No.38 Campo conurbado

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TEMA DEL MES TEMA DEL MES 20 de noviembre de 2010 • Número 38 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Suplemento informativo de La Jornada Migrantes El derecho de quedarse Guerrero XV años de policía comunitaria

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Los edificios tienen cimientos, las ciudades –como los árboles– tienen raíces. Raíces rurales. La red que interconecta por el ciberespacio los nudos urbanos del planeta es la dimensión horizontal de las ciudades modernas, pero hay también una dimensión vertical que las vincula con sus orígenes. Simultaneidad informática y genealogía histórica, velocidad y parsimonia, espacio y tiempo, son las dualidades que nos hacen a la vez cosmopolitas e identitarios. La ciudad se alimenta de los sedimentos culturales acumulados en el lugar donde hunde sus raíces pero también de la cultura de los avecindados: inmigrantes que llevan consigo olores y sabores de sus lugares de origen. La ciudad es remolino, hoyo negro, sumidero que compila y amalgama la diversidad

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TEMA DEL MESTEMA DEL MES

20 de noviembre de 2010 • Número 38

Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver

Suplemento informativo de La Jornada

Migrantes

El derecho

de quedarse

Guerrero

XV años

de policía

comunitaria

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La Jornada del Campo, suplemento mensual de La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Me-dios, SA de CV; avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, delegación Benito Juárez, México, Distrito Federal. Teléfono: 9183-0300.Impreso en Imprenta de Medios, SA de CV, avenida Cuitláhuac 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, delegación Azcapotzalco, México, DF, teléfono: 5355-6702. Reserva de derechos al uso exclusivo del título La Jornada del Campo en trámite. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin la autorización expresa de los editores.

Suplemento informativo de La Jornada 20 de noviembre de 2010 • Número 38 • Año IV

Los edificios tienen cimientos, las ciu-dades –como los árboles– tienen raí-ces. Raíces rurales. La red que inter-conecta por el ciberespacio los nudos

urbanos del planeta es la dimensión horizon-tal de las ciudades modernas, pero hay tam-bién una dimensión vertical que las vincula con sus orígenes. Simultaneidad informática y genealogía histórica, velocidad y parsimonia, espacio y tiempo, son las dualidades que nos hacen a la vez cosmopolitas e identitarios.

La ciudad se alimenta de los sedimentos cul-turales acumulados en el lugar donde hunde sus raíces pero también de la cultura de los avecindados: inmigrantes que llevan consigo olores y sabores de sus lugares de origen. La ciudad es remolino, hoyo negro, sumidero que compila y amalgama la diversidad.

En náhuatl, México significa en el ombligo de la luna: un ombligo que no atrae pelusas multicolores sino que convoca multiplicidad humana. Terruño de terruños, el defe es cal-dero de culturas cuyo origen es directa o indi-rectamente rural.

Delgada es la capa de asfalto que separa del México profundo a los chilangos imaginarios, como delgada es la capa de cultura urbana que recubre nuestra entrañable cultura rural. La imagen es socorrida pero cierta: en esta ciudad de ciudades con poco que escarbes encuentras huesos, tepalcates, monolitos, pi-rámides…; pero también consejas, leyendas, mitos ancestrales…

Las brujas de Parres que salen de noche a espantar cristianos y chupar criaturitas, des-piden por las axilas una luz verde, como de semáforo. Eso me platica el taxista, un vecino de San Andrés, que tiene familia en El Guar-da, como le sigue diciendo a Parres. “¿Baja a México?”, le había preguntado al abordarlo. Él abrió la puerta asintiendo y apenas subí se soltó hablando de las brujas del rumbo que además de aluzar verde son ahorrativas pues cuando salen con sus escobas a revolotear lle-van sólo la parte superior del cuerpo.

Rústicas historias que aún se cuentan en los pueblos de Tlalpan pese a que allí son esca-sos los sembradíos y pocos hablan lengua. En cambio numerosos milpaltenses viven aún de las nopaleras y hace unos meses, en la inaugu-ración de la Casa del Movimiento en Defensa de la Economía Popular, la maestra que nos recibió se soltó un discurso en náhuatl. Un poco más arriba, en San Pablo Oztotepec, don-de Zapata tenía cuartel, se habla de Miliano,como de un vecino que se acaba de ausentar.

Y es que en las delegaciones del sur y el po-niente aún se hace milpa. En cambio los veci-nos del centro han sido por generaciones gente

de banqueta. Lo que no impide que domingo a domingo los avecindados rurales llegados a México de toda la República, conviertan la aristocrática Alameda en bulliciosa plaza de pueblo donde van a echar novio o novia mien-tras celebran a los juglares, se emboban con los merolicos y comen tamales, huaraches, es-quites o siquiera una nieve de limón.

Pero si caminas hasta el Zócalo, la patria de López Velarde deja paso al México ancestral: concheros renegridos bailando al ritmo del huehuetl y el teponaxtle, curanderos y yerbe-ras que ramean y hacen limpias en medio de humos de copal.

La ciudad colonial con un centro reservado a los españoles y la ciudad porfirista vitrina del progreso afrancesado, le hacían feos a la indiada. Pero durante el siglo XX, tomada por inmigrantes provincianos muchos de ellos campesinos, la capital deviene congregación multicolor donde reverdecen el habla, los usos y el imaginario del México pueblerino. Diversidad entreverada donde la plebe y el mediopelo urbanos conviven en buen plan con el avecindado paisanaje rural, mientras la aristocracia del dinero se amuralla en frac-cionamientos exclusivos: feudos rodeados por la otra ciudad: el defe prángana, la urbe irre-denta del peladaje.

Con 500 automóviles por cada vaca, 300 por cada borrego y 14 por cada gallina, la capital es un ámbito netamente citadino donde ape-nas a uno de cada mil habitantes se le puede considerar rural. En cuanto a la economía, sólo cinco de cada mil chilangos se ocupa en el sector primario y sólo uno de cada mil pe-sos que se generan proviene de la agricultura. Y sin embargo el defe urbano depende vital-mente del defe rural.

Como sucede en el plano nacional, la mini-mización del campo chilango es un espejis-mo. Un espejismo peligroso pues lleva a sub-estimar la importancia de un territorio que ciertamente sólo ocupa al 0.5 por ciento de la población económicamente activa y sólo genera el 0.1 del producto interno bruto, pero del que dependen el aire, el agua y el clima de la metrópoli, así como su paisaje y su cultura.

En Xochimilco se siembran hortalizas, hay una cuenca lechera, y ahí y en Tláhuac se cultivan plantas de ornato, mientras que en Milpa Alta se produce nopal y en Tlalpan forraje. De estos módicos aprovechamientos agropecuarios, llama la atención el nopal, no sólo porque al generar ingresos anuales por al-rededor de 500 millones es una actividad eco-nómicamente relevante, sino también porque documenta la capacidad de los pueblos del sur para resistir con relativo éxito la arrasado-ra expansión de la mancha urbana.

Y han resistido a la ciudad utilizando a la ciudad, no dándole la espalda en un imprac-ticable ensimismamiento autárquico, sino aprovechando las “ventajas comparativas” que les dan sus condiciones agroecológicas y sobre todo su privilegiada ubicación junto a las ávidas fauces del monstruo.

Un cultivo ancestral de talante campesino, pues se siembra en pequeña escala, es inten-sivo en mano de obra y no demanda dema-siados agroquímicos ha sido –con el mole de San Pedro Atocpan– la clave de la preserva-ción del territorio y las formas de vida de la única delegación del sur donde los originarios siguen siendo mayoría. Y es que la fuerza de nuestras comunidades agrarias no proviene sólo del maíz, el autoconsumo y la autarquía, se finca también en la lucha por ofertar con prestancia su producción comercial. Así, los náhuatl de Milpa Alta hicieron del nopal-verdura y de la insoslayable cohabitación con la megalópolis la piedra de toque de su excepcional resistencia a la asimilación y la aculturación.

Cuestión importante porque dramatiza la ne-cesidad de redefinir la relación entre el Méxi-co urbano y el México rural, la urgencia de un nuevo acuerdo entre la ciudad y el campo.

Para que los pueblos del sur puedan persistir y continuar siendo los guardianes del campo defeño y de los ecosistemas indispensables para la sobrevivencia de la capital, hace fal-ta que los chilangos urbanos y los chilangos rurales lleguemos a un nuevo pacto. Un apa-labramiento inédito por el que los capitalinos de banqueta nos comprometamos no sólo a pagar bien los nopales y el mole de Milpa Alta, también a reconocer, ponderar y retri-buir las múltiples aportaciones ambientales, sociales y culturales de los polifónicos pue-blos del sur. Porque el jardín milenario que son las chinampas de Xochimilco y Tláhuac, no sobrevivirá para siempre de la venta de plantas, verduras y servicios recreativos do-mingueros si no las reconocemos como tales y si no asumimos su preservación como asun-to de Estado, como asunto de todos.

Los gobiernos derechistas del edomex se em-peñan en jalar a su territorio el vórtice demo-gráfico de la urbe induciendo el doblamiento irracional de los municipios conurbados. Que con su esmog y su estrés hídrico se lo coman. En cambio la capital gobernada por la iz-quierda debe trabajar en la preservación de la condición rural de la mayor parte de su terri-torio, debe trabajar por que el defe sea cada vez menos ciudad y más campo.

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Luciano Concheiro Subcoordinador

Enrique Pérez S.Lourdes E. RudiñoHernán García Crespo

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Elena Álvarez-Buylla, Gustavo Ampugnani, Cristina Barros, Armando Bartra, Eckart Boege, Marco Buenrostro, Alejandro Calvillo, Beatriz Cavallotti, Fernando Celis, Luciano Concheiro Bórquez, Susana Cruickshank, Gisela Espinosa Damián, Plutarco Emilio García, Francisco López Bárcenas, Cati Marielle, Brisa Maya, Julio Moguel, Luisa Paré, Enrique Pérez S., Víctor Quintana S., Alfonso Ramírez Cuellar, Jesús Ramírez Cuevas, Héctor Robles, Eduardo Rojo, Lourdes E. Rudiño, Adelita San Vicente Tello, Víctor Suárez, Carlos Toledo, Víctor Manuel Toledo, Antonio Turrent y Jorge Villarreal.

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Los árboles capitalinosEl ahuehuete –nombre náhuatl que signifi ca “viejo del agua”– es un árbol que tiene estrecha relación con ríos, lagos y manantiales, y ha sido protagonista de la histo-ria de México (aparece en el relato de la Noche Triste, cuando Hernán Cortés lloró después de perder una batalla contra los mexicas. Esto, ocurrido en Popotla). En la Ciudad de México el más antiguo de estos árboles se encuentra en el Bosque de Chapultepec, con 800 años de existencia. Otros árboles característicos de la Ciudad de México son el fresno, la jacaranda, el colorín, el pino, el trueno, el eucalipto, el ce-dro blanco el liquidámbar, el ciprés, el laurel, el álamo pa-leado o blanco y la palmera o palma Fénix.

Suelo de conservación

A pesar de ser una de las más grandes del mundo, la man-cha urbana de la Ciudad de México ocupa sólo la mitad del territorio del Distrito Federal. El restante corresponde a 87 mil 294.36 hectáreas de suelo de conservación (zonas ver-des), asentadas en nueve de las 16 delegaciones políticas, que proporcionan a la ciudad bellos paisajes, pero también bienes y servicios ambientales, imprescindibles para asegu-rar la sustentabilidad de la metrópoli. Entre estos servicios –que proporcionan parques, ejidos, comunidades, cerros y bosques– están el sostén de la biodiversidad, la recarga del acuífero y el mejoramiento de la calidad del aire, además de la producción de alimentos.

ÁREAS NATURALES:Sierra de Guadalupe

Sierra de Santa CatarinaEjidos de Xochimilco

Bosque de TlalpanParque Ecológico de la Ciudad de México

Los Dínamos

PARQUES NACIONALES:Cumbres del Ajusco

Desierto de los LeonesCerro de la EstrellaFuentes Brotantes

El Histórico CoyoacánLomas de Padierna

El Tepeyac

ÁREAS DE VALOR AMBIENTAL:*BOSQUES URBANOS

14. Bosque de Chapultepec15. Bosque de San Juan de Aragón

16. Ciudad Deportiva Magdalena Mixiuhca17. Cerro Zacatépetl

18. Bosque de San Luis Tlaxialtemalco

*BARRANCAS19. Tarango

20. El Zapote21. Río Becerra Tepecuache

22. Vista Hermosa23. La Diferencia

El origen de la ciudad

A la llegada de los españoles a la Gran Tenochtitlan, las poblaciones de Tenochtitlan, Tlatelolco y Nonoalco, con 200 mil habitantes, estaban asentadas sobre islas naturales primitivas que ya formaban una extensa metrópoli , a base de chinampas y rellenos. El acceso a la ciudad se hacía ge-neralmente por agua, pero había varias calzadas, de hasta siete metros de ancho, que la comunicaban con tierra fi rme. Las principales, fabricadas con piedra y con una extensión que llegaba a los ocho kilómetros, partían del centro cere-monial en dirección a las orillas norte (Calzada Tepeyac), oeste (Calzada Tacuba) y sur (Calzada Iztapalapa) del lago. La primera urbe de la Gran Tenochtitlan fue fundada en un pequeño islote durante el período de Moctezuma I.

Venas húmedas

Una veintena de ríos que descendían del cerco montañoso del sur y del poniente alimentaba los lagos sobre los que se asenta-ba la Gran Tenochtitlan –que en conjunto sumaban más de dos mil kilómetros cuadrados–. Estos ríos fueron las primeras venas húmedas de la ciudad, y hoy sirven como cauce subyacentes de las principales vialidades del Distrito Federal. Aunque el agua haya sido gradualmente sustituida por el concreto, algunas de las grandes avenidas, como el Canal de La Viga subsistie-ron como vías fl uviales a cielo abierto hasta mediados del siglo XX. Hoy los únicos dos ríos que corren a cielo abierto todavía son el Magdalena y Eslava, juntos cubren una trayectoria de 41 kilómetros e infl uyen en la vida de más de cien mil personas; vinculan a cinco delegaciones al sur de la ciudad: Cuajimalpa, Magdalena Contreras, Tlalpan, Álvaro Obregón y Coyoacán.

FUENTE: Metrópolis, libro editado por la Secretaría de Obras y Servicios Públicos del gobierno de la Ciudad de México, 2009.

FRESNO

COLORÍN

TRUENO

CEDRO BLANCO

CIPRÉS

ÁLAMO BLANCO

JACARANDA

PINO

EUCALIPTO

LIQUIDÁMBAR

LAUREL

PALMA FÉNIX

Cart ograf ía chilanga

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20 de noviembre de 20104

Lourdes Edith Rudiño

La Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades

(Sederec) del gobierno del Distrito Federal (DF) adelantó que en 2011 pondrá en marcha un programa de apoyos por hectárea a toda la superficie agrícola de la capital, esto es para 30 mil hectáreas en manos de 33 mil productores. El requisito para el pago es que los campesinos mantengan su tierra en la producción agrícola

A fines de 2010 se formalizará este programa y se definirán sus presupuestos y cuotas, y a decir de la titular de la Sederec, María Rosa Márquez, el apoyo no sólo premiará el aporte campesino al medio ambiente –“que ya es mucho”–, sino también el esfuerzo de ofrecer alimentos y de contribuir a garantizar el abasto a la ciudad, si bien es cierto que la producción local es insufi-ciente, dada la magnitud de la metrópoli.

El programa representará una especie de “anti Procampo”, según acepta la funcio-naria, pues el Procampo, nacido en 1994, tuvo el propósito inicial de desestimular la producción de granos en las zonas donde su-puestamente éstos no eran rentables.

“Por los resultados que hemos tenido en el campo de nuestro país, vemos que las polí-ticas que se han estado impulsando no han sido precisamente las mejores.”

Señaló que con este programa también habrá una reconceptualización, porque tradicio-nalmente se habla de suelo de conservación y suelo urbano en la capital, pero no se dife-rencia el suelo agrícola. Ahora se incorporará este concepto. “Lo que queremos es respon-der a las necesidades concretas de la gente en

el DF. Son productores pequeños, con una gran necesidad de respuestas concretas e in-mediatas para enfrentar esta gran presión del crecimiento urbano, y su trabajo debe ser re-conocido (...) Queremos que no se siga dejan-do de producir estas hectáreas, que no se siga abandonando el campo, al tiempo que (con programas específicos por producto) también tratamos de elevar la calidad, la producción por hectárea y dar mayor valor agregado”.

La funcionaria especificó los programas que desarrolla en cultivos donde la Sederec ve potencial. En el caso del maíz, al echar a andar la Sederec “vimos que la producción de maíz venía a la baja no sólo en hectáreas, sino también en producción. De 15 años a la fecha bajó de diez mil a tres mil 600 hec-táreas, y el rendimiento era de tonelada y medio en promedio. La Sederec brindó apo-yo a los productores involucrando el uso de semillas criollas y la participación del Insti-tuto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap) para mejorar los maíces con insumos orgánicos y para mejorar los suelos, y ello permitió frenar la caída e incluso elevar la producción a cinco mil 600 hectáreas y se elevó el rendimiento a tres toneladas por hectárea. Esto, al margen de que por decreto el gobierno del DF im-pide tajantemente la siembra en el Distrito Federal de maíces transgénicos desde 2009.

En cuanto al nopal-verdura de Milpa Alta, la Sederec observó la excesiva variabilidad de los precios, con una depreciación pronun-ciada en la etapa de mayor producción, en mayo, que hace que incluso se pierda una gran parte pues resulta más alto el costo de su transporte que la ganancia, y entonces la Secretaría impulsó un proyecto donde apoya con recursos públicos del gobierno del DF y federales (de la Secretaría de Agricultura) la

instalación de una planta para procesadora con tecnología desarrollada por el Politéc-nico Nacional, con capacidad para captar la mitad de la producción milpaltense. Hoy día sólo se transforma tres por ciento de la producción del nopal en cremas, jabones, champús, jugos, jalea, etcétera. El grupo beneficiario de los apoyos se constituyó en torno al centro de acopio del nopal en Villa Milpa Alta, donde se comercializa el 70 por ciento de esta verdura de toda la delegación.

En cuanto al amaranto, la entrevistada desta-có que la Sederec busca impulsar este culti-vo en Tulyehualco, Xochimilco, como parte de la campaña para recuperar nuestra comi-da tradicional y para inducir que se consuma en las escuelas en sustitución de comida cha-tarra, a fin de combatir la obesidad infantil. Sobre todo porque hay condiciones para que los productores puedan abastecer directa-mente, sin intermediarios, este alimento que es nutritivo y con precios muy accesibles. Las

cooperativas de algunas escuelas ya están comprando. Nueve grupos familiares de pro-ductores se han asociado con una empresa familiar que ha logrado garantizar calidad, presentación e inocuidad. “Estamos impul-sando marcas colectivas”, por ejemplo “Ama-ranto de Tulyehualco”, pero conservando las sub-marcas de cada empresa familiar.

La funcionaria dijo que existen hoy apenas 60 hectáreas produciendo amaranto (según da-tos de 2005). “Queremos actualizar los datos y elevar la superficie y la producción, además de que los productores le den valor agregado embolsándolo”, porque la demanda de la po-blación del DF así lo requiere. Hoy el abasto se completa con producción de otros estados, como Morelos, Puebla y Tlaxcala.

Lourdes Edith Rudiño

La Ciudad de Méxi-co no es sinónimo sólo de asfalto, au-tos y segundos pi-

sos. El 59 por ciento de su territorio, esto es 88 mil hectáreas, corresponde a suelo de conser-vación y dentro de ello, 30 mil hectáreas están siendo cultivadas actualmente. Pero además este espacio, presente en nueve delegaciones políticas, alberga a la mayor parte de los 145 pueblos originarios que existen en el país y a gran parte de los emigrantes indígenas (que implican 58 de los 62 grupos lingüísticos exis-tentes en el país), lo cual confiere a la metrópo-li la característica de megadiversidad cultural.

Así, afirma María Rosa Márquez, titular de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec) del gobier-no capitalino, “no sólo debemos reconocer, sino defender la continuidad de este suelo de conservación y productivo, pues no se puede concebir un futuro para la Ciudad de Méxi-co sin el suelo rural (...) que está sirviendo de sustento para la viabilidad ambiental y cul-tural de la ciudad y la zona metropolitana.

“Debemos dar incentivos a la actividad de esta zona que es un cinturón de vida para hacerla rentable a favor de los pueblos y los

campesinos, pues mucha de la presión del avance urbano tiene que ver con la presión que representa para los pueblos el estar man-teniendo esas tierras si no resultan rentables (...) la gente va vendiendo, va rentando, va heredando, va cambiando su uso original”.

En entrevista, la funcionaria afirma que el campo de la Ciudad de México presenta ca-racterísticas positivas que deberían brindarle viabilidad. Uno, que aun cuando las unida-des de producción son pequeñas –entran en el concepto de minifundio– el enorme mer-

cado que representa el Distrito Federal les da la oportunidad de comercializar sus cose-chas. Además los campesinos tienen muy a la mano a la mayor parte de instituciones de educación superior para buscar apoyo técni-co, asesoría y alternativas para su producción.

Un elemento más es que la gente joven del campo ha tenido en muchos casos la opor-tunidad de estudiar, de alcanzar carreras universitarias –lo cual los coloca educativa-mente en un nivel superior a la media de sus símiles en el campo nacional–, y “vemos

agrónomos, biólogos, químicos, que le ven potencial a sus tierra”.

También está el hecho de que hay poten-cial para el turismo rural –en unos cuantos minutos los capitalinos podemos estar en la zona chinampera de Xochimilco–. Y por último, se observa que la productividad agrí-cola en la Ciudad de México es mayor que el promedio nacional; las hortalizas de chi-nampas de Tláhuac y Xochimilco producen en tres o cuatro ciclos.

La funcionaria explica que la Sederec –que surgió en el gobierno actual de Marcelo Ebrard– tiene la función de cerrar la brecha entre lo urbano y lo rural de la ciudad, y por ello, y para impulsar la actividad agrícola, de-sarrolla varios programas orientados a los pro-ductos donde se observa potencial. Un caso es el programa de protección y conservación de las variedades nativas de maíz; otro es el de impulso al procesamiento del nopal-verdura de Milpa Alta, que es el principal cultivo del Distrito Federal, y otro más promueve buenas prácticas y envasado del amaranto, así como el impulso de su producción a fin de inducir su venta en las escuelas de la capital, consi-derando el gran valor nutritivo de este cereal.

–Pero hay muchas presiones que inducen a la urbanización de las zonas campesinas.

PREPARA LA SEDEREC UN “ANTI PROCAMPO”• Apoyar a los campesinos a cambio de que produzcan

Entrevista con María Rosa Márquez

INIMAGINABLE, LA

CIUDAD DE MÉXICO SIN

SU TERRITORIO RURAL

La Sederec brindó apoyo a los

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–Está claro, es la preocupación de mu-chos campesinos, de mucha gente de los pue-blos, y es mucha la presión, pero mi convic-ción y la decisión del gobierno al crear esta secretaría es que se tiene que defender esa tradición, esa cultura, ese aporte que están haciendo los agricultores (...) Sabemos que a veces sí actuamos a contra-corriente (...) Por lo tanto, tenemos un programa y una ley que se ha impulsado, donde la diversidad cultu-ral y étnica esté como eje del desarrollo de esta ciudad. Y eso implica el reconocimiento del aporte de los pueblos originarios del cam-po en la ciudad.

“El desarrollo de la sociedad o la moderni-dad de la ciudad no debe ser sinónimo de arrasar o eliminar el campo. Pero la sociedad tiene que saber valorar y reconocer esto para que lo defienda también. Debe saber cómo se

enriquece la ciudad no sólo en la cuestión am-biental, sino también en la cultural e histórica.

–Pero está la obra del metro en Tláhuac que es proyecto del gobierno de la Ciudad y que amenaza por la pérdida de la zona rural de esa delegación y de parte de Xochimilco.

–En el suelo de conservación no se pueden construir desarrollos habitacionales ni co-merciales. Y eso está en los planes de desa-rrollo y la normatividad reconoce eso. Sabe-mos que en la práctica están estos intereses,

las compras no formales, y allí es donde de-cimos que tiene que entrar la normatividad, que limita y reconoce que la ciudad ya no puede seguir creciendo desordenadamente. Por otra parte, la Sederec, junto con otras se-cretarías, como Medio Ambiente y Cultura, trabajamos para sensibilizar a la población, le damos a conocer lo mucho que enrique-ce esta parte de la ciudad en lo cultural, lo social, lo ambiental, para darle viabilidad a la ciudad. Y por último, debemos promover incentivos para la agricultura, y estamos tra-bajando en eso. Si la gente no tiene un in-

greso, no puede vivir dignamente de lo que produce en sus tierras, por más que haya la sensibilización y la normatividad.

“Sólo unidos, estos tres elementos servirán para contrarrestar la presión del avance urbano”.

Por otro lado, precisó que la Sederec na-vega muchas veces contra-corriente para atraer recursos públicos para el campo. Ex-plicó que el programa de Conservación y uso del Suelo para la Producción Primaria (Coussa), que es concurrente con la Secre-taría de Agricultura (Sagarpa) del gobierno federal, realiza una tarea muy importante en la construcción de ollas de captación, en muros vivos para hacer terraceos, a fin de conservar el suelo y evitar su deterioro y que permita la filtración del agua.

Pero el presupuesto del Coussa ha sido varia-ble. En 2008 se invirtieron 181.7 millones de pesos en este programa (140 millones de ellos del presupuesto del DF y el resto de Sagarpa), en 2009 fueron 142.9 millones, y para 2010 no se presupuestaron recursos, aunque la Sede-rec hizo gestiones y logró 32 millones (ocho millones del DF y el resto federal). La situa-ción ocurre porque los diputados no etiquetan los recursos, y entonces la titular de la Sede-rec, en compañía de campesinos debe hacer cabildeo intenso con los legisladores.

Iván Gomezcésar Hernández

De las 16 delega-ciones políticas que conforman el Distrito Fe-

deral, sin duda Milpa Alta es la que conserva mayormente un perfil campesino. Sus cien mil habitantes representan una pequeña fracción de los casi nueve millones de la capital y su eco-nomía está sustentada en las actividades agro-pecuarias, forestales y agroindustriales, con la producción y comercialización del nopal-verdura y el mole como las más importantes.

No acaban allí sus particularidades: es sin duda la región con menor desigualdad social, pese a que es evidente la prosperidad de al-gunos. La producción del nopal no está con-centrada: son negocios familiares basados en terrenos ejidales o comunales pequeños. Es notorio que no existe en la mayor parte de los pueblos la mendicidad; que los viejos y dis-capacitados son protegidos por sus familias, y que hasta ahora han tenido éxito en evitar, salvo el caso del pueblo de Tecómitl, el más urbanizado, la presencia de las grandes cade-nas comerciales que pululan en la ciudad.

Lo interesante es que atrás de esa realidad está la decisión de la mayoría de los milpaltenses de asumir su propio perfil y su propia vía de desarrollo. Milpa Alta, como toda la zona de influencia zapatista durante la Revolución,

quedó diezmada en sus habitantes y sus po-blados y campos prácticamente devastados. Lograron recuperarse con lentitud, pero no pudieron evitar que sus bases económicas quedaran expuestas a una competencia injus-ta y a políticas depredadoras, como la persecu-ción fiscal y supuestamente sanitaria contra el pulque, la depreciación del precio del maíz y, a partir de la concesión de sus bosques comu-nales a una compañía papelera, se les impidió hacer uso de los recursos forestales.

Todo ello puso en crisis el perfil campesino y la manera de ser tradicional de los pueblos. Fueron obligados a migrar muchos de ellos, y la perspectiva de ser arrollados por el creci-miento urbano se presentó como un comensal no deseado en la mesa de los campesinos. Pero la misma cercanía de la ciudad convertida en gran mercado y la capacidad que mostraron de convertir recursos culturales que siempre habían estado presentes en los pueblos, en un medio de subsistencia primero y luego en una vía propia, cambió las cosas. A partir de los años 40s y 50s del siglo XX, la producción del nopal-verdura con fines comerciales, gracias al éxito que tuvieron los primeros productores, se fue expandiendo. Así, sin apoyo de programas de fomento gubernamentales, sin crédito, casi sin maquinaria agrícola, con tecnologías pro-pias, con el uso extensivo de abono orgánico, el nopal conquistó la capital y permitió que muchos milpaltenses que vivían ya en la ciu-dad, se regresaran en un caso de recampesini-

zación único en la cuenca de México. Milpa Alta llegó a ser el principal productor nacional del nopal-verdura y sólo en últimas fechas ha sido rebasado por el vecino estado de Morelos, que ha seguido su huella.

Otro tanto sucedió con el mole. Fueron los buenos resultados que tuvieron los pioneros que retomaron un bien, el mole, que es parte de la tradición festiva de muchísimos pue-blos de México, lo que llevó a conformar una cooperativa y más adelante a los numerosos negocios privados que hoy existen y que dan vida a medio centenar de restaurantes y a una producción que cubre más allá de la ciudad de México. Un detalle que no deja de llamar la atención: de los 16 ingredientes que requiere el mole, ninguno es producido por la región, que se ha especializado en la molienda, la comercialización directa, el es-tablecimiento de restaurantes y la ya famosa feria del mole de San Pedro Atocpan, único pueblo que se dedica a esta labor.

Al encontrar un camino propio, los pueblos de Milpa Alta estuvieron en condiciones de realizar otra importante hazaña: enfrentaron, sobre todo a partir de 1974, a la compañía pa-pelera Loreto y Peña Pobre, que con apoyo gubernamental y aprovechando una disputa intercomunal, había establecido un poder in-cluso armado sobre los bosques comunales. El detonador fue el inicio de un gran proyec-to de urbanización de lujo en la zona boscosa,

que amenazaba con convertirse en un riesgo para el futuro del patrimonio comunal que les habían heredado los antiguos, como dicen sus títulos primordiales. Los campesinos mil-paltenses se unieron, retomaron antiguas fi-guras de representación indígena, y lograron, en una lucha que duró cerca de ocho años, derrotar a la papelera y sus aliados. Finalmen-te, la fuerza que encabezó esa lucha se tornó en la representación comunal, ahora colecti-va, integrada por representantes de cada uno de los pueblos con propiedad comunal.

Paralelamente se desató un proceso de resignificación cultural y política de corte indígena que tuvo como epicentro a Milpa Alta. El náhuatl, que había sido casi deste-rrado en la mayor parte de los pueblos, co-menzó a enseñarse de nuevo, y en especial en Tlacotenco ha encontrado espacio y de-sarrollo. No es de extrañar que la visita de los mil 111 integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1997 encontrara en esta región una gran acogida. El término pueblos originarios, que encierra una propuesta organizativa y política, y que hoy ha sido retomado por muchos pueblos del Distrito Federal, se generó en Milpa Alta y en el Primer Encuentro de Pueblos de la Ciudad de México, realizado en 1998, ya era un referente importante.

Con todo y lo logrado, no son pocas las di-ficultades que se enfrentan hoy. El creci-miento poblacional se ha disparado en las dos décadas recientes. La ampliación de la frontera del nopal, convertido en muchos lugares en monocultivo, puede poner en riesgo el equilibro ecológico. No ha sido re-suelto claramente el relevo generacional de la vieja guardia que encabezó la lucha por los bosques, y la dinámica impuesta por la vida política partidaria no ha logrado engar-zarse del todo con la antigua raíz de sus prác-ticas comunales. Las nuevas generaciones de los campesinos milpalteses, entre los que la formación universitaria es cada vez más fre-cuente, tienen ahora la palabra.

MILPA ALTA, LOS CAMPESINOS DE LA CAPITAL

se observa que la productividad

agrícola en la Ciudad de México

es mayor que el promedio

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Guadalupe Espinoza Sauceda

En el DF hay al-rededor de 100 núcleos agrarios entre ejidos y co-

munidades, pero muchos sólo existen jurídica-mente; no tienen tierras porque se las ha tra-gado la mancha urbana. Los núcleos agrarios están situados sobre todo en el sur, en las dele-gaciones de Tláhuac, Milpa Alta, Xochimilco, Cuajimalpa, Tlalpan y Álvaro Obregón.

Milpa Alta es uno de los principales pulmo-nes de la Ciudad de México que confiere via-bilidad ambiental a esta gran metrópoli. Ubi-cada al sur de la ciudad, es una comunidad agraria grande y una de las 16 delegaciones políticas que componen al Distrito Federal.

En la actualidad, la delegación de Milpa Alta se divide en 12 poblados, que son: San Agustín Ohtenco, San Francisco Tecoxpa, San Jeróni-mo Miacatlán, Santa Ana Tlacotenco, San Antonio Tecómitl, San Lorenzo Tlacoyucan, San Pedro Atocpan, San Salvador Cuauhten-co, San Pablo Oztotepec, San Juan Tepená-huac, San Bartolomé Xicomulco y Villa Mil-pa Alta, esta última cabecera de la delegación.

En lo relacionado con la tenencia de la tie-rra, de las 28 mil 841 hectáreas que integran la delegación, 24 mil 857 han sido solicita-das como bienes comunales por las comu-nidades indígenas de Milpa Alta y sus ocho anexos, todos de origen chichimeca, así como por el pueblo de San Salvador Cuau-htenco, de origen xochimilca. Complemen-tan la propiedad social cinco ejidos, que ocu-pan un área de mil 790 hectáreas. El resto de la superficie lo integra la propiedad privada y el área para equipamiento urbano y rural.

En cuanto a núcleos agrarios en la delega-ción de Milpa Alta existen cinco, los cuales fueron dotados de tierras como resultado de la reforma agraria. Éstos son: Santa Ana Tlacotenco, San Francisco Tecoxpa, San Je-rónimo Miacatlán, San Juan Tepenáhuac y San Antonio Tecómitl.

El principal problema que tiene Milpa Alta es el conflicto agrario que enfrenta con San Salvador Cuauhtenco. La indefinición jurídi-ca de la propiedad sólo favorece el desarrollo de mercados informales de tierras, que castigan los precios de los ejidatarios y comuneros, pu-diendo politizar los conflictos de tenencia de la tierra. Actualmente existe una franca urba-nización con base en la venta ilegal de tierras comunales y ejidales, y a las autoridades agra-rias no les ha interesado resolver el problema.

Según la comunidad de Milpa Alta, este con-flicto tiene más de 250 años y no hay visos de una solución. Los lugareños dicen que un convenio extrajudicial es difícil, por ello pi-den que se retome el expediente de reconoci-miento y titulación de bienes comunales. En dado caso que se realizara una propuesta de solución, tendría que consultarse a todos los pueblos integrantes de Milpa Alta. Hay que tomar en cuenta que estamos hablando de aproximadamente 27 mil hectáreas. Tendría que verificarse un diálogo profundo y un acer-camiento entre ambas comunidades. En esta

situación, entre tanto, siguen siendo comuni-dades de hecho, lo cual les impide defenderse mejor de sus enemigos externos; se fomenta por ello en la práctica la venta de lotes pues sigue reinando una inseguridad jurídica en la tenencia de la tierra. Y el expansionismo urbano se aprovecha del conflicto agrario po-niendo en peligro a Milpa Alta y San Salvador Cuauhtenco. A dicha situación se suma el per-juicio ambiental y ecológico que le causa al área metropolitana de la Ciudad de México.

Ahora bien, ¿quién tiene la razón o la ver-dad histórica? Esto es algo difícil de respon-der pues ambas comunidades presentan do-cumentos y títulos que amparan sus tierras, los cuales han sido declarados por los peritos en la materia como auténticos. Lo que sí está claro es que es un problema muy viejo que se ha venido heredando de generación en ge-neración, y es inviable una pronta solución,

sobre todo por la enemistad manifiesta entre ambas comunidades.

Desde que se instauró la reforma agraria en México –ya vamos para nueve décadas–, el gobierno no ha podido o no ha querido re-solver el problema. Obviamente no es fácil, pero debería haber más voluntad política. Desde mi perspectiva, se ha hecho cada vez más difícil encontrar una solución, pues día a día los intereses sobre la tierra crecen y se entretejen más los conflictos y a muchos ac-tores sociales no les interesa que haya una resolución.

A esta indefinición jurídica de la propiedad social contribuyó la reforma al artículo 27

constitucional de 1992, porque abrió la po-sibilidad de venta de la tierra de propiedad social. A pesar de que el Programa de Certi-ficación de Derechos Ejidales (Procede) no se ha aplicado en Milpa Alta, la mera posibi-lidad de compra-venta, propició la venta de tierra comunal y ejidal, y no para la agricul-tura sino para construir casas.

Por otro lado en la zona rural del Distrito Federal se da constantemente una grave violación en la venta de tierras del derecho agrario, el ambiental y el de los pueblos indí-genas, y tal pareciera que nadie se da cuenta, pero ésta es una práctica política deliberada del Estado mexicano, tendiente a vulnerar la propiedad social en esta mega urbe.

Milpa Alta

CONFLICTOS AGRARIOS Y PRESIÓN URBANA

MILPA ALTA Y AL GOREA los 19 años de edad, en 1967, Albert Ar-nold Gore (mejor conocido como Al Gore) estaba viviendo temporalmente en la Ciudad de México, en la casa de los Moreno Tosca-no. Los hijos de esta familia, estudiantes en-tonces en la Prepa Uno compar an aulas y amistad con personajes que luego llegaron a ocupar espacios en la polí ca nacional, como Carlos y Raúl Salinas, pero también con un milpaltense, José Ramírez González.

José Ramírez, hoy don José –quien se convir ó en geógrafo y fue profesor en la propia Prepa Uno y en otras escuelas como el Colegio Alemán, y se dedica ahora a la siembra y comercialización del no-pal– conoció en aquella época a Al Gore, y ahora cuando viene a dar alguna conferencia se ven; “me llama y a veces voy y lo acompaño” en su estancia en México.

Al Gore fue vicepresidente de Estados Unidos durante el gobierno de Bill Clinton, aspiró luego sin éxito a la Presidencia de su país, y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2007 por su contribución a la refl exión en el mundo sobre el cambio climá co.

Recuerda don José: “Como yo era amigo de los Moreno Toscano y de sus padres, don Manuel Moreno Sánchez (líder del Senado en el go-bierno de Adolfo López Mateos) y de doña Carmen Toscano, los invita-mos a ver la escenifi cación de La Llorona que se presentó en Milpa Alta. Doña Carmen vino, y también Al Gore. Él usaba traje y corbata, habla-ba bien el español y le gustó Milpa Alta. Ese día ofrecimos en mi casa una merienda especialmente para Octavio (Moreno Toscano), para su mamá y para Al Gore. A él le gustó Milpa Alta y dijo que iba a volver a venir, pero ya no lo hizo; al parecer tuvo algún freno para regresar”.

En 2000 di entrevistas a The New York Times y a Proceso porque se enteraron de que yo conocía a Al Gore y yo hablé bien de él y dije que si llegaba a la Presidencia de Estados Unidos era necesario que entendiera a México y que abriera más su mercado para nuestros productos, en especial los agrícolas.

Don José dice que él pasó de ser maestro a de-dicarse de lleno al nopal hace ya varias déca-das porque el nopal “me dejaba más centavitos y pude educar a mis dos hijos, que hoy son uno pintor y otro economista”.

Acepta que también prefi rió la agricultura sobre la docencia, porque ene una vocación por el campo, “pues viene de familia. Mis abuelitos par ciparon en la Revolución y se dedicaron al campo. A mí me lo inculcaron. A los jóvenes ya no les interesa, pues la comuni-cación, la tecnología, los han hecho cambiar.

Les digo a mis hijos que vayan al campo, dicen que sí, pero no lo ha-cen. Tengo dos nietos, a lo mejor a ellos les voy a inculcar que produz-can. La agricultura nos da de comer y hace que la gente se quede en su lugar de origen trabajando”.

Considera que Milpa Alta ene condiciones para seguir siendo rural, sobre todo si hubiera capacitación para que los productores se organi-zaran adecuadamente. Esto es que se replique la experiencia que vivió San Pedro Atocpan, pues hace algunas décadas un grupo importante de allí se fue a Israel a capacitarse y llegaron con una fuerte mentalidad de negocios que ha hecho que este pueblo sobresalga económicamen-te en toda la delegación con un nombre bien posicionado en el mole.

Para don José Ramírez, Milpa Alta prevalecerá rural, debido a que las mayordomías y la unidad de los pueblos impiden que entre gen-te ajena. Incluso se han dado incidentes de ladrones que han sido quemados o asesinados por la población, la cual está armada a un grado que resulta preocupante.

El amor que tiene la gente de Milpa Alta por el campo y su uni-dad como pueblo, apunta, tiene como origen en buena parte el sufrimiento y el hambre que se vivió aquí durante la Revolución. “Mi abuelo me platicaba de eso y mi papá me relató cómo los hicieron caminar desde aquí hasta Tlalnepantla, Morelos. Él iba con mi abuelita y se metían en hoyos que tapaban con magueyes para esconderse, y comían maicito hervido para sobrevivir”. (Lourdes Edith Rudiño)

La indefi nición jurídica de

la propiedad sólo favorece

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Lourdes Edith Rudiño

Milpa Alta, la delegación más rural de la Ciudad de

México, y la más despoblada –con apenas poco más de 115 mil habitantes dispersos en 228 kiló-metros cuadrados, según el censo 2005– navega entre dos fuerzas que jalan en sentido contrario.

El estar circunscrita al centro político, econó-mico y demográfico más importante del país le da a Milpa Alta el beneficio de acceder con facilidad a la comercialización de sus produc-tos agrícolas, con el nopal como el predomi-nante, pero a la vez la infraestructura con que se armó la delegación a lo largo del siglo XX en cuanto a electricidad, abasto de agua po-table y vías de comunicación representa un gran atractivo para que la gente no originaria busque asentarse allí propiciando presiones para el avance de la mancha urbana.

En esa lucha de fuerzas también juega por un lado el que la gente mayor –muy respeta-da aquí, pues prevalece un sentimiento indí-gena y provincial– quiera seguir siendo rural, sienta amor por la tierra y se preocupe por la seguridad del abasto alimentario familiar. Y por otro que las nuevas generaciones tengan intereses muy apartados del campo y se ex-tienda la percepción de que la agricultura es cada vez menos rentable.

Ya suman seis décadas desde que la gente re-dujo sustancialmente su producción de maíz y legumbres, para pasar al nopal en forma masiva, pero ahora las ganancias que éste deja están siendo cuestionadas. Y se pone en tela de juicio la posibilidad de que Milpa Alta pueda seguir subsistiendo a base de la agricultura fundamentalmente.

En entrevistas, varios campesinos describen la situación.

Don Cecilio Jiménez Zamora, nacido en el barrio de La Concepción, con 70 años de edad dice: “Los que hemos tenido terrenos sembrábamos antes maíz, haba, frijol y hasta alberjón de chícharo (cuando yo era niño) y lo almacenábamos. Siempre había lo básico, teníamos comida y alcanzaba para comprar vestido, y ahora ya no. Hay que ir al mercado y está caro y a veces escaso. Yo soy produc-tor desde que tenía 15 años. Me empeñé en varios trabajos, fui productor de aguamiel, pero el mercado del pulque cayó; fui pe-queño ganadero, a partir de 1970 tuve vacas lecheras, y vendía muy bien, la gente hasta hacía fila para comprar, pero surgió la com-petencia de la leche de cartón y el negocio decayó. Y ahora estamos en el nopal porque, ¿a qué otra cosa nos podríamos dedicar? En eso tenemos experiencia y allí nos vamos de-fendiendo. Tengo tres hectáreas, eso me da para comer, pagar trabajadores y resolver los problemas más urgentes y nada más. Antes al nopal se le llamaba el oro verde, porque nos daba para comer y otras cosas, ahora ya sólo le quedó lo verde, porque ya hay mucha competencia. Antes de aquí enviábamos a otros estados, a Querétaro, Jalisco, Ahora

ellos también producen; vinieron por plan-ta acá y ahora tienen su propios nopales, por eso ya no hay mucha demanda (...) Mis hijos ya no se dedican al campo, uno está en el ne-gocio de la grasa de los cerdos y otro estudió ciencias políticas y trabaja en la delegación. Les voy a heredar la tierra a ellos pero con la condición de que la trabajen; si no quieren, la voy a vender”.

Doña Celia Ramírez, de 65 años: “Hace muchísimos años, como 60 o más, mis fami-liares sembraron maíz y chícharo. Hoy ya se siembra muy poquito de eso, en las orillitas de los nopales, nada más para comernos unos elotitos. Aunque hay algunos que siembran más maíz como en (Santa Ana) Tlacoten-co. El nopal es nuestro sostén, pero cuando llueve, hay mucho, y de repente hay heladas, como actualmente, y se acaba, y los precios suben y bajan. En tiempos de la baratura cae hasta cinco pesos el ciento. En la mejor épo-ca se vende hasta en 60 o 70 pesos, pero no hay mucho, todo tiene su contrapeso, la plan-ta deja de dar a veces, pues descansa. Ahorita lo estamos vendiendo a 30 o 40 pesos”,

Las entrevistas con los productores ocurren en el centro de acopio del nopal, en Villa Milpa Alta. Es un espacio que tiene de fon-do el Volcán Teuhtli, del cual son orgullosos los pobladores de esta cabecera delegacional y mantiene su independencia de la serranía Ajusco-Chihinahuatzin presente en Milpa Alta. El lugar presenta una gran actividad: los campesinos, en su mayoría de edad avan-zada, llegan, ocupan cualquier espacio dis-ponible y venden pronto su mercancía a in-termediarios (que luego colocan en nopal en tianguis, mercados o centros comerciales), para ceder el espacio a otro, y luego éste le cede el lugar a otro, y así.

Don Genaro Loza Meza, de 62 años, dice:“Todo el pueblo se ha dedicado a sembrar nopal. De marzo a junio hay muchísima pro-ducción y se satura el mercado y bajan los pre-cios. O sea que la economía nada más es en temporadas, pero a quien trabaja le va bien. Quien abandona su parcela sufre, todo tiene su precio. El nopal exige mucho trabajo. Si se descuida el campo, se empenca, se enyer-

ba (...) Aquí a los terrenos de mil metros les llamamos yunta. Yo tengo menos de una yun-ta, pero hay productores grandes, que tienen cinco o seis yuntas. Antes yo no tenía tierra, fui jornalero y trabajé en el negocio de la car-ne (...) Ha habido varios intentos fallidos de organización (para captar valor agregado del nopal). Hubo un tiempo que se le surtió enva-sado a Clemente Jaques, pero no dio resultado (...) aquí la tierra es comunal y es difícil que alguien venga y adquiera una gran porción de terreno, pero no es imposible. Puede haber alguien que le enseñen el billete verdecito y decida vender. Es algo que preocupa”.

Juan Carlos Loza Jurado, un joven que no rebasa los 35 años se ha dedicado en la déca-da reciente a documentar la historia y las ri-quezas culturales y biológicas de Milpa Alta. Lo hace con amigos y vecinos en el Grupo Cultural Altotecayotl (en náhuatl, Hacia la sabiduría). Él explica que el hecho de que los 12 pueblos de esta delegación, al igual que sus vecinos de Tláhuac y Xochimilco, de la Ciudad de México, así como de los Morelos, sean pueblos originarios con una raíz en el campo, en el territorio, existentes desde an-tes de la llegada de los españoles, permite que la delegación se mantenga rural.

Y también contribuye el hecho de que per-manece casi intacto el perímetro de tierras agrícolas, que son de carácter comunal, con ciertas excepciones, porque sí ha habido gen-te que ha fraccionado y vendido tierra. La condición de tierra comunal ha impedido que grandes cadenas comerciales busquen establecerse en Milpa Alta, porque tendrían incertidumbre en la tenencia, y eso es bueno pues los pobladores de esta delegación com-binan su ingreso agrícola con el que les deja el pequeño comercio. Una cadena comercial aquí estrangularía toda la economía local.

Dice que es un hecho que hay la tendencia en gente joven a pensar que el campo no es rentable y lo más fácil e inmediato sería

fraccionar sus tierras. Sobre todo, ahora que el mercado del nopal está en un predicamen-to, pues está llegando producto de Morelos, Hidalgo, Querétaro e incluso Oaxaca que compite con el milpaltense en el mercado del Distrito Federal. La situación presiona a la mayoría de los 12 pueblos. La excepción está en San Pedro Atocpan, que se dedica más a la producción y comercialización del mole y San Pablo Oztotepec y San Salvador Cuau-htenco, que todavía producen algo de maíz, avena y frijol.

Pero, agrega optimista, ya en el pasado la gente enfrentó retos. Cuando hace décadas los granos y los magueyes sufrieron caída de precios y de mercado, la gente tomó la alter-nativa del nopal y lo hizo sin apoyo de insti-tución alguna. Ahora hay un nuevo reto, hay que buscar alternativas e incipientemente está surgiendo la comercialización del no-pal procesado, en mermelada, en salmuera, en polvo, incorporado en tortillas, etcétera, y hay quienes están explorando el cultivo de árboles de Navidad.

“La mayoría de los milpaltenses piensa que en la medida que se produzca y se dé de comer a la Ciudad de México, nuestra delegación va a tener muchas posibilida-des. Mi esperanza es que los jóvenes tomen conciencia y mantengan las tierrras, y no sólo las agrícolas, sino las boscosas en la parte alta, éstas regulan el clima, infiltran los mantos freáticos, dan paisaje, capturan bióxido de carbono y son refugio de fauna silvestre (...) Si crece la urbanización en Mil-pa Alta, ¿quién va a dar de comer a la gente? Las posibilidades de los milpaltenses están en el campo, sólo que hay que hacerlo más rentable”.

Un factor que destaca Juan Carlos Loza y que da sustento a su optimismo es que el sistema de cargo –mayordomía, básicamente– que prevalece en Milpa Alta y que hace confluir tradiciones, fiestas, rituales y agricultura en torno al territorio, fortalece la vocación rural de la delegación y además hay una identidad de pueblo, una gran cooperación para cosas importantes (por ejemplo toda la colabora-ción que se requiere para la peregrinación tradicional a Chalma, que implica varias actividades a lo largo del año).

Milpa Alta

LA LUCHA DE LO URBANO VS LO RURAL• El nopal, antaño oro verde, ahora en predicamento

El estar circunscrita al

centro político, económico

y demográfi co más

importante del país le da a

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acceder con facilidad a la

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Las posibilidades de los milpaltenses

están en el campo, sólo que hay

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Javier Galicia Silva

La antigua Mala-cachtepec Mo-moxco, hoy la delegación de

Milpa Alta, es una región de pueblos ori-ginarios de estirpe náhuatl, conformada por 12 comunidades. Cuenta con una superficie total de 28 mil 780.79 hectáreas, de las cua-les nueve mil 600 se dedican al uso agrícola (maíz, amaranto, chícharo, haba, frijol y no-pal, entre otros). El nopal y el maíz son de los productos más cultivados; el primero es muy rentable: se logra producir 284 mil 961 tonela-das anuales en un área de cuatro mil 327 hec-táreas, con un valor promedio mil 683 pesos por tonelada. Mientras, de maíz se producen 12 mil 71 toneladas anuales, cultivadas en dos mil 973 hectáreas, con un valor promedio de tres mil pesos por tonelada aproximadamente.

Si el nopal es un producto agrícola muy ren-table y más provechoso que el maíz en térmi-nos económicos, ¿por qué seguir cultivando maíz en un basto territorio? Exploremos al-gunos acercamientos.

La existencia del milpaltense se basa en ci-clos largos y cortos que están entrelazados. Al transcurrir un ciclo agrícola, ocurre también un ciclo ritual religioso indígena-cristiano, los

dos entretejidos con rituales sociales tanto fa-miliares como comunitarios. El ciclo agrícola comienza en los últimos días de diciembre y se prolonga en enero, coincidiendo con la fe-ria del recibimiento del Año Nuevo en Tlaco-tenco, Tecoxpa y Miacatlan, y con la proce-sión al Santuario del Señor de Chalma, el 3 de enero en los demás pueblos de Milpa Alta.

La primera labor agrícola, el barbecho, con-siste en preparar Totlaltonantzin, “nuestra madre tierra” para ser fecundada por la semi-lla. La sagrada semilla es concebida como un ser infante al cual debemos ofrecer a la natu-raleza. El maíz es nuestro hermano menor, porque es in Tonacayotl, “nuestra carne”.

Antes de comenzar la siembra, la semilla es llevada a bendecir a la iglesia, el 2 de febrero, Día de la Candelaria, junto con todas las re-presentaciones del “Niño Dios”. Ya en el día de la siembra, en la milpa, algunos campesi-nos lanzan una plegaria al iniciar el nuevo ciclo. Se pide ser bien abrigada la semilla, en el seno de nuestra madre tierra.

El hombre dialoga con la naturaleza. Es-cucha a los pájaros: Mezutechitl, Cenzont-le, Huerecoch. Ha leído la iconografía en el rastro del cruzamiento de una serpiente en el camino; la tierra húmeda dejada por las tusas y xalpitz en las milpas y en los bordos de las veredas; el brillar de las hojas de los ár-boles (encinos y tepozanes), y el olor a hume-dad en el aire; Se dice que in yehecamalacac Atlehcahuia, “los remolinos de aire suben la humedad”. Todos ellos son el anuncio del arribo de las lluvias.

Una creencia extendida entre los abuelos dice que los seres que habitan los cerros son los causantes del buen o mal tiempo, de las lluvias, granizo o helada. A estos seres se les conoce con diversos nombres: Ahmo Cualli Tlacatl, Nahuatoton, “el no bueno, el malig-no, el pingo o el compadre”. Las personas al comer o beber junto una barranca, un cerro, una roca, una cueva o en la milpa acostum-bran tirar un poco de alimentos, agua y pul-que a los seres que habitan ese lugar. A ellos antes se les pedía enviaran buen temporal.

Los primeros elotes, los de candela, se van a dejar a la virgen de la Asunción, en agradeci-miento por su bondad, al enviarnos “buen año”.

En el día de la cosecha, en el último surco los trabajadores se persignan y el dueño del terreno expresa un agradecimiento a la mil-pa y a la tierra, que nos han permitido re-colectar nuestro alimento para este año. En el ritual de la cosecha, en el lugar elegido para poner el zincolote, “‘el granero”, se sahú-ma, orando y agradeciendo por “regalarnos” in Tonacayotl, “nuestro alimento”. En estos actos de recibimiento del maíz, se concibe a la mazorca como un ser humano al que se respeta y se le cuida. Se pepena a todo grano de maíz tirado, pues se piensa que dejarlo en el suelo es abandonarlo como huérfano.

En la actualidad el cultivo del nopal es una fuente de ingresos constante, sólo se mengua en la temporada de frío y aun así permite ob-tener ganancias pertinentes para la familia.

Seguir cultivando el maíz a pesar de que el nopal genera más ingresos se explica por la mentalidad ancestral de ver en el maíz a nues-tro alimento primogénito y primordial. Ejem-plo de esto es la conversación del señor Mar-garito Nápoles, a quien sus hijos le pedían que sus terrenos se sembraran sólo de nopal. Él les contestaba: “Si no sembramos el maicito ¿qué vamos a comer?”. Su pensamiento no está en la lógica del mercado, que la ganancia del nopal es bastante para comprar maíz durante el año. Lo anterior nos muestra la importancia del gra-no y sus derivados gastronómicos (tortillas, ta-males, atoles, tlacoyos etcétera), como nuestro alimento primordial. Esta es una forma de ver lo que hemos sido y lo que somos. Sociólogo / [email protected]

FRENTE A LA COP 16, AGRICULTURA CAMPESINA, MANEJO COMUNITARIO DE BOSQUES Y

AGUA, SISTEMAS FINANCIEROS RURALES SOCIALES Y COMPROMISOS DE LOS PAÍSES

DESARROLLADOS PARA REDUCIR EMISIONES PARA ENFRIAR EL PLANETA

Los compromisos de la COP 16 deben estar orientados a limitar la emisión de gases de efecto invernadero a no más de 350 ppp y a que la temperatura del planeta no se eleve en más 1º C

Frente a las negociaciones de la Conferencia de las Par-tes (COP 16) de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático a realizarse en Cancún, México en diciembre de 2010, demandamos al gobierno mexi-cano los puntos siguientes:

1. Exigimos compromisos efectivos de los países desa-rrollados para la reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero en la COP 16. Es inaceptable la posición de los Estados Unidos de rechazar com-promisos efectivos, signifi cativos y verifi cables de reducción de gases de efecto invernadero. El tema central de la COP 16 debe ser cuanto reducen las emisiones los países que contribuyen con el 80% de la emisión de gases de efecto invernadero (Estados Unidos, Unión Europea, China, Canadá, Japón). Si no hay compromisos concretos al respecto, la COP

16 será un fracaso y comprometerá el futuro del pue-blo de México y de la humanidad entera.

2. El gobierno mexicano debe representar la voluntad del pueblo que demanda acciones efectivas contra el calentamiento climático y no subordinarse a los intereses de Estados Unidos que pretende seguir calentando el clima del planeta

3. Nos pronunciamos contra la mercantilización y pri-vatización de nuestros recursos naturales y sus fun-ciones múltiples. La única alternativa viable y sos-tenible para la conservación, restauración y manejo sustentable de los recursos naturales (agua, suelos, bosques) es el respeto a la soberanía nacional y a los derechos de los campesinos y pueblos indios para acceder, controlar y manejar autogestivamente dichos recursos, con apoyo público nacional e inter-nacional.

4. Demandamos colocar a la agricultura campesina, al manejo forestal comunitario y a los sistemas fi nan-cieros rurales sociales en el centro de las políticas nacionales y globales para enfriar el planeta.

5. Demandamos al gobierno mexicano dejar de lado su demagogia “verde” y asumir ahora en congruencia una reorientación estructural de sus políticas agroali-mentarias, forestales, fi nancieras y ambientales.

6. Que la propuesta de “fondos verdes” del presidente Calderón no pueden ser una política cosmética favo-reciendo el modelo de reforestación por parte de gru-pos agroindustriales o inversionistas en plantaciones comerciales. En cambio, deben servir para impulsar cambios estructurales en el modelo agroalimentario, de manejo forestal y de desarrollo rural que ha fracasa-do incontrastablemente en México y el mundo entero.

7. Ante los mayores desastres naturales en nuestro país y las afectaciones climatológicas a los cultivos, es necesario contar con un Fondo con mayores re-cursos para apoyar a los afectados. Además de fo-mentar que los grupos de productores establezcan esquemas de aseguramiento contra riesgos clima-tológicos y contribuir a la adopción de medidas de adaptación especifi cas por cultivo.

8. Que se impulse sostenidamente las microfi nanzas dado su rol positivo, en particular del ahorro y micro-seguros, en la reducción de la vulnerabilidad de la pobreza rural y la seguridad alimentaria de las fami-lias pobres, así como en la bancarización de las re-mesas mediante esquemas de educación fi nanciera.

9. Un cambio de fondo del modelo de dependencia alimentaria hacia la producción nacional y campesi-na de alimentos con bajas emisiones de carbono y grandes potencialidades de mitigación y adaptación frente al cambio climático.

¡La gestión comunitaria de los recursos naturales y la agricultura campesina

sustentable son buenas para el país, buenas para las comunidades campesinas e indígenas

y buenas para el planeta¡

A t e n t a m e n t eAtentamente:

Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas CONOC:

AMUCSS, ANEC, CNOC, CEPCO, FDC, MAIZ, Red MOCAF

www.conoc.org.mx [email protected]

Milpa Alta

¿MAÍZ O NOPAL?

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Seguir cultivando el maíz a pesar

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se explica por la mentalidad

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nuestro alimento primogénito

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Alejandro Robles García

Resulta difícil imaginar que las zonas de cultivos que rodean a la

Ciudad de México no solamente contienen productos alimenticios, también son espacio de tradiciones y ritos agrícolas, algunos todavía en práctica y otros que están en el recuerdo.

Para entender las tradiciones relacionadas con el campo, debemos ubicarlas en la re-lación hombre-naturaleza. De este binomio surge la agricultura, actividad que tiene que ver con la interacción entre la tierra y la at-mósfera a lo largo de las estaciones del año. Esto da lugar a una serie de pasos y cuidados en la labor de la tierra que dependen y varían

según el clima, cultivo y región, dando lugar a un conjunto de fechas significativas.

El ciclo agrícola va ligado a una serie de festividades o rituales destinados a propiciar la fertilidad de la tierra, la lluvia y la abun-dancia de cosechas. En México existen va-rios días importantes dentro de este ciclo. Comenzamos con el 2 de febrero, Día de la Candelaria; en general relacionamos esta fecha con el Niño Dios y con los tamales del Día de Reyes, pero tiene otro significa-do dirigido a la fertilidad; se acostumbra ese día llevar a bendecir las semillas que se van a sembrar. Le sigue el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz, que comúnmente se aso-cia con el día de los albañiles, pero detrás de esta celebración está la fiesta de la peti-ción de lluvia y fertilidad que se hacía en la

época prehispánica. En muchas partes de México, incluyendo los pueblos que rodean a la capital del país, ese día se llevan cruces a la iglesia a bendecir y a “que oigan misa”, adornadas de llamativos papeles de colores. Después varias de esas cruces se ponen en las construcciones y otras en las milpas. En septiembre (el día depende de la zona), se llevan los primeros productos de la cosecha o primicias a ofrecer a la iglesia.

Siguiendo el ciclo agrícola y sus festividades, tenemos el Día de Muertos. detrás de esa fe-cha está el final de la fertilidad de la tierra, se muere lo verde de los cultivos, comienza la época seca del ciclo. Se despiden los muertos que, por estar asociados a la tierra, ayudaron a la fertilidad. Mixquic es un claro ejemplo.

Otros rituales agrícolas, poco conocidos, pero igualmente importantes se realizaban en los pueblos campesinos del Distrito Federal. Por ejemplo en San Miguel Topilejo, delegación de Tlalpan, en las cuevas se dejaban ofrendas conocidas como ixtlahuis, para que “los aires”

o seres en forma de pequeños remolinos, lla-mados Quiahuixtecos, se alimentaran del olor de la ofrenda consistente en frutas y comidas, y a cambio “los aires” ayudaban a acarrear las nubes cargadas de lluvia desde el mar hasta las milpas, propiciando una buena cosecha.

Una zona tradicionalmente agrícola del Dis-trito Federal vecina a Topilejo es el Ajusco. Aquí hay un ejemplo muy interesante que ilustra la serie de prácticas rituales vincula-das al ciclo agrícola, que van desde la época prehispánica hasta hace algunas décadas. En muchas culturas las montañas están asocia-das a la fertilidad de la tierra y petición de lluvia, y la montaña del Ajusco (tres mil 930 metros sobre el nivel del mar) no es la excep-ción: a unos metros de la cima, se realizaba un ritual en una roca con forma de granero conocida como “la troje”, donde según rela-tos de los pobladores, una diosa hizo brotar el maíz en la sierra del Ajusco.

Arriba de esta roca se encontraba un cubo de piedra llamado “el cuartillo”, y sobre éste ha-bía un objeto, las versiones hablan de que era una cajita, casita, o choza miniatura, otros dicen que era un rasero (pieza de madera, para medir exactamente la cantidad de maíz en un cuartillo). Resulta interesante que en cada una de sus cuatro caras está labrada una mazorca de maíz con sus jilotes.

Antes de la temporada de siembra subían de varios pueblos del sur y suroeste del Distrito Federal, inclusive de municipios cercanos al Ajusco; llegaban a la roca en forma de troje. Al iniciar el año el primer pueblo que subía tenía la oportunidad de orientar la troje hacia su pueblo, propiciando así buenas cosechas. Este cubo de piedra fue bajado por los pobla-dores del Ajusco y actualmente se encuentra en el atrio de la iglesia de Santo Tomás. A esta roca se le dejaba una ofrenda llamada Tlacahulli, consistente en frutas y comidas para que “los aires” se alimentaran de su olor.

Es interesante ver que en este ritual hay instrumentos estrechamente vinculados al trabajo agrícola: la troje, el cuartillo y el rasero. Existen otros cubos de piedra como el cuartillo, uno en el Museo Nacional de Antropología e Historia y otro en Berlín. El ejemplo de la montaña del Ajusco y el cuar-tillo ilustra la relación entre el hombre y la naturaleza, la ritualidad agrícola y el culto al maíz tan importante en nuestra cultura desde la época prehispánica.

Los ejemplos expuestos aquí combinan ar-queología, etnografía, tradición, ciclo agríco-la y pertenencia a la comunidad y a la tierra; muestran la riqueza cultural que aún sobre-vive en el recuerdo que guardan los pueblos originarios sobre ritos agrícolas vinculados al campo que rodea a una de las ciudades más grandes del mundo. IEMS. Posgrado ENAH

EL RECUERDO DE LA RITUALIDAD AGRÍCOLA

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Para entender las tradiciones

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de las estaciones del año

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Lucía Álvarez Enríquez

La Ciudad de México, con sus casi nueve millo-nes de habitantes

(cerca de 19 millones en la perspectiva me-tropolitana) y con una extensión de unos mil 500 kilómetros cuadrados, ha sido histórica-mente la metrópoli concentradora de pobla-ción, el centro político y el pilar del desarrollo económico nacional. En estas condiciones es también una ciudad diversa por excelencia.

La diversidad social y cultural de la ciudad proviene de numerosas raíces y del legado de distintas etapas históricas anidadas en este te-rritorio; implica desde la presencia de los pue-blos originarios, de la población mestiza y de inmigrantes de distinto origen étnico, hasta la de diversos grupos identitarios anclados en las diferencias de clase, género, religión, etcétera.

El prominente desarrollo de la urbe –que ha atraído a numerosas corrientes migratorias de todo el país– y, al mismo tiempo, el crecimien-to de la mancha urbana, que se expande hacia distintas latitudes devorando tierras, aguas, bos-ques y otros recursos naturales originalmente pertenecientes a los pueblos que la circunda-ban, son parte del porqué de la gran diversidad.

Una de las raíces más notables de la diversi-dad cultural capitalina la constituyen los lla-mados pueblos originarios, descendientes en su mayor parte de las sociedades de las cul-turas antiguas. Se caracterizan por ser comu-nidades históricas, con una base territorial y con identidades culturales diferenciadas. Los más identificados se localizan en las delega-ciones del sur y occidente del Distrito Fede-ral (DF): Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, Tlalpan, Magdalena Contreras y Cuajimal-pa, pero existe un número también impor-tante asentado en el resto de las delegaciones.

La persistencia de estos pueblos ha obedecido a que han permanecido sobre sus territorios originarios y conservan buena parte de su es-tructura originaria en lo espacial y en su organi-zación interna, así como diversas modalidades de autorregulación: prácticas culturales, econó-micas, territoriales y políticas (autoridades pro-pias, formas de representación y mecanismos de toma de decisiones), de ahí que estén en permanente tensión con las tendencias urbani-zadoras y en una situación marginal en relación a las prácticas y procesos urbanos hegemónicos.

De acuerdo con diferentes autores, estos pue-blos han sido definidos principalmente a par-tir de criterios culturales tales como: tienen un origen prehispánico reconocido; conser-van el nombre que les fue asignado durante la Colonia, compuesto por el nombre de un santo o santa patrona y un nombre en ná-huatl, aunque hay algunos casos en que sólo preservan ya sea el nombre en náhuatl o el español; mantienen un vínculo con la tierra y el control sobre sus territorios y los recur-sos naturales; reproducen un sistema festivo centrado en las fiestas patronales y organi-zado a partir del sistema de cargo; mantie-nen estructuras de parentesco consolidadas; cuentan con un panteón sobre el cual con-servan control administrativo, y reproducen un patrón de asentamiento urbano particu-lar caracterizado por un centro marcado por una plaza a la que rodean, principalmente, la iglesia, edificios administrativos y comercios.

Otro autor, Iván Gomezcésar (2010) ha pues-to énfasis también en otro tipo de caracterís-ticas, que nos llevan a distinguir cuatro as-pectos definitorios de los pueblos originarios:

1.- Tienen como base un conjunto de familias autoidentificadas como originarias; esto se expresa en la predominancia de algunos ape-llidos que son claramente identificables. Esto permea la organización territorial (ya que ge-neralmente los originarios ocupan las partes centrales del pueblo). Esta es una diferencia fundamental frente a otros espacios urbanos.

2.- Poseen un territorio en el que se distinguen espacios de uso comunitario y para desarrollar la vida ritual. Una parte de los pueblos poseen terrenos agrícolas o forestales en forma de eji-dos, propiedad privada o comunidad agraria y por tanto su noción de territorio es clara. Pero incluso en aquellos pueblos que han perdido sus terrenos y han quedado reducidos a medios urbanos, existe una idea de espacio

LA DIVERSIDAD DE LO

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originario, en el que se identifica un centro y otros espacios comunitarios, entre los que se cuenta las más de las veces la iglesia o capilla, la plaza, el mercado y el panteón.

3.- Su continuidad está basada en formas de organización comunitaria y un sistema fes-tivo, que tiene como elemento central un santo o santa patrona y en el que pueden apreciarse elementos culturales de origen mesoamericano, colonial y una permanen-te capacidad de adaptación a las nuevas in-fluencias culturales de su entorno, que no se reducen a los elementos religiosos.

4.- Las festividades religiosas y cívicas cum-plen la función de generar liderazgos en tor-no a los nombrados para ejercer los cargos, y para el colectivo es el medio para refrendar la pertenencia al pueblo, contribuyendo a la continuidad de las identidades locales. El santo patrón y otras deidades son la base a partir de las cual se establecen nexos dura-deros con otros pueblos.

A lo anterior hay que agregar que en los pue-blos existe una noción y un manejo del tiempo y el espacio peculiares, basados frecuentemen-te en sus ciclos agrícolas y festivos, que se dis-tinguen notablemente de la dinámica urbana.

A pesar de la existencia de notables rasgos en común, hay diferencias significativas entre los pueblos:

a) No todos tienen un origen netamente pre-hispánico. Muchos de ellos fueron creados durante el periodo colonial y casi todos fueron refundados después de la Revolución de 1910.

b) Aun los pueblos de origen prehispánico sufrieron fuertes transformaciones durante el periodo colonial y adquirieron estructu-ras institucionales y simbólicas diferentes a lo que se pudiera considerar como “ori-ginal”, es decir, han soportado procesos de hibridación y sincretismo que los han llevado a incorporar prácticas y elementos mestizos, transformando así su carácter clá-sicamente indígena.

c) Muchos pueblos han perdido control so-bre su territorio y sobre todo de sus recursos naturales (agua, tierra, etcétera), lo cual los ha despojado de uno de sus principales ele-mentos constitutivos.

d) Es muy diferente la experiencia histórica de los pueblos del norte de la ciudad, que de manera muy pronta se incorporaron a proce-sos industriales y urbanos, respecto de los del sur, sur-oriente y sur-poniente, que conser-van una estructura agraria que en ocasiones todavía opera y cuyos procesos de urbaniza-ción son sumamente tardíos.

De acuerdo con Gomezcésar, actualmente se pueden distinguir al menos tres tipos de pue-blos, que corresponden a tres regiones del DF:

1. Los pueblos rurales y semirurales, ubica-dos en la zona sur y sur-poniente del DF, que poseen la superficie de bosques y zona de chinampas todavía en producción.

Son cerca de 50 pueblos distribuidos en Mil-pa Alta, Xochimilco y Tláhuac, así como partes de Tlalpan, Magdalena Contreras, Álvaro Obregón y Cuajimalpa. De ellos, son seis los pueblos chinamperos que subsisten: San Pedro Tláhuac y San Andrés Mixquic, en Tláhuac, y San Luis Tlaxialtemalco, San-ta María Nativitas, Santa Cruz Acalpixca y San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco. Pese al crecimiento urbano, estos pueblos continúan siendo abastecedores de legum-bres y flores para la ciudad y constituyen una valiosa herencia de las culturas prehispánicas

Estos pueblos se caracterizan porque al me-nos parte de su subsistencia depende de la tierra (agropecuaria, silvícola o reciente-mente turismo ecológico) y poseen formas de representación civil (enlaces territoriales, subdelegados y otras figuras).

Dentro de los pueblos originarios, se trata de los actores más organizados y con la vida comunitaria más completa. Poseen un com-plejo calendario ritual apoyado en un sis-tema de cargos que funciona con una gran eficacia y poseen un considerable grado de autonomía en muchas de sus decisiones.

2. Pueblos urbanos con un pasado rural re-ciente. Son muy semejantes a los caracteri-zados en el punto uno, pero que perdieron su carácter rural y agrícola en las cuatro o cinco décadas pasadas. Son más de 30 pueblos ubi-cados en Iztapalapa, Coyoacán, Iztacalco, Benito Juárez, Venustiano Carranza y parte de las delegaciones mencionadas antes.

Su transformación a entidades urbanas se debe a la venta de la tierra por la presión del crecimiento urbano y sobre todo a las expro-piaciones presidenciales aplicadas las más de las veces arbitrariamente y con el uso de la fuerza. Al perder la tierra, estos pueblos perdieron también, en su mayoría, formas de representación cívicas y sólo poseen los sis-temas de cargos tradicionales basados en las mayordomías, las fiscalías y otras, así como, en algunos casos, una representación agraria muy limitada. En otros casos han aprovecha-do dar cierta continuidad a su representación cívica mediante los nombramientos de repre-sentantes vecinales.

Aunque varían mucho los casos, en general se trata de pueblos con una importante y en ocasiones vigorosa vida comunitaria, espe-cialmente en sus celebraciones. Y pese a que sin duda fueron gravemente afectados por la desaparición de su antigua forma de vida, muchos pueblos de este tipo muestran un proceso de fortalecimiento.

3. Pueblos urbanos con una vida comunita-ria limitada. Se trata de más de una treinte-na de pueblos ubicados en el centro y norte del DF, en las delegaciones Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Gustavo A. Madero y Azca-potzalco, cuya existencia como comunidades era más precaria desde hace más de un siglo.

Muchos de estos pueblos fueron revitalizados por los repartos agrarios, pero las prontas ex-propiaciones y otros factores no les permitieron consolidar una vida comunitaria más amplia. No obstante, se observa una gran diversidad de estrategias de subsistencia, así como la vo-luntad en muchos de ellos de continuar exis-

tiendo. Mantienen algunas festividades funda-mentales y con frecuencia participan también de peregrinaciones hacia otros pueblos.

Pese a que son evidentes la diferencias entre pueblos rurales, pueblos urbanos con fuer-te vida comunitaria y pueblos que carecen de esto último, es claro que comparten las tres características que los definen como pueblos originarios, a saber: todos cuentan con un claro origen prehispánico o colonial; están constituidos por grupos de familias que poseen una noción de territorio origi-nario y tienen su núcleo alrededor de una o varias organizaciones comunitarias que garantizan la continuidad de sus principales celebraciones.

4. Pueblos de otros orígenes que se han asimilado a formas de organización de los pueblos originarios. Además de los origina-rios de la Ciudad de México, existen otros pueblos: a) los pueblos producto de despla-zamientos antiguos de otras entidades y que, pese a no tener su raíz más antigua en el DF, están establecidos allí desde hace más de un siglo. Es el caso de San Juan Aragón, en la Gustavo A. Madero, que es un pueblo tras-ladado de otra entidad. Salvo este dato, com-parten el resto de las características de los pueblos originarios, por lo que no pareciera haber motivos para diferenciarlos del resto.

b) Los pueblos conformados por asentamien-tos mucho más recientes y de una población que no constituía anteriormente ni pueblo ni comunidad. Tal es el caso de Tepepan en Xochimilco, cuyos integrantes, que tienen orígenes muy diversos, se han asimilado por decisión propia a la forma de organización de los pueblos originarios que son vecinos suyos.

c) Los pueblos recientes, que también han asimilado formas de organización de los ori-ginarios pero que, a diferencia de los anterio-res, están conformados por población cam-pesina e indígena que emigró a la ciudad, ya sea de una o de varias etnias y comparten por tanto muchas características culturales y comunitarias. Investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CIICH) de la [email protected] artículo parte de la ponencia “Acerca de la diversidad de los Pueblos Urbanos de la Ciudad de México”, presenta-da por la autora en el Primer Coloquio Historia y Cultura de los Pueblos Originarios de la Ciudad de México, en el Museo de Antropología e Historia, septiembre de 2010.

OS PUEBLOS

MÉXICO

Al perder la tierra, estos pueblos

perdieron también, en su mayoría,

formas de representación cívicas

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Lourdes Edith Rudiño

En los mantos freá-ticos de Xochimil-co –igual que en las demás delega-

ciones rurales de la Ciudad de México– está un alto porcentaje del agua que consume la pobla-ción urbana de esta capital. Sin embargo, des-de los años 50s del siglo pasado se están dando pasos agigantados que deterioran y contaminan estos lugares y que arrebatan a sus pobladores su actividad agrícola y el sustento de sus familias.

En Xochimilco, particularmente en los pue-blos de San Gregorio y de San Luis Tlaxial-temalco, la forma tradicional de producción agrícola es la chinampa –si bien es cierto que en los cerros se produce en terrazas–. Pero la chinampa está muy descuidada. Los pro-ductores del lugar, que hoy se enfocan funda-mentalmente a las plantas de ornato, lamen-tan que el sistema de aguas de la ciudad les mande a veces aguas tratadas, a veces aguas medio limpias, y a veces de plano aguas ne-gras. Asimismo hay un gran desorden y falta de regulación real en la zona –que se supone es suelo de conservación y por tanto debería frenarse el uso para fines urbanos.

Así, la chinampa, que es una tradición indíge-na, prehispánica, heredada por generaciones; que antaño fue parte fundamental del paradi-síaco Xochimilco, y que es el motivo por el cual en 1987 la Organización de las Naciones Uni-das para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró a esta delegación Patrimo-nio de la Humanidad, está en decadencia.

“Vamos rumbo al fin de la agricultura chi-nampera, y el día que por fin se acabe, se ter-minará también el agua que abastecemos a la capital; debajo de las chinampas está la vida de la ciudad”, advierte José Genovevo Espi-nosa, estudioso y promotor internacional de la chinampa, quien recuerda que durante los años 60s y 70s a Xochimilco llegó desde el sis-tema de aguas del Distrito Federal (DF) agua sin tratar, de drenaje, con la cual se regaban las hortalizas, y por ello mismo muchos de-jaron de producir aquí estos alimentos y se orientaron a las plantas ornamentales.

“Aquí tenemos humedales, el agua está jugo-sa, y es la que se llevan –por medio de unos diez pozos de agua potable y un acueducto que llega hasta la colonia Condesa–, y en cambio recibimos agua tratada y a veces putre-facta, sucia”, completa José Aurelio Cuaxospa

Quintero, hombre de 61 años que es uno de los pocos que preserva el conocimiento de las técnicas antiguas de la chinampa.

José Aurelio y José Genovevo son del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, colindante con la delegación Tláhuac –esto es, a unos pasos de las obras de la línea 12 del Metro–. Comen-tan que no obstante ser área de conservación, los pueblos de San Gregorio y de Xochimilco están siendo arrasados muy rápidamente por la urbanización. “Hay casas habitación entre los cultivos de lechuga; allí tiende a desapare-cer más rápido la chinampa”.

En San Luis eso no ocurre porque la Comi-sión de Recursos Naturales (Corena), de la Secretaría de Medio Ambiente, tiene su sede en este pueblo y “no permite meter luz o agua potable, y para urbanizar, pues necesitamos abrir calle y meter esos servicios”, dice Aurelio.

Pero la actuación de la Corena es discre-cional. La Corena “debería preservar los bosques de Milpa Alta y Tlalpan y absolu-tamente toda la zona chinampera de Xochi-milco, como últimos reductos de una zona paisajística, indispensable para la sostenibili-dad de la ciudad y para amortiguar el cambio climático; también para impedir que se ace-lere el hundimiento de la ciudad”, dice José Genovevo. Y la realidad es que la mancha urbana crece y crece en todas estas zonas.

En el caso de San Luis Tlaxialtemalco, en el pasado ocurrió que gente del centro de la capital compró tierras en la parte del cerro y llegó a vivir allí después del terremoto de 1985. Fue fácil adquirir tierra rural pues aquí predomina la pequeña propiedad.

Adicionalmente, hay un terreno de 62 hectá-reas que fue expropiado hace años y donde incluso se asienta la propia Corena (la cons-trucción de su edificio implicó el derrumbe de árboles). Esa zona es un área lacustre, que fue de chinampas, y advierte José Genovevo, si bien esta superficie está prevista para un vivero para plantas que reforesten la cuenca de México, “el terreno está tentado; es propie-dad del gobierno del DF y ya quisieron traer

aquí todas las secretarías de este gobierno, con todo lo que eso implica, un montón de gente y problemas (...); no estaría bien que nos quisieran poner allí un reclusorio o un basurero o un centro policiaco. Debe dedi-carse a algo acorde con la realidad ambiental que vivimos”. Y también hay la preocupación de que cuando esté lista la línea 12 del Metro, lleguen inmobiliarias y negociantes que quie-ran comprar la tierra. “Las chinampas están a un paso de donde va a llegar el Metro”.

El pueblo de San Luis tiene inquietudes pro-pias de urbanizarse –pues las familias crecen, “y dónde va a vivir mi hijo?”, se pregunta José Genovevo–, pero en general se ha organi-zado para frenar la llegada de extraños. Por ejemplo, en los 90s la Asociación Nacional de Actores (ANDA) adquirió allí un terreno para construir 210 viviendas. “Nos unimos como si fuéramos un solo hombre e invitamos a an-tropólogos y etnólogos que habían estudiando aquí y nos ayudaron. El gobierno nos ayudó y dejó estas tierras para nuestro pueblo y a cambio le dio a la ANDA tierras por el área de Reino Aventura”. Ahora en este terreno está el mercado de plantas. Ya en los años 70s también el pueblo defendió un espacio de tres hectáreas que había comprado una radiodifu-sora. Hoy el lugar es un centro deportivo que tiene en el subsuelo un manto acuífero.

“Y estamos a punto de lidiar otro asunto. Hay un inmueble más o menos de cuatro hectá-reas que está abandonado desde fines de los 60s, y que antes fue una granja avícola. Wal-Mart quiere construir un centro comercial aquí, que sería el primero de la zona de Xo-chimilco, Milpa Alta y Tláhuac”. Comenta José Genovevo que hay algunas personas del pueblo que sí quieren este centro comercial, pues “creen que con ello va a llegar la moder-nidad y el progreso”, pero otros muchos están en desacuerdo. Son personas que tienen pe-queños comercios: misceláneas, panaderías, los propios productores de plantas y flores. “Ese centro vende de todo, hasta plantas, y se ve bonito... pero es falsa modernidad”. Ante el reto “vamos a actuar según lo veamos”.

Un problema serio es que, como pueblo, se sienten desatendidos por la autoridad. Los políticos no ayudan y generan más bien caos. “Nuestro delegado no nos recibe en audiencia y el que venga va a ser igual. Así es la experiencia que tenemos. Lo peor es que seguimos votando por ellos porque a cambio nos dan cemento, grava (...) O hay canales que ya no tienen agua y aunque la Corena no quiere que haya urba-nización, gente de todos los partidos políticos, sin excepción, nos dicen ‘tú haz tu casa y vota por mí, y al rato solicitamos el cambio de uso de suelo’”, concluye José Genovevo.

Xochimilco

AGUAS NEGRAS, URBANIZACIÓN DESORDENADA Y POLÍTICOS INEFICACES• Línea 12 del Metro y posible construcción de un Wal Mart, los retos

LAS CHINAMPAS Y LOS CHINAMPEROS

Las chinampas, pedazos de erra pro-duc va rodeados por lagunas –que en el pasado exis eron en varios lugares de la Ciudad de México, como Iztacalco, Iztapa-lapa e incluso en la Magdalena Mixiuhca– hoy sólo sobreviven en Xochimilco y en San Andrés Mixquic, en Tláhuac.

En otros lugares hay “cosas parecidas”, como es en el Río Lerma, en nuestro país, pero también en Francia, en Esta-dos Unidos (en Florida), en Centroamé-rica e incluso en Cachemira, en donde les llaman campos drenados y elevados y producen plantas medicinales y de or-nato. También hay algo parecido a las chinampas en Surinm, y en Colombia, donde se llaman “Guaru-guaru”, dice José Genovevo Espinosa.

José Aurelio Cuaxospa comenta: “me pla caban cómo antes salía el agua del manan al (de San Luis Tlaxialtemaco) y se iba sobre los canales. Cortaban la verdura y las canoas se iban con la co-rriente de agua hasta el mercado de Jamaica y regresaban con las canoas vacías. Me imagino cómo era de boni-to. Toda esa agua se iba hacia el lago de Texcoco. Aunque haya cosas parecidas a las chinampas, en ningún lugar del mun-do existe lo que aquí tuvimos”.

“Los aztecas tenían mucho conoci-miento en la ubicación solar y por eso aquí las chinampas están ubicadas de norte a sur. Así el sol las baña mejor”, dice Aurelio y completa Genovevo: “a los extranjeros les llaman la atención nuestras chinampas porque son al-tamente produc vas; llegaban a dar tres o cuatro cosechas de hortalizas al año, y la sustentabilidad es su caracte-rís ca. Llevamos sembrándolas por lo menos mil años, pues no está clara la fecha de su origen. Hay quienes dicen que se remontan a 200 años antes de Cristo y otros dicen que surgieron 800 años después de Cristo. Los estudiantes nacionales y extranjeros de agronomía que llegan aquí, se llevan una verdadera lección de agroecología, incluyendo en ello el conocimiento de los chinampe-ros, porque Aurelio y otros pocos que todavía viven y que saben bien la técni-ca an gua y moderna de las chinampas son como un libro abierto y deberían ser parte de una escuela o una cátedra, pues de otra forma cuando mueran se llevarán su saber a la tumba”.

durante los años 60s y 70s

a Xochimilco llegó desde el

sistema de aguas del Distrito

Federal (DF) agua sin tratar, de

drenaje, con la cual se regaban

las hortalizas, y por ello mismo

muchos dejaron de producir aquí

estos alimentos y se orientaron

a las plantas ornamentales

también hay la preocupación

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Hasta los años 50s se cultivaron aquí hor-talizas: calabaza, lechuga espinaca, apio, cilantro y la verdolaga y los quelites que na-cían solitos, todo eso en la zona chinampe-ra. En los cerros teníamos maíz, jitomate y calabaza... En San Juan Acuexcomac (en el pueblo de San Luis Tlaxialtemalco) estaba un manantial muy grande y era mantenido por la zona chinampera. Si teníamos sed y estábamos trabajando, bajábamos a la orilla de la zanja o en la misma canoa y tomába-mos agua de los canales de las chinampas y nunca nos hizo daño, era agua limpia, de manantial; las plantas o las verduras que se cultivaban crecían solas, la tierra estaba vir-gen, era pantanosa y tenía una capa llamada césped (formada de sedimentos naturales: de tules y pastos) que era rico en nutrientes. No necesitábamos fertilizantes, no conocía-mos los químicos. Fuimos siete hermanos y mis dos padres. Todo el sustento de la fami-lia salía del campo. Algo que gocé de niño fue que había mucho pescado. Yo agarraba las carpas con la mano. En el día podía pescar con mano unas 25 carpas de yo creo un cuarto de kilo cada una. Había mucho acosil y ajolote. había frutas, mucho duraz-no, membrillo manzana, tecojote, ciruelo, pera...; íbamos al campo y nos comíamos la fruta del árbol directamente, nunca nos hizo daño. Todo eso se perdió ya.

Mi papá participó en la construcción del acueducto que nace del bosque de San Juan Acuexcomac y llegaba hasta Chapultepec. Me acuerdo de niño, a fines de los 50s y prin-cipios de los 60s, vi que el manantial fue re-llenado con piedra para montar una batería de bombas de extracción de agua para man-darla al acueducto. Eso nos provocó hundi-mientos del suelo. El césped, que era como una esponja polvosa mantenida por el agua, se aplastó cuando ya no hubo agua de ma-nantial y entonces la zona chinampera es-tuvo en peligro de ser desierto, un Texcoco por decir. Porque después de la extracción, en 1965-66 nos mandaron aguas negras y luego inyectaron agua dizque tratada. Las chinampas sobreviven pero con canales arti-ficiales, porque ya no son de manantial, sino de aguas tratadas

Desde que nos mandaron aguas negras se empezaron a morir los ahuejotes, Había mu-cho durazno, membrillo, mucha flor de al-catraz en las orillas de las zanjas. Todo eso se murió. También se acabaron los peces. Hoy hay tilapia. Pero no la comemos porque hay alteraciones en cuanto al abastecimiento de agua que nos llega del Cerro de la Estrella. A veces mandan agua tratada y a veces aguas negras. El canal se tapiza de tilapias que se mueren cuando hay aguas negras.

Actualmente en (el pueblo de) San Grego-rio cultivan mucho la verdura. En San Luis Tlaxialtemalco cultivamos más las plantas de ornato (los más significativos son los cri-santemos, cempazúchitl y nochebuena, así como hierbas medicinales), pero, por los problemas del agua negra, tenemos que usar muchos químicos y eso nos está afectando. No tenemos una orientación por parte del gobierno para decir qué químicos hay que utilizar y en qué cantidades.

F X E , 75

Todo ha cambiado mucho. Antes sembrába-mos maicito, calabaza, frijolito, Hoy ya no se da, se seca la plantita. Los terrenos están muy salitrosos y el agua es muy sucia, apes-tosa, negra, negra. Si sembramos elotitos, ya no nacen o si nacen, nacen chaparritos, para la pastura de las vacas. Cuando era niña mis papás sembraban chícharo, alcatraz, col, toda clase de verdura. Mi mamá vendía en una placita, en Tepito. Dos veces hacíamos la comida, no se usaba gas, ni carbón. Las heces de las vacas las dejábamos secar, hasta endurecerse, las quemábamos y se hacían como carboncito. Las llamábamos “muñe-gas”. Ahora cultivamos pura planta en inver-naderos, pero tenemos que usar químicos, y me provocan alergias, me hincho de la cara.

Antes producíamos chícharo en chinampas, y en lo largo de los remos los colgábamos. Mi papá los cortaba y nosotros recogíamos los manojos para colgarlos en los remos. Me enseñé a remar la canoa y a caminar todo el canal. Todo era chinampas. Antes comíamos los quelites fresquecitos, los quintoniles, los chilacayotitos chiquitos y tiernitos, todo eso sembrábamos. Y de eso vivimos porque no sabíamos lo que era comprar comida, todo

lo teníamos. No había casas, había una que otra, y hoy estamos llenos.

Mi papá cumplió el mes pasado 100 años y todavía manda a mi hermano a que vaya a sembrar que la calabaza, que el frijol. Él quisiera lo mismo de sus tiempos. Todo eso fue muy bonito. Mis hijos, cinco, ya no se dedican al campo. Tienen su trabajito, algu-nos son maestros de escuela, ganan poquito pero como quiera que tienen su quincena. Y mi esposo y yo, trabajando en el campo, tenemos que buscarle a fuerza para comer. Yo vendo aquí en el mercado (de plantas). A veces he lavado y planchado ajeno para com-pletar para comer.

M C R , 64 Al principio las chinampas se alzaron a base de pasto y lodo. Así se fueron levantando. Se les llama chinampas porque son pedazos de tierra, rodeados de agua y alrededor los ahuejotes, y todas las orillas estaban llenas de alcatraz, la flor nativa de aquí; todo era blanco. Con el “soquimacla” –una especie de bolsa de manta con un palo largo– sacá-bamos lodo del agua en canoa, y hacíamos el almácigo sobre las chinampas, de allí entonces cortábamos, se enchapinaba o se ensemillaba y después en los puros cuadros de lodo transportábamos la planta. Y había mucho pescado, agua, mucha abundancia.

Últimamente las personas se han dedicado al cultivo de plantas, y es puro invernadero. Antes era todo campo a cielo abierto. En el manantial que había en el bosque de San Juan Acuexcomac, me tocó nadar todavía. El agua de allí corría hacia abajo, hacia las chinampas. Todo eso se acabó.

Además de verduras, antes sembrábamos el maíz, echábamos almácigos también en el banquito del lodo. Las cosechas las sacá-bamos en canoas, en costales. Los peones ganaban siete pesos al día, en ese tiempo rendía mucho el dinero, porque comía uno todo lo que quería.

Había mucho pescado, en las chinampas ha-bía muchas verduras, acelga, epazote, espi-naca, cilantro, coliflor, pepino, chilacayote, todo eso lo sacábamos por agua a Tlamela-ca, que era el embarcadero del pueblo. Toda la producción, al principio se iba por agua, a la Merced o a Jamaica, después se empezó a trasladar por carro.

En una sola ocasión acompañé a mi papá en canoa a Jamaica –ya en las fechas últimas en que hubo ese recorrido–. Nos llevamos toda la mercancía, la verdura, en la canoa, por toda La Viga. Todo ese era el canal nacional, salía desde aquí y desde (el pueblo de) Xochimilco. Había una y griega que unía al mismo canal y llegaba a Jamaica. El canal pasaba por San Lorenzo, Chimalhuacán y más arriba. Todo eso eran puros pueblos. Un pueblo a otro se dividían a base de puras milpas. Puro maíz y había mucho establo y había mucho ganado.

Ahora todo es muy diferente. Sigue habien-do chinampas, pero ya no es lo mismo en la forma de trabajar. Ahora en las chinampas hay puras plantas, pues la agricultura ya no deja dinero. Por ejemplo el maíz se siembra y ya no nace, o crece nada más y se agila, ya no llena el elote y antes no porque se daba mucho el maíz, crecían las milpas, unas ma-zorcas grandes, bonitas. Hasta la verdura, si no se abona con químicos, ya no se da. Y an-tes sembrábamos con abono pero puro orgá-nico, estiércol de ganado o el chilacastle que se da en el agua, luego barbechábamos y se sembraba la planta, la verdura, lo que fuera.

También ha cambiado la gente. En las gene-raciones de antes, hasta donde me tocó a mi, si uno era hombre, los papás querían que uno creciera para trabajar el campo, si era mujer, se dedicaba al hogar. Ahora hay más traba-jo, más gasto, más todo. Antes rendía mucho el dinero porque todo era barato. Con diez pesos uno hacía uno fortunas. Las generacio-nes de ahora ya no quieren trabajar el campo. Los papás por muy pobres que sean, quieren que los hijos estudien, que salgan adelante. Ya no quieren que trabajen el campo.

Yo produzco cempazúchil, moneda, todas las hierbas medicinales (albahaca, ruda, romero, ajenjo, hierbabuena, menta) y un poco de flores y plantas, por ejemplo begoñas, man-tos y millonarias. Ahorita apenas va saliendo para comer. A mí me gustaría que siguiera todo esto es muy bonito. Como mexicanos deberíamos defender este modo de vida.

Testimonios de pobladores de Xochimilco

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El edén que fue Xochimilco hasta principios de los años 60s está

aún en la mente de las personas mayores, quienes añoran todo lo

que se perdió con la extracción de agua para las zonas urbanas del

Distrito Federal y la contaminación de su manantial y sus canales:

dejó de existir la producción para el autoconsumo de la familia,

se extinguió la fauna acuática y se perdió el paisaje colmado de

chinampas, de árboles frutales y alcatraces. Y ahora hay un riesgo

latente de que se esfume una forma de vida ligada a la tierra.

He aquí testimonios de personas del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco.

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20 de noviembre de 201014

Marina Anguiano

La Magdalena Mixiuhca, anti-guo pueblo na-hua de la Ciudad

de México, mantiene su identidad como comunidad, a pesar de haber sido mermado su territorio y haber dejado de ser agricultor debido al acelerado crecimiento urbano.

En la actualidad la Magdalena Mixiuhca –concebida como una colonia más de la de-legación Venustiano Carranza-- es conocida internacionalmente por las carreras de autos en el autódromo Hermanos Rodríguez. Po-cos saben que esta pista está enclavada en lo que antes era el ejido y las chinampas del pueblo de Mixiuhcan, en la zona lacustre de la cuenca de México.

La información histórica de este poblado nos remite a la peregrinación azteca, iniciada en el año 1111 según algunos investigadores. Se dice que ésta partió de un lugar llamado Azt-lán o Aztátlan, en el norte de México, cuyo sig-nificado es “lugar de garzas”, de ahí su nombre de aztateca o azteca, aunque ellos preferían de-nominarse mexica. Según los informantes de Sahún, eran pescadores y cazadores.

El primer punto de la cuenca lacustre de México que tocaron los mexica fue Chapul-tepec. En su peregrinar se establecieron de manera temporal en Mexicaltzingo, de don-de fueron expulsados, para llegar posterior-mente a Iztacalco, “en la casa de la sal”.

De ahí pasaron a un sitio de tules y carriza-les, donde dio a luz la hermana de Huitzi-líhuitl, llamada, según el cronista Alvarado Tezozomoc, Quetzalmoyahuatzin. Al recién nacido se le dio el nombre de Contzállan (co-nocido también como Conzallan o Cohuat-licue). Este personaje debe ser considerado como el primer ascendiente conocido de los pobladores de la Magdalena Mixiuhca.

Desde aquel entonces se le denominó al lu-gar Mixiuhcan, que significa “lugar del par-to”. Esta palabra náhuatl proviene de mixihui =parir o dar a luz, y can= lugar.

La leyenda dice que su dios Huitzilopochtlilos mandó al islote donde debían permane-cer y fundar Mexíco-Tenochtítlan, lo cual

sucedió, según algunas fuentes, en 1325, y según otras, en 1345.

Una vez que los mexica construyeron su primer templo, dedicado a Huitzilopochtli, se dedicaron a obtener del mismo lago el terreno necesario para su establecimiento. Comenzaron a construir chinampas que en un principio no tenían como fin ser culti-vadas. Se extendieron de tal forma que los pequeños islotes que había alrededor fueron quedando incorporados a la isla mayor.

Esta región lacustre ofrecía grandes posi-bilidades para la pesca y la caza de aves. En las chinampas o camellones cultivaban maíz; frijol; calabaza; diversas flores, entre ellas cempoalxóchitl, y muchos árboles.

El transporte se hacía por canoas fundamen-talmente. Esto implicaba la existencia de embarcaderos y de albergues, que en los al-rededores de la Mixiuhcan subsistieron hasta mediados del siglo XX.

Según los documentos del siglo XVI, en tiempos de Moctezuma II, la pequeña isla de Mixiuhcanera frecuentada por la nobleza mexica como un lugar de recreo en sus paseos campestres.

En la Colonia, en 1542 el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, amparó al pueblo para que no fuese despoja-do de sus tierras, las cuales se localizaban en-tre pantanos, en los que abundaba sólo zaca-te, y estaban delimitadas por cipreses, sauces, y huexotes. Sus habitantes eran pobres y se dedicaban a la explotación del zacate, a la pesca y a la caza, sobre todo de patos.

Concluida la Colonia, la parte sureste de la cuenca de México, donde se localiza Mixiu-hcan, siguió teniendo mucha importancia, debido a que venían a su embarcadero nu-merosas canoas, que transportaban legum-bres y flores desde Xochimilco, Tláhuac, Milpa Alta, Texcoco, e incluso de Chalco.

A raíz de la Ley de Desamortización de Bienes Civiles y Religiosos, de 1856, el régi-men de propiedad comunal desapareció para dar lugar a la propiedad privada. Los habi-tantes de la Magdalena Mixiuhcan perdieron gran parte de sus tierras.

Después de la Revolución, los habitantes de este poblado solicitaron la restitución de sus tierras,

pero no fue sino hasta 1921 que el presidente Ál-varo Obregón dotó al pueblo de la Magdalena con una superficie que fue base para su ejido.

Seguros de su propiedad, los campesinos construyeron nuevas chinampas para culti-var hortalizas en los lotes que tenían sembra-dos alfalfares descuidados.

Hasta los primeros años de la década de los 50s, los ejidatarios de la Mixiuhcan y su efec-tivo sistema de sembradíos sobre chinampas, en medio de canales, producían gran varie-dad de flores, legumbres como betabel, rá-bano, espinaca, zanahoria, ejote, verdolaga, poro y alcachofa. Desde luego, también con-taban con sus milpas de maíz, frijol y cala-baza. El rendimiento de un metro cuadrado en la chinampa era grande, ya que se sem-braban a la vez cuatro diferentes cultivos que tenían un ciclo reproductivo distinto.

Los canales fueron desapareciendo como vías de comunicación para dar paso al sistema de desagüe, requerido por el crecimiento de la ciudad. El canal de la Viga fue desecado.

La situación actual del poblado de la Mag-dalena Mixiuhca es producto de dos decretos presidenciales expedidos por Adolfo Ruiz Cortines. El primero creó la zona urbana eji-dal. El 5 de diciembre de 1956 se expidió el segundo, que expropió al ejido 235 hectáreas, exceptuando la zona urbana ejidal. En estos terrenos se construyó la ciudad deportiva, un autódromo, un velódromo, el Palacio de los Deportes y habitaciones populares. Se trans-formó radicalmente esta zona, que de rural pasó a ser urbana. Así se modificó la estruc-tura socio-económica del pueblo, uno de los más prósperos poblados chinamperos de la cuenca de México.

La lucha incansable que ha sostenido este poblado por mantener sus tierras ha traído una gran cohesión y solidaridad de grupo, ya que ellos, a pesar de las designaciones oficiales que les dan la categoría de colonia, se consideran todavía un pueblo. Esta soli-daridad se ve reforzada por la religiosidad popular, la cual se manifiesta, sobre todo, en las fiestas tradicionales y sus complicados rituales. Éstas han sufrido modificaciones como el resto de su cultura, incluso algunas ya han desaparecido y otras han surgido de manera reciente.

Desde hace dos generaciones los habitantes de la Mixiuhca dejaron de hablar el náhuatl y ya no se consideran parte de la etnia nahua. Sin embargo, a partir de los rituales fortale-cen su identidad pueblerina.

Durante la Colonia tuvo lugar una reinter-pretación simbólica y la configuración de nuevas tradiciones populares, a la vez de que se conservaron elementos antiguos que se ar-ticularon con la nueva religión traída por los españoles. Este fenómeno se puede apreciar en la Magdalena Mixiuhca, a pesar de haber perdido sus tierras de cultivo en los años 50s y haber dejado de ser agricultor.

Una de las fiestas más importantes del año de la Magdalena Mixiuhca se celebra el 22 de julio y es dedicada a María Magdalena, pa-trona del pueblo. Es eminentemente católica, pero tiene reminiscencias de alguna festivi-dad agrícola que se celebraba en la época pre-hispánica con el fin de obtener buenas cose-chas. Se dice que este día debe llover mucho y para este efecto, hasta hace unos años, se sacaba en procesión a la imagen de la Mag-dalena, recorriendo con ella todo el pueblo.

Otra festividad destacada es la ofrenda de maíz. Se llama la Fiesta de la Flor y consiste en una peregrinación a la Villa de Guadalu-pe, la cual en el pasado marcaba el fin del ciclo de festividades agrícolas.

El pueblo ya no es agricultor pero sigue reali-zando esta peregrinación el último domingo de noviembre. Es la única fiesta que toda-vía cuenta con mayordomía. Se lleva como ofrenda una artesanía ritual que simbolizaba el fruto del trabajo campesino en los plantíos de maíz y otros cultivos y, con ello, el agrade-cimiento por las buenas cosechas obtenidas.

Según los habitantes de la Mixiuhca, acuden al Tepeyac “para demostrar su fervor cristia-no y la devoción natural a la Virgen de Gua-dalupe, por los favores y bendiciones recibi-dos durante el año”.

La ofrenda recibe el nombre de “resplan-dor” o “flor de xochicahuastle” (girasol) y está formada por un centro o disco metá-lico que en el frente lleva la imagen de la Guadalupana y al reverso un cáliz eucarísti-co. En el disco están clavadas 60 varas pin-tadas de color verde, a las cuales se pegan pequeñas hojas de maíz de colores verde, rojo y morado. Adornan cada vara cuatro círculos concéntricos, elaborados a base de palomitas de maíz, ensartadas en alambre y están rematadas por una banderita de papel picado. “Cada vara simboliza una planta de maíz: las dos hojitas verdes representan las primeras hojas que le salen a la planta, a los ocho días de sembrada; la caña va creciendo y alrededor del mes de julio le brotan hojas moradas, tiempo en que el maíz está jilo-teando; llega el invierno y le salen hojas ro-jas, porque el hielo las quema. La bandera es la espiga de la caña y las palomitas son los granos de la mazorca”.

A pesar de los embates de la modernidad,el pueblo de la Magdalena Mixiuhca sigue reproduciéndose culturalmente y conserva sus tradiciones en un afán de subsistir como comunidad ante el individualismo que priva en la gran metrópoli. La vida ceremonial y festiva juega un papel preponderante en la cohesión de sus habitantes y fortalece su identidad pueblerina.

La narrativa oral presenta gran vigor. Todo mundo recuerda con nitidez los años prós-peros de su economía y narra con cariño y nostalgia la vida campesina que ya se ha ido. Los ancianos describen algunos pasajes de la lucha por la tierra, desde tiempos de la Colonia. Circulan leyendas sobre La Malin-che; la hija de Moctezuma y Cortés, al cual se le solicitó una imagen de la Virgen y él les donó la escultura de María Magdalena, su actual patrona. [email protected] artículo parte de la ponencia del mismo nombre, pre-sentada por la autora en el Primer Coloquio Historia y Cul-tura de los Pueblos Originarios de la Ciudad de México, en el Museo de Antropología e Historia, septiembre de 2010.

Desde hace dos generaciones

los habitantes de la Mixiuhca

dejaron de hablar el náhuatl y ya

no se consideran parte de la etnia

nahua. Sin embargo, a partir de los

rituales fortalecen su identidad

Venustiano Carranza

LA MAGDALENA

MIXIUHCA: PUEBLO

ANTIGUO QUE

SE RESISTE A

DESAPARECER

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20 de noviembre de 2010 15

Iván Gomezcésar Hernández

El oriente de la de-legación Iztapala-pa, en el Distrito Federal, es una

de las zonas de la ciudad en que se expresan más fuertemente los problemas urbanos: alta densidad poblacional producto de migración, predominancia de los jóvenes, ingresos bajos, analfabetismo, desempleo y, no es de extrañar, delincuencia y otros fenómenos ligados a la pobreza y marginación. En medio de este di-fícil entorno subsisten cuatro pueblos origina-rios: Santa Cruz Meyehualco, Santa Martha Acatitla, Tecoloxtitlán, Acalhuatepec y el pue-blo que nos ocupa: Santa María Aztahuacán. No es la primera vez que estos pueblos logran sobrevivir a grandes cambios y eclosiones.

El primer gran cambio fue sin duda la Conquista. Es conocido el hecho de que la población quedó muy reducida, merced las nuevas condiciones y en especial al efecto del “envenenamiento del aire” que trajeron las nuevas enfermedades. Pero Aztahuacán era un pueblo muy organizado y no sólo se repu-so; mantuvo su condición de cabeza de la re-gión y aportó elementos valiosos: la agricultu-ra chinampera en la parte salada del lago de Texcoco, la pesca de aves y la caza de peces, como muestran los antiguos códices y mapas; el tequesquite, el tezontle y otras piedras para la construcción; y sobre todo la mano de obra que demandó la nueva capital colonial.

Por eso cuando el país se independizó Santa María pudo mantenerse como pueblo con cierta autonomía y capacidad de nombrar a sus representantes. Pero en las últimas décadas del siglo XIX, con el triunfo de los hacendados, los enemigos de los pueblos libres se enseñorea-ron en la región. Todo el oriente de Iztapalapa

quedó bajo la férula de la hacienda del Peñón, propiedad del compadre de Porfirio Díaz, Jus-to Ceja, quien se apropió de tierras y lagunas y estableció un sistema servil. Los campesinos perdieron en buena medida su tierra agrícola y la de uso comunal y con ella su autonomía. El censo de 1910 señala que 80 por ciento de los campesinos de Santa María fueron consi-derados peones. Los relatos hablan de tiendas de raya y de la existencia de férreos cacicazgos.

Eso explica por qué el zapatismo fue a anidar con fuerza en la zona. Actualmente en la pla-za central del pueblo hay una placa que recuer-da 200 nombres de zapatistas de Santa María, comandados por el general Herminio Chava-rría. Su temprana muerte truncó su rápida y prometedora carrera. En 1915 sus restos fueron enterrados, como en el caso de otros jefes za-patistas, en el atrio de la iglesia, pero fueron profanados por gente ligada al antiguo cacique.

En los siguientes años llegó de nuevo la muer-te y la desolación. A la violencia de las armas se sumó la fatalidad: la influenza española y el paludismo se cebaron en una población empobrecida. En Aztahuacán, la población de 1950 sumó un número similar a la de 1910, o sea que tardó 40 años en recuperarse.

Con todo, la lucha campesina y la fuerte pre-sencia zapatista en la zona, es lo que explica por qué el nuevo gobierno emergido de la Re-volución echó mano del reparto agrario para “pacificar” a los campesinos y generar condi-ciones de control social. El más temprano de los repartos –en este caso restitución– fue en el pueblo de Iztapalapa, a fines de 1916, aun antes de que se firmara la nueva constitución. Entre 1922 y 1924 se dotó a los pueblos iztapala-penses de Tezonco, Culhuacán y Mexicaltzin-go y entre 1924 y 1930 le tocó el turno a Santa María y al resto de los pueblos del oriente de

Iztapalapa, con excepción de Santa Cruz Me-yehualco, cuyas tierras eran comunales.

Esta es la segunda resurrección. Las familias de Santa María regresaron, muchas rehicie-ron sus antiguas chinampas y todavía tuvie-ron el empeño, con los recursos comunales que les dejaban las “armadas” (caza de patos con escopetas en fila), para construir el reloj monumental que sigue siendo el símbolo del pueblo. De su lucha organizada surgieron ca-minos, escuelas y el mercado. Pero la situación cambió muy pronto. A partir de los años 40s, las invasiones de terrenos se sucedieron, y en la siguiente década comenzaron las expropiacio-nes de tierras a los ejidatarios. Ese panorama aciago, aunado a un aumento en la saliniza-ción de las tierras, obligó a la gente de Santa María a venderlas, y se convirtieron en nuevas colonias, en una zona semi-industrial y tam-bién en desdoblamientos del propio pueblo.

Su sistema de vida cambió por completo y aho-ra las chinampas, los cultivos de la zona alta, los patos y el ganado sólo quedaron en el re-cuerdo. Pero Santa María ha logrado adaptarse

de nueva cuenta. En medio del barullo urbano extremo, continúan teniendo idea de territo-rio. A expropiaciones y ventas subsistieron dos lugares que, independientemente de su situa-ción jurídica, funcionan como espacios comu-nitarios: el panteón y el área conocida como “los Teatinos”. Este último es el terreno de una antigua mina, en la que los lugareños relatan un pasado de centro ceremonial prehispánico y luego espacio religioso durante la Colonia. Allí tienen lugar importantes celebraciones del pueblo, y a pesar de que ahora está rodeado de colonias populares distante del núcleo central del pueblo, mantienen el control real y sirve de negociación con esos nuevos pobladores.

Aztahuacán se mantiene porque conserva una estructura de familias troncales, que poseen una idea de territorio sustentado en la memoria, pero también en sus antiguas y nuevos lugares de residencia. Las familias refrendan su pertenencia e identidad en la vida ceremonial, y el paso de campesinos a pobladores urbanos, lejos de debilitarla, la ha ampliado y complejizado.

Los viejos de Aztahuacán mantienen una gran nostalgia por el hermoso paisaje lacus-tre y agrícola que ya no existe. Muchos de los jóvenes tal vez no compartan ese senti-miento de sus mayores, pero juntos partici-pan de la asombrosa celebración del Día de Muertos, en la que se distingue la ofrenda colectiva para todos los olvidados en el atrio de la iglesia antigua; ambos, jóvenes y viejos, se encuentran en el trabajo de las mayordo-mías, que expresa una de las claves de su permanencia: las fiestas han sido capaces de atraer a todas las generaciones y también a muchos de los nuevos pobladores.

La estrategia de Santa María responde clara-mente a una existencia urbana. Así, pese a que en su vestimenta y costumbres se trasluce su es-píritu campesino, son personas completamente integradas a la ciudad: desde sus negocios y es-tudios, como en sus capacidades de actuar. Coordinador de Enlace Comunitario de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) / [email protected]

Iztapalapa

LA TERCERA RESURRECCIÓN DE SANTA MARÍA AZTAHUACÁN

Atenea Domínguez Cuevas

Los poblados rurales localizados al sur de la delegación Tlalpan, como otros tantos del Distrito Federal, han sufrido cambios

drásticos en los 30 años recientes debido a la expansión urbana y los conflictos que ésta ha provocado en torno a la posesión y el control de la tierra, tanto a nivel local como extralocal.

La prioridad al fomento industrial, la política estatal de cre-cimiento urbano en los años 70s del siglo pasado, el temblor de 1985 y las modificaciones jurídicas hechas a la tenencia de la tierra en 1992, son algunos de los factores que acele-raron la expansión poblacional hacia el sur del Distrito Fe-deral. Todo ello trajo consigo un cambio de percepción en torno a la tierra. Las actividades primarias agrícolas, foresta-les y de pastoreo decrecieron al tiempo que aumentaron las actividades secundarias y terciarias; en muchos casos la tie-rra pasó de ser un modo de producción a ser una mercancía.

Los primeros inmigrantes que llegaron a Ajusco fueron miembros de la elite militar y política que construyeron

ranchos y/o casas de campo. Posteriormente arribaron per-sonas de escasos recursos proveniente de diversas partes de la República y de la Ciudad de México (muchas de ellas en el esquema de “paracaidismo”, el cual fue replicado des-pués en la zona por partidos políticos con el fin de obtener votos); finalmente, llegó gente de clase media en busca de un lugar tranquilo donde vivir. El paisaje boscoso, que de por sí había sido ya trastocado con la tala inmoderada para surtir de madera y raja a la fábrica de papel Loreto y Peña Pobre, se transformó.

Actualmente la venta de la tierra se ha convertido en uno de los negocios más fructíferos y redituables para la pobla-ción. Las características boscosas que persisten y las diversas opciones recreativas que ofrece la zona hacen que la tierra se inserte de manera más acelerada en el mercado inmobi-liario incrementando su valor. El aumento progresivo de los habitantes que llegan de fuera, los avecindados, provoca una fuerte y constante tensión respecto al acceso a los servicios públicos, la toma de decisiones y el control del territorio. En ocasiones el acceso de los avecindados a algunos servicios públicos, por ejemplo el agua, está condicionado por parte de los nativos u “originarios”, es decir, existen sutiles formas de exclusión hacia los “otros” que varían en forma e intensi-

dad según de quién se trate y de la situación. Lo anterior no impide que se establezcan alianzas, de hecho existen diver-sos mecanismos por medio de los cuales la gente de fuera va siendo reconocida e incorporada al pueblo.

Si bien existen distintos grupos y por tanto diferencias y conflictos dentro de los poblados, se presentan como una comunidad homogénea ante el exterior, con una fuerte raíz identitaria que los aglutina hoy día en el imaginario social como tepanecas, sobre todo si se trata de disputar y defender los recursos significativos como son la tierra y el agua. Es el caso del conflicto que tuvieron San Miguel y Santo Tomás Ajusco con el poblado de Xalatlaco, perteneciente al Estado de México, que evidenció que en una de las ciudades más grandes del mundo siguen existiendo conflictos agrarios por el reconocimiento de la tierra comunal en pleno siglo XXI.

Las transformaciones en esta zona no sólo afectan a los pobladores de Ajusco, sino a toda la ciudad, puesto que es una de las principales áreas de conservación ecológica, vi-tal para la recarga de los mantos acuíferos y la preservación de flora y fauna. Es claro que las irregularidades en los usos de suelo y la complicidad de las autoridades para solapar o promover invasiones, así como para permitir la venta ilegal en zonas de conservación, inciden en la dinámica econó-mica, sociocultural y política de los pueblos, pero sus con-secuencias repercuten también en todos los habitantes de la Ciudad de México. Antropóloga / [email protected]

Tlalpan

IDENTIDAD Y CRECIMIENTO URBANO EN LOS PUEBLOS DEL AJUSCO

Los viejos de Aztahuacán mantienen

una gran nostalgia por el hermoso

paisaje lacustre y agrícola que

ya no existe. Muchos de los

jóvenes tal vez no compartan

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Lourdes Edith Rudiño

La urbanización en las zonas cam-pesinas de la Ciu-dad de México

avanza sin miramientos y lo que se pierde no es sólo el paisaje rural, las posibilidades de producción de alimentos y el “pulmón” de la metrópoli. Se tira por la borda culturas ricas, historias y tradiciones familiares ligadas a la tierra que vienen de años e incluso siglos, se desechan conocimientos de labranza de la tierra muy particulares y formas de vida y de reproducción social diferentes e incluso in-sólitas para la dinámica citadina.

El testimonio de don Antonio Cruz Piña, de 65 años, originario de Santiago Zapotit-lán, así lo expresa.

Santiago Zapotitlán es uno de los siete pue-blos de la delegación Tlá|huac; se ubica al noroeste de la cabecera delegacional, al pie del volcán Xaltepec en la Sierra de Santa Ca-tarina, lugar donde el gobierno del Distrito Federal prevé expropiar 750 hectáreas para instalar un basurero, un reclusorio vertical y una academia de policía, así como un corre-dor industrial que también abarcará el norte del pueblo de San Francisco Tlaltenco.

Dice don Antonio: “Mi origen es este pue-blo. Soy originario por descendencia, tengo mi árbol genealógico desde mis tatarabuelos. Las tierras que poseemos varios familiares y yo, de esa categoría de descendencia, las conservamos todas. A diferencia de otros lu-gares de México, donde la gente se ha ido a Estados Unidos, aquí en Zapotitlán no tuvi-mos que hacer eso, tuvimos la fortuna de he-redar tierra y también hemos sido obreros, lo que permitió que nuestra comunidad tuviera un buen nivel social y económico.

“Actualmente –en paralelo a la construcción de la línea 12 del Metro, que corre toda la avenida Tláhuac y llegará a la vecindad de la delegación Tláhuac con el pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, Xochimilco–, vemos gente que se dedica a bienes raíces que anda queriendo comprar aquí. La tierra se ha so-brevaluado porque las cadenas comerciales y los inversionistas de multifamiliares andan buscando terrenos grandes. A mí cada rato vienen a decirme que venda, tengo un mon-tón de clientes en potencia. Aquí somos tres hermanos. Tenemos cuatro mil 600 metros cuadrados cada quien, y sí tengo contempla-do vender una parte por si hay un apuro.

“La herencia de la tierra es para mis hijos, pero ya no para la siembra, sino para que construyan sus casas. A los jóvenes ya no les interesa el campo, están desorientados. El campo se va a acabar aquí, estoy consciente de que soy de los últimos en esto”.

La entrevista con don Antonio se desarrolla en una cancha de fútbol que se adaptó desde hace ya más de diez años en parte de sus tierras, por-que desde siempre su familia ha sido aficiona-da a este deporte –“en 1930 mi papá fue funda-dor del primer equipo del pueblo”–. Y la renta de la cancha da más ganancia que el agro.

Don Antonio reconstruye con añoranza el paisaje de su niñez. “De todo esto ya no queda ni 10 por ciento de campo. Todo era siembra desde Coapa, desde Culhuacán (se refiere a terrenos que abarcan desde las de-legaciones Coyoacán y Tlalpan). Estaban el Rancho del Prieto, el Rancho del Moli-no. Allá por donde está la Prepa 5 (División del Norte y Avenida Acoxpa) todo era una hacienda, el señor Juan Nájar venía por los peones acá. Yo todavía conocí Culhuacán cuando había milpas.

“Pero muchas cosas vinieron a acabar con el campo. Hace 15 años, lo que es Canal de Chalco, del Periférico hacia Tláhuac se sem-braba todo de maíz, pero ya que estaba jilo-teando, el gobierno le echaba aguas negras y lo inundaba. Lo hacía a propósito, porque el gobierno ha sido desgraciado, maldito siem-pre con los campesinos.

Don Antonio –que es muy conocido y respe-tado en su pueblo porque ha sido mayordo-

mo siete veces– lleva con orgullo el apodo de El Cubano y con orgullo también es co-leccionista y conocedor de música de todo tipo, particularmente la cubana por extraña coincidencia. De niño fue agricultor con su padre. Y cuando llegó a los 20 años de edad, igual que los jóvenes de su generación, se movió del campo a ser obrero. Trabajó 18 años en la Cervecería Modelo, “donde lle-gué a ser maestro de primero de llenadoras y a tener el sueldo máximo y tuve a cargo una sección y gente a mi mando, sin ser jefe de confianza, a pesar de ser una empresa muy difícil de escalar”, y luego seis en Teléfonos de México, para luego, a los 45 años de edad, regresar a su actividad de campesino, en donde continúa felizmente sembrando maíz, calabaza y hoy día cempazúchitl.

“No gano mucho, sólo para sobrevivir, pero siento una satisfacción muy grande cuando llevo mi producto y hay gente que me dice: ‘¡Ay, cabrón!, ¡qué bonitas calabazas, hasta parecen de porcelana!”

Se refiere a la producción que obtiene de esta zona de tierra volcánica, característica que da a los cultivos (al elote, ejote, calabaza) un sabor dulce. “Mi calabaza es orgánica, es semilla criolla, que casi no existe. Es de bo-lita pero de costilla. Su rendimiento es míni-mo pero vale la pena. La gente ve la calidad, tiene un brillo que parece que les untamos manteca. Mi esposa y yo las vendemos en el mercado del pueblo a 20 pesos el kilo. A mí no me importa que la normal valga tres o 15. Y la gente lo paga, porque conocen de cali-dad, muchos son o fueron campesinos.

Los recuerdos antiguos están presentes. “Cuando éramos niños toda la gente tenía animales, que borreguitos, que un burro... todo el estiércol que salía iba para el cerro

y abonábamos; había mucho hongo, el men-tado huitlacoche, crecía mucha calabaza, cosechábamos cerros. Con el tiempo, ha influido la contaminación, la falta de criar animales para tener el abono para fertilizar, y la tierra ya no nos da igual, ahora es más difícil sobrevivir el campo.

“Mi papá era yuntero, gañán. Gañán se le de-cía al que tenía sus yuntas para trabajar ajeno. Adentro del cerro (de Xaltepec) hay un cajete y una planicie como de seis hectáreas e íba-mos a sembrar adentro del cerro. Había una vereda lateral y llegábamos y sembrábamos y pizcábamos con animales. Hasta la punta del cerro se sembraba. No quedaba un solo cuadrito vacío. La semilla de maíz del cerro no jalaba en la ciénega y viceversa. ¿Qué era?, quién sabe. Sólo Dios, el tiempo o los estudios lo habrán de descifrar. En el cerro sembrábamos maíz, calabaza, frijol negro bo-ludo, frijol parraleño, frijol moro y el ayoco-te morado. Si la fecha de siembra se pasaba, después del 15 de mayo, se corría el riesgo que pegara la mentada canícula de agosto”.

El maíz era un asunto aparte. “Durante todo el año había trabajo del maíz, había que sembrar, cultivar, cosechar. Había que hacinar el rastrojo, picarlo para los animales, venía la deshojada del maíz para aprovechar el olote para la leña, la hoja para los tamales, y venía la desgranada. Y luego vender maíz para comer. Era labor de todo un año”.

Ahora el cerro Xaltepec es una vergüenza. Desde 1955 ha estado expuesto a un cons-tante saqueo de arena. Está ya muy adelga-zado y en algunos años podrá desaparecer. Allí hay camiones permanentemente que e llevan la arena. “Cualquier cosa que haya en el subsuelo son bienes nacionales y algo está pasando porque se está permitiendo este sa-queo. Es un robo federal”.

Tláhuac

METRO, BASURERO Y RECLUSORIO DESPLAZAN AL AGRO• Testimonio de compesino-obrero-campesino• El cerro Xaltepec será pronto sólo un recuerdo

Se tira por la borda culturas

ricas, historias y tradiciones

familiares ligadas a la tierra que

vienen de años e incluso siglos,

se desechan conocimientos

de labranza de la tierra muy

particulares y formas de vida

y de reproducción social

diferentes e incluso insólitas

para la dinámica citadina

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FELICITA A LA DOCTORA ELENA

ÁLVAREZ BUYLLA ROCES

Presidenta de la Unión de Cien fi cos Comprome dos con la Sociedad

por la obtención del Premio Universidad Nacional en el área de Ciencias Naturales,

que entrega la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y que es la máxima dis nción académica de México.

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20 de noviembre de 2010 17

Gisela Espinosa Damián

En las 16 delega-ciones del Distri-to Federal (DF) residen poco

más de 300 mil pobladores indígenas, cifra ya de suyo importante que se eleva a más de un millón si consideramos la zona metropolita-na de la Ciudad de México (ZMCM), inclu-ye las áreas urbanas del DF y del Estado de México e Hidalgo que forman un gran man-chón urbano). A pesar de que sólo representa el seis por ciento del total de habitantes de la ZMCM, es la mayor concentración indígena de América Latina.

En el DF predominan triquis, mazahuas, otomís y mixtecos, aunque se sabe que prác-ticamente todos los grupos étnicos tienen re-sidentes en esta ciudad, convirtiéndola así en el área con mayor diversidad cultural y étnica del país y de América Latina, pero también en un espacio donde se reproducen y en muchos aspectos se acentúan los mecanismos de des-igualdad social y discriminación étnica. Es en el oriente, el centro y el norte del DF donde más indígenas hallamos, en las delegaciones Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Cuauhtémoc.

Los pueblos originarios del DF son minoría en-tre los indígenas urbanos, la mayoría está cons-tituida por migrantes temporales, permanentes y flotantes; migrantes de primera, segunda y tercera generación; radicados (migrantes de cuarta generación) que llegan en busca del tra-bajo y los ingresos que no hallan en sus pueblos rurales de origen. Si bien en México hay más varones que salen de sus lugares de origen en

busca de empleo y oportunidades, al DF llegan más mujeres que varones. Por cada cien hom-bres indígenas hay 123 mujeres.

Al llegar a la ciudad, las redes familiares, de amistad y paisanaje –más consolidadas mien-tras más amplio y antiguo sea el número de migrantes del lugar de origen–, amortiguan las dificultades para conseguir vivienda, empleo e ingreso; para adentrarse en una cultura y un me-dio desconocidos; para defender sus derechos humanos e indígenas y para acostumbrarse a una lengua ajena. Las redes sociales son indis-pensables pero insuficientes para contrarrestar las adversidades y obstáculos que ofrece la urbe a los inmigrantes y pobladores indígenas.

Aun cuando las viviendas de los indígenas ur-banos son generalmente precarias, la mayo-ría dispone de servicios: 93 por ciento cuenta con agua entubada, 97 con servicio sanitario, 99 con energía eléctrica y sólo uno por ciento tiene piso de tierra y usa leña para cocinar. Estos indicadores superan los servicios de la vivienda indígena rural, pero ello no significa que estén en ventaja absoluta, pues el hacina-miento que caracteriza la vida en las vivien-das indígenas urbanas (un tercio cuenta con una sola habitación), así como la pérdida de espacios, no sólo los directamente habitables, sino el solar, el fundo común, el paisaje y el horizonte que se disfrutan en las áreas rura-les, desaparecen en la urbe y con ello se esfu-ma cierta calidad de vida. Añádanse a ello ex-periencias en que los vecinos de las viviendas indígenas ejercen presiones para alejarlos y evitar la convivencia con ellos, lo cual contri-buye a formar enclaves étnicos o pluriétnicos en ciertos espacios de la ZMCM.

De los pobladores indígenas del DF que tie-nen 12 años o más, los unidos en pareja o ca-sados representan el 49 por ciento, mientras el 44 por ciento reporta la soltería como su estado civil y el siete restante ha enviudadao o se ha separado. En el DF el índice de fecundidad de las indígenas es de 2.7 hijos por mujer, el más bajo del país para este grupo de población.

El monolingüismo es más común en las mujeres, pues con un índice de 16 por ciento prácticamente duplican el nueve por ciento de varones en esa condición. Según algunas estimaciones, la tasa de analfabetismo entre la población indígena urbana es cuatro veces más alta que en la no indígena de la ciudad; también se reporta que la presión por hallar empleo y tener ingresos obliga a que los y las indígenas en edad escolar abandonen la es-cuela mucho antes que sus contrapartes no indígenas, lo cual refuerza la tendencia a que ocupen trabajos mal remunerados. Estas apre-ciaciones difieren de algunas fuentes: según el Consejo Nacional de Población (Conapo) y el Instituto Nacional Indigenista (INI), en sus Indicadores socioeconómicos de los pueblos indígenas 2002, en el DF, 92 por ciento de la población indígena menor de 15 años y mayor de seis asiste a la escuela; y sólo 11 por ciento de los mayores de 15 años es analfabeta.

Pese a las discrepancias, parece haber consen-so en que la población indígena de la ZMCM sufre grandes desventajas y rezagos educati-vos. En este marco adverso destaca una mi-noría de jóvenes indígenas que ha logrado y está logrando cursar carreras universitarias y posgrados –en muchos casos a contrapelo y con grandes sacrificios personales y familia-res–. Su insignificancia estadística contrasta con el importante papel que algunos de ellos están jugando en los movimientos étnicos y culturales y en funciones y cargos públicos. Gran parte de esta nueva intelectualidad indí-gena comprometida con sus pueblos proviene de universidades públicas de la ZMCM.

El 85 por ciento de los indígenas urbanos tiene entre 15 y 64 años de edad (32 por ciento de 15 a 19 años y 53 por ciento de 30 a 64 años), es decir, la mayoría está en edad productiva. La pobla-ción indígena económicamente activa (PEA) asalariada abarca al 77 por ciento de los mayores de 12 años; 21 por ciento más trabaja por su cuen-ta. Prácticamente todas y todos los indígenas ur-banos trabajan, incluidos muchos de los que no se registran por tener menos de 12 años, pues es archisabido que las y los niños indígenas apren-den a vender o a mendigar en las calles desde muy temprana edad. En el sector primario apenas trabaja el 1.4 por ciento del total de esa PEA, lo cual significa una pérdida paulatina de sus saberes agrícolas; en el sector secundario (in-dustria) labora el 23 por ciento y en el terciario (comercio y servicios) el 76 por ciento restante. La albañilería, el trabajo doméstico y el comer-cio ambulante son sus tres actividades más im-portantes, en ellas se emplea 95 por ciento de la población indígena que trabaja en el DF. Pese al alto porcentaje de asalariados indígenas, sólo el 3.8 por ciento tiene acceso a servicios de salud, lo cual expresa las pésimas condiciones labora-les que privan en sus tres actividades más rele-vantes, donde la flexibilidad, la informalidad y la precarización campean desde siempre.

Las cifras sobre las condiciones de vida de la población indígena en el DF y en la ZMCM son apenas una pálida aproximación a la com-plejidad y los enormes rezagos, discrimina-ción y agravios que sufre en su vida cotidiana este grupo poblacional. Si la mayoría ha mi-grado en busca de mejores condiciones y pers-pectivas de vida, lo que encuentra es quizá la la subsistencia mínima, pero con altos costos personales en su salud física, en su bienestar social y en su dignidad como personas y como cudadanos. Las respuestas sociales a las ne-cesidades y problemas de este grupo son una asignatura pendiente, pero las acciones y pro-puestas de los propios indígenas urbanos tam-bién están pautando cambios relevantes. Académica de la UAM-X [email protected]

Indígenas en la metrópoli

RECUENTO DE AGRAVIOS Y DISCRIMINACIÓN

El gobierno aprobó ilegalmente la siembra de maíz transgénico en México, centro de origen y reservorio genético del maíz a nivel mundial. Esta decisión afecta a nuestro principal alimento y a los campesinos mexicanos, pues pone en riesgo a cientos de

variedades de maíces nativos, que pueden perderse o ser contaminadas y/o patentadas.

Ante esta amenaza convocamos a la ciudadanía a sumarse a la protección de nuestros maíces participando en la:

Porque si todos supiéramos los riesgos e intereses que hay detrás de los transgénicos, saldríamos a defender nuestros maíces nativos, nuestras tortillas, nuestros totopos y pozoles, y no habría corporación lo

sufi cientemente poderosa como para callar las voces de millones de mexicanos.Únete a esta Cruzada para que todos aprendamos qué son los transgénicos, a quién benefi cian, qué

riesgos conllevan, qué derechos tenemos como ciudadanos y consumidores y por qué debemos proteger a nuestros maíces. Conviértete en Protector o protectora del maíz dando información en tu escuela, colonia,

trabajo, sindicato, cooperativa o empresa. ¡Entérate y corre la voz ! ¡Participa para que todos sepamos!

Regístrate y usa las herramientas de la página: www.sinmaiznohaypais.org

Cruzada informativa sobre transgénicos

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Ainara Arrieta Archilla

La Ciudad de México es una de las ciudades indí-genas de América

Latina. La más diversa de México, tanto por el número de pobladores indígenas que resi-den o transitan como por la diversidad etno-lingüística que aquí confluye. Prácticamente la totalidad de las culturas de la República Mexicana están representadas en este centro.

Para la década de los 60, era visible el rostro in-dígena de los migrantes de origen campesino en la megápolis. Sin embargo, la ciudad no se reco-noció pluriétnica y la discriminación es experi-mentada cotidianamente por las y los indígenas.

La ciudad se llena de voces e imágenes múl-tiples y contradictorias, la discriminación en las calles moldea significativamente la auto-percepción de mujeres y hombres respecto a su identidad étnica y de género. Pero hay una diferenciación: al contrario que con los hom-bres, donde el conocimiento campesino e in-dígena del que son portadores se desconoce y traduce a estigmas de delincuencia y peligro-sidad, para las mujeres la pobreza adquiere un rostro “etnificable”. Transitar con el traje tradi-cional, hablar su ancestral idioma o vender de artesanías y dulces en las calles implica hacer frente a los imaginarios de las “Marías”, tra-ducida a menosprecio y prejuicios de “pobre mujer”, vinculado a la carencia e ignorancia.

“Hubo un tiempo que salí a vender dulces aquí en Salto del Agua, allí hay mucha dis-criminación: siempre te dicen quita de aquí que estorbas o te dicen india” (Testimonio de mujer de Santiago Mexquititlán residente en la Ciudad de México).

Insertarse en la ciudad en condiciones de discriminación fue difícil para las indígenas de origen rural, ya que implicó trascender las condiciones materiales y sociales restrictivas (desde la búsqueda de empleos y viviendas, hasta de los mecanismos de reproducción de la identidad comunitaria). Con mayor fuer-za para los colectivos que se ubicaron en el centro de la ciudad, cuya presencia invadió el corazón del paisaje citadino.

Siendo múltiples las experiencias de migración étnica a la capital, las modalidades y estrategias de adaptación y apropiación de cada grupo ét-nico han sido diversas. Al destacar esta diversi-dad y contradecir el estigma de marginalidad indígena en la ciudad, un informe reciente se-ñala que los hijos y nietos de los indígenas que

migraron durante los años 40 y 50 se han in-sertado a la capital exitosamente, “convirtién-dose en profesionistas o dueños de empresas propias” (Molina y Hernández, 2006).

Al referirse a grupos indígenas cuya estrategia de incorporación a la ciudad fue la creación de “en-claves étnicos”, este informe –denominado “Per-fil sociodemográfico de la población indígena en la Zona Metropolitana de la ciudad de México, 2000. Los retos para la política pública”– señala:

“Algunos grupos aunque llegaron a la ciudad en la época del desarrollo estabilizador, op-taron por especializarse en el comercio en la vía pública y permanecer en zonas céntricas cercanas a sus áreas de trabajo; para estos grupos, las condiciones actuales de vida son más semejantes a los inmigrantes recientes que las de quienes optaron por buscar otras ocupaciones y áreas de viviendas”.

Los grupos étnicos del centro de la ciudad a los que hacen referencia los autores, son fun-damentalmente ñähñús, mazahuas y triquis. Además de las condiciones de pobreza que se destacan, es importante mencionar otras ca-racterísticas que comparten estos indígenas re-sidentes del centro de la ciudad. Su presencia adquiere un carácter fuertemente femenino y étnico, las mujeres se dedican mayormente a la venta de artesanía y otros productos en la vía pública lo cual les da una gran visibilidad pero las enfrenta cotidianamente a situaciones de discriminación. Al llegar a la ciudad, ocu-paron espacios (terrenos baldíos y inmuebles deshabitados) en el centro de la ciudad, espe-cializándose en empleos como el comercio en la vía pública. Además estos grupos han em-prendido luchas por la vivienda digna y reco-nocimiento de la presencia indígena en la ciu-dad misma que los ha llevado a consolidarse como organizaciones y adherirse a diferentes movimientos sociales en la ciudad y el país.

Cuando la ocupación de los terrenos baldíos en la colonia Roma fue consolidándose como un proyecto viable de vivienda social, la discrimi-

nación adquirió nuevas formas. El acoso cons-tante de los vecinos retroalimentó el sentido de la lucha étnica por el espacio citadino. La manera en la que la comunidad de Santiago llegó a la ciudad para quedarse representó una ofensa para algunos vecinos que tal vez podían aceptar la presencia indígena individualizada, mimetizada, pero de ninguna manera etnifica-da y en lucha. La pobreza como cara visible del peligro, ocultaba el rechazo de las pertenencias compartidas. “Seguido venían a decirnos que nos fuéramos a invadir en otro lugar porque nuestra forma de ser no iba de acuerdo con la colonia”, citó el reportaje “Un caracol otomí en el corazón de la Roma”, publicado por la revista electrónica Vecinet, en su número. 730.

La ocupación de los espacios antes “aje-nos” se convirtió en una lucha por la per-tenencia compartida a una ciudad y un país, en este escenario la imagen etnificada de las mujeres resultó fundamental para delinear los márgenes de la reconstrucción identita-ria, ya que su lucha se reivindica no para des-figurarse en lo global ni citadino sino para reconocerse diversa y alternativa en el centro de la modernidad excluyente.

Buscar empleo en la ciudad implica para las y los indígenas hacer frente a condiciones restrictivas y desfavorables del mercado for-mal. La discriminación étnica y de género delimita los márgenes femeninos de acceso al trabajo, haciendo de la venta de artesanías en la vía pública la ocupación “más acep-table” para las mujeres indígenas con bajas tasas de escolaridad y altos índices de mo-nolingüismo. Combinando las actividades compatibles con las exigencias comunitarias, familiares y citadinas, las mujeres de Santia-go se dedican en su mayoría a la elaboración y venta de artesanías, actividad infravalorada tanto económica como socialmente.

Las muñecas “otomí” donde auto represen-tan la imagen femenina, se convirtieron desde la década de los 70s en icono de las indígenas en las ciudades del país así como en el principal ingreso económico para las mujeres. Desde entonces, las muñecas llenas de significados, han acompañado el peregri-nar por las diferentes ciudades, formando parte fundamental de la vida de las mujeres de Santiago Mexquititlán.

“Ahí cuando tenía unos diez años mi mamá estaba en el DF. Había ido con alguien del pueblo que la ponía a vender dulces, ade-más también le dieron algunas muñecas; mi mamá vio que las muñecas sí se vendían bastante y así regresó al pueblo con un mo-delo. Desde entonces hemos hecho muñecas y con ellas hemos salido adelante” (Testimo-nio de mujer de Santiago Mexquititlán resi-dente en la Ciudad de México).

La producción y venta de muñecas tradicio-nales, neo artesanías o dulces, es la estrategia convertida en la principal fuente de ingreso femenino. El valor añadido del oficio rural, en este caso el de artesanas, que complementaba la economía de subsistencia campesina, pasa a convertirse en fundamental ingreso para la reproducción de la familia en la ciudad.

En la ciudad, el papel de las mujeres es clave para la supervivencia de la unidad do-méstica y la comunidad en la ciudad. En la cotidianidad, ellas han generado estrategias creativas, diversas y eficaces. “En la ciudad todo se tiene que comprar, no hay de nada, aquí (Santiago Mexquititlán) con lo que sale de la tierra, que los nopales, quelites, maíz...

con eso se puede comer” (Testimonio mujer de Santiago Mexquititlán residente en la ciu-dad de México).

La pérdida del traspatio administrado por las mujeres en el pueblo, dificulta en la urbe la reproducción de estrategias campesinas como, por ejemplo, el uso de hierbas medi-cinales, cultivos diversificados y los anima-les que complementan la dieta y economía familiar.

Ante la exclusión social reflejada en un me-dio laboral hostil para los hombres y la impo-sibilidad de reproducir la unidad doméstica campesina en la ciudad, las mujeres generan estrategias diversas para la resolución del hogar creando redes de apoyo con nuevos agentes en la ciudad y se han convertido en puente de intermediación entre la ciudad, la comunidad y la familia. Estas estrategias implican mecanismos de inserción e inte-gración en diferentes espacios y con diversos agentes (las organizaciones civiles, la escue-la, las instituciones de salud, la calle como espacio laboral, etcétera).

La resolución de la vida cotidiana de la cual son responsables las mujeres, las lleva a transgredir la división sexual del trabajo así como los espacios asignados comunitaria-mente. A pesar de las restricciones, las muje-res reformulan y se apropian de los espacios citadinos, delinean las fronteras asignadas y conforman nuevas geografías para la unidad doméstica en la ciudad. A diferencia de lo que ocurre en el ámbito rural, en la ciudad las mujeres transitan con mayor fluidez en-tre el espacio personal, doméstico, laboral, comunitario y político.

Cargado de sentidos, portar el traje en la ciudad es un acto significativo para las mu-jeres, el manejo de la auto imagen es un ám-bito fundamental de la subjetividad y de la reafirmación o camuflaje de las identidades específicas. No llevar el traje se debe a veces a evitar la discriminación, pero también tie-ne un sentido por trascender el componente étnico en la identidad femenina. Esto resul-ta contrastante con la incorporación etnifi-cada del grupo ñáhñú a la ciudad y que se refleja en el uso de la imagen femenina en las muñecas.

“Yo antes llevaba el traje otomí, ahora no. Pero mi mamá me dice ‘hija ya estás grande’. Pero a mí ya no me importa porque yo quiero ser diferente, antes todas llevábamos el traje iguales, los zapatos iguales, mejor me compro mis tenis. Mi mamá me mira como a loca” (Testimonio de mujer de Santiago Mexqui-titlán residente en la Ciudad de México). Maestra en desarrollo rural por la UAM-XEste texto es un extracto del ensayo “Identidades en transformación: fronteras de género y subjetividad feme-nina de las mujeres indígenas en la Ciudad de México”, donde la autora analiza el papel de las mujeres indígenas en el proceso de migración urbana y el acelerado cambio del mundo rural en México.

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Armando Bartra

En el Foro Social Mundial Sobre Mi-graciones, realizado a mediados de octubre en Quito, Ecuador, y en el cuarto Foro Mundial sobre Migración

y Desarrollo, que tuvo lugar la segunda semana de noviembre en Puerto Vallarta, precedido por unas Jornadas de la Sociedad Civil, se debatie-ron los problemas asociados con el éxodo global, particularmente los padecimientos que sufren los migrantes en su peregrinar. El decálogo que aquí publicamos fue presentado como ponencia en el Encuentro Mesoamericano sobre Desarro-llo y Migración, celebrado en Cuernavaca, entre el 29 de septiembre y el uno de octubre, y no se ocupa de los derechos del migrante sino del derecho de no emigrar, del derecho que debiéra-mos tener de quedarnos en nuestros lugares de origen, si ese es nuestro deseo.

1. La emigración de la periferia al centro, del sur al norte, del campo a las ciudades no es virtuoso ajuste en los mercados laborales sino expulsión social resultante de la degradación económica y política de los países y regiones de origen.

2. En tanto que expulsión, la migración multi-tudinaria y compulsiva es en sí misma indesea-ble, con independencia de si el flujo es terso o accidentado, de modo que si es importante rei-vindicar los derechos del que migra, lo es aún más defender el derecho de no tener que migrar.

3. El derecho de irse no es tal si no existe el derecho de quedarse, pues la opción de migrar sólo es un acto de libertad si tenemos también la opción simétrica, la de quedarnos, lo que supone la existencia de oportunidades de trabajo digno y de vida con calidad en las regiones de origen.

4. Compulsiva, multitudinaria y casi siem-pre indocumentada, la presente implosión

demográfica global, que tiene a cerca de 215 millones de personas fuera de sus países de origen, es repudiable por el dolor humano que ocasiona, sobre todo cuando se la cri-minaliza, como hoy sucede. Pero es también indeseable por razones estructurales.

5. Cuando el flujo humano se origina en paí-ses de jóvenes, el que éstos emigren al extran-jero significa dilapidar el “bono demográfico”, consistente en que por un tiempo la población en edad de trabajar es un porcentaje muy alto de la total. Lo que es una ventaja, si la capaci-dad laboral extraordinaria se emplea en crear patrimonio productivo que permita más tarde enfrentar con solvencia las necesidades propias de sociedades envejecidas. Pero si las únicas opciones de quienes llegan a la edad laboral son la migración, el desempleo, la economía subterránea y la delincuencia, el premio pobla-cional se desperdicia y en el mejor de los casos se transfiere a los países de destino, que capita-lizan la transfusión de sangre joven. El retorno que representan las remesas parece cuantioso, pero es una porción ínfima del valor agregado que creó la esforzada labor de quienes las en-vían: la parte del salario susceptible de ser aho-rrada por el que lo devengó, mientras que la tajada de león se queda en el país anfitrión en forma de utilidades e impuestos.

6. Cuando el flujo humano se origina en zonas rurales, además de la transferencia del bono poblacional, cuyos efectos lesivos son de mediano plazo, tiene lugar una pérdida aún más profunda y cuyas implicaciones son secu-lares. La migración prolongada o definitiva de las generaciones campesinas jóvenes desarti-cula las estrategias productivas de solidaridad transgeneracional que han hecho posible la milenaria permanencia de las comunidades agrarias. En el nivel doméstico y comunitario lo habitual era que el premio demográfico que

representa la presencia de muchos jóvenes se empleara en la creación de patrimonio fami-liar y comunal, que a su vez permitiría enfre-nar con éxito tanto el envejecimiento de la familia como las eventualidades socioambien-tales: es decir que en tiempo de vacas gordas los campesinos se preparaban para los tiempos de vacas flacas. Pero cuando la mayor parte de los jóvenes se separa física y espiritualmente de una actividad agropecuaria siempre frustrante, se rompe el eslabón generacional y tanto fami-lias como comunidades pierden la perspectiva rural de mediano y largo plazo, acortando sus planes al lapso de vida de una generación, lo que explica que las remesas se empleen casi exclusivamente en bienes de consumo mo-mentáneo o duradero. Esta pérdida civilizato-ria de saberes y valores es preocupante, y más hoy cuando está quedando claro que una de las salidas a las dimensiones ambiental, ali-mentaria y energética de la gran crisis consiste en restaurar la pequeña y mediana producción campesina… que la migración está desfon-dando en sus aspectos medulares.

7. Dimensión fundamental del derecho a no emigrar –aunque no única pues también im-porta la calidad de los servicios en las zonas de origen– es el derecho a un trabajo digno. Un derecho que está en la Constitución, pero en la práctica no es exigible, pues el Estado, que proporciona seguridad, salud, educación y otros servicios, no proporciona empleo, lo que asemeja este derecho al de la alimentación, pues tampoco produce alimentos. Pero lo que sí es obligación constitucional del Estado es la rectoría de la economía mediante una planea-ción democrática, y es ahí donde los derechos al trabajo y a la alimentación se deben mate-rializar en forma de políticas, programas y presupuestos públicos comprometidos con el fomento a la producción de alimentos y a la creación de empleos.

8. El problema es que la exigibilidad de de-rechos constitucionales carece de sustento práctico si no existen las correspondientes le-yes reglamentarias. Y en este caso hace falta

una Ley de Planeación para Seguridad y So-beranía Laboral con Empleos de Calidad, del todo semejante a la Ley de Planeación para la Seguridad y la Soberanía Alimentaria y Nutri-cional, que está perdida en los laberintos del Congreso. Es verdad que por sí solas las leyes no resuelven los problemas, pero son el marco adecuado para demandar al Poder Legislativo que en su atribución de revisar, y en su caso modificar la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos, la desempeñe asumiendo como prioridades la generación de alimentos sanos y de empleos de calidad.

9. En el caso del campo es claro que el actual gasto público no tiene como prioridades ni la producción de alimentos sanos ni la crea-ción de empleos rurales de calidad, de modo que, así sea por omisión, propicia tanto la de-pendencia alimentaria como la desbandada migratoria. Y es que a los campesinos se les trata como pobres y no como productores en desventaja, de modo que son destinatarios del gasto social rural pero no de la inversión pú-blica productiva, que es fuertemente regresiva pues se concentra en las regiones desarrolla-das y los productores capitalizados. Así pues, en lo tocante al campo, reconocer en serio el derecho de no emigrar haciendo efectivo el derecho constitucional a trabajos rurales dignos, supone invertir las prioridades en las políticas, programas y presupuestos públicos.

10. Hacer valer el derecho de no emigrar y el derecho a la alimentación, demanda reasumir la soberanía laboral y alimentaria, pues estos derechos sólo serán efectivos si se toma la decisión estratégica de impulsar la pequeña y mediana economía campesi-na productora de alimentos y generadora de empleos. Una economía que, si es debi-damente palanqueada, puede ser eficiente y competitiva. Sobre todo si en el balance beneficio/costo se consideran, además del producto estrictamente económico, las aportaciones sociales, ambientales y cultu-rales que acompañarían a la revitalización de la comunidad agraria.

Decálogo

EL DERECHO DE NO EMIGRAR

Lourdes Edith Rudiño

En la delegación X o c h i m i l c o , en el pueblo de Santiago Tulye-

hualco, persiste con fuerza un alimento prehispánico que fue duramente reprimido durante la Conquista por sus implicaciones religiosas, el amaranto o huahutli. La Iglesia Católica prohibía las celebraciones indíge-nas, donde este cereal tenía un lugar privile-giado, ya que representaba la inmortalidad.

El amaranto –base del dulce tradicional de alegría, pero que también sirve para elaborar atoles, galletas, tamales, pulque y más— es el cultivo alrededor del cual gira la economía de todo el pueblo. Prácticamente todas las fami-lias de Tulyehualco se han dedicado histórica-mente a sembrar el amaranto. La plantita se prepara en almácigos, que se elaboran en chi-nampas, y cuando ya está lista, se traslada a la tierra de los cerros, donde crece y para el mes de diciembre se realiza la cosecha. El produc-to se almacena en las casas de los propios pro-ductores, quienes lo tuestan gradualmente a

lo largo del año para elaborar ellos mismos la alegría y demás alimentos procesados.

Sin embargo, como está ocurriendo en muchas áreas verdes del Distrito Federal (DF), varios de los terrenos de siembra del amaranto se están vendiendo para la cons-trucción de casas habitación, lo cual es una lástima, porque –como lo ha reportado la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades del gobierno capita-lino– el amaranto de Tulyehualco ha tendi-do a declinar en su superficie de siembra, y suma hoy alrededor de sólo 60 hectáreas, a tal grado que el DF está dependiendo para su abasto de producto cultivado en otros estados como Puebla y Tlaxcala. Y hoy día el amaranto está siendo reconocido por ser el cereal de mayor contenido proteínico y porque podría muy bien sustituir comida chatarra en las escuelas.

Doña Carmen Mendoza Hernández, de 80 años, es la productora de mayor edad de amaranto en Tulyehualco –por eso mismo se le conoce como la número uno en la Feria de la Alegría y el Olivo que desde 1971 se realiza aquí

del 31 de enero al 15 de febrero–. Comenta que el cultivo de amaranto “es una tradición que viene desde mis tatarabuelos” y ella la ha here-dado a sus hijos e hijas, aun cuando ya cuentan con una profesión. Pero también está conscien-te que en un futuro no lejano sus tierras tendrán que urbanizarse, porque “¿dónde van a vivir los hijos de mis hijos?” Relata que ha visto como ya varios productores han vendido tierras a gente ajena al pueblo para la construcción de casas, y eso no es complicado pues todo es propiedad privada, no son ejidos o comunidades.

Dice doña Carmen que ella no piensa vender un centímetro de su tierra, pues tiene un vínculo emocional muy estrecho con ella y con el ama-ranto. Lo expresa con sus recuerdos: “Cuando era niña, tenía yo unos ocho años, me iba con mi abuelo o con mi padre por el canal hasta el mer-cado de Jamaica. Me gustaba ir en la canoa ju-gando con el agua (...) El amaranto me ha dado

mucho, gracias a él pude educar a mis ocho hijos, hasta darles carrera, tengo sus diplomas y títulos todos colgados en mi pared. Durante 30 años vendí alegría en Azcapotzalco. Iba yo los jueves, sábados y domingos y tenía mis clientes, pasaba casa por casa, y de allá me traía encargos para coser uniformes; eso lo hacía a lo largo de la semana combinado con la labor del amaranto y por las noches cocinaba. Aquí en Tulyehualco tengo un puesto de alegría desde hace 30 años”.

El amaranto –que, junto con el maíz, frijol, chile, jitomate, la chía y calabaza, fue la base de la alimentación prehispánica— es parte esencial de la vida de doña Carmen. Recuer-da que Rodolfo Neri Vela, el primer astron-auta mexicano en volar al espacio exterior, visitó Tulyehualco y ella le obsequió un rega-lo de alegrías, “se sacó una foto conmigo, con nadie más”. Y recuerda ella también toda la técnica de producción del producto y de ela-boración de la alegría y los cambios que han ocurrido, fundamentalmente: los almácigos antes se hacían con lodo de las chinampas, ahora se hacen con tierra que se obtiene de allí “y nosotros le ponemos agua”, pues ya las chinampas se han ido disminuyendo; asimis-mo, antes el amaranto se tostaba en comal, usando carbón, y hoy se utilizan sobre todo tostadores eléctricos, y antes “los inditos ves-tidos todos de blanco” trabajaban el amaran-to y ahora ya ese atuendo casi no se usa.

EL AMARANTO, ALIMENTO PRECIADO EN TIERRA QUE SE URBANIZA

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Page 20: No.38 Campo conurbado

20 de noviembre de 201020

María Teresa Sierra

Hace ya 15 años, indígenas nu’savi (mixtecos), mee’pha (tlapanecos) y pobladores mestizos de tres municipios de la Costa Montaña

de Guerrero, en el suroccidente de México, se organizaron para enfrentar la ola de vio-lencia e inseguridad que azotaba la región provocando homicidios, violaciones, robos y secuestros, ante la mirada impune de las au-toridades judiciales.

A partir de una red de vigilancia integrada por vecinos que articuló a varias comunida-des, el 15 de octubre de 1995 surgió la Policía Comunitaria de Guerrero, en la comunidad de Santa Cruz del Rincón, la cual recoge la trayectoria organizativa de los pueblos. Des-de entonces esta experiencia es un referente obligado del potencial creativo e innovador de los pueblos indígenas en México. En poco tiempo esta organización consiguió reducir significativamente la inseguridad y la violencia, y construir posteriormente un sistema de seguridad y justicia regional con base en su propio derecho, desnudando el racismo estructural y la inoperancia del apa-rato de justicia estatal.

Hoy en día la Policía Comunitaria está inte-grada por más de 70 comunidades de 11 muni-cipios que unen la Costa con la Montaña de Guerrero, de Marquelia a Tlapa. A pesar de ser considerada ilegal y de vivir bajo la vigilan-cia y presión intermitente del Estado, la Co-munitaria –como ellos se auto nombran– se ha fortalecido y ha ganado la legitimidad que le dan los pueblos que la integran. Las fuerzas públicas no han podido desarticularla a pesar de intentarlo en varias ocasiones. Los espacios de la justicia y la seguridad comunitaria se convierten así en ejes centrales de la disputa política con el Estado y en referentes clave de la identidad y la dignidad de los pueblos.

En el contexto de la crisis actual del aparato de justicia y de la seguridad nacional que se vive en México, la Policía Comunitaria ad-quiere una mayor relevancia y es una mues-tra de la posibilidad de encontrar salidas a la delincuencia, enfrentar la inseguridad y construir apuestas políticas por la paz, cuan-do se cuenta con la fuerza de lo colectivo y de las identidades culturales.

El 15 de octubre pasado se celebró el ani-versario 15 de la Policía Comunitaria en la ciudad mestiza de San Luis Acatlán, Guerre-ro; los apoyos para la realización del evento y los fuertes aplausos a los policías comunitarios durante el desfile, dieron cuenta del impac-to de esta organización en la propia sede del poder caciquil, ya que ha traído la seguridad y la posibilidad de acceder a una justicia no corrupta a los pobladores de la región, no sólo a los indígenas. La nutrida participación de varias organizaciones sociales de diferentes regiones del país, así como de miembros de las distintas comunidades de las tres sedes que integran la Comunitaria, para realizar la cele-bración y discutir temas referidos a la seguri-dad alimentaria, la educación, la seguridad y la justicia, la criminalización de la protesta so-cial, el poder popular, los derechos indígenas y los derechos de las mujeres entre otros temas mostraron la importancia que tiene hoy esta policía para los movimientos sociales; los cua-les desde la izquierda ven en ella un referente de la dignidad y de la capacidad de los pue-blos de construir alternativas de vida y justicia en un contexto nacional donde lo que domina es la guerra y la violación de derechos.

En palabras de Cirino Plácido Valerio, conse-jero de la Coordinadora Regional de Autori-dades Comunitarias (CRAC), al hacer un ba-lance de estos años: “Son 15 años de lucha por la justicia, la paz; 15 años han servido como una universidad, pero también hemos apren-dido de otros movimientos (..) una muestra más que le apostamos a una salida política a todo el desastre económico, social del país, estamos ofreciendo una alternativa, una sali-da pacífica, no violenta. A pesar que este sis-tema tiene policía comunitaria (armada), está al servicio del pueblo, donde no se persigue al que piensa diferente, aquí se persigue el deli-to, muy diferente al Estado que usa el ejército para defender los intereses de un grupo”.

¿Cómo se estructura esta organizacióny quiénes son los policías comunitarios?; ¿cómo han podido fortalecerse y mantener-se a lo largo de estos años a pesar del asedio continuo de las fuerzas públicas?

El sistema de seguridad y justicia comunita-rio está conformado por dos grandes estruc-turas: el aparato de justicia regional bajo la responsabilidad de la CRAC, y el aparato de seguridad comunitaria que articula a los policías por medio de la Comandancia Re-gional. Se trata de una compleja estructura que ha surgido de la experiencia y necesidad de los pueblos que la integran, en cuya base se encuentran las comunidades y sus institu-ciones de gobierno y justicia, articuladas en tres sedes de la CRAC: San Luis Acatlán (la matriz) y Espino Blanco y Citlaltépetl.

La justicia comunitaria regional es administra-da por los coordinadores regionales siguiendo un debido proceso. Durante el proceso se in-vestiga antes de decidir sobre la culpabilidad del acusado, y se da el tiempo suficiente para dirimir los asuntos, para lo cual se recurre a las indagatorias de los comisarios de las comuni-dades y al testimonio de los involucrados y sus familias. Se privilegia la búsqueda de los acuer-dos y la conciliación y se recurre a la lengua materna de las partes con el fin de que se ex-presen de la manera más adecuada. Los casos de mayor gravedad que la CRAC no puede re-solver son ventilados en asambleas regionales. La última fase del proceso es la reeducación, por la cual los inculpados deben realizar traba-jo comunitario. Los detenidos en reeducación

van rotando cada 15 días por las comunidades del sistema, que tienen a su vez la obligación de alimentarlos y vigilarlos. El fin último de este proceso es que los infractores puedan re-integrarse a la sociedad, para lo cual reciben consejos de los principales de las comunidades. La CRAC trata todos los delitos que se presen-tan en su jurisdicción, desde asuntos menores hasta los de mayor gravedad, como las violacio-nes, los homicidios, los secuestros, etcétera. El proceso de reeducación con trabajo comunita-rio es sin duda uno de los distintivos de esta experiencia con relación a otros ejemplos de justicia comunitaria e indígena en México y en América Latina. Implica también fuertes compromisos y costos para las comunidades, las cuales están conscientes de la importancia de reeducar y dar una nueva oportunidad a los que caen en “errores”, como ellos señalan.

Por su parte, los policías comunitarios se ocu-pan de las tareas de vigilancia y seguridad. Son electos en sus comunidades para ocupar el cargo durante un año de manera gratuita y se articulan a la red de policías del territorio comunitario coordinada por los comandantes regionales y locales. Su conocimiento de las veredas hace que puedan desplazarse hábil-mente por los caminos y en poco tiempo reco-rrer una amplia región en busca de delincuen-tes. Se entiende que la comunitaria no surge para confrontar al Estado sino para garantizar la paz en su territorio. Actualmente son alre-dedor de 800 policías. Los policías están arma-dos, portan escopetas de bajo calibre, de uno o dos tiros. Las armas de la policía comunitaria están registradas ante el ejército (48 Batallón de Infantería), una decisión que fue tomada

desde el inicio de la organización. Hasta la fe-cha no se tiene ningún registro de una persona herida por tiros de algún policía, lo que en sí es un importante logro y da cuenta del papel de los policías y del control comunitario.

Varios son los límites que enfrentan los co-munitarios en sus prácticas de justicia, tan-to en el ámbito de su jurisdicción como en relación con el Estado: en especial el tema de los derechos humanos –preocupación de los mismos comunitarios–, la escasez de re-cursos para sostener el sistema, y la proble-mática de las mujeres. Si bien muchos casos revelan sesgos e inconsistencias en la prác-tica de la justicia, especialmente desde una visión de género, es un hecho que la justicia comunitaria impartida por la CRAC cristali-za un gran esfuerzo colectivo de los pueblos que les ha abierto la posibilidad de acceder a la justicia desde sus propios marcos cultura-les y bajo su control, demostrando que éstos resultan mucho más adecuados para dar sali-da a la conflictividad local y regional.

En suma, es sobre todo el tejido social que han construido los hombres y las mujeres de la Po-licía Comunitaria lo que ha permitido mante-ner a la institución y sobrevivir a las continuas agresiones y tensiones que enfrentan por parte del Estado. Se tienen muy frescos los recuer-dos de diferentes momentos como cuando el ejército rodeó las calles de las oficinas de la CRAC en San Luis para presionarlos; o cuan-do se impuso un ultimátum para desarmar a la policía comunitaria en 2002; o las innume-rables órdenes de aprehensión que pesan sobre quienes han sido autoridades de la CRAC y de la policía comunitaria acusados por violación ilegal de la libertad, así como diversos amparos que se les instruye, entre muchos otros actos de intimidación, a los cuales han resistido con el apoyo de sus comunidades y el aplomo de sus dirigentes. También son muchas las pre-siones desde el gobierno para municipalizar la policía y fragmentar a la organización con el supuesto fin de legalizarla. No obstante, los comunitarios no están dispuestos a someterse a una legalidad que busca fragmentarlos y su-bordinarlos; por eso suelen plantear que “no quieren el reconocimiento sino el respeto”. En el momento actual de crisis de gobernabilidad, de incremento exponencial de la inseguridad y la violencia en México, instituciones como la policía comunitaria son vistas con gran re-serva por los gobernantes: por una parte hacen ver la fragilidad del Estado y de su legalidad, y por otra parte evidencian que el Estado no tiene la capacidad de reconocer públicamente los aportes de esta institución al orden social, al revelar la impunidad del poder instituido y hacer ver que es posible otra manera de hacer justicia y de garantizar la seguridad pública fuera del marco estatal.

El ejercicio del gobierno y de la justicia de la Policía Comunitaria pone en jaque a la soberanía del Estado al disputar el control territorial del orden social. Lo hace con efi-cacia y desde sus propios marcos culturales. Paradójicamente, con estas acciones los Co-munitarios ayudan a construir orden social y con ello Estado, y ofrecen la oportunidad de generar una gobernabilidad desde abajo. Nuevamente son los excluidos de la moder-nidad occidental quienes están mostrando, desde los márgenes, que son capaces de construir modelos de sociedad más justos y democráticos, al mismo tiempo que desnu-dan el proyecto globalizador neoliberal que pretende desarticularlos para regularlos e impedir su fuerza contestataria. Profesora Investigadora del CIESAS-México

Quince años de la policía comunitaria de Guerrero

LA FUERZA DE LA

JUSTICIA INDÍGENA

FRENTE AL ESTADO

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A partir de una red de vigilancia

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de Guerrero, en la comunidad

de Santa Cruz del Rincón

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