No es tan Simplex

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Cierto alborozo en los anuncios del desembarco de Cargill en Misiones para producir stevia, nos obliga a la reflexión y sobre todo el análisis de lo que significa que una empresa trasnacional despliegue sus poderosos brazos sobre nuestro territorio.

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No es tan Simplex

Daniel Llano

Junio del 2011

Cierto alborozo en los anuncios del desembarco de Cargill en Misiones para producir

stevia, nos obliga a la reflexión y sobre todo el análisis de lo que significa que una

empresa trasnacional despliegue sus poderosos brazos sobre nuestro territorio.

Un simple recorrido por Internet hace surgir miles de denuncias en todo el mundo por

aplicación de trabajo tercerizado o inestable, despidos por protestas o reclamos

salariales, falta de atención y cobertura médica de los trabajadores, contaminación

ambiental, explotación campesina, condiciones de trabajo insalubres, uso

indiscriminado de agrotóxicos y otros asuntos para nada promisorios para quienes

decidan asociarse a alguna de tales empresas.

En el marco del agrobussines el año 2009 concluyó con tres cumbres internacionales: la

Cumbre sobre la Seguridad Alimentaria, organizada en Roma por la Organización

Mundial de la Agricultura y Alimentación (FAO), la Conferencia Ministerial de la

Organización Mundial del Comercio (OMC) en Ginebra, así como la cumbre de las

Naciones Unidas sobre el Clima en Copenhague. En cada uno de estas cumbres, las

trasnacionales demostraron su intención de controlar los sistemas alimenticios y de

agricultura, los mercados, la tierra, las semillas y el agua a escala mundial.

Trasnacionales tales como Monsanto, Cargill, Archer, Daniel Midland y Nestlé

asistieron a estas cumbres como un ejército de grupos de presión con el claro propósito

de crear políticas de acuerdo a sus intereses.

Por ejemplo, la transnacional Monsanto, basada en los Estados Unidos, quiere recibir

fondos públicos para subsidiar su semilla de soja ‘Roundup Ready’, genéticamente

modificada para resistir el glifosato (vendido por la misma compañía bajo el nombre de

‘Roundup’), el herbicida más común a nivel mundial. Monsanto insiste que la soja

‘Roundup Ready’ ayudará a reducir el cambio climático porque la resistencia al

herbicida ‘Roundup’ significa que pueden ser cultivados sin arar la tierra (lo cual emite

dióxido de carbono), técnica se conoce como “agricultura sin labranza”. Monsanto

argumenta que sus semillas y herbicidas deberían ser elegibles para recibir créditos por

bonos de carbono a través del Mecanismo de Desarrollo Limpio, como parte de la

Convención sobre Cambio Climático de la ONU (CMNUCC).

Sin embargo la realidad es que Monsanto y otras transnacionales son las entidades que

más contribuyen a las crisis del medio ambiente, porque promueven un modelo no

sustentable de agricultura industrial. Mientras incrementan su control sobre las tierras y

los mercados de productos agropecuarios, las transnacionales obligan a los campesinos

a dejar sus tierras y reducen las oportunidades para encontrar empleo en áreas rurales.

El resultado es que los barrios pobres de las periferias de las ciudades se llenan con más

familias sin empleo.

Argentina, país tradicionalmente agrario, es productora de alimentos tanto para el

consumo de sus habitantes como para exportación. Gran parte de lo que llega a los

hogares es producido por gente que todos los días trabaja en el campo. Los campesinos,

no salen en los diarios o en la televisión cuando se habla del “campo”. El sector patronal

de la producción y las empresas transnacionales agropecuarias se han apropiado

entonces no sólo de miles de hectáreas de tierra, sino también del concepto mismo de lo

que significa producción agraria.

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Para la clase media de las ciudades, el campo significa solamente las entidades que

desataron un feroz lock out agrario. A lo sumo, identifican al campo con las costumbres

rurales de antaño o sus manifestaciones musicales folclóricas. Pero, gracias a la presión

mediática, nunca asociarán al campesino como el verdadero actor protagónico del

campo, con sus luchas sociales, sus relaciones de trabajo, sus formas actuales de

existencia. En la Argentina actual, un colono, un chacarero, un hortelano o un peón rural

no son el “campo”.

Pero lo cierto es que ellos existen y producen. Según datos del Instituto Nacional de

Tecnología Agropecuaria (INTA), el sector abarca el 66 por ciento de los

establecimientos agropecuarios del país aunque ocupa sólo el 13,5 por ciento de la

superficie, más de 23 millones de hectáreas. Pero además, este otro “campo” produce el

20 por ciento del Valor Bruto de Producción y constituye el 53 por ciento del empleo

rural. Menos densidad de capital y de tenencia, para mayor empleo de mano de obra: un

desempeño imposible de alcanzar para las trasnacionales.

En la región del Nordeste argentino la contribución de los agricultores pequeños en los

cultivos de renta regional constituyen el 62 % del total regional en yerba mate el 52 %

en tabaco el 42 %, en algodón, y en té el 69 %. En ganadería aportan más del 20% de la

producción de vacunos de la región, y más del 60 % de ovejas y cabras, según datos de

Instituto Interamericano para la Cooperación Agropecuaria. Además producen y llevan

a los mercados locales todo tipo de hortalizas, legumbres, verduras frutas y cereales.

Pero claro, ante la tecnología de las trasnacionales, este otro”campo” parece un modelo

atrasado, digno de ser erradicado sin demora. Y así se está haciendo. Diversos grupos y

asociaciones campesinas del país, ahora asociados en el Frente Nacional Campesino, a

su vez ligado a la red internacional denominada La Vía Campesina, han denunciado que

APREESID, SRA, CRA, CONINAGRO y hasta de la FAA (o sea la Mesa de Enlace),

han utilizado todo tipo de métodos criminales e ilegales para expulsar por la violencia,

incluso armada, a comunidades enteras campesinas e indígenas, con el accionar

cómplice de jueces, policías y dirigentes políticos, contaminando territorios, aguas,

bosques y biodiversidad.

Ambas organizaciones han llamado a luchar contra las multinacionales “que involucran

la expansión de industrias contaminantes y que están disputando y apropiándose de la

tierra, el agua y el territorio”. “Las corporaciones transnacionales son nuestros enemigos

comunes, constituyen la forma actual del capital que ejerce el control sobre nuestras

economías” aseguran en un comunicado. “En las zonas rurales estamos viendo una

feroz ofensiva del capital y las transnacionales sobre la agricultura y los bienes

naturales, es una guerra privatizadora de despojo contra campesinos e indígenas, un

robo privatizador de la tierra, la biodiversidad, el agua, las semillas, la producción y el

comercio agrícola”. Además llaman a luchar “contra Cargill, Monsanto, Nestlé

Syngenta, Walmart”, todas multinacionales que se dedican a la producción, distribución

y comercialización de alimentos.

Esta claro que la lucha recién empieza, que será de largo alcance y que se enfrentan dos

modelos antagónicos: uno que prioriza el ser humano, la familia campesina, el agua, la

tierra, los mercados locales, la producción sana y sustentable amigable con el medio

ambiente; y otro que solo quiere magnificar sus ganancias comprando tierras,

desplazando familias y utilizando técnicas con alta dependencia de insumos

contaminantes, aplicando su alto poder de influencia en gobiernos y amplios sectores de

la sociedad.

Llama la atención que el canal de desembarco de las inversiones de Cargill en Misiones

sea justamente la denominada Cooperativa Tabacalera. Un modelo de producción que

fue desplazando toda alternativa local de industrialización del tabaco, para constituirse

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en el único y por tanto monopólico canal de comercialización de la hoja seca. Miles de

campesinos misioneros han conocido durante años lo que significa este modelo, que

paga por un producto anual, pero que ha implicado el mantenimiento de una producción

a precio vil con todas sus secuelas de permanencia de la pobreza, la falta de cobertura

médica y social (finalmente solventada por el Estado) y las secuelas de envenenamiento

por agrotóxicos todavía pendientes de ser investigadas con seriedad. Esto sin mencionar

lo que ha significado para las áreas ambientales protegidas de la provincia, el avance del

sistema de roza y quema para implantar tabaco como recursos de subsistencia en las

fronteras agrícolas de la provincia. A más miseria, menos árboles.

Hoy existen en Misiones cuatro emprendimientos PyME o cooperativizados para

producir stevia. La gran mayoría de sus componentes provienen del cultivo de tabaco, y

ven en este nuevo producto una alternativa para salir del círculo vicioso donde están

inmersos. Así lo hacen porque todos ellos están trabajando en producción con valor

agregado, un edulcorante en polvo o líquido con marca propia. Muchos de estos nuevos

emprendedores tienen más de 50 años, y recuerdan con claridad los intentos de un

pasado no tan lejano, cuando los misioneros trataron de tener su marca propia de

cigarrillos. La fábrica se llamaba Simplex. Estaba Bonpland. Tres intentos fallaron

debido las prácticas desleales de las grandes empresas, por la falta de apoyo estatal, por

la soledad informativa y comunicacional a la que fueron llevados.

Terminaron, en un heroico aunque vano intento por continuar, tratando de fabricar

cigarrillos sin nicotina a partir de la hoja de lechuga.

Hoy, quizás el protagonismo –y hasta el antagonismo– del gobierno nacional respecto

del accionar de las trasnacionales del agro, se traduzca en un final diferente para el tema

stevia. Pero eso todavía está por verse. Realmente, el desembarco de Gargill en

Misiones tiene sus bemoles, la cuestión no es tan simplex. sus