No Oyes Ladrar Los Perros

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Osvaldo Macías Zúñiga No oyes ladrar los perros e escucha una voz preguntando a alguien allá arriba si escucha algo, o si ve acaso alguna luz. Pero le responden que no ve nada y tampoco se puede oír algo. La voz de allá abajo solo se lamenta del pobre Ignacio. Aquella sombra seguía moviéndose en la noche, cambiando de tamaño conforme avanzaba, trepando piedras y caminando junto a la orilla del río. La luna comenzaba a salir adquiriendo una tonalidad como de llamas. S La voz aquella vuelve a insistir. Le dice a Ignacio que ya deben estar cerca, así que le dice que oiga bien, pues le habían dicho que el pueblo de Tonaya estaba cerca, detrás de un monte. Le pide que se acuerde, pero le vuelven a responder lo mismo: que no ve nada. El viejo comienza a sentirse cansado. No se atreve a bajar su carga, pues sabe que no cuenta con las fuerzas para volverlo a subir y llevarlo cargando, ya que horas antes lo habían ayudado. La carga hablaba cada vez menos. De pronto le daban sus temblores y le sujetaba el cuello y lo movía de un lado a otro con fuerza. También temblaba. Y aunque el hijo había pedido que lo dejara por allí y que después lo alcanzaría, ahora ya nada decía. La luna ya estaba ahora más grande y roja, iluminaba sus rostros y hacia sus sombras más grandes. El viejo se quejaba. Aquel no podía ser un camino. No se oía ruido alguno y el pueblo aquél no se veía en absoluto. El padre insistió en llevar a cuestas a su hijo, a pesar de que éste insistía en bajarlo. Estaba decidido a como diera lugar en cumplir su propósito: llevarlo a cuestas hasta llegar al pueblo de Tonaya que estaba atrás de un monte con el doctor que allí había. No lo dejaría solo. Así lo dijo. Y a punto estuvo de caerse algunas veces, pero retomaba el camino después de tropezar. La luna estaba más alta aún. Fue entonces cuando el viejo reconoció que aquello que hacia, lo hacía por su madre, no por él, si ella viviera seguro le hubiera pedido que ayudara a su hijo. El padre estaba avergonzado de él, lo maldecía y lo renegaba. Se había vuelto un ladrón y asesino. Incluso había matado a su propio padrino. Sólo esperaba que después se fuera y le dejara solo.

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Este es un trabajo escolar que consiste en el resumen de la historia "No Oyes Ladrar a los Perros"

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Osvaldo Macas Ziga

Osvaldo Macas Ziga

No oyes ladrar los perrosS

e escucha una voz preguntando a alguien all arriba si escucha algo, o si ve acaso alguna luz. Pero le responden que no ve nada y tampoco se puede or algo. La voz de all abajo solo se lamenta del pobre Ignacio. Aquella sombra segua movindose en la noche, cambiando de tamao conforme avanzaba, trepando piedras y caminando junto a la orilla del ro. La luna comenzaba a salir adquiriendo una tonalidad como de llamas.La voz aquella vuelve a insistir. Le dice a Ignacio que ya deben estar cerca, as que le dice que oiga bien, pues le haban dicho que el pueblo de Tonaya estaba cerca, detrs de un monte. Le pide que se acuerde, pero le vuelven a responder lo mismo: que no ve nada. El viejo comienza a sentirse cansado. No se atreve a bajar su carga, pues sabe que no cuenta con las fuerzas para volverlo a subir y llevarlo cargando, ya que horas antes lo haban ayudado.La carga hablaba cada vez menos. De pronto le daban sus temblores y le sujetaba el cuello y lo mova de un lado a otro con fuerza. Tambin temblaba. Y aunque el hijo haba pedido que lo dejara por all y que despus lo alcanzara, ahora ya nada deca. La luna ya estaba ahora ms grande y roja, iluminaba sus rostros y hacia sus sombras ms grandes.

El viejo se quejaba. Aquel no poda ser un camino. No se oa ruido alguno y el pueblo aqul no se vea en absoluto. El padre insisti en llevar a cuestas a su hijo, a pesar de que ste insista en bajarlo. Estaba decidido a como diera lugar en cumplir su propsito: llevarlo a cuestas hasta llegar al pueblo de Tonaya que estaba atrs de un monte con el doctor que all haba. No lo dejara solo. As lo dijo. Y a punto estuvo de caerse algunas veces, pero retomaba el camino despus de tropezar. La luna estaba ms alta an. Fue entonces cuando el viejo reconoci que aquello que hacia, lo haca por su madre, no por l, si ella viviera seguro le hubiera pedido que ayudara a su hijo. El padre estaba avergonzado de l, lo maldeca y lo renegaba. Se haba vuelto un ladrn y asesino. Incluso haba matado a su propio padrino. Slo esperaba que despus se fuera y le dejara solo.El padre insiste. Le pregunta si puede ver u or algo pero nada. Ignacio tiene mucha sed y sueo, lo que hace recordar al padre que ese vstago suyo fue as siempre y le dice que as siempre fue l: todo el tiempo con hambre, nunca tena llenadero, siempre rabioso, una rabia que llev consigo hasta ser mayor. La madre haba tenido mucha confianza en que crecera y sera un hombre de bien que sera su sostn, pero no fue as. Ahora estaba muerta por parir a su hermano.El viejo empez a sentir que gotas grandes como de lgrimas caan sobre su cabeza. Tambin sinti que aquellas piernas suyas se aflojaban por el cansancio. Saba que Ignacio lloraba por el recuerdo de su madre y por lo mal que les pag a ellos como padres y se lo dijo. Le hizo ver que todava tena un padre que senta lstima por l, a diferencia de todos sus amigos que haban muerto todos asesinados.Por fin, el pueblo ya estaba a la vista. Haban llegado. Los tejados se podan ver a la luz de la Luna. El padre se acerc a la acera y baj a Ignacio. Cuando por fin estuvo sin la carga pudo escuchar claramente los ladridos de los perros. Le recrimina a su hijo el que no los oyera en su momento y se lo dijera. Al menos le hubiera podido ayudar teniendo alguna esperanza de saber que haban llegado.