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COMO FACTOR PRINCIPAL EN LA CIVILIZACION Y EN EL PROGI\ESO DE LOS PUEBLOS. rOR MAYAGUBZ. 1M P R E N T A FERNAN D E Z. 1888.

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COMO FACTOR P R I N C I P A L

E N L A C I V I L I Z A C I O N

Y EN EL PROGI\ESO DE LOS

PUEBLOS. rOR

M A Y A G U B Z .

1M P R E N T A F E R N A N D E Z .

1888.

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COMO FACTOR PRINCIPAL

E N L A C I V I L I Z A C I Ó N

Y EN EL PROGRESO DE LOS

PUEBLOS. POR

MAlfACrUEZ.

I M P R E N T A F E R N A N D E Z .

1888.

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JL LA R E S P E T A B L E LOGIA T A N A M A .

Mientras nuestras leyes no lleguen al más alto punto de to­lerancia, será lenta la difusión de la luz; asi pues, debemos redoblar nuestros esfuerzos hasta conseguir su hermosa plenitud, porque en él Ínterin, tan funesta intolerancia servirá de pretexto, para que las masas ignorantes no puedan participar del gran tesoro que dentro de sus templos guarda la institución masónica.

El amor, la Caridad, la inmensa beneficencia, y sobre todo, el secidar espíritu de justicia que la enaltecen y subliman, sólo pueden ser comprendidos por los que hemos tenido la dicha de contemplarla en su verdadero origen.

Por eso he creido que obras como ésta no dejarán de ser útiles para el pueblo, que tantos medios necesita para regenerarse de su letal ignorancia.

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aamera POMO F A C T O R P R I N C I P A L EN LA. C I V I L I Z A C I Ó N Y E N

E L P R O G R E S O D E L O S

(PÜ!)(Í(B(L®§. "No es con un simple objeto de beneficencia á lo que nos

reunimos: la masonería no es una beneficencia, como tampoco es una religión: las religiones se encuentran basadas sobre dogmas, y los dogmas son las arcas de hierro en que se encie­rra el pensamiento, encadenándose este pensamiento en toda clase de religiones ; en la masonería éste es esencialmente libre, pues cada uno de los que la forman piensa y cree lo que quiere : la conciencia reina allí como soberana, manifestándose libre­mente, porque la asociación tiene por objeto buscar en todas las cosas la verdad por el concurso de todos y por una recíproca enseñanza: en una palabra, es una escuela mutua. La maso­nería ha hecho grandes servicios á la humanidad y ésta espera aún mayores. De su seno es de donde han salido al siglo dé­cimo octavo, los hombres de genio creadores y organizadores de la gran revolución; y de su seno en nuestros dias se han levantado dos de los hombres más ilustres de nuestro siglo; Abrahan Lincoln, presidente de los Estados-Unidos, que abolió la esclavitud en América, y José Garibaldi, que ha dado la li­bertad á Italia". Eugenio Pelletan.

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Definida de este modo la institución á que nos honramos pertenecer, por uno de los hombres más eminentes de la litera­tura fancesa, ¿ qué hemos de decir nosotros que no sea un pálido reflejo de lo que en sustancia y esencia en sí abarca el pensa­miento del ilustre publicista ?

Todas las ideas, tanto políticas como religiosas ó de cual­quier carácter que sean, han hecho su aparición en la sociedad de una manera aislada y contingente : dos ó más individuos las han aceptado, y en virtud de los beneficios que idealmente prejuzgaron reportaría á los demás hombres, pasaron á popu­larizarlas. Así fué que se formaron las escuelas :

La idea de cada escuela es hija de la necesidad de una época.

Cada época ha necesitado desenvolverse de las que le han precedido, depurando los hechos, examinando las causas, y buscando en la observación la mayor cantidad de verdades, necesarias para ordenar el conjunto uniforme de la sociedad.

¡ Hé ahí el gran trabajo del espíritu humano, LA CIVILIZA­CIÓN !

Trabajo sublime que no se realiza sino por medio de es­fuerzos gigantescos, de grandes sacrificios, de un valor casi sobre humano, al cual sólo llegan ciertos hombres no sin gran

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— 8 — postración, pero al que deben acercarse todos los demás, tanto por el deber en que están de ayudarse recíprocamente, cuanto porque la Ley universal que rige los destinos de los seres hu­manos, los arrastra hacia él, fustigándolos por medio de ciertas emociones que son otros tantos sentimientos imposibles de evitar.

En esa labor próspera y fecunda el hombre se trasforma en héroe, el héroe en mártir, y el mártir en Ángel de luz. Si hay alguno que al contemplar el escabroso camino de su per­feccionamiento vacile, más le valiera desistir de ser hombre.

En una época y en un día, dia y época perdidos en la su­cesión interminable del tiempo apareció bosquejada imperfec­tamente en un número de hombres, una idea.

Los hombres desaparecieron sin dejar un solo recuerdo de quienes fueron ni como se llamaron ; empero, la idea le sobre­vivió : tampoco se sabe de que manera ésta se sostuvo ; es más, como creció y formó más tarde un cuerpo de doctrina, dando lugar á que se le erigiese en escuela ; pero escuela de principios tan universales, que aún después de estudiada y comprendida, nadie que se precie de criterio recto y de ilus­trada razón, se atrevería á formar un juicio definitivo de su verdadera grandeza.

Esa escuela es la MASONERÍA, institución extendida um­versalmente como esas federaciones creadas por el profético genio de Pi Margal!, y entrevistas en no lejano dia por la mi­rada audaz del inmortal Victor Hugo ; institución, repetimos, que participa de todo lo grande, de todo lo bello que contiene la filosofía, porque así como ésta señala de un modo matemá­tico las evoluciones, del ser humano al través de sus realizados progresos, la masonería, determinando las grandes reacciones en la política y en la religión, acentúa el desenvolvimiento pro­gresivo de las ideas, y pone en marcha á la humanidad en bus­ca de esos grandes medios, hasta ahora desconocidos, que han de realizar su perfeccionamiento moral, intelectual y material.

En efecto: la masonería, orientándose en la esencia y forma de la ley natural, procura sacar á la humanidad del tri­llado camino del dogmatismo ortodoxo ; quiere la libertad del entendimiento del hombre, de su conciencia, de su razón ; y quiere igualmente esa libertad para todos los seres que lo ro­dean, porque la libertad supone igualdad de derechos, y ésto es lo mismo que si digéramos dignificación humana, pues los hom­bres aún son esclavos, y donde la esclavitud constituye un ga-

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— 9 — lardón social, ni puede haber civilización, ni progreso, ni esta­bilidad en las Leyes, ni orden en las cuestiones económicas, ni respeto á la personalidad : en una palabra, la anarquía del ex­clusivismo y el absolutismo se convierten en leyes de fuerza prepotente de las cuales se sirven unos hombres para humillar á incapacitar á los débiles. Y ésto que por sí sólo es una vio­lación del derecho individual, constituye además el mayor de los crímenes sociales.

Pues bien : comprendiéndolo así la masonería, ha procu­rado por los medios más persuasivos, y de los cuales también sabe disponer en los momentos oportunos, sin alterarse ni darlo á conocer siquiera por de pronto, corregir esos yerros que las­timan hondamente no tan solo la dignidad, sino también los intereses de todo un orden social; que después, por medio del titánico trabajo de la ilustración acabará por completo con ellos, haciendo que todos los hombres se reconozcan como hermanos y que como tales se amen y respeten.

De esta manera solemne, esa institiición más grande por sus fines que todos los códigos llamados divinos, y aún más que las leyes preceptuadas por todos los legisladores conocidos, reasume el principio del bien universal por medio del amor y de la beneficencia, sin coartar de ningún modo el divino dere­cho del libro albedrio, don precioso que el AUTOR de la natu­raleza concedió al hombre para dignificarlo como correspondía, dada su aptitud en medio de los demás seres creados.

Los que desconozcan la escuela á que pertenecemos se extrañarán, sin duda, al leer nuestras afirmaciones, y creerán que exageramos el juicio que se desprende precisamente délos hechos consumados; empero, vendrán á darnos la razón si tie­nen en cuenta que los hombres de todas las naciones, de todas Jas creencias religiosas, do todos los sistemas . políticos y de todas las categorías sociales, forman en la masonería un cuerpo docente vinculado por los estrechísimos lazos de una fraterni­dad inviolable, de una moral purísima, y de una abnegación á toda prueba.

Además : basta observar el orden y armonía que presiden á todas esas obras que se ejecutan mediante su bienhechora influencia, para que desde luego, y sin necesidad de otras pruebas, se la reconozca como la más benéfica de todas las ins­tituciones creadas hasta hoy .

Ella ha hecho confraternizar á los hombres divididos por razón de los exclusivos privilegio de las castas, que las religio-

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— I O — nes positivas hicieron nacer del' seno de una misma sociedad, donde antes todos formaban una sola familia :

Ella ha sido en todas ocasiones el valuarte inexpugnable donde los débiles oprimidos por las miserias humanas encon traron generoso amparo :

Ella cerró para siempre las puertas de esas escuelas de viciosos extravíos, á los que se acogieron bajo su protectora influencia ; y á las pasiones mal contenidas las abrieron de par en par á la sombra de la impunidad que la ortodoxia de las religiones les ofrecieron, y en donde, con frecuencia harto lamentable, sucumbieron y aun sucumben, lo mismo el adolescente joven que empieza la carrera de su vida rodeado de todos I03 medios de ilustración necesarios para ser iitil á su famila y su patria, como el infeliz anciano que toca al ocaso de su existencia envuelto en la penumbra horrible de la ignorancia, madre celosa de todas las deformidades y de todas las utopías.

La masonería siempre recatada y pundonorosa, eludiendo todas esas manifestaciones entusiastas que pueden halagar la sensibilidad do ciertos hombres, ha marchado firme y decidida­mente trabajando en la obra cien veces secular, que lleva em­prendida desde hace algunos centenares de siglos sin retroceder un momento ; obra que, como dejamos dicho y repetiremos siempre, tiene por objeto la rehabilitación humana por medio do una justicia equitativa, y de una moral racional: por esto no es extraño que la generalidad, no conociendo sus laudables fines, la confunda con una de tantas sectas religiosas empeña­das en destruirse mutuamente, por ser una misma su índole y tendencias ; ó bien se la considere como una institución ex­clusivamente benéfica sin mas objeto que hacer la caridad en­tre sus misinos sectarios, esa cavidad do que tanto blasonan las creencias que establecen sus fundamentos en la le, y la cual, si se la examina con criterio desapasionado y. razonable, sólo es un escarnio lanzado audazmente á la faz humana.

¡ El mendigo que cubierto de harapos, sin luz en sus ojos, convulso por el hambre, y tembloroso de vergüenza va de puerta en puerta extendiendo su mutilada mano en demanda de un pedazo de pan, que á menudo se le niega, es el inteli­gente obrero de ayer que contribuyó á levantar el suntuoso palacio del encopetado señor que lo vé pasar volviendo el ros­tro temeroso de contagiarse con tanta miseria !

La masonería no es una beneficencia ; no es tampoco una

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religión como vulgarmente se ha creído ; es más, pero mucho mas que todo eso .

En sus relaciones con la moral es la escuela de la filosofía, porque estudiando á los hombres bajo su aspecto fisiológico, penetrando hasta el fondo de sus almas, y arrancando de ellas los inmutables principios de los deberes humanos, puede tra­zarles la amplia senda por la cual dirigirán sus pasos con acierto, sin exponerse á caer en las tenebrosas simas que se ocultan en el camino de la vida.

Con el concurso de sus conocimientos los dispone á pene­trar en un órde.n de verdades reales y objetivas, tanto más hermosas, cuanto qué sin acudir á la razón ni á la experiencia, pueden comprobarlasen las mismas causas de que se desprenden, porque en la realidad de las cosas está la verdad, y la verdad en la masonería es el principio fundamental é indestructible de todas sus obras, de todos sus hechos :

En sus relaciones con la política es la escuelas de los gran­des principios, porque á la luz de la ordenación establecida en las leyes naturales y divinas, forma el más recto criterio con la razón, y aunándolas á la voluntad del hombre, despierta el sentimiento de su justicia, única y sólida garantía del derecho, del bien común y de la libertad:

Ella es la que en medio de la corrupción de los gobiernos, y alzándose vigorosa y enérgica junto á las calamidades públi­cas, consigna en un día memorable para toda la humanidad y en una declaración solemne, los derechos naturales del hombre j derechos tanto mas inalienables y sagrados, cuanto que nacen de la soberanía del pueblo, que es el alma de toda nación.

Desde aquel hermoso día, la libertad y la razón han sido los luminares espléndidos que han esparcido su luz sobre la abatida frente de los seres humanos, hasta entonces esclavos de la tiranía, de la inmoralidad y la corrupción de los gobiernos <pie habían hecho de las leyes un objeto de utilidad propia.

En sus relaciones con la civilización es la escuela que ensancha los horizontes del hombre, guiándolo al través de las investigaciones científicas hasta los últimos límites del progreso humano, que debe ser en sustancia la perfectibilidad del espíritu.

Ella le muestra el conjunto inexplicable de todas las cosas creadas ; somete á su consideración lo infinito que se levanta sobre su cabeza, y lo infinito que se extiende debajo de sus pies; luego corre á sorprender los misteriosos secretos de la natura-

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12 leza, para iniciarlo en las futuras conquistas del pensamiento que, ávido de encontrar verdades que destruyan su letal igno­rancia, promueve ese movimiento universal que sin solución ni medida, lo envuelve todo en una aspiración generosa y siempre creeientc, desde la simple arista que se mueve sin cesar en torno de sí misma, liastas los gigantescos mundos que mas allá de las regiones estelares ruedan en sucesión eterna é inaltera­ble, en busca de su centro de perfección y grandeza.

Las deducciones, las hipótesis, las esperanzas de alas do­radas y poderoso vuelo de que están llenas la mayor parte de las leyendas científicas, no tienen valor alguno bajo la penetrante mirada de la Masonería Su ojo escrutador, al que ninguna ilusión fascina, vela desde el fondo de la más pura razón, bus­cando la solución de los problemas donde se oculta la felicidad y el bienestar del hombre, sin caer jamás ni en la superstición de los que son indolentes, ni en el frío exceptisismo de los que se sacrifican en la actividad constante de un trabajo estéril y superficial, que solo produce confusión y desorden.

En sus relaciones con el progreso es el término medio •entre la suma de todas las perfecciones, porque coloca al hom­bre en actitud de ser con el Cristo, modelo de todas las virtu­des :

Ella, instruyéndolo y alejándolo de las frivolidades del mundo profano, lo enseña á ser libre sin que llegue jamás á los extremos de la licencia : Lo hace grande sin que el orgullo y la torpe presunción desdoren un solo momento su carácter de hombre, título más que honroso cuando el ser humano sabe sostenerlo en el lugar que le corresponde : Lo hace humilde sin que nunca llegue á olvidarse de sí mismo para desender á la bajeza. Siempre justo, firme, severo, sumiso y valeroso, defenderá al oprimido, protejerá al inocente, estará al lado de los débiles sin que recuerde en ninguna ocasión los favores y servicios prestados, ni las ofensas é injurias que se le hayan inferido.

Por estas razones y otras más que damos al olvido, es que de su seno se han levantado esos generosos benafactores, que dando vida á los pueblos por medio del trabajo y siendo ejem­plo de virtudes y de valor, se han conquistado un nombre im­perecedero, que la humanidad recuerda á veces con sincera y expresiva veneración.

Por último : la masonería elevando al hombre al pináculo de todas las grandezas morales y materiales, le ha devuelto su

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— 1 3 — carácter divino que el GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO im­primió sobre su frente, distinguiéndolo así de los demás seres creados.

Por tanto : la honrosa liberalidad que la distingue y enal­tece en todas sus obras, si bien es verdad que puede ser uu motivo para colocarla en la regia categoría de las instituciones benéficas, no es razón objetiva para que exclusivamente se la considere como tal, ni mucho menos se haga alto en el abolen­go religioso que la popularidad le ha dado por virtud de su carácter evangélico, de su misión de paz y concordia humana, porque, como hemos dicho antes, su labor constante y grandio­sa se extiende aun más allá. Y sino, veámosla frente á frente de los sistemas religiosos.

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Las inclinaciones buenas ó malas del hombre no nacen de su estructura material ó de sus órganos más ó menos desarro-Hados; vienen sí del medio ambiente social qua lo rodea, de las ideas que lo circuyen al nacer, de las doctrinas que apren­de apenas su razón comienza á formarse, de la sociedad que lo acojo en su seno y le señala el sendero que tiene que atrave­sar durante el período de su existencia. De aquí la razón por que todos los principios religiosos, desde los vastos y extensos dogmas de la religión Brahamániea, á la que con razón puede llamarse cuna de todas las religiones conocidas, hasta el Deísmo más avanzado de nuestra época, sean el DOGAL DE HIERRO que oprime la conciencia privándola del libre albedrío ó ejercicio de sus facultades, pues debemos considerar que desde el mismo instante en que nacemos hasta aquel en que dejamos nuestra envoltura carnal para volver al mundo de los Espíritus, nues­tra verdadera patria, las religiones esclavizan al hombre de tal manera con la infalibilidad del dogma, que lo convierten en un siervo sumiso á la voluntad, no ya de la fuerza y del poder, sino de lo que es peor aún, de los errores y abusos que llevan en sí las fórmulas y exterioridades de un culto, cuyo principal objeto es oponerse tenazmente al paso de la civilización que ennoblece al ser humano, ensanchando con su hermosa luz el

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— 1 6 — espacio inexplorado de su inteligencia, y anmentado el tesoro valioso de sus sentimientos.

Las tendencias de la humana naturaleza, aún en su pri mitivo desarrollo, han sido siempre obtener en la mayor suma de placeres, la cantidad nominal de sus satisfacciones por los medios menos costosos. De aquí que la intemperancia haya sido en todas ocasiones la norma de la conducta del hombre abandonado á sí mismo j y en su consecuencia, las religiones aprovechándose de ésta deplorable debilidad, y si se quiere, de este refininado egoísmo, han exaltado poco á poco el sentimiento por medios de manifestaciones aparatosas que han tomado el nombre de fé religiosa, cuando solo era un medio apropósito para cubrir las apariencias del escándalo qué, ora levantaba un cisma, ora hacía estallar una guerra horrible y cruel entre dos naciones amigas, bien sacrificaba víctimas en las hogueras en honor del prestigio religioso, ó bien sembraba el desaliento y los temores en una fracción política. Entonces el misticismo ideal entonaba los divinos salmos, mientras que las miradas concupiscentes, la sonrisa de los apetitos desordenados, la ex­presión de una ambición desmedida, estallaban como aplausos infernalos en torno de la mentira y de la más pérfida y horri­ble hipocresía. Para lograr estos fines nada más apropósito que el dogma; El dogma es á las religiones lo que la luz so­lar es á los planetas ; las conmueve, las vivifica, les infunde aliento. Ninguna religión positiva puede subsistir sin ellos, porque ellos son la piedra angular donde descansa el edificio de la fé, y esta es, á mi manera de ver, el colmo de la igno­rancia, los eonfines del error.

L a religión tiene su origen en la revelación y en la tradi­ción ; así lo explican los Teólogos más ilustres del catolicismo Romano. Lo primero es dudoso ; lo segundo es absurdo.

Si la religión tiene su origen en la revelación, el origen de toda revelación ha de ser divino : Si es divino, viene in­mediatamente de un poder infinitamente sabio y ordenador. Esa fuerza solo puede residir en una causa anterior y superior al hombre y al Espíritu del hombre ; por lo tanto los hermosos versículos del Manú código de la doctrina Brahmánica ; los no menos inspirados, del Koran de Mahoma ; los textos todos de las mil religiones que se han extendido por el mundo, ase­gurando ser las depositarías de las verdades eternas, por con­secuencia de la revelación divina que ha levantado en cada una de ellas el espíritu y doctrina porque habían de regirse,

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tienen que reconocerse como inspirados por esa causa Omni­potente que llamamos Dios; luego, si nuestra civilización des­cubre en esas revelaciones, contradicción, error, sofisma, tor­pezas, crímenes monstruosos, menthw y engaño, debemos for­zosamente convenir, que todo eso viene directamente de su infinita sabiduría, lo cual sería Hogar al colmo de la insensatez ó al completo estravío de la razón humana, porque observando minuciosamente desde la más ínfima basta la mas grande de las obras de la naturaleza, nadie ha encontrado jamás en nin­guna de ellas la más pequeña contradicción. Y no se nos ar-gulla que e] criterio de los hombres es insuficiente para juzgar el sentido alegórico de algunas de esas revelaciones, porque sobre el criterio de los hombres está la ciencia que no puede en­gañarse, y á quien nadie puede rechazar por ser verdad abso­luta, única, indestructible, que se desprende del conjunto de los efectos de una causa cualquiera.

Además: ¿ Acaso no lian sido hombres los que se han to­mado el trabajo de interpretar esas mismas revelaciones, dán­doles el caráter que les ha parecido conveniente ó necesario para el logro de ulteri< iros fines *?

Si por el contrario buscamos su origen en la tradición y hemos de creer en ésta por ser ella la opinión de testigos ocu­lares, desapasionados y sin interés, que dieron noticia de lo que habían presenciado por admiración y convencimiento, in­clinémonos ante los proféticos oráculos de la antigüedad qué predijeron multitud de hechos, y qué, según la tradición afirma por boca de la historia religiosa, se confirmaron felizmente en honor de los hechos mismos :

Reverenciemos también á los dioses de la Mitología pagana, pues fueron la causa inmediata que dio origen al esplendoroso foco de civilización que hoy nos envuelve; dioses que fundan­do su imperio en la bóbeda estrellada, hicieron que los hombres descubrieran las grandiosas leyes de la Astronomía, y el ojo potente del telescopio hallase en el pudoroso seno de la hermosa Diana, colosales montañas, mares inmensos y áridos desiertos, mudos y elocuentes testigos de nuestra ignorancia y desaciertos.

Los fundamentos, pues, en que descansa la fé religiosa, y de donde se deriva el andamiage inmenso y tétrito del dogma, cruge horriblemente amenazando desplomarse cada vez que la conciencia humana, dueña de sí misma, se niega á admitir los hechos no probados, las afirmaciones no sancionadas por la razón y la lógica. Y no puede ser de otra manera.

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— i S — La humanidad pasó de la inocencia del niño á la fogosidad

de la juventud ; la contradicción y la mentira fueron las insti­tutrices que formaron y dirigieron sus sentimientos. Llegó á la edad adulta, miró en derredor, y sólo encontró á su lado fantasmas y sombras : Quiso llegarse a! fantasma que le ins­piraba serios recelos, y al acercarse lo vio desvanecerse en los abismos ; tocó la sombra y esta proyecto sobre ella un torrente de luz que la anonadó. Su ignorancia se tornó al punto en desesperación, y . . . .dudó de todo.

El error tiene por consecuencia la duda, y la duda es la desesperación, es el cansancio del alma.

Los dogmas religiosos conducen al ser humano á la nega­ción absoluta de toda justicia racional, de toda sabiduría infi­nita, de toda bondad divina.

Una conciencia libre vive la vida de la verdad; el hori­zonte de su razón no lo empañan jamás los celajes brumosos de la tarde ; el sol que ilumina el día de su existencia perma­nece en medio del zenit radiante, puro, hermoso.

Si esa conciencia—lo que es imposible—abandona su li­bertad para encerrarse en el círculo de hierro que el dogma for­ja, replegase en sí misma ; el sol que le daba vida se precipita velozmente al ocaso; aparece en tomo de ella la tarde en su postrimera hora, preñada de negras nubes, y oscureciéndose cada vez más, llega la noche con todo su séquito de horrores y calamidades, desde el nefando crimen del parricidio, hasta ese otro deforme y monstruoso por el cual una mujer ahogando en el interior de su conciencia el sentimiento inmaculado del míís purísimo de los amores, se torna en espantosa fiera que devora el fruto de sus entrañas, y se queda luego oculta á los ojos de la vindicta pública, tras la doble reja del tenebroso claustro, á fin de no escandalizar la piadosa fe del contrito creyente que, de rodillas y con lo cabeza inclinada sobre el pecho, presta atento oido al concertó delicado y dulcísimo del celestial coro de vírgenes sin mancilla, que entonan con voz quejumbrosa y doliente el VÉNITE CREATOR.

Después que el dogma embota el sentimiento de toda bon­dad, del amor y de la caridad, destruyendo como conse­cuencia forzosa, el principio de toda justicia en la conciencia del ser humano, el corazón queda estéril de toda emoción; sus latidos semejan apenas el tic-tac automático del péndulo del reloj ; el horario que marcaba las horas plácidas y serenas de su existencia, se pierde para siempre, abriéndose á su lado un

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— 19 - , . abismo de oscuridad glacial que lo hiela hasta dejarlo insen­sible.

El hombre sujeto al dogma de ese modo y exaltado por la fe, se lanza en el abismo con el vértigo de la fiebre; entonces á esa locura del alma se le llama fanatismo, y el ser humano queda hábil para todos los crímenes; inútil para ningún bien, porque el dogma es la doctrina de las concupiscencias.

Para las religiones positivas la verdad sancionada por la experiencia de los hechos, de los sucesivos acontecimientos, de la manifestación real de las cosas tales como son en sí mismas, la exposición de esa misma verdad ajustada al compás y á la escuadi-a de la ciencia que no puede engañarse ni mentir, y que al manifestarse al hombre quiere la perfección de éste, moral y materialmente, por el conocimiento íntimo del origen do las cosas ; para esas religiones, repetimos, ese examen de donde dimana tanta luz para el género humano, no es un error venal que ellas se decidirán á perdonar fácilmente, nó; todo eso es un crimen á sus ojos, y los crímenes en materia religiosa no tienen ni pueden tener perdón, porque las inteli­gencias que abortaron el dogma son infalibles, y dudar del principio por ellas establecido, es una ofensa incalificable, que para castigarla se ha ocurrido en todos los tiempos á la barba­rie más refinada, á la crueldad más inaudita.

Lo que mejor prueba las conclusiones de la verdad que exponemos á la consideración del lector, son las innumerables víctimas sacrificadas por la fé religiosa en aras del dogma; los cruentos sacrificios impuestos al género humano para sostener los principios donde descansan las fórmulas y exterioridades de un culto inexplicable, dentro de cuyas mallas las almas per­manecen estacionadas, confiando á un destino fatal sus esperan­zas y sus temores, porque para el creyente la fé es el escudo de su salvaguardia; con la fé el mal será desterrado de la tie­rra y la prosperidad y el bien se levantarán en todas partes, olvidando desgraciadamente que no siempre por la fé se han trasportado las grandes montañas de la ignorancia y de los errores del hombre; que solamente el trabajo no interrumpido es el que ha echado los sólidos cimientos de la civilización; que el progreso de la humanidad no ha sido jamás obra de la devoción ni de las exterioridades religiosas, sino la conse­cuencia natural y lógica de los acontecimientos que han forza­do al hombre á demoler y reconstruir á la vez ; y que para alcanzar los grandes beneficios que hoy la humanidad disfruta,

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— 2 0 — ha tenido que oponerse abiertamente, á las intemperancias del fervor religioso, que siempre ha servido de obstáculo con es­candalosa tenacidad, á las conquistas del humano saber ; que siempre ha contrariado, sin cuidarse de los medios por bárba­ros que fuesen, esas revoluciones operadas santa y pacífica­mente en la mesa del geómetra, en el laboratorio del físico y del químico, en el santuario bendito de la escuela y de. la cá­tedra.,

Y mientras que la Teología encerraba al espíritu humano en las estrechas mallas del dogma, regulando todas sus accio­nes á un sistema, que más que sistema era un dogal insoportable que ahogaba no tan solo la respiración del individuo, sino tam­bién de toda la sociedad, la Masonería, levantándose de la te­nebrosa noche de los tiempos prehistóricos, avanzaba en su grandiosa obra, de regeneración individual y social, introdu­ciendo sus grandes conocimientos; conocimientos que eran por decirlo así en aquellas épocas, el substractum ó quinta esencia del saber—en unos pueblos humillados inicuamente por la es­pada del más feroz despotismo, las concupiscencias del fanatis­mo más degradante, y el vergonzoso privilegio de las castas :

Ella principia su obra restableciendo los dogmas santos de la justicia en el seno de una sociedad ingrata á consecuencia de su ignorancia. El obrero, ese ser valiente y generoso que sólo se rinde en la lucha del trabajo al cansancio y á la fatiga del cuerpo ; ese ser para quien parece haber sido creado exclu­sivamente el fantasma de la adversidad, no obstante que es el productor asiduo para todos, menos para él, porque el pan que devora está tasado y tasadas están las horas de su reposo y de sus expansiones, llegando á tal extremo ese género de tasa, que la existencia llega á serle insoportable, concluyendo al fin por tener que abandonar su desdichada familia, y acabar sus dias en el triste lecho de un asilo de caridad, olvidado de todos aquellos por quienes se sacrificó ; ese obrero, repetimos, fué el primero en sentir los beneficios de esa institución salvadora y justiciera, pues, congregándolos, uniéndolos con el indisoluble lazo de la fraternidad, hubo de regenerarlos ilustrando sus in­teligencias, moralizando sus costumbres y ofreciéndoles en cambio del grosero fanatismo que habían heredado de sus ante­pasados, la religión del sentimiento y del deber, el amaos tinos á otros como si fuerais uno sólo.

Desde ese momento el genio de la libertad comienza á agitar la antorcha que debe servir de faro para la emancipación

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— 21 de los pueblos. La justicia, el amor y la caridad se colocan en sus respectivos puestos, presidiendo el augusto Tribunal de la redención humana. ¡ El progreso y la civilización se ponen en marcha! ¿quién podrá impedir el ímpetu de su carrera? Ah ! desde ese dia los déspotas inclinan sus cabezas y bajan sus espadas, y en lo alto se oye esa voz precursora de toda reden­ción "S,f.-si'iii corda.''''

Sostenidos los constructores por el espíritu de innovación, los talleres toman nueva vida y en ellos comienzan á formarse los nuevos hombres. La primera de todas las ciencias, la Geometría, recorre en breve tiempo la escala del progreso, y el operario se llama entonces masón, y el taller Logia, inau­gurándose así un período trascendental para la humanidad.

La gramática, la retórica, la aritmética, la música, la as­tronomía unidas á la geometría, forman la base de la educación y de la civilización de la sociedad. El hombre es libre; el arca da hierro que encerraba su pensamiento, que lo mantenía ahe-rreojado á una servidumbre ignominiosa, se había hecho peda­zos; el dogma que absorvía su libertad, que oprimía su con­ciencia, quedaba destruido para siempre, porque se había po­sesionado de la Ciencia, y ésto rasgaba el velo de su ignorancia y ponía ante su vista la grandeza y sabiduría del Dios omnipo­tente, del Dios justicia, del Dios amor, todo misericordia, todo bondad !!

Congregados y unidos por la esencia y la forma de una doctrina sapientísima dictada por la Ley natural á la concien­cia del hombre, el constructor la ponía en práctica con inflexi­ble rigor; ¡ su vida antes que torcerla! ¡ primero la muerte antes que dejar de cumplir una sola frase del precepto ! Y , es­tos preceptos, que han llegado hasta nosotros, están contenidos en el decálogo de Moisés.

Examinados con atención y escrupulosidad esos preceptos, puede decirse que son la base donde descansa toda la Ley an­tigua y moderna. Su religiosidad constituye el sistema más grande de doctrina que puede haber. En su esencia se en­cuentra la libertad sin límites para el hombre y para la sociedad. Después que la humanidad lleve á la práctica esos preceptos de una manera concienzuda y enérgica, la autoridad exclusiva del gobierno de uno ó de varios hombres sobre el común de las gentes no tendrá razón de ser, porque entonces la fraterni­dad umversalmente sentida y practicada, habrá sellado con su amor la santa unión de todos los hombres en una sola famila.

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— 22 — He ahí en resumen las tendencias y fines que se prepone

la masonería: buscando la verdad en todas las cosas, logra ha­cer al hombre tanto más independiente cuanto necesario sea para el logro de su felicidad.

El hombre esclavo sólo se debe á si mismo: moviéndose bien, esto es, teniendo cuidado de ejecutar fielmente las órde­nes de su señor le habrá satisfecho, nada más resta que hacer. Por el contrario: el hombre libre se debe á su prójimo más que á si mismo. Girando dentro de una órbita sumamente extensa, debe comprender que sus intereses están unidos á los de aque­llos con quienes está llamado á compartir sus gustos, placeres y comodidades. Su respeto, atenciones y deberes, deben amol­darse al respeto, atenciones y deberes que los demás le guar­den: su solicitud, por hermanar sus sentimientos al sentimiento colectivo, debe ir hasta el sacrificio, pues cualquier motivo que tienda á perturbar el conjunto armónico que allí debe reinar, afecta al conjunto social, y muy principalmente á cada uno en particular. Comprendiéndolo así, todos se apresurarán á ser modelos de virtud para evitar los abusos ó inmoralidades con­siguientes, cuando algunos individuos procuran singularizarse, creyendo que para vivir bien bástales tener fortuna ó talento. Error lamentable de donde nace ese egoísmo brutal que ani­quila á la sociedad, convirtiéndola en un carnaval imprudente, donde cada máscara procura hacer su papel lo mejor posible.

Siendo, como lo es, la masonería una escuela de reciproca enseñanza donde el individuo, además de instruir su inteli­gencia con los preciosos tesoros de la ciencia, aspira al goce supremo del sentimiento religioso depurado de todo error y de todo sofisma, motivos suficientes tiene para inclinar las almas al ejercicio de la beneficencia, elevándose de un modo sublime en medio de sus grandes concepciones, de lo material á lo es­piritual, de lo imperfecto á lo bello. Por tanto, su caridad, aunque á veces circunscrita, es grande y noble, porque ocul­tando su mano aparece pródiga cuando llega el momento de cumplir uno de sus principales deberes. Residtando de esto que la institución masónica, tantas veces calumniada, es la que precisamente mayores servicies ha prestade á la humanidad. Su obra ha necesitado la lentitud de los siglos, es verdad, pero en su hoja de servicios no se halla una sola mancha que pueda empañarla. Su propaganda activa ha hecho cambiar la faz del mundo, introduciendo en el seno de las naciones más beli­cosas el orden, la armonía y la paz.

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r — 2 3 — Inglaterra, siendo aún una potencia rejida por un gobier­

no monárquico, donde la aristocracia conserva su abolengo odioso 6 irritante, puede servir de modelo á otras cuyo gobier­no constitucional es origen déla mayor inmoralidad: Y es por­que Inglaterra tiene al frente de su. administración hombres morales y religiosos; hombres probos, amantes sinceros de su patria más que de sus propios intereses, y por ella, por su bie­nestar, por su prosperidad y adelanto están dispuestos á sacri­ficarse. Ellos comprenden, porque los principios de la maso­nería se lo han hecho comprender, que el ciudadano que des­cuida sus deberes para con la patria, además de ofenderla y degradarla, la pone en los mayores peligros; que así como no pnede haber patria sin ciudadanos, estos no pueden existir sin aquella; que todo lo que á ella atañe, es á ellos á quienes puede ofender ó agradar; por eso las. leyes de Inglaterra, si bien tienen lunares que afectan su belleza, puede asegurarse que, dada su condición y carácter, son las mejores conocidas y las mejor practicadas.

Los Estados-Unidos de la América del Norte y la gran República .de Suiza son modelos de paz y concordia humanas; y creemos que muy pocas naciones podrán imitarlas, pues en ellas domina el más puro sentimiento de moralidad, ciencia y doctrina de. la masonería, demostrándose sintéticamente la grandeza y perfección de esa institución, así como el valor ob­jetivo de la misión que está llamada á desempeñar en el mundo.

Mientras que la Europa entera se estremece llena de terror al más insignificante movimiento de los. ejércitos de Ru­sia, los Estados Norte-Americanos y la Suiza permanecen tranquilos y casi indiferentes ante esos estremecimientos, por­qué en el caso de que el gran coloso llegara á descender hasta el Bosforo y pretendiera ahogar entre sus nervudos brazos al viejo mundo, aquellas dos naciones nada tendrían que temer del gobierno interior de sus estados y cantones. Demasiado sabias para comprender las necesidades de las grandes nacio­nes habiendo aprendido en las escuelas de la masonería ese noble principio de desinterés y abnegación; sabiendo cada ciu­dadano sentir un amor profundo por la patria, centro de las más grandes virtudes, y religiosamente puro, ha sabido dis­tribuir la justicia equitativamente entre todos.

Las discordias intestinas no tienen razón de ser en ellas: La autonomía de sus estados y cantones mantiene asegu­

rados el orden y la paz de una manera inviolable dentro de

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— 2 4 — sus respectivos recintos, de tal manera, que en caso de luclia cada ciudadano es un soldado y cada soldado un héroe dis­puesto á todo lo que se quiera, menos á perder los beneficios de la libertad que el gobierno les concede y que ninguna otra nación podría darle, ni aún la misma Francia con ser esta la potencia cerebro de la civilización moderna por su cultura é ilustración. Y todo esto se debe á que osas dos naciones, los Estados-Uuidos del Norte y Huiza, comprendiendo el valor de sus intereses, han desechado de sus gobiernos la intolerancia, tan común y vulgar en aquellas en donde predomina el criterio ofuscado y torcido del cuerpo docente de la Iglesia de Roma, que por conservar su superioridad, por mantenerse resguar­dado en el altar de su vanidad, idolatrado y perfumado con el incienso del fanatismo y de la humillación, induce á los Go­biernos ¡i romper la espada de la justicia, y pone en su manos el cetro de la tiranía y del despotismo para regir á los que llevan el nombre de hijos, y que sólo son esclavos envilecidos, condenados al aprobioso yugo de la servidumbre.

Y no se desvirtúe el sentido íntimo ele lo que dejamos expuesto, dando, ó pretendiendo darle una significación con­traria á nuestras palabras y propósitos.

Dentro de una Logia, en esos talleres donde las ideas cobran un poderoso vuelo; en donde se rinde culto á la paz y concordia del género humano; en donde el hombre solo se prosterna ante la ciencia y sabiduría del inefable ARQUITECTO DEL UNIVERSO; en donde la unión más pura santifica á todos los seres, no se ha oido, ni se oirá jamás, una palabra sobre política ni sobre religión. Para el masón los hombres son todos hermanos, el mundo es la patria común, y las creencias par­ticulares tesoro valiosísimo que cada cual guarda en lo más íntimo del corazón al penetrar en el sagrado recinto.

La imponderable influencia que la masonería ejerce en el gobierno de los pueblos libres, se debe á sus principios de moralidad, á la ilustración de sus miembros, á la exquisita prudencia con que reviste todos sus actos. Dentro de su amor no cabe el egoísmo: dentro de su abnegación no puede caber la ambición.

Al proponerse educar al hombre se ha dirigido á su inte­ligencia, á su corazón y á su conciencia, después se ha elevado á su Espíritu y lo ha perfeccionado obligándolo á que se des­poje de las materialidades groseras de la forma, y lo ha en­vuelto en el purísimo ropaje del sentimiento.

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— 2 5 -El masón que comprende, que siente y lleva á la prác­

tica los principios de su institución, puede asegurarse que vive más en la vida de lo infinito que en ésta, asiento de todo lo material y deleznable, concordato de veleidosas imposturas, de crímenes y desórdenes.

Bajo el punto de vista que hemos bosquejado, se com­prenderán fácilmente los inmensos beneficios que la masonería ha proporcionado al mundo. En primer lugar ha redimido al hombre del fanatismo; pues, aunque las escuelas racionalistas, positivistas y materialistas han tenido por ideal esa cuestión importante, y sin cuya realización imposible hubiera sido la civilización de los pueblos, esas escuelas sólo han seguido la estela ó el desenvolvimiento que la masonería había impreso de antemano á esa cuestión.

El profano, al penetrar por las puertas del Templo, siente desde los primeros instantes algo que se escapa á su sensa­ción, y vislumbra en medio de la oscuridad de la noche que lo rodea, algo también que se asemeja á la dudosa claridad de la aurora de un nuevo día.

El 2>ensamiento acostumbrado á la inacción, á no ver en los templos religiosos más que los móviles de una ambición desmedida, de una vanidad fastuosa, queda al penetrar en las Logias bastante sorprendido. Esperaba encontrar allí la con­tinuación de otro sistema religioso igual á los demás. Con al­guna que otra variante; pero al detenerse y observar, sus ideas cambian, cada símbolo le produce una extraña emoción. Al ídolo de piedra ha sustituido un objeto de ciencia; al creyente compungido y extático ha sucedido el hombre lleno de forma­lidad que, atento á su conciencia, medita la profundidad de ese algo incognoscible que tan sólo se presiente en las interio­ridades del alma, cuando ésta, empujada por las fuerzas de la ciencia y de la filosofía, se remonta en alas de las ideas al mun­do exterior. Desde ese instante el error que le dio culto al fanatismo, pierde todo su interés; el culto idolátrico ya no ha­bla á los sentidos; hay otra cosa más grande que nos interesa más, el horizonte de nuestra vida se extiende más allá de los cielos que absortos contemplábamos en los dias de nuestra in­fancia, el corazón siente nuevas esperanzas: en tina palabra, el hombre viejo que penetró por aquella puerta, hastiado de sí mismo, con el corazón vacío de toda fé, sale del sagrado recin­to con la frente erguida, y nuevas ideas acariciando su cora­zón, lo hacen revivir. Desde ese momento sus sentimientos

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— 2 6 — se ennoblecen; ama á su semejante porque necesita del amor de los demás, ampara al huérfano y á la viuda, no con la mez­quina y estrecha idea de hacer un servicio á Dios, sino por­que comprende su deber y se apresura á cumplirlo, se ejer­cita en la caridad sin esperar de ella Ja salvación de su alma, porque su alma es inmortal y sobrevivirá al cuerpo obede­ciendo á las leyes sapientísimas del Creador; se aleja de los vicios y guarda la Ley para no subordinar su libertad al jui­cio de la Justicia; respeta y acata la voluntad del Gobierno bajo cuyo amparo vive, porque considera que el orden y la paz son la mejor garantía para el ciudadano; y que cuando se tuercen, el desquilibrio social perjudica los intereses parti­culares de cada uno de sus miembros, y todo sin resultado alguno de importancia trascendental, porque, cuando una Nación ha de cambiar de ideas, cuando tiene que salir del ostracismo, las corrientes del progreso se le imponen, y entonces sin ne­cesidad de trastornos lamentables, se vé surgir lo necesario de la misma fuerza de la necesidad.

En la sociedad lo mismo que en las leyes á que está so­metido el engranage sublime del Universo, los cambios brus­cos, lejos de producir un bien, dan por resultado daños in­mensos.

En la naturaleza todo se sucede con dulce y plácida armo­nía, así también en la sociedad. Quizás la impaciencia del hombre á veces precipita los acontecimientos, pero esas pre­cipitaciones no siempre producen resultados felices. "

El árbol madura el fruto á su tiempo. La flor en capullo que se troncha, queda cerrada sin be­

lleza y sin perfume. Las consideraciones antes expuestas las hace el masón

que ha comprendido la grandeza de la doctrina filosófica que su institución predica, y las lleva al terreno de la práctica, porque en medio del simbolismo de que se halla rodeado toca de cerca la verdad de las cosas; su Espíritu percibe clara y distintamente la realidad de lo bueno y desechando escrupu­losamente las prematuras ilusiones de esa felicidad que, como nube de verano, se asoma de instante á instante en los hori­zontes de nuestra vida, volviéndose á ocultar en los abismos insondables del destino, sin haber servido más que para esti­mular nuestra mal entendida impaciencia.

Asi es como la masonería desde los primeros tiempos en­señó al hombre á medir sus esfuerzos, á encaminar sus pasos

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— 2 7— por, el sendero del bien y á regular sus operaciones.

Con exquisita prudencia hizo del hombre un espíritu prác­tico; combatió su ignorancia y sus errores, y lo puso en con­dición de poder ser completamente libre aún en medio de la misma esclavitud.

Estos señalados servicios ofreció al mundo, el mundo los aceptó, y de su bondad, constancia y sabiduría los espera aún mayores.

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Al concluir el siglo décimo octavo el aspecto social é in­telectual de la humanidad había cambiado por completo. El movimiento operado durante diez y ocho siglos por el dominio de la raza sacerdotal, empezó su efecto de decadencia y retro-gradación, mientras que la masonería continuaba y continúa esparciendo á manos llenas su influencia benéfica por todas partes.

De las canteras de Alemania había salido un débil rayo de luz. E l tallista, inconscientemente, al elevar el buril sobre la piedra había hecho saltar una chispa de fuego, y ese fuego se trasformó en flamígera estrella que, fijándose en el centro del espacio, marcaba un rumbo seguro al infeliz viajero de la tierra extraviado en ese laberinto sin fin, ante la duda y el temor.

Y a no eran los constructores de la edad media los que formaban la piedra angular para edificar una simple sociedad de hombres libres, que tenían necesidad de vincularse en la más íntima unión para defender sus comunes intereses y cap­tarse las simpatías de los endiosados soberanos: No. El pro­greso destruyendo en gran parte las desigualdades de Castas; humillando enérgicamente el señorío gerárquico de la aristo­cracia, comenzaba su obra rehabilitadora, y al lado del hu-

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— 3 ° — . milde menestral aparecía el gran señor con el primer mollete en la mano, dispuesto á dirigir ese movimiento grandioso y omnímodo que ha conmovido al mundo moral y materialmente. La luz se difundía. La decadencia moral y el relajamiento de los caracteres, que habían sido la consecuencia funesta le­gada á la sociedad como patrimonio de las escuelas religiosas y políticas del antiguo régimen, abandonaban su tradicional enervamiento y rebuscaban energías en el esfuerzo del tra­bajo. Era necesario aquilatar á los hombres por medio de la civilización; era preciso infundir en la sociedad el sentimiento sublime de la abnegación, abrirle los ojos á la luz y hacerla comprender la necesidad de su redención. Es decir, levantar al hombre del estado de cosa hasta el de ser sociable-, digno por todos conceptos de la consideración y respeto de los demás; desligar el pensamiento de las ruines trabas de un monopolio vergonzoso; hacer libre la conciencia, juez innato de nuestras acciones, la que cohibida por la ciega obediencia de una fé estrecha y mezquina, inclina al hombre á los vicios y crímenes más degradantes: en una palabra, era necesario estirpar del mundo la lepra moral que lo había sepultado en la fosa de la angustia y el dolor. ®

¿ Y quién es el que inaugura semejante período de gloria? 4 De dónde procede ese genio audaz que de tal manera

se atreve á soliviantar las ideas de un nuevo régimen, y atre­pellar con ellas el tradicionalismo de tantas épocas célebres ?

I De qué manera destruir el absolutismo de los gobiernos, y encaminar la libertad potentemente sobre las gradas del trono í

Aunque los pueblos permanezcan subyugados por el im­perio del despotismo, y la arbitrariedad los doblegue al último estado de abyección y servilismo, reside en ellos tal espíritu de exaltación de secular grandeza, qne llegado un momento, basta un simple accidente, una variante cualquiera en las ideas para lanzarlos á la lucha, y, héroes ó vencidos, conquistar con es­fuerzo supremo los derechos que á su bienestar son necesarios.

Los tiranos permanecerán mientras los pueblos no lle­guen á la apoteosis de la desesperación. Cuando ésta se rea­liza, un imperio, la más poderosa nación del mundo, vale tanto como una arista de paja en medio del más desenfrenado tor­bellino.

La virtud de la libertad es la más fecunda fuente de fé racional. Ella proporciona cuerpo á los caracteres más débiles;

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— 3 ' — . ella produce fuerzas allí donde la inteligencia más sagaz solo encontraría motivo de desconfianza; su convicción es ruda, algunas veces feroz, pero en todas ocasiones es firme, segura é indispensable. Llegada la hora de su transfiguración le anima todo, y hace marchar á un pueblo hambriento, desnudo, agonizante por el cansancio y la sed, hasta el calvario.

Y una vez en él, si cae triunfa. Si le martirizan triunfa. Si muere triunfa. En el estertor de la agonía decapita al tirano que le usur­

pa sus derechos; se reviste de inmarcesible lauro de gloria, y esa victoria le hace salir del sepulcro triunfante.

Tal es el poder que engendra la desesperación en el sen­timiento de ios pueblos avasallados por la ignorancia de los gobiernos.

Regularmente cuando esto sucede, cuando los pueblos se revisten de esa actitud digna y decidida, es porque la socie­dad entra en cierto período de postración que es el anuncio de una muerte segura. Maltratados todos sus elementos de vida; estériles ya los medios que le habían servido hasta en­tonces para sostener la organización del mecanismo social, y sobre todo, la gerarquía de los poderes constituidos en forma de gobierno para mantener el equilibrio de las fuerzas econó­micas de una nación, la naturaleza de los acontecimientos ha­ce indispensable renovar esos medios, sustituyéndolos con nuevos factores que correspondan á los términos reclamados por las necesidades del progreso.

En esos momentos solemnes, cuando toda la Europa y mucha parte de la América sienten sobre sí el peso fatal de una atmósfera candente; cuando los ruidos confusos y prolon­gados que producen las corrientes ígneas, anuncian que el vol­cán de las mal contenidas pasiones está próximo á estallar, aparecen en todas partes esos genios de fecunda actividad en­gendrados por el puro sentimiento de una escuela racionalista, desarrollada en el centro de los talleres masónicos que deben dirigir hacia el bien los torbellinos del despecho y de las mal encauzadas ideas.

Riego en España, Lafallete en Francia, Lincoln en los Estados-Unidos, Juárez en México, proclaman á una voz la inviolabilidad de los derechos del hombre, la soberanía de la libertad sobre los gobiernos reaccionarios; y el Contrato social que el filósofo de Ginebra, Juan Jacobo Rousseau formara para

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— 3 2 — dar vida y sostén al carcomido trono de las monarquías, solo sirve para consolidar los cimientos de la democracia, y des­truir el germen de esas dinastías autocráticas que han sido y son la degradación moral y material del género humano.

El absolutismo, esa gangrena social, soberbia de los hom­bres, maldición de los déspotas que los hace alimentar de san­gre como si fueran hienas, había ido mermando la virilidad de las fuerzas sociales que en Europa y América se levantaban con notable pujanza. Allá en el viejo mundo el poder tem­poral y espiritual, pugnando por encerrar en la mano del suce­sor de San Pedro las riendas del gobierno de todo un mundo:

En América la esclavitud de los hombres blancos y de los hombres de color, formando una mancha abominable en la historia de la civilización moderna:

Los gobiernos de las distintas naciones petrificadas ante esos desafueros de la razón, de la Ley y de las costumbres, inmóviles, sin valor moral ni material para oponerse á esos crímenes horrendos de lesa humanidad, dejaban que los acon­tecimientos siguieran el destino fatal que la ambición de los hombres se había empeñado en marcarle, formando de su in­dolencia, de su punible abandono, un horóscopo siniestro para la humanidad, y en el cual se verían inevitablemente envuel­tos ellos mismos:

Los poderosos señores, los altos dignatarios del Estado, apurando la última copa del festín en la misma mesa donde el Sumo Pontífice acepta la infalibilidad de un poder odioso para su carácter de mansedumbre y modestia, que como represen­tante del más humilde reformador hubiera debido rechazar con toda la energía de su alma:

En América el látigo del cruel mayordomo caía sobre la espalda del infeliz esclavo que acababa de volver del ímprobo trabajo á que su humillación le había conducido:

¡ Ni una sola esperanza en el horizonte de la vida para acabar con tamaña impudencia!!

Las miserias humanas revisten á veces una aparente grandeza, necesaria para que las catástrofes que han de des­truir las iniquidades, surjan sin violencia, y cumplan metó­dicamente su providencial trabajo.

I Cuántos años hace que Italia, la primera nación del mundo por sus progresos y por sus conquistas, se veía doble­gada por el imperio del terror y del despotismo ?

Almagávares, alemanes, güelfos y gibelinos, franceses y

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t — 3 3 -españoles, luchan por más de cuatro siglos para mantenerla sometida al imperio de sus poderes.

Los Papas la envenenan con el fanatismo. Los reyes y los emperadores la descuartizan llevándosela á pedazos entre sus ensangrentadas garras.

Tuvo sus hombres pensadores, profundos genios de las ideas; empero, esos hombres fueron débiles para comprender el valor de esa nación que dio al mundo el telescopio, la me­tafísica, un nuevo mundo, y otras tantas y tantas grandezas que la llenan de gloria y que por su debilidad la cubrieron de lá­grimas.

Pero, como sí esos genios que se llamaron Mazzini, Cavour, Dante, Petrarca, Savonarola y Campanella descendieron des­de lo alto para sacudir y romper la esclavitud de su patria, aparece Garibaldi, el sublime redentor de Italia, que inspi­rándose en el grandioso aliento de esos otros genios, extiende su vigorosa mano hacia los esclavos y los conmueve; les dirige la palabra y tornan á la vida. Los reúne, los manda; y como si fuera una embajada divina, toca á las puertas de la santa Ciudad, derroca al ídolo de carne qus yacía sobre su trono inquieto y atolondrado, y establece la libertad, acabando para siempre con las injusticias de los privilegios que son el pan ácimo con que consagran los tiranos de todas las naciones.

El héroe de la independencia italiana dejó su nombre grabado en el corazón de sus conciudadanos, y á la Masonería la gloria inmarcesible de haberlo dirigido con sus profundas enseñanzas por el sendero del deber, infiltrando en su espíritu el sentimiento de ia energía moral que dio á su dulcísimo ca­rácter el calor vivificante para conservar en toda su pureza las salvadoras leyes de la democracia.

No menos grande aparece en las páginas de la historia el presidente de los Estados-Unidos Abrahan Lincoln, el liber­tador de la esclavitud en la América del Norte.

En política las cuestiones más importantes son las cues­tiones religiosas, porque la religión es, entre la humanidad, el punto capital de todas las ideas; de ella nacen todos los erro­res, y como consecuencia natural, á ella vuelven con todo su séquito de monstruosidad y desaciertos.

La igualdad evangélica que predicara un día Jesús en la cumbre del Tabor, y después de él y según sus respectivas escuelas, todos los los filósofos, moralistas, economistas, y po­líticos de todos los matices, solo ha servido de vana fórnmla

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— 3 4 — para ejercer mayor opresión sobre las masas indiferentes.

¿Quién hubiera creído que en esa República modelo de ilustración, de cultura y de libertad, pudiera mirarse con in­diferencia una cuestión moral de tan gran importancia como lo es la esclavitud 1

¿ Cómo es posible que un hombre sugete á otro bajo su dominio, lo envilezca azotándolo impunemente, lo ultraje y le sustraiga el producto de su trabajo, los afanes de su vida, el alimento y porvenir de sus hijos, sin que la opinión pública no quede avergonzada escandalosamente ?

¡ Acaso no murió el Cristo sobre el afrentoso patíbulo de una cruz, y consagró en ella para siempre la redención del esclavo! ¡ No murió el Justo por la libertad de todos los hombres, de todos los pueblos, y de todas las naciones ?

Empero, hemos de considerar que el Redentor enclavado en la Cruz y sellando con la sangre de su martirio la libertad de los pueblos, no hizo más que mostrarse en vivo ejemplo á la humanidad para enseñarla como había de conquistar sus derechos, y la manera de cumplir religiosamente sus deberes.

El gran espectáculo del Grólgotha es el prólogo de una obra aun no escrita por el hombre, y esa obra es la historia universal del progreso y de la civilización dé los moradores de la tierra.

Para llegar al desarrollo más completo de la verdad, y á la posesión completa de la justicia, es necesario una depura­ción absoluta de los sentimientos del hombre; y para lograr ese fin hay necesidad de luchar; luchas á veces encarnizadas y sangrientas; á veces simples combates de ideas; más estas luchas y combates habremos de sostenerlas hasta que rendi­dos de cansancio caigamos para no levantarnos más.

Lincoln acaba de mostrarnos un hermoso ejemplo de cómo se conquistaban las grandes victorias; de cómo es que se emancipan los pueblos de la odiosa servidumbre cuando la jus­ticia y la libertad permanecen indiferentes á los agravios que una sociedad recibe de otra sociedad. Entonces, si es nece­sario que los tronos caigan, que sea; que la libertad se hunda, aplaudamos sin reservas. No debe haber ninguna razón, ninguna idea, ningún derecho, ninguna justicia que nos obli­gue á hincar la rodilla en el suelo para besar la mano que nos ultraja. Los fueros de la dignidad humana son sagrados y, por lo tanto, inviolables.

El humilde leñador de ayer que sabía, porque le había

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~ 3 5 — sentido, las grandes fatigas que proporciona el rudo trabajo de los agrestes campos; que había luchado lo mismo que el in­feliz esclavo contra la inclemencia del tiempo, contra los rigo­res de la naturaleza; corazón de ángel, genio fecundo como el de Napoleón para la guerra, alma virgen, espíritu audaz, com­prendió que su patria caería desde un trono de luz á un abis­mo de tinieblas si se mantenían en vigor las leyes de la ser-, vidumbre de los hombres de color, y se propuso impedir la caida de su patria adorada.

No tardó mucho tiempo en presentársele una ocasión oportuna.

Algunos hermanos masones comprendiendo la grandeza de aquella alma desinteresada, se propusieron dirigir la opi­nión pública en su favor para colocarlo en la presidencia de la República.

Desde aquel instante todas sus ideas refluyen á su alma, y una alegría indescriptible se apodera de su ser embargado por el sublime propósito de quebrantar las cadenas del es­clavo.

Ante esa colosal idea la República se extremece y vacila; pero él está allí, su amor es grande, su ternura inmensa.

El furor de los filibusteros se enardece por momentos. Los comerciantes de carne humana llegan en su odio hasta la desesperación, pero él no cede. Se dirige á la multitud y la convence. Mantiene con rectitud enérgica dentro de sus principios, las riendas del gobierno de la República: llega el el momento; su voz es más que elocuente, manda, y . . . .un ejército de quince mil hombres sube á seiscientos mil. Una escuadra inmensa surge de los mares haciendo que á su vista el mundo se extremezca de admiración. Los obreros dejan sus labores; los comerciantes cierran sus tiendas; los fabrican­tes sus fábricas; el transeúnte se detiene, pregunta y se apres­ta voluntario al combate. Y aquella multitud, alegre, deci­dida, con el heroísmo en el alma, llega á las orillas del cauda­loso 3Iississipi á verter su generosa sangre por la redención del esclavo.

Lincoln preside ese ejército inmenso, lo contempla con solemne seriedad, piensa que aún es necesario sacrificar á unos seres para bienestar de otros, y . . . .el ejército se precipita embriagado de entusiasmo á cumplir su gran obra de rege­neración. Las ultimas cadenas caen, y un grito de júbilo inmenso sale de todas partes. Las naciones del mundo ad-

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- 3 6 -miran al libertador y lo aplauden con regocijo.

¡¡ Lincoln confió en Dios y Dios premió su confianza dán­dole el triunfo!!!

Tal ha sido la obra de la Masonería; tales han sido sus triunfos sobre el despotismo y la soberbia de las castas, unir á todos los hombres bajo una misma bandera dentro de un solo templo,por CZAMOE, LA FRATERNIDAD Y LA JUSTICIA.

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