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del escritor mexicano De Cuellar.

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  • La Noche Buena

    COLECCIN AUTORES DEL SIGLO XIX

    COORDINACIN GENERAL DE INNOVACIN EN TECNOLOGAS EDUCATIVAS BIBLIOTECA DIGITAL

  • Diseo de portada:

    Primera edicin, 2009

    Jos T. de Cuellar

    D.R. INSTITUTO LATINOAMERICANO DE LA COMUNICACIN EDUCATIVA Calle del Puente #45 Col. Ejidos de Huipulco 14380 Mxico D.F.

    Coordinacin General de Innovacin en Tecnologas Educativas

    Las particularidades de esta edicin estn protegidas por derechos de autor

    Hecho en Mxico

  • La Noche Buena

    Primera edicin

    Jos T. de Cuellar

    INSTITUTO LATINOAMERICANO DE LA COMUNICACIN EDUCATIVA

  • 8I

    MIRA, LUPE, se es mi novio.

    Cul?

    Aquel jovencito de bigote negro.

    Lupe le contempl con mirada escudriadora.

    Qu te parece?

    Simptico.

    Pobrecito!

    Por qu?

    Figrate que no tiene posadas.

    Y t lo crees?

    Cmo no, Lupe de mi alma, si es tan bueno... De modo que van a pasar ustedes separados la Noche Buena.

    T dirs si por eso estoy tan contrariada.

    Pobre Otilia! Pobres enamorados! Qu gusto que...

    Que t qu?

    Que yo no tengo amores.

    Hipcrita! Y el general?

  • 9

    Chist, cllate.

    Ya lo ves?

    Bueno; pero esos no son amores. Qu maliciosa eres! Y todo por lo que te cont la otra noche.

    Yo s mi cuento: y cuando te hablo del general... Ah, que t tan mala!

    Una piata, nias, una piata grit un lpero interponindose entre Lupe y Otilia.

    No, qu piata ni qu... dijo Lupe de mal humor.

    Conque ya no me la toma ust, nia? dijo el vendedor tocndose el sombrero. Como su merc me dijo que para la Noche Buena quera una novia...

    Yo?

    Ah que nia! Pos si yo soy el mesmo de la otra tarde.

    Ah, s, ya recuerdo...

    Conque no juimos a dejarla en ca el general? Lupe se puso colorada.

    Anda, pcara Le dijo Otilia al odo.

    Cunto vale?

    Pos ya sabe su merc: catorce riales.

    Bueno.

    La llevo?... La llevo all en ca el general?... Ya s

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    Y el lpero, con una novia de papel de china en una mano, y un general en la otra desapareci.

    Y por qu ha de ser novia la piata de la Noche Buena? pregunt Lupe

    Eres muy mala: ya la otra noche hiciste la barbaridad de poner de piata un general: qu irs a hacer t con esa novia?

    Lupe y Otilia comenzaron a hablar muy bajo, internndose en la callejuela que formaban las barrancas improvisadas en la Plaza de la Constitucin; el jovencito de bigote negro, siguiendo a cierta distancia el movimiento, lograba pocas veces cruzar sus miradas con Otilia, al travs de aquel abigar-rado conjunto de piatas, faroles y Santos Peregrinos.

  • 12

    II

    EL HOMBRE de las piatas haba llegado a la ca del general, como l la llamaba; pero nosotros, a fuer de historiadores, debemos tener alerta a los lectores nuestros en materias de traslacin de dominio y de ttulos colora-dos; porque en los tiempos que corren, no es remoto encontrar un general que no lo sea; y en cuanto a lo de su casa, se nos antoja que hay asunto para pasar el rato.

    Lupe y Otilia llegaron a la casa, cuando ya alumbraba la luz elctrica.

    El de las piatas entreg la novia, y recibi los catorce reales; pero mien-tras calentaba aquellas monedas en la mano, pensaba en que la ca del general le era propicia, y que no deba abandonarla. Ofreci, pues, sus servicios a las nias, llevar ramas de cedro, y aun insisti en que se le com-prara la otra piata que, como hemos dicho, representaba un general.

    El tal vendedor era un viejo harapiento, muy conocido en las inspeccio-nes de polica, en Beln y en el Hospital de San Pablo. Los practicantes le haban visto los sesos y las entraas, y contemplaban a Anselmo, pues tal era su nombre, con el inters cientfico que les haba inspirado aquel bor-racho, salvado dos veces por milagro de una herida en el vientre y otra en la cabeza.

    Lupe y Otilia fueron benignas con Anselmo, y con razn estas nias esta-ban muy contentas, eran muy felices y... y ya ir sabiendo el curioso lector cuntos motivos tenan para sentirse tan bien y tan capaces de generosidad y otras virtudes.

    La cocina de aquella casa era espaciosa: la haba hecho un joven ingeniero muy hbil y muy ilustrado, de manera que tena horno de ladrillo. Es cier-to que en materia de brasero, la cocina aquella, como todas las de Mxico, estaba a trescientos aos de fecha, todava el aventador se sobrepona a las verdades cientficas de la pesantez del aire y de la produccin del calrico;

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    pero eso era porque el ingeniero haba dirigido aquello al estilo del pas, por encargo de una ta suya.

    Haba hasta cuatro criadas, de las cuales dos revelaban, por su facha miser-able, su carcter de supernumerarias.

    La austera vigilia, la abnegada penitencia y la mortificacin de la carne, aparecan de bromita en aquella cocina. La virtud disfrazada y del brazo con la gula, celebraban, como en carnaval, el portentoso acontecimiento de la cristiandad. Lculo y Heliogbalo asistiran gustosos a la fiesta, entrando por la cocina. El bacalao y el robalo volvan a tomar un bao fro al cabo de muchos meses; las criadas limpiaban romeritos, y condenaban a la nada a algunos millones de generaciones de moscos, haciendo una torta con sus huevos. De blancas rebanadas de jcama hacan figuritas que iban a teirse con la materia colorante de la remolacha, en la ensalada de Noche Buena; ensalada clsica y tradicional que, en fuerza de mezclar frutas y legumbres heterogneas, ha dado su nombre a piezas literarias y a cuerpos colegiados; pero que concentra la alegra de los comensales, y es la prosodia de esa cena de familia que lloran los muertos.

    Lupe y Otilia reciban a dos cargadores que llevaban cajones con vinos y conservas alimenticias de parte de Quintn Gutirrez: y cuando acabaron de recibir las latas de pescados y una batera de botellas, leyeron un pa-pelito que deca: De parte del general N... para la casa nm. 2, calle de... etc. Gutirrez.

    Y ya eran dos personas hasta ahora las que cean la banda al seor de aquella casa: el hombre de las piatas y Quintn Gutirrez.

  • 14

    III

    HEMOS ENTRADO a la casa aquella por la cocina; y nosotros somos efectos a dar razn de todas las cosas.

    No a todas las casas se entra por la sala, ni la sala es la pieza principal en to-das las casas. En la de que se trata, la sala era lo de menos, ordinariamente; pero la Noche Buena, la sala iba a ser la pieza principal; porque iba a haber baile, le haba llegado su turno.

    De manera que era la pieza ms nueva.

    Siguiendo la buena mxima de dar razn de todo, y con la confianza de autores, pasamos de la cocina al comedor.

    Anselmo, el de las piatas, y un sargento del ejrcito estaban colocando ramas de ciprs en las paredes y heno en todas partes. Ya tena aquello esa lobreguez de selva, que cuadra tanto en esa noche de fros y de vapores, de recuerdos y esperanzas, y, sobre todo, de ilusiones. Se respiraba una at-msfera hmeda e impregnada de ese olor resinoso de las conferas. Ola y saba el aire a Noche Buena.

    Haba una pieza intermedia entre el comedor y la recmara, y que asuma todos los usos y conveniencias; all se reciban visitas, se confeccionaban trajes, se guardaban comestibles, y se estaba de confianza; por all transi-taban el sargento y Anselmo: era una pieza abierta, en fin, y a manera de vestbulo, a diferencia de la inmediata que era la recmara, y por donde no pasaban el sargento y otras gentes.

    Los criados, que tienen una onomatopeya peculiar, le llamaban, no simple-mente la recmara, puesto que era la nica, sino la pieza de la ama.

    Aqu de nuestra facultad de escritores para penetrar de puntillas a aquella habitacin, a la que muchas personas comunicaban cierto aire misterioso;

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    pero todo sin motivo, al menos ostensible.

    Haba all, en primer lugar, la consabida cama de latn amarillo bajo un dosel de muselina, ostentando el espesor de sus mullidos colchones, cubier-tos de raso azul, que haca fondo a las filigranas tejidas que lo cubran todo. Tena ese raso y esa filigrana, algo de esa actitud cmica del rubor, que se tapa los ojos con la mano abriendo los dedos.

    Lo azul de la recmara, que tena algo de cielo, no haca contraste, sin em-bargo, con el olor a magnolia que tena mucho de terrenal.

    Reinaba all aire de silencio: se andaba quedo, porque la alfombra era muelle, y se hablaba quedo... sin saber por qu. Se abran quedo las vid-rieras, no rechinaban como los zaguanes; se sentaba uno quedo, sobre resortes y sobre pluma.

    Haba un ancho guardarropa con tres espejos, y frente a uno de ellos estaba la ama, como la llamaban del sargento abajo.

    Estaba consultando su talle, en ese elocuente monlogo de tocador, cuyos secretos guarda mejor la mujer que el hombre.

    A juzgar por la espalda y por los brazos, aquella mujer era joven, blanca y mrbida. Se tomaba con las puntas de los dedos las costuras laterales del talle para probar si an era posible rebajar un cuarto de pulgada a su con-torno inferior.

    No importa averiguar si las mujeres aprenden dibujo en algn estableci-miento, porque hay un maestro sin quincena que les corrige siempre con oportunidad todas sus lneas; no sabrn trazar en el papel, pero saben cor-regir ante el espejo.

    Esta correccin fue larga, y la absorba de tal manera que ni el ruido de toda la casa llam su atencin, de lo cual inferimos que su primer cuidado era la correccin en las lneas de su talle.

  • 16

    Cansados de esperar nos retiramos de aquel cuarto, deseando mejor opor-tunidad para presentar de frente a nuestros lectores a la ama de la casa.

  • 18

    IV

    MIENTRAS en la cocina preparaban la ensalada de Noche Buena, alre-dedor de la ea del general se preparaba la ensalada de la concurrencia. Hay casas en que la concurrencia la constituye, no ese crculo ntimo de los parientes de la familia, que hace el encanto del hogar domstico, sino un conjunto heterogneo de entidades que meten el buen da en casa y estn muy contentos porque tienen adonde ir.

    Desde el momento en que el general no era general, y la casa aquella no era su casa, los convidados tenan que participar de ese carcter de ambige-dad que va a ponernos en apuros para darlos a conocer a nuestros lectores. Apenas conocemos a Lupe y a Otilia, y esta ignorancia es tanto ms discul-pable cuanto que en la misma casa aquella no daban detalles acerca de su genealoga, y tenemos que ir a buscarlos a otra parte.

    Lupe era hija de un pagador, de esos que pagan seis meses a los dems, y el da menos pensado se lo pagan todo a s mismos. Dos veces se haba hecho esta clase de pagos solemnes; de manera que se haba vuelto tan servicial y tan complaciente que dejaba a Lupe hacer y deshacer en la casa del general, especialmente cuando se trataba de prestar servicios a la joven que hemos dejado en el captulo anterior ajustndose el talle.

    Lupe tena dieciocho aos, era pequeita y, por supuesto, estaba clortica. Su color era de ese tono del papel secante que se va quedando en la raza mixta al deslavarse el cobrizo azteca; color con que luchaba incesante-mente, Lupe, especialmente cuando se pona un sombrero con una pluma muy blanca y muy grande. Tena el pelo negro y se lo tuzaba en lnea hori-zontal sobre las cejas para formarse lo que ella llamaba su burrito.

    Nadie conoca a su mam, y slo se saba que era hija del pagador; pero eso no haca al caso, porque Lupe haba sabido cambiar de crculo merced a algunas amistades que contrajo en el Conservatorio, a donde concurri seis meses.

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    Otilia era una de esas amiguitas de escuela nacional que se haba encontra-do Lupe; de la misma manera que Otilia se haba encontrado a un alumno de la Preparatoria, que era aquel jovencito de bigote negro que no tena posadas.

    Lupe, que ya tena adquiridos ciertos derechos en la casa del general, ar-regl que el novio aquel sin posadas pasara all la Noche Buena.

    Por eso Otilia estaba loca de alegra.

    Otilia era menos triguea que Lupe y ms alta, pero casi de la misma edad. Ya haba aprendido a vestirse y tena tambin sombrero con pluma blanca. Esto y el alumno de la Preparatoria eran dos cosas que la hacan feliz.

    T dirs le deca a Lupe llena de reconocimiento para qu quiero ms? Mi sombrero blanco y mi novio figrate.

    Y qu te quiere?

    Vaya! Si vieras qu versos me ha hecho! Dice que son versos positivistas. Mam no lo puede ver porque dice que es hereje.

    Todas las mams dicen lo mismo. Como un novio no se confiese adis! ya les parece que se va uno a condenar.

    y dime se confesar el general?

    Otra vez el general! Qu mala eres!

    y t, qu reservada. Mira si al fin ya s...

    Qu sabes? Que los botines blancos que vas a estrenar esta noche, l te los compr.

    Bueno, pero eso qu tiene de malo? Era preciso calzado blanco para esta noche, y ya sabes que el pobre de mi pap no tiene destino. Luego, el

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    general es tan franco, que sin que yo lo supiera va entrando la criada con la canasta para que me probara pies, y... y qu haba yo de hacer. Era lo nico que me contrariaba, no tener botines blancos para esta noche.

    Pues yo s tengo.

    El de la Preparatoria?

    No, Dios me libre!

    Tu mam?

    No, tampoco. Te dir la verdad, me los fi don Mateo para pagrselos en abonos

    Bueno, vamos a estar calzadas esta noche como unas princesas.

    En estos momentos entr el pagador.

    Mi pap dijo Lupe.

    El pagador vena de ajustar la msica. Se ech el sombrero para atrs y se sent en un silln.

    Le dije al General que la msica iba a costar un sentido si no la bus-cbamos con tiempo: quieren cuarenta pesos.

    Pues que venga! grit una voz argentina desde la recmara. El paga-dor, mucho antes de pagarse a s mismo, haba pagado tributo a la fealdad; su tez cobri. za, su bigote cerdoso y negro, y su cabello cortado al estilo de cuadra le hacan conservar su estilo militar a pesar de su saco negro y su corbata de toalla. El ngulo facial del pagador acusaba todava a la raza af-ricana, y de aqu vena su costumbre de cortarse el pelo muy corto, porque cuando fue soldado raso, y asisten. te del General, mereci entre la tropa el apodo de el chino. El general hasta ahora no le deca de otro modo.

  • 21

    Detrs de la vidriera volvi a resonar la voz argentina de la ama pre-guntando:

    Qu dice el chino?

    Que la msica quiere cuarenta pesos.

    Y qu tenemos con eso?

    Que es muy cara.

    Usted no es ms que pagador.

    Ya s que el general paga; pero me parece mucho. Mucho por qu? Pobres msicos! Es justo que ganen algo en Noche Buena, no hay ms que una cada ao.

    El pagador se encogi de hombros y al cabo de un rato pregunt levantn-dose.

    Cierro trato?

    S contest la voz.

    De orden de usted?

    De mi orden.

    Y el pagador sali sin hablar una palabra.

  • 22

    V

    PUESTO QUE hasta ahora no hemos tenido ocasin de verle la cara a la seora de aquella casa, daremos algunos datos acerca de su persona. Era muy conocido en Mxico hace algunos aos un personaje cuyo nombre nos ahorrara de toda biografa; pero discretamente lo ocultamos para darle el vulgar de Pancho, que era con el que le conocan sus amigos. Pancho haba sido militar y su vida era ese tejido de peripecias, de viajes, de trans-formaciones y aventuras que constituyen la de un nmero increble de individuos cuyo modo de ser est ligado a la agitacin y trastornos pblicos en que ha estado nuestro pas durante largos aos.

    Como era natural, el primer interregno de paz arruin a Pancho; su per-sonalidad era de esas que slo pueden figurar en la revolucin; no poda servir al ejrcito permanente por motivos poderosos; era intil y vicioso, haba estado sumariado y se empeaba en suponer un odio implacable a su persona por parte del Ministro de la Guerra.

    Vea usted el estado en que me tiene el odio del Ministro deca Pancho como preliminar; y despus de ensear muchos papeles, que nadie lea, acababa por pedir una peseta.

    Muri al fin en la mayor miseria dejando en el mundo varios hijos; pero no constituidos en familia, sino diseminados y errantes. Era hija de Pancho una nia recogida por unas tas lejanas y quien a los quince aos haba probado ya todas las amarguras de la vida; desde la orfandad y el hambre hasta la deshonra.

    Nunca es ms palpable la necesidad del calor materno para formar el corazn de los hijos que en casos semejantes al que narramos. La madre de-posita no s qu gotas de dulzura en nuestra alma, no s qu grmenes tan puros, que son como lazos misteriosos que nos ligan a lo bueno por toda nuestra vida. La hija de Pancho estuvo ligada a la virtud por las circun-stancias y no por los principios, de manera que cuando pudo levantar una

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    punta del velo que le ocultaba los placeres del mundo, escap, como una alimaa presa, por el primer resquicio por donde vio la luz.

    Desde entonces esa nia fue una de esas entidades parsitas, cuya cifra aumenta de una manera alarmante en las modernas sociedades, y que dan a la ciencia sociolgica materia ardua y trabajosa en los problemas insolubles del bienestar de los pueblos.

    Fuera de la urdimbre tejida por la moral y el amor al calor de la madre, por la pedagoga al arrimo de la observacin y la experiencia, y por la ley social al impulso de la filosofa, la mujer sale al mundo formando un gremio in-menso que atraviesa la vida por su propia cuenta, rompiendo con todos los principios de la ley moral, con la institucin de la familia y con el destino de la mujer en la humanidad.

    De la actual organizacin de las sociedades y al travs de los diques de la ciencia y la moral, se desborda el torrente de una filosofa terrible, cuyas adeptas pueblan las grandes ciudades del mundo, abriendo con sus dedos color de rosa un abismo profundo donde se sumerge la riqueza pblica.

    Esas seoras eran antes esas mujeres. Debemos, pues, convenir en que la sociedad moderna, menos exigente y meticulosa si se quiere, deja hoy, muy de su grado, ms ancho espacio a la irrupcin de esa falange femeni-na.

    Estos ligeros apuntes sirven para comprender mejor las lneas fisonmicas de... la seora de aquella casa, y cuando las tracemos, si el lector lo medita, encontrar sobre qu pasta puede estamparse la fotografa de la belleza; como si lo estudia, sabr que hoy la fotografa, tan adelantada como est, estampa tambin sus negativas sobre piedra y sobre acero.

    Es tiempo, pues, de decir que la seora de la casa era la hija de Pancho, el militar mendicante; que se haca llamar Julia, sin que acertemos a decir si ese era su verdadero nombre, y que haba venido a parar a manos del general en el torrente de esa filosofa mujeril de que hemos hablado, a la sombra de la paz de la Repblica y al calor de la Tesorera general.

  • 24

    VI

    JULIA ERA lo que se llama una belleza a la moda. Tena la estatura medi-ana de la raza meridional y sus movimientos estaban impregnados de esa pereza voluptuosa propia de la mujer que vive slo para agradar.

    Desde que haba roto con las consideraciones sociales, se haba entregado de lleno al culto de s misma. No importa averiguar en qu dramas haba jugado el papel de protagonista; pero estos dramas la haban dejado, a pesar suyo, cierta sombra de tristeza concentrada y profunda, sobre la que pasaban los fulgores de sus risas como la luz de los relmpagos sobre los pantanos infectos.

    Del fondo de esa tristeza salan sus fantasas ms extravagantes. Una noche, la noche del 15 de diciembre, esperaba al general a la hora de costumbre.

    Qu quieres? le pregunt ste, apenas Julia iba a articular un deseo.

    Posadas contest secamente.

    Posadas y vamos nosotros a rezar a los Santos Peregrinos?

    Por qu no? Y a cantar la letana. Tengo ganas de orte cantar.

    Lo has pensado bien?

    Vaya!

    Posadas entre dos?

    Te haces el nio. Te figuras que me vaya conformar con slo t.

    Cmo!

  • 25

    Tendremos, por supuesto, una concurrencia competente.

    El general no pudo contener un gesto de desagrado. Ya te comprendo, general. No te hace gracia la concurrencia; pero pierde cuidado, que no he de convidar ni a tu mujer ni a: tus hijas: son muy estiradas. No me gustan a m esas gentes.

    Pues a quines? pregunt el general, mordindose los labios.

    Lo vas a ver. En primer lugar a Lupe y a Otilia pobres muchachas! Estn alborotadsimas.

    Bueno.

    Bueno eh? con que bueno. Ya vers como no tengo mala eleccin, sobre todo, respecto a Lupe.

    Y esta frase fue acompaada de un gesto de odio que se confundi en el acto con una linda sonrisa.

    El general baj los ojos adivinando el gesto, y los levant para recoger la sonrisa. El general era estratgico y saba en qu circunstancias practicaba su tctica sublime.

    En seguida balbuci Julia en seguida... las dos muchachas de all enfrente.

    Vendrn?

    A posadas por qu no?

    Y de hombres?

    Crees que no hay hombres?

    S, pero...

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    S, pero... repiti Julia remedndolo Sabes que ests muy fastidioso esta noche? Y mira, en resumidas cuentas, hemos de hacer posadas, y has de cantar conmigo la letana, y te he de dar tu vela, y hemos de romper la piata, y hemos de hacer todo lo que me diere la gana lo entiendes?

    Est bien, Julia, se har todo lo que t quieras. En cuanto a m, prefiero nuestra soledad.

    Ya lo creo, egosta nuestra soledad! Yo estoy aburrida con eso. Tus visitas se van haciendo montonas, y necesitamos cambiar de tctica, seor gen-eral

    Julia se levant para ir a consultar su peinado ante un espejo. Ella saba en qu circunstancias era conveniente que el general la viese de pie. Al levantarse hizo lo que esas flores que reposan un largo rato y son despus movidas por una rfaga de brisa: impregn el ambiente de perfumes. Estos perfumes entraron por las narices del general, y fueron a escribir el V B de las posadas en su cerebro.

    No ha entrado en nuestro plan describir esas posadas, y slo s la Noche Buena, que es el asunto de esta crnica.

    Julia ha nombrado a las muchachas de all enfrente, y como van a formar parte de la concurrencia, las daremos a conocer a nuestros lectores.

    La casa aquella tena cuatro viviendas. Frente a la de Julia viva una se-ora, madre de dos pollas y otros cinco muchachos: siete vstagos de un empleado en Hacienda, avejentado prematuramente por falta de poda y sobra de fruto, como muchos rboles. Este matrimonio estaba haca quince aos resolviendo el problema social ms insoluble del pauperismo; creca y se multiplicaba sin crecer ni multiplicarse las rentas. El divisor del pan en la luna de miel se multiplicaba cada trescientos sesenta das con mengua progresiva de la nutricin, del calor y de la vitalidad de la familia, que iba perdiendo savia en la proporcin en que los frutos se alejaban del tronco, de manera que Juvencia, la mayor de las hijas, era la ms robusta y la ms

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    inteligente; le segua Lola, clortica, despus Pedrito, con muletas, en seguida Juan, hecho una espina, luego Enriqueta, sorda desde el tifo, y tres nios enclenques, de los que el ltimo estaba htico.

    Juvencia y Lola, a pesar de la miseria de su casa, estaban presentables en ocasiones solemnes como la de las posadas en casa del general. La mam de estas nias no haba vuelto a ver la suya desde que se cas. Modelo de abnegacin y sufrimiento, haba renunciado al mundo por completo sin esfuerzo y sin alarde. Era una de esas santas esposas que abundan tanto en Mxico, y slo en Mxico, para quienes el matrimonio es un atad abierto del que no sale ya sino el alma en el ltimo da.

    Se haba opuesto mucho a que sus hijas fueran a las posadas del general, pero su marido era poco escrupuloso en esta materia porque, segn l deca, haba visto mucho.

    Nosotros deca hablando con su mujer no tenemos obligacin de pedir a las gentes su partida de casamiento.

    Aqu pasa Julia por mujer del General, y como tal debemos tratada

    Permteme replicaba su mujer envuelta en un tpalo negro per-mteme que te diga que no hay en la casa quien ignore lo que pasa. Bonitas las vecinas para no desmenuzar esa clase de asuntos.

    Bueno, supongamos que as sea: el General me ha invitado personal-mente, y ya sabes que yo necesito estar bien con el General: es muy amigo de Fuentes Muiz, y ya comprendes que yo no haba de aventurar mi posicin por un escrpulo de conciencia. Adems, la concurrencia de estas noches ha sido selecta: han estado all dos diputados con sus seoras.

    Con quin?

    Con sus seoras.

    Enhorabuena; t dices que no tenemos obligacin de pedir a las gentes

  • 28

    su partida de casamiento.

    Ya se ve que no. Y por otra parte, yo no he visto ningn desorden, la concurrencia se ha portado decentemente, y Julia, si la vieras, ha hecho los honores como una marquesa.

    Qu gusto que no la he de ver!

    S, ya s que le tienes mala voluntad.

    No, lo que tengo es estar indignado contra una sociedad que tiene tan en poco las leyes del decoro.

    Cspita! Qu elocuente ests! Mira, tengamos la fiesta en paz y no hablemos ms sobre el asunto; porque lo que son mis hijas han de ir al baile qu puede sucederles si van conmigo? Las nias estarn siempre bien en todas partes al lado de su padre.

  • 30

    VII

    JULIA se iba saliendo con la suya. El baile de la Noche Buena estara concurrido y vendran a rendida homenaje los amigos del General y otras personas. Con esto experimentaba Julia una satisfaccin ntima, que la reconciliaba con el sinnmero de humillaciones que haban sufrido en su vida.

    Una de las mejores modistas de Mxico acababa de enviarle el traje para el baile. Era un vestido color de rosa plido con encajes y flores, que, decidi-damente, iba a estar en perfecto contraste con los de Lupe y Otilia, y muy especialmente con los de las muchachas de all enfrente.

    Los dos diputados que haban llevado a sus seoras no haban sido de los concurrentes ms asiduos a las posadas; porque tanto a ellos como a ellas les haba parecido Julia muy orgullosa. Pero uno de los diputados haba tenido ocasin dos noches antes de convencerse de que Julia no era precisa-mente orgullosa.

    Esta clase de descubrimientos, hechos por los diputados, suelen ser un tanto cuanto trascendentales, al grado que la fortuna del General comenza-ba a ser motivo de envidia.

    Al General le haba sucedido una cosa que slo l saba. Cuando conoci a Julia desempolv de entre sus trofeos las rosas de su primera juventud, y se sinti vigoroso y en su pleno derecho para agregar a su vida un episodio de amor. Se entreg de lleno a aquella aventura galante y le pareci la cosa: ms natural del mundo el permitirse ese pasatiempo. No haca un ao que tena a Julia y ya haba probado mil veces los inconvenientes de su conduc-ta. Su mujer y sus hijas se iban convirtiendo en un severo e interminable reproche, que no poda olvidar; procuraba realzar los defectos de su mujer para buscar en ellos una justificacin, y so pretexto de negocios aportaba por su casa lo menos posible. Ya haba hecho tres viajes a Len en el nuevo ferrocarril y dos a Cuautla, segn su mujer y sus hijos, y tena pendientes

  • 31

    otros viajes imaginarios a otras partes.

    Mientras fue un marido fiel, no fue celoso y viva tranquilo; pero ahora se haba vuelto un Otelo. Los diputados y algunos otros amigos a quienes se haba permitido llevar a la casa de Julia, trataban a sta con cierto sans faon que le haca hervir la sangre. Estos amigos se permitan hablar muy libremente delante de Julia y la miraban de un modo inconveniente.

    Ante semejantes familiaridades, el General pensaba en todo lo que le costaba aquel capricho y se resista a confesarse a s mismo que no era feliz. Echaba de menos la tranquilidad que muchas veces le pareci montona. Haba llegado al extremo de que sus visitas a Julia eran ms por cuidarla que por verla. En suma, el general estaba haciendo una de esas calaveradas para las que se necesita el aturdimiento de los jvenes y l, a su pesar, ya no poda aturdirse; la verdad se le revelaba desnuda y no obstante sostena: la situacin por amor propio.

    En cuanto a Julia, nunca le haba profesado cario; la haba sacado de una situacin embarazosa y casi terrible y se haba acogido a aquel salvador provisional que pagaba la casa y la modista. Adems, el General era feo y celoso; Julia no pensaba ms que en buscar una oportunidad para despren-derse de aquel compromiso

    El diputado y Julia estaban a punto de coincidir en ideas a este respecto, pero las ideas de esta clase no se definen sin champaa. Don Quintn Gutirrez haba enviado dos cajas para la Noche Buena.

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    VIII

    EN NOCHE Buena se hace indispensable visitar la casa por la cocina porque all est la acentuacin de la fiesta, que, como en todas las de la cristiandad, se empieza por comer doble. Todas las operaciones prelimin-ares de la cocina estaban desempeadas por expertas manos. Sentados en un mismo cajn estaban una de las ms marisabidillas maritornes de la casa y Anselmo, el hombre de las piatas.

    La maritornes era la que limpiaba romeritos, y Anselmo la ayudaba. Esta ocupacin montona les permita conversar, y a nosotros escucharlos.

    Ah, que usted tan inocente deca Anselmo con sorna.

    Yo inocente?... Ni sabe

    Pos si yo conozco a lotra ama. Yo barro all cuando se ofrece, y doa Petra, la cocinera, es mi conocencia.

    y ella le cuenta...

    Pos vaya! ora me dijo doa Petra que el General se haba ido a Len

    Ande ust, don Anselmo.

    Por vida de ust

    Quiere decir que el General anda viajando. Esta noche es Noche Buena me solt cantando la limpiadora de romeritos.

    Noche de comer buuelos dijo una criada ronca.

    En mi casa no los hacen agreg Anselmo por falta de harina y huevos.

  • 33

    Una carcajada general sigui a la copla, tan sabida de todos, como bien aplicada a las circunstancias.

    Entonces dijo en voz baja la de la copla a Anselmo le cuenta a la cocinera...

    Son buscas legales, amita, cada uno se ingenia y cada uno tiene sus con-testas; y los probes vivimos de los seores particulares, y por eso mesmo se me aprecia, y saben las personas quin es Anselmo, porque, con perdn de ust, doa Trinita, yo no me tomo la mano en decirlo, porque...

    Y luego que cada uno...

    Pos ust ver.

    Y en eso cada cual...

    Cada uno con su concencia, como dice el padrecito. Qu padrecito?

    El que me confes en San Pablo.

    Con que se confiesa!

    Pos no... con el menudo defuera, pos cuando no, doa Trinita.

    Y cundo fue eso?

    Cuando el trastazo que me dieron.

    Onde?

    En la pulquera de don Adalid, que por poco la raspo.

    Y se alivi?

  • 34

    Ah, qu ust! Conque me compusieron los practicantes: y mreme todo debido a la aguja; porque me cosieron, doa Trini, como forro de pelota.

    Caramba, con don Anselmo!

    Somos juertes los hombres, por vida de ust, mi alma.

    Yo cundo! Dios me libre!

    Aquel drama, no obstante la limpia de los romeritos, daba ya a los inter-locutores el inters que inspira la leyenda de Pramo y Tisbe.

    Doa Trini, como la llamaba Anselmo respetuosamente, se qued pensa-tiva.

    En aquel momento asom la cabeza el Chino, el pagador aquel, padre de Lupe, y pregunt en voz alta: El General?

    No est por aqu contestaron varias voces.

    No bien dio la vuelta:

    Dizque el General en la cocina! dijo Anselmo. Ah que Chino!

    Y ust cmo sabe que se llama el Chino? pregunt Trini.

    Yo no digo que ese sea su apelativo, pero as se llama.

    Ust conoce a todo el mundo, don Anselmo.

    Pos si esa es mi incumbencia; cuando uno corre mundo... pos al Chi-no... vaya... al Chino yo le s los pasos, y semos conclapaches, sino que cuando los amos salen de Beln ya no lo conocen a uno.

    Oiga que malo es don Anselmo; dice que conoci al Chino en la Tlalpi-loya dijo Trini a su vecina.

  • 35

    Adis!

    Por vida de ustedes; pero que no lo oiga, porque ora es muy amigo de la poleca, y luego le buscan a uno ruido.

    Yo he visto al Chino con don Narciso el gendarme dijo una criada.

    Echando tequila, por supuesto.

    No he visto tanto.

    El tal don Narciso siempre est beodo, con perdn de ustedes dijo Trini que lo diga mi rebozo; si no he llevado el de bolita la otra noche, me lo rompe del tirn que me dio.

    Qu noche?

    Cuando fui por los pambacitos compuestos para la nia.

    Esa noche todos estaban trompetos.

    Hasta el General dijo la cocinera, haciendo salir la voz entre sus dos manos.

    Cllese doa Lola, porque si la oye la nia...

    Qu?

    Le ajusta las cuentas.

    Y a m qu? Las de la calle del Arco estn que se las pelan por mi sazn; y all s le dan a uno para las tandas, y se acuestan temprano; no que aqu... de que dan champaa... adis! Las tres y las cuatro de la maana, y una en pie.

  • 36

    No me hable ust de la champaa, doa Lola; cuando oigo los tapon-azos, por vida de ust que me pongo de flato.

    El Chino haba ido a buscar por la para darle cuenta de una de las cien comisiones que haba desempeado.

    El General? pregunt en voz alta.

    No ha venido respondi Julia con voz sonora. Qu quera ust?

    Decirle que el Lic. Penichet no estaba en su casa, que don Antonio no puede venir porque est constipado; que las otras nias harn lo posible por pasar un ratito.

    Pues quines vienen, por fin? dijo Julia con impaciencia.

    Pues vienen los dos diputados, las otras seoras y Rosalitos.

    S; de Rosalitos ya lo saba, es tan amigo del General y... es tan bueno. Mucho me alegro de que venga Rosalitos.

    Y ya eran dos personas de quienes Julia se alegraba que fueran esa noche: uno, de los diputados y, dos, de Rosalitos.

  • 38

    IX

    LAS PRIMERAS horas de la noche iban transcurriendo con lentitud en medio de los infinitos detalles de los preparativos.

    El Chino y Otilia ponan velas de estearina en los candelabros.

    Lupe se ocupaba del tocador y del comedor a un tiempo. En la cocina haba aumentado el personal de la servidumbre con dos o tres muchachos de la vecindad que haban ido a ver a la cocinera por si se ofreca algo. Desde luego encontraron ocupacin, pelando cacahuates y picando las fru-tas para la ensalada. Julia segua haciendo grandes preparativos de tocador. Usaba una crema para la cara que necesitaba dos manos en el intermedio de una hora, y haba inventado para aquella noche darse los ltimos toques, como los llamaba una amiga suya. Estos toques consistan en ponerse una lnea negra muy delgada al borde de los prpados inferiores, y en pintarse los labios con un carmn que le haban regalado.

    Eran las nueve cuando acert a llegar el primer concurrente: era el novio de Otilia; sta lo recibi en la antesala porque la casa estaba todava en desor-den y a oscuras.

    Esta oscuridad le pareci al novio una idea luminosa. Otilia encontr que como no se haba vestido, la oscuridad le era propicia. As hara ms impre-sin en el nimo del novio cuando la viera a toda luz. Su dilogo fue inter-rumpido por la llegada de dos criados de Fulcheri que venan cargando un contingente de repostera para la mesa.

    A eso de las diez, el sargento del ejrcito empez a encender las lmparas y las velas de los candiles, cuando entraron los msicos. Entre dos traan el contrabajo.

    Al contrabajo y a las mujeres bonitas se !es recibe siempre con una son-risa. Yo no conozco todava una persona bastante seria que vea impasible

  • 39

    un contrabajo; no precisamente porque ese instrumento sea risible, sino porque asoma siempre en ocasin solemne, revelando un programa de alegras.

    Ah est el tololoche! gritaron unas muchachas en la cocina. Lupe y Otilia le dirigieron una mirada lamindose los labios a la idea de la danza. El pollo de la Preparatoria pens, sin quererlo, en la cintura de Otilia. Hasta el Chino sinti los pies ligeros a pesar de lo mucho que lo haba hecho andar el general.

    Julia acababa en ese momento su toilette y no pudo resistir al deseo de ver el contrabajo que acababan de acostar de lado en la sala por temor de recargarlo sobre los cuadros.

    A la sazn la sala estaba iluminada y sola. El novio de Otilia an perman-eca en la antesala.

    Julia dejando tras s la larga cola de su vestido rosa plido, se puso a con-templar el instrumento. No haba visto nunca un contrabajo a sus pies, ni de cerca, y lo interrogaba como esperando una respuesta de aquellas tres cuerdas rgidas y llenas d polvo de pez. Le pareca que aquel cetceo de la msica se haba echado a propsito para rendirla homenaje y estaba all humillado como el General. Todo aquello era su obra, su voluntad, su capricho, y la prueba palpable de su dominio; el contrabajo hablaba a su orgullo en silencio antes de hablar a los dems de armonas y de amor.

    Julia no poda menos que sentir cierta simpata por aquel instrumento. Levant la falda de su vestido y parndose sobre un pie levant el otro para herir una de las cuerdas con la punta de su brillante zapato de raso blanco.

    El contrabajo exhal una especie de rugido sordo que hizo estremecer a Ju-lia, quien solt su falda y volvi la cara en torno suyo para ver si la haban observado.

    El novio de Otilia, que haba visto esta escena al travs de la vidriera, ret-rocedi un paso para no ser descubierto, porque juzgaba la ocasin poco a

  • 40

    propsito para presentarse.

    Julia pas del contrabajo al frente de un espejo para pasarse la ltima revista.

    Un momento despus comenzaron a entrar las visitas, que se introducan por su propia cuenta, y previa una salutacin que, entre las seoras iba acompaada de esa nocin de abrazo que consiste en ponerse en los hom-bros recprocamente la punta de los dedos.

    Julia casi no conoca a aquellas gentes, y comenzaba a realizarse aquello de que la concurrencia iba a ser otra ensalada de Noche Buena. No poda ser de otro modo.

    Entraron por fin dos jvenes, quienes con aire resuelto se dirigieron a Julia. Uno de ellos le tendi la mano y estrechndola con familiaridad, le dijo:

    Te presento...

    Una risa simultnea cort la frase. Julia y el presentado se conocan.

    Ah! Ustedes...

    Vaya! dijo el recin venido.

    Y mientras el que presentaba al otro fue a dejar los abrigos de los dos, el conocido viejo se sent al lado de Julia.

    No vayas a salir con una de las tuyas! le dijo Julia.

    Qu linda ests! Te sienta bien la banda. Grosero.

    T eres la que empiezas con una de las tuyas.

    Quin te dijo que yo tena baile?

  • 41

    Perico.

    Oye conoces al General?

    En campaa; pero no lo trato en cuartel. Es celoso?.

    Malo!

    Lo es?

    S, hombre de Dios.

    Qu danza vamos a bailar t y yo! Como en Guadalajara.

    Loco.

    Sobre que te digo que te sienta la banda.

    Entraron los msicos y levantaron el contrabajo, desenvainaron un trom-bn, un violn, un pistn y flauta.

    El contrabajo lanz el mismo quejido que le haba arrancado Julia con el pie; tanto que ella lo reconoci, y record la escena que acababa de pasar.

    Los msicos, despus de templar sus instrumentos y conociendo que la concurrencia todava no estaba dispuesta a bailar, tocaron la obertura de Guillermo Tell. Todava no llegaban ni los diputados, ni el General, ni Rosalitos.

  • 42

    X

    LA SALA haba quedado completamente iluminada. De un par de cande-labros de 24 luces, que el General haba comprado en un remate, se des-prendan haces luminosos que, arrancando al tapiz blanco y oro de la pared reflejos metlicos, arrojaban como una cascada de hilos de plata sobre el vestido rosa plido de Julia. Pareca que adrede algunas de las velas esteri-cas del candelabro estaban enviando rayos directos a los prpados superi-ores de la reina de la fiesta, y aquellos rayos, como las palomas que se posan en una cornisa de mrmol, proyectaban su sombra a los ojos de Julia, y no as como quiera, sino que debajo de esa sombra estaba escondindose aquella lnea negra del prpado inferior que Julia se haba pintado por la primera vez.

    Este valioso prstamo de la luz de la estearina estaba dando a los ojos de Julia un valor sin lmites, de que ni ella misma se daba cuenta. Tenan sus ojos un fondo de pasin y de fuego tal, que la mirada habitual de Julia, de suyo penetrante y mal intencionada, tena ahora un poder misterioso e irresistible. Tanto as influye en el dibujo el ms ligero toque maestro en las lneas del ojo; tanto as est el pobre hijo de Adn en esta vida bajo la influencia de una lnea de carbn y del toque de luz de una vela. Lo con-fesamos ingenuamente: los ojos de Julia aquella noche, por un conjunto de pequeas causas, de esas que pasan inadvertidas para todos, eran unos ojos capaces, como el genio del mal, de conducir las almas por la senda del pecado. Con decir que el Chino, el pagador aquel, servicial e inofensivo y que era el facttum de la casa, se qued alelado por largo tiempo contem-plando a Julia; y la contempl con tal ahinco que sta no pudo menos de preguntarle:

    Qu me ve?

    Yo?

    S

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    Pues oiga usted dijo acercndose y metindose los cuatro dedos de la mano derecha entre el pelo oiga usted... la verdad... luego usted se enoja conmigo... pero...

    Bueno qu, por fin? Diga usted lo que quiera, hombre de Dios.

    Digo?

    S, s, s.

    Pues la verdad, la verdad, que est usted muy linda esta noche.

    De veras?

    Por vida de usted.

    Vamos a ver qu tengo de linda? pregunt Julia abriendo con las dos manos su abanico de plumas de marab.

    Yo qu voy a decir sin que usted se ra de m?

    Y yo...

    El pagador pareca conmovido.

    Y yo... continu yo tambin tengo gusto

    Pues ya se ve dijo Julia animndolo. Vamos a ver qu dice usted de mi vestido?

    No es eso lo de ms; ese vestido lo lleva usted como una reina; pero la verdad, es otra cosa la que... me est poniendo triste

    Qu cosa?

  • 44

    Triste! Habrse visto!

    S, triste, la verdad.

    Pero qu es lo que le pone a usted triste Chinito? Este Chinito produjo calofro al pagador; sali de los labios carminados de Julia, entre las plumas de su abanico que se haba acercado a la boca, y llev hasta las tostadas narices del Chino, con el aliento perfumado de Julia, un torrente de aromas que hizo vibrar todos los ramos nerviosos de aquel desgraciado como con un contacto elctrico, al grado que el Chino palideci y se le ator la frase en la garganta.

    Julia, que se haba acercado para decirle chinito, lo observ, y con esa penetracin rapidsima de que slo es capaz la mujer en estas ocasiones, lo comprendi y fingi en el acto no haberse fijado en todo aquello; pero para ella misma fue la palabra chinito la clave de tan inesperada emocin.

    Siempre trato mal a este pobre pens Julia y ahora que le dije chi-nito se ha conmovido. Se considera tan lejos de m...

    Estoy bien, muchas gracias se interrumpi, contestando al saludo de los diputados y de Rosalito, que entraban en aquel momento.

    Me deslumbra usted dijo uno

    Encandlese contest Julia, haciendo un guio. Est usted el-egantsima esta noche agreg el otro diputado.

    Me lo acaban de decir; pero no haba querido creerlo.

    Sabes, chico, que la Generala es un bocado de cardenal! le dijo un pollo a otro, bien seguro de que acertaba en su calificacin.

    T crees?

    Vaya! Mira, voy a pedirle una danza.

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    A que no.

    Lo vas a ver. Seorita dijo acercndose a Julia ser tan dichoso que me d usted la otra danza?

    Cul?

    La que sigue de sta.

    Julia se lo qued viendo. El pollo tembl hasta que Julia dijo s con un movimiento de cabeza.

    Mil gracias dijo el pollo como si hubiera sacado el primer premio de matemticas.

    Y cul es la ma? pregunt el diputado predilecto, quiero decir, aquel de quien hemos dicho que haba averiguado que Julia no era tan orgullosa como pareca.

    En estos momentos comenz la danza.

    Julia se tom del brazo del diputado... El General entr en la sala, el Chino se sali al comedor para destapar la primera botella de coac, despus de un soliloquio que concluy por una idea negra. Pobre pagador! se refu-giaba en el coac como el perro sobre la basura.

    El diputado, por su parte, abri la sesin secreta de reglamento, y le bail a Julia toda la danza en el odo. Julia aprob la primera proposicin con dispensa de trmites, y al pasar junto al General, que no poda disimular su mal humor, le dijo:

    As me gusta! Yo cre que no venas. y antes de aguardar la respuesta, di la vuelta de la media cadena de la danza, y qued en direccin opuesta al General.

  • 46

    El diputado formul voto particular en la forma de un apretoncito de mano, que Julia mand agregar al expediente.

    El diputado era un poquito ms alto que Julia y tena piocha; y como acababa de ser peinado en la peluquera para baile, el pcaro del peluquero le haba cargado la mano de pomada hngara, para formarle punta en la barba; y esta punta no era ni rgida, ni tan sedosa que dejara de producir impresin en la epidermis del hombro izquierdo de Julia, al grado que ya dos veces haba sentido, segn ella deca, la muerte chiquita.

    Como los pescadores de perlas, Julia haba recogido. en la primera buceada dos impresiones notables: la palidez del Chino y la puntita de la barba del diputado.

    La sala aquella se haba llenado sin saberse cmo; los concurrentes entra-ban y sin ceremonia se mezclaban en la multitud; haba gente en la ante-sala, en el corredor, en la recmara de Julia, en toda la casa. El General se sorprenda de verse tan honrado, y conoci al primer golpe de vista que su papel era bien secundario; casi no conoca a nadie. Arrepentido de su condescendencia y cruzando con dificultad entre los concurrentes, le llev al comedor la misma inspiracin que haba llevado al Chino. All se lo encontr delante de un vaso y de una botella de coac.

    Un poco de coac, mi General.

    El General extendi la mano, y el Chino llen medio vaso y se lo dio. El General tom unos tragos, sin hablar una palabra, y dirigi la vista en torno suyo. Al contemplar todo aquel aparato, criados de Fulcheri, cajas de vino, loza y cristal en abundancia, y tantas gentes que mandaban y trabaja-ban en aquella fiesta, pens, antes que en Julia y sus fantasas, en el agiotis-ta que le anticipaba sus quincenas, y tan dos libranzas que fena cumplidas. Este ingrediente, Un poco amargo, no haba sido considerado en aquella ensalada de Noche Buena.

    Entretanto Lupe y Otilia haban tenido ocasin de darse gusto. Otilia no tena all ni a su mam ni a nadie de su familia; no tena ms que al

  • 47

    alumno de la Preparatoria, con quien haba bailado ya las dos danzas que se haban tocado.

    Julia, despus de bailar, no se cuid ni del General ni de ninguno de los de-talles domsticos, como corresponda a la ama de la casa. El baile era para ella y lo aprovechaba en todo lo que pudiera causarle alguna satisfaccin. El diputado cuid de tomar asiento junto a Julia, y se propuso formular dictamen acerca de aquellos ojos que las luces de los candelabros y la lnea de carbn aquella, acertaban a hacer tan interesantes.

    El candelabro segua enviando como una lluvia de oro sobre Julia. Su vesti-do de raso lanzaba reflejos como de relmpago que iban a baar la cara del diputado y a dar doble inters a la elocuencia de sus frases; pero Julia, con esa puerilidad con que la mujer de mundo se paga de ligersimos detalles, a falta de emociones, gastadas en fuerza de repetirse, se fijaba en la sombra que la punta de la barba del diputado proyectaba en la ancha pechera de su camisa de baile.

    El General volvi del comedor y se par frente a Julia. Esta lo contempl fijamente por breves momentos pero al fin rompi un silencio que empeza-ba a hacerse embarazoso.

    Te veo de mal humor.

    No... dijo el General, con un tono y un gesto que corroboraron la frase de Julia.

    El diputado, con oportunidad parlamentaria, ofreci su asiento al General.

    Este lo acept sin dar las gracias.

    Conque esas tenemos le dijo Julia es esa la manera de complac-erme! Te has peleado con tu mujer? Pues mira... si all te ponen de mal talante, no es justo que yo lo pague. Estamos?

    Es que...

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    Es que... Te digo que ests muy fastidioso.

    Va siendo esa tu palabra favorita.

    No tengo yo la culpa.

    Pues quin?

    T. Te pesa lo que haces por m. Es muy sencillo... Mira, estpido, estoy muy linda.

    Un inoportuno se acerc a hablar con Julia para pedirle el vals.

    El General sinti el dardo de las ltimas palabras de Julia y se sumergi en un mar de cavilaciones que ennegrecan ms y ms su nimo. Estaba vi-endo claro todo el tamao de aquella calaverada, para la que, como hemos dicho, se necesitaba de todo el aturdimiento de la juventud, y el General no poda aturdirse ni con coac de cinco ceros.

  • 50

    XI

    EN AQUELLA sala de baile, ms que en ninguna otra, poda juzgarse de la sociabilidad y cultura de la concurrencia por su manera de portarse. Cu-ando no sonaba la msica, la sala apareca despejada; todos los hombres se haban alejado del centro de la reunin para apostarse en las piezas inmedi-atas o en el corredor, esquivando el contacto y la conversacin con las seo-ras. Estas, a su vez, ocupaban todos los asientos y permanecan inmviles y silenciosas en estos entreactos del baile, en los que se entregaban a la crtica y comentarios sobre las otras seoras, en voz baja y en tono de cuchicheo.

    El objeto de toda reunin en buena sociedad es la conversacin, el trato de los unos con los otros, el estrechamiento de las relaciones superficiales, el fomento de las relaciones ya contradas y la adquisicin de nuevas rela-ciones. Los bailes, los conciertos y las comidas son puramente el pretexto social, pero no el objeto. Las personas cuya cultura est muy lejos de llegar al refinamiento, van a los bailes slo por bailar, y a las comidas slo por comer. Esta es la razn por la cual aquella sala se despejaba con la ltima nota de cada danza: los dos sexos eran el aceite y el agua que sacudidos al comps de la msica, se juntaban para separarse apenas entraban en reposo.

    No haba un solo pollo, por desalmado que fuese en la calle, que osara atravesar solo el saln; aquello era un sacrificio casi doloroso.

    Despus de un largo intervalo de silencio, los pollos que parecan ms in-trpidos, en razn de los grados de entusiasmo inspirado por alguna joven, se animaban mutuamente desde la puerta para emprender aquella travesa de uno a otro extremo de la sala, orlada de seoras.

    Acompame, Surez.

    Para qu?

    A atravesar la sala para pedirle la que sigue a Chole.

  • 51

    No, chico, no me atrevo; deja que empiece la msica.

    Vamos desde ahora.

    No.

    Por qu?

    Si vieras qu mortificacin me da atravesar la sala.

    Oye; pues a m tambin.

    Me parece que la sala tiene un cuarto de legua.

    A m me tiemblan las piernas.

    A m no, pero me parece que piso en huevos.

    A m me sucede, que pido la pieza, me dicen que s, y ya no se me ocurre qu decir; me quedo callado despus de decir muchas gracias, y tengo que volver a atravesar la sala. Entonces me parece que todas las seo-ras me critican mi modo de andar, mi corbata, mis botines, o algo.

    O tus patillas.

    Ya empiezas con las patillas! Ya vers dentro de un ao.

    Mientras los pollos se aborregaban en la antesala y en las puertas, las se-oras se entregaban a sus crticas. Quin es aqulla preguntaba una seora grande a su hija que tena al lado aqulla de los moos azules?

    Es una muchacha de la vecindad, se llama Juvencia y va a la escuela nacional.

    Sabe usted, Juanita le deca una seora mayor a otra contem-

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    pornea sabe usted que no me da muy buena espina la seora de la casa?

    Por qu, doa Gualupita?

    Porque... en primer lugar, no es tan bonita como dicen, est muy pin-tada.

    Eso, ya sabe usted que todas...

    Ya se ve, si hay algunas que parecen ratas de panadera.

    En segundo lugar prosigui la seora porque tiene una manera de sentarse... Vea usted ahora con disimulo. Es cierto que tiene muy bonito pie y est muy bien calzada, pero los ensea demasiado. No le parece a usted?

    S, ya haba yo notado. Pero yo s algo peor.

    Qu?

    Dicen que no es mujer legtima del General.

    Eso si que no, doa Gualupita. Ya sabe usted lo que son las gentes de habladoras. No, en cuanto a eso, yo s creo que es su mujer legtima. De otro modo cmo haba yo de permitir que vinieran mis hijas.

    Ello es que se dice. Y an hay ms, hay quien conozca a su mujer ver-dadera y a sus hijas.

    En eso est el error. La otra es la que no es su mujer legtima.

    Calle usted qu cosa!

    En eso est el misterio.

    Durante este pequeo dilogo cuatro pollos juntos haban abordado por

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    fin la empresa de atravesar la sala; y detrs de ellos vinieron los dems a tomar sus compaeras ya cuando los msicos haban empezado a tocar.

    A eso de las once y media el Chino haba destapado algunas botellas y haba hecho circular entre los concurrentes algunas docenas de copas, por va de aperitivo; copas que empezaron a derramar su influencia en la sala, donde ya se hablaba ms recio; y algunos pollos aun se atrevan a cruzar la sala y formar grupos en el centro.

    La segunda danza que el diputado bail con Julia, tuvo una prosodia tan elocuente, que el General les puso el veto con slo esta palabra:

    Sintate.

    Pero Julia, que no se doblegaba, le contest con un dengue, y a la segunda intimacin con una rabieta. Entonces el General se dirigi al diputado y le dijo al odo:

    Siente usted a Julia.

    Estas palabras fueron dichas en un tono tan brusco, que el diputado obe-deci, no sin protestar con la mirada. Julia al notar que el diputado iba a sentarla exclam:

    No puedo ver a los cobardes.

    Y soltndose del brazo del diputado se dirigi al empleado padre de las muchachas de all enfrente y le dijo con una afabilidad y una dulzura desusadas:

    Quiere usted bailar un pedacito de danza conmigo?

    El pobre empleado, que ya no bailaba danzas y que haba hablado muy pocas veces con Julia, no pudo articular una palabra; pero la mano de Julia estaba ya sobre su mano, y haba que dar la otra a la pareja de enfrente. El empleado se fascin de tal manera, que no supo lo que haca sinti el

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    contacto del raso en la palma de su mano derecha, y el de la mano de Julia en la suya, y un torrente embriagador de aromas que brotaban del seno de Julia como del cliz de una magnolia. Le pareci que soaba y se mova al comps de la msica pero inconsciente; se senta ligero, gil y entera-mente apto para el baile. Cosa rara! la ltima vez que bail con su mujer la rompi el vestido y la pis dos veces, y ahora se senta todo un bailarn. Era bajo de cuerpo, ms bajo que Julia, y a veces los ptalos de unas gardenias que Julia llevaba en el pecho, le rozaban las narices, le hacan cosquillas y lo atraan, no obstante, como a la abeja la miel. Era para l una sensacin nueva, inusitada y que no haba experimentado jams. A cada vuelta de vals volva a sentir el cosquilleo de aquellos ptalos de gnero, y le vino la tentacin de besarlos, tentacin que al brotar en su cerebro realiz su boca, y bes las flores sin que Julia ni la concurrencia lo notaran.

    De repente oy una voz a sus espaldas que deca:

    Mira, mira a mi pap cmo se entusiasma.

    Muy bien papacito agreg otra voz qu milagro es se!

    El empleado temi que sus hijas hubieran visto los besos.

    Cuando termin la danza sent a Julia, le di las gracias con una expresin que rivalizaba con la de Julia cuando lo invit a bailar. En seguida se sali al comedor para estar solo con sus emociones y saborearlas a su placer. All se encontr al Chino que era el escanciador de oficio, y le ofreci coac. El empleado estuvo muy amable con el Chino, al grado que no quiso tomar solo y los dos bebieron.

    Extraa coincidencia! El General, el Chino, el diputado y el empleado haban tenido la misma inspiracin de tomar coac a consecuencia de las inspiraciones que alternativamente haba producido Julia en cada uno de ellos.

    Mientras Julia haba bailado con el empleado, el General y el diputado hablaban de pie y con cierto aire de reserva en la pieza aquella que hemos

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    mencionado al principio de esta historia y que era una especie de vestbulo por los diferentes usos a que se destinaba.

    Julia, cuando acab de bailar, pas a su recmara y pudo observar de lejos que el General y el diputado hablaban aparte. En esto dieron las doce de la noche y la concurrencia pas al comedor donde estaba ya servida la cena.

    Ni el diputado ni el General se sentaron junto a Julia, y sta, sin saber cmo, se encontr de repente sentada entre el Chino y el empleado. Com-prendi que algo serio pasaba, pero con la volubilidad que le era propia se fij ms en las inusitadas galanteras del empleado y en los obsequios del Chino, que haba vuelto a ponerse plido, que en los asuntos del General. Bien pronto se generaliz la alegra y empez a reinar la mayor animacin en el comedor. Tras la animacin vino el desorden en el que algunas perso-nas que haban cenado a medias cedieron sus asientos a otras que no haba cenado.

    Esto dio lugar a la desaparicin del diputado y del General, desaparicin que pas inadvertida para Julia.

    Mientras la concurrencia cenaba ms o menos pasaba en la cocina una escena interesante.

    Oiga ust doa Trinidad deca Anselmo, con aire misterioso, a la mu-jer que haba limpiado los romeritos ust dice que conoce a don Narciso el gendarme.

    S.

    Y dnde est ahora?

    Para qu?

    Lo podemos necesitar

    Adis; a que ust...

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    Formal, doa Trini. Yo estuve oyendo en la azotehuela que el General y otro seor se estaban... pues estaban averiguando.

    Y qu?

    Pos que se van a dar de balazos.

    No me lo cuente ust don Anselmo!

    Por vida de ust.

    Y cundo? Aqu, en la casa? No. Si ya se fueron.

    Conque estn cenando!...

    No, doa Trini. Ya se salieron el General y el otro seor que dicen que es diputado, el seor Rosalitos y otro ms salieron cuatro, y yo creo que es cosa de desafo.

    Vlgame la Virgen Santsima, don Anselmo!

    Por eso le deca que era bueno avisarle al gendarme.

    Pero oiga, que nadie lo sepa.

    Voy a ver si est all abajo, porque no s si estar franco.

    La criada sali de la cocina para ir a buscar al gendarme.

    Anselmo tena razn el General y el diputado iban a batirse al rayar el da. Los testigos eran el otro diputado y Rosalitos.XII

    DESPUS de la cena algunos concurrentes empezaron, a retirarse, y Julia tuvo ocasin bien pronto de cerciorarse de la ausencia del General y del

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    diputado. Esta brusca separacin le contrari profundamente, y volviendo la mirada a todos lados, no encontr ms cara amiga que la del Chino.

    Qu ha sucedido con el General? le pregunt.

    Cmo! Por qu? dijo el Chino aturdido.

    Se ha marchado.

    Es posible! Yo no he visto... No he podido observar...

    Efectivamente, el Chino haba entrado en una especie de xtasis desde que Julia le llam chinito, y no tuvo ya ojos ms que para ella, ni se apercibi de lo que pasaba a su alrededor.

    Vaya usted a averiguar lo que ha pasado; pronto, pronto le orden Julia.

    El Chino recorri toda la casa, busc el abrigo y el sombrero del General y acab por preguntar a los criados.

    Al principio nada pudo averiguar, hasta que Anselmo le enter de todo lo que se saba en la cocina.

    Julia esperaba ansiosa en su recmara las noticias del Chino, y cuando ste se las comunic, no pudo reprimir un arranque de despecho, durante el cual hizo pedazos el abanico de plumas que tena en la mano. Se qued viendo al Chino, y el Chino senta la influencia funesta de un bao electro-magntico que haca retozar en el fondo de su alma, oscura y avezada a las humillaciones, la sabandija de la lujuria. Al Chino no se le erizaban sino se le retorcan los cabellos, como si las centellas que Julia lanzaba de sus ojos fueran los blancos rayos retrospectivos del Sol del frica Central, que haba rizado la melena de sus ascendientes de diez generaciones. Esta ignicin del Chino estaba sirviendo de oasis a la tribulacin de Julia.

    Batirse! exclam al fin de su larga mirada batirse! Qu se han de

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    batir! El diputado sera capaz de batirse si hubiera sido capaz de seguir bailando con migo aquella danza a pesar de la prohibicin del General; y el General no se batir tampoco porque es viejo y porque no me quiere. Treme champaa.

    El Chino corri y trajo una copa y una botella.

    y por qu traes una copa? Estpido! Te figuras que voy a tomar sola? Crees que eres mi criado?

    Un criado de Fulcheri, que oy esto al pasar, trajo otra copa.

    Bebe, Chinito, bebe conmigo y vers.

    El Chino apur su copa temblando.

    Julia se ri al or el castaeteo de los blancos dientes del Chino contra la copa de champaa. El que Julia se permitiera tutearle haba acabado con su serenidad y su dicha era tan grande que casi haba perdido el uso de la palabra, y cosa extraa! Julia pasaba a su vez. por un perodo de emocin verdadera y profunda, como si amara por la primera vez. Considerar al Chino embrutecido, tembloroso y fuera de s, era para ella un triunfo que saboreaba con delicia. La fealdad del Chino, su aspecto ordinario y tosco, eran para Julia un encanto mitolgico la rodeaba la atmsfera que respira-ban en el bosque los stiros y las ninfas.

    Julia arrebat al Chino y se lanz con l a la sala, mezclndose entre las parejas de la danza. Bail durante veinte minutos, llevando al Chino entre sus brazos, envolvindolo con la larga cola de su vestido rosa plido, rozn-dole la cara con los ptalos de sus gardenias impregnadas de triple esencia inglesa.

    Cuando se sent, exclam con el tono ms cordial y ms ingenuo que pueda imaginarse:

    Ea, muchachas, a romper la piata!

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    Cul? pregunt Lupe la novia o el general?

    La novia! Aqu no se trata de novias; es muy fea, que traigan al general.

    El general Bumbum, el general Bumbum gritaron algunos pollos expansivos.

    El general, Chinito, el general repeta Julia entretanto al odo del Chino. Mira, vndame y me dejas destapado un ojo. Yo quiero asestarle un palo al general en las meras costillas, yo s me batir con l a palos, y del primero ya vers, ya vers qu garrotazo. No necesito ms que uno para sacarle todos los tejocotes.

    Trajeron la piata, y la concurrencia, que haba observado cierto en-cogimiento durante el baile, lleg al ltimo grado de animacin y de alegra. Otilia y el alumno de la Preparatoria haban desaparecido.

    En cambio, en una casa, no muchas calles distante de la de Julia, pasaba una escena de silencio de muy distinto gnero. Ms temprano de lo de costumbre se abra una puerta del comedor que comunicaba con la cocina, y la seora de la casa, una seora de ms de cuarenta aos, con todas las seales de la vigilia y del dolor en el semblante, se dispona a salir.

    Buenos das, nia le dijo la cocinera que destapaba la lumbre de la hornilla. Muy temprano anda su merc por la cocina. Est su merc mala?

    No, Petra, estoy como siempre.

    Y la seora se enjug las lgrimas con un pauelo que llevaba en la mano.

    No llore su merc le dijo Petra cariosamente.

    Dios ha de querer y su Divina Majestad que todo se remedie.

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    No lo crea usted Petra, no lo crea usted. Sabe usted algo hoy?

    Yo, nia...

    S, desde muy temprano estoy oyendo que hablaba usted con el barren-dero.

    Es cierto, nia, don Anselmo vino hoy muy temprano y estuvimos conversando.

    Qu dice Anselmo?

    Yo nia... a m no me gusta andar en averiguaciones, pero le cuentan a uno... y luego como su merc me pregunta todos los das...

    Si yo soy la que pregunto porque necesito saber lo que pasa... qu sabe usted?

    Pues yo... quiero decir don Anselmo dice que el amo... no s si ser cierto, porque ya sabe ust lo que mienten las gentes.

    Qu dice?

    Pues dice que el amo se sali de all antes de las cuatro con otros se-ores, pues, con otros tres seores particulares, y que...

    Y qu?

    Ya le digo a su merc que no ha de ser cierto, por que don Anselmo dice que le parece cosa de desafo.

    De desafo! Con quin? Cmo? Diga usted, diga usted todo lo que sepa.

    Pues nada, que se salieron del baile. susodicho para ir a buscar las espa-das y los coches, que don Anselmo lo oy todo en la cocina y en el patio

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    porque estaba oscuro; pero yo le digo a su merc que no ha de ser cierto.

    Sea cierto o no, yo no puedo permanecer en esta incertidumbre. Voy en el momento a buscar a Gerardo Silva.

    Pero todava est oscuro, nia. Qu va ust a hacer?

    Dgale usted a Anselmo, que est barriendo la calle, que l me acompa-ar.

    La seora entr en seguida a las piezas que permanecan an cerradas, para tomar un abrigo y salir a la calle, y la cocinera baj a prevenir a Anselmo.

    Algunos minutos despus empez a rayar la aurora y un coche par a la puerta de la casa. En el coche venan el General, los dos diputados y Ro-salitos.

    Buenos das dijo el General bajando del coche.

    Buenos das, General le contestaron sus compaeros.

    La seora haba observado esta escena detrs de la vidriera del balcn, y al ver bajar a su marido sano y salvo, dej el abrigo que tena puesto y se retir a su recmara.

    El General abri su cuarto con una llave que cargaba siempre, y se acost dando orden a Petra de que no lo despertaran.

    Diremos lo que haba pasado respecto al desafo. Se haba arreglado que ste se verificara a espada y a primera sangre, y que el sitio sera cierto lote de la Colonia de los Arquitectos. Llegados al lugar en dos distintos coches, Rosalitos tom la palabra:

    General, estoy listo para servir a usted de p~drino, he aqu las armas. Mi compaero no tiene tampoco inconveniente; todos estamos listos y en el terreno del honor, pero antes de proceder al asalto, permtame usted que le

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    diga que el motivo del duelo es ftil, y que la persona por quien ustedes se van a batir no es digna de tal honra.

    Puesta la cuestin por Rosalitos en este terreno, contendientes y padrinos entraron en una discusin, que el fro de la maana no permiti que fuera acalorada.

    Un chiste de Rosalitos a propsito del Chino promovi la hilaridad, y el General y el diputado se dieron un abrazo.

    Rosalitos ira en la tarde a notificar a Julia que el General la abandonaba, y esta comisin iba a desempearla con gusto, primero en obsequio a la fa-milia del General, y luego porque como Rosalitos era soltero, buen mozo, rico y no tena ms que veintisiete aos, estaba en actitud de apechugar con las consecuencias.

    El General entr en su casa avergonzado, pensando en que esa segunda ju-ventud de los viejos, en la que sus amigos le aseguraban que haca tan buen papel, estaba erizada de disgustos, dificultades y vejaciones, en cambio de goces vulgares, muy despreciables en comparacin de la felicidad de su familia.