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“No sueñes tu vida, Vive tus sueños” Walter Bonatti

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“No sueñes tu vida, Vive tus sueños”

Walter Bonatti

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Frio y sueño es lo que siento. Como si se tratase de una madrugada cualquiera y de un día cualquiera para ir a la montaña, corro descalzo para el cuarto de mis sueños, cuarto en el que cómo si de un bazar antiguo se tratase, todo aparenta estar desordenado y amontonado, pero sin en cambio, hoy me parece especial. Justo en el centro del desorden y sobre el suelo, se encuentra apilado todo el material que me llevaré a Argentina. Mientras cojo la ropa que me pondré para el largo viaje, noto como los dedos de mis pies, se encojen por el frio suelo. Corriendo y casi desnudo, vuelvo de nuevo a mi habitación. Durante el escaso tiempo que tardo en vestirme, aprovecho cada segundo del aire caliente que sopla el calefactor, sé que durante casi un mes, no volveré a poder sentir este calor en mis pies.

Son las siete y veinte, y ha comenzado la cuenta atrás, para mi soñada expedición a la Aconcagua.

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Prólogo

Nunca he sido, ni me he considerado especialista en montañas, me da igual donde estén y si son pequeñas o grandes, simplemente he disfrutado y disfruto viajando, mientras ando por sus senderos, me adentro en sus bosques, bajo a sus barrancos, trepo por sus paredes o subo a sus cumbres. Me asombra su grandeza, su belleza,...Para mí, todas son especiales, todas cuentan con un algo, que las hace diferentes. Quizás sea la sensación de libertad, la armonía que ellas me dan, los retos deportivos que ellas me imponen o las múltiples emociones que en ellas experimento, lo que aporta a mi vida algo que no se explicar con palabras, pero que siento profundamente dentro de mí.

Cuando me decidí por esta montaña de los Andes, el Centinela de Piedra, ya había leído mucho, creí que lo sabia todo sobre ella, sus hitos, sus cambios constantes y bruscos de temperaturas, los campos donde aclimataría, sus empinados recorridos, sus

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famosos vientos blancos y sus grandes acarreos de piedras sueltas. Toda la información recopilada me ponía en preaviso, de que solo el treinta por ciento de los alpinistas que intentaban subirse a sus casi 7000m, lo conseguirían. Y conocía, que debido a la latitud en la que se encuentra, la presión atmosférica es menor que en muchas de las grandes montañas de Asia, y que por lo tanto, mi aclimatación sería mucho más dura….

Todo creí saberlo…, todo, pero nunca imaginé de verdad, lo que en realidad viviría y me esperaría, durante veinticinco días, en una montaña en la que la palabra compasión, parecía no existir.

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“La Partida”

“Un viaje de mil millas, empieza con un paso”

Lao Tse

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Domingo 2 de Enero

En el viaje en mi Seat a Madrid, voy acompañado todo el camino por nieblas, nubes y por el cansancio de no haber dormido bien en toda la noche. Decido parar un par de veces por encima del siempre verde, rocoso e impresionante Despeñaperros y echar una cabezada de unos 15 minutos. El deseo que más anhelo, es verme montado pronto en el avión.

Una vez dejado el coche en el parking de larga estancia del aeropuerto, me dirijo a la terminal 4 que era donde había quedado con Joaquín el valenciano, mi compañero de expedición. A él le conocí en internet, mientras buscaba información sobre material. Después de intercambiar varios correos y como un primer contacto con alguien con quien viviría esta expedición, decidimos quedar y probar juntos, una montaña de la cercana Granada. Nuestro acuerdo desde el principio, fue el plantear la ascensión de la manera menos costosa, no solo en dinero, sino en tiempo. Estábamos decididos; seriamos los dos, y compartiríamos todo el tema de logística, con una empresa Aragonesa.

Cojo un carro y cargo en él, dos mochilas y un gran bolso de expedición, en total son más de veinticinco kilos de equipaje los que llevo. Un menú

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McDonald’s y un ir y venir de gente sudamericana, son las vistas que me acompañan en la espera. Mi reloj marca las doce menos diez de la noche y nuestro vuelo a Santiago de chile con la compañía LAN, aparece como salida, en las grandes pantallas. Catorce horas sentado de entre las tres filas que tiene el ancho del aparato, justamente en la del centro y en el sillón de en medio. Larguísimo se me hizo el vuelo, solo una de las veces que quise ir al baño, pude hacerlo, pues tanto el chico de rastas que estaba a mi derecha, como la señora de perfume caro, sentada en el otro lado, no pararon de dormir desde que se reclinaron cómodamente. A Joaquín le han dado otra fila en la parte trasera, y ni utilizando todas mis artimañas y frases más simpáticas, hubo manera de que la repeinada azafata morena, lo cambiase de asiento. Así que resignado a pasar todo el viajecito, sin poder hablar con nadie, conecté la consola que tenia el respaldo del sillón de delante. Parece tener de todo; música para todos los gustos, películas de todos los géneros, documentales varios, juegos, mapa y datos de ruta etc.… Elijo al principio un CD de Chemical Brothers y más tarde decido escuchar las cuatro estaciones de Vivaldi. Cansado del uno y del otro, me decido por un documental del National Geographic, que me entretuvo mucho, pero que me duró poco. Al final, como la caja tonta que todos tenemos, que ni coge los canales y que

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ni quiero que los coja. Llegados a Chile, esperamos tres horas más en la zona de transito y cambiamos de avión con dirección a Mendoza en Argentina.

Son las cinco de la tarde del 3 de Enero y un calor de 29ºC nos da la bienvenida a esta ciudad de los Andes. Nunca imaginé que Mendoza fuese así, siempre lo tuve en mente como un pueblo no muy grande, polvoriento, con poca presencia de tecnología, con gente lugareña propia de las aldeas de los Andes, muchas mulas, porteadores, arrieros y montañeros y escaladores de todo el mundo. No, no es así. Mendoza es una ciudad tan grande y avanzada como cualquiera de nuestras capitales de provincia, completamente verde gracias a unas canalizaciones que se efectuaron aprovechando todas las aguas que bajan de las montañas y que recorren todas sus calles. Está repleta de frondosos arboles y grandes y bonitas plazas, vehículos que van y vienen, tiendas y más tiendas, grandes hoteles, mucho ajetreo comercial y para colmo de los colmos, McDonald’s esta también allí, y bien sabemos que donde estos roedores van, es por algo. Donde no me equivoqué, fue en sus gentes, son amables, agradables y muy serviciales, para mí, son Andaluces Andinos.

El hotel donde nos alojaremos se llama Cóndor Suite y hubiese sido muy confortable si Joaquín no hubiese

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roncado toda la noche como un león. Ni el conocido ruido que realizaba una y otra vez con mi garganta para que se callase funcionó. Al final, los tapones que choricé en el avión, me sirvieron para algo.

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Martes 4 de Enero

Como al igual, que para cualquier ascensión, de alguna de las grandes y concurridas montañas del mundo, hoy es día de burocracia y pago. Desde muy temprano, nos pasamos varias horas recorriendo a pie plazas y callejuelas en el centro de la ciudad, para efectuar ciertos trámites necesarios y con los que el gobierno argentino, recauda muy buena pasta. Curioso ver, que es en un simple locutorio, y que más bien parece, por los boletos que cuelgan de sus paredes un estanco de venta de tabaco y lotería, donde pago en concepto de permiso para la ascensión de los 6962m, la espantosa cantidad de tres mil pesos. Unos quinientos ochenta y dos euros de los nuestros. Con resguardo en la mano, nos dirigimos a la conserjería de turismo, que aún sonando muy oficial, no deja de ser, como en casi todos los países donde se encuentran las grandes cimas, otra cosa que una gran sala, pobremente decorada con posters de la Aconcagua y con tres o cuatro mesas, ocupadas por funcionarios.

Una vez bien comprobado el justificante de pago, proceden a entregarte un formulario, donde algunas de las preguntas pasan por ser tan absurdas como; ¿está usted bien de salud? ¿Ha tenido recientemente, alguna

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enfermedad grave? Etc...etc...Como si la simpática chica que te atiende con cara de interés, supiese que le dirías después de tal divertida suma pagada, que te encuentras mal. Es que algunos funcionarios...

Con el permiso en la mano y más que pagado, corro hacia una librería en busca de algo de literatura de montaña. La hora de encuentro en el hotel, con el grupo Aragón Aventura para cargar todo el equipaje, estaba a tan solo treinta minutos.

Si algo escasea en Mendoza, sin duda alguna, son librerías. Nadie me sabe indicar donde se encuentran y la respuesta a mi pregunta, siempre es; hay muy pocas por aquí. Cruzo una calle, y veo desde lejos una tienda con libros en uno de sus escaparates, me acerco a paso ligero, y la encantadora vendedora que ese momento se encontraba en la puerta y sin yo saber por qué, me comenta que todos los libros son de religión. Doy las gracias, pues con la iglesia hemos topado, le sonrío y desisto de la compra de un simple libro, que me acompañe en las largas tardes que pasaré en mi tienda de campaña. De regreso en el hotel, cargo en el microbús todo mi equipo y ayudo con la carga de las innumerables bolsas comunes de comida. Partimos para Penitentes, una estación de esquí, a 2700m de altura.

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¡Por fin, partimos para las montañas!

El clima en este punto del valle, te da la bienvenida a los Andes. Frio seco, que penetra por el corto e internacional parcheado pantalón que llevo puesto. A la voz casi militar de ¡separen el material en dos petates y colóquenlos por separado, para Confluencia y Plaza de mulas! Todos corremos para que los jóvenes arrieros, tengan que esperar lo menos posible. El voluminoso y pesado material, será cargado por igual en las más de diez mulas, e irá, parte, a la próxima parada de altura a 3300m, y el resto directamente al que será nuestro campo base, a 4350 m. Sin perder mucho tiempo y aprovechando aún las horas de sol, nos vamos al lugar donde prepararemos todo lo referente al aprovisionamiento de comida, que no es otro sitio sino una cochera situada debajo del alberque. Colocadas sobre una enorme mesa están todas las bolsas. Las abrimos y las separamos en tres grupos; desayuno, picoteo para el medio día y cena. Paquetes de sopas de varios sabores, pastas, frutos secos, patatas fritas, galletas de muchos tipos, purés, quesos, barras energéticas, innumerables bolsitas de Tang y agua, serán la base de nuestros más de diecisiete días de altura. Hasta ahora, todo transcurre tal y como yo había planteado cuando me decidí y programé esta aventura en solitario.

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En este albergue para esquiadores nos entregan una habitación, en la cual dejo mi mochila. Deseoso de un poco de aire fresco, me decido a realizar un paseo fuera de esta zona de trasiego y maravillarme con las grandes agujas de arena descompuesta justo detrás del establecimiento. Me acompañan Joaquín , Peter el belga, un tipo gran aficionado a la fotografía y Juan ,alias Wiki un montañero de Getafe propietario de un restaurante y del que aprenderé un montón de enseñanzas sobre el organismo en altura, la sangre e instrumentos hasta entonces, desconocidos por mí y que te miden todos los niveles habidos y por haber. Los tres juntos decidimos en nuestro corto paseo alcanzar los 3000m.

Menos mal que el león que lleva dentro Joaquín, no está muy enojado esta noche y puedo dormir como la gacela que acaba de salvar su vida, ante el ataque de un bicho como este.

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“La Aclimatación”

“No hay que procurar llenar la vida de años, sino los

años de vida”

Gastón Rebufatt

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Miércoles 5 de Enero

Son las seis, hora de levantarse y además con muchas ganas, pues hasta ahora todo ha sido coche, avión y autobuses. El plan para este día, es dirigirnos hasta la entrada del parque natural de la Aconcagua, una vez allí, mochilas a la espalada y ruta hasta el campo de Confluencia, montado a 3300 m. Antes de llegar, el autobús realizó una parada en puente Inca, un espectacular arco natural de roca, formado por el continuo correr del agua, por debajo y por encima del mismo. De nuevo en la solitaria carretera y recorridos dos o tres kilómetros, el conductor te avisa de su próxima y cortísima parada.

Miré a mi derecha y bajé del autobús. Estoy sin aliento, no se que decir, simplemente callo y miro. Por encima de todas las gigantescas montañas y cumbres de color marrón y gris y con casi el triple de tamaño, totalmente blanca y entre un cielo completamente azul, está ella, la más majestuosa. Mi primera impresión, es la de que me parece imposible de alcanzar. Sigo observándola y mientras me surgen dudas y dudas, me pregunto ¿por dónde se subirá hasta su cima? Con el sonar del motor de la camioneta, como solo y único sonido de fondo, todos nos miramos. ¿Caras de

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alegría? ¿Incredulidad? quizás, ¿temor? No se...nos volvemos, y recorremos el corto tramo de asfalto que nos queda.

Ya no hay vuelta atrás, estamos en el sendero con los bastones apoyados sobre la polvorienta arena. Pasaran tres horas de pedregoso pero cómodo caminar, hasta que personal de la empresa subcontratada Inca, nos dé la bienvenida con un rico y caliente té. Ellos son los encargados de proveernos de tiendas y cocinarnos durante toda la aproximación y estancia en el campo base.

El enclave de este campo intermedio, donde acamparé dos días en mi primera fase de aclimatación, es espectacular. Todo está rodeado de grandes macizos de roca y pilares situados en lo más alto de las descompuestas montañas. Perfectos estratos horizontales, cortados y colocados de las formas más caprichosas. Cada día cuando los veo recibir los últimos rayos de sol, brillan intensamente en un color anaranjado. Paso ratos y ratos, sin parar de mirar. He llegado a la conclusión, de que hay cosas en el mundo, que por mucho que viajes, solo las puedes ver en ese lugar. Cuando el atardecer oscurece todo el valle en esta zona de los Andes, estas gigantescas cumbres heladas, siguen plenamente iluminadas, como si la

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noche no llegase nunca allí arriba, como si alguien, se hubiese olvidado de apagar alguna luz.

Las grandes aproximaciones a las más altas montañas del mundo, se realizan prácticamente casi siempre, por escarpados valles que en su día fueron o son, cauces de ríos de hielo. Aquí, pateando sobre estos lugares, es donde realmente te das cuenta del repetido, pero muy acertado tópico de “lo pequeño e insignificante que uno es. Me siento diminuto, como un pequeño grano de arena de las playas de Caños, como un micro punto en un macro paisaje. Otro asunto que no puedo evitar que me cause curiosidad, desde que comencé la gran aventura del viajar, es el porqué de los nombres de las montañas. Algunas veces tan misteriosos y otras veces tan simples, como evidentes. Al final.., como todo en la vida.

El cerro Cinco dedos, la Pirámide, Tolosa, el Cuerno, cerro México, etc.…. todas ellas te acompañan en tu caminar, paradójicamente , igual que las novias en tu vida, durante más o menos tiempo, pero solo una como las madres, esta siempre allí , todo el camino, todos los días, como si no te quisiese perder de vista, la que nunca de ti se esconde, la que te vigila como un centinela de piedra, la madre de las madres , la madre de los Andes , la Aconcagua.

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A partir de ahora, y si realmente sueño con el éxito en esta montaña, será una de las necesidades más imperantes y parte del objetivo diario, el que mi corazón trabaje y se adapte. Se, que no hay pócimas mágicas, tampoco ningún secreto, todo gira y gira, en ir subiendo de altura poco a poco. Será así y solo de esta forma, como mis glóbulos rojos se irán habituando a la falta de oxigeno.

Esta tarde antes de meternos en el saco, decidimos dar un paseo hasta alcanzar los 3600m e intentar ver unas ruinas incas que han sido descubiertas recientemente en esta zona, pero el guarda parques, que nos vio fuera del sendero, corrió hacia nosotros, nos dio una regañina y nos comentó, que esos restos no se pueden ver, si no es en compañía de un guía local. Obviamente, aunque estemos en los andes, la pasta es la pasta…y ¡con los incas hemos topado!

Ya metido en mi bolsa de plumas y sintiéndome realmente como una de esas momias incas, con el frontal encendido y mirando la lona que tengo a una cuarta de mi cara, no paro de preguntarme, algo que hemos visto todos y que nadie comenta. Helicópteros que constantemente vuelan por el valle en dirección al campo base. Nunca y en ninguno de esos rincones medio perdidos a los que he viajado, he visto nada así ¿A qué se debe tanto ir y venir?

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…Pasado muy poco, tan solo dos días, pude comprobar cuales eran sus destinos de vuelta.

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Jueves 6 de Enero

Quien me hubiese dicho este seis de enero, que aún estando tan lejos de mi familia y amigos, recibiría uno de esos regalos de reyes que nunca te esperas y que más me han impresionado. Son casi las siete de la mañana, cuando con bastante frio, me dispongo a levantarme, después de una noche que comenzó con un fuerte dolor de cabeza y que le siguió el poder dormir placenteramente, gracias al siempre todo poderoso, ibuprofeno seiscientos.

Cuando uno se encuentra de expedición en estas alturas, normalmente, no sale de su tienda de campaña durante la noche, para satisfacer una necesidad tan vital como es, la de mear. Las súper bajas temperaturas que se alcanzan cuando cae la tarde, te quitan todas las ganas de cualquier inoportuno movimiento, máxime si este supone, salir de tu cálido saco. Tu habilidad, el pulso y un bote de plástico, con una gran boca, son los que te ayudan en esta durísima maniobra de madrugada. Casualmente y debido a un error, tan preciado amigo de altura, no durmió anoche junto a mí, si no que se encontraba cargado en una mula, camino del campo base. No queriendo demorar el tema mucho más, y a falta de otra solución más práctica, se me

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ocurrió, que una botella de Coca-cola podría ser la sustituta. Triste y Penosamente, el tema quedo claro nada más intentarlo. Con mi cabeza doblada y pegada al helado techo de la tienda, el frontal entre mis rodillas lo más bajo posible, para que su luz no molestase al compañero que dormía justo en el la litera inferior, y el tembliqueo que tenia mientras tiritaba, el preciado y húmedo liquido terminó como se avecinaba, penetrando en mi saco y mallas de algodón, como si del goteo de un grifo roto se tratase.

Hoy me he levantado pensando, como tuvieron que ser las primeras expediciones por estas tierras. Me imagino al suizo Zurbriggen y a sus largas caravanas de porteadores y mulas, mientras cruzaban estos valles y se abrían paso por todos estos glaciares. Algunos arrieros y guías locales con los que he hablado, dan por seguro, que fueron sus mismísimos antepasados los incas, los primeros en alcanzar la cima. Si es cierto o no, lo que esta totalmente demostrado, es que en el año mil novecientos ochenta y cinco, unos andinistas que escalaban el cerro Pirámide, encontraron restos humanos, datados en el siglo XV, a casi 6000m de altura. A mí, el plan que me espera para hoy, es aclimatar en Plaza Francia, a 4045m. Para alcanzar esta altura, tendré que caminar un total de casi nueve horas incluida la vuelta, en progresiva y suave subida,

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por la morrena formada por el glaciar de Horcones inferior.

Es curioso saber, que toda la arena y piedra suelta por la que ando, forma parte de un rio de hielo que aún, se va desplazando. Pequeños barrancos y riachuelos embarrados, cruzan incontablemente nuestros senderos. Ni un solo arroyo de corrientes cristalinas. Parece increíble, pero todas las aguas corren del mismo color y textura, como en una de esas fuentes de chocolate.

Es al medio día, y a 4010 m, cuando el día de Reyes me entrega su regalo. Ahí, justamente delante, como la mejor de las pinturas, como la más linda postal; 3000 m de pared vertical de hielo y roca. Mi boca se queda abierta y mi rostro rígido, como si no hubiese visto nada igual anteriormente. En verdad así es, ni siquiera en la cordillera del Himalaya y ante los todos gigantescos ochomiles, pude nunca ver un solo bloque tan exageradamente grande. Ante mí, una de las paredes míticas menos escaladas y más grandes del planeta, la cara sur de la Aconcagua. Por todo lo que he leído, sé que solo cuenta con poco más de tres líneas que hayan sido atacadas. La más impresionante sin duda alguna, la llamada Ruleta rusa. Una directísima justo debajo de dos glaciares colgantes. No acabo de hacerme la idea, de ver a un ser humano en un trozo de roca de más de 500m de altura, vigilado por bloques de

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hielo de más de 150m de espesor, justo en lo alto tuya y deseando arrancarte para siempre al abismo. Paso casi una hora sentado al sol, mirándola y recorriendo, mientras sueño, todas sus líneas...

Ya de regreso de nuevo en el campo de Confluencia, y puesto que ya toca, me atrevo con las frías aguas, a darme un aseo de gato. Eso si, ¡de agua, la justita! Nada más quitarme el polar y de forma repentina, comienza a nevar. Cinco minutos más tarde, el sol brilla de nuevo, ¡aquí no hay quien atine con la ropa! Me estoy quitando y poniendo prendas constantemente. Muerto de frio y corriendo hacia la tienda donde duermo, me encuentro cara a cara con un tipo que me resulta bastante popular, y ya en esta primera impresión, pedante y prepotente, Juanito Oiarzabal. Esperando en el rápido cruce de miradas, a que le dijera algo, callo y sigo mi trote medio tiritando. ¡Para chulo chulo, mi pirulo!, me digo para mis adentros.

Supe horas más tarde, que operaria como guía de un grupo vasco, y del que conocí a sus expedicionarios uno por uno, en los días posteriores. Por lo que escuché en el campo, tenían también como propósito, la grabación de la ascensión para un programa de TV, en 3D. La segunda vez que coincidí con el, fue en las letrinas, por lo que la improvisada solución de irme “pitando” me

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resulto imposible. Me preguntó que como iba, y yo le conteste ¡muy bien!, aunque en verdad y debido al pateo del día anterior, estaba “reventao”.

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Viernes 7 de Enero

La noche ha sido aceptablemente buena, aunque el pequeño dolor de cabeza que aún persiste, me ha hecho despertar, por lo menos tres veces. En los ratos, en los que las punzadas me han mantenido en vela, no he dejado de oír toser, a Ismael el zaragozano. Un gran tipo y persona, en todos los sentidos. De complexión fuerte, de más de uno ochenta de altura, aclimatado y entrenado para esta ascensión, en el pico Elbrus de Rusia, y que tiene con toda seguridad, un tórax, el doble de ancho que el mío. Desde las primeras conversaciones que ido manteniendo con todos los expedicionarios de Aragón aventura, me he ido reafirmando cada vez más, en lo que ya observé cuando los vi, por primera vez. Todos vienen bien entrenados, además de contar con buena y amplia experiencia en montañas de Europa, y en el caso de algunos de ellos, de otros continentes.

Hasta que el sol se eleva lo suficiente, como para entrar en el profundo valle y tocar con sus rayos alguna zona de este campo, el termómetro marca, menos siete grados. Impaciente y deseoso, me adelanto en busca de su calorcito, nada más ver asomar el amarillo intenso, por lo alto de algún risco.

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Es, a las ocho menos cuarto, cuando con la cara y labios encremados, y las orejas y manos bien cubiertas, parto con otra jornada más de aproximación al campo base. Eso sí, no después de haber tomado un buen desayuno a base de, varias tazas de té, tres o cuatro tostadas y un bol de Porris. (Un puré típico de la zona y que por su sabor y textura, sólo me atrevo a probar, una sola vez). A excepción de esta mezcla lechosa y el té, todo esta siempre congelado, duro como piedras. Cojo los helados trozos de mantequilla, los envuelvo en papel y nada más despertarme, los meto dentro de mi chaqueta de plumas. Tengo más que comprobado, que pasados unos quince minutos, quedan listos, para que se puedan untar en las tiesas rebanadas de pan.

Ya en la estrecha senda y no habiendo pasado ni cinco minutos de haber abandonado el campo, observo y escucho que Ismael, sigue sin parar de toser, esta pálido y apenas puede caminar. Alonso, se le acerca y le comenta que en el estado en el que lo ve, lo mejor es que regrese a Confluencia, y que pasados dos días, una vez se halla recuperado del todo, nos alcance, en el campo base. El asunto pareció ser más serio de lo que yo y todos, nos habíamos imaginado. Poco tiempo después y encontrándose, ya de vuelta, nos llega por radio la noticia, de que los médicos del campamento le evacuan urgentemente en helicóptero, hasta el hospital de

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Uspallata. El diagnostico, edema pulmonar. Una de las dos enfermedades junto con el edema cerebral, más temidas y peligrosas en las grandes montañas. Siempre he estado convencido, de que el edema lo cogió, el día anterior, en la fase de aclimatación a 4010m. En la base de la cara sur.

El temido mal de altura, ya esta entre nosotros y sé a ciencia cierta, que será una cuestión de pura y simple genética personal, la que decida si continuo o si me vuelvo a casa.

Sigo caminando y seguiré caminando durante muchas horas, por los interminables senderos sin apenas desnivel, de Playa Ancha. Arena, polvo y piedras sueltas. Se trata del más tortuoso posible camino, para los tobillos y pies. Entre la nube de polvo que viene directamente a mi cara y que es levantada por las pisadas el que va delante de mí y el fuerte viento que sopla en todas direcciones, es inevitable el no parar de escupir. Saliva y más saliva que garraspea en mi boca, mezclada con tierra. Terminado y llegado el final de la rambla, por el que en tiempos remotos discurría el glaciar, comienzan unas constantes y pesadas subidas y bajadas, al lado de unas morrenas. Después de las casi siete horas que llevo andando, me resulta desesperante y más todavía si cabe desmoralizante, el ver que no he acortado todavía, en nada del desnivel

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que toca para hoy. Sé que estoy más cerca del campo, pero no he ganado ninguna altura, todos los repechos me cogerán, por sorpresa, cuando este mucho más cansado. Andar y andar sin levantar la cabeza, y además prefiero hacerlo así, pues cada vez que lo intento, me golpean fuertemente la sienes. Los bastones de mi compañero y sus botas es todo lo que miro, no hay nada más. Pienso en mi familia, después en mis amigos, en la gente con la que voy, en…yo que sé más…todo voltea por mi cabeza. Tum tum tum, golpes y más golpes que retumban en mis sienes. A veces son tan continuos, que incluso llego a convertir en ritmos musicales. Nadie habla, solo sopla el viento, polvo polvo y más polvo.

Me paro, pues apenas lo había hecho hasta ahora, y además las rodillas, me están suplicando por un pequeño descanso. El gran amasijo de hierro y cemento donde estoy sentado, parece ser el resto de lo que queda, de un refugio de no muy vieja construcción y que fue barrido de un plumazo, por una avalancha, no hace muchos años. Si hay una prenda de vestir fiel a mí, es sin duda alguna el pañuelo de mi cabeza, me lo quito y limpio de mis labios, esta mezcla marrón de crema y arena. Saco de uno de los bolsillos de la mochila el botiquín, y decido tomarme un ibuprofeno antes de que me estalle la cabeza.

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Espero que esta pastilla me recupere un poco, pues a tan solo quinientos metros, me encontraré en la base de la sufridora Cuesta brava. Un pedregal formado a causa de un gran derrumbe, y colmado de curvas y más curvas, en constante inclinación. En definitiva, 400m de una interminable loma muy empinada y que cruelmente, acaba con la vida de muchas de las cargadas mulas, a las que les revienta el corazón. Entre las piedras; quijadas, costillas, pieles… hay esqueletos por todos lados. A medida que voy subiendo a paso mínimo pero con la máxima respiración, intento que mi cerebro repita y no se aburra de esta secuencia, paso pequeño..., profunda respiración. Exhausto por el cansancio, llego a lo más alto del cerro. Estoy en Plaza de Mulas, nuestro campo base a 4350 m, nuestro hogar durante las próximas dos semanas. Un helicóptero, decenas de mulas y tiendas de diferentes colores y tamaños, son el relleno en este maravilloso paisaje, presidido por descomunales montañas heladas y glaciares.

Nada más llegar, he visto a compañeros muy tocados, más de lo que yo me hubiese podido imaginar. Todos parecemos como si hubiésemos sobrevivido a un temblor de tierra, Caras empolvadas, pómulos rojos y quemados, labios cuarteados, y mi nariz, como un pimiento. El alivio que siento en las piernas, después de

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que las haya metido en una gran charca congelada, es absoluto. El contacto de la acalorada piel, con las bajas temperaturas del agua, hace que experimente como pequeños pinchazos que reactivan la sangre y me descongestionan los músculos. Inmediatamente después y con bastante sueño encima, reorganizo rápido el material, y me obligo a tomar un par de sopas y varias tazas de té.

De sobra conozco, que en este punto de los Andes, no es necesario que ascienda ninguna montaña más, para que la altura, el sol y la presión, me consuman poco a poco, y que todo esto irá en progresión geométrica, a medida que vaya remontando metros. Sé que mis energías y defensas se agotarán incluso sin hacer nada, solo durmiendo. Miro a través de una pequeña rendija abierta en la cremallera de la lona y solo veo paredes de roca helada cubiertas de nubes…quiero pensar solo en positivo. Me convenzo y autoconvenzo, de que solo estoy cansado, de que no es para tanto, de que aún no puedo estar ni mínimamente, derrotado.

Sé bien,…que todo esto, aún no ha empezado.

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Sábado 8 de Enero

El día amanecerá hoy y como todos los restantes en este campo, con el sonido ensordecedor de los helicópteros, que aprovechan los flojos vientos y las primeras horas de luz, principalmente, para evacuar heridos. Salgo de mi tienda y encogido por la baja temperatura, me dirijo a la que es con toda seguridad, la zona más concurrida por todos los miembros de las diferentes expediciones, dentro de este campo, los cagaderos. Casetas de chapa, del tamaño y con la forma de una cabina telefónica y que están conectadas a una fosa séptica, mediante un gran tubo de metal. Cuando están repletas, se pueden ver enganchadas a los helicópteros que la retiran cada pocos días. Otro de los lugares donde se hace más cola, es cerca de un gran bidón azul que recoge agua del glaciar mediante una larga goma. Las horas para utilizar el tan preciado líquido, están un poco limitadas y las determina el sol, no siendo posible servirse de ella, hasta las once de la mañana o después de las siete de la tarde. Fuera de ese horario, todo está totalmente congelado; el agua, el bidón, la tubería y tu pasta de dientes.

Los comentarios más oídos en el desayuno y nada más vernos en el domo, (la tienda común que compartimos

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para las comidas), son todos del tipo; no he dormido, he vomitado o me duele la cabeza.

La tarea que nos hemos fijado para este día, está toda ligada a la preparación de toda la logística, para los que serán, nuestros campos de altura. Es básicamente un trabajo que exige en su elaborado, el prestar el máximo de atención. Cualquier equivocación, olvido o no previsión, pueden significar una retirada inesperada, o en el peor de los casos, la provocación de un accidente. Tres aspectos y con el mismo orden de importancia, componen ésta logística. Los racionamientos de comida, el material de campo y tu equipo personal. Referente a los víveres, la tarea consiste en desempaquetar todas las cajas de comida que ya estaba semiclasificada y volverla a colocar, pero ésta vez, por raciones para dos personas. Un vez comprobado y bien revisado el contenido, todo es metido en bolsas de plástico, sobre las que se escriben diferentes nomenclaturas. La inscripción CP1-1 indica que son los víveres para el primer día en el campo uno, la CP2-2 comida para el segundo día en el campo dos y así sucesivamente. Un Sobre de sopa, infusiones, galletas variadas, papillas, y un trozo de queso, será el escaso menú.

De igual manera, procedemos con las bombonas de gas. Se contarán con dos por tienda, excepto en el campo que está por encima de los 6000m, para el que

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portearemos tres, pues llegado el caso de tener que posponer el ataque a cima o bien pasar una noche extra después de hacer cumbre, nos sería vital.

Como motivo de la considerable falta de oxigeno ya en el campo 1, y por consiguiente pobre combustión, la mezcla de carburantes en las bombonas, es de isobutano con propano. El resultado final, cuenta con la gran ventaja de tener una llama muy intensa, pero de una durabilidad más reducida. Está claro que si no gestionas estas botellas de la forma más óptima, te puedes complicar bastante. El problema con el que te puedes encontrar, puede ser mucho más serio, que si te quedases sin comida. El no contar con la posibilidad de derretir hielo e hidratarte lo suficiente, significará con toda seguridad y en el mejor de los casos, que te bajas de la montaña. En el peor, que te encuentres físicamente tocado en tu tienda, no tengas posibilidad de prepararte líquido y la meteo, para colmo de los colmos, no te deje descender.

Otra de las revisiones que hemos llevado a cabo aquí en el campamento, ha sido con las tiendas de altura. Se han montado una por una, para su comprobación. Nada puede estar roto, ninguna varilla puede faltar, todos los cordinos y vientos, colocados y atados en su sitio. De igual manera que con el resto de temas, todo tiene que estar milimétricamente revisado. El acuerdo

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común entre todos nosotros, ha sido la preparación de un posible plan B, para utilizar en caso de serio imprevisto allí arriba. Somos conscientes de que bajo extremas ventiscas y mínimas temperaturas, todo se puede complicar y hay que estar mentalmente preparado para cualquier impensada maniobra. Sabemos, que dependiendo de lo crítica que sea la situación, puede ser que no sea posible una marcha atrás, sino que la mejor solución, pase por esperar en nuestros nidos de lona.

Con idea de relajarme un poco, he vuelto a visitar, y ya por tercera vez desde que llegué, a Miguel el pintor. Un bohemio de piel muy morena, pelo largo y descuidado, barba de no se cuantos años, que anda en chanclas todo el día y con unas uñas en las manos y los pies, que ni te cuento. Lleva afincado por aquí desde hace casi una década y tiene montada en su carpa, su propia galería de arte. Siendo sincero y sin ser un especialista en ésta maestría, ni en ninguna otra, tengo que confesar, que el verdadero arte, no está en el Puntillismo que intenta plasmar en sus pinturas, sino en su propia persona. Reí mucho cuando me dijo, ¡estoy orgulloso de tener la galería más alta y cutre del mundo!, Aunque en verdad el carcajeó más, cuando al despedirme y sin pensármelo, le referí, que tenia toda la cara del Yeti de los andes.

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Domingo 9 de Enero

Miro a Joaquín con envidia poco sana, pues mientras el tipo duerme placenteramente, yo me paso toda la noche siendo despertado una y otra vez por el fuerte toser de alguien en la tienda de al lado. El ya cotidiano y peculiar sonido de las cremalleras no ha parado en toda la madrugada. Abrir cerrar, abrir cerrar… Deben de ser no más de las seis y media, pues los rotores ya retumban en el gigantesco valle.

El silencio esta mañana en el domo mientras desayunamos es total. Víctor un chico vasco, coleccionista de montañas y fuerte como un toro en su constitución física, es evacuado urgentemente del campo. El diagnostico de los doctores, grave edema pulmonar. Nadie habla, ni nadie comenta nada. Solo el delicado sonido de las cucharillas y de los sorbos del caliente té. Pero tal y como dicen los viejos sabios, las desgracias muchas veces no vienen solas y desafortunadamente en el día de hoy, el indeseado dicho, se hace realidad. Por la puerta aparece Joachim, un joven alemán que posiblemente, haya sido la persona con la que más he congeniado y más me he relacionado. Las narraciones detalladas de sus escaladas en varias ocasiones al Cervino, me han

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fascinado hasta tal punto, que creo que algún día intentaré trepar por alguna de sus vertientes.

Esta pálido, y las bolsas de sus ojos, reflejan el no haber dormido ni un solo día, su nariz, tampoco para de sangrar. Apenas se quiere despedir, como si no quisiese expresar nada. Con la mochila colgada y con un puñado de clínex en su mano mientras se tapa la boca, recoge sus bastones del suelo y nos dice, ¡Me voy de aquí!

Ayer por la tarde fui a su tienda a llevarle pañuelos pues, sangraba y sangraba. Me acojoné cuando lo vi tendido boca arriba, con las manos llenas de papel higiénico y completamente rojas de sangre. Aunque en enfermería le han comentado que esta pérdida nasal es frecuente en esta altura, yo no tengo ni la menor duda, de que hubiese tomado la misma decisión, ¡bajarme!

El control sobre el estado de salud en la Aconcagua, generado y justificado por los múltiples accidentes ocurridos cada temporada, hace que en tu llegada al campo base, seas avisado por el guardaparques de la “obligación “de pasar por la enfermería, para un chequeo médico. Es un doctor, el que además de auscultarte, para comprobar que no existe ningún ruido extraño en tus pulmones, se encarga de medir tu tensión, ritmo cardiaco y oxigeno en

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sangre. Ha sido pocos años atrás, cuando el gobierno argentino, decidió activar estos controles, con los que no solo se evita males mayores, sino sobre todo, costes mayores. Si el equipo médico, decide que no estás para seguir subiendo, te obligarán a que abandones. He podido constatar que es así, pues veo a gente de todas las nacionalidades, dándose la vuelta sendero abajo, durante todos los días que llevo es este campo.

No se si es un tema de sugestión o no, pero creo notarme un pequeño dolor en la parte final del pectoral izquierdo, justo debajo de la axila. Aunque ésta dolencia, me es familiar y me la produje hace muchos meses escalando, todavía hoy, y después de algunos sobreesfuerzos me la noto. Sé y estoy convencido, de que es un pequeño desgarro muscular mal curado, pero aún así, tengo pensado comentárselo a esta gente, para saber lo que opinan.

El objetivo para la jornada de aclimatación hoy, es la ascensión al cerro Bonete. Un pico piramidal de 5010 m, que vi nada más llegar aquí y que me encantaría subirlo. Son las diez de la mañana y aunque el día amaneció claro y radiante de sol, ha cambiado drásticamente. El cielo está completamente gris oscuro y nubes feas y muy bajas rodean todo el valle. Aún así, se decide no cancelar la salida y tirarle para arriba. Yo no lo hubiese intentado con ese cielo tan ennegrecido,

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pero Alonso, gran especialista en la zona, sugiere; ¡tirémosle!. El trekking al monte Bonete, se acomete por una senda que tiene un desnivel muy pronunciado desde su comienzo, pero la aproximación hasta su base, cuenta con la ventaja que no se encuentra muy lejos, de donde estamos. En total, calculo no más de ocho horas entre ida y vuelta.

El sendero, que por esta fecha suele estar totalmente despejado de nieve, se encuentra ahora completamente blanco. Apenas se distingue o ve nada, al blanco intenso del suelo, se le une pasados unos minutos, una espesa y lechosa niebla. No llevamos ni dos horas de caminata, cuando alguien me toca en el hombro, es Joaquín y me comenta que quiere darse la vuelta. ¡No me encuentro bien!, es su comentario. Le propongo bajarme con él y acompañarle en la vuelta, a lo que me responde de forma rotunda y segura, que para nada hace falta. Estamos a 4600m y desde este punto de la montaña, aún se puede distinguir perfectamente la trocha que venimos abriendo desde el campo base. El que Joaquín se volviese en lo que parecía ser la parte más fácil, me mosqueó bastante y lo peor de todo, su pronta decisión, me olía mal.

Reanudo la marcha, entre esta niebla que no te deja ver a más de 10 m. Avanzar en estas condiciones, equivale a tener la sensación de caminar en la más

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inmensa oscuridad. Da igual a donde te dirijas, no hay referencias, no se ve ningún hito, tampoco la cumbre. Si no cuentas con algún sistema técnico de orientación, estás literalmente perdido. Cuando me he encontrado en alguna situación parecida en otras montañas, la impotencia es total, y la mejor opción y más segura, pasa por esperar a que se produzca algún claro, no tiene sentido andar sin rumbo, máxime ,consumiendo energías. Pero sin en cambio, aquí, todos seguimos adelante mirando a no se que. Ya pasado un buen rato, pregunto ¿donde estamos?, a lo que se me responde, que a no más, de cien metros de desnivel de la cima.

Mientras seguimos, por una gran loma de unos quinientos metros, Mónica, una chica cántabra muy preparada y fuerte de piernas, comenta por lo bajini, casi con timidez, que le acaban de dar chispazos sus bastones. No pasan ni cinco segundos, cuando un estruendo trueno, que me recuerda a otro oído hace años en los Alpes, hace que nos paremos de golpe. Tenemos la tormenta justo encima. Todos a excepción de Alonso, nos quedamos mirando y comentando “qué coño hacemos aquí en estas condiciones” Él plantea que dejemos los bastones donde estamos, a unos doscientos metros de distancia y unos setenta de altura con respecto a la cumbre y continuemos, pues nos falta poco. Seguimos lentamente subiendo y me encuentro,

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el segundo en esta fila, prácticamente pegado a la mochila de Raúl. Algunos comentan que tienen zumbidos en los oídos, como abejas que revoletean alrededor tuya. Ahora que estoy en mi tienda, metido placenteramente en mi saco, me pregunto como he sido capaz de continuar ante un signo inequívoco de que continuábamos bajo la terrible tormenta.

Estoy a no más, de veinte metros del punto geodésico. Un fortísimo destello me impacta de lleno en las retinas, como un potentísimo flash, que me ciega por decimas de segundo. Raúl se me gira velozmente, a la vez que un violento y puedo decir, casi apocalíptico ruido, parecido a un latigazo multiplicado por miles, suena en el pequeño trozo de hierro de la cima. Chispas que arden, como si tratasen, de gigantes véngalas. Corro de espaldas y salto como un conejo montaña abajo, nieve... ,bloques.., piedras.., me da igual lo que tenga delante ,solo quiero correr y correr, pocas veces en mi vida , me he sentido tan literalmente ¡acojonao!. Un rayo ha caído diez metros delante de mí. Mis tobillos tiemblan y las pulsaciones de mi corazón son imparables.

Bastante alejado y en cuclillas sobre el suelo mientras me cubro la cabeza, intento relajarme un poco. Creo que no han pasado ni diez minutos, y los siguientes truenos suenan lejanos. Entre los destellos y

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los estampidos, el tiempo aumenta, sé que la tormenta se retira..., Con el mayor de los temores, decido de una vez por todas, superar este miedo que llevo repartido por todas mis venas y volver a subir. Y aquí estoy, en el hierro donde ha caído el rayo, desconfiado y mirando para todos los lados, mientras aún tiemblo.

La nevada amaina, mientras los copos caen con toda la delicadeza, como si ahora quisiesen acariciar, el más claro de los paisajes. Todos hemos subido y todos estamos bajando. Como precaución, se decidió no sacar ninguna cámara para inmortalizar el momento. Yo por mi parte, no voy a necesitar ninguna foto. Recordaré toda mi vida ese momento.

Son las cinco y media de una soleada tarde, y el encuentro de nuevo con Joaquín no es muy alentador. Visitó la enfermería, y la tensión máxima la tiene en veinte. Deberá regresar pasada una hora, tiempo en el que se supone, le deberán haber hecho efecto, las fuertes pastillas que tomó.

Tumbado en mí saco, pienso aterrorizado en el rayo. Por un instante…, también sonrío.

¡Nunca creí que podría correr tanto piedras abajo, y menos, con unos crampones!

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Lunes 10 de Enero

Con bastante cansancio recibo este nuevo despertar, pues al mal rato de ayer, le siguió una noche desvelada. Sobre las tres de la mañana me llamó Joaquín, muy preocupado y nervioso, me dijo que notaba como si se le parase el corazón. Con el pulsioximetro colocado en su dedo índice, me indicaba que en el gráfico de su pequeña pantalla, se reflejaba una pausa de dos latidos, más o menos, cada treinta segundos. Para tranquilizarle un poco, estuve hablándole durante un buen rato y le comenté, que esas interrupciones, podrían estar también influenciadas, por el estado de nerviosismo en el que se encontraba. Él, que es un entendido en estas tecnologías y conoce mucho más que yo sobre aparatos de esta índole, me explica que no es normal y que irá a despertar al médico que este de guardia.

Por mucho que esperé, ya no le vi más en esa madrugada, y tal como el mismo se olió, el asunto pareció ser comprometido y bastante serio. El médico lo dejó en revisión toda la noche y fue ya, con los primeros sonidos de aspas y mientras me estaba vistiendo, cuando entra en la tienda y me comenta que lo siente, pero que se marcha, pues no le ha bajado la

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tensión de veinte, aún con la cantidad de medicamentos que le han suministrado. La verdad sea dicha, este tipo de crisis hipertensivas, suelen provocar serios daños sobre todo en órganos vitales como riñones, ojos, corazón y en el peor de los casos, hemorragias cerebrales. Entre rabia contenida, impotencia y maldiciendo todo lo habido y por haber, mete todo en su petate, excepto las gafas de ventisca. Sabe que son mejores que las que yo tengo, y decide dejármelas, seguidamente me da un abrazo y me desea buena suerte. Aquí acabó su expedición, la ilusión frustrada de un sueño y comenzó su regreso a casa.

Durante un buen rato pienso y pienso en todo lo ocurrido a mis compañeros en tan pocos días. Me cuesta creer, que eso que había oído y leído tantas veces sobre esta montaña, pudiese estar tan cercano a mí y menos aún, tratándose de gente tan bien preparada para esta ascensión. Dos edemas pulmonares, un imparable derrame nasal, y ahora por un problema de presión arterial, el abandono de Joaquín, al que consideré desde el principio, como uno de los más capacitados para afrontar este reto. El digerir todo esto en tan poco tiempo, se me hace difícil, es como tener la sensación de si hubiese algo, alguna especie de señal, que me estuviese avisando día tras día y hora tras hora, de que sería yo, el siguiente en retirarse. Cada

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rato que pasa, me quedo más sobrecogido y comprendo mucho más, las largas colas de expedicionarios de todo el mundo sentados en el suelo, mientras esperan su turno de entrada en esa pequeña clínica. Estoy convencido de que fue a raíz del abandono de mi compañero de expedición, cuando dejó de atraerme durante mi posterior estancia en el campo base, el ver los helicópteros aterrizando a cien metros de mi carpa. Estoy harto de ellos, de su sonido, y de sus diarias visitas. Por primera vez, empiezo a cansarme un poco de todo.

Mientras intento olvidar todo lo acontecido, y tratando de alimentar a mi cerebro, solo con mensajes positivos, me resisto al temor y me resisto a irme, aún encontrándome sin el apoyo de la persona con la que había planificado hace un año este reto. Mi mochila está preparada y me encuentro dispuesto a subir al campo 1, para portear víveres y tiendas. Si tuviese que definir en solo dos palabras este recorrido, no dudaría un instante, “interminable subida”. Abandonado el campo base y nada más cruzar un arroyo que está a cien metros de mi tienda, se empina bruscamente el sendero hasta los 5450 m. Una altura superior en casi 800m, al Mont Blanc. Todo esta polvoriento y lleno de piedras de todos los tamaños. Estas subiendo literalmente y como se le llama aquí, por un acarreo.

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Gigantes lomas de grava y tierra. El primer hito conocido con el que me encuentro, se llama el semáforo y es un paso rocoso obligado por el que tienes que entrar. Debes memorizarlo, pues en caso de nieblas debes saber perfectamente donde se encuentra, ya que no dar con él, serán altos tajos, prácticamente infranqueables, los que te esperen a ambos lados. A poco más de haber caminado durante otra hora, nos situamos en un nuevo hito conocido con el nombre de piedras Conway. Detrás de una gran roca e intentando reservarme un poco de los fuertes vientos, picoteo algunos frutos secos y me obligo a tomar varios sorbos de agua. El sol aprieta y aunque no llego a sudar, decido no quitarme nada, pues me he informado de que por encima de campo Canadá (campo ubicado a 4800m y que algunas expediciones utilizan para aclimatar durante una jornada) nos espera nieve y vientos muchos más feroces que estos. Calzo pesadas botas dobles de expedición, y es realmente un incordio subir con ellas, por estos cerros de grava suelta. El portearlas en la mochila sabiendo que las utilizaré a las pocas horas, no se me pasa ni por la cabeza. Y para más “inri”, a la fatiga y percepción de falta de oxigeno, se le añade el peso total de mi mochila, que no creo que supere los siete kilos, pero que me parecen y noto, como si fuesen setenta.

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Ya han pasado seis horas y estamos en el llamado Cambio de pendiente. Desde el campo base parecía como un gran collado donde aflojaba la inclinación del terreno, pero ni de coña, sube sube y sigue subiendo. Mucho más frio y mucho más viento. La sensación térmica ha cambiado radicalmente y estamos cerca de Nido de cóndores o lo que es lo mismo, nuestro campo 1. Al final de una gran travesía diagonal de no menos de dos horas, veo tensa como si fuese de cartón, y debido al fortísimo viento que sopla, la bandera argentina. Por fin estamos pisando la planicie helada donde mañana montaremos nuestras tiendas. Altitud 5350 m. Con las gafas de ventisca, la cara cubierta por el pasamontañas y tiritando, dejamos todo metido en sacos y apoyado sobre unas rocas.

Bajo cortando senderos, en aproximadamente dos horas y media. Impensable, sabiendo que había tardado en subir nueve. Voy directamente a la tienda, me quito las dobles botas, escribo rápidamente sobre mi diario y duermo. No tengo hambre, no tengo sed. Solo quiero dormir y oxigenar mis pies.

En nueve horas y tan pronto como amanezca, volveré a repetir la jornada de hoy, realmente me resulta difícil pensar que podré subirme otra vez.

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Martes 11 de Enero

Mi tienda hoy me resulta mucho más grande y solitaria. Joaquín abandonó ayer, e intentando de ver algo positivo, tengo que decir que cuento ahora con cantidad de espacio para organizarme un poco mejor. Sentado y con las piernas metidas todavía en el calentito saco, observo el gran desorden de material, por el que me encuentro rodeado. Guantes finos, manoplas, botellas de un litro, de dos, de medio, la del pipi, sobres y sobres de Tang (sales minerales en polvo, para mezclar con agua cada vez que llenas una botella), botines interiores, guantes de ski, botas, zapatillas de trekking etc.…etc...Todo mi material lo tengo aquí dentro, pero cualquier cosa que cojo está totalmente helada. Parece como si hasta que no llegase el primer rayo de sol, todo durmiese. Aprieto y aprieto mi siempre fiel crema muscular Dietasport y nada sale, intento coger una toallita húmeda y no hay posibilidad, están pegadas, la toalla de tela absorbente, está rígida como un palo y mantiene la forma en la que estaba colgada. Todas las pilas de repuesto, las de la cámara y la de los dos frontales que me traje, se vaciaron la primera noche a causa de las bajas las temperaturas. Un despiste por no haberlas metido desde el primer día de ruta, y hasta el último, en el saco

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de dormir. Gracias a la camaradería que existe aquí, tengo de nuevo operativo el frontal, que tanta falta me hace.

Si hay algo agotador, cansino e incluso me atrevo a decir, pesado en las escaladas y ascensiones a grandes montañas, sin duda alguna son los repetidos porteos. Subir y bajar por los mismos senderos y las mismas trochas en la nieve, causa en mi caso, un efecto de cansancio mucho más psicológico que físico.

Todas estas sendas que me tocan hoy, ya las conozco, pues hace escasas horas, que me dio más que tiempo, para memorizarlas. Todo el material depositado ayer sobre el campo de hielo, hay que montarlo. El acuerdo que hemos fijado entre Wiki el madrileño y yo, es el de compartir tienda y por consiguiente todas las tareas que tengamos que llevar a cabo en los campos de altura. Nuestro “hogar” de lona, lo hemos montado literalmente, sobre una capa de hielo que hay sobre estas rocas algo lisas del suelo y está fijada y asegurada, con piedras en todo su perímetro. Las grandes toscas de pizarra en este emplazamiento, no se encuentran por suerte, muy lejos. Son tantas las expediciones que las han utilizado que están por todos lados. El grandísimo problema, radica en arrancarlas, pues algunas veces están literalmente soldadas al

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suelo. Ni siquiera, con los repetidos y agotadores golpes del piolet, consigo que salgan.

A 5350 m de altitud y aún por muy simple y fácil que parezca, coger una piedra de dos kilos y moverla a veinte metros, resulta ser toda una odisea. Me agacho despacio sin inclinar mucho la cabeza, levanto mínimamente la roca, y mientras la porteo respirando fatigadamente con los brazos extendidos hacia abajo, la dejo caer cerca de donde tenia pensado colocarla. El siguiente y durísimo quehacer es, colocarme de rodillas y empujarla hasta emplazarla en su sitio. Todo el proceso se acaba, cuando el bloque queda anudado finalmente a algún viento de la tienda. Repito toda esta operación, unas diez veces y entre pedrusco y pedrusco, me siento a descansar mientras noto como las sienes, no paran de latir

La fácil tarea de ensamblar bien una tienda con la ayuda de tu compañero en el campo base, puede llevarte no más de diez minutos. En esta altura, de casi 5500 m, no hay quien nos quite la hora de trabajo. Después de una larguísima subida, el esfuerzo de efectuar tal montaje bajo una fuerte ventisca, me dejó totalmente tirado en la tienda, boca arriba y respirando con el corazón a punto de salirse de mi pecho. No ha habido manera, de parar el “pon pon” que tengo en la cabeza,

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parece como si el cráneo se inflase y desinflase como un globo, queriendo explotar de un momento a otro.

Salgo de nuevo al temporal junto con Wiki, y a durísimos martillazos de piolet, rellenamos con trozos de nieve, una gran bolsa de plástico. Debemos de llenarla a tope principalmente por dos razones, la primera y tal como pudimos comprobar, es que con un bloque del volumen aproximado de un litro, solo tienes una vez que lo has derretido, como para llenar una taza de té, y la segunda, es que volverte a calzar las botas , para salir de madrugada de tu tienda, cuando sabes que las extremas temperaturas que ahora tienes, caen todavía más empicadas y cavar de nuevo en el hielo, es una experiencia que ya viví en Nepal y que procuraría no repetir nunca más en mi vida.

Para poder recuperar con té muy caliente todos los líquidos perdidos y llenar todas las botellas para la larga y desvelada noche que me espera, la aburridísima tarea durante más de dos horas, no es otra sino, derretir y derretir.

Por la luminosidad en el interior de la tienda, deben de ser las ocho y cuarto, lo he visto cada día. A lo largo de toda la ardua jornada, me han dolido bastante la cabeza y el pectoral izquierdo, pero al poco rato de haber tomado un par de pastillas, y encontrándome

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ahora tendido, empiezo a sentir algo de alivio. Me parece increíble encontrarme después de tanta paliza, metido en mi saco. Con dos mallas, dos camisetas térmicas, un gorro y en un saco cuya temperatura de confort es -25ºC, espero no pasar nada de frio.

Apenas puedo dormir, me giro y giro evitando cargar peso en la zona del pecho. La altitud no me deja aún estando muy hecho polvo, el que pueda cerrar los ojos. Me aburro…, no se que hacer y para colmo, me da envidia ver como esta momia que tengo a mi lado, duerme como un lirón. Creo que al no pensar en nada en concreto, mi cerebro fija toda su atención al estado de mi cuerpo, con lo que lo único que consigo, es pensar todavía más, en el dolor del pectoral. Tengo la sensación de que cuanto más pienso en él, más me duele. Bostezos y más bostezos mientras intento no echar mucha cuenta a nada, pero… ¿en qué pienso? Ya he pensado en todo mil veces, mientras subía la montaña. Cantidad de veces se me cierran los parpados y pasados no creo más, de dos minutos, se me abren repentinamente. ¿Me late bien el corazón? ¿Me estoy ahogando? Nada…Es otro efecto de la altura llamado arritmia y que nunca antes en otras montañas, había notado. Realizo inspiraciones y expiraciones tan fuertes, que creo que puedo despertar a mi compañero.

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Son casi las seis de la mañana, cuando parece que logro tranquilizarme, sin haber podido dormir más de cinco escasos minutos seguidos. Wiki se despierta y con ello me alegra la mañana.

¡Por fin puedo hablar!

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Miércoles 12 de Enero

Sabia que hoy sería otro día duro. Al cansancio de no haber pegado ojo después de una jornada como la de ayer, hoy se sumaria la de portear al campo 2. Tomamos varias tazas de té y llenamos todas las botellas con agua y sales. En la pasada tarde y con lo aturdido que estaba, dejé la bombona, hornillo, cuchara y taza, fuera en el hueco que hay entre las dos entradas que tiene la tienda. Todo esta hecho un bloque, no hay manera de separarlo y el gas se ha congelado. Suerte que contamos con otra bombona y otro pequeño plato de aluminio, suficientes para apañarnos. Una de las odiseas cuando te levantas, es intentar no rozarte con las lonas que te rodean por todos lados, pues cada vez que lo haces, caen sobre ti escarchas y más escarchas que al contacto con la templada ropa, te mojan hasta lo más profundo, significando ello, que estarás empapado y que en no mucho rato, tendrás una prenda textil convertida como por arte de magia, en cartón helado pegadito a tu cuerpo. En cada movimiento que realizas en esta mini casa, vas con mil ojos. Miro la temperatura en el interior de la tienda y marca -10ºC cuando son las siete. Fuera creo y por lo flojo que sopla en este momento, que rondará entre los -15 y los -20ºC.

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Portear y aclimatar en el campo 2 o también llamado Cólera, es duro y mucho más aún, pasar noche en esas alturas. Cuanto más subes, más frio, ventiscas más agresivas y además y por si fuese poco, se acentúan todos los síntomas físicos del mal de altura.

Otro asunto bastante trabajoso por encima de los 5500m, es el simple hecho de cagar. Hacerlo en los campos de altura en esta montaña, esta muy regulado por normativa del parque natural y funciona con una sistemática muy controlada. Nada más entro en el campo base, el guardaparques me entrega una bolsa de plástico con un código escrito con rotulador y que corresponde a mi número para el permiso de ascensión. Esta futura fétida bolsita, la debo de dejar a la salida en el mismo sitio donde me la dieron. Si no lo hiciera o la entregase vacía, pagaré una multa allí mismo, que ronda los seiscientos euros. Os juro que vi a todos los expedicionarios cada vez que bajaba de algún campo, con el “regalito” colgado de la mochila. Pero la realmente odisea, no esta en todo este tramite, sino en cagar manteniendo la bolsa abierta bajo una ventisca que te está helando y zarandeando constantemente.

A las ocho y media, con la mochila en mi espalda y con los labios y la cara llenos de crema, comienza la marcha. Todo esta blanco y el sendero hasta que lleguemos, será de nieve dura agujereada por los dientes

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de los innumerables crampones que la pisan. A los pocos metros de la salida, sobre unos cien, todo el terreno se inclina e inclina en rampas rocosas. El desnivel que deberemos salvar es de 560m, para mi algo irrisorio, si no fuese por que mi respiración esta muy acelerada y me cuesta tirar de mi peso y del de la mochila, que hoy no carga más de cuatro kilos.

Alguien que viene por detrás, nos llama con una repentina y fuerte exclamación. Todos nos giramos, y observamos como es Salvador quien se acerca y nos dice que no puede más y que se baja. ¡Hasta aquí llegué! fueron sus palabras. Aunque me resultó el menos deportivo físicamente, sé que hace unos años, ascendió el Island Peak, en la cordillera del Himalaya. En este punto de la expedición, esta todo el mundo tan hecho a ver bajarse gente, que ninguno opinamos o realizamos algún comentario.

Son casi las dos de la tarde y hemos llegado a Berlín, cota 5950m. Un campamento en el que muchas de las expediciones deciden aclimatar, en lugar de hacerlo al que nosotros nos dirigimos, pues debido a su ubicación entre grandes peñascos, está mejor resguardado de los agresivos vientos. Sin ni siquiera parar, lo pasamos de largo y no transcurridos ni veinte escasos minutos más de pateo, llego por fin al destino de mi objetivo para hoy. Nos encontramos en el campamento 2 a 6010m, un

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lugar más alto, que cualquier montaña de Europa. El paraje es majestuoso, su forma es la de un circo rocoso del tamaño de un gigante pabellón deportivo. Repartidas por el centro, siete u ocho tiendas de expediciones rusas y japonesas.

Mientras logro recuperarme en aliento, además de en el desenfrenado ritmo de mis pulsaciones, tomo unas galletas y bebo a sorbos, todo el líquido que mi dolorosa garganta deja entrar. Más que el alivio de saciar mi sed, es el que siento al salvar los dedos de mis pies, pues una figura casi zombi, ha estado a apunto de pisarme con sus crampones. Sus brazos cuelgan hacia abajo, su chaqueta de plumas la mantiene abierta completamente, los bastones los lleva arrastrando de las muñecas y la cara la tiene brutalmente quemada. Esta totalmente desorientado buscando su tienda. Me pregunto ¿De dónde vendrá? ¿Dónde habrá llegado? ¿Llegaría a la cumbre? ¡Es igual! prefiero no pensar. Su cara me suena bastante, lo he visto antes y creo que es miembro de una expedición rusa.

Estoy sentado en el suelo viendo el grandioso espectáculo que me rodea. Toda la cadena montañosa entre Chile y Argentina con sus blancas cumbres. A mi derecha la ruta por la que me plantee hace un año esta aventura y que viene del glaciar de los Polacos. Gracias a una información que me pasaron en diciembre, en la

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que me comunicaron que este año estaba impracticable, opté por cambiar de itinerario.

Justo a mi espalda, un peñón rojizo gigante que veo infinitamente lejos, del que salen despedidas por los fortísimos vientos, gigantes plumas de nieve y que será como me indica con el dedo Peter el belga… la cumbre del Centinela blanco.

La bajada es rápida, antes de darme cuenta, estoy de nuevo en campo 1 recogiendo mi saco y camino del campo base. Me conozco cada sendero, cada arroyo, cada hito. Me tomo una chocolatina, sentado sobre una piedra, mientras intento relajar un poco las piernas. Miro hacia arriba y a una hora aproximadamente de distancia, distingo a Peter, que pierde el equilibrio y se cae constantemente. Cuento hasta cuatro caídas. Le espero y decido acompañarlo en toda la bajada. Lo que hubiese sido para mi un rápido descenso, se vuelve a convertir con las botas de expedición, en un suplicio. Ahora no corto camino, sigo y sigo cada interminable zigzag del sendero. Estamos a una hora y Alonso, que en este momento acaba de encontrarse con nosotros, me agradece el haberle bajado y se queda para guiarle durante el resto de descenso.

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Un corto tramo de pronunciado desnivel y en veinte minutos, estoy de nuevo en el que considero mi cómodo hogar. Aquí siento como si lo tuviera todo…Menos frio, agua que sale por una goma, letrinas cubiertas con paredes de chapa y lo mejor de todo, puedo moverme con botas normales de montaña…. ¿que más quiero? Estoy contento.

En mi estado de alegría, pienso que si la suerte me acompaña, dosifico energías como hasta ahora y sigo tomando la misma cantidad de líquido, quizá pueda llegar arriba. Quiero seguir siendo optimista y no permitir que mi cerebro se vea bombardeado ni un minuto más, por los negativos mensajes, de las retiradas diarias.

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Jueves 13 de Enero

El objetivo que me fijado para hoy, es descansar y recuperar energías comiendo lo máximo y mejor que pueda, pues mañana está previsto volver a subir y no bajar, hasta que se intente cumbre. A diferencia de los días anteriores, donde a penas me concentro en otra cosa que no sea la de subir un poco más y no parar de moverme para no congelarme, hoy puedo pensar tranquilamente y recordar a toda esa gente a la que quiero. Los tengo presentes en la mente, uno por uno. ¿Como seguirá mi madre? por la breve conversación que mantuve con mi familia, sé que ha pegado un bajón en su enfermedad, pero por otro lado, me alienta el tener la certeza de que con mis hermanas seguirá sintiéndose como una reina. ¿Y mi padre? A él, me lo imagino bien sentado en su sillón, disfrutando de no se que programa de televisión. ¿Y mis hermanas y sobrinos? A todos, los recuerdo a todos. A mis amigos los veo metidos uno por uno, en este proyecto. Lo que ahora estarían diciendo…, como se encontrarían, lo que pensarían del lugar, y por supuesto, a alguno, hasta los mismísimos….de la aventurita del Jóse.

Desayunando en el domo un buen revuelto de huevos, me comunican que lo mejor es aplazar un día

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nuestra intencionada subida de mañana. Está pronosticado que en tres días, justamente el previsto para nuestro asalto a cima, haya vientos de noventa en la cumbre. ¡Es imposible atacar con esas condiciones!

A casi 7000m, ese viento me arrancaría de un plumazo de donde estuviese, sería un mero y diminuto trozo de papel. Además, la sensación térmica, prefiero no imaginármela. Pero bueno.., por un lado, el estar aquí abajo otro día, me alegra. Ya que cuando el sol de las once, calienta la lona de la tienda, me encuentro como en casa. Por otro, pienso que aplazar la subida, es como aplazar la agonía. Mientras miro ese bloque rojizo de 3000m por encima de donde me encuentro, se que tengo que intentar subirlo, antes o después.

El plan de ataque en mi caso es matemático. Está ligado a mi fecha de regreso, al tiempo y a la logística subcontratada. El regreso para volverme a Estepa, será sí o sí, el veinticinco de enero. No estoy dispuesto a la compra de un nuevo billete de avión a cambio de pasar días y más días en algún campo de altura o en el campo base. El máximo de días extras que me plantee con Joaquín fueron de dos. En lo referente a logística tengo bombonas y comida en cada campo de altura para dos días. Suficientes para una vez que diga a subir, no bajar hasta intentar la cima. De todas formas en mi próxima vuelta a campo 1, llevaré algo de comida extra.

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El asunto que realmente me preocupa y en el que ni yo ni nadie, podemos cambiar algo, es en la climatología. Del setenta por ciento de la gente que no hace cumbre, más de la mitad lo hace por el viento blanco (las fuertes venticas que llevo viendo desde que llegué). Me he encontrado con mucha gente que repite y repite esta montaña. Para alguno de ellos, como en el caso de un vasco con el que estuve hablando ayer, esta es su quinta vez. En mi cabeza lo tengo claro, me he entrenado a conciencia, me he gastado casi todos mis ahorros en este proyecto, pero si no subo, mi próximo destino estará en otros países y en otras montañas.

Algunos compañeros con los que me encontraba desayunando en el domo, me han preguntado que si me parece bien, que porteadores desmonten el campo 2 al final de la expedición, para así no tener que bajar todos esos kilos hasta Plaza de Mulas, cuando se supone que estaremos al mínimo de energías. He afirmado y aseverado, que sí por mi parte, pues la cantidad a pagar y a repartir entre los que quedemos, será de ciento noventa euros, por cada veinte kilos que se bajen. La decisión que por mayoría se elija, deberá de llevarse a cabo y gestionar en esta misma mañana, después será tarde. Intentando ser realista conmigo mismo y desconociendo el estado físico en el que voy a estar cuando diga a descender estos 7000m de mole, prefiero

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ser sensato y gastar unos treinta euros del poco dinero que me queda, que las pocas reservas energéticas que pueda tener. Bajar con mi mochila cargada, ¡ya me será más que suficiente!

Con esto de que tenia tiempo hoy de sobra, he pasado sobre las cinco de la tarde, por enfermería y aunque le expliqué que me encontraba bien, el pequeño dolor del pectoral seguía ahí. Roberto, un joven médico chileno en prácticas, me ha proporcionado dos comprimidos que son muy pequeñitos y que tienen que ser la leche.., se llaman Dioxaflex. Tienen el tamaño de una pastilla Juanola, pero se encuentran en un embase tan grande como el de un kit kat. Mi amigo Wiki que lo sabe todo, me ha contado la letra pequeña de estas pastillitas. ¡ Jóse, tómate eso antes de dormir, si lo haces por la mañana no subirás ni al campo 1! Es un súper relajante muscular que te pone flojo y medio te anestesia.

He pensado que los voy a llevar, pero los dejaré como plan B, primero voy a intentar aguantar tirando solo del Ibuprofeno, en caso de que persista el malestar.

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Viernes 14 de Enero

Nada más levantarme, recibo una noticia que hace que la ilusión de mi aventura, se desvanezca un poco. El clima sigue en su línea y de nuevo me veo obligado a retrasar el avance un día más. Está claro que se van acabando las posibilidades de hacer cima. Simple y sencillamente, se han esfumado mis dos jornadas de margen. Hasta ahora, nunca había visto a tanta gente en este campamento esperando al buen tiempo, como en el día de hoy. Las continuas ventiscas, no permiten que haya ni una sola expedición, por encima del campo base, en este momento. Todos estamos esperando, a que la pobre línea por satélite, nos informe que los vientos cambian y que las condiciones mejoran. A las cinco de la tarde hemos tenido una reunión los que aún quedamos, con el guía chileno Leo y con Alonso. El tema que se ha tratado; El día de cumbre y la responsabilidad individual en el último ataque.

Es algo que me sorprende, pues yo lo he tenido claro siempre durante toda mi vida y en cualquier aventura en la que me he metido. Cada uno decidirá hasta donde quiere llegar y se bajará completamente solo, a excepción de encontrarse en un estado muy

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grave. Llegado ese momento y en caso de vida o muerte, todos renunciaremos y abandonaremos la idea de cima e intentaremos bajarlo al campo 2. Está claro, que una que una vez salga uno a la hora prevista de la tienda, es uno mismo el único responsable de sus actos. Se llevarán tres radios, una para Alonso, otra será para Leo, un guía local y que el gobierno Argentino y al igual que en otras muchas montañas de otros países, te medio impone a que contrates. Leo fue uno de los rescatadores del polémico reportaje que dio la vuelta al mundo, donde se podía ver como utilizando una cuerda se intentaba levantar y arrastrar a un escalador italiano, que se encontraba tirado sobre la nieve y casi muerto. Durante todo el tiempo que lo llevo conociendo me parece un tipo genial, le encuentro mucho parecido conmigo, sobre todo en su pasión por las montañas. He observado como si tuviese necesidad de contar lo que realmente paso en aquella ocasión. A mi, me ha detallado varias veces lo que ocurrió, y la verdad es que estando aquí y sabiendo de lo que se habla, el lugar exacto donde tuvo lugar y lo que hizo este chico y sus compañeros por ayudar a los italianos, me parece una proeza. Ahora están solos, desamparados y con denuncias, juicios etc.…Retomando el tema de las radios, la tercera y última han comentado que se la entregarán al que viesen más entero, por si tuviese que echar una mano.

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Terminada la reunión para dar opiniones y fijar acuerdos, escuché como había gente insegura que se planeaba si subir más alto o no, cosa que me parecía totalmente estúpida. El punto en el que nos encontramos, no debe ser para decidir si intentar o no, tiene que ser el de querer y dar hasta el último gramo de energía por llegar a lo alto. Leo, habló de las congelaciones en esta montaña, aunque no son extremadamente chungas, hay que tenerlas muy presentes. Tal y como descubrí en los días posteriores, así fue. Se llevarán unas dosis de Dexametasona, un medicamento fortísimo que se inyecta, y que te permite en casos como los del edema cerebral, reanimar un poco al herido, lo suficiente como para por lo menos, poder bajarlo hasta un campo inferior. Todos debemos saber en que mochila se están porteando las susodichas inyecciones. Su colocación es fácil, ya que no es vía intravenosa y la actuación tras la dosis, debe ser rápida, pues el efecto de la fuerte droga, dura solo unas horas. Llegada la situación a este punto, todo debe estar dirigido a la aplicación de la regla conocida como “las tres D” descender, descender y descender

El material para el ataque a esos últimos casi 1000m lo tengo listo y preparado desde que me baje del campo 2 y creo que me será suficiente. ¡Espero!. Para las manos llevaré unos guantes interiores finos y unas

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manoplas sintéticas, que son mejores que las de plumas. Estas últimas en caso de que se te mojen tardan muchísimo más en secarse. Entre el guante fino y las manoplas llevaré unas bolsitas calentadoras, que no son otra cosa que unos pequeños sobres en forma de toallita o de infusión y en los cuales uno de sus componentes químicos es la cal. Si los agitas te dan calor durante unas cuantas horas. Tengo pensado utilizarlos para las primeras horas de ascensión. Por último, también tendré los guantes de ski en la mochila por si tuviese que manipular. En los pies llevaré unos calcetines de Lorpen y unas botas de expedición con botín térmico interior y polaina exterior. Para la cabeza ; un pasamontañas, unas gafas de glaciar para las primeras y últimas horas de montaña, unas gafas de ventisca para cuando llegue a un paso llamado Portichuelo del viento, y también para las cinco primeras horas, un protector de neopreno para mejillas, nariz y boca , que me hace sentir como Hannibal Lecter, en el Silencio de los Corderos. Por supuesto mi pañuelo inseparable para la cabeza, no me lo dejo atrás.

Las piernas llevarán dos mallas interiores y un pantalón de Goretex y para el tronco; una camiseta transpirable, otra térmica, un forro polar, una chaqueta de plumas y un cortaviento. Moverte con todo esto

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encima y con falta de oxigeno, os juro que es ya una odisea. En lo referente al peso en mi mochila será mínimo. Hay compañeros que han cortado y quitado todos los correajes e incluso algún bolsillo. La mochila que yo utilizaré para esa jornada es ligera y cómoda, en ella sólo llevaré la comida que he escogido para esas catorce horas. Dos barritas energéticas, un Power bar, que es un líquido súper empalagoso que tiene como todo en la vida, una buena ventaja y un buen inconveniente. Te da mucha energía durante un rato, pero pide cantidad y cantidad de agua, asunto que va a ser complicado. He pensado utilizarla si fuese necesario en la bajada, pues sabré que tan pronto como pueda llegar al campo 2, tendré una botella con Tang esperándome calentita dentro de mi saco de dormir. Por último y en lo referente a líquido, dos litros de agua repartidos en tres botellas, será mi combustible. Dos pequeñas de medio litro recién hervidas, irán en los bolsillos de mi plumón y otra botella de un libro irá en la mochila y me servirá para ir “reponiendo” a las otras (Sé, que nada más comenzar a andar, se me congelará y por lo tanto no tengo muchas esperanzas con ella).

Cuando salimos del domo me pidió el guía de Aragón Aventura, que fuese yo el que llevase la tercera radio, pues me veía el mejor. En ese momento me

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alegró escuchar el cumplido, pero después lo he pensado mejor y cargar con medio kilo de más en la mochila, cuando he intentado reducir el peso al mínimo, no me hace mucha gracia.

En fin….a parte del pequeño dolor en el pectoral que aún persiste, me encuentro a tope aquí a 4350m. Hoy incluso me fui corriendo para las letrinas que se encuentran cien metros de mi tienda. No me duele la cabeza, ni el estómago, de apetito ando bastante bien y dormir, últimamente duermo como un lirón. Estoy decidido y no pienso tirar la toalla tal y como escucho por aquí. Subiré hasta que ese último cartucho que yo me dejo en todas las montañas, tenga que utilizarlo.

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Sábado 15 de Enero

Nada más levantarme sabía que el día de hoy sería clave para saber si al final y dado que ya no me quedaban más días libres de margen, podría intentar llegar a lo más alto de esta montaña. El ruido tan temprano de los helicópteros me es tan familiar, que no paso ni un solo día sin el temor de llegar al domo y encontrar que falta de nuevo alguien. Pero no, la sorpresa es grata nada más salir de la tienda, hay gente de una expedición americana mirando hacia la cima y con un papel en la mano. Les escucho decir entre palabras, que los vientos bajan en los siguientes días a veinticinco kilómetros. Corro en busca del desayuno y efectivamente, Leo me comenta nada más llegar, que meteorológicamente es posible subirnos mañana al campo 1. Por otro lado la noticia negativa que también me dice, es que este campo ha sido totalmente desmontado y casi destruido por los vientos de estos días pasados, y que unos porteadores que bajaban y que han visto que pronto serian arrancadas totalmente, han colocado grandes piedras encima de las lonas, para por lo menos así no perderlas. Imagino que estarán destrozadas y con buena parte de las varillas rotas, pero lo peor es que entre todo el material que allí tengo, se encontraban colgadas de un cordino mis gafas

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de ventisca. Si les han caído alguna piedra encima estarán rotas, lo que significaría que aunque subiese, sería para nada posible tirar para el campo 2. Espero y cruzo los dedos para que haya suerte.

Saliendo de la tienda comedor, me encuentro con un doctor que anda buscando voluntarios para probar un electroencefalograma que acaba de llegar nuevo esta mañana a la enfermería. Le digo que sí y caminamos juntos para la caseta. ¡Quítate todo lo de arriba y súbete las mallas hasta las rodillas! Me dice a la vez que desenreda un montón de cables. Me tiendo en la fría esterilla y mientras unta una especie de gel súper frio y cremoso en mis tobillos y pecho, procede a colocar unas pinzas heladas en las zonas mojadas. Me siento como si estuviese conectado a una de esas máquinas de la verdad, solo escucho el ruido de la impresora. En la otra mitad de la caseta y separada por una fina pared se encuentra un chico que he visto nada más entrar y que tiene tres o cuatro falanges y uñas de la mano totalmente negras, ha cogido congelaciones en el campo 2 y está esperando al próximo helicóptero para que lo baje hasta el hospital de Uspallata. Pasados unos diez minutos, y sosteniendo entre sus manos un pequeño rollo de papel, vuelve su cara el doctor hacia mí . Mientras espero impaciente su

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diagnostico, me mira y con una amplia sonrisa dice, ¡este corazón está preparado!

En estos días de espera que llevo en el campo base, me estoy hartando de comer, sé que arriba no tengo apetito y que todas las reservas que me pueda llevar de aquí, serán bienvenidas allí. Queso, sopas, huevos revueltos y mucha pasta es todo lo que me meto. De liquido intento beber muchas más infusiones, que agua con sales.

Para no perder forma física, decidimos todos adentrarnos y patear en un glaciar que está a tan solo media hora. Es auténticamente flipante cramponear entre estas grandes formaciones de hielo llamadas penitentes, totalmente puntiagudas. Más curioso si cabe, es saber que la mayor parte del hielo y nieve en esta parte de los Andes no se derrite formando arroyos, sino que un proceso llamado sublimación, consigue que el agua se evapore dando lugar a estos capiruchos de Semana Santa. Mientras pateamos, me comentan dos compañeros que partir de mañana, tomarán Diamox, un medicamento diseñado exclusivamente para evitar en todo lo posible los síntomas y enfermedades asociadas al mal de altura. Otros muchos lo están tomando desde el primer día. En mi botiquín tengo aún una tableta de estas pastillas que me pille en Katmandú el año pasado. No las utilicé y

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no tengo pensado utilizarlas tampoco aquí. Hasta ahora el único y solo medicamento que he utilizado es Ibuprofeno para el dolor de cabeza. Optar por los Hemicraneales, y sobre todo en la noche, es un error según me ha comentado mi “todolosabe Wiki “ pues éstas tienen un componente de teína. Es curioso, pero en esto de las alturas cada cuerpo es un mundo, el mío está claro que funciona y aclimata, con las cantidades bestiales de líquido que recibe al día.

He revisado de nuevo la mochila con idea de reducir algunos gramos de peso. El cubre lluvias se lo he quitado, la cámara de fotos irá sin funda y le he puesto un pequeño cordino para llevarla colgada del cuello, entre las dos camisetas. Las chocolatinas van fuera de su envase, aquí no hace falta. Están tan duras como piedras y no se derriten, a las tres botellas les he quitado hasta las etiquetas. Cuando terminé de revisar empecé a reírme solo, pues consciente o inconscientemente, decidí cortarme todas las uñas.

De vuelta en el campo base, comenta Marcos, un montañero aragonés y médico de emergencias que trabaja paradójicamente en un helicóptero, que abandona la expedición. Nos explica que desde hace dos días tiene el cuerpo muy raro. No come y no duerme. Un fuerte abrazo y a él, tampoco le vi más. Al igual que con el anterior y último abandono, nadie dice

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ni realiza ningún comentario. Era, creo, su segundo año intentando subirse a esta montaña.

La suerte está echada, el lunes de nuevo al campo 1, martes campo 2 y miércoles apenas haya caído la noche, sin haber descansado y sin apenas poder respirar… intentar en catorce horas, llegar a la cima de este gigante.

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“La Subida”

“El que teme perder, ya está vencido”

Hans Camerlander

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Miércoles 19 de Enero

Son las tres de la mañana y tal y como sabia de antemano, no he dormido nada desde las cinco de la tarde que fue cuando llegamos de nuevo a este campo 2 llamado Cólera y emplazado a 6010m. Cada vez que lo he pisado, he pensado que el nombre le vendría dado por los fortísimos vientos que aquí soplan. Pero no, se debe y según me han explicado, a una disputa hace muchísimos años, entre los miembros de una expedición. La sensación cada segundo que pasa, es que en el próximo, la tienda y yo seremos arrancados y enviados a algún sitio del profundo valle. Las pasadas dos jornadas de ascensión hasta aquí, con sus correspondientes porteos, montajes y desmontajes de tiendas y aún habiendo contado con la ayuda de algún porteador extra, me han dejado después de venir recuperado del campo base, completamente destrozado. Tantos días en altura, expuesto a estos cambios tan bruscos de temperaturas y con una comida que se repite y repite a base de sopas, purés y papillas, me tienen tocado. He perdido unos cuatro kilos.

Como era de esperar, todas las buenas y últimas predicciones del tiempo con las que contábamos allí abajo y que me traían tan contento y casi eufórico, ya

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no existen, han cambiado. Hoy era el supuesto día de ataque final, y ahora cuando son las tres y media de la mañana, y con la que está cayendo fuera, no tengo ni idea de si salir o no. En fin…decido vestirme o mejor dicho, colocarme lo que me falta, pues he estado metido en el saco con casi todo puesto. Evito rozarme con el hielo de las lonas, para que no me caiga encima, ni tampoco a mi compañero Wiki, con el que he compartido este campo de altura. Si me mojo o le mojo, entonces la habré cagado pero que muy bien.

Terminada la ardua labor con las prendas, pienso a la vez que me observo, que llevo demasiadas cosas, apenas puedo moverme, pero aún así, decido no desprenderme de nada. El frio en mis huesos es tan intenso, que ni si quiera decido hervir nieve para beber. Abro un sobre de Tang y lo vacio en una botella extra que llené hace unas horas y que ha permanecido todo este tiempo pegada a mis calientes pies. Todo el líquido está hecho un bloque. Para intentar derretir algo, la agito y la muevo tan rápido y fuerte como puedo, de un lado hacia el otro. Solo han bastado unos pocos segundos, para caer rendido, es tan grande el esfuerzo que he realizado, que me deja exhausto. En el rápido abultar y deshinchar de mis sienes, noto los latidos del corazón. Intento hidratarme y con cada trago de este granizado, me arde la garganta. Reduzco los

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sorbos, los dejo en la boca para así templarlos y de nuevo, cuando van de camino hacia mi estomago, aparece el dolor. He conseguido meterme casi un cuarto de litro... ¡No me entra más!

Escucho compañeros fuera de sus tiendas, golpeo y rasgo con un cuchillo las dos cremalleras de la puerta de entrada, todo está soldado por el hielo. Me asomo y solo veo a través de las luces de sus frontales el denso vaho que sale despedido de sus bocas, no hay conversaciones, están tan cubiertos que no reconozco a nadie, no hablan, los únicos sonidos son el chirrear de las puntas de los crampones en el hielo y el silbar del viento. La oscuridad es casi total, enciendo mi frontal y me coloco el segundo en la línea, detrás de Alonso. El único propósito es el de tener otra visión diferente, a la de las botas y puntas de bastones del que me preceda. Comienzo a caminar lentamente, y parece ser que el paso que marca Alonso, es perfecto para mí en las zonas de menos cuestas y no muy elevadas, pero en las rampas y pendientes, es demasiado corto como ya he comprobado, nada más empezar esta expedición y como seguiría comprobando durante el día de hoy. Desde que salimos, todo sube, todo son empinadas cuestas arriba. Un sendero en zigzag que gira y gira y que se va elevando mientras se vuelve otra vez a torcer. Ni un solo falso rellano, ni un metro sin inclinación. Mientras

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ando tengo la sensación de estar ahogándome, tanta cosa puesta en la cabeza me agobia, me asfixia. Retiro el gorro del cortavientos y también el del plumón. De un tirón me desprendo del frontal y de las gafas de ventisca y por último, del pasamontañas y cubre nariz. Estoy sin nada y a pesar del helado viento que sopla, me siento libre y respiro mejor. Aguanto dos o tres minutos disfrutando de todo el oxigeno que me noto entrar por la nariz y boca, y que llega hasta lo más hondo de mi pecho. Opto por colocarme de nuevo, solo la mitad de las prendas.

Son las seis y media y hemos llegado junto a una gran roca arcillosa de color blanquecino, Piedra Blanca a 6200m, el primer pequeño llano donde pararemos a descansar las piernas unos minutos ,aunque yo realmente no me las noto por el momento cansadas. Saco una de las botellas de agua que llevo en los bolsillos del plumas y bebo. Aún, la noto templada. Todos tenemos el corazón en la boca, solo se oye el fuerte respirar y golpes de tos. El que más intensamente lo hace, es Leo. Hemos subido solo 200m en dos horas y media, algo que no deja de sorprenderme, pues cuando me he entrenaba al máximo no muy lejos de Estepa para esta ascensión y a pié de montaña, podía cubrir en ese mismo tiempo, casi 2000m. Está claro que aquí, no es

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no es solo una cuestión de forma física y ganas. Me cuesta entender, que aún no doliéndome nada en concreto, me sienta tan débil. Las piernas y después de tantos días subiendo y bajando, me las siento fuertes y el tronco, a pesar de los numerosos porteos con la espalda cargada de peso, tampoco lo tengo cansado. ¿Como puedo estar tan hecho polvo? , inspiro y expiro como si estuviese en las últimas y cualquier movimiento simple, como quietarte y recoger la mochila del suelo, me cuesta realizarlo, la misma vida.

Iniciamos de nuevo la marcha, Peter el belga, va ahora colocado delante de mí. La trocha de nieve dura, está perfectamente marcada y pisoteada por los expedicionarios que han intentado cima los días anteriores. De vez en cuando, fuera de las huellas, a no más de cuarenta centímetros y sobre el intenso blanco de la nieve, el color amarillo de las meadas. Da igual el sexo, nadie parece tener ni intención, ni ganas, de separarse la más mínima distancia para orinar. Sorprendentemente, un solo trago de granizada y el pequeño mordisco a una chocolatina de hielo, me han reactivado. Un color nuevo en el suelo, impacta en mi retina y me evade durante un buen rato de mi aburrimiento. El intenso rojo de estas gotas de sangre heladas y perfectamente conservadas, consigue inevitablemente que me acuerde de Joachim. Desde

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donde estoy, veo el siguiente objetivo, se llama Independencia, no me parece que esté a más de 300m de altura de donde nos encontramos. Me pregunto ¿Por qué coño no cortamos y subimos en línea recta? ¡Está ahí! De pronto cambio de pensamiento. Sé que si intento cortar todas estas infinitas curvas, me agotaré más. Un segundo después, vuelve a mi mente la misma pregunta anterior. ¡Creo que me estoy volviendo loco con tanto preguntarme y responderme! Agacho la cabeza y sigo pateando. Cuatro alpinistas noruegos que distingo por las banderas que llevan sus mochilas, van por delante siguiendo el mismo y larguísimo empinado zigzag. Micro paso, maxi respiración, micro paso, maxi respiración, una y otra vez, micro paso……Es curioso pero cuando estás totalmente agotado y aburrido y además no te queda otro remedio que seguir andando, de cualquier absurda cosa que ves, te haces preguntas y la analizas. No se cuantas veces he escuchado, el clavar de las puntas de los bastones, el sonido que hacen cuando se inclinan para salir de la dura nieve. Es parecido al chirriar de una puerta, pero de una puerta, que se abre cientos y cientos de veces. Otro sonido que me bombardea la cabeza, es, el entrar y salir de las puntas de los crampones. Observo millones de veces, el tamaño y la profundidad de los agujeros que dejan. En fin…tonterías y más tonterías, que te ponen el coco, como un bombo. Si me da por levantar la

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cabeza mientras camino, para mirar a los alrededores, tengo que recordar siempre, que he de hacerlo muy lentamente, pues por la acumulada experiencia de estos días, si lo hago rápido, es tal el mareo que me da, que tengo que agacharme para no caerme. La respiración es aquí, la base de todo. En mi vida cotidiana no tengo que pensar en respirar, respiro y punto. Pero aquí no es así, todo el santo rato, tienes que recordar que debes respirar profundamente. Debes de ir al cien por cien, concentrado en respirar correctamente. Al igual que con los líquidos , estoy convencido que si no dejo de centrarme en respirar lo mejor posible, durante las cinco o seis horas que aún me quedan, le tengo ganado la mitad del pulso a la montaña.

Doblo mi cuello hacia atrás, y observo como los rayos de sol, tiñen al completo de un color anaranjado brillante, las grandes paredes que veo en lo más alto de la loma. El reloj marca, las nueve de la mañana, por fin estamos en Independencia. El llegar aquí bien, es decisivo, pues será a partir de este collado situado a 6500m, donde la montaña más te castigue. Un pequeño y viejo refugio de madera, en forma triangular y con un espacio de no más de dos metros cuadrados, es todo lo que hay. Tendido en una gran roca y sin ni siquiera habiéndome quitado la mochila, intento que mis pulsaciones bajen un poco, por lo menos ,lo suficiente

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como para poder levantarme de nuevo y subir a una pequeña arista, desde la que se puede observar , que prácticamente todas las montañas de este viejo continente, ya están por debajo.

El ver las caras quemadas y los labios agrietados de los compañeros, me hace recordar, que tengo que untarme otra vez crema protectora. Lo hago prácticamente en cada parada, y nunca antes y en ninguna montaña, he tenido la necesidad de repetir esta tarea, tanto como aquí. Los rayos en esta latitud y a esta altura, son tan intensos, que me podrían quemar las corneas, si cometiese el gran despiste, de tener las gafas quitadas más de diez minutos. Incluso en la tienda comedor y dependiendo de donde me encuentre sentado, las llevo puestas. Leo me comentó ayer, que todos años tienen que bajar escaladores que quedaron cegados, por cometer el error de salir de sus tiendas de altura, para realizar cualquier mínima tarea, habiéndose olvidado ponerse las gafas. Me aterra el pensar, cuantos días tardaría en llegar al campo base, si me tuviesen que descender de esta montaña, con una venda en los ojos.

Tolo lo que escucho mientras intento masticar un trozo de chocolate, es, ¿cuanto tiempo queda?, ¿Qué viene ahora? , no se si podré, estoy agotado… Yo, prefiero no decir nada, bebo y callo. Decido vaciar algo de la botella congelada que llevo en la mochila, en las otras

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más pequeñas, para que se vallan derritiendo y la verdad es que apenas lo consigo. El mensaje a mi cerebro es casi obsesivo y se me viene siempre a la cabeza en forma de fórmula; cuanto más beba, mejor me hidrataré, evitaré tener más frio, reduciré el riesgo de congelaciones, mi sangre circulará más diluida y por lo tanto, mi corazón bombeará con menos esfuerzo.

Como si de una pintura se tratase, grandes montañas con tonos marrones y ocres con nieve solo en sus cumbres y glaciares que se adentran en las zonas más bajas formando pequeños lagos, son el paisaje. Mientras me giro en circulo para obtener una panorámica total de tal majestuoso espectáculo, paro por un instante…, mis ojos cambian su inclinación y ya no miro hacia los valles, miro hacia las colosas paredes de la cima. De los aproximados 500m que aún quedan, 350m corresponden a una sola pared. Coloco de nuevo las manoplas en mis manos, agarro los bastones y resoplo mientras intento incorporarme de nuevo muy despacio. Una loma de hielo de unos 30m y que he subido en unos veinte minutos, me deja en otro conocido hito llamado el Portichuelo del viento. Jamás hubiese podido creer, que el corto recorrido que tenía ahora por delante, llamado el Gran Acarreo, me llevaría tantas horas. Se trata de una travesía diagonal ascendente, muy suave en sus primeros trescientos

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metros y que calculo no tiene más de un kilometro en todo su recorrido. Con toda seguridad, los metros más suaves de toda la ascensión. Una vez pasados estos, el sendero vuelve a inclinarse fuertemente. Debe de ser tan dura su subida, que desde donde me encuentro, todos los otros expedicionarios que veo, están parados. Nadie veo por encima de este punto. Este gran acarreo y como todos los acarreos de los andes, son infinitamente agotadores. Laderas y palas súper empinadas, con cantidades descomunales de grava, piedras y mucha tierra. Son un auténtico martirio a 6600m, mucho más que si estuviesen cubiertas por hielo o nieve. Con cada paso que das, retrocedes dos mucho más grandes.

Wiki, mi compañero de tienda, al que llevo viendo extraño desde hace un buen rato, me hace un gesto y comenta en voz alta que éste es su tope, que se da la vuelta. Le persiste un fuerte dolor de cabeza, después de haber tomado cuatro hemicraneales. Me desea suerte a la vez que me levanta el pulgar de su mano.

Solo han pasado treinta minutos, cuando Leo se acerca a la cabecera de la línea. Entre voces y mientras tose y tose, realiza un comentario referido al amigo belga que todos pudimos entender, excepto el propio Peter ¡Este tío ni subirá y ni mucho menos, bajará! Como si de una premonición se hubiese tratado, el fotógrafo pierde en

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ese momento el equilibrio y cae sentado, con mucha suerte, sobre una pequeña roca que se encontraba en mitad de la estrechísima trocha. Sin duda alguna, el Azar estuvo de su lado. Una empinada loma casi vertical, a no más de veinte centímetros del lateral de nuestras botas, y con casi dos kilómetros de caída, hubiese sido su muerte segura.

Si mi corazón antes de ese momento palpitaba frenéticamente, después del amago de despeño del belga, se me acelera casi como para traspasar todo lo que llevo puesto. Alonso se le aproxima, le levanta la cara y le mira fijamente, ¡Es importante y necesario que te vuelvas! Le dice. Diplomáticamente le pone en aviso del problema que se puede crear y que podría ocasionar al grupo, si continua ascendiendo. Peter que tiene clavada su mirada en la blanca senda, parece no estar muy de acuerdo. ¡Debes bajar, debes bajarte! le insiste otra vez. Está pálido, no gesticula tampoco articula ninguna palabra. Su rostro es el reflejo del agotamiento más profundo.

En su retirada de la montaña, pocos minutos después junto con Leo, cometería producido por su estado de enajenación mental, uno de los peores errores que puedes cometer a 6600m en este Centinela de Piedra. Quitarte por un momento los guantes. No pasadas ni diez horas, cuando volví a verle en el campo Cólera,

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me impresionó ver el estado en el que se encontraban tres de sus dedos de la mano izquierda. Las congelaciones le habían teñido de negro, las uñas y falanges.

Me siento extraño, tan extraño como las pocas veces en las que he jugado en mi vida con unas cartas. Sentado, alrededor de una mesa, con esos amigos de siempre, que al igual que yo, tampoco saben ni conocen de estos pasarratos. Donde cada vez que uno pierde, deja la partida y se reclina en el respaldo de su silla esperando a ver quien es el próximo que sale. Juntos nos regalamos muecas alegres de consuelo, pero juntos esperamos al siguiente….por encima de todo, quieres ser el ganador. Aunque bien sabes, que al final tampoco ganarás nada... No sé…pero está claro, que cada vez somos menos amigos jugando en esta partida. Yo también quiero ahora más que nunca ganar. Tengo rabia, tengo coraje, al palpitar acelerado de mi pecho, se le une ahora un pellizco aquí dentro en mis tripas, no quiero ganar a cualquier precio…, pero quiero treparla hasta lo más alto…también tengo claro el que tampoco quiero pasar a engrosar esa gigantesca lista de gente, que a cambio de amputaciones y enfermedades para la toda la vida, consiguieron llegar a la cumbre de una montaña, pero quiero llegar.., ¡voy a subirme a esa puta cima!

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Apenas escucho nada, es más, es como si de forma voluntaria hiciera oídos sordos a mí alrededor. Mis bastones se encuentran juntos mientras mantengo apoyada mi cabeza en sus mangos. Suelo, ese infinito suelo al que llevo mirando tantos días. Ya no son tantas las botas que veo en la nieve. De esos catorce ilusionados camaradas de montaña, solo quedamos seis. Inspiro hondo y ando, bueno mejor dicho, simplemente me muevo, por que a este paso minúsculo con el que tan bien me ha ido antes, ahora me mata, siento que es demasiado lento para mí. No creo que aguante mucho a este ritmo casi imperceptible que me cansa más el cerebro, que las piernas. Apenas avanzo, pero respiro y respiro como si estuviese fuertemente corriendo. ¡Que coño hago con este paso! ¡Necesito ir solo!, preciso que sean mis fuerzas las que me impongan la marcha. Continuo y continuo mientras me martillean un montón de preguntas ¿como se tomarán los demás que los deje? ¿Y necesitasen de mi ayuda? Y Alonso, ¿que pensará? Gracias a él, nunca me he sentido sólo, especialmente después de la temprana retirada de Joaquín. Pienso que el conocernos nos ha servido a los dos. A mí, por poder seguir mi expedición y a él, por que sabe que le puedo ser de ayuda, especialmente ahora que Leo se ha bajado.

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Al final de mi propio y atormentado interrogatorio interior, concluyo en que adelantaré mi paso sin perderlos de vista y los iré esperando más arriba. Se lo comento a Alonso y al resto. Con una mueca en sus labios, que yo percibo quizás debido al interminable auto cuestionario que me realizo, como un ¡si te adelantas no lo conseguirás! Asiente con su cabeza.

Diez pequeños pasos con fuerza y me paro.., diez pequeños pasos con fuerza y me paro, repito siempre la misma secuencia. Con cada serie, me voy fijando objetivos que veo muy cercanos; la piedra de más adelante, aquella roca pequeña, la zona descompuesta de más arriba etc…etc… Siento ahora el latir del corazón no sólo en las sienes, sino también en las muñecas y abdomen. Cuando giro mi cabeza para ver donde está el grupo y esperarlos nuevamente, no doy crédito a mis ojos. Solamente vienen tres. Javier y Eduardo dos fuertes catalanes, con largas travesías por el mundo a lomos de sus bicicletas, amantes de los Alpes y bien aclimatados, se han retirado estando a tan solo cien metros, de donde yo me encuentro….caminan sendero abajo. Tal y como supe posteriormente, Eduardo en un acto de máxima amistad, decidió bajarse con Javier después de que éste, sufriese síntomas serios de desorientación. Sin lugar a

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dudas, para mi, eran los dos expedicionarios que siempre vi con más posibilidades en esta montaña.

Reanudo mi marcha y progreso durante unos cuarenta minutos. La emoción que siento es grande, por fin piso, los últimos metros de esta rompedora rampa. Estoy en la Cueva. Último hito, a 6700m, situado a los pies de la canal que te remonta a la cima. Mientras saco el agua, decido esperar al resto, de los que apenas me separan quince minutos. Mi garganta está seca, no me queda saliva. Con cada trago, son agudos pinchazos que arden, lo que siento en la parte más honda de la faringe. Las expiraciones, han sido demasiado intensas y frías.

En este gran abrigo natural, sus paredes reciben con toda furia, los agresivos vientos que suben por amplia ladera. Tengo la nariz y labios totalmente insensibles, los toco y pellizco, pero no siento absolutamente nada. Preocupado por que se me hayan helado, decido utilizar como espejo, las lentes de mis gafas. Lentamente y como sino me atreviese a verme de una sola vez, voy pasando el cristal. Tengo un poco de temor, pues el llegar hasta esta altura y encontrar algo que no me gustase ver, supondría tal vez el que me plantease mi retirada. Después de un mental mal rato, me relajo al comprobar, que ambos están muy agrietados y quemados, pero para nada, con riesgo de congelaciones. Agachado todo lo que puedo detrás de

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una pequeña roca, he optado por quitarme la mochila que no pesa más de dos kilos, y dejarla medio escondida junto con el piolet. Volveré a recogerlo en el mejor de los casos, y si la suerte me acompaña, en tres o cuatro horas. Llevaré en este asalto final, lo mínimo y más imprescindible; una pequeña botella de agua, un sobre de gel vitamínico y la bandera de Estepa.

Acaban de llegar los tres compañeros del grupo, les sonrío y les ayudo a quitarse las mochilas. Sin pensármelo y deseando con la espera, no enfriarme todavía más aún, les comento que tiro para arriba, y que los iré esperando a medida que vaya cogiendo altura. Giro mi cabeza y ahí esta… lo más duro y temido de esta ascensión… la famosa Canaleta.

Nunca me la había imaginado así. La tenía en mi cabeza, como una estrecha y nevada canal, una de esas en las que los contrastes del gris de la roca con el blanco más intenso, es total. Pero no, para nada es así, ni siquiera sé, por que la llaman canaleta. Se trata de un recorrido por debajo de una sola gran pared. Su desnivel es de 300m y calculo que la distancia a salvar hasta la cima, es de poco más de un kilometro. Encontrándome ahora a 6650m y en el estado en el que estoy, me parece infinito. Dos o tres alpinistas minúsculos como hormigas, serpentean en lo que parece, su arista final.

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No tengo energías, tampoco ninguna fuerza en ningún órgano de mi cuerpo. Es tan grande el esfuerzo y el poco oxigeno que me entra en los pulmones, que inspiro y expiro fuertemente por la boca. Un paso y respiro dos veces, otro paso y otras dos respiraciones. Repito y repito esta secuencia hasta que intento llegar a cinco minúsculos pasos de no más de diez centímetros cada uno. Los bastones me pesan, siento que tampoco me ayudan nada, mis manos ahora no cogen las empuñaduras, llevo las muñecas metidas por las dragoneras y voy literalmente colgado de ellas. Cada vez que paro, siento como si estuviese crucificado, abro al máximo los brazos, dejo colgar la cabeza por debajo de los antebrazos y descanso todo el peso de mi cuerpo colgado de las muñecas. Inspirar y expirar.., inspirar y expirar, este es el único, agobiante y repetido pensamiento que hay en mi cabeza. Nunca antes en mi vida y en ningún momento de agotamiento físico, había sentido el latir en mis sienes de esta forma. Es como si todas las venas de mi frente y manos fuesen a estallar. Subo grandes escalones de roca, de nuevo nieve dura, ahora grava suelta, nieve, grava…hielo…ahora escalones…. estoy muerto…todo el recorrido es así. Quiero llorar, y cuando lagrimeo, me auto controlo diciéndome, que si pierdo agua, estaré más deshidratado. Impotencia elevada al grado más alto. Mis ojos los llevo clavados en las punteras de mis

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botas, no me giro ni un solo grado, no quiero saber lo que he subido, solo subo y subo.

Oigo vagamente palabras, entre los silbidos del enérgico viento, inclino un poco la mirada. Son gente que descienden de lo más alto y otros que han decidido darse la vuelta, cuando quedan menos de 150m de altura y menos de una hora hasta la cima. Entiendo muy bien en este momento, eso que no alcanzaba a comprender allí abajo y que casi me atreví a juzgar, mientras sentado, miraba a estas hormigas como yo, subir por estos medio trepaderos ¿Cómo coño se dan la vuelta y retiran, tantos llegados a ese pasaje? ¿Por qué, cuando falta tan poco?...Son tus glóbulos rojos, esos que te han estado avisando minuto tras minuto, desde que llegaste, por que les faltaba oxigeno, los mismos que ahora te suplican, y a la vez se compadecen de ti, advirtiéndote de que ha llegado la hora de darse la vuelta. La hora, de poder subir otras montañas.

Pero aquí seguimos, como autómatas, como zombis. Presos, pero libres de haber elegido este sufrimiento. Alguno, incluso expresándose sin aliento y casi sin voz, me toca el hombro y anima a seguir ¡ya falta poco!, ...no puedo... ni si quiera puedo darle las gracias. Sigo ascendiendo esta infinita canaleta, paso tras paso, sé que mientras haya inclinación debajo de mis botas, tendré subir. Subir, subir… ¿Cuántas veces habré mencionado esta palabra desde que llegué?

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De nuevo me dejo colgar en los bastones, recorro con la mirada desde sus puntas hasta mis puños..., dudas y más dudas que se me vienen a esta hoya que hierve, a esta hoya a punto de estallar. ¡Los soltaré por aquí!, de esta forma podré aligerar en casi medio kilo, el peso... ¡mierda!.... ¿Y el comienzo de la bajada? , si perdiese el equilibrio o me tropezase con los crampones en todas esas rocas, que veo, me despeñaría más de mil metros tajo abajo. Calculo, que no estaré a más de 80m de desnivel, el tramo que tengo delante, son de bloques de piedra. Escalones caóticamente desordenados, cubiertos de hielo y que la mayoría, no superan los veinte o treinta centímetros. No se…los veos martirizantes, casi torturadores, pero también se, que cuando termine este graderío, me abre quitado unos cuantos de buenos metros. Inspiro, y al expirar clavo las puntas de los dos bastones a la vez que me dejo colgar de las muñecas…, mientras empujo con los brazos, vuelvo a coger aire…expiro y subo una rodilla, descanso.., respiro, y subo la otra. Crampones que intentan aferrarse a la roca y al hielo para no resbalar, mientras agudamente, chirrían y chirrían,... bloque tras bloque, escalón tras escalón....

Como un anciano, como un abuelete, como mi padre… esos que he visto tantas veces subir al cerro de San Cristóbal. Todos buscando el final… para todos el mismo calvario, casualidades del destino, casualidades de la vida… todos camino de un cerro. Cincuenta metros…., cuarenta , veinte….lloro y lloro y me da igual, ya no me importa nada, no pido aire,

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tampoco agua...trepo y trepo como un niño, por este caos que no tiene más de siete metros, lloro de emoción…. Agarro una gran roca y subo mis rodillas…

No hay nada…tampoco el viento….solo silencio y los imparables latidos de mi corazón…estoy de pie,… de pie, en una sola y única roca….nada más que sufrir, nada por andar…nada más que subir…levanto mi cabeza y ahí está…a tan solo un metro…clavada sobre un montón de piedras…doy un paso...caigo de rodillas y doy las gracias…estoy abrazado a la cruz…estoy en la cumbre de la Aconcagua.

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“Hay momentos en la vida cuyo recuerdo es suficiente para borrar días de sufrimiento”

François Marie

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Plaza de mulas, nuestro campo base a 4350m.

Formaciones de hielo, llamadas Penitentes.

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Amigos de las montañas

Relax en el domo, nuestra tienda comedor.

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Los grandes acarreos de los Andes

Glaciar de Horcones, el gran laberinto

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Un día precioso, que se convirtió en pesadilla.

Pico piramidal de cerro Bonete 5010 m.

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Playa ancha, pateos entre polvo y arena.

Campo 1 a 5350m .Nido de Cóndores

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Los últimos 40m de altura de un sueño.

Porteos de kilos y kilos de material sobre mulas

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Imposible, inalcanzable, así la vi la primera vez.

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Estepa, la cumbre y la gran ¡Torre de la Victoria!

Vistas desde la ventana de mi cálido hogar

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El majestuoso Cerro Cuerno 5462m

Campo 2 a 6010m. Cólera

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Cara sur del Aconcagua. ¡3000m de hielo y roca!

Montañas de una

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“La Bajada”

“Si nunca afrontas la dureza del partir, nunca

conocerás la alegría del regreso”

Bill Tilman

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Aunque de apodo de Cristo vengo, nunca a lo largo de mi vida, he sido tan religioso ni me he puesto tan alegre, como cuando vi el símbolo cristiano por excelencia. Creo que fueron algunos minutos, aunque por el cansancio me parecieron lustros, los que permanecí casi dormido y agarrado a los fríos tubulares que forman esta cruz.

Recobrado el aliento y tendido boca abajo, pues temía ser proyectado al vacio por las potentes ráfagas de viento, me arrastré un poco hasta colocarme en el borde del terrorífico acantilado. Me encontraba completamente solo y contemplar desde la bestial altura de esta pared, el lento movimiento de los diminutos puntos que se desplazaban pobremente kilómetros más abajo, me resultó ser todo un espectáculo. A mi alrededor no había nada, solo el viento que me golpeaba en la cara y que me recordaba constantemente que estaba en uno de los sitios más solitarios y hostiles del planeta. La montaña más grande y alta, fuera del continente asiático.

Desde siempre he sido un apasionado de la literatura de aventuras y montañas, y ahora puede decirse que me siento, como uno de esos viejos exploradores, a la vuelta de un arriesgado y casi temeroso viaje. Para mí es tal el grado de satisfacción personal el que siento después de haber llevado a cabo esta empresa, que no solo hace que se me olvide el sufrimiento físico al que he estado sometido, sino que además, consigue que en este momento se me vengan a

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la mente dos de esos proyectos que llevan dando vueltas en mi cabeza desde hace muchos años. El descenso del que creo, el más espectacular de todos los barrancos sobre los que he leído ,y situado en Madagascar, y el otro viaje y reto deportivo sin duda alguna, la escalada al Cho Oyu por su vertiente china.

Han pasado unos veinte minutos desde que llegué, y cuando estoy a punto de conectar mi cámara de fotos en modo automático para inmortalizar el momento, me giro y felicito a un grupo de noruegos, que aturdidos se acercan a tocar el frio metal. Le pido ayuda a uno de ellos y despliego orgulloso la bandera de Estepa.

¡Mi pueblo, aquí vivo yo! Les digo, mientras le señalo con mi dedo la torre de la Vitoria.

El frio es intenso y mi organismo me pide a gritos que descienda lo antes posible. Por la hora que es, sé que debe de haber algún compañero de Aragón aventura, no muy lejos de alcanzar su meta. Autorealizandome un breve chequeo, noto que aunque consumido en fuerzas, aún me siento como para llegar al campo 2 a buena hora. El cuidado en el descenso debe de ser total, pues bien sé, que tal y como demuestran las estadísticas, más del ochenta por ciento de los accidentes en las grandes montañas, ocurren mientras se está bajando. Destrepo en menos de cinco minutos, todo lo que había subido en casi media hora. De continuar con este ritmo, pronto habré descendido toda la canaleta. Me cruzo con los tres compañeros que aún

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quedaban de toda la expedición, y les animo diciendo que no están a mucha distancia de la cumbre. Excepto a Raúl, que le veo muy mal y débil, podría decir que el guía y Mónica, van muy enteros. Alegre y casi me atrevería a decir embriagado de felicidad, bajo y bajo por todo el pedregal helado por el que había subido derrotado y rendido.

Llegado de nuevo al Portichuelo del viento, observo a un grupo que desciende muy lentamente con dos chicos, muy tocados física y psicológicamente. Es la expedición de Juanito Oiarzabal. Cojo por las axilas, en un abrir y cerrar de ojos, al último de la línea. Ha estado a punto de caerse y gracias a su compañero, lo hemos podido sentar a tiempo en el suelo antes de que se desplomase. Me dan las gracias y les comento que podría llevar algo del peso que carga en su mochila, a lo que me responde su guía, que no hace falta y que se lo repartirán entre ellos.

Prosigo la bajada algunas veces a un ritmo, que incluso me sorprende y por momentos noto como mi respiración y pulsaciones se van normalizando, a medida que voy perdiendo altura. No estoy seguro de cuantas horas han pasado desde que abandoné la cumbre, pero deben de haber sido como máximo unas tres. De nuevo aquí en el campo 2, lo primero que hago es asomarme a todas las tiendas de campaña y llamar uno por uno, a todos los que se dieron la vuelta, ¡Wiki!.. ¡Eduardo!...¡ Peter!..¡Leo!..¡Javier!...No hay nadie…, se ve que todos acordaron bajarse al campo 1

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en lugar de pasar otra noche en vela en esta altura. Sin duda y tal y como comprobé esa misma madrugada, fue la decisión más inteligente que pudieron tomar. Derrito hielo y vuelvo a hidratarme. Hasta seis tazas de caliente té mi pidió el sediento organismo. Con cada trago noto y siento como el humeante líquido recorre cada centímetro de la garganta, baja por esófago y termina cayendo en lo más profundo del estómago. No puedo describir con palabras lo feliz que me siento en este momento ¡lo he logrado, lo he conseguido! y me encuentro fuerte aún. Han pasado dos horas y calculo que los tres compañeros deberían de estar no muy lejos. Preparo una gran cazuela con té y salgo al encuentro de ellos. Hasta tres veces repetí esta tarea. Sé que algo debe haber ocurrido, ya son unas seis horas desde que pude quitarme los crampones. Empiezo a preocuparme y decido por última vez, salir con el caliente líquido y volver a recorrer parte de los primeros senderos en busca de alguna figura. Por fin y cuando el sol está a punto de perderse, aparecen tres siluetas. Nos abrazamos y Alonso me explica la tardanza. “Raúl ha llegado muy tocado a la cumbre, y no pudiendo caminar en el descenso, opte por bajarlo en algunos tramos asegurado a una cuerda”.

Lo más curioso y que todavía me pregunto es ¿como no pude ver al belga? Juraría que a mi llegada al campamento, miré caseta por caseta y no vi a nadie. La realidad una vez más, fue lo contrario, sí que había alguien metido en un saco, y era Peter. Antes de irme definitivamente a mi tienda, lo vi en la de Alonso y le

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pregunte que como se encontraba y que lo había llamado a gritos por su nombre varias veces durante la espera. El no me contesto, seguía desorientado y tres de sus dedos presentaban serias congelaciones.

La terrorífica noche de este veinte de enero en el campo 2 de la Aconcagua, superó con creces la que hasta hoy recordaba como la más angustiosa noche de mi vida y que me atrevería ha decir que fue la peor pesadilla hecha realidad. Ocurrió hace más de diez años cuando un compañero y yo, quedamos atrapados en un cañón, a casi cien metros de profundidad, mientras éramos zarandeados por torrentes de agua fría, que nos estampaban contra las rocas en mitad de la oscuridad más absoluta.

Once horas…., han sido once infinitas horas colocado de rodillas, intentado mantener juntas las varillas que dan estructura a la medio destrozada tienda y donde no he parado de pensar que los fortísimos vientos me arrancarían , lazándome para siempre al vacío. Hoy puedo escribir, que entre toda la literatura de montaña que ha pasado por mis manos, jamás he leído, ni he oído y mucho menos ser testigo en primera persona, de lo que mis ojos vieron esta madrugada del veinte de enero. La tienda de un grupo de ingleses anclada en todo su perímetro a rocas del tamaño de balones de futbol, ser arrancada y volada por los aires, con todo ese peso colgando de las cuerdas a la que estaba atada. Nunca antes y en ninguna de mis aventuras, he sentido tanto miedo y he pensado más

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que nunca, en el conocido dicho que nos recuerda que “En la montaña no haces cumbre, hasta que vuelves a casa”.

Y aquí estoy de nuevo….camino de casa. El cálido recibimiento entre abrazos y aplausos de todos los compañeros que juntos me esperaban en el campo base, curó mi extremo agotamiento. Me quedo con todo, no reprocho nada y de nada me arrepiento, pues todo, lo volvería a vivir.

Con cada segundo que pasa y con mi nariz pegada frio cristal del autobús, de nuevo te miro mientras te vas alejando…., y ahora que marcho quiero que sepas que cuando te vi…

Me pareciste tan lejana…tan distante...casi inalcanzable. Sabía que no me lo pondrías fácil e intuía que tenías muchos amores, todos como yo, locos por ti.

Me enamoré tanto y disfrutamos tanto los dos, que jamás volveré para recordarte. En mi mente grabada estás y aunque también se, que no regresaré para verte, siempre en mí, te tendré. Me diste tu brisa y me diste tu aire.. a veces fría y a veces la más cálida,

Lo más importante es que siempre fuiste tu,…la más grande.

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Dedico estos vividos recuerdos a mis hermanas, sobrinos, amigos, familiares y especialmente a mis padres, que al parirme me dieron la posibilidad de vivir mis sueños.

Jose León

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© José Manuel León Muñoz, 2011

Impreso en España.

Depósito Legal: AB-41-2011 I.S.B.N.: 978-84-15127-29-1

Edita:

Ediciones QVE www.edicionesqve.com

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