en tanto que seres humanos, seremos eliminados. Por lo querespecta al destino de aquellos que ofrezcan resistencia a su co-maquinizacin,despus de Auschwitz no es difcil adivinarlo. stos no slo sern eliminadosen tanto que seres humanos, sino materialmente. (O acaso no deberamos

    decir, al contrario, que ellos sern eliminados precisamente en tanto queseres humanos? Pues vern estos seres humanos su fin precisamenteporque habrn intentado seguir viviendo en tanto que seres humanos?)

    El parecido de este amenazador imperio tcnico-totalitario con el monstruosoimperio de ayer es evidente. Naturalmente, esto parece provocador, pueshemos adquirido la dulce costumbre de considerar el imperio que hemosdejado atrs, el tercer Reich, como un hecho nico, errtico, como algoatpico en nuestra poca o en nuestro mundo occidental. Pero este hbito,evidentemente, no sirve como argumento, esta actitud no es ms que unaforma de cerrar los ojos. Puesto que la tcnica es hija nuestra, sera tancobarde como estpido hablar de la maldicin que le es inherente como si stase hubiera colado casualmente en casa por la puerta trasera. Esta maldicin esnuestra maldicin. Puesto que el imperio de la mquina procede poracumulacin, y puesto que el mundo de maana se globalizar y sus efectos loabarcarn todo, propiamente hablando la maldicin se halla todava antenosotros. Es decir: hemos de esperar que el horror del imperio por venir eclipseampliamente el del imperio de ayer. No cabe duda: cuando un da nuestroshijos o nuestros nietos, orgullosos de su perfecta co-maquinizadn, desde lasalturas de su imperio quiliasta bajen la mirada hacia el imperio de ayer, el asllamado tercer Reich, sin duda ste slo se les antojar un experimento

    provinciano, que, pese a su enorme esfuerzo por ser maana el mundoentero, y a su cnico exterminio de lo no utilizable, no logr mantenerse en pie.Y, sin duda, en lo que all sucedi no vern otra cosa que un ensayo generaldel totalitarismo, ataviado con una necia ideologa, al que la historia universalse aventur prematuramente.4

    Obviamente, an no hemos llegado tan lejos. An sera demasiado pronto paraafirmar que hoy ya se nos fuerza a no ser ms que piezas de una mquina,materia prima o mero desecho virtual; o que se nos obliga a ver a nuestroprjimo como tal cosa o a tratarlo de ese modo; o que a quienes ofrecenresistencia se los desprecia como algo que no vale nada o se los aniquila.

    Todava no hemos acabado, todava no ha llegado la ltima noche. Sinembargo, ya es demasiado tarde para poner en duda que nos dirigimos hacia

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    esa noche, o mejor dicho, hacia el alba del totalitarismo maquinal, paradudar de que hoy nos hallamos ya en su campo de gravitacin; de que estasafirmaciones sobre el maana se tornan da a da ms verdaderas. Tambinlas tendencias son hechos. Un solo ejemplo basta para demostrarlo.

    El actual armamento nuclear. Qu significa ste?

    Que, con toda la naturalidad del mundo, a millones de nosotros se nos empleapara co-preparar la posible liquidacin de poblaciones, tal vez incluso de lahumanidad entera, para co-realizarla en caso de conflicto; y que estosmillones aceptan y desempean esosjobs con la misma naturalidad con la quese les ofrecen o se les asignan. As pues, la situacin actual se parece a la deantao de la forma ms terrible. Lo que cabe decir de entonces, a saber: quelos empleados desempeaban concienzudamente sus funciones porque ya no se vean a s mismos ms que como piezas de una

    mquina; porque interpretaban incorrectamente la existencia de sta y su buen

    funcionamiento como su justificacin; porque eran prisioneros de sus trabajos especializados, y por tanto

    estaban separados del efecto final por mltiples muros; porque la enorme magnitud de ste les haca incapaces de

    representrselo; y porque, en virtud de la mediacin de su trabajo, eranincapaces de percibir las masas de seres humanos a cuya liquidacincontribuan;

    o porque, al igual que su padre, se aprovecharon de esta incapacidad;todo esto tambin es vlido hoy. Y tambin lo es y esto es lo que torna

    completa la similitud entre la situacin actual y la de entonces, el que quienesse resisten a participar, o desaconsejan a otros su participacin, se conviertende inmediato en sospechosos de alta traicin.

    No importa si todava u otra vez, todo esto es tambin vlido hoy.

    Se da usted cuenta, Klaus Eichmann? Se da cuenta de que el llamadoproblema Eichmann no es un problema de ayer? De que no pertenece alpasado? De que para nosotros y, al decir esto, en verdad slo puedo excluira muy pocos no existe en absoluto ningn motivo para mirar con arroganciael pasado? Se da cuenta de que todos nosotros, exactamente al igual que

    usted, nos enfrentamos a algo que nos resulta demasiado grande? De quetodos rechazamos la idea de lo que resulta demasiado grande para nosotros yde nuestra falta de libertad ante l? Se da usted cuenta de que todos nosotrossomos igualmente hijos de Eichmann? O al menos hijos del mundo deEichmann?

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    El nuevo padre es el mismo que el viejo

    Pero la semejanza entre usted y nosotros es mucho ms profunda. Recordar

    que al comienzo de mi carta he evocado el peor momento de su vida, aquel enel que usted tuvo que enterarse de que su nuevo padre, el hombre que enAmrica haba hecho las veces de su padre, y que posteriormente, en los aosde vida familiar, borr completamente con su presencia la imagen ya vaga desu primer padre, ese hombre no era otro que este mismo primer padre. Nopuedo decir que al escribir estas palabras yo comprenda ya el verdadero signi-ficado de aquel instante. Crea estar hablando ms bien de una experienciatotalmente particular, de una experiencia que slo usted pudo haber tenido; yprobablemente tambin ustedcrea lo mismo. Pero los dos nosequivocbamos. Pues ahora es evidente que sta su experiencia es una deesas cosas por las que usted es un smbolo para nosotros, que tambinnosotros tenemos una experiencia muy similar, o al menos deberamos tenerla.Pues, durante las dos ltimas dcadas, tambin nosotros vivimos creyendo queel monstruoso mundo de ayer, del que procedemos, lo habamos dejado atrs ysustituido por otro. Y tambin nosotros debemos constatar que hemos sidovctimas de una ilusin: quien haba ocupado entre nosotros el lugar delpadre es idntico al padre que haba imperado dos dcadas atrs. O dichode otro modo: lo monstruoso no slo ha sido, sino que ha habido un preludio;Auschwitz ha marcado nuestra poca, y lo que all sucedi podra repetirsecada da. Tras las reflexiones que hemos hecho, usted entender que con estepronstico no quiero decir simplemente que ste o aquel gobierno seansospechosos de secretos propsitos totalitarios, o que ste o el otro gobiernosean realmente totalitarios y que, por tanto, permita suponer que no seecharan atrs ante hechos como los de Auschwitz. Si fuera slo esto, aunqueparezca cnico decirlo, podramos respirar tranquilos: el peligro del queentonces se tratara sera siempre de naturaleza particular. Pero usted sabeque aquello a lo que me refiero es mucho ms general y funesto. Pues si hablode peligro, no es porque barrunte un totalitarismo poltico ac o all, sinoporque el totalitarismo tcnico, del que el poltico slo es un fenmenoderivado, nos sale al encuentro por todas partes. En una palabra: mi idea esque nuestro mundo, en su totalidad, se dirige al imperio quiliasta de lamquina; y que nuestra transformacin en piezas mecnicas en virtud de esta

    evolucin progresa constantemente. Si esta tesis es cierta, si es verdad que lapresin ejercida por el proceso de maquinizacin se acrecienta da a da y quecada vez est ms prximo el imperio de la mquina total, evidentemente yano puede decirse en absoluto que hayamos dejado atrs los das de lomonstruoso. E igual de insuficiente es entonces admitir, complacindonos en elpecado (lo que hoy pasa por ser un mrito moral), que tampoco nosotroshemos logrado salir del todo del mal, o al menos no todos nosotros, y quetambin nosotros seguimos tal vez estando expuestos a la tentacin decooperar en la produccin de lo monstruoso, o al peligro de participar en supadecimiento. Esto no es slo insuficiente, es un engao ataviado con vanidad.Pues qu significa tambin nosotros? O tambin nosotros todava?

    Somos acaso los raros y ltimos retardatarios de la poca de las mquinas,an no totalmente desinfectados de las monstruosidades de ayer? No, al

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    contrario. Si ayer se produjo lo monstruoso, no fue porque ayertodava exista,sino, al contrario, porque ayerya exista; fue, pues, porque los de ayer han sidolos precursores de nuestro monstruoso mundo de hoy y de maana. Puestoque la maquinizacin del mundo, y a travs de ella nuestra co-maquinizadn,avanza desde ayer de la forma ms temible, es ciertamente indiscutible. Pero

    con esto se est diciendo tambin que nosotros, aun cuando hoy reine la calmay el placer puro de la cultura, estamos mucho ms expuestos al peligro deconvertirnos en cmplices o vctimas de la mquina de lo que lo estuvieron losde ayer. No nos dejemos adormecer por la calma actual. Es engaosa. Es unmomento de calma entre dos tempestades, el sueo que el mundo monstruosopuede permitirse entre las monstruosidades de ayer y de maana. Maanamismo podra volver a desatarse la tempestad. Y pasado maana podra volvera suceder que, si a la mquina se le antoja oportuno, vuelva a emplearnoscomo personal de servicio o a convertirnos en vctimas de sus objetivos de ex-terminio. En cualquier caso como vctimas.

    No, no nos hagamos ilusiones, Klaus Eichmann. Por ms inofensivas quepuedan parecer las mscaras de nuestros segundos padres y muchas deestas mscaras muestran incluso la ancha sonrisa bondadosa de los padres dela era del bienestar, el rostro que se oculta tras ellas es y sigue siendo elviejo rostro de nuestro primer padre. El rostro monstruoso. Con esto no digo,naturalmente, que las mscaras de hoy sean exclusivamente las de hipcritaso impostores. De la mayora de ellos cabe decir, por el contrario, que jamshan visto su verdadero rostro reflejado en un espejo, que estn convencidos desu identidad con los rostros que se les ha colocado y de no tener ningn otro.Pero esto no mejora la situacin, sino que, por el contrario, incluso la empeoraPues no hay nada peor que el hecho de que hasta los poderosos, y no slo losdesposedos, sean vctimas de ideologas. Y nada ms funesto que el que laregla el actor desconoce su propia accin sea tambin vlida para aquellosque, desde sus posiciones dominantes, co-dirigen la fatalidad; y no slo paranosotros, los millones de personas a los que se nos encamina al encuentro dela misma

    Ya ve, Klaus Eichmann: lo que a usted le ha ocurrido, esto mismo nos ocurretambin a nosotros. Como usted, tambin nosotros hemos depositado nuestraconfianza en nuestro segundo padre. Y, como usted, tambin nosotroshemos dado despus, sin darnos cuenta, un voto de confianza a nuestro primer

    padre. Como usted. Necesita argumentos ms fuertes para convencerse deque usted es uno de nosotros?

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    La oportunidad

    Qu le parece todo esto, Klaus Eichmann? Seguramente se negar a

    responder que es consolador. Y no estara usted muy desacertado. Pues laidea de no estar solo, de no ser el nico que est bajo una maldicin, y laconciencia de abandonar su propia caverna no para salir al aire libre, sino paraentrar en otra, en la caverna de nuestra miseria, no pueden traer consueloalguno. Y sin embargo, entrar en esta caverna mucho ms vasta y encontrarsecon los miembros de su familia Eichmann, ahora mucho ms extensa, con losmillones de personas a los que en todo momento se les podra exigir algosimilar a lo que se le exige a su padre, y a los que en todo momento podraocurrirles algo similar a lo que le ha ocurrido a usted, a saber: convertirse enverdaderos hijos de Eichmann, esto es, sin embargo, mejor que refugiarse enla estrechez de su propia miseria. Por qu? Con esta pregunta llego a mi

    consideracin final.

    Probablemente, tambin usted habr odo que en esta caverna ms vasta digamos tranquilamente: en casi todos los pases de la tierra hay unmovimiento de personas que luchan contra el principio Eichmann de nuestromundo. Es el movimiento de los adversarios del armamento nuclear. (Aadirque de este armamento cabe decir lo mismo que hemos dicho anteriormentede las mquinas, a saber: que una vez presente, sigue acumulndose, sinpreocuparse de sus efectos inimaginables, aadir esto resulta superfluo: lahistoria de las dos ltimas dcadas ha sido, en gran medida, la historia de estaacumulacin.)

    Pues bien, a este movimiento contra el armamento nuclear se han adheridopersonas de todos los pases y capas sociales: tanto clrigos britnicos comocientficos rusos, tanto japoneses como alemanes, tanto estudiantes comotrabajadores todas las diferencias y las lneas divisorias de ayer carecen yade sentido. Lo importante es que se ha comprendido lo que actualmente esten juego: que, de repetirse hoy lo que sucedi hace veinte aos, el mundoentero podra convertirse en un campo de exterminio; y que esta catstrofe,que es perfectamente posible, de poder evitarse, slo se soslayara si todosaquellos que maana podran estar entre los encargados de aniquilar o entre

    los aniquilados se opusieran apasionada y resueltamente a esta evolucin.Ninguno de nosotros olvida Auschwitz o Hiroshima. Por eso podemos afirmartranquilamente que este movimiento, aunque hasta hoy slo pertenecen a lunos millones de personas, es decir, una parte de la poblacin humana, esrepresentativo de toda la humanidad; que sin duda es representativo de lacausa de la humanidad: de su supervivencia.

    Y he aqu mi propuesta, Klaus Eichmann. Hasta creo que esta propuestapodra representar en las muchas pginas de esta carta todava no me heatrevido ni una sola vez a pronunciar esta palabra una oportunidadparausted. Imagnese, Klaus Eichmann, lo que significara que ustedse sumara a

    este movimiento contra el exterminio de la humanidad; que usted, que haexperimentado en su propia carne lo que significa ser hijo de Eichmann, se

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    dirigiera a los dems hijos de Eichmann para advertirles. Seguramente, en unprimer momento rechazar esta idea. Un Eichmann para la paz?, sepreguntar, para que se burlen de m?. Quin se burlara, KlausEichmann? Quines sino los ms ruines?

    E incluso de tener usted razn, de haber esta gente ruin que seguramente lahay, debera ustedhacer caso de ellos? No, la nica respuesta vlida, ysobre todo la nica respuesta vlida frente a estos burlones, sera:Precisamente, un Eichmann!. Y mi idea no es en absoluto tan absurda.Pues ya hay ejemplos. Ya se ha dado el caso de antiguos hijos deEichmann, hombres que participaron en las monstruosidades de ayer, queahora, cuando han comprendido que lo que sucedi no debe volver a sucederbajo ningn concepto, se han adherido a nuestro movimiento. Por qu habrade faltarle a usted el valor que tuvieron estas personas para dar este paso?Imagnese qu oportunidad, y no slo para usted, sino tambin para nosotrosy esto significa: para todos, representara el que se decidiera a hacerlo.

    Para usted, porque saldra de una vez del crculo infernal de su origen yborrara la mcula que inmerecidamente lleva consigo. Puesto que usted como ya he subrayado desde el principio no ha merecido esta mcula,naturalmente tampoco nadie tiene derecho a privarle de borrarla con su burla.Pero, por otra parte, usted tampoco tendra derecho a omitir, por miedo a laburla, ese paso que tal vez apruebe en sus adentros. Y ello tanto menos cuantoque su contribucin sera una contribucin muy especial, una contribucin quepodra ser mucho ms importante que la que los mejores de nosotrospodramos hacer. Con esto quiero decir que en relacin con nosotros, que a finde cuentas slo somos hijos de Eichmann en sentido figurado, usted ocupa unaposicin especial; que usted es una parte del horror; que, si la advertenciacontra el mundo de Eichmann saliera de su boca, de la boca del verdadero hijode Eichmann, el mundo escuchara con el alma en vilo y dara ms crdito a loque usted dijera que si esto mismo saliera de nuestra boca. La maldicin bajola que ha vivido hasta hoy podra transformarse en bendicin.

    Esto es, pues, Klaus Eichmann, lo que quera decirle para terminar. Usted tieneuna oportunidad. Ciertamente, slo tiene sta. Pero es una gran oportunidad.Piense bien si usted est dispuesto a dejar pasar la gran oportunidad de suvida.

    Suyo,GNTH