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NO FICCIÓN:el Lado B de la literatura

Bajo el signo de BARAKA: periodismo narrativo y libertad. Gustavo Ogarrio

Ser periodista en México: JAVIER VALDEZ y la no ficción. Luis Guillermo Ibarra

Entrevista con la narradora argentina SELVA ALMADA. Marcos Daniel Aguilar

Cuentos de SELVA ALMADA, MARIANGELA CAMOCARDI y MARILÚ OLIVA

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DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reser-

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Portada: Realficción

A la memoria viva de Miroslava Breach y de Javier Valdez

“FREE JAZZ!”: EL PERIODISMO DE CONCIENCIA NEGRA CONTRA LA NUEVA

ESCLAVITUD CULTURAL

n 1961, todavía bajo el nombre de Leroi Jones, Amiri Baraka (1934-2014) publica su ensayo “La avant-garde del jazz”, que se volvería un manifiesto del ensayo periodístico militante de la black music, de la articulación entre el free

jazz y la conciencia afroamericana de la negritud. Baraka reconoce que se inicia como un “difusor entusiasta de los músicos”, pero es rebasado por la “nueva ola” del free jazz y esto lo transforma en un militante de la revolución cul-tural que venía de la mano de una revolución política:

Lo interesante es que, en este período, la agitación de la

revolución real estaba diseminada por todo el planeta.

Luego del éxito de Montgomery Bus Boycott a fines de

1956, Fidel Castro marchó sobre La Habana en 1959, Mal-

colm X apareció en televisión en 1960 –personalmente, fui

a Cuba ese mismo año– cuando también comenzaba el

movimiento estudiantil en Greensboro, Carolina del Nor-

te… Es obvio, por lo tanto, que este espíritu mundial afec-

taba también a los músicos, a su música y a su audiencia.

Esta revolución que se expresa en los textos de Baraka es-taba marcada por un deseo vehemente de transformación política y cultural que se oponía al racismo y a la opre-sión que vino después del asesinato de Malcolm X, que incluso le valió al mismo Baraka la acusación –por parte de los defensores de la música de la escala temperada y del acorde regular, los futuros mesías de la canción pop– de “racista”, por su defensa del nacionalismo negro que pau-taba sus ensayos, crónicas, entrevistas y reportajes. En ese horizonte en el que se hundía lo viejo y se advertía el tran-satlántico de la libertad, Baraka también se imponía la

misión de organizar, con su periodismo ya profundamen-te narrativo, la comprensión de lo que todavía no llegaba del todo; anuncia la tensión utópica del free jazz con lo que cultural y políticamente lo envolvía, un torbellino en el que la música no sólo era música y la revolución polí-tica era también “énfasis microtonal, modal, afroasiático que estaba en todas partes”, una revolución de la músi-ca que traía también su propia reconstrucción del pasado y de ese presente casi alucinante en el que se mezclaban las “músicas transportadoras” de Thelonious Monk y John Coltrane, o de Ornette Coleman y Sonny Rollins. Para Ba-raka, lo que debía hacerse era “que el pueblo afroamerica-no reclamara esta música como nuestro legado y tesoro, y que valorara las canciones como himnos históricos de nuestras vidas y nuestras luchas”.

¿Cuáles eran los principales adversarios de esta mú-sica que Baraka narraba y de la misma revolución implí-cita en su periodismo narrativo? El grito de ¡Free Jazz! se dirigía contra la “prisión de la mediocridad americana” que en ese momento basureaba al blues como una mú-sica de “mal gusto” y que quería envolverlo todo con su estética de la nueva esclavitud cultural: la naciente mú-sica pop como la matriz que todo lo volvía homogéneo, que “modernizaba” y blanqueaba las otras músicas “man-chadas por el color” para hacerlas asimilables a la re-funcionalización del capitalismo puritano que tendría su momento más violento en la era que inauguraba las pre-sidencias de Ronald Reagan (1981-1989). Así lo expresa-ría Baraka en 2009, al poner en perspectiva histórica su propia militancia narrativa y la posible emergencia de una “nueva ola” de la música no hegemónica en Estados Unidos, similar a la de los años sesenta del siglo XX:

A pesar de la matriz cultural reaccionaria que ocultó gran

parte de esta música durante los años de Reagan y Bush, y

que produjo la hegemonía del retraso cultural y artístico del

jazz fusión y de “Kenny Elevator” [aquí Baraka se refiere mor-

dazmente a Kenny G, saxofonista que para él degradó el

Gustavo Ogarrio

Bajo el signo de Baraka:

DESDE EL CRÍTICO DE MÚSICA AMIRI BARAKA EN LA FAMOSA REVISTA FREE JAZZ!, PASANDO POR TOM WOLFE, JIMMY BRESLIN, TRUMAN CAPOTE CON A SANGRE FRÍA Y POR SUPUESTO RODOLFO WALSH CON OPERACIÓN MASACRE, ESTE ENSAYO ES UNA CERTERA

APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE PERIODISMO NARRATIVO QUE EN UN PRINCIPIO DESCONCERTÓ Y GENERÓ EL RECHAZO DE LOS “PROFESIONALES DE LA LITERATURA”.

POR ENCIMA DEL DATO DURO Y PRETENDIDAMENTE OBJETIVO, EL NUEVO PERIODISMO PRIVILEGIA EL PUNTO DE VISTA DEL NARRADOR Y LE CONFIERE CALIDAD DE ESCRITOR.

E

Quienes todavía creen que existe

una frontera infranqueable entre

periodismo y literatura deberían

reconocer que el nuevo género

denominado no ficción demuestra

que, si acaso aún existe,

dicha frontera es notablemente

porosa. La obra de Truman

Capote y Rodolfo Walsh, entre

muchos otros, lo dejó claro hace

ya décadas; la pluma de Javier

Valdez, nuestro corresponsal

recientemente asesinado, es una

prueba más, lo mismo que la

argentina Selva Almada y las

italianas Mariangela Camocardi

y Marilú Oliva, cuya narrativa no

está “basada en hechos reales”,

como reza la vieja frase, sino que

habla directamente de una

realidad siempre cruda y difícil.

Completan este número dedicado

al “Lado B de la literatura” sendos

artículos sobre el cronista brillan-

te que fue Javier Valdez, autor

entre otros libros de Narcoperio-

dismo, así como un ensayo sobre

Amiri Baraka, el periodismo

narrativo y la libertad.

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9 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada Semanal 3

jazz a música de elevador], del rock superficial y del rap

más vacío –y que hizo que muchas veces, incluso en

Nueva York, pasáramos semanas enteras sin ver a ningu-

no de los nuevos– hay en estos días algunos de los signos

de que otra nueva ola viene en camino.

“QUÉ ES ESTO, EN NOMBRE DE CRISTO?”: EL NUEVO PERIODISMO CONTRA LOS PROFESIONALES DE LA LITERATURA

Otra gran revolución narrativa en el periodismo en Estados Unidos que se dio en esta misma época, más visible y difundida en América La-

tina al punto que se reivindica como parte del propio giro periodístico en las redacciones del subcontinen-te, fue la revolución blanca del New Jornalism, dirigida, según Tom Wolfe (1931), contra la misma novela es-tadunidense y su campo magnético de fuerzas cultu-rales que impedían tomarse en serio tanto la dimen-sión artística como narrativa de los nuevos periodistas:

“¿Qué es esto, en nombre de Cristo? En otoño de 1962

se me ocurrió coger un ejemplar de Esquire y leí un ar-

tículo que se titulaba “Joe Luis: el Rey vuelto hombre de

edad madura.” El trabajo no comenzaba en absoluto

como el típico artículo periodístico. Comenzaba con el

tono y el clima de un relato breve, con una escena más

bien íntima; íntima al menos según las normas perio-

dísticas vigentes en 1962… mostrando la vida privada

de un héroe del deporte que se hace cada vez más viejo,

más calvo, más triste…”

Así describe el mismo Tom Wolfe su ceremonia iniciá-tica como lector de ese “nuevo periodismo” del que él mismo va a formar parte; textos periodísticos que también se podían leer como relatos breves y que gana-ban para el periodismo cultural el punto de vista del na rrador; la digresión y la reflexión narrativas por en-cima del dato y de la información “dura”; el riesgo de cargar de subjetividad el relato, a riesgo de ser acusa-do de “adornar” el texto o de inventarse los diálogos que de tan íntimos se antojaban inaccesibles para cualquier testigo. El mismo Wolfe se descubrió con reacciones condenatorias ante el relato de Gay Talese sobre el viejo boxeador Joe Luis: “Mi reacción instinti-va, de defensa, fue pensar que el hombre había carga-do la suerte, como suele decirse… lo había adornado, inventado el diálogo… Dios mío, tal vez había inven-tado escenas enteras, el mentiroso sin escrúpulos.”

¿Qué era lo que los “profesionales de la literatura” no lograban comprender del nuevo periodismo que se quería narrativo, por encima del tradicional perio-dismo informativo? Wolfe alude al columnista Jimmy Breslin para ilustrar eso que estaba más allá de la com-

prensión narrativa de los que ejercían los géneros li-terarios clásicos y de sus críticos. Por lo regular, se-ñalaba Wolfe, una columna era en ese entonces un premio para un buen reportero y que terminaba por fagocitar al mismo reportero para transformarlo en un mal escritor. Breslin logró combinar el trabajo perio-dístico de calle para encuadrarlo en una narrativa del acontecimiento diario; según Wolfe:

Breslin convirtió en una costumbre el llegar al escena-

rio mucho antes del acontecimiento con el fin de re-

coger material “ambiental”, el ensayo en el cuarto de

maquillaje, que le permitiera crear un personaje. De

su modus operandi formaba parte el recoger los deta-

lles “novelísticos”, los anillos, la transpiración, las pal-

madas en el hombro, y lo hacía con más habilidad que

muchos novelistas.

periodismo narrativo y libertadBajo el signo de Baraka:

Fsigue

EL TRABAJO NO COMENZABA EN ABSOLUTO COMO EL TÍPICO

ARTÍCULO PERIODÍSTICO. COMENZABA CON EL TONO Y EL

CLIMA DE UN RELATO BREVE, CON UNA ESCENA MÁS BIEN ÍNTIMA;

ÍNTIMA AL MENOS SEGÚN LAS NORMAS PERIODÍSTICAS VIGENTES

EN 1962…

El poeta y activista Amiri Baraka, durante la Black Political Convention, Gary, Indiana, 1972. Fuente: Youtube

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Marilyn Monroe y Truman Capote, 1959

4 9 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada Semanal

Quizás fue Truman Capote quien llevó a una de sus más logradas expresiones este periodismo de es-cenas íntimas, de subjetividad cargada y casi ba-rroca, de testigos imposibles en la escena del cri-men, pero también en las escenas de la intimidad de personajes célebres y reveladoras de sentidos últimos. Capote encuadró la noticia del día a día en un ámbito narrativo que llegaba de manera in-directa a las verdades políticas o culturales y a las verdades complejas de los asesinatos.

No sólo sus obras de más largo aliento en la no ficción, como A sangre fría, o la magistral Ataúdes tallados a mano, son el resultado de esta concep-ción que lleva el relato periodístico hasta sus últi-mas consecuencias, como novela periodística. En otras piezas “menores” –por ejemplo, “Una adora-ble criatura”, en la que relata una conversación con Marilyn Monroe– Capote le va a dar una vuelta de tuerca más a esta revolución narrativa en el periodismo estadunidense, al colocar-se él mismo como protagonista de este encuentro con Marilyn y en el que poco a poco se va revelando la contraparte no glamorosa de la estrella trágica de Hollywood: “Y ahí estaba yo, paseando por el vestíbulo de la Universidad de Chapel mientras esperaba a Marilyn.”

Después de los funerales de Constance Collier, actriz de origen inglés y maestra de actuación de Marilyn, ésta y Capote se insta-lan en un restaurante chino de la Segunda Avenida de Nueva York para tomar champaña. El relato está llevado por el diálogo íntimo en-tre ellos y tiene como signo el presagio. Una Marilyn que “a veces quiere saber lo que va a pasar”, pero que luego piensa “que sería mejor no saberlo”. Un narrador-confidente que antes de concluir que esa actriz rubia y anónima con la que conversa en un restaurante de chinos es una “adorable criatura”, como la llamaría la misma Collier, ya nos anuncia el terrible desenlace de la actriz y de su fragili-dad trágica, esto en una digresión final: “La luz se iba. Ma-rilyn parecía esfumarse con ella, mezclarse con el cielo y las nubes, disolverse a lo lejos. Quería elevar mi voz sobre los chillidos de las gaviotas y llamarla para que volviese: ¡Marilyn! ¿Por qué tuvo que acabar todo así?” El narrador periodístico que ilustra la noticia de la muer-te de Marilyn Monroe con la evocación melancólica de un intercambio verbal concreto, un diálogo vivo marca-do por lo que todavía no ha ocurrido, el presagio mortal de esa fragilidad íntima de la gran estrella de Hollywood.

“PUEDO VOLVER AL AJEDREZ?”: EL PERIODISMO NARRATIVO EN AMÉRICA

LATINA CONTRA LAS VIOLENCIAS DEL ESTADO

Una de las matrices narrativas del periodismo con-temporáneo en América Latina ahora se reco-noce también en Operación masacre, de Rodolfo

Walsh (1927–desaparecido por la dictadura en 1977), publicado en 1957; una obra en la que el escritor argen-tino reconstruye los fusilamientos clandestinos del 9 de junio de 1956, ante un alzamiento militar peronista en contra de la dictadura que se instaló después de la llamada Revolución libertadora que derrocó en 1955 al segundo gobierno de Juan Domingo Perón.

Walsh se entera de esta matanza en un café de La Plata donde se jugaba ajedrez y comienza su relato so-bre la verdad de los fusilamientos con la evocación de un tiroteo, seis meses antes de enterarse de los “he-chos”. Al volver a su casa en una noche premonitoria de todas las violencias, el periodista argentino articula lo que serán los motivos para contar la historia y la per-

manente tentación de renunciar a escribir sobre los fusilamientos, de regresar a la atmósfera del ajedrez:

Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un

conscripto en la calle y ese hombre no dijo: “Viva la pa-

tria”, sino que dijo: “No me dejen solo, hijos de puta.” Des-

pués no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la

madrugada anunciando que dieciocho civiles han sido

ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país

hasta la muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola

noche. Valle no me interesa, Perón no me interesa, la re-

volución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez?

El relato de Walsh inaugura una tensión narrativa entre las posibilidades de una historia y la amenaza perma-nente de su fracaso en la subjetividad del autor: –Hay un fusilado que vive./ No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de im-probabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hom-bre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga.”

Rodolfo Walsh escapa a las etiquetas y cano-nizaciones académicas, afirma Osvaldo Bayer, y durante mucho tiempo su “narrativa” fue negada como uno de los comienzos del periodismo con-temporáneo en Argentina y en América Latina. Esas historias que el narrador dudaba en contar ante la avalancha de una violencia que era ya, en 1956, terrorismo de Estado en Argentina, pero que al mismo tiempo articulaban con precisión artística todo el poder de un relato de denuncia que no titubeaba en usar los amplios recursos de la ficción.

¿Qué sentido tiene esta imagen del juego de ajedrez ante el cual irrumpe el poder destructivo de la violencia? Walsh se responde como narra-dor-periodista si puede regresar al ajedrez, como una manera de colocarse ante la obligación ética de narrar la violencia para lectores de noticias no especializados en literatura:

Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a

los cuentos policiales que escribo, a la novela ‘seria’

que planeo para dentro de algunos años, y a otras co-

sas que hago para ganarme la vida y que llamo perio-

dismo, aunque no es periodismo. La violencia me ha

salpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros

de balas, he visto un coche agujereado y adentro un

hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar

lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien

kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba.

¿Cuál es el enigma de este narrador-investigador que Walsh hereda al periodismo y a la misma literatura en el ámbito latinoamericano? La decisión política de na-rrar periodísticamente un acercamiento al horror de la violencia de Estado; la ficción y la perspectiva de un narrador involucrado que afirma su libertad al contar tanto la subjetividad como el horror directo de la vio-lencia, incluso contra las mismas estrategias de inhi-bición, persecución y exterminio que el Estado lleva a cabo o que deja correr y que cercarán a los narrado-res que le disputan el sentido de verdad de sus propias violencias. En 1970, al reflexionar sobre su trabajo, Ro-dolfo Walsh afirmaba que el arte de la novela ya sa-cralizada se había vuelto “inofensivo”: en el trabajo de investigación periodística se afirmaban ahora las “po-sibilidades artísticas” de los relatos que establecían una relación directa con los hechos de violencia.

¿Es esta casi invisible revolución narrativa de Ro-dolfo Walsh otra de las herencias del periodismo lati-noamericano en el actual contexto de violencias de Estado? Al menos es también otro legado para los lec-tores de noticias no especializados en literatura, para un lector que, de alguna manera, lee su propia historia sublimada al máximo en la tragedia de la estrella de cine, en el boxeador que se derrumba con los años, en la violencia exterminadora del Estado que también su-prime mediáticamente los caminos para articular ver-dades complejas sobre sí mismo.

Quizás estas tres formas del periodismo narrativo (que podemos identificar bajo el signo de la libertad del jazz o del periodismo narrativo que desafía a géne-ros “mayores” como la novela o de los relatos directos de Walsh sobre la violencia, pero al mismo tiempo pro-fundamente artísticos) simplemente nos dejan en con-diciones de responder a la siguiente pregunta: ¿Queda algo de los periodismos “esclavistas” en el periodismo que ahora compite por conseguir que lo canonicen junto con sus artistas, obras y procesos políticos y cul-turales, para obtener el respaldo de un Estado cada vez más capitalista y puritano, violento y criminalizado, que se devora a sí mismo en su trágico espectáculo de Sa-turno neoliberal? •

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Simple pero eficaz, arte de Ghenna Sur

59 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada Semanal

CU

ENTO

asi no me reconozco en la esposa que me mira fijamente desde el espejo. Mi mamá, conmovida, murmura que estoy radiante. Una hora. Dentro de una hora, Marco será mi esposo: la impa-ciencia hace parecer infinito el exiguo espacio temporal que se interpone al para siempre. Quizás seamos muy

jóvenes pero, ¿qué importa? Somos felices. Mi madre parece celebrar un antiguo ritual que se transmite de mujer a mujer cuando fija sobre mi cabello negro el velo de en-caje de mi abuela. Del brazo de mi papá, me enca-mino hacia la iglesita de este pueblo de mil cristianos en un peñasco sobre el mar. La gente me mira pasar y las viejas chismo-sas me auguran felicidad e hijos varo-nes. Sonrío y pienso en que quisiera sólo hijas mujeres mientras atra-vieso el portal y me dirijo hacia Marco. Me contempla como si yo fuera la Virgen venerada en vez de la efigie sobre el altar.

Un celular empieza a so-nar. Insistente y tan fasti-dioso que me despierta. El lindo sueño se desvanece y la realidad me agrede: en la pantalla aparece el número de Marco. La primera llamada cotidiana de mil que se subsi-guen hasta bien entrada la no-che. El ansia me hace un nudo en la garganta, me retuerce las tripas, aniquila mi combatividad. Estoy des-trozada, desgastada por las llamadas que se alternan a mensajes de texto impe-riosos, martilleantes… Cambiar de número es una inútil pérdida de tiempo: no sé cómo le hace, pero no me pierde la pista. Él no acepta la separación y no me perdona que lo haya excluido de mi vida. Pasa de las amenazas a las súplicas para volver a entrar en ella, para impedirme que me aleje de él. Está más presente que cuando estábamos juntos, y la vengan-za consiste en anular mi voluntad de resistirme a la violencia psicológica a la que me somete. Ay, por Dios, ¡y cómo se ensaña! Una sarta de golpes bajos que aniquila mi lucidez mental. Estoy a merced de un loco, incapaz de defenderme. Ni siquiera la policía puede.

Se introdujeron en nuestra relación de inmediato. Me refiero a los obsesivos celos de Marco. Me tomaban por sorpresa sus arranques que nacían de estú-pidas incomprensiones, pero yo era la primera en justificarlo. “Me da pánico perderte”, decía. Lo tranquilizaba, pero no servía. Mientras más cedía a sus pe-ticiones, más se deterioraban las cosas. Me adoctrinaba recriminándome sobre comportamientos que yo no reconocía en mí, pero que de todas formas trataba de corregir. Me aislé de mis amistades poniendo a Marco al centro de mi uni-verso. Ni siquiera esto fue suficiente: exigía más. Tuve que renunciar a mi tra-bajo en la oficina: veía rivales en todos mis colegas. Recluida entre las paredes del hogar, pero “por él esto y más”, me repetía a mí misma cada vez que renun-ciaba a toda relación social. Yo, él, y lo demás fuera.

“Déjalo, hazme caso”, me exhortaba la única amiga que no se esfumaba cuando pasaba cerca de mí.

“Con los maridos, hay que ser pacientes”, era la consigna de mi mamá. Tiene ideas anticuadas sobre el rol de las esposas. “Aguanta. Así es él pero te ama y, en una pareja, es la mujer quien se sacrifica.”

Obedecí engañándome con que volvería a ser el hombre que me ena-

moró. Nunca estaba a la altura de sus ex-pectativas y mi abnegación no puso fin a sus

maltratos. Las sospechas le entorpecen la razón y hacerla de rescatista no nos llevará a ninguna solución.

Entendí que estaba atrapada en un mecanismo morboso, rehén de un amor enfermo que se nutre de atropellos y

dolor, que mata cualquier sentimiento. Tengo veinticinco años y soy tierra calcinada. La úni-

ca sensación que no se marchita en mí es el miedo. Él medió el fracaso de nuestra

relación transformándose en un crea-tivo stalker. Se deleita aterrorizán-

dome con formas de persecución contra las que soy inerme. Es-

pero algún arrepentimiento y, mientras tanto, todo se de-rrumba. He perdido algunos empleos por las escenas pú-blicas de mi exmarido. Mi casa es un lugar hostil. Un caparazón vacío en el que m e e nc ie r ro t ratand o d e reaccionar en las cortas pau-

sas de silencio entre una lla-mada y otra. A menudo, cae

aquí de sorpresa y el áspero vai-vén de dimes y diretes alimenta

la enésima riña y los opresivos sen-timientos de culpa que me ator-

mentan. Quería reconstruir una vida decente a partir de las ruinas de la desi-

lusión y, en cambio, continúo lamiendo las supuestas heridas de un monstruo que reclama

derechos que a mí me niega. Al quincuagésimo tono me derrumbo emotivamente.

– Tengo fiebre –silba en la bocina. –Llama a tu madre –objeto. –Por favor… –insiste –. Necesito una aspirina. El pánico se apodera de mí. Está triturando en mí todo destello vital pero soy

incapaz de negarme. Enseguida me abre la puerta y algo en sus ojos me en-ternece profundamente, una inquietud que me hiela.

–No me entretengo –digo mientras le doy la medicina. –¿Una cita?–No empieces –replico. Extrañamente Marco trae en la mano una regadera y vagamente me pre-

gunto para qué le servirá en ese momento. Quiero irme, apartarme de su feroz represalia verbal. Casi estoy en la puerta cuando me corta la retirada con un salto. Unos chorros rebosan del borde y a la nariz me llega un intenso olor a gasolina. Antes de prever el gesto, me tira encima el líquido. Sorprendida, me miro la ropa empapada y después dirijo mi atención a Marco. Me doy cuenta de que él también está mojado y veo que enciende un cerillo. Sonríe mientras se prende el fuego. El horror me paraliza: grito desquiciada y busco salvación en la sala. Me agarra con un movimiento ágil y convulsionado y me clava a su cuer-po: me debato desesperadamente pero ardo como una antorcha junto con él. Después, la oscuridad •

TRADUCCIÓN DE BRENDA MORA

Mariangela Camocardi

Quemada vivaC

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“EL NARCO YA SE METIÓ EN LA COCINA”, “COHABITAMOS CON EL

NARCO, COPULAMOS CON EL NARCO” INSISTIRÍA Y SUBRAYARÍA MUCHAS

VECES JAVIER VALDEZ.

6

ENSA

YO

l Río Tamazula recorre y divide la ciudad de Culiacán. Quien por obra de la casualidad cae en este espejo de la naturaleza, que cla-ma hacia todos los horizontes su belleza, no

se imagina que se encuentra en las entrañas de un in-fierno, en el edificio pulverizado de una sociedad de-gradada. Un nuevo monstruo llamado Narco-estado alimenta esa deshumanización, rindiendo homenaje a todo acto de barbarie y corrupción. Para las autorida-des el credo parece ser el deseducar, volver a la ley de la selva, que cada uno atienda el mandamiento lógi-co del “sálvese quien pueda”. Los tentáculos oscuros no tienen límites y alcanzan cualquier acto cotidiano. “El narco ya se metió en la cocina”, “cohabitamos con el narco, copulamos con el narco” insistiría y subrayaría muchas veces Javier Valdez.

Ante la nueva configuración de la realidad, los es-tudios culturales se han puesto de cabezas buscando la construcción de nuevos términos en aras de incluir y analizar los fenómenos de violencia extrema y el ani-quilamiento del valor de la vida. Cualquier prefijo agre-gado, llámese pre-cultura o subcultura, no alcanza para abarcar el hundimiento y la deforestación de todo ras-go de humanidad. La crónica, como género periodístico, impone su posibilidad representativa del legado de las nuevas y horrorosas historias de las zonas de riesgo. Ja-vier Valdez asumió con creces su papel de observador de estos nuevos contextos, salió a la calle a recorrer los territorios devastados, a “descubrir un mundo sinies-tro y violento por medio del periodismo”. Su idea no era “contar los muertos”, sino plasmar sus historias, recorrer el desgarramiento, el telón de sangre, la caída de esa in-mensa legión de víctimas de un país urdido en la corrup-ción. Su trabajo, como afirmaría en su libro Los morros del narco, tenía “el firme deseo de ver más allá en el corazón y en el rostro de los implicados en el narcotrá fico en Mé-xico”. Sin embargo al hablar de los implicados descen-dió hasta el último escalón de los infiernos cotidianos, en los que urde la cultura de la marginación comple-mentada con el espejismo de los “sueños pordioseros” y efímeros que ofrece la actividad del narcotráfico.

Los cientos de historias de su columna semanal Ma-layerba evocaron y representaron, durante más de una década, la vida cotidiana de un sector de la pobla-ción del norte que vivía atrapado en las atmósferas de-

lirantes y espinosas del narcotráfico. Lo que sienten, sueñan, desean e idolatran una infinidad de personajes constituye algo que bien podría llamarse “la tragedia humana”, una tragedia mostrada por fragmentos, piezas o pinceladas. Seguirla es abrirse paso en una totalidad de aluvión, adentrarse en un mosaico de sombras de una sociedad urdida en la violencia y en su fracaso moral.

En una entrevista publicada en el semanario Ríodo-ce en el año 2006, con motivo de la presentación de su primer libro Azoteas y olvidos, Liliana Plascencia definía a Javier Valdez como “el periodista, el amigo, el escritor, el espectador-personaje que como Virgilio va por la ciudad mostrándonos a esos héroes anónimos”, “el ser solitario que se diluye entre la multitud para desnudar esta ciudad tan nuestra, tan suya, con sus hombres y sus mujeres, con sus paisajes y sus indiferencias”; “el cronista”, que “se rebela ante la posibilidad de que Cu-

liacán se convierta en un cementerio gigante donde las personas pasan desapercibidas”. Estamos hablado de hace más de una década. El país y la ciudad de Culiacán empiezan a torcer el camino para entrar en una espiral de cientos, miles de asesinatos a raíz de la “guerra del narco” fraguada por Felipe Calderón.

La sensibilidad del cronista describe y traza, con anterioridad, los círculos de los nuevos territorios. Desde ahí emergen los olvidados de esta guerra, los deshere-dados, los hombres, las mujeres, los jóvenes y los niños que son empujados por un sistema injusto a cumplir los más horribles y peligrosos mandatos. El salto que dan estos personajes para salir de la pobreza será una historia intensa y degradante, llena de precipicios, con una garantía casi segura: su lucha culminará con el fra-caso total, con la muerte o con una marginación aún mayor. Al sacar de la oscuridad a las víctimas anónimas,

otorgándoles la posibilidad de tener una voz, Javier Valdez no olvida a los hombres empoderados de esta nación. El “yo acuso” no deja de estar latente en sus li-bros. En estas geografías de la erosión humana la par-ticipación de políticos, partidos políticos, empresarios, gobernantes, narcotraficantes es directiva.

En Javier Valdez se comprobaba claramente la pre-misa del maestro Kapuscinski sobre el periodismo: “los cínicos no sirven para este oficio”. El cronista se sumergió así en los territorios demarcados con sangre y fuego, en los que el acto de matar y traficar se volvía un acto nor-mativo, tolerado y alimentado por los gobiernos en tur-no, tanto locales, nacionales, incluso internacionales. Poco a poco una infinidad de lectores, que se fue con-tando por miles, empezarían a ver en el escritor y pe-riodista a un personaje clave en la reconstrucción de la realidad derruida del presente en México y en su estado natal Sinaloas. Sus breves historias y crónicas, contadas en un lenguaje llano, acompañado con giros llamati-vos y algunas veces desconcertantes, pero muy pun-tuales –“Un ladrido de fuego que relame abandonado”, “La oscuridad se ríe en silencio, se burla atascada de coca”–, en ocasiones decían más sobre esa realidad que cualquier obstinación conceptual o teórica que preten-día explicar el presente. De ahí que para muchos acadé-micos extranjeros haya sido fundamental echar mano de la obra de Valdez para entender de una manera más cabal el fenómeno del narcotráfico y de la violencia.

La guerra del narco trajo consigo la construcción de nuevos términos y nuevos usos del el leguaje. Sin em-bargo el uso de estas nuevas palabras no implicó el florecimiento de éste. A la postre, el vocabulario de los sectores sitiados por el narcotráfico se contrae, la dic-ción se vuelve cada vez más ilegible. Los contextos violentos se acompañan de incomunicabilidad. Se ha-bla peor en un medio en el que impera el despojo de la dignidad humana y la devaluación de la vida. Es en es-te enorme desbarrancadero en el que Javier Valdez reconstruye el diccionario de la descomposición moral y la violencia, un compendio de términos escritos a punta de sangre, irracionalidad y delirios por sus pro-pios personajes. Miss narco (2007), Los morros del narco (2011), Levantones: historias reales de desaparecidos y victimas del narco (2012), Huérfanos del narco: los olvi-dados de la guerra del narco (2015) no serán libros sur-

Ser periodista en México:BREVE Y PRECISO HOMENAJE A UN HOMBRE DE ENORME VALENTÍA Y CRONISTA BRILLANTE DE LA MISERIA HUMANA GENERADA EN SU CIUDAD NATAL, CULIACÁN, POR LA BARBARIE DEL NARCO DEBIDO A LA CORRUPCIÓN Y LA COMPLICIDAD DE LAS AUTORIDADES TANTO ESTATALES COMO FEDERALES.

A LO LARGO DE SUS LIBROS Y SU FAMOSA COLUMNA MALAYERBA, JAVIER VALDEZ INVESTIGA Y DOCUMENTA LA VIOLENCIA QUE AZOTA PARTICULARMENTE A SINALOA Y EN GENERAL A TODO EL PAÍS. PARA ÉL, NO SE TRATÓ NUNCA DE “CONTAR MUERTOS” SINO DE DAR VOZ A LAS VÍCTIMAS, RECUPERAR SU DIMENSIÓN HUMANA, SUS HISTORIAS Y SUS NOMBRES.

A UN MES Y MEDIO DE SU ASESINATO, LAS AUTORIDADES NO HAN PODIDO ESCLARECER LOS HECHOS NI DAR CON LOS CULPABLES.

E

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gidos de simples ocurrencias. Emergen de esa pavoro-sa pedacería de la realidad del norte mexicano del siglo XXI. Nombres, acciones, conductas de lo más pavoroso, sangre, mucha sangre, una nueva insensibilidad ante la muerte, demarcan este camino.

El pulso del riesgo de los implicados con el paso de los días se transformará en un riesgo para todos. En Cu-liacán, afirmará en muchas ocasiones el propio Javier, no se ocupa deberla ni temerla para que te asesinen. En su libro Levantones.. documenta esta realidad. La línea entre elegidos e inocentes cada vez se vuelve más dé-bil. “La privación ilegal de la libertad, las desaparicio-nes forzadas, en su modalidad más salvaje e implaca-ble” por parte de la delincuencia organizada, “la sufren soplones, traicioneros, rivales de algún cártel, policías o militares; pero también obreros, carpinteros, perio-distas, doctores, comerciantes, jóvenes que hacen de la calle el paraje de las ilusiones o muchachas en flor que estudian o buscan trabajo.” Nadie merece desapare-cer ni ser asesinado pero todos pueden desaparecer y ser asesinados fácilmente sin que se persiga a culpa-bles. En una tierra como Culiacán se sintetiza el micro-cosmos de la descomposición nacional por la violencia. A pecho abierto se pueden gritar las palabras que al-guna vez emitió un personaje del escritor centroame-ricano Castellanos Moya en su novela El asco: “En este país los políticos apestan particularmente…quizá sea por los cien mil cadáveres carga cada uno de ellos.”

Javier lee en el interior de la sociedad la nueva cons-trucción de un mundo orwelliano sin cargas ideológi-cas. La vigilancia implementada por la delincuencia y el Estado llega hasta los rincones más insospechados. Todos somos vigilados y cualquier libertad que se quie-ra asumir estorba. Cuando el Comité para la Protección de Periodista le otorga en New York el Premio Interna-cional a la Libertad de Prensa 2011, no pone reparos en afirmar: “En Culiacán, Sinaloa, México, es un peligro estar vivo, y hacer periodismo es caminar sobre una línea invisible marcada por los malos, que están en el narcotráfico y en el gobierno.” El periodista se enfrenta así a un Leviatán con dos cabezas que apuntan a donde mismo. Se enfrenta a un Gran y Mal Hermano dispues-to a todo –dispuesto al crimen por supuesto– con tal de seguir erguido en la putrefacción de su poder. La lección de Javier Valdez se desprende de la resistencia, de su capacidad y su tenacidad para enfrentar sólo con el armamento de sus palabras a ese poder, por el hecho de haber enarbolado la idea de la libertad humana, la honestidad y el respeto, sin ningún tipo de demagogia.

La participación de Javier Valdez en el periodismo no dejó de lado en ningún momento las causas sociales, la lucha por los más vulnerables y desamparados. No puso ningún reparo en denunciar todo tipo de agresión a la dignidad humana. En los últimos años este desamparo tocó a fondo al gremio del periodismo. La desaparición

y el asesinato de cientos de compañeros eran el espejo de la intolerancia y la corrupción extrema de los gobier-nos locales y federales. En su libro Narcoperiodismo: la prensa en medio del crimen y la denuncia, Javier Valdez describe mejor que nadie el panorama del oficio en este país: “El gran pecado, el imperdonable delito, escribir sobre los dolosos acontecimientos que sacuden a nues-tro país, denunciar los malos manejos del erario, las alianzas entre narcos y mandatarios, fotografiar el mo-mento exacto de la represión, darle voz a las víctimas, a los inconformes, a los lastimados. El gran error, vivir en México y ser periodista.”

La ciudad en la que Javier nació, creció, vivió y rea-lizó su trabajo, en la que fue asesinado sigue ahí. Igual de apática que siempre, la “Ciudad de mierda” como le ha denominado, con justa razón, en medio del coraje, el director del periódico Ríodoce, Ismael Bojórquez. Culiacán es la tierra en la que se condena y se persigue con mayor intensidad la agresión a un perro que el ase-sinato de un ser humano. La ciudad con más cafres, con más bestias, con más asesinos, con una aportación de corrupción sumamente importante a la nación mexi-cana, con una barbarie que crece día a día como si se tratara de un modelo pedagógico a seguir, con un ar-senal de políticos corruptos perdonados y poderosos. Javier Valdez, cofundador de Ríodoce y corresponsal del periódico La Jornada, documentó de manera obje-tiva y profesional esa enorme barbarie. Su trabajo fue contra viento y marea. Rompió todas las barreras en las que quiso infiltrarse la censura.

Nunca en la historia de Sinaloa hubo un periodista más leído, más querido y de mayor trascendencia en el mundo. Nunca, en Sinaloa, una figura ha sido más llo-rada por su muerte. El reconocimiento, como siempre sucede, le llegó desde fuera. Muchos queremos pensar que Javier Valdez sigue ahí, que puede abrir de nuevo

la puerta de aquel café céntrico de Culiacán, aparecer otra vez en la cantina de El Guayabo, donde era un clien-te insustituible los martes y los sábados; que acompa-ña de nuevo con la batería al saxofonista Pedro Álvarez en el bar El Mesón, observarlo otra vez, con sus pasos lentos e inagotables, al recorrer las calles de la ciudad; escuchar sus saludos, sus palabras y sus frases incon-fundibles.

Pasan días y más días del asesinato de Javier Valdez y el gobierno de Quirino Ordaz Coppel en Sinaloa sigue mostrando su incapacidad para localizar a los culpa-bles. Sabemos ya, a estas alturas, que Quirino es parte de los malos y de los males del Estado, como lo fue su antecesor Mario López Valdez, y como lo han sido todos los que han sembrado esta enorme semilla de impuni-dad organizada. Mientras tanto, el rostro de Javier reco-rre la ciudad en carteles, mantas y murales que exigen justicia. “Que las paredes hablen, bato, ya que la ciuda-danía calla”, dice uno de ellos, “Javier Vive” se lee en otro. Sabemos que ante la denuncia y la búsqueda de la ver-dad del trabajo periodístico de Javier Valdez se ha im-puesto la irracionalidad de los hombres que gobiernan la miseria, la corrupción, el crimen y la barbarie. De nue-vo nos han arrancado un inmenso “árbol lleno de pája-ros” para dejarnos aún más desamparados.

Hace muchos años bromeaba con Javier Valdez so-bre la posibilidad de escribir una novela a cuatro ma-nos; jamás la escribimos, jamás la escribiremos, jamás comentaremos de nuevo sobre aquel proyecto fallido. No obstante, sigo pensando en las muchas manos: cua-tro, veinte, cientos, miles de manos y de voces que hoy se necesitan para revertir la miseria de nuestra realidad, para unirnos con fuerza a esa otra gran lección que nos dejó Javier Valdez: no callar ante la impunidad y la co-rrupción y exigir justicia por los miles de desaparecidos y asesinados en este país •

Luis Guillermo Ibarra

Ser periodista en México:

Javier Valdezy la no ficción

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Foto: Mardulce editora. Fuente: www.wikiwand.com/ CC BY-SA 3.0

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entrevista con Selva AlmadaMarcos Daniel Aguilar

ivimos en un mundo globalizado, hoy se encuentran tus libros en Mé-xico y en otros países, ¿qué opinas sobre la posibilidad de leer obras en n u e s t ro i d i o m a p ro ce d e nte s d e

cualquier lugar?–Eso es genial, que los libros puedan circular entre

los países y que podamos leerlos, me parece enrique-cedor. Si nos la pasáramos leyendo la literatura que hacemos en nuestros países eso sería bastante pobre. En lo que estaría en contra es que esas literaturas pre-tendan globalizarse desde su escritura, desde su pro-ducción; es decir, si yo leo un libro de un mexicano quiero darme cuenta que estoy oyendo y leyendo el libro de un mexicano y no uno que podría ser de un ecuatoriano o de un español por el uso de un lenguaje uniforme. No me interesa la uniformidad del lengua-je. Me parece genial que la globalización permita la cir-culación de esos libros y autores y dé una mayor difusión. Hay muchos autores que viven pensando la globaliza-ción y escriben pensando que quieren que su libro se publique después en España y para ello trabajan un lenguaje uniforme, un lenguaje que se pueda entender en cualquier país hispanoparlante. Esa literatura no me interesa, me parece prefabricada para circular.

–Hoy eres una joven referente de la literatura ar-gentina e hispanoamericana. ¿Alguna vez te imagi-naste esto?

–Yo no me imaginé nada nunca. Considero que fue un factor de buena suerte, desde que decidí que quería escribir me lo tomé muy en serio. Si quería ser escritora debería trabajar en que la literatura tenga algo parti-cular. Y eso me movilizó. La crítica y la prensa comen-zaron a poner atención a mi obra. Yo trabajo la escritu-ra sintiéndome cómoda y después es un misterio por qué unos libros llaman la atención y otros no. Pero eso no me preocupa. A veces hay buen camino para los li-bros, a veces hay indiferencia. He platicado con escrito-res sobre compañeros a quienes les va bien y hay una exigencia por parte de lectores y críticos de que escri-ban siempre libros geniales. Pero un escritor puede te ner una obra dispareja, puede haber un escritor de muchas novelas, pero con sólo una novela genial, y con eso ya dio bastante a los lectores. Hay mucha mezquindad por parte de los lectores, periodistas y críticos, porque siempre esperan a que des el mal paso.

–¿En Argentina hay pugnas entre grupos de escritores o entre autores peleándose las becas y los premios?

–Me parece que es igual en todas partes. Hay escri-tores que son más de armar controversias o de que jarse porque siempre invitan a unos y nunca a ellos. Hay quie-nes piensan que hay escritores que ocupan lugares que merecerían ellos y están en su derecho de pensarlo. Hubo un problema en 2014, cuando Argentina fue in-vitada al Salón del Libro de París, entonces se soltó la controversia entre los escritores que fuimos y los que no fueron. Decían que todos los que fueron éramos kirchneristas, pues era el partido que gobernaba en ese momento. Ha habido otros instantes de la vida de la literatura argentina cuando había escritores que for-maban corrientes enemigas entre sí, pero ahí había un nivel de literatura y de reflexión más intenso; ahora eso se ha perdido. En el pasado estaba el grupo Florida con-tra el grupo Boedo, eso ya no pasa nunca más, hoy creo que los escritores argentinos están preocupados por publicar, por pasar de la editorial pequeña a la editorial grande y porque los inviten a las ferias.

–Sobre el lenguaje, ¿por qué decides escribir en este tono anecdótico, con lenguaje local y a veces metafórico?

–Yo empecé esa búsqueda justo con los textos inclui-dos en El desapego es una manera de querernos. Son tex-tos vinculados a mi infancia, los personajes, la manera de hablar son recuerdos de la infancia y después eso se transformó en la materia de lo que yo quería escribir, como lo que hice con Ladrilleros. A mí lo que me interesa rescatar es el lenguaje de mis lecturas, un lenguaje muy popular de una literatura que circuló mucho en Argenti-na entre revistas, cómics, fotonovelas, novelas román-ticas y western. Eso se leía mucho, lo leían obreros como mis padres. Hoy eso ya no existe, ahora las revistas son carísimas, pero yo crecí con esa literatura sin un vocabu-lario elevado. Busco reivindicar ese lenguaje popular y ponerlo a trabajar a favor de la literatura.

–En tus libros tratas la vida de los trabajadores del campo, de los obreros, se nota ese tono cotidiano, muy periodístico, de una tradición alejada del ca-non fantástico de la literatura argentina. Hay un canon fuera de lo fantástico, como Rodolfo Walsh. ¿Te sientes más apegada a esta tradición?

–Sí, Walsh es un referente de la no ficción argentina, pero también Roberto Arlt y sus aguafuertes porteñas

el Lado B de la literaturaLa no ficción:

Acostumbrados a la narrativa de ficción,

en los años recientes han llegado a

México libros de no ficción de autores y

periodistas que podrían conformar un

Lado b de las letras argentinas. Entre las

voces más potentes de la joven genera-

ción de escritores sudamericanos se

encuentra Selva Almada (Entre Ríos,

Argentina, 1973), cuyos escenarios y

expresiones, alejados del cliché bonae-

rense, han llamado la atención tanto de

los lectores como de la crítica iberoameri-

cana. Charlamos con esta “rara” escritora

de la provincia, quien no hace mucho

irrumpió en México con su crónica Chicas

muertas, sobre los feminicidios en su

país, y con la colección de relatos

El desapego es una forma de querernos.

EN SU LIBRO CHICAS MUERTAS, ESTA NARRADORA

ARGENTINA TRATA EL HORROR DE LOS

FEMINICIDIOS COMO DEBE TRATARSE: PRECISAMENTE

COMO UNA NO FICCIÓN.

EN SU OBRA BUSCA “REIVINDICAR EL LENGUAJE

POPULAR Y PONERLO A TRABAJAR A FAVOR DE LA

LITERATURA”.

-V

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entrevista con Selva AlmadaMarcos Daniel Aguilar

y todo lo que hizo vinculado al periodismo y a la cróni-ca, por supuesto que son escritores que tengo en men-te. Pero también a María Moreno, una escritora que admiro mucho, quien es la cronista más brillante en Argentina. Pensaba en ellos en el momento de darle la vuelta a mi crónica o a mi “no ficción”. Pasa también que ellos vienen del periodismo y eso a mí me faltaba por-que no vengo de ahí. ¿Cómo resolver una no ficción no siendo periodista? Tuve que inventar un método para hacerlo, mucho más pegada a la literatura que al perio-dismo. Del periodismo tomé la investigación, la entre-vista, el trabajo de campo, pero a la hora de contarlo, de escribirlo, tomé las herramientas que tenía que eran las de la ficción de la literatura.

–Sobre la tradición de la ficción literaria, que es lar-ga, ¿de qué autores te sientes heredera?

–Hay muchos, a mí en distintas épocas me han gus-tado distintos autores, y han tenido influencia en lo que escribía en ese momento. Por ejemplo, hay un escritor y una novela que yo siento que me abrió el ojo de tra-bajar con la oralidad y de llevarlo a la página, éste es Ricardo Zelarayán con su novela Piel de caballo. Ade-más de que Zelarayán es un gran poeta, esa impronta poética que me gusta encontrar en la prosa, ese lirismo en la prosa que viene de la oralidad, eso me parece que ayudó a darle lirismo a mi propia prosa. Después te pue-do mencionar a Horacio Quiroga y a los poetas de la provincia de Entre Ríos, como Juan L. Ortiz y Arnaldo Calveyra, quienes trabajaron mucho el tema del pai-saje, de la geografía, de la vegetación que está presen-te en mis relatos.

–Entre ficción y no ficción algunos han denominado a tu literatura como literatura del interior a lo Anto-nio Di Benedetto.

–Claro, Zama, de Di Benedetto es una de esas nove-las de cabecera, y Di Benedetto es fundamental para mí. Era un gran escritor secreto escribiendo en el in-terior, en la provincia de Mendoza, trabajando en el periodismo y escribiendo una obra que no circulaba demasiado fuera de su provincia y que, en realidad, cuando empezaron a reconocerlo, cuando él volvió a Argentina después del exilio, ahí es cuando todos dije-ron que volvía uno de los escritores más grandes que había en Argentina y que estaba vivo. Se murió dos años después de volver, no llegó a disfrutar del descu-

brimiento que la crítica y los lectores estaban haciendo de él. Pero no es un escritor que hoy se lea mucho.

–Eres de la generación de los nacidos en la década de los setenta. ¿Qué narradores te llaman la aten-ción por sus trabajos?

–Hay una escritora que me gusta y creo que hace un trabajo novedoso desde el lenguaje; se llama Gabriela Cabezón Cámara, los lectores se encontrarán con algo novedoso. Otro es Hernán Ronsino, que también tra-baja la periferia, el interior. Hay otro autor, cuya prime-ra novela se llama Australia, Santiago La Rosa, y ahí hay una mirada súper interesante, además del trabajo de escritura. Y no quiero mencionar más, pues dejaría mu-chos fuera, eso es injusto.

–Hay autores argentinos que escriben sobre los te-mas sociales y políticos, sobre la crisis económica, la dictadura, en pro o contra del kirchnerismo. ¿Cómo tratas estos temas?

–En la literatura no me interesa dejar un mensaje político e ideológico, aunque mis personajes sean obreros, pero eso tiene que ver por mi origen, pero no me interesa bajar línea cuando escribo una novela. Ob-viamente se filtra todo lo que uno es y piensa y de pron-to aparece de manera clara o difusa. Por ello, cuando escribí Chicas muertas elegí la no ficción, ahí yo sentía que debía dejar claro que estaba hablando sobre los feminicidios, sobre lo que pienso del machismo y sobre esta herencia cultural tan difícil de erradicar. Por ello elegí ese género que me permitía decir lo que pienso sobre la misoginia. Pero en mi vida personal sí ten-go una idea política muy clara: creo que la función de los escritores y los artistas es ser críticos al poder sin im-portar cuánto simpaticemos con quien esté en el poder, en ese momento hay que ser siempre críticos, debemos estar siempre en la vereda de enfrente del poder.

–A propósito, ¿qué piensas sobre los más de diez años de gobierno kirchnerista y sobre el actual go-bierno de Macri?

–Yo sentí simpatía por algunas medidas que tomó el gobierno kirchnerista, había cosas que eran tan ob-vias y te preguntabas por qué nadie las había hecho antes, como descolgar los retratos de los dictadores de la galería de presidentes argentinos. Yo soy feminista y fue una pena tener una presidenta mujer que no se

el Lado B de la literaturaLa no ficción:

ocupó de lo que nos importa a las feministas, como la legalización del aborto. Había cosas con las que sim-patizaba y otras con las que fui crítica. De alguna ma-nera había llegado a un agotamiento, lo que provocó que llegara hoy este presidente que nadie puede creer que sea el presidente de los argentinos. Creo que nos esperan años muy duros. Ya estamos sufriendo cosas desastrosas con este gobierno de Macri. Ninguna ad-ministración neoliberal trae algo bueno para las clases más desprotegidas. Será un gobierno para unos pocos y que la mayoría que se las arreglen. La cultura en el nuevo gobierno ya no interesa.

–Acabas de hablar de los feminicidios, un grave pro-blema en México y en toda América Latina. ¿Cómo observas la violencia aquí y en el resto de la región?

–El tema de la violencia de género en México llega bastante a Argentina y llega por acciones como las mar-chas de Vivas las Queremos, Ni una Menos. Y el tema de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, por ejemplo, se recuerda mucho en Argentina. El tema de las desapariciones nos toca mucho a los argentinos, tuvimos 30 mil desaparecidos en la última dictadura y es algo de lo que uno no se puede reponer, entonces si ocurre esto en México también nos pega a nosotros. ¿Dónde están los cuerpos? Esa es la pregunta. Hasta que no aparece un cuerpo para las familias no se puede cerrar eso. No es posible que en época de democracia desaparezcan 43 estudiantes como si se hubiesen es-fumado, para que ocurra esto debe haber una convi-vencia con el poder político, no pueden estar ajenos ni el gobierno ni las fuerzas policiales o armadas •

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Vitral de Burne-Jones, Iglesia de Todos los Santos, 1893Fuente: Wikipedia/ dominio público

9 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada Semanal10

o soy la iglesia.No inmensa pero maciza. Mi fachada con-

serva la huella, en la reciente piedra a la vista, de la antigua sobriedad a la cual fueron obligados los primeros constructores. En falso neoclásico, con aquel portal en arquitrabe, entre dos nichos vacíos ribetea-dos por pilastras y capiteles compuestos que da la idea de una potencia románica que ya no existe sino en el recuerdo. Domino la plaza y las calles que me tocan los costados desde hace casi mil años; algunas han cam-biado de nombre, otras ni siquiera existían.

Soy la iglesia dedicada a la Santísima Anunciación: el nudo inexplicable de la concepción virginal. Cuán-tas veces ha sido mencionado en el altar este térmi-no cargado de misterio. Se me ha tributado una de-di catoria ilimitada, si no fuera porque no entiendo su destino: no me ocupo de los poderes de los que los hombres me invisten. No sigo sus impulsos hacia las divinidades, las atmósferas de incienso y devociones, las homilías: estos hombres, por más que se esfuercen en alcanzar el cielo, se quedan siempre con los pies atascados en el fango. Yo aplasto el piso con ellos, los hospedo en mis suelos, pero la diferencia entre las personas y yo es que estoy hecha de ladrillos. Que no engañen los arquitrabes lignarios ni los frescos del siglo XVII: mis huesos, mis cartílagos y mi epidermis grabada son de piedra.

No tengo un corazón, no tengo una fe; sin embargo, acojo a quien sea que se presente.

No rezo, pero observo.Y recuerdo.Recuerdo los millares de pasos que han pisoteado

mi sagrario. Pies descalzos, pies envueltos en sandalias renacentistas, pies alegres de novias. El calzado ha atra-vesado las modas y las condiciones económicas, secun-dando caprichos y limosnas. Pies de soldados armados, de pueblerinos cansados, tacones de nobles emperifo-llados. Zapatos serios de matronas o negros de viudas, afrancesados elegantes para hombres adinerados. Tenis de jóvenes devotos. Recuerdo a todos los visitan-tes y a los huéspedes fijos, por los siglos de los siglos. De entre todos, la recuerdo a ella, sus sandalias de go-ma, su cadenita llevada con gracia, su sonrisa tan blan-ca como para quebrar el azulado cielo de aquella tardía mañana de septiembre.

No es domingo, ni se celebran ceremonias; sin embar-go, hoy mi puerta está atiborrada de gente. Vaivenes, cuchicheos, sospechas. Los muchachos se acercan aba-tidos, silenciosos. Algunos adultos mantienen la mira-da abajo, otros lloran. No lo comprenden. No puede haber pasado, no en esta pequeña y tranquila ciudad, en el epicentro de la comunidad.

Muchos depositan ramos de flores al costado de mis dos grandes escalones, pronto el cemento debajo de la fachada se colorea con puntos lilas, blancos y otros colores tenues. Manchas amarillas y verdes. El perfume de las rosas se propaga más allá de la fragancia de las mentiras calladas. Los transeúntes se acercan con cau-tela, pegan mensajes en el portal y en los muros en los que han escrito frases de afecto y de duelo. Todas dedi-cadas a ella, la muchacha desaparecida hace diecisiete años, cuyos restos encontraron ayer en el desván, cua-renta centímetros en la parte interna del techo. La ado-lescente de sonrisa cándida y de las sandalias con sue-la de goma, aquella que en una mañana de otoño titubeaba mientras alguien trataba de convencerla de que lo siguiera.

Un golpe directo al estómago de los hombres de la división criminalista de la policía cuando la vieron hace algunas horas. De ella queda la osamenta, la ropa des-

Marilù Oliva

YO SOY LA

IGLESIA*

CU

ENTO

Y

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9 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada Semanal 11

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La Jornada Semanal

@JornadaSemanal

en nuestro próximo número:

gastada por el paso de las estaciones y una sensa-ción de impotencia que apestaba el ambiente. El fo-rense confirmará que la joven fue asesinada de trece golpes con un arma punzocortante.

Encontraron los restos cubiertos de tejas, declaran que probablemente el cadáver fue escondido con pe-dazos de madera y otros roblones, unidos entre sí con clavos. Se dice –y yo sé que aquello es verdad, porque conozco todo lo que acontece dentro de mí y en los espacios limítrofes– que no es posible tener escondi-do tantos años un cadáver en un lugar como éste. In-cluso habrá pasado alguien, allá donde la encontraron, en más de tres lustros.

¿Alguien sabía? Sí. Alguien sabía.

Yo soy los muros y me he plegado a la voluntad de los tiempos. Mi estructura medieval de tres naves se ha restringido a un solo corredor, con varias capillas, un techo artesonado, un transepto y un ábside semicir-cular; poco conservo de mi primera cara. Si realmente quieren ver lo que queda de original, vayan a los dos registros que quedan del campanario, pero cuidado con los engaños del tiempo: la inmutabilidad no per-tenece a la materia.

Yo soy los muros y veo todo. Lo que vi aquella maña-na de hace diecisiete años no puedo contárselo a los hombres. ¿Cuánto crédito podrían dar los hombres a un edificio que es sólo una construcción y que no posee los atributos místicos que ellos le confieren?

Aquella mañana.Era un domingo de septiembre y el otoño se asomaba sin presunciones.

Ella vestía un lindo suetercito que le había hecho su mamá. Le hacía compañía una amiga, parecía serena.

Llegó él y hablaron. Él, aquella mañana, tenía una intención fortísima de ruina y destrucción. Debajo de la chamarra escondía unas largas tijeras, pero nadie lo hubiera sospechado porque hablaba y sonreía.

He aprendido algunos idiomas a través de su eco. He escuchado durante siglos el latín en cantinela de las misas y las confesiones deplorables de millones de arrepentidos. Reconozco las vigorosas inflexiones. He oído secretos, he escuchado y visto de todo. Pero lo que sucedió aquel día no había sucedido nunca en la histo-ria milenaria de la ciudad.

Habrán sido las once y media cuando ella se des-pidió de su amiga y se dirigió a la casa del cura por la entrada lateral. Ella no quería, pero él había sido muy insistente. Le había prometido un regalo por haber pa-sado sus exámenes finales. Había hecho énfasis en la bondad de ella, a quien no le interesaba el regalo: era una muchacha de corazón blando como el pan y le pa-recía muy descortés despreciar aquel gesto evitándolo.

Él la había conducido con engaños dentro de mí, pasando precisamente por la casa del cura. Y antes

de subir por mis escaleras, ella lanzó una mirada al altar, donde el cura oficiaba todavía la misa de las once. Aquello la hizo sentir no precisamente prote-gida, pero al menos animada. Al fin y al cabo estaba en su iglesia.

Lo había seguido por la escalera, hasta el primer pi-so. Habían pasado la biblioteca y el salón de música, arriba por dos nuevas curvas, y allí estaba la habitación del párroco en el segundo piso –puerta cerrada, recá-maras vacías– y más escaleras hasta el tercer piso: las salas de reunión de los jóvenes le habían hecho recor-dar tardes en compañía. Y justo allí, de repente le brin-có el corazón dentro del pecho. Ya no se sentía segura, quería regresar. Pensaba en una excusa que no fuera muy grosera, había osado dar un paso atrás, pero él la detuvo y estrujó; decía que ya habían llegado y que después regresaría a su casa, sólo debía ser paciente, faltaba el último esfuerzo.

“¿Ves?, ¡aquí está la escalera!”, le señaló con el dedo, mientras subían los peldaños empotrados en el cam-panario.

“Pero está muy inclinada...”, intentó ella poner re-sistencia, mirando asustada la escalera de madera co-locada en posición casi vertical. Después se giró hacia atrás y una sensación de algo irreparable la dominó. Había desechado de inmediato ese mal presentimien-to: siempre intentaba encontrar el lado bueno de las cosas.

“Ya llegamos. ¡Anda sube!”Ella nunca había visto mi terraza. No se eleva sobre

toda la ciudad, sólo sobre las casas antiguas, pero con-cilia los ánimos con las nubes y, con la típica magia de todos los ángulos expuestos al cielo, prodiga emocio-nes a quien sabe que padece de vértigo. El corazón le seguía brincando a la muchacha, tropezaba con las aristas prominentes de un azulejo zafado, él quería mostrarse amable: “Cuidado, no te vayas a caer.”

El pensamiento de que pronto se libraría de aquel asunto la llevó a continuar.

Rozó con las manos mi techo y cosquilleó el cam-panario, la cercanía le creó un extraño efecto, una sub-versión de las distancias: como si el lugar de culto se hubiera reducido haciéndose pequeñito, casi una ma-queta. Se deslizaron detrás del campanario, después por la claraboya del desván, finalmente otras escaleras, esta vez para bajar.

Cuando se abrieron de par en par a la derecha los grandes postes de la cercha que izaba la nave del te-cho, ella entendió que estaba en el corazón de mi es-queleto. Le pareció que temblaba, no creyó que se pudiera penetrar tan adentro de un lugar sagrado, lo enseñan implícitamente hasta en el catecismo: los templos están hechos para que se les mantenga a cier-ta distancia. En ese momento –mientras bajo sus pies, más allá de los casetones decorados y de decenas de metros de aire con olor a incienso, los fieles asistían a las lecturas del evangelio–, una angustia terrible la

había envuelto, más terrible que la renuencia con la que había cargado.

La conciencia de la lejanía del mundo y de su infini-ta soledad.

Lo que sucedió después yo lo recuerdo con la claridad lacerante que imponen las violencias inauditas.

Pero lo que ha sucedido entre los triángulos de mi cercha, nadie me lo preguntará.

Se lo preguntarán a los criminalistas, que traerán certezas entrelazadas con dudas y la confirmación de la sospecha.

Se lo preguntarán a testigos ausentes y la pregun-ta desgarrará la ciudad: ¿cómo fue posible que un cuer-po haya sido custodiado en mi techo, sin que nadie jamás se haya dado cuenta? ¿Es plausible que quien cuidaba la estructura haya permanecido ignorante de todo? ¿Quién, y por qué, alguien, solapó al asesino?

Ya lo sé: no se me interpelará.Mejor, para muchos, si me quedo callada.Porque si yo hablara, develaría cosas que nadie qui-

siera escuchar.Develaría la inmundicia y algunos me considerarían

poco fiable.Porque yo soy sólo la iglesia y no me intereso en los

hombres, ni ellos se ocupan de mí, a menos que se tra-te de idealizarme o de adornarme para una fiesta •

TRADUCCIÓN DE VIOLETA HERNÁNDEZ

*Tanto este cuento como “Quemada viva”, de Mariange-

la Camocardi (ver página 5 de este suplemento) fueron

tomados de la antología Ni una más. 40 escritores contra

el feminicidio (Fabrizio Lorusso y Clara Ferri, coordina-

dores de la versión mexicana, Ed. Universidad Ibe -

roamericana León, 2017). Traducción de una obra co-

lectiva que se editó originalmente en Italia, coordinada

por la escritora Marilù Oliva. Los cuentos se basan en

historias reales de feminicidios y, lejos de referirse sólo

a la realidad italiana, se presentan como universales y

arrojan una imagen impactante de esta problemática

social, cultural y política. Las traducciones son de estu-

diantes y egresados de la carrera en Letras Italianas de

la UNAM, bajo la revisión de Clara Ferri y Benjamín Mal-

donado Carrillo. La obra fue traducida gracias a una

contribución a la traducción asignada por el Ministerio

Italiano de Relaciones Exteriores y de la Cooperación

Internacional. Fundamental ha sido el apoyo de la edi-

torial italiana Elliot, de la coordinadora del volumen en

italiano, Marilù Oliva, de las y los autores participantes,

de los y las traductoras, y de la asociación italiana Telé-

fono Rosa para la defensa de los derechos de las muje-

res. Para conseguir el libro: https://www.facebook.

com/commerce/products/1266050806826175/ o

bien en https://goo.gl/nov55z, así como en www.

libreria-morgana.com

El movimiento perpetuo de

Germaine Gómez Haro y Antonio Valle

FRANCISCO TOLEDO

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Agustín Ramos

9 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada SemanalAARTE Y PENSAMIENTO ........

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Palabras, ¿para qué?

TODO LO VIVIDO se empoza en el alma. El golpe a Excélsior, la intimidación a Proceso para omitir una noticia incómoda y el retiro total de publicidad guber-

namental; el asesinato de Manuel Buendía, la serie de transferencias subrepticias iniciadas con el unomásuno, la reconversión de buenos reporteros en portavoces impúdicos del presidente en turno, la presión por la vía del veto, el periodismo subsidiado y el manejo oscuro de las inserciones pagadas; el embute en metálico o el pago en especie (yates, viajes, fincas y exenciones fiscales, así como becas,

puestos diplomáticos y canonjías por parte de mecenas con erario público a sus mejores cómplices).

En este clima de guerra mili-tar a punto de ser legalizado, todo parece agresión contra la prensa que se niega a obe-decer la línea de plata o plo-mo y a beneficiarse median-te el “pago por no pegar”. Se arrincona, se silencia, se quie-bra un invaluable proyecto de periodismo cultural crítico en medio de un mutismo estrepi-toso. Se amenaza velada o ex-plícitamente a los periodistas no venales; se les acosa, persigue y ase-sina, de rodillas, en plena calle, a plena luz, a veces ante familiares menores de edad. Y además de lo duro, lo tupido sirve para diluir crímenes de Estado co-mo los fraudes electorales, el espio-naje cibernético selectivo y de amo-nestación, la corrupción de Enrique Peña Nieto manifiesta en la continui-dad de otorgamientos a su socio cons-tructor y en la caricatura de imputa-ciones a Javier Duarte como pago por su dinero sucio para la campaña presi-dencial de 2012. Con tal control de da-ños se interrumpen dos vuelos de un tiro, distrayendo la testificación pú-blica y notoria de la impunidad y aca-llando las voces que documentan me-diante investigaciones serias dicha impunidad.

Ese contexto se integra en un siste-ma económico global deshumaniza-dor que no tiene reparo en arrasar toda la vida del planeta. Este “horror econó-mico” abisma las desigualdades y esti-mula los enconos. Con todas las virtu-des comparativas que se quiera, con sus tintes cooperativistas y su obvia diferenciación con respecto a las cor-poraciones esclavistas que leal o des-lealmente compiten contra ella, La Jornada es una empresa. Una empresa formada por todos los que en ella pres-tan sus servicios. Por ello, aunque sea una fuente de trabajo que informa y aporta fundamentos críticos a la socie-dad y aunque su producto final –infor-mar, reflexionar y comunicar– dignifi-que colectivamente a sus hacedores y les proporcione sentido de pertenen-cia, no puede estar exenta de la enaje-nación ni de las contradicciones, luchas, pugnas y tribulaciones financieras in-herentes a toda empresa, periodística o no, consecuente o no. Por esa razón aplaudo la solidaridad, no total ni in-condicional ni siniestramente interesa-da, con quienes participaron en el paro laboral y lo hicieron de buena fe, o bien por carecer de información imprescin-dible y convencidos de la justicia de su

acción. ¿Cuántos la apoyaron conven-cidos de que es una causa legítima y por defender una paga que se adelga-za quincena a quincena debido al mencionado “horror económico” de-pauperador de mayorías y arruinador de empresas medias para beneficio de los monopolios transnacionales y de unas cuantas familias seminacio-nales? Lo ignoro. Como también paso por alto el lema estalinista de “hacer-le el juego a…”

La violencia contra el periodismo libre, plural, independiente, no puede soslayar los motivos de los paristas, sus intereses, sus convicciones, sus nive-les de formación, sus aspiraciones y percepciones. Levantada pero laten-te, la huelga sacó a flote la confusión de todo el mundo y el odio vivo del pe-riodismo de derecha; pero también representa la oportunidad de ver a La Jornada con ojos nuevos, de cambiar lo necesario para que resulte redituable y justa en tanto empresa, para que sea un producto colectivo capaz de digni-ficar a los trabajadores de cualquier rango. Porque, de algo podemos estar seguros, los intentos de desaparecerla del panorama periodístico nacional no cejarán ni vendrán por un mismo flan-co. Para frenar el divisionismo interno es urgente reparar lo reparable, dialo-gar con quienes habiendo tomado partido por cualquiera de las partes principales en conflicto, busquen oír y hacerse oír. Para eso pueden ser vir las palabras. Ahora más que nunca es cuando el periodismo que no disfraza ecos ni silencios necesita del diálogo abierto y de la máxima aproximación posible a la objetividad •

Antoine Volodine y el esperanto narrativo

LA OBRA DEL FRANCÉS Antoine Volodine (Charlone-Sur-Saone, 1950) es de una contemporaneidad apabullante. Escribe en su lengua nativa, el francés, con

temperamento ruso y, sin importar el lenguaje literario de origen, su universo narrativo constituye un esperanto que sobrepasa lo que se conoce como “univer-salidad”. Por si fuera poco, Volodine es capaz de partirse en muchos, lo que técni-camente designaríamos “heterónimos” pero que, en muy particular caso, se trans-forman en coautores y, más allá, reemplazan lo que tradicionalmente llamamos

“personajes” e incluso, como en su libro El post-exotismo en diez lecciones, lección

once, se presentan como teóricos, crea-dores y experimentadores de sus propios géneros literarios. En Volodine, el neolo-gismo no es simplemente una nueva palabra, es también un nuevo sentido.

Los críticos pretendieron ubicar a Volodine como autor de ciencia ficción, cosa que no parecía del todo descabe-llada, no al menos en el caso de su no-vela Ángeles menores, que posee múl-tiples referentes de la llamada ficción especulativa, entreverados con ele-mentos fantásticos, pero Volodine rechaza radicalmente esta o cualquier otra etiqueta (se le ha querido vincular también con el realismo mágico, y él no niega su admiración por García Már-quez y, especialmente, por Juan Carlos Onetti). Volodine no sólo es un autor: es un género que a su vez produce subgé-neros como la narratura y el post-exo-tismo, entre otros. Ángeles menores se lee como una emocionante novela, pe-ro según nos lo explican Volodine y sus heterónimos o coautores, desarrolla lo que denomina “narratura”, que tiene un fundamento más político que estético. La narratura, se nos explica, no es sino una variante de los textos post-exóti-cos; instantáneas novelescas que fijan una serie de circunstancias –emociones, sensaciones, conflictos– entre lo estric-tamente imaginario y el recuerdo, que algo tiene también de imaginario.

Ángeles menores recrea un mundo post-apocalíptico y post-bárbarico que empieza a resurgir de sus cenizas gracias, qué ironía, a lo que los supervi-vientes pretendieron borrar de la faz de la tierra: el capitalismo, circunstancia de la que se culpa a un hombre llamado Will Scheidmann, concebido por un co-lectivo de ancianas tricentenarias que, a medio abandonar en un asilo en los páramos, optan por crear un hombreci-to de tela que se alternan para “incubar” bajo sus almohadas, hasta lograr que se vuelva humano, o algo próximo: una especie de Frankenstein que aprende a vivir entre las dolencias que le produ-cen sus torpes remiendos, pero termina

traicionando los ideales de las abuelas que lo condenan al paredón… pero al-go sucede que desvía el rumbo de las cosas. Para llegar hasta este punto de la historia, los involucrados, muertos al-gunos, narrarán, a través de los supervi-vientes que también son un tipo de médiums, un flujo de acontecimientos que van desde los recuerdos del mun-do desaparecido, hasta los pormeno-res del actual, donde existen nuevos ricos que afrontan casi tantas incomo-didades como quienes mantienen pu-ros sus ideales.

Los coautores de El post-exotismo en d i e z l e c c i o n e s , l e c c i ó n o n c e , s o n p r e sos políticos que, tras perder con-trol sobre sus vidas, se reapropian del lenguaje y la literatura que les han sido arrebatados. A través de breves tex-tos imaginativos, entreverados con la narración central del libro, que no es exactamente una novela sino una teo-ría l iteraria ficcionada, abordan las ideologías que confrontan –y emparen-tan– los totalitarismos con la llamada democracia. Se discute además la sutil diferencia entre mentira y ficción, o ver-dad agazapada y no-mentira, otro ras-go del quehacer literario que parece obsesionar al Autor confundido entre la masa de coautores.

Ese empeño de regar una especie de trampillas con tal de estorbar, cuan-do menos dificultar una clasificación, hizo suponer a los críticos de los prime-ros títulos de Volodine que se trataba, en efecto, de un colectivo de escritores con nombres predominantemente ru-sos, pero no: Volodine es un narrador de ficción con un genio y una tozudez más propias de un científico que de un lite-rato: un científico literario. Y el primer gran autor de la era global. En México está publicado por una pequeña edito-rial oaxaqueña que sólo genera de tres a cinco títulos muy selectos al año, Sur-plus Ediciones, y está por publicar su novela ganadora del Premio Medici, Terminus radiante , todas y cada una traducidas por Iván Salinas •

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13 ........ ARTE Y PENSAMIENTOJornada Semanal • Número 1166 • 9 de julio de 2017

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Germaine Gómez Haro Alonso Arreola@[email protected]

1. El árbol de la intuición, de la serie "El árbol del cuerpo"2. Máscara, de la serie "Máscara"

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Magali Lara: el adentro y el afuera

EL TRABAJO DE MAGALI Lara (Ciudad de México,1956) se dio a conocer amplia-mente en los años ochenta, en el contexto del retorno de la pintura que volvía

a generar impacto después del auge del conceptualismo en los setenta. Magali comenzó su carrera como dibujante en 1977 y esa práctica la ha acompañado a lo largo de su trayectoria. Su trabajo dibujístico es tan importante como su pintura, y se expande con mucha fortuna al terreno de la gráfica y de los libros de artista. Actualmente se presentan dos exhibiciones paralelas que, en su conjunto, confor-man una retrospectiva de su quehacer artístico: en el Centro Cultural Jardín Borda

de Cuernavaca, Morelos, se exhibe la muestra Intimidad del jardín. Pin-turas 1985-2016 , integrada por cuarenta y nueve pinturas, mien-tras que en el Museo del Chopo la exposición Del verbo estar reúne una buena cantidad de dibujos, obra gráfica, también algunas pin-turas y una selección de sus libros de artista.

Tuve la oportunidad de visitar la exposición del Jardín Borda con la pintora, quien comenta para La Jor-nada: “Mis dibujos del ’77 muestran los inicios y es un mundo totalmente diferente, por eso no se incluyeron aquí. Mi obra es muy variada en técnicas, aunque las obsesiones son siempre las mismas. Hay gestos pictóricos que se repiten a veces en un contexto figurativo, a veces en uno abstracto.” El curador Carlos E. Palacios reunió las obras sin un sentido crono-lógico, lo que le permite al visitante adentrase en el universo pictórico de Magali desde una mirada libre que no hace distinción entre la figuración y la abstracción: son dos caras de la misma moneda. Llama mucho la atención ver cómo la carga dibujística que es tan fuerte en los años ochenta y noventa, una línea poderosa que juega con toda suerte de objetos y elementos vegetales y orgánicos con la misma soltura con que lanza líneas enmarañadas y trepidantes, deviene hacia 2005 en composiciones abiertas donde el color, la materia y el trazo gestual son los protagonistas. A Magali le ha interesado la literatura japonesa y el budismo zen y esto se puede palpar en algunos de los textos que incorpora a sus pinturas, así como en sus atmósferas etéreas y luminosas en las que pareciera que no pasa nada y, por el contrario, pasa todo.

Comenta la artista: “Hoy en día, como tenemos tantos códigos de representación con los que convivimos, leemos perfectamente lo abstracto como una narra-ción. Uno de mis temas es el adentro y el afuera, y sí se puede decir si un dibujo es angustioso, amoroso o lo que sea.” En ese diálogo entre el adentro y el afuera es donde reside la fuerza de las pinturas y dibujos de Magali Lara. Figurativas o abs-tractas, sus obras nos hablan de emociones que provienen de un universo feme-nino cargado de erotismo que está siempre latente, unas veces en forma explícita y otras de manera velada. En sus dibujos tempranos, que se pueden ver en la mues-tra del Chopo, predominaba una línea delicada y frágil que poco a poco fue aga-rrando vuelo y tornándose densa en su calidad expresiva. Después aparecieron los objetos de uso cotidiano en ambientes domésticos: la habitación, la cama, el baño, la regadera, el foco, la televisión, la mesa, la silla, las macetas… Y la presencia de la autora se hizo texto: ahí estaba Magali escribiendo sus ideas, sentimientos y

deseos, sus fantasías y sus frustraciones, sus go-zos y dolores. Texto y dibujo se entreveraron en su búsqueda de fusionar el adentro y el afuera. Sus obras, a lo largo de tres décadas, han expresa-do sus emociones y pasiones a partir de líneas, manchas, objetos y el despliegue de un mundo orgánico de una sensualidad irreverente y desen-fadada. Su mundo vegetal es metáfora exquisita del cuerpo humano, así sus árboles son troncos y cuerpos, son columnas vertebrales que sostienen sus fantasías; sus flores son vulvas que son péta-los que son lenguas: “Un lugar que no sea el cuer-po o el cuerpo disfrazado de otro. El otro animal soy yo”, escribe Magali.

Un capítulo fundamental en su trayectoria ha sido la creación de hermosos libros de artista, los cuales tengo la impresión de que en nuestro país no han tenido el reconocimiento que debieran. En el Chopo se presentan varias vitrinas con ejem-plares de estos trabajos realizados en ocasiones en colaboración con autores como Carmen Bou-

llosa, Silvia Molina, Emma Cecilia García o la fotógrafa Lourdes Grobet. Son peque-ñas joyas visuales que se nos presentan como un compendio de los deseos y ob-sesiones de la artista, o, más bien, ¿no serán como haikús pictóricos? Un guiño a la esencia del zen: menos es más •

Instrumento sin dueño…

“¿De quién es esta guitarra?”, pregunta uno que llegó temprano al estudio y mata el tiempo calándola en sus manos. “Es de aquí”, responde el ingeniero

que se apura cargando cables. “O sea que es de todos y de nadie”, agrega el prime-ro. Tras unos minutos en que suenan arpegios de reconocimiento, el segundo agrega: “Pero suena bien, la hemos grabado muchas veces.” Dejándola a un lado, decepcionado por su ajuste, el músico dice entre dientes: “Sí, pero le falta cariño.”

En otra parte del mundo, simultáneamente, un saxofonista practica con distin-tos instrumentos que una marca de renombre le ha ofrecido antes del concierto.

Con todos consigue un fraseo eficiente, buen tono y una aparente comodidad. De pronto toma el más viejo –se nota por su falta de brillo y tiene uno que otro raspón– y entonces, aunque su ca-lidad y juventud son evidentemente menores, suena con una complicidad diferente. Todos lo notan. “Este es el mío”, señala sonriente.

Y es que los instrumentos son como las casas y los automóviles: si no se usan se joden o permanecen dormidos. No es romanticismo. El paso cotidiano de las manos sobre cuerdas, mástiles y diapasones mantiene despierta la madera, esa materia que se sabe árbol y canto en sus orígenes. Lo mismo su-cede con metales, huesos y pieles. Unos recuerdan al calor de la fragua y otros al de la sangre; todos reconocen la fricción que por constante los man-tiene soñando distancias. No pasa lo mismo con las violas que aguardan due-ño en una tienda ni con el piano que, arrodillado en la sala de una casa que ostenta un lu jo inmóvi l , se ha ido quedando mudo, sordo a base de tan-to olvido.

Es así : maderas y metales piden océanos para navegar, de lo contrario están hundidos en su flotación portua-ria. Como la guitarra enclaustrada que en la vitrina de una tienda neoyorquina va muriendo, poco a poco, a causa de un precio que la vuelve intocable. Pasa entonces que alguien se atreve a solici-tar su prueba –luego de que el encarga-do abre mil candados y la toma con un par de guantes blancos– para obtener un resultado tan triste como inevitable: la guitarra está en coma, sin voz ni oídos.

Qué diferentes los objetos que hi-cieron historia coincidiendo con músi-cos que los poseyeron sabiamente du-rante un tiempo específico, luminoso, y que pueden sobrevivir generaciones. Ellos reverberaron, se retroalimenta-ron y cumplieron destino porque fue-ron compañeros de batallas en las que cupieron amores, mimos e inspiración, pero también maltratos, descuidos y desatinos. Ejemplo es la trompeta do-blada de Dizzy Gillespie. Su forma sin-gular se produjo cuando alguien cayó

sobre ella dándole un ángulo de 45 grados, así como un sonido que fascinó al jazzista. O el bajo de Jaco Pastorius, convertido en fretless (sin los trastes de metal) luego de que el músico lo mo-dificara con la plancha de su madre en un hecho que cambiaría la historia del instrumento. El más destacado, por supuesto, sigue siendo el Violín del Diablo; el Guarnerius que perteneciera a Niccoló Paganini a inicios del siglo XIX y que año con año se deja tocar y grabar por los ganadores del concurso dedica-do al virtuoso genovés.

En tal sentido, recientemente se es-trenó el documental La guitarra vuela dedicado a la compañera de Paco de Lucía, un instrumento que tuvimos la oportunidad de tocar y que conmue-ve por la energía que le otorga nuestra imaginación. Otro valor intrínseco e inseparable que nos obliga a enaltecer un instrumento: saber que allí se com-pusieron tales piezas; que allí se impro-visaron tales otras; que su resonancia le dio la vuelta al mundo definiendo las más intrincadas falsetas del flamenco. Todo ello, aunque subjetivo, afecta su es-tancia en la habitación que la contiene.

Otras películas que provocan estas reflexiones son, desde luego, El vio-lín rojo, El piano, La guitarra de Gardel, abocadas a enseres específicos. Algo diferente a lo que ocurre en Todas las mañanas del mundo, El viaje del acor-deón o El alma del bandoneón, valiosas pero genéricas. Pensamos también en el libro Las aventuras de un violonchelo, del mexicano Carlos Prieto (escrito pa-ra su propio chelo), en oposición a El contrabajo, novela psicológica de Pa-trick Süskind dedicada, entre otras co-sas, a la personalidad general del instru-mento. Pensamos en todo esto abatidos por el insomnio, miedosos de reencon-trarnos con nuestro propio cómplice al que no hemos tocado en dos semanas. Silencioso en su funda no sabemos si está dispuesto al canto. De una forma u otra, lo sabemos, siempre hay que co-menzar la conquista desde cero, humil-demente, pues es él quien de verdad nos tañe. Veremos. Buen domingo. Bue-na semana. Buenos sonidos •

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149 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada SemanalARTE Y PENSAMIENTO ........

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[email protected]: @JorgeMoch

Jorge MochAna García Bergua

Cosas en la cabeza

La energía secreta del fleco

HAY PERROS CON FLECO que estoy segura de que agradecen a los humanos que les despejen la vista. El fleco, sin embargo, los torna demasiado huma-

nos, como cantantes de los sesenta, y no dejan de inquietarme por lo mismo. El fleco me parece uno de los adminículos más propios de nuestra especie, la verda-dera rebelión contra la naturaleza, de la que surgieron las faldas y los cortinajes. Por supuesto me refiero al fleco corrido, ése que no se aparta nunca pues dejaría

de ser fleco, que cubre la frente como un peine puesto de cabe-za. Como el que lucía el pintor japonés Fujita, amante de los gatos y de autorretratarse con aquel fleco que contribuía, junto con los redondos lentes, a ocul-tar misteriosamente su bello rostro oriental. El fleco es la ame-naza perpetua de clausurar la mirada y volverse animal de nuevo. Por eso el asesino que Javier Bardem interpreta en la pe-lícula No Country for Old Men, de los hermanos Cohen, trae uno de horror, que hace a un lado.

A veces el fleco da la impre-sión de que se porta con la fina-lidad de tener un pretexto para soplar hacia arriba, como un ges-to de liberación. Si uno viaja en el Metro temprano por la mañana, puede encontrar una legión de mujeres de muchas edades, to-das con un enorme tubo en el que se han enrollado el fleco, separado con gran precisión de una cola de caba-llo tan estirada que tensa las sienes. Los ignorantes creen que ese tubo sobre la frente (por lo general de plástico rosa, a veces azul) sirve para curvar el fleco exageradamente por extrañas razones estéticas, pero en realidad es una mues-tra del dominio de la civilización sobre sus propios inventos. Ay de aquel que rete a una secretaria de sienes tensas y tubo en la frente, en plena posesión de su poder controlador, pueden ser terri-bles. Además, el tubo sobre la frente les transmite secretos profundos que las ayudan a enfrentar el arduo día y vencer los dolores de cabeza provocados por la ignorancia de sus jefes.

LA DESESPERACIÓN DE LA GORRA

Hace muchos años fui, en la noche, a visitar a un anticuario de La Lagunilla. Iba a recoger unos instrumentos anti-guos –un compás, un astrolabio, una brújula–, que adornarían el estudio de Sor Juana en una serie de televisión so-bre la Décima Musa. Trabajaba yo para una espléndida vestuarista y decorado-ra inglesa, quien me lo pidió un poco de emergencia, pues la escena se rodaba al día siguiente. Nuestro anticuario –gran conocedor, en varias ocasiones había-mos ido a que nos socorriera con mue-bles y objetos de diferentes épocas para las películas– usaba una gorra per-petua, de día y de noche, que nos daba siempre que pensar. ¿Ocultaría algo aquella gorra a cuadros, más bien volu-minosa, algún chipote eterno, alguna calvicie, otro rostro quizá, más peque-ño? A veces, entre escena y escena de alguna película, me preguntaba yo por aquel curioso secreto y esa noche pen-

sé que tal vez vería al anticuario sin su gorra, pues iría directamente a su casa. Sentí cierta emoción no exenta de mie-do. ¿Me toparía acaso con el hombre elefante, tendría nuestro amigo una calva tan reluciente como la que hizo a uno de mis familiares perder la serie-dad el día en que fue a pedirle auxilio a otro en una circunstancia grave y des-cubrió el larguísimo mechón que en el día se enrollaba cuidadosamente como queso de Oaxaca? Admito que soy una morbosa; con la edad he mejorado un poco, no mucho, y pido disculpas por esta baja pasión. Quizá, haciendo ho-nor a su oficio, nuestro anticuario dor-mir ía con camisón largo, gorro de dormir y bigotera como Groucho Marx.

En realidad, la casa no era muy dis-tinta de su tienda de La Lagunilla. De hecho, estaba igualmente llena de sa-las y comedores de distintas épocas, apilados con lámparas, adornos, ro-pas y otros objetos. El buen hombre abrió la puerta en camisa y con la eterna gorra en la cabeza. Ni en la casa se la qui-taba, qué misterio. Me recibió con ama-bilidad, me ofreció un jerez que decli-né cortésmente, me dio mi astrolabio y partí en el Metro de regreso a mi casa. Esa noche caminé entre los soldados que vigilaban la entrada a Coyoacán por Francisco Sosa con una mezcla de temor y desencanto. Después soñé que, merced a un salto audaz de los que sólo se dan en sueños, le arrebataba la gorra al anticuario. Debajo había, por supues-to, otra gorra igual, como sucede siem-pre con los misterios, y debajo otra y otra y otra, hasta la desesperación. El astrolabio no ayudaba a orientarse en aquella profundidad •

Twitter y los presidentes

Para todas las víctimas, otra vez, de este #GobiernoEspía

PARECE QUE TWITTER, la red social de la concisión, por aquello de los 140 rigu-rosos caracteres por mensaje, está adquiriendo cierta relevancia peculiar:

exhibe descarnadamente la estulticia esencial de los hombres más poderosos del orbe que, invariablemente, son los presidentes de las naciones. O expresidentes, tal que ya se verá… Es como si Twitter fuera una suerte de filtro, de lente mágico

que desnuda al emperador, nos lo muestra en gregüescos mientras el imbécil se pavonea en imaginaria tú-nica, como en el clásico. Y es que poder presidencial y humildad aparentemen-te no casan en una misma frase. O será que a los presidentes los envalentona comprobar qué estimulante resulta el ejercicio de la libertad de opinión, ésa que precisamente a algunos suele serles tan ingrata…

Baste leer (o peor todavía, contex-tualizar) por ejemplo los tuits del presi-dente mexicano actual para conocer de sus pocas luces, o de su ese sí, coruscan-te cinismo –como cuando lamenta la suerte de las víctimas de un atenta-do en cualquier país del Primer Mundo, mientras omite perversamente hablar de las víctimas de su régimen corrupto y criminal. Los tuits de Peña Nieto hue-len a simulación y maquillaje, a esceno-grafía, a ajeno: apuesto que ni siquiera los escribe él. Tendrían terribles errores ortográficos.

Quizá ningún mandatario en funcio-nes está metiéndose constantemente y por su cuenta en complicados be-renjenales creados por él mismo como D o n a l d Tr u m p, q u e e s h oy s i n ó n i -m o internacional de idiotez y abuso. Su peor enemigo no es la prensa, ni los l iberales demócratas de su país; ni siquiera su antagónico símil norcorea-no: el peor enemigo de Trump es Do-nald Trump con un celular en las deli-cadas manitas. Sólo él mismo, Trump tuitero, ha desenmascarado una y otra vez a Trump defraudador. Es gracias a ese absurdo protagonismo tuitero que ahora veinticuatro demócratas están impulsando un comité especial que reúna a psiquiatras y especialistas en conducta humana para determinar si el orate anaranjado es apto mental-mente para seguir al frente de la Casa Blanca.

Lástima que no tuvimos Twitter en tiempos del inefable pelón Salinas. Sus detractores le hubiéramos podido cau-sar algunas agruras, borrarle un poco esa sonrisita socarrona que parece bus-car el soplamocos…

Los tuits de Vicente Fox son una ver-gonzante colección de claudicaciones que van desde las bravatas propias del ranchero que ya le conocemos, hasta su lamentable adhesión al priismo que tanto decía aborrecer cuando era can-didato de algo. Como Trump (tiene algo de parecido, en lo bravucón y deslen-guado, pero sobre todo en lo tonto), se desnuda a sí mismo a tuitazos: Fox ha confesado públicamente que conspi-ra contra la democracia en México con tal de que no llegue nunca al poder An-drés Manuel López Obrador.

Pero los tuits más divertidos son sin duda los del evidentemente acom-plejado y revanchista, y presunto bo-rrachín sempiterno Felipe Calderón Hinojosa, que es en Twitter un autén-tico bufón, atareadísimo en su circo de crit icar al régimen socialista en Venezuela pero ciego a las atrocida-des que causó su nefasto paso por la Presidencia de México. Sus tuits son tan comprometedores que su propia mujer lo ha calificado de estigma, tan-to que se avergüenza y los borra des-pués, o se los borran. Como cuando a principios de abril publicó uno en el que intentó hacer un jueguito de pa-labras con el nombre de una candida-ta de Morena y luego, cobarde como es, lo borró para luego arrepentirse y arremeter contra los seguidores de Morena llamándolos, claro, como buen yúnior, “pejechairos”. Y ese enano men-tecato fue presidente de “todos” los mexicanos, ajá. Pero el mejor tuit de Calderón, el que lo retrata perfecta-mente en su vulgaridad y su desatino de borracho, fue a mi juicio el que pu-blicó y borró casi inmediatamente en días pasados, en la noche del 1 al 2 de julio, y empezaba con algo así como

“Shu…”, para después soltar un par de vulgaridades. Retrato genuino del chaparrito pelón de lentes que nos desgració el país.

Quien, por cierto, no satisfecho con tanta masacre, parece que quiere vol-ver al trono por medio de la candidatu-ra de su señora esposa… como si lo fuéramos a permitir así nomás… •

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15 ........ ARTE Y PENSAMIENTOARTE Y PENSAMIENTOJornada Semanal • Número 1166 • 9 de julio de 2017

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Juan Domingo Argüelles Twitter: @luistovarsLuis Tovar

“Hija del azar; fruto del cálculo”

ENTRE TODOS LOS GÉNEROS literarios el de la poesía es el más íntimo. No es que no pueda serlo la prosa narrativa, pero en la prosa narrativa es más fácil

distinguir el yo literario del yo personal. En cambio, en la poesía, incluso si no es autobiográfica, el yo poético del yo personal tiende a fundirse. Pensemos en Ne-ruda y en Borges. Podemos abstraernos en lo poético, pero no hay duda de que en sus poemas están presentes siempre las experiencias personales de Neruda y de Borges.

Escribir poesía es siempre algo más intenso e íntimo y no obedece a urgencias ni a compromisos. La poesía no es un trabajo; la poesía es un milagro. La poesía

sucede. Por ello no deja de ser al-go extraño que alguien se pro-ponga hacer un libro de poemas sobre esto o sobre lo otro, a me-nos por supuesto que esa sea la obsesión de su vida. De otra for-ma, la disciplina, con un tema determinado, sólo puede produ-cir ejercicios poéticos, pero no necesariamente poesía.

La poesía más que un trabajo es una epifanía. Si la poesía no es una imperiosa necesidad emocio-nal e intelectual, será simplemen-te un juego, un pasatiempo. Y no está mal que lo sea, pero como pasatiempo puede ser también bastante aburrido. Hay pasatiem-pos más divertidos. Por otra parte, la inteligencia es maravillosa, pe-ro se enfrenta a un drama ineludible, el cual fue definido y descrito, lúcida y poéticamente, por Antonio Machado:

“El intelecto no ha cantado jamás, no es su misión.”

La poesía es también música. Ritmo. Ineludiblemente. Lo dice Carlos Pellicer (en su “Discurso por las flores”): “Las pa-labras con ritmo –camino del poema–.” Porque no hay nada, ningún arte, nin-guna manifestación estética, más inte-gral que la música. La poesía intenta ser música o al menos integrarse a la mú-sica desde los tiempos en que era acom-pañada por la lira. Pero la máxima vir-tud de la música es que no necesita de palabras para ser poesía. Carlos Ed-mundo de Ory, el poeta español, dice en un poema: “Maldito sea yo, que no sé tocar ningún instrumento.” Aunque, por lo demás, quizá sea mejor no tocar ningún instrumento si no es con la más alta maestría. Escuchar la música, go-zarla, amarla, debe ser un mejor desti-no que echarla a perder.

La poesía es, además, inspiración, aunque ésta sea indefinible, inefable en el mejor sentido. Octavio Paz, en El arco y la lira, quizá el libro moderno más im-portante que se haya escrito en la len-gua española sobre poesía, escribe: “La voz del poeta es y no es suya. ¿Cómo se llama, quién es ese que interrumpe mi discurso y me hace decir cosas que yo no pretendía decir? Algunos lo llaman demonio, musa, espíritu, genio; otros lo nombran trabajo, azar, inconsciente, ra-zón. Unos afirman que la poesía viene del exterior; otros, que el poeta se basta a sí mismo. Mas unos y otros se ven obli-gados a admitir excepciones. Y estas excepciones son de tal modo frecuen-tes que sólo por pereza puede llamár-selas así.”

Nadie sabe qué es la inspiración, pe-ro existe. El endecasílabo perfecto de San Juan de la Cruz “un no sé qué que quedan balbuciendo” es un milagro del

espíritu, una epifanía. Millones de indi-viduos que saben mucho sobre poesía y didáctica de la creación poética, aca-démicos y lingüistas muy capaces, nun-ca podrán igualar algo así, aun si de-dicasen cada minuto de su existencia a conseguirlo. No solamente no es pro-bable, sino que, definitivamente, no es posible.

Por arte de inspiración, de pronto, unas palabras se transforman en algo inolvidable ya para siempre: “Abril es el mes más cruel...” Y hasta los peores poe-tas tienen sus buenos versos. Dijo Bor-ges: “No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor ver-so de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es pri-vilegio de unos cuantos nombres ilus-tres.” Incluso al cerebral Paul Valéry se atribuye la siguiente certeza: “Los dio-ses facilitan el primer verso; los demás, los hace el poeta.”

Recordemos de qué modo Octavio Paz define, indefinidamente, la poesía, con todos los sustantivos posibles e im-posibles: “Oración, letanía, epifanía, pre-sencia. Exorcismo, conjuro, magia. Subli-mación, compensación, condensación del inconsciente. [...] Experiencia, sen-timiento, emoción, intuición, pensa-miento no-dirigido. Hija del azar; fruto del cálculo. Arte de hablar en una for-ma superior; lenguaje primitivo. Obe-diencia a las reglas; creación de otras. Imitación de los antiguos, copia de lo real, copia de una copia de la Idea. Lo-cura, éxtasis, logos. [...] Visión, música, símbolo.”

Es natural que un poeta, cualquiera, no se sorprenda del todo al conseguir, unas poquísimas veces, algo parecido a la belleza y a la música. Lo más probable es que eso que se salva, o lo que puede salvarse, se deba al arte de ese demonio del que habla Paz, invocado, rogado por el conjuro de la magia y el lenguaje pri-mitivo. Sólo lo demás es suyo •

Cine y censura (II Y ÚLTIMa)

INDEPENDIENTEMENTE DE LA DIMENSIÓN precisa de sus valores estrictamen-te cinematográficos, el principal acierto de Obediencia perfecta –de la que se

comenzó a hablar aquí la semana pasada– no es diegético sino de contexto, pues hasta ese momento –un 2014 tardío si se le coteja con la época de las primeras denuncias y acusaciones en contra de quien fuera solapado y encubierto por el pontífice Wojtila, quien por cierto después sería considerado “santo” por su feligre-sía– la filmografía nacional no contaba con una sola producción explícitamente referida a esos hechos reales. El antecedente más inmediato era El crimen del padre

Amaro, que filmada más de una década antes y, a su vez, también adaptación de una obra literaria, ésta del portugués Eça de Queiroz, más bien alegorizaba la venalidad eclesiástica contemporánea y nacional.

Así pues, y para decirlo de modo su-cinto, Obediencia perfecta vino a llenar un hueco del que ni documentales co-mo Agnus Dei: cordero de Dios, de Alejan-dra Sánchez, se habían ocupado, en tanto –conviene insistir– abordan la pederastia religiosa sin particularizar o, cuando lo hacen, no ha sido sobre el multicitado Marcial Maciel. Además, conviene no soslayar ese otro fenóme-no contextual consistente en el abismo que, quiérase o no, separa la difusión, la repercusión y la memorabilidad pú-blica de un filme de ficción y de uno documental.

A VER A QUÉ HORAS

Sobre el segundo de los temas poten-cialmente álgidos en lo cinematográfi-co mencionados aquí –religión, sexua-lidad y poder–, considérese Yo soy la felicidad de este mundo (2015) o, mejor aún, la filmografía entera de Julián Her-nández, uno de cuyos principales inte-reses temáticos es la sexualidad, en su caso, en la vertiente homoerótica.

Es precisamente esta segunda con-dición la que le confiere a la obra entera de Hernández el más distintivo de sus rasgos y, al mismo tiempo, lo que la vuel-ve uno de los principales referentes de irreverencia e “incorrección política” en el espectro fílmico nacional, no sólo de los últimos años, y esto es así con inde-pendencia de la calidad intrínseca y la buena o mala recepción de cada uno de sus filmes en particular. Lo que quie-re destacarse aquí es la saludable pre-sencia de un corpus fílmico sin el cual el cine mexicano, visto de conjunto, luciría aún más pacato, mocho y reproductor de clichés prejuiciosos y discriminato-rios, de lo que de por sí suele lucir. En otras palabras, si algo no hace Hernán-dez es autocensurarse, y para compro-barlo bastaría incluso con citar el título del cortometraje documental que filmó

en 2015: Muchacho en la barra se mastur-ba con rabia y osadía.

En cuanto al poder, tercero de los temas que muchos acaban por soslayar, ya por conveniencia, ya por desinterés, el paradigma no es una película ni una filmografía en particular, sino una cons-tante deplorable: tratándose de cine de ficción, en México pareciera impo-sible llamar a las cosas –y sobre todo a las personas– por su nombre. Es aquí, donde la denuncia se torna cada vez más apremiante, el ámbito en el que nadie se atreve pues, como sabe cual-quier residente en el país, al que se atre-va pueden enfriarlo, y eso si antes logra terminar un filme que, por supuesto, no habría sido hecho con ningún apoyo económico estatal.

Así las cosas, esa cordillera de silen-cios que ensordecen luce en la parte más alta un puñado de alegorías ape-nas, de ejercicios metafóricos y alusio-nes la mayoría de las veces tan vagos o tan lejanos que parecen aludir a cual-quier realidad y no a la mexicana con-temporánea en específico, y todo tan escaso y de tan cortos alcances que lo más destacable sigue siendo la pro-puesta de Luis Estrada, cuyo discurso fílmico, empero, fue transitando de la iconoclastia en aquel entonces cim-brante de La ley de Herodes (año) al ejercicio insuficientemente paródico de La dictadura perfecta (2014). Por efi-cientes que resulten, la caricatura y el humor negro claramente no alcanzan a llenar un hueco que sólo puede ser col-mado por la realidad misma, ésa que, en literatura y como puede verificarse en este número de La Jornada Semanal, lle-va el nombre de no ficción y, sin ser sólo periodismo ni sólo denuncia, también es un oficio literario, es decir, artístico.

Los ensayos al respecto son menos que escasos, mientras los asuntos y los personajes reales que deberían es-tar siendo reflejados en la pantalla no hacen sino acumularse. Esa es una de las tareas pendientes, entre muchas otras, del cine nacional de ficción, que a ver hasta cuándo se saca el bozal de la autocensura •

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9 de julio de 2017 • Número 1166 • Jornada SemanalCREACIÓN 16

ruido adentro de la casa, tal vez un mal presenti-miento, despertó a su madre. La mujer fue direc-tamente al dormitorio de las hijas, encendió la luz. La que había ido al baile aún no había regresado, su cama seguía vacía, con las sábanas tensas meti-das bajo el colchón. La otra, Andrea, dormía, pare-cía dormir. Algo en la aparente armonía del cuer-po acostado boca arriba, los brazos a los costados, e l cubrecama doblado sobre e l pecho de la muchacha, el cabello prolijamente esparcido sobre la almohada, algo llamó la atención de la mujer. Medio abombada por el sueño, no podía decir qué era lo que le hacía ruido en esa postal de Bella Durmiente. Hasta que se dio cuenta: sangre, unas gotitas de sangre en la nariz.

Sin atreverse a tocarla, llamó a su marido.¡Vení! ¡Vení te digo! A Andrea la mataron de una puñalada en el

corazón, mientras dormía en su propia cama. no intentó defenderse, pero su cuerpo quedándose sin aire y sangre habrá sufrido espasmos, movi-mientos convulsos, durante dos o tres minutos, el tiempo que lleva morirse con una herida así. Sin embargo, su cuerpo estaba como tranquilamente dormido. El o los asesinos, antes de salir de la habitación, acomodaron amorosamente el cadá-ver de la chica.

A partir de que se supo la noticia se dijeron muchas cosas. Todo ese verano hablaríamos de la chica muerta, su asesinato sería tema de conver-sación una y otra vez, aun cuando se terminaron las novedades y el caso empezó a estancarse.

Esa noche, la del 15 al 16 de noviembre Andrea, una hermosa estudiante del profesorado de psicología, no había ido al baile del club Santa Rosa como

el resto de las jovencitas sanjosesinas.Esos bailes eran famosos en la zona. Mi tía

y sus amigas iban siempre. Cuando mejor se ponía era cuando el animador y pasadiscos de la noche era el Pato Benítez, uno que tenía un programa de radio en lT26. No sé si el Pato Bení-tez era un muchacho apuesto, me parece recor-darlo más bien flacucho y narigón, pero como trabajaba en la radio todas las chicas, empezando por mi tía, le andaban atrás. Igual no viene al caso. No sé si era quien animaba el baile de esa noche, pero bien podría haber sido.

Entonces esa noche Andrea no estuvo en el baile con su hermana y la barra de amigos. Salió un rato con su novio a dar vueltas en moto por el centro y tomar un helado. Luego, a eso de doce de las noche se despidieron: ella tenía un examen importante y debía estudiar.

Cuando lo acompañó hasta la calle, vio que se venía la tormenta, así que se apuró a entrar y meterse en la cama, con los apuntes en la mano.

En el dormitorio de al lado, pegado al que ocupaba con su hermana, dormían los padres y el hermano más chico.

Leyendo sus fotocopias, Andrea se quedó dormida.

Una hora después tal vez la tormenta que chillaba y refocilaba sobre el pueblo, tal vez un

Decían que para ir a dar aviso a la policía el padre se había vestido y se había puesto zapatos acordonados. Los zapatos, sobre todo, eran un elemento de sospecha. Ante algo así, aseguraba la gente, uno sale en pijama y en patas, no se detie-ne a ponerse las medias y atarse los cordones.

Decían que cuando la policía llegó, la madre había limpiado los pisos del dormitorio, dado vuelta el colchón y cambiado las sábanas. Además había lavado el cuerpo de su hija y le había pues-to un camisón.

Decían esto y muchas otras cosas. La gente decía, inventaba porque no había, nunca hubo, novedades de la justicia.

Los padres y el novio encabezaron la lista de sospechosos, pero tampoco hubo pruebas concre-tas que los incriminaran. Ni razón alguna de por qué alguien la quería muerta. La gente tejió y destejió a gusto. Se habló de magia negra, secta satánica, narcotráfico, prostitución, un amante celoso.

Pasaron veinte años y nunca se supo nada ni se resolvió el crimen. Probablemente el asesino de Andrea siga respirando el olor a tierra mojada que precede a las lluvias y sintiendo el sol sobre su cara. Mientras ella mira crecer las flores desde abajo •

*Del libro El desapego es una forma de querernos, Random House, 2016.

La mujer en su cama*

(fragmento)

Selva Almada