Muestra Masoneria, ética racionalista e Ilustración · ISBN (edición digital): 978-84-945749-4-8...

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MASONERÍA ÉTICA RACIONALISTA E ILUSTRACIÓN

Vicente Hernández Gil

MASONERÍA ÉTICA RACIONALISTA

E ILUSTRACIÓN

Vicente Hernández Gil

MASONERÍA ÉTICA RACIONALISTA

E ILUSTRACIÓN

SERIE ROJA [AUTORES CONTEMPORÁNEOS]

Masonería, ética racionalista e ilustración Vicente Hernández Gil editorial masonica.es® SERIE ROJA (Autores contemporáneos)

www.masonica.es

© 2016 Vicente Hernández Gil © 2016 EntreAcacias, S.L. (de la edición) Ilustración de cubierta: Friné en el Areópago, por Jean Leon Gerome (Museo Kunstalle Hamburgo)

EntreAcacias, S.L. Apdo. de Correos 32 33010 Oviedo - Asturias (España) Teléfono/fax: (34) 985 79 28 92 [email protected]

1ª edición: julio, 2016

ISBN (edición impresa): 978-84-945749-3-1 ISBN (edición digital): 978-84-945749-4-8 Depósito Legal: AS 00354-2016

Impreso por Ulzama Impreso en España

Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pú-blica y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titu-lares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).

Aquello que consideramos imposible, deja de serlo cuando, al menos, un ser humano lo consigue.

La fraternidad universal impulsada por la masonería progresista, igualitaria, pluralista y unificadora, es una utopía que, como una estrella rutilante en las tinieblas de la noche sideral, nunca alcanzamos, pero nos orienta.

Este libro es una muestra de respeto que dedico a los hombres y las mujeres progre-sistas que aúnan sus esfuerzos para mejorar el Mundo, explorándolo con la imaginación y sus emociones, e interpretándolo con la ra-zón, depositando su confianza en la Huma-nidad y fomentando la solidaridad entre los seres humanos.

Índice

Prólogo 13

Prefacio 17

I. La ética 45 II. Las virtudes 55 III. La prudencia 67 IV. La modestia 81 V. La libertad 85 VI. La tolerancia 91 VII. Una visión mítica de la verdad 97 VIII. Una visión alegórica de la justicia 105 IX. Creer y saber 115 X. El laicismo 127 XI. El progreso 159 XII. La utopía 183 XIII. La felicidad 223

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Prólogo

No hace falta un profundo análisis en nuestro entorno para darnos cuenta que estamos inmersos en una aguda crisis de valores del sistema, a la que no escapan las instituciones ni los partidos políticos, sea cual sea su color, sindicatos, or-ganizaciones de todo tipo: deportivas, religiosas, empresa-riales y, cómo no, la misma masonería, la defensora de una ética racionalista e impulsora de la ilustración.

Es la consecuencia de los que, hasta ahora, valores tradi-cionales y principios éticos, parecen tambalearse en un mundo cada vez más globalizado, no existe nada sólido, los cambios son desmesuradamente rápidos, un nuevo cambio se produce antes de que el anterior pudiera haber-se consolidado, es un «modernismo líquido» como bien lo define el filósofo Polaco Zygmunt Bauman, es la conse-cuencia de la pérdida de referencias estables.

Masonería, ética racionalista e Ilustración, invita al lector a que por un instante pare el reloj de la modernidad y se detenga en la contemplación del horizonte, deparando al lector libre de prejuicios multitud de atractivos de carácter ensayístico, más allá de los aspectos conceptuales del texto.

El autor, el ingeniero Vicente Hernández Gil, francma-són Grado 33, que no guarda secreto de pertenencia, nos

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expone, desde su sensibilidad artística y espiritual, sus re-flexiones hechas desde una mente racional en tiempos po-co propicios, en los que las instituciones, entre un post-modernismo acéfalo que quiere acabar con la filosofía a través de la debilitación general del pensamiento y de un modernismo ilustrado que ha perdido sustancia y vida, y a la que no escapan las propias instituciones masónicas.

En ese sentido vienen a mi memoria con toda claridad las palabras de los viejos masones de Grado 33, Manuel Conejero Catalán, Camilo Otero o José Maldonado, el que fuera último presidente de la II República, que a finales de la década de 1970, poco antes de dirigir sus pasos al eterno Oriente, repetían con grave preocupación: «Que no se pierda el espíritu masónico», como si premonitoria-mente percibieran el peligroso futuro que unos años des-pués acecha a las instituciones masónicas convertidas en meros clubs de relaciones «fraternales», perdiendo el as-pecto iniciático y alejadas de ese humanismo ilustrado que caracterizó a la masonería de los últimos tiempos, una ma-sonería que colocó al hombre como centro en el universo, luchando en contra de los fanatismos, la ignorancia y la su-perstición.

Por otro lado, podemos percibir cómo la sociedad actual se muestra como una sociedad dividida, donde los dife-rentes grupos cada vez más se separan entre sí, tienen una fuerte relación antagónica de enfrentamientos, una ética relajada, la corrupción campea por sus fueros, es la conse-cuencia de una vergonzosa herencia y de no haber asimi-lado el legado racional de la ilustración; la iglesia Católica desde la corta distancia y en connivencia con los sucesivos gobiernos, manipula y acrecienta sus derechos y posesio-nes, el Concordato con el Estado del Vaticano es una reli-quia franquista que aun sigue vigente, imponen la asigna-tura de religión en las escuelas manipulando conciencias, organizando ceremonias litúrgicas para el Estado, piso-

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teando y violando el mismo principio laico que prescribe la Constitución española.

Los valores éticos son valores del espíritu y necesitan de disciplina y ejercicio para su desarrollo, al igual que las disciplinas física e intelectual necesitan del ejercicio para su desarrollo y conservación, el espíritu que refleja en par-te la dimensión ética de la existencia requiere de un ejerci-cio disciplinado y comprometido de la práctica de las vir-tudes. Vicente Hernández en esta obra de ensayo nos par-ticipa de sus acertadas reflexiones desarrollando los ritua-les del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que en sus dife-rentes grados sigue una metodología formativa basada en los principios de la Ilustración con objeto de producir una transformación personal y una transformación social, abre un diálogo al arte y se prolonga en un suplemento simbó-lico con una doble perspectiva que permite emocionarse con la figura artística y con la vivencia del símbolo a tra-vés del Rito y sus ceremonias.

Partiendo de la ética, desgrana las principales virtudes mediante un recorrido metódico para llegar a la Felicidad, la meta por todo ser deseada, el bien más preciado según los filósofos utilitaristas del siglo XIX que reclamaban ma-yor prioridad política para los intentos de fomentar la mayor felicidad posible en el ser humano.

Justamente las políticas actuales en nuestro país van en sentido contrario creando infelicidad e inconformismo en el pueblo. Es preciso retomar los principios de la Ilustra-ción; poner en valor y comprender al hombre en toda su grandeza, desarrollar la educación y la formación, crear planes de estudio que formulen las exigencias de un pen-samiento crítico e independiente, que eduquen en la emancipación intelectual, en suma, enseñar a pensar y ra-zonar, todo ello alejado de la superchería de las doctrinas religiosas y tradiciones políticas recalcitrantes.

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Es en ese sentido que el presente ensayo es una buena contribución al ejercicio de las neuronas, en un mundo cada vez más globalizado y tecnificado, en el que no hay tiempo para pensar, en el que se adoctrina con programas basura de televisión, fanatismos religiosos en las escuelas que anulan la capacidad de raciocinio sin darnos cuenta que es preciso tomar conciencia individual y colectiva de los peligros que acechan a la humanidad, no por la globa-lización y tecnificación en sí, sino por no saber ni ser cons-ciente del poder que conlleva, debemos felicitarnos y apo-yar estas iniciativas lo mismo que otros movimientos al-tamente criticados que a mi modo de ver son la esperanza de la humanidad tales como la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas promovida por nuestro anterior presidente José Luis Rodríguez Zapatero, a la que creo no se le ha dado la importancia que merece, o la Fundación por una Ética Mundial del teólogo suizo Hans Küng, en el que promueve el dialogo y la tolerancia y cuyo lema «No habrá paz mundial sin paz entre las religiones, no habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones», comparto tan solo en parte ya que yo lo resumiría en que no habrá paz mientras haya religiones.

Tampoco podemos olvidar a los movimientos y asocia-ciones bioéticas, extendiendo los principios de conducta a nuestro entorno, medio ambiente y otros seres vivos, y también, por qué no, a la filosofía, que promueven uto-pías, que quizás no lo sean tanto, como la del ingeniero americano Jacque Fresco en The Venus Project o el movi-miento alemán Zeitgeist de alguna manera relacionado con el anterior.

ÁLVARO RODRÍGUEZ GARCÍA, 33º Gran Ministro Estado Supremo Consejo REAA

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Prefacio

La mayoría de hombres y mujeres pretendemos ser per-sonas libres y de buenas costumbres. Esto quiere decir esencialmente que aspiramos a que nuestras acciones obedezcan a nuestros deseos y voluntad, no a coerciones o imposiciones externas y que reviertan en nosotros mismos y en los demás con efectos de bondad y justicia. Pero las costumbres humanas solo pueden calificarse en función del «color del cristal» con que se observe nuestra relación con la Naturaleza y con las otras personas. Este «cristal» es la ética y constituye la base filosófica moral del com-portamiento de los seres humanos.

En el tímpano sobre la puerta de acceso a La Academia, institución considerada por algunos historiadores como el primer centro universitario de occidente, su fundador, el filósofo ateniense Arístocles, discípulo de Pitágoras y Só-crates y maestro de Aristóteles, conocido por el apodo de Platón (en griego: de anchas espaldas), mandó esculpir el siguiente lema: «No entre aquí quien no sepa geometría».

Las palabras se refugian en la profundidad de la idea expresada por la oración que componen, de manera que un verbo compuesto puede quedar sucintamente reduci-do a su solo verbo principal, en aras, sencillamente, de

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proporcionar a la frase concisión conceptual. Así, más pa-rece ser que el lema grabado en el frontón de La Acade-mia, deba interpretarse como: «No entre aquí quien no quiera saber geometría», puesto que nadie nace iniciado en ninguna ciencia, técnica, arte u oficio y sólo inicia el aprendizaje, y a nadie que lo desee se debe negar el acce-so al conocimiento. Eso Platón lo sabía, pues defendía la tesis de que la virtud es el conocimiento y, como tal, es posible aprenderla.

Pero no hay sordo más sordo que aquél que no quiere oír, ni ciego más ciego que aquél que no quiere ver. Resul-ta con ello ―y lo atestigua la Historia― que algunos hom-bres y mujeres, inquietos pensadores, maestros en Geo-metría, Astronomía, Física u otras ciencias, han desarro-llado teorías que, al hacerse públicas, han encontrado la aceptación y el acogimiento por parte de las personas y las instituciones que quieren oír y ver, y la detracción y el rechazo por parte de aquellos que ni escuchan para aprender, ni miran hacia el futuro con la ambición de progresar.

Desde la Prehistoria el Hombre se ha interrogado, pri-mero sobre sus orígenes, ¿de dónde procedía? ¿por qué estaba allí y con qué fin si lo hubiere? ¿cuál era su des-tino? después sobre el origen del mundo en que vivía y, algo más tarde, sobre el origen del cosmos.

Fueron, en principio, preguntas sin respuesta, al menos sin respuesta racional. Ante grandes dudas surgieron grandes temores. En una vida tan plagada de peligros, el temor al sufrimiento y a la muerte indujo al Hombre a imaginar el «alma», un complemento vital distinto del cuerpo y que no muriese con él, pues el hecho de fanta-sear e imaginarla eterna y fabular, además, un mundo fe-liz poblado por éstas tras la muerte de los cuerpos, miti-gaba, sin duda, el sufrimiento de aquellos seres primitivos en una vida que, para ellos, era tan fugaz y cruel. Ade-

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más, necesitando y deseando protección ante las incle-mencias ambientales y los fenómenos naturales, las almas, tras la muerte, ya ilusoriamente separadas de los cuerpos que las habían albergado, fueron, de manera quimérica, dotadas de voluntad y capacidad de acción sobre la Natu-raleza, las cosas y los seres humanos. Tras ello, surge la necesidad de clasificar ese complejo anímico en relación con sus virtuales causas y efectos y en relación a su im-portancia y poder; así surgen los dioses en la mente hu-mana, llegando a constituir un panteón numeroso y se-xuado. Más tarde brota la idea de un único Dios, unifi-cando todos los poderes en él. Una evolución de la mito-logía, con el invariable temor al sufrimiento y a la muerte, que llega hasta nuestros días. Esta es la conclusión de los orígenes de las religiones que se puede extraer de la His-toria de los credos y las ideas religiosas de Mircea Elíade.

Tan solo el mito acompañó al Hombre hasta muy poco antes de nuestra era, en que ya comienza a despuntar la ciencia y éste emprende el estudio del cosmos mediante la observación, planteándose a través de la geometría diver-sos modelos de universo a lo largo de la historia, aunque antes, las religiones, surgidas con la invención de almas inmortales diferenciadas de los cuerpos y, dioses voliti-vos, se habían arrogado el derecho a tutelar a la humani-dad, prefiriendo el inmovilismo al avance, y la tradición y el conservadurismo, al progreso.

Cuando el autor de esta obra era un joven estudiante de aquél curso que llamaban Preuniversitario, su profesor de matemáticas le preguntó por qué había resuelto determi-nado problema de la manera que lo había hecho y cuya solución era errónea. La contestación fue que había tenido una intuición. A esa respuesta dijo el profesor que la ra-zón y la intuición son dos conceptos distintos, debiendo preponderar entre ambos la razón y, como demostración de ello, le planteó un nuevo problema:

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― Imagina ―dijo― lo siguiente: 1.º El ecuador terrestre es una circunferencia perfecta y un ingente número de personas están colocadas, una junto a otra, alrededor de esa circunferencia. 2.º A sus pies hay una maroma que abraza sin holgura el ecuador y que a esta maroma se le añade un trozo que mide un metro de longitud. 3.º Si todas las personas intentaran levantar esa maroma, ¿podrían elevarla dejando una holgura apreciable a la vis-ta?

La respuesta fue inmediata y naturalmente intuitiva:

―No, puesto que el incremento del radio de la circunfe-rencia formada por esa maroma, alargada un metro, sería infinitesimal.

El profesor, sin hacer comentarios, miró fijamente a los ojos al alumno durante unos segundos e hizo una mueca con los labios, salió a la pizarra y con una tiza comenzó a desarrollar la siguiente ecuación:

R1 = Radio del ecuador terrestre (6378 km). R2 = Radio de la circunferencia de la maroma incrementada 1 m. L1 = Longitud de la circunferencia ecuatorial. L2 = L1+1 = Longitud de la maroma incrementada 1 m.

L1 = 2πR1 → R1 = L1 / 2π L2 = 2πR2 → R2 = L2 / 2π

R2 = (L1 +1) / 2π → R2 / R1 = (L2 / 2π) : (L1 / 2π) = L2 / L1 (*)

R2 = (2πR1 + 1) / 2π → R2 = [(2π ×6.378.000) + 1] / 2π

Radio de la maroma tras el incremento de 1 m:

R2 = (40.074.249,6 +1) / 6,2832 = 40.074.250,6 / 6,2832 = 6.378.000,159 metros

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Lo que demuestra que el radio se incrementa en casi dieciséis centímetros, y se podría levantar la maroma en cada punto del ecuador 15,9 cm.

Pero la enseñanza llega más lejos, pues como se des-prende de la igualdad marcada con un asterisco, este re-sultado es independiente del radio de la esfera conside-rada. Si imaginamos, en lugar de la esfera terrestre, un melón esférico de 25 cm de radio (L = 2πR = 6,2832 × 0,25 = 1,57 m de longitud ecuatorial), el resultado es el mismo (15,9 cm). Y en el caso extremo de considerar la circunfe-rencia de longitud cero, es decir: el punto e, incrementarla en un metro, o lo que es lo mismo: una circunferencia de longitud un metro, su radio es 15,9 cm.

L = 2πR → R = L / 2π → R = 100/6,2832 = 15,9 cm

Es así, por extraño que parezca intuitivamente. El alumno que, como he mencionado anteriormente, era

el autor de este trabajo, nunca más basó sus planteamien-tos exclusivamente en la intuición, y si fundamentalmen-te en la razón, comprobando siempre racionalmente las soluciones halladas con postulados intuitivos.

Este libro es una crestomatía de textos de ética y filoso-fía política que escribí hace unos años como base para unas conferencias que pronuncié en distintos foros, casi todas en el ámbito de la masonería alicantina, otras, como «El Laicismo», invitado a ello por la Asociación Alberto Martínez Lacacy en la ciudad de Murcia.

Para realizar esta obra he contado con el ánimo constan-te que mi querido amigo Manuel Marín me ha infundido; su aliento ha constituido un estímulo para la continuidad de mi labor. Mis palabras de agradecimiento nunca harán justicia a su apoyo.

Estas concepciones son mis ideas. Así es como interpre-to la Ética, la Filosofía política, las Virtudes, la Libertad, la Tolerancia, la Fe y la Razón, cómo considero que debemos

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actuar los seres humanos, con el respeto y el amor que nos aporte la dignidad que merecemos y que pueda llevarnos a alcanzar la Felicidad en este mundo y en esta vida, pues somos entes vivos, seres de innegable existencia en un mundo y una vida reales y, no esperar un mundo y una vida imaginarios después de la muerte, donde una pobla-ción virtual de almas acceda a premios o castigos de los dioses. Todos debemos pensar en la manera correcta de vivir y de vez en cuando hacer una pausa para reflexionar sobre ello.

Aunque en la adolescencia me decanté vocacionalmente por una formación técnica basada en la aplicación de la ciencia, siempre he tenido un sólido interés por la Filoso-fía. Mis años de estudiante fueron significativos y fructuo-sos en este aspecto, la avidez por el conocimiento del pen-samiento humano a lo largo de la Historia me llevó a leer a los griegos: Sócrates, Platón y Aristóteles. Con la llegada del Cristianismo los Padres de la Iglesia se dedican duran-te mil quinientos años a la teología, donde no hago más que alguna incursión por curiosidad, leo las pruebas de la existencia de Dios de Santo Tomás y de San Anselmo y no vuelvo nunca más a esos autores; pero accedo al pensa-miento del Renacimiento y sus postrimerías descubriendo a Descartes, Spinoza, Locke; después entro plenamente en el Siglo de las Luces y la Revolución francesa explorando la biblioteca de mi abuelo Vicente, donde hallo a Zola, Voltaire, Rousseau, que me abren el camino hacia quienes, algo más tarde, me impactan notablemente: Nietzsche, Feuerbach y Marx. Conozco entonces también las obras de Russell, Sartre y la de Ortega, leo a los anarquistas, a los ateos, aunque también a Kierkegaard y a Teilard de Char-din. En aquellos años de adolescencia y juventud leí des-ordenada y vorazmente.

Nunca he dejado de leer filosofía, especialmente ética. Hoy leo con suma complacencia a Bobbio, Hannah

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Arendt, Ferrater Mora, Marina, Bueno, Savater, Victoria Camps, Onfray, Compte-Sponville y otros pensadores contemporáneos no menos importantes que los que acabo de mencionar.

Tengo por costumbre cuando leo, anotar pequeñas re-flexiones sobre conceptos o juicios que me llaman la aten-ción, y frases que considero singulares por su carácter proverbial o aforístico, algunas de las cuales incluyo, co-mo citas, en estos textos.

Este libro nace de esas notas caóticas, de esas reflexiones anárquicamente configuradas que, a medida que las hil-vano y estructuro ordenadamente en el caos, me obligan a meditar de nuevo. Estos textos constituyen un jardín fértil para la reflexión y la introspección; un vergel cubierto de palabras como flores tornasoladas, frases como arriates de petunias y amapolas silvestres y enredaderas cuajadas de campanillas multicolores que, escalando laderas junto al camino, se elevan en busca de la Luz, anhelando la Ver-dad y la Belleza. Un viento de ideas produciendo ráfagas que ondulan el manto de hierbas y flores de estas páginas, olas de conceptos, rachas, a veces brisa, a veces vendaval. Siempre viento, hálito, aura... o galerna arrancando de mi mente una sementera de ideas en la que mi razón y mi emoción convergen y vuelan unidas en todas direcciones, ondas electromagnéticas imitando a las serpientes vivas del caduceo de Mercurio que representan a la Prudencia y al poder de regeneración pues mudan su piel y crecen, si-nusoides en la esfera de la vida, espirales de palabras gi-rando, ojo de huracán pleno de luz, que excava el barbe-cho y deposita la palabra-semilla donde la calidez de una generosa cavidad impulsará sus brotes y operará el pro-digio de la germinación: burbujas de tierra que revientan, yemas y rejos creciendo, expandiéndose, tallos ramifican-do por encima y por debajo del substrato donde nacen; raíces, ramas, hojas... espesura de preguntas, dudas, res-

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puestas, alternativas, soluciones... Yggdrasil de tres raíces: Razón, Emoción y Voluntad, y un frondoso ramaje de ideas creciendo hacia la Luz. El caduceo es símbolo de Concordia, pues las serpientes no entran en lid, es el equi-librio y la armonía, representa la disuasión en las contien-das entre los seres humanos.

Mercurio (dios romano) o Hermes (dios griego) es el he-raldo de los dioses, vuela con su casco alado y sus sanda-lias alígeras, es el dios de la oratoria y la elocuencia.

El sentido de las ideas es su despertar a la comunicación y anegar los campos de la razón y las emociones. La semi-lla-palabra se transforma en si misma multiplicándose. Viento de ideas, serpiente primordial que genera un nue-vo ciclo alimentándose de si misma, mordiendo su cola, el Uroboros. Viento, ideas, conceptos, florescencia de pala-bras buscando con vehemencia la Verdad y la Belleza. Ideas consolidadas, convicciones, resonando en el interior de mi cráneo como un golpeteo acompasado de mazo y cincel.

A lo largo del texto de Masonería, ética racionalista e Ilustración, intento manifestar la necesidad de mirar al horizonte, porque mirar al horizonte es mirar a la lejanía, es no conformarse con lo cercano y buscar más allá, en la utopía, por donde surge la luz. Quizá este título represen-te más un deseo personal que una realidad. La masonería española de corte republicano y progresista no ha sido re-cuperada tras los años de dictadura franquista en que es-tuvo desaparecida o en el exilio; la masonería «Regular» española hoy, iniciado ya el siglo XXI, dice no ser dogmá-tica pero se cimienta en dos dogmas fundamentales: la existencia de un Dios y la existencia e inmortalidad de las almas.

Percibiendo el comportamiento individual de las perso-nas y, también, el del colectivo humano, expreso cómo pienso que deberíamos comportarnos para alcanzar la

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meta utópica de la felicidad en este mundo. Soy conscien-te de que esta expresión es subjetiva, el análisis de los da-tos percibidos y las conclusiones extraídas del mismo, es-tán limitados por mi interpretación personal que, siendo racional por una parte y, emocional por otra, está condi-cionada.

El libro se compone de trece ensayos que son la base de trece conferencias, el primero versa sobre La Ética, parte de la Filosofía que estudia los derechos y deberes del Hombre como ser social; ciencia cuya práctica nos hace honestos pues, a la par, nos libera y nos condiciona a res-petar la libertad de los demás; ciencia cuya práctica nos dignifica y sitúa en el camino de la felicidad. Los siguien-tes ensayos: las Virtudes, la Prudencia, la Modestia, la Li-bertad, la Tolerancia, la Verdad y la Justicia, son la expo-sición conceptual de las capacidades o actuaciones huma-nas sin cuya práctica la persona no se comporta solida-riamente con los demás y en condiciones de Igualdad; en Creer y Saber expongo mi opinión sobre estos conceptos, manifestando que el sofisma destruye al dogma, la Razón a la Fe; los cuatro últimos ensayos: el Laicismo, el Progre-so, la Utopía y la Felicidad, son cuatro conceptos circuns-critos al ámbito de la filosofía política que, son consecuen-cias de la actuación de la ciudadanía en relación con los conceptos desarrollados en los nueve ensayos anteriores. La extensión de los textos está condicionada por el fin pa-ra el que están concebidos: la exposición verbal; por ello son explícitamente reducidos, con la excepción de los úl-timos que, he considerado necesario dotar de unos ante-cedentes históricos que ayuden a comprender la razón de ser de estos principios ideológicos como arquetipos de conducta de una sociedad democrática y progresista. Mi intención ha sido la de definir y argumentar suficiente-mente estos conceptos, pero será el lector quien considere si lo he conseguido.

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Entre los lectores encontraré partidarios y detractores de mis ideas, quienes estén de acuerdo y quienes no lo estén en la parte o en el todo de cuanto aquí expreso. No forma parte de mi interés ni de mi aspiración convencer a nadie, incurriría en un candor exagerado si pensara de otra ma-nera; tampoco pretendo incomodar u ofender a nadie, pues transgrediría con arrogancia una norma fundamen-tal, que considero preceptiva, de respeto a quienes pien-san de forma distinta a la mía; me expreso como deseo hacerlo, con absoluta libertad y derecho a ello y nada más.

No soy polemista, me gusta el diálogo, detesto la discu-sión. Tengo unas convicciones que son la derivada de una formación intelectual en la razón y un complemento emo-cional; por ello y, porque soy también consciente de que los demás tienen historias personales tan válidas como la mía, soy defensor del diálogo, pero de un diálogo en el que ambos interlocutores nos escuchemos, sin pensar que hay más verdad en uno mismo que en el otro. Para ello hay que superar dos graves defectos: el fanatismo y la in-diferencia, ello se consigue practicando dos virtudes pri-mordiales que son inseparables: la modestia y la pruden-cia.

Mi formación como ingeniero me acerca más al materia-lismo que a otras corrientes filosóficas. El único Dios que concibo y reconozco, desde mi razón y mis emociones, es el Universo y la conservación de la energía, carezco de fe y esperanza en otros y rechazo palmariamente la idea de un Dios con atributos humanos (voluntad, creatividad, amor, justicia, ira, belleza, bondad, etc.). Esa es la idea fundamental que me aleja del tradicionalismo de las reli-giones. Deposito mi confianza en el Hombre y en su capa-cidad creadora; por la percepción que tengo de la evolu-ción humana en el ámbito intelectual, sé que progresamos y que el progreso reclama laicismo y respeto a los que piensan de distinta manera.

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El mundo feliz, hoy, es una utopía, pero si se verifican estos ideales de laicismo y respeto, ese mundo se identifi-ca con esta sociedad y con el horizonte temporal de la vi-da humana, única vida real en la que, libertad, justicia y amor proporcionan felicidad. Razón, (no Fe), Confianza en el Hombre, (no Esperanza en Dios) y, Solidaridad, (no Caridad), son las virtudes cívicas y laicas, (no teologales), que impulsan al Hombre a ese estado de dicha, seamos respetuosos con la semántica y demos a cada una de ellas la significación que les otorga el diccionario y las religio-nes.

Veinticuatro siglos de progreso científico enlazan a Pi-tágoras con Max Planck. Los descubrimientos realizados han servido de base para nuevas investigaciones, gene-rándose un camino secuencial de demostraciones. Planck basó sus investigaciones en paradigmas científicos más complejos que los usados por Pitágoras, pero ambos ini-ciaban sus tareas con la percepción sensorial, entraban después en una fase de análisis de datos y acababan el proceso científico con conclusiones racionales comproba-das de manera objetiva.

Dice Kuhn en La Estructura de las Revoluciones Cientí-ficas que, las crisis científicas sobrevienen cuando los pa-radigmas empleados para explicar los fenómenos natura-les y otros problemas que plantea la ciencia, dejan de ser efectivos. Entonces es necesario buscar otros paradigmas y, una vez hallados, recurrir a ellos para resolver aquellos problemas que antes eran irresolubles y, aplicando los mismos de manera generalizada, responder a todas las nuevas preguntas formuladas por los científicos.

En esencia eso es el progreso científico. Los paradigmas en que se basó Pitágoras para exponer sus conclusiones sobre la estructura del cosmos, dejaron de proporcionar respuestas racionales verificables ante nuevas preguntas; con Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Eins-

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tein, sucesivamente, ha ocurrido lo mismo; en 1930, los principios cuánticos de Plank forman los fundamentos de la nueva física. En 2013 se descubre el bosón de Higgs, uno de los hallazgos más importantes de la física contem-poránea.

En el ámbito social y político ocurre de igual manera. Cuando las Instituciones Sociales y Políticas creadas por el Hombre para ejercer un equilibrio entre las Libertades individuales y el Orden social dejan de generar y mante-ner la armonía entre ambos conceptos, se hace necesaria una renovación de las mismas que se asiente en plantea-mientos éticos y políticos exentos de cualquier influencia de credos o idearios partidistas.

Los ciudadanos y las Instituciones menos progresistas se oponen al cambio. Este hecho se constata hoy en Espa-ña: El índice de paro laboral, el nivel de corrupción en el sistema bipartidista, la obsolescencia de la monarquía, y otros factores, han hecho surgir unos partidos que pre-tenden modificar radicalmente el ejercicio de la política. La respuesta de los partidos que alternativamente se han repartido el poder hasta la actualidad, es enemiga del cambio y emplean el enredo y la difamación para despres-tigiarlos.

La evolución es un proceso natural no condicionado por la razón ni las emociones. El progreso es un proceso de mejoramiento amparado por la razón y las emociones.

El Hombre y la sociedad humana progresan porque la Verdad es desvelada por la Razón. Fue la Ilustración quien transformó formalmente el pensamiento mítico en científico, abriendo las puertas a la idea de que el Cono-cimiento conduce a la Sabiduría y ésta a la Felicidad. La Verdad desvelada por la ciencia traza el camino del pro-greso humano que conduce a la Felicidad; la «Verdad» revelada por la religión mantiene a la Humanidad en la ignorancia y ésta ejerce una fuerte atracción para aquellos

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que se acomodan en la apatía y el desinterés por el cono-cimiento. Recordemos el mito de Adán y Eva: vivían feli-ces en estado de ignorancia en el Paraíso, sólo tenían prohibido el conocimiento del Bien y del Mal que estaba reservado exclusivamente a Dios. Al comer el fruto del árbol prohibido adquirieron conciencia de sí mismos y fueron castigados por la divinidad a abandonar el Edén y al trabajo; la enseñanza que se pretende transmitir es cla-ra, concisa y, puede resumirse en dos binomios: Ignoran-cia-Felicidad y Conocimiento-Infelicidad.

Además, las Artes influyen en el progreso humano, la Belleza es imaginada y creada por la inteligencia emocio-nal.

También la Virtud es una cualidad humana de necesaria práctica para acceder al camino de la Felicidad.

Quienes se proponen una meta utópica como el acceso a la Felicidad en este mundo y en esta vida, han elegido el camino de búsqueda de la Belleza, la Verdad y la Virtud, camino marcado por lo eterno y lo infinito; las dos prime-ras son siempre Belleza (aunque ésta sea conceptualmente relativa) y Verdad; la Virtud es infinita, pues no tiene te-cho y, algo que aun teniendo principio no tiene fin, es in-finito.

Diversos caminos conducen a esta meta. Las religiones reducen su predicamento a dos invenciones milenarias: la existencia de almas y la existencia de dioses y en una realidad inherente al Hombre: el miedo. Rechazo ese ca-mino y abrazo la utopía de la fraternidad universal de hombres y mujeres que pretenden mejorar la sociedad y conscientes de la dificultad que ello entraña, comienzan con el intento de mejorarse uno a uno a sí mismos, a tra-vés de tres postulados:

11ºº El estudio y el conocimiento de la ética y la filosofía política, partes de la filosofía cuyos cimientos están consti-tuidos por los Derechos y Deberes del Hombre.

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22ºº Anhelando el hallazgo de la Felicidad en este mundo, despertando a la aprehensión de los ideales de Verdad y Belleza, repudiando el dogmatismo, el fanatismo y la vio-lencia, frutos de la ignorancia y trabajando para conseguir la Paz en el mundo y que éste sea gobernado por la Razón y la Justicia.

33ºº Mediante la práctica de las virtudes cívicas, no las teologales y, profesando amor a la Humanidad difun-diendo los ideales de Libertad, Igualdad, Tolerancia y So-lidaridad que, en su conjunto, representan el respeto que merece el Ser humano.

La Prudencia y la Modestia son dos virtudes que, aso-ciadas al resto de virtudes cívicas (Razón, Confianza, So-lidaridad, Justicia, Moderación, Fortaleza...), nos acerca-rán a la utopía del mundo feliz.

Decía Horacio en Sátiras, I: «Hay una medida en las co-sas, existen determinados límites y no es correcto sobre-pasarlos».

Recordemos el mito heleno de Dédalo e Ícaro: Minos, rey de Creta, encarga al arquitecto Dédalo el

proyecto y la construcción del Laberinto, una obra que permita la entrada en ella pero no la salida y, que sirva de presidio al Minotauro, monstruo gigantesco con cuerpo humano y cabeza de bóvido, hijo de su esposa y el Toro Celeste. Terminada su obra, él y su hijo Ícaro quedan pre-sos en ella, pues aún conociendo su secreto y pudiendo salir de la misma, es consciente Dédalo de la imposibili-dad de escapar de Creta por tierra o mar ya que Minos ha decretado una escrupulosa vigilancia a tales efectos.

El sabio arquitecto confecciona unas alas de plumas que engarza con hilo y refuerza con cera, con ellas podrán es-capar volando como las aves y aconseja a Ícaro no hacerlo a ras de las olas pues la humedad entumecería el plumaje y, tampoco elevarse demasiado hacia el Sol, pues el calor derretiría la cera, en ambos casos su empresa fracasaría.

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Ya en el aire, Ícaro se deja llevar por el placer del vuelo y su deseo de infinitud y poder, desoyendo los consejos de Dédalo, la consecuencia de ello es dramática, Ícaro cae al mar, donde muere truncándose la pretensión que motiva-ba su viaje. Dédalo culmina su trayecto.

El poder (Minos) condena al saber (la ciencia, Dédalo) pues le teme y le resulta difícil dominarlo como lo hace con la ignorancia y el fanatismo, pero Dédalo se libera pues posee la imaginación y el conocimiento. Falto de prudencia y de modestia en el uso de un poder (las alas) Ícaro fracasa en su tentativa de liberación hacia la Felici-dad. Dédalo, sabio, modesto y prudente concluye su uto-pía y alcanza el mundo feliz de la Libertad.

Entre todos debemos transformar el mundo. Todas las generaciones lo han hecho, algunas con mayor generosi-dad que otras; por ello debemos aplicarnos a esa labor, ya que el resultado de ese trabajo será la herencia que deje-mos a las generaciones del futuro.

En la Historia de los pueblos han existido regresiones. Sin ir más lejos recordemos el periodo 1936 a 1975 en Es-paña que, nos trae a la memoria las palabras de Tácito re-firiéndose a la pax romana: Solitudinem fecerunt, pacen appellarum (crearon un desierto, le llamaron paz), pero transcurridos esos paréntesis vesánicos de implantación por la fuerza de una moral religiosa discriminatoria, con la consiguiente anulación de la ética y los derechos huma-nos, el Hombre se empeña de nuevo en progresar. Lo hace consciente y voluntariamente, sin intervención de entes extraterrestres, ni extrasensoriales ni todopoderosos. Si pretendemos acercarnos a la utopía del mundo feliz, de-bemos esforzarnos para conseguir un mundo igualitario, justo, en paz y libertad.

Los problemas que padece el mundo no los provocan directamente los regímenes políticos ni las religiones, si bien se encauzan a través de ellos. Los verdaderos causan-

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tes somos los hombres y las mujeres con nuestro compor-tamiento personal que, uno a uno, conformando el colec-tivo social, trasladamos nuestros defectos a la sociedad. Por eso, para mejorar al mundo debemos mejorarnos pri-mero a nosotros mismos.

Si somos egoístas o injustos, infundimos estos defectos en la sociedad, haciendo con ello que sea separatista o in-justa, pues apoyamos y encumbramos a líderes políticos y religiosos que no son más que meros transmisores del miedo a la igualdad, al pluralismo y a la compatibilidad y el enlace de los mismos, pues parece que su misión esté relegada al enfrentamiento de grupos sociales por sus ideas o sus credos.

Para el pensamiento existencialista, si alguna vez hubie-sen existido dioses y éstos hubieran tenido la facultad de crear y, alguno de ellos hubiese creado al Hombre, se ha-bría planteado una serie de cuestiones previas que con-formarían la esencia humana: ¿Cómo lo voy a crear? ¿Por qué crearlo? ¿Para qué crearlo? ¿De qué cualidades lo voy a dotar? etc. Todo ello para que el producto resultante tu-viese la calidad adecuada a las creaciones que deberían ser las habituales de ese Ser perfecto, todopoderoso, ubí-cuoto, amor y justicia supremos, pero obviamente, bajo el análisis de la realidad, imprudente.

Ante la evidencia no es necesario argumentar el defecto señalado de esa hipotética deidad; cómo pueden aparecer subproductos creados como toda una serie de dictadores de todos los posicionamientos políticos y religiosos, y sus acólitos, cómplices y seguidores. Cómo al producirse ca-tástrofes naturales como la que hace pocos años asoló a Haití, los representantes máximos de las Iglesias del mundo no hicieran acto de presencia en ese lugar. Proba-blemente porque es imposible explicar dónde estaban en ese momento los dioses que «amparan» a la Humanidad hipotéticamente creada por ellos.

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El Hombre tiene la esencia que le otorga su existencia y no al revés.

Es la base del Existencialismo. Hoy, la ciencia nos transmite la convicción de que el

Hombre no ha sido creado por entes superiores o externos a él mismo. El origen de la vida es la consecuencia azarosa de la acción sinérgica de múltiples causas. Es el efecto de unas condiciones del medio ambiente (radiaciones térmica y lumínica, presión, etc.) sobre agrupaciones atómicas y moleculares, que generan las primeras bacterias; en ese azar influyen la distancia al Sol, la materia constitutiva del planeta y su atmósfera (básicamente carbono, hidrógeno y oxígeno) es decir: la Física y la Química. El Hombre eman-cipado de la ignorancia y el dogma, tras su evolución natu-ral, hoy está en proceso de autocreación porque volunta-riamente traza el camino de su propio progreso, determi-nándolo sin intervención de dioses ni héroes, ángeles, elfos, nibelungos u otros seres sobrehumanos de las mitologías pasadas, actuales o venideras. Nada ni nadie condiciona al Hombre excepto sus propios miedos y, de mantener vivos esos miedos se encargan ―afortunadamente cada vez con menor éxito―, los que prefieren el pasado al futuro, siem-pre abrumador y rechazable para ellos.

Si no llevamos a cabo una renovación interna no conse-guiremos transformar nada externo, esa renovación no so-lo es nuestra propia evolución, es, además, ese proceso de autocreación. y nos impulsa a la pretensión de mejorar el mundo fijando una meta utópica: un mundo justo y en paz. Un mundo feliz.

Desear ser felices no hace que lo seamos, de idéntica manera a que desear saber no nos hace sabios o desear obrar con equidad no nos hace justos.

Es necesario algo más: dar muerte al egoísmo. El Yihad (literalmente «El Esfuerzo»), vocablo traducido

como «Guerra Santa», es un concepto fundamental del is-

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lamismo. Los fanáticos del islam político (yihadistas) y al-gunos otros exaltados intolerantes pertenecientes a co-rrientes religiosas y políticas diferentes del resto del mundo, interpretan El Yihad como una lucha colectiva cruenta, sangrienta y sin cuartel contra los enemigos del islam, los motivos que impulsan a dichos extremistas in-transigentes a esta interpretación son fáciles de compren-der y no es lugar este prefacio para explicarlos, lo cierto es que la realidad es bien distinta, El Yihad es la lucha emo-cional personal contra el mayor enemigo del Hombre: el egoísmo. Pero como ocurre con otros vocablos y en otros ámbitos del pensamiento o del proceder humano, espú-reos intereses lo dotan de un concepto diferente para per-judicar al islamismo.

Para lograr esa transformación social hacia el mundo fe-liz, justo y en paz, debemos ser capaces de desprendernos de egoísmos y prejuicios y acometer una reforma racional de los modelos económicos, políticos y religiosos, confi-gurados en su mayor parte por nuestros miedos que, sin duda, nos condicionan a abrazar conservadurismos y tra-dicionalismos, enemigos del progreso.

Nada ni nadie es inmutable. Todo está sujeto a evolución o a progreso. Si nos anclamos al ayer, por considerar que fue bueno en algún aspecto, estamos tergiversando el sentido de la vida y, además, depositando una fe fanática en el pasado.

Variamos el contenido del Diccionario de la Real Aca-demia Española de la Lengua; no sólo incorporamos nue-vas palabras a su vocabulario, sino que modificamos defi-niciones de voces que la evolución social lleva a interpre-tar de otra manera a como antes lo hacía.

Variamos las leyes, que son un código ético, porque lo que avanza es la sociedad y, con ello, también la ética, buscando una estructura social que haga feliz a la ciuda-danía. Variamos igualmente la filosofía política por la misma razón.

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A través de la ciencia abrimos nuevos caminos, cerran-do otros que, por erróneos o intrincados, no conducen adecuadamente al destino pretendido o deseado.

Estos cambios los impulsa la ciudadanía en función de las necesidades personales y sociales enmarcadas en el bi-nomio Libertad personal-Orden social que, a medida que surgen y se resuelven, constituyen pasos adelante en el camino del progreso.

Todo varía. Todo evoluciona o progresa. Así debe ser, no sólo para progresar, sino para hacerlo

además sin pérdida de tiempo, pues en ese trayecto, no deseado por algunas personas y grupos humanos que lo obstaculizan, se producen incluso involuciones que retra-san las pretensiones progresistas, aunque definitivamente el avance es imparable, la historia lo atestigua.

Como personas, hombres y mujeres, tenemos el derecho y el deber de, ejerciendo la libertad, no solo tener una concepción del Bien y de la Verdad, además, tenemos el derecho y el deber de revisar estas concepciones en base a fundamentos racionalistas y con independencia de regu-laciones morales religiosas parciales, debemos hacerlo ex-clusivamente en base a un código ético laico, sin intereses de idearios o credos que, siempre, desvían la línea de ac-ción trazada por el respeto, la igualdad y la justicia.

El afán de progresar genera nuevos problemas sociales, solventarlos es labor del progresismo. Acometer proble-mas ya resueltos es labor del tradicionalismo, del conser-vadurismo. La Felicidad no está esperando a nadie, es una conquista como la Libertad, a ambas hay que merecerlas y, eso se consigue luchando por ellas. La Libertad se con-quista a través de la cultura, la Felicidad se alcanza pro-gresando.

No se trata de romper con la tradición, ésta se consoli-dará si trasciende determinados postulados que la hagan éticamente aceptable, pues la tradición no reside en las

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formas, sino en el fondo, en lo esencial y, la esencia, con esta condición, no varía progresando. Pero la tradición «per se», es arcaizante, es la madre del conservadurismo y enemiga del progreso. La tradición puede validarse si no constituye una traba para el progreso.

El patrón de vida, las pautas de comportamiento hu-mano cambian, hoy ya no es igual que hace un decenio. El Hombre no es una isla en el océano, incomunicado con la tierra firme continental de la sociedad. Debe tener una comunicación constante, el aislamiento no conduce a la perfección. Eso está bien para eremitas y monjes de clau-sura que buscan, con la lámpara de la fe, la felicidad per-sonal en un mundo virtual en el que creen, al que se acce-de tras la muerte y, para la eternidad. El Hombre libre y emancipado del fanatismo, pretende, alumbrando con la antorcha de la razón e impulsado por la emoción, buscar su propia felicidad y la de la sociedad en este mundo real y en esta vida, única y fugaz.

El método científico es racionalista y, aunque puede en principio basarse en la intuición, sólo la razón es conclu-yente. El Universo es racional, obedece a leyes termodi-námicas y de la física de partículas, la cesión de calor de un sistema termodinámico a otro u otros, es una trans-formación de energía. Universo y razón están ligados esencialmente: el primero es la realidad, la Verdad, la se-gunda es quien la desvela.

Yo soy la consecuencia de la educación que he recibido. Mis padres, mis profesores, mi relación matrimonial, mis hijos, mis amigos y en general todas las relaciones huma-nas que he vivido, me han formado como soy, por eso mi libertad está en cierto modo mermada.

Si me aferro al pasado, mi futuro será el destino depa-rado, mayormente, por esas influencias. Eso es el YO SOY esotérico e inamovible que, como palíndromo, significa lo mismo en sus dos lecturas en ambos sentidos, es un bucle

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cerrado a la razón, en él no hay libertad, hay esclavitud voluntaria al pasado y a la sinrazón, a la verdad revelada; la fe y no la razón es quien impera, pues predomina la in-teligencia emocional sobre la racional, quedando casi anu-lada la segunda. La razón es liberadora, descubre, desta-pa, desvela la verdad que emana de la realidad del Uni-verso, la razón es universal, el Universo es racional. La ra-zón interroga mi conciencia, inconformista con ese YO SOY. ¿Quién soy yo?, es mi pregunta. YO SOY YO, es mi respuesta. En esa respuesta hay libertad, «yo soy yo» por-que quiero serlo, deseo serlo. Ese «Yo» exotérico lo mode-lo con la razón y la emoción conformando voluntariamen-te mi futuro con mis actos conscientes y rechazando el destino que me depararía mi propia pasividad o inacción.

Las fantasías de la mente humana están en el fundamen-to de todas las culturas. Encontramos las mismas ilusiones en distintos lugares y diferentes épocas. Son copias modi-ficadas y adaptadas a la idiosincrasia de los pueblos. ¿Por qué ocurre así? Porque son elucubraciones sobre deseos primordiales expresadas en lenguaje simbólico y alegóri-co, y los deseos humanos son siempre los mismos.

El mito es repetitivo. Todas las culturas poseen los mis-mos mitos. Con un lenguaje alegórico cada religión, sin excepción, establece mitos de almas, dioses, héroes, ma-dres vírgenes y cohortes de «entes» fabulosos. Todos ellos son reiterativos esencialmente, aunque formalmente ten-gan diferentes matices.

No pretendo divorciar razón y emoción. Representacio-nes emocionales y sensoriales constituyen el lenguaje mí-tico y, aunque el lenguaje que empleamos en el siglo XXI tiende a la expresión de la razón y el método científico, no debemos perder la capacidad de interpretación del len-guaje sensorial, pero sin aceptar dogmas.

Considero que razón y emoción constituyen una duali-dad característica de la mente humana, por ello, dos con-

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ceptos de los expuestos en este libro, la Verdad y la Justi-cia, los expreso interpretando un lenguaje simbólico: el Arte, el poder creativo. Dos expresiones pictóricas, La Ca-lumnia de Apeles, obra de Sandro Botticelli y El Juicio de Friné obra de Jean-León Gérôme, plasman estos conceptos a través del símbolo y la alegoría con una belleza inusita-da. Las alegorías representadas en la primera de estas obras no nacen de una reflexión personal, las recojo de la paráfrasis clásica de esta pintura, pero me obligan a refle-xionar de la forma que lo hago.

No hay, por tanto, que romper con la tradición, pero no hay que anclarse a ella. El Progreso no es tradicionalista, es innovador.

Empecinarse en otorgar visos de realidad a la ficción es labor de las religiones que, siempre han basado sus aseve-raciones en una urdimbre de dogmas. La filosofía y la ciencia han destruido ese entramado dogmático y el tiem-po de la Fe y la Esperanza ha pasado, pues ante esas dos virtudes teologales no hay respuestas que puedan argu-mentarse con procesos lógicos, representan una fuga con-tinua de la razón hacia el futuro, el presente es exclusiva-mente desilusionante, no concluyen en realidades com-probables, tan solo son el paso a la continuidad de las mismas que, volverán a frustrarse cíclicamente y sin cesar.

La Confianza en la Humanidad y en la posibilidad de conseguir, de generar la Felicidad en este Mundo y en esta vida ha sustituido a la Esperanza en los dioses y en encon-trar la Felicidad como regalo divino en la vida «eterna» virtual. La Solidaridad, que es Amor e Igualdad ha susti-tuido a la Caridad que es excluyente con la Igualdad. La Razón ha sustituido a la Fe. Aunque existen sectores de la sociedad que se aferran a las «creencias».

Para Spinoza no es la Razón, sino los deseos lo más repre-sentativo de la esencia humana, por eso las pasiones superan a la virtud y se inflingen las reglas éticas tan fácilmente.

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El alma es la capacidad humana de sentir y pensar. Es carne, son neuronas. Almas, como hálito divino y, dioses volitivos, son inventos del Hombre, hipótesis que nunca serán tesis, son, sencillamente, los conceptos consecuentes generados por los deseos de inmortalidad, de infinitud y de protección o seguridad.

Los hindúes, cuando denominaron «Mahatma» (alma grande) a Gandhi, lo estaban llamando «virtuoso»; un al-ma grande es una persona que ha desarrollado su capaci-dad de ejercer las virtudes, una persona ejemplar en la práctica del bien consigo mismo y con los demás.

Hay únicamente dos amores que son libres: el amor a uno mismo o amor propio (dignidad) y el amor a la Ver-dad, y es así porque nacen de la inteligencia racional. To-do amor distinto a ellos nace de la inteligencia emocional y está, lógicamente, condicionado por las pasiones. El amor propio se traduce en una satisfacción personal por el concepto de bondad que de uno mismo se tiene, autoes-tima es otra forma de definirlo y no tiene ninguna relación con el afán de supervivencia o con el deseo de ser feliz y, menos aún con el egoísmo, el hedonismo o el narcisismo.

Los seres humanos somos, en primer lugar, el efecto de la educación recibida y de la relación social vivida que, son acciones formativas externas; en segundo lugar, so-mos seres en proceso evolutivo natural; en tercer lugar somos también el efecto de nuestros propios actos y, fi-nalmente somos los causantes de efectos en los demás y en la sociedad con nuestro comportamiento.

Estas cuatro singularidades son esenciales a nuestro Ser, conforman nuestro carácter y nuestras cualidades; todas son determinantes, pero la última es en la que concluyen las tres primeras: Somos lo que hacemos. En definitiva, no somos lo que deseamos ser, ni siquiera somos lo que pen-samos que somos, es decir: lo que podría resaltarse de nuestros idearios; somos lo que hacemos porque nuestros

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actos generan efectos en nosotros mismos y en los demás y, lo que hacemos está condicionado por nuestra razón y también por nuestras emociones. En la medida en que, con la convicción que proporciona la razón, seamos capaces de actuar ejercitando nuestro libre albedrío, controlando emo-ciones como el rencor o la envidia, la avaricia o la soberbia, estaremos actuando con prudencia y honestamente.

Decía Cicerón: «Los deseos deben obedecer a la razón». A Gandhi se atribuye el siguiente adagio:

Cuida tus pensamientos porque se tornarán palabras, cuida tus palabras porque se convertirán en actos, cuida tus actos porque se transformarán en costumbres, cuida tus costumbres porque forjarán tu carácter, cuida tu carácter porque trazará un camino y, ese camino será tu vida.

Egoísmo, hedonismo y narcisismo son deformaciones del amor propio, productos de una inmadurez intelectual. Decía Cicerón que «el egoísta se ama a sí mismo sin riva-les». La Belleza física no es voluntaria, es algo recibido del azar, sentir orgullo por su posesión es despreciar otras co-sas y a otras personas que carecen de ella; es ignorancia. El sabio es modesto ante los atributos otorgados por el azar. El sabio se atreve a razonar y buscar respuestas, la lógica le muestra que la altivez del narcisista es egoísmo y cobardía, «cree» que es bello porque desea ser bello, se enamora de la imagen virtual de su rostro reflejado en la superficie especular de las aguas de una fuente, «cree» ser su imagen, Narciso no es sabio, por ello no es modesto y se autoengaña, su amor propio no nace de su inteligencia racional sino de su inteligencia emocional, no es un amor libre, está condicionado por sus pasiones, Eco le ofrece la felicidad pero Narciso ya «cree» haberla encontrado en su hedonismo arrogante.

Eco queda reducida a su voz y Narciso no es capaz de reflexionar, de hacer una introspección y percatarse de su

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error y asumirlo modestamente. Narciso, víctima de su propio fantasma, de quien «creía» ser, sin «saber» real-mente quién y cómo era, se arrojó a las aguas de la fuente y allí nació una flor en su recuerdo.

«Un hombre no es más que lo que sabe», decía Francis Bacon.

«Conócete a ti mismo», decía Sócrates. Reflexionemos para adquirir el conocimiento de noso-

tros mismos que, nos liberará del miedo provocado por los leviatanes que inventamos.

Citemos también, por lo que tiene de actual, una frase de Karl Marx: «Hasta ahora los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo. Ha llegado la hora de transfor-marlo».

En Europa, hasta el Siglo de las Luces, el Feudalismo primero, la Tiranía y el Absolutismo después, con la con-nivencia, el apoyo y la bendición de las Iglesias cristianas gobernaron por designio y gracia de sus dioses. Las insti-tuciones eran las encargadas de mantener el Miedo y el Orden. Feudos y Monarquías con la coerción y la fuerza, las Iglesias con la farsa y el embaucamiento dogmático.

Pero el pueblo llegó al límite de lo tolerable, pues no había gozado nunca de Libertad, siendo su inevitable predestinación la sumisión, el trabajo duro, la miseria, la enfermedad y el silencio, aunque la religión le ofrecía una «generosa» felicidad en una vida virtual «más allá de la muerte» condicionada al acatamiento incondicional de sus deberes en la vida real, a profesar Fe y tener Esperanza.

Así, la sociedad entró en crisis. Una crisis social y políti-ca que sólo pudo resolverse con el estallido de las Revolu-ciones inglesa, americana, francesa y rusa y otras poste-riores como las más recientes: Mayo del 68, Revolución de los Claveles... que han marcado el camino a una «revolu-ción mundial», que está en fase inicial y podría ser no vio-lenta si se desarrolla racionalmente y no emocionalmente,

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que deberá acabar con el prejuicio, el fanatismo y la de-sigualdad, —terrorismo de Al Qaeda, conflicto de la franja de Gaza, dictaduras apoyadas por diversas religiones en todo el mundo— como efectos directos del dogmatismo. Es un reto para todas las naciones sin exclusión en el siglo XXI.

Tras la Revolución francesa hay unas conclusiones claras: La Filosofía desplaza a la Teología. La Razón triunfa sobre la Fe, anulándola; la Esperanza en los dioses es sustituida por la Confianza en los hombres; la Caridad, que es Amor es sustituida por la Solidaridad, que además de Amor es Igualdad. El hombre deja de ser vasallo de su Señor, súbdi-to de su Rey y, él mismo se libera, primero del miedo, des-pués del dogma, rechaza la moral cristiana y la sustituye por los Derechos Humanos, un compendio de normas éti-cas y políticas que, considerando a los ciudadanos libres e iguales, racionaliza, define y delimita el comportamiento humano en una sociedad plural y democrática, emancipa-da del prejuicio, del fanatismo y del miedo.

La influencia del Enciclopedismo y las corrientes filosó-ficas que éste genera, llevan a las agrupaciones sociales más avanzadas a definirse antidogmáticas. El Parlamento francés en 1905 aprueba la ley de la Laïcité. Hoy la mayo-ría de Estados democráticos se definen también laicistas. Pero en muchos casos —como España— esto es una fala-cia. Ya he manifestado antes que se es lo que se hace, no lo que se dice ser.

El siglo XXI reclama, con urgencia, una solución al terro-rismo fundamentalista religioso. No confiemos demasiado en la Alianza de Civilizaciones. ¿Quién dialogará en re-presentación de ellas? ¿Rabinos, obispos e imanes con sus tres dioses «verdaderos»: Yavé, Dios y Alá? Aunque en cada monoteísmo hay corrientes reformistas, éstas están silenciadas y apartadas de toda posibilidad de representa-ción. No tienen intención de dialogar porque no confían en los seres humanos, no los consideran iguales y no son

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solidarios con ellos; ni siquiera son misericordiosos, para obtener prebendas son capaces de aliarse con los más sanguinarios opresores que, como ellos son enemigos de la Libertad, la Igualdad y la democracia. Ellos son los re-presentantes de los dioses, necesitan un mensajero, necesi-tan a Mercurio.

El Mundo necesita también ese remedo de Mercurio, necesita crear nuevas instituciones o regenerar alguna de las existentes (OTAN, ONU), de sus propias cenizas, co-mo el Ave Fénix. Organizaciones como Cruz Roja, Luna Roja, Green Peace, Human Rights Watch, Amnistía Inter-nacional, y algunas otras, serían interlocutores válidos en el impulso de la Paz, el Orden y la Justicia. De cualquier forma, las instituciones que sean encargadas de esa labor deberán ser supranacionales, sólidamente democráticas, estrictamente adogmáticas y rigurosamente laicistas.

En un escenario mundial globalizado como el nuestro, no sólo es necesario acotar las relaciones humanas, tanto en el vínculo del Hombre con la Naturaleza, como en la interacción del ciudadano con la sociedad, estudiando los posibles choques entre las diferentes culturas y sus cre-dos, de manera que existan unas normas éticas y políticas reguladoras de una interacción responsable y respetuosa con los demás; es necesario, también, respetar a las gene-raciones futuras y el futuro del planeta que nos alberga.

Es necesario actuar hoy, pero previendo el futuro. Es necesario actuar en nuestro entorno social, pero pensando globalmente. Unir nuestras fuerzas en la labor de cons-trucción de una convivencia mundial pacífica no significa renunciar a aquello que nos identifica y particulariza, no es tampoco anular el pluralismo que nos enriquece, es ac-tuar solidariamente y con respeto y prudencia para conso-lidar la Igualdad de los seres humanos en derechos y de-beres y, aproximarnos a la utopía de la Fraternidad Uni-versal, a la utopía del Mundo feliz.

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Todo acto humano libre, traza su ruta y construye su camino. Las libertades individuales son indisociables de las responsabilidades adquiridas con ellas; del lugar al que conduce ese camino, es decir, de las consecuencias de nuestros actos determinados en libertad, somos indefecti-blemente responsables.

En este libro pretendo expresar mi convicción profunda de que sólo la aplicación de una ética y una filosofía polí-tica cimentadas en los Derechos y Deberes del Hombre y en el respeto a la Naturaleza, puede generar los medios necesarios para acometer los cambios que el Mundo del siglo XXI necesita. Cambios que requieren la labor noble, magnífica y creadora de los hombres y las mujeres pro-gresistas que con la Confianza depositada en el género humano y en Igualdad y Solidaridad con el mismo, conso-lidan el templo de la Razón, no el de la Fe, para uso de la humanidad, hoy y en el futuro, para albergar la palabra y blandirla en el aire como una espada de dos filos: el uno la Verdad, el otro la Justicia, y continuar progresando hacia la Felicidad en este Mundo y en esta Vida.

«Carpe diem, quam mínimun crédula postero.»

En Elda, Partida rural de Agualejas 2 de mayo de 2016