Nardacchione Boltanski y Latour

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171apuntes DE INVESTIGACIÓN DEL CECYP / Lecturas en debate:ISSN 0329-2142 Año XIV, Nº 19enero - junio 2011, pp. 171-182.

La sociología pragmática irrumpe en el paisaje de las ciencias socia-

les francesas en la década de 1980. Una de sus aristas apunta a pro-

fundizar la simetría entre el conocimiento científico y el saber prác-

tico u ordinario. En este sentido, y dentro del marco de una apertura

de la sociología francesa al pensamiento anglosajón, recibe influen-

cias tanto de la etnometodología como del pragmatismo americano.

Este artículo se orienta a sistematizar la manera en que la sociología

pragmática pretende coordinar ambos tipos de conocimientos o

saberes. Para ello, tendremos en cuenta a sus padres fundadores:

B.Latour y L.Boltanski. El primero realiza sus trabajos originarios

en el marco de la sociología de las ciencias, fuertemente influenciada

por dicho mundo anglosajón. El segundo lo hace en el marco de una

sociología política, más clásica en lo que hace a las influencias de

paradigmas extra-disciplinarios. A partir de ambos, realizaremos un

estudio comparativo, de semejanzas y diferencias, con el fin de in-

dagar acerca de los aportes de dicha corriente sobre el status del

conocimiento en la práctica científica.

La teoría del conocimiento, desde la modernidad y bajo los presu-

puestos kantianos, tendió a escindir dos ámbitos autónomos: a) el

conocimiento científico y b) el saber práctico. Esto implicaba una

fuerte asimétrica donde se argüían la existencia dos tipos de racio-

nalidad. Innumerables corrientes filosóficas cuestionaron esta dis-

tinción. Pero dentro del debate sociológico, un cuestionamiento ra-

dical a dichos presupuestos tuvo siempre una presencia marginal en

la tradición clásica. Esto se debió, en parte, a las exigencias holísticas

que E.Durkheim imponía a fines de siglo XIX, y que G.Tarde denun-

ciaba con dureza. Como este último, numerosas corrientes queda-

ron fuera del mainstream sociológico. Este fue el caso de los traba-

jos pragmatistas orientados en tal sentido. No obstante, con el co-

El conocimiento científico y el saberpráctico en la sociologia pragmáticafrancesaReflexiones sobre la sociología de la ciencia de Bruno Latour y la sociologíapolítica de Luc Boltanski*

GABRIEL NARDACCHIONE**

* A propósito de algunos trabajos de Bru-

no Latour y Luc Boltanski.

** Investigador del CONICET-UBA.

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rrer del siglo, algunas corrientes comenzaron a destacar la preemi-

nencia del saber práctico para dilucidar algunos problemas socio-

científicos. Entre ellos se destacaron la etnometodología y el

interaccionismo, a menudo subvalorados por su alcance micro-so-

ciológico. Todas estas corrientes van a nutrir a la sociología pragmá-

tica francesa. En términos de otras influencias, sólo debería agregarse

a la fenomenología y al análisis del lenguaje, crucial a la hora de

definir un corpus propio. Allí, su enfoque situacional va a sustentar-

se en las versiones pragmáticas más radicales, aquéllas que trans-

formaron los discursos y sus sentidos, en actos de habla que

performativamente producen eventos en el mundo.

Este artículo tiene tres partes. En cada una de ellas se utilizarán ejes

conceptuales de la sociología pragmática para dar cuenta de nuestra

problemática central. En ese marco, también se contrastarán los

puntos de vista de B.Latour y L.Boltanski. En la primera parte se

postulará una hipótesis de continuidad, a partir de la cual la sociolo-

gía pragmática pretende romper numerosas antinomia clásicas de

la sociología (individuo-colectivo, particular-general, micro-macro).

En la segunda se utilizará la noción de simetría para mostrar algu-

nos de los presupuestos metodológicos con que la sociología prag-

mática pretende no caer en apriori del observador con el cual se

invisibilizan numerosas prácticas relevantes. Por último, se pondrá

de relieve la noción de prueba para mostrar hasta que punto la ac-

ción depende fundamentalmente de las competencias de los actores

en situación.

La hipótesis de continuidadLa hipótesis de continuidad es una de las piedras basales de la socio-

logía pragmática. Lo que ella postula, en principio, es una ruptura

con varias antinomias clásicas de las ciencias sociales: micro-macro,

individual-colectivo, ideal-normativo etc. Retomando algunas de

ellas, Boltanski (1990b) muestra cómo durante la creación de un

affaire, o lo que es lo mismo, la generalización de un caso problemá-

tico, los denunciantes buscan desingularizarse para lograr una sta-

tus general que vuelva legítima su denuncia. Thévenot (2006) mues-

tra cómo los actores deben hacer referencia al mismo tiempo a fac-

tores ideales (principios de justicia) y reales (dispositivos encarna-

dos en el mundo) para poder justificar correctamente. Ambos

(Boltanski & Thévenot, 1991) afirman que no hay una separación

entre lo micro y lo macro, que los actores están intentando coordi-

nar permanentemente la situación local a un marco general, sea este

Edison y Sofia
Resaltado
Edison y Sofia
Resaltado
Edison y Sofia
Resaltado
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en términos normativo o simplemente reglamentario-jurídico. Pero

en este artículo, nos interesa realzar la continuidad entre el saber

científico y el saber práctico-ordinario. El vínculo se establece desde

el momento en que ambos son actividades que definen un conoci-

miento sobre el mundo. En ese sentido, la sociología pragmática no

postula ningún principio de jerarquía por parte del observador, sino

que encuentra diversas modalidades de influencia mutua, tanto del

saber científico sobre las prácticas como de las prácticas ordinarias

sobre la elaboración del saber científico.

Existen varios ejes de continuidad. Empezaremos por los que postu-

la Bruno Latour. Desde una apuesta por una sociología de las aso-

ciaciones, propone dos tipos de continuidad: a) ciencia-sociedad y

b) ciencia-política. Podría decirse que para el autor el conocimiento

se sitúa a mitad de camino entre la sociedad y la política. Su apuesta

es no sociologizar la sociedad ni despolitizar la ciencia. En otras

palabras, para que exista sociedad hay que despejarla de a priori

sociológicos que la vuelven consistente «antes de tiempo» y para

que se entienda la ciencia realmente hay que mostrar la influencia

de la política. Lo que propone Latour es moderar las ambiciones de

la ciencia social. Apelando a la hipótesis de continuidad, por un lado,

hay que documentar y resolver las controversias sobre lo social, por

otro, hay que resolver la cuestión política. Es difícil atender ambas

cuestiones a la vez sin confundir una tarea con otra (Latour, 2008).

En relación a lo social, el sociólogo debe preguntarse permanente-

mente sobre los colectivos. Nunca debe presuponerlos por la razón

que sea. El sociólogo debe escapar a la idea que la recolección se ha

terminado. Debe verificar la existencia del colectivo y seguirlo en su

proceso de formación. Sólo así, podrá verificar su actualidad, es de-

cir, su existencia e influencia real, no pre-codificada. El autor inten-

ta volver más acá de la clásica pregunta sociológica: «¿podemos vi-

vir juntos?», imponiendo una pregunta más modesta: «¿cuántos

somos?» (Latour, 2008). El razonamiento inverso para la relación

ciencia y política. Hay que unir la ciencia a la política para que no se

«vea doble». Una de las grandes divisiones modernas fue la separa-

ción entre ciencia y política (Latour, 1991a). Así la ciencia se encar-

gaba de los saberes puros (principalmente ocupada de descubrir las

leyes naturales), mientras que la política se haría cargo de una tarea

impura: las relaciones entre los humanos y la construcción de un

orden de convivencia. Esta separación propedéutica acentuó una

distinción formal que no era tal en la realidad. Latour (1995) afirma

que no existe distinción entre una ciencia desinteresada y una ac-

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ción política comprometida, por el contrario hay influencia política

en la tarea del científico, desde la misma recolección de los datos.

Según el autor, «verdadero» no significa nada, la adquisición de la

fuerza viene desde el laboratorio. Las ciencias no son frías, objeti-

vas, aburridas y rigurosas, sino desordenadas, violentas, interesa-

das, salvajes y míticas (Latour, 2001b). Esto lo demuestra, paso a

paso, en la imposición político y social de los descubrimientos cien-

tíficos de Pasteur que revolucionaron el orden de la sociedad de masas

(Latour, 2001a).

Boltanski, desde la conformación de una sociología política y moral,

propone dos tipos de continuidad: a) competencia cognitiva-com-

petencia moral ordinaria y b) saberes globales o abstractos y saberes

locales o inscriptos. En relación a la primera continuidad, el autor

(2002) plantea que para la justificación de un orden, los argumen-

tos que podrían llamarse técnicos no son autónomos, sino que de-

ben articularse en argumentos de bien común que tengan anclaje en

las experiencias ordinarias de los seres. Así, el denominado nuevo

espíritu del capitalismo no es sólo una serie de argumentos persua-

sivos de la ciencia económica, sino fundamentalmente un experien-

cia moral de la vida cotidiana. Lo mismo ocurre con el ajuste a diver-

sas situaciones o regímenes de acción (Boltanski, 1990a). La capaci-

dad de los actores para actuar «normalmente» implica un conjunto

de saberes que no son solamente cognitivos, sino ligados a un juicio

práctico de la situación. Por ello, para ajustarse a dichas situaciones

se deben articular competencias cognitivas y político-prácticas

(Chateauraynaud, 1999). Por otra parte, frente a los mismos marcos

de situación recién planteados, los actores deben desarrollar saberes

generales y saberes locales. En términos pragmáticos, deben desa-

rrollar capacidades para probar criterios generales y capacidades para

probar situaciones inscriptas. La continuidad idealismo-realismo,

da cuenta de actores que pueden enarbolar tanto argumentos de jus-

ticia o de racionalidad universales, como dar cuenta de situaciones

concretas donde ciertos dispositivos locales están siendo

distorsionados (Boltanski & Thévenot, 1991). La coherencia de la

prueba se basa en articular ambos extremos, es decir, que los princi-

pios denunciados tengan correlación con los dispositivos

distorsionados.

En síntesis, la sociología pragmática propone una continuidad entre

el saber científico y el saber práctico. En un caso, se realzan diversas

modalidades de agrupamiento colectivo o de alianzas políticas, y en

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el otro, se destaca tanto el anclaje ordinario de las experiencias mo-

rales como su inscripción situada o local. Pero en ambos, asistimos

a una desjerarquización de la ciencia como ámbito de conocimiento

autónomo.

SimetríasEl concepto de simetría, al margen de su alcance político,

antropológico y/o sociológico, dentro de la sociología pragmática,

es fundamentalmente un a priori metodológico. Básicamente res-

tringe la autonomía del observador sobre su objeto de estudio. El

principio de «seguir a los actores» (Callon, 1986), de no precipitar

razonamientos o causalidades que explicarían un conjunto o serie

de acciones, se profundiza con la noción de simetría. No se debe

jerarquizar nada en el análisis de un proceso, ni un evento ni un

conjunto de actores, hay que observar lo que allí se está producien-

do. No hay que presuponer verdades de mainstream, ni discursos

supuestamente marginales. La construcción del evento o del colec-

tivo se nutre de una infinidad de actores, discursos e intervenciones

que hay que permanentemente actualizar (Latour, 2008). Como an-

tecedente de este equívoco epistemológico, Latour (1991a) plantea

que la modernidad elaboró dos grandes divisiones artificiales: a) in-

terna y b) externa. La primera separó la naturaleza de la sociedad,

quedando, de un lado, leyes inconmovibles y, del otro, el cambio y la

acción. Su réplica es la oposición humanos-no humanos, la cual dis-

tingue la acción reflexiva del gobierno mudo de ciertas leyes del uni-

verso. Esta separación dio lugar a una división del trabajo: el hom-

bre desarrollando su conocimiento racional sobre la naturaleza. Por

su parte, la segunda división distingue las ciencias formales de las

etno-ciencias o saberes impuros, cristalizando así la exportación de

un modelo de ciencia y jerarquizándolo por sobre otras modalida-

des. Esta segunda división consuma la separación de un «nosotros»

y un «ellos» planetario, pero que no es sino el fruto de la primera

división. En otras palabras, la división externa sólo se explica por y a

partir de la división interna. Ambas son construcciones artificiales

que permitieron «purificar» un campo y proyectar un modelo de

desarrollo y de expansión a gran escala. A partir de estas divisiones,

surgirán dos versiones del principio de simetría: i) restringida y ii)

generalizada.

Según Latour (1991a), el principio de simetría es el estudio de las

causas de los vencedores y de los vencidos, del éxito y del fracaso.

Dado que la naturaleza no explica ni lo falso ni lo verdadero, es la

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sociedad quien debe explicarlo. Esto es lo que tiene que develar la

sociología: de qué manera se explica lo falso y lo verdadero. Latour

(1995), desde sus primeros trabajos de sociología de la ciencia, retomó

parte del programa fuerte de D. Bloor (1997), específicamente la

noción de simetría. Desde allí, postula que dicho principio tiene que

reequilibrar los puntos de vista sobre lo verdadero y lo falso. Funda-

mentalmente se trata de no jerarquizar a priori fundamentos

ontológicos y epistemológicos de la ciencia racionalista moderna,

descalificando o invisibilizado otras modalidades. Pero este planteo

de simetría, Latour (1991a) lo va a extender a otras dos dimensiones

a menudo no tenidas en cuenta por la sociología: a) humanos-no

humanos, y b) saberes puros-etnociencias. La primera intenta equi-

librar la influencia de los humanos y de los no-humanos sobre la

acción social. Tanto su obra como la de Callon son un breviario de

análisis sobre la incidencia de los objetos y de los dispositivos sobre

la formación de los eventos sociales. La segunda intenta equilibrar

la jerarquía de los conocimientos legitimados por la ciencia con aqué-

llos que se encuentran fuera de sus fronteras. Los saberes excluidos

sufren lo que Latour denominó «traducción» (2001b). Esta es una

forma de decir de otra manera, es decir una imposición de una

sumatoria de aliados que («punto por punto») explican la realidad a

su manera, expulsando sistemáticamente cualquier otro tipo de ex-

plicación. Según Latour (1992) no existe un criterio de verdad o fal-

sedad por sobre la relación de fuerzas. La acusación de irracionali-

dad, no es más que una prueba de la creación de una red antagonis-

ta. Para ello, es necesario tratar simétricamente la disputa raciona-

lidad-irracionalidad. Por ello, su metodología de análisis de lo so-

cial debe alimentarse de controversias y tratarlas simétricamente,

es decir despojándolas de todo presupuesto sobre cada uno de las

intervenciones de sus participantes (2008).

Por su parte, Boltanski (1990a) dentro del marco de «seguir a los ac-

tores» también recupera el concepto de simetría. Más moderadamen-

te, propone principalmente dos dimensiones que se ligan a su pro-

puesta de sociología política y moral: a) corrección e incorrección gra-

matical y b) humanos-no humanos. La primera es la más importante

y apunta a tratar simétricamente los argumentos y las pruebas de los

actores. La base de su teoría de la montée en généralité supone que la

mayoría de los actores que buscan reforzar la legitimidad de sus pre-

tensiones apuntan a ser juzgados como «normales», es decir cumplir

con ciertos criterios de justicia que se ligan a la situación de disputa

(1990b). En ese mismo trabajo, el autor trata sistemáticamente de

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manera simétrica a aquéllos que son juzgados como normales y a los

que son juzgados como anormales, en otras palabras, a aquéllos que

cumplen con los requisitos gramaticales que definen la situación de

acción y aquéllos que actúan incorrectamente, no ateniéndose a di-

chos principios. Toma dos polaridades de análisis (singular-colectivo

y proximidad-alteridad) y en cada caso observa cómo son juzgadas las

denuncias de los actores. En algunos casos serán reconocidas como

legítimas (normales) y en otras caerán en un cono de sospecha o de

excepcionalidad (anormales). El modelo de construcción de affaires,

que tan fructífero resultó para el análisis de casos de materia política,

seguía ineluctablemente esta deriva. La segunda dimensión apunta a

una simetría entre las personas y las cosas (Boltanski & Thévenot,

1991). Aquí vale la pena detenerse y tratar en detalle el planteo para

juzgar su alcance. Por un lado, buena parte de la novedad de su argu-

mento para el análisis de las disputas argumentativas reside en su

anclaje real y/o situacional. A diferencia del planteo habermasiano,

centrado en una analítica del lenguaje, Boltanski (1991) fusiona la re-

tórica argumentativa (ligada a principios de justicia plurales) a una

inscripción en el mundo real. Toda vez que alguien argumenta, debe

estar dando pruebas de realidad de lo que dice, es decir apelando a

dispositivos (tácitos o explícitos) que ordenan la situación. Cada si-

tuación está siempre definida por una multitud de objetos puestos en

serie (ordenados sistemáticamente) que la vuelven inteligible. En con-

secuencia, es necesario tener en cuenta de manera simétrica la in-

fluencia de los actores y de las cosas. Pues, así como las personas son

seres metafísicos que pueden argumentar según principios ideales,

las cosas tienen un apego a la situación que le otorga su anclaje, vol-

viéndose prueba de realidad de toda disputa argumentativa abstrac-

ta. Pero por otro lado, Boltanski (1990a) es reacio ofrecerle autono-

mía a dichas «cosas». La simetría a la que hicimos referencia no le

disputa la autonomía de acción a las personas. Aún ayudados por dis-

positivos «desajustados», son los colectivos humanos los que empren-

den la crítica y realizan la difícil tarea de la prueba. Por último, como

define Dodier (1993), dichas cosas pueden ser dispositivos, disposi-

ciones reglamentarias y hasta incluso objetos puestos en el mundo

bajo cierta configuración. Pero en ningún caso se trata de objetos que

se encuentran allí en el mundo al margen de los humanos. Es dentro

de un contexto definido por los humanos que las cosas cobran senti-

do. En otros términos, las cosas son artificios humanos dentro de lo

no-humano, nunca objetos que cobran agencia para intervenir

autónomamente sobre el mundo humano.

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Para concluir, se puede ver claramente que mientras Latour promue-

ve una simetría radical o generalizada, Boltanski propone una sime-

tría restringida (Nachi, 2006). Mientras el primero extiende el tra-

tamiento simétrico a los no-humanos y a las etnociencias o a los

saberes impuros, el segundo propone una versión gramático-moral

del tratamiento simétrico sobre la verdad-falsedad de las argumen-

taciones públicas. No obstante, en ambos casos, el a priori

metodológico en favor de la simetría supone una articulación entre

el saber científico y el saber práctico. Como programa de estudio,

sus fronteras se extienden más allá de la influencia de la subjetivi-

dad, mostrando algunas de sus antinomias y sus cegueras. La men-

cionada pregunta sobre: «¿cuántos somos?», muestra que hay un

espacio aún inabordado por la ciencias sociales en relación a la in-

fluencia de los objetos. Y que la colonización humana de la naturale-

za (aún en todas sus versiones subjetivistas) es insuficiente para com-

prender ciertos acontecimientos sociales.

Las pruebasEl concepto de crítica es divisoria de aguas durante la renovación de

la sociología francesa de los años ochenta. En un artículo amplia-

mente citado, Bénatouil (1999) definió la oposición entre la «socio-

logía crítica» y la «sociología de la crítica». Más allá de las disputas

entre la sociología heredera de Pierre Bourdieu y la sociología prag-

mática, nos interesa destacar un aspecto de esta última: la relación

entre el observador y el objeto de estudio. Para el nuevo enfoque

pragmático, la crítica deja de estar fundamentalmente en el obser-

vador y se traslada los actantes.1 En otras palabras, la competencia

para elaborar una crítica ya no es parte del punto de vista del obser-

vador sino de un arduo trabajo del actante. La sociología pragmáti-

ca no desconoce las dificultades ni incluso ciertas cegueras de los

actantes para desarrollar una crítica, sino que pone el foco analítico

sobre la competencias que éstos desarrollan durante el proceso de

elaboración de dicha crítica.

Para entender la crítica, en términos pragmáticos, hace falta intro-

ducir el concepto de prueba. Podría decirse que la prueba cumple la

función de la acción en la sociología clásica, desde el giro

comprensivista. Se desplaza la importancia del calculo estratégico o

la referencia normativa (ambos referidos a una intención del agen-

te), para priorizar el ajuste a la situación (en tanto adaptación a cier-

tas condiciones de la acción). De alguna forma, la prueba es la mues-

tra de un acto que puede estar (o no) ajustado a la exigencia de una

1 La noción de actante es otro de los con-

ceptos que introduce la sociología prag-

mática aunque haya sido tomada de la se-

mántica de Greimas. En nuestro caso,

básicamente reemplaza a la noción de

actor y refleja por lo menos dos tipos de

innovación. Por un lado, el actante se in-

tegra a una trama narrativa dentro de la

cual cobra sentido su acción. Y por otro,

debajo de dicha noción pueden inscribir-

se una gran cantidad de entidades

(Latour, 1994). Un actante puede ser una

persona, un colectivo, una organización,

un objeto, un relato, etc. En cualquier

caso, estos usos se alejan de la clásica

carnadura subjetiva (heredera de una fi-

losofía de la conciencia) a través de la cual

ha sido usada la noción de actor.

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situación. Así, se pasa de una sociología del pasado y del futuro (tra-

yectorias o planes) a una sociología del presente, o de las condicio-

nes en las que los actores desarrollan sus pruebas. Allí entra en jue-

go un factor clave: la indeterminación. No es posible garantizar el

conocimiento del mundo porque todo el tiempo se están modifican-

do las perspectivas sobre el mismo. Una vez más, esto no tiene que

ver con los puntos de vista del observador, sino con las potenciales

intervenciones práctico-interpretativas de los actantes. No es casual

que el concepto de prueba se defina de manera reversible, es decir

que pueda invertirse durante el mismo proceso. En términos histó-

ricos, la prueba puede ser de litigio o de orden (Boltanski & Thévenot,

1991), es decir puede ser una crítica contra el orden estatuido o pue-

de ser la resistencia de cierto orden. Al mismo tiempo, en términos

sustantivos, la prueba puede ser legítima o de fuerza (Boltanski &

Chiappello, 2002), es decir puede hacer referencia a principios de

justicia comunes o puede enfrentar directamente las capacidades

para medirse de dos o más grupos. No obstante, y como punto de

anclaje analítico, la prueba es la que reduce dicha incertidumbre del

mundo, pues es la que busca la coherencia o la que permite clarificar

las situaciones (Chateauraynaud, 1991). La prueba es la que crítica

un orden desajustado (tanto normativamente como sobre su fun-

cionamiento) o la que lo estabiliza a través de reforzar ciertos dispo-

sitivos. Latour (2008) utiliza la oposición entre sociologías pre-

relativistas y sociologías relativistas para mostrar las diferencias entre

aquéllas que ponen el foco en el estudio de la regularidades y aqué-

llas que tienen como punto de partida la incertidumbre.2

En términos metodológicos, el programa de la sociología pragmáti-

ca invierte la complejidad de la tarea. El investigador debe tener una

tarea modesta (Latour, 2001a). Por principio, dicha sociología afir-

ma que los investigadores deben ser buenos relativistas, en el senti-

do de no precipitar causas universales para estudios locales, ni tam-

poco presuponer ensamblados (o colectivos) más allá de manifesta-

ciones esporádicas (Latour, 2008). Dicho en términos de Callon

(1986), «hay que seguir a los actores», sin presupuestos que los cali-

fiquen en ningún sentido, tanto en su identidad como en la veraci-

dad de sus afirmaciones. Por su parte, Boltanski (1990a), aplica el

mismo principio, tomándose en serio los argumentos con que los

actantes disputan en el espacio público. Frente a las «teorías de la

sospecha» que tienden a ubicar a priori los argumentos como más-

caras de intereses encubiertos (Nachi, 2006), la sociología pragmá-

tica hace hincapié en la validez y eficacia de dicha montaje

2 Según Latour (2008) existen cinco fuen-

tes de incertidumbre en las ciencias so-

ciales: a) la naturaleza de los grupos: sus

identidades contradictorias; b) la natu-

raleza de las acciones: agentes diversos y

desplazamiento de sus objetivos origina-

les; c) la naturaleza de los objetos: falta

de límite entre diferentes agencias que

participan de la interacción; d) la natu-

raleza de los hechos: relación difícil en-

tre naturaleza y sociedad; y e) los tipos

de estudios: no necesariamente empíri-

cos.

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argumentativo. En esa línea, la tarea del actante es difícil y esporá-

dica (Boltanski, 1990b). Su complejidad debe ser reconstruida por

el investigador sin prejuicios, pues el montaje de la prueba para enun-

ciar la crítica es la piedra de toque de las transformaciones de las

cosmovisiones de mundo.

Asumiendo este conjunto de presupuestos comunes, dentro de la

sociología pragmática existen diferencias entre sus padres fundado-

res. Según Latour (2001b), los actantes, en primera instancia, bus-

can aliados que refuercen su posición. La producción de ensambla-

dos o el incremento de aliados tiende a incrementar las capacidades

(de fuerza) de los actantes. Esto a su vez refuerza su capacidad para

traducir o para lograr adhesión discursiva, es decir para hablar en

nombre de otros o para hacer hablar a otros en nombre de uno

(Latour, 2001b). En síntesis, la prueba es una imposición de unos

sobre otros, donde la fuerza de la adhesión construye retóricas o tra-

ducciones que refuerzan su capacidad para hablar y anulan las ca-

pacidades de otros. A diferencia de esta perspectiva antagónica,

Boltanski & Thévenot (1991) sugieren que los actantes tienden a

orientarse al acuerdo. Aún reconociendo la preeminencia lógica de

la prueba de fuerza (Boltanski & Chiapello, 2002), donde los actantes

deben desarrollar capacidades para medirse con otros de manera

frontal, hay un sinfín de situaciones que están lo suficientemente

equipadas como para que los actantes se orienten al acuerdo. Desde

principios de justicia abstractos hasta criterios de regulación jurídi-

ca, los actantes usan esas referencias como marcos de interacción

mediada (Boltanski, 1990b). En síntesis, Boltanski (1990a) va a pro-

poner un equilibrio «situacional» entre instancias donde no existen

relaciones de equivalencia, por ende donde se imponen las pruebas

de fuerza, e instancias donde predominan las relaciones de equiva-

lencia, ergo donde los actantes pueden componer pruebas legítimas

que tienden a justificar su pretensión.

Volviendo al corazón del argumento, y más allá del acento sobre las

pruebas de fuerza o las pruebas legítimas, ambos autores ponen el

foco de análisis sobre las pruebas de los actantes en situación. En

ese marco, se da preeminencia a las competencias prácticas (de jui-

cio sobre la situación) de los actantes por sobre las competencias

cognitivas del observador. A su vez, resulta más revelador analizar

la capacidad de los actantes para adaptarse a la situación que inter-

pretar acerca de las capacidades inherentes al agente (previas o ad-

quiridas) que potencialmente pueden desarrollarse dentro de cierto

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plan de acción. En términos de Latour (2001b) el observador debe

analizar cómo los actantes saben habituarse «cada vez» durante la

acción y cuál es el producto de ello. A su manera, Boltanski (1990a)

plantea que más que poseer recursos o capacidades hay que saber

entregarse a la situación, actuar con naturalidad, o lo que es lo mis-

mo, comprender cuál es el criterio de normalidad que vuelve correc-

ta la acción.

ConclusiónEste trabajo tenía como objetivo mostrar cómo la sociología prag-

mática tiende a buscar puentes entre el conocimiento científico y los

saberes prácticos. Equilibrando dicha relación, se intentó respon-

der: ¿cuál debe ser la distancia para que no se contaminen?, ¿cuán-

do puede sufrir influencia uno sobre el otro?, ¿de qué manera pue-

den contaminarse mutuamente?, entre otros interrogantes. Sinteti-

zando, se podrían destacar dos expresiones que tipifican la actitud

predominante en cada una de las dimensiones. En el ajuste con su

objeto de estudio, el científico debería encontrar un punto interme-

dio entre el reposo de la observación y un compromiso con el am-

biente que lo rodea. Lo mismo sucede para el ajuste de la acción a la

situación, el actor debería actuar con naturalidad, teniendo capaci-

dad para intervenir en mundo pero de una manera lábil, dando lu-

gar a la información que la situación provee.

Ambos saberes podrían tener capacidades para responder a un deli-

cado equilibrio entre la actividad y la pasividad. Tener una mirada

reposada sin desimplicarse del contexto de análisis y actuar sin de-

jar de lado la naturalidad que nos ofrece la situación. Para lograr ese

ajuste parecería mejor, en muchos casos, no-hacer que hacer-de-más.

Quizás sea hora de dejarse llevar por una inquietud sociológica so-

bre lo que «ya hay», sin descuidar una ética de la promoción de lo

«quiere haber».

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