Morán Aprendizajes y Espacios de La Ciudadanía

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,, ¡!¡/,o too ÍCONOSI15 Revista de FLACSO-Ecuador No 15, enero, 2003 ISSN 13901249 Los artículos que se publican en ·la revista son de exclusiva responsabilidad de sus autores, no reflejan necesariamente el pensamiento de ÍCONOS Director de Flacso-Ecuador Fernando Carrión Consejo editorial Felipe Burbano de Lara (Editor) Edison Hurtado (Ca-editor) Cecilia Ortiz Franklin Ramírez Alicia Torres Maure;> Cerbino Eduardo Kingman Producción FLACSO-Ecuador Traducción Claudia Arcanjo Otaviano Diseño Antonio Mena Ilustraciones , Gonzalo Vargas Margarita Escribano Antonio Mena Impresión: Rispergraf FLACSO-Ecuador Ulpiano Páez N 19-26 y Av. Patria Teléfonos: 2232-029/ 030 /031 Fax: 2566-139 E-mail: [email protected] [email protected]

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Morán Aprendizajes y Espacios de La Ciudad

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    C O N O S I 1 5

    R e v i s t a d e F L A C S O - E c u a d o r

    N o 1 5 , e n e r o , 2 0 0 3

    I S S N 1 3 9 0 1 2 4 9

    L o s a r t c u l o s q u e s e p u b l i c a n

    e n l a r e v i s t a s o n d e e x c l u s i v a

    r e s p o n s a b i l i d a d d e s u s a u t o r e s ,

    n o r e f l e j a n n e c e s a r i a m e n t e e l

    p e n s a m i e n t o d e C O N O S

    D i r e c t o r d e F l a c s o - E c u a d o r

    F e r n a n d o C a r r i n

    C o n s e j o e d i t o r i a l

    F e l i p e B u r b a n o d e L a r a ( E d i t o r )

    E d i s o n H u r t a d o ( C a - e d i t o r )

    C e c i l i a O r t i z

    F r a n k l i n R a m r e z

    A l i c i a T o r r e s

    M a u r e ; > C e r b i n o

    E d u a r d o K i n g m a n

    P r o d u c c i n

    F L A C S O - E c u a d o r

    ~

    T r a d u c c i n

    C l a u d i a A r c a n j o O t a v i a n o

    D i s e o

    A n t o n i o M e n a

    I l u s t r a c i o n e s

    , G o n z a l o V a r g a s

    M a r g a r i t a E s c r i b a n o

    A n t o n i o M e n a

    I m p r e s i n :

    R i s p e r g r a f

    F L A C S O - E c u a d o r

    U l p i a n o P e z N 1 9 - 2 6 y A v . P a t r i a

    T e l f o n o s : 2 2 3 2 - 0 2 9 / 0 3 0 / 0 3 1

    F a x : 2 5 6 6 - 1 3 9

    E - m a i l : f b u r b a n o @ f l a c s o . o r g . e c

    e h u r t a d o @ f l a c s o . o r g . e c

  • ICONOS 31

    Mara Luz Morn*

    Cabe observar que dentro del reciente augede los estudios culturales existe un renovadointers por retomar el concepto de cultura po-ltica como herramienta til para adentrarseen los fundamentos ms profundos de la vin-culacin entre los individuos y la esfera de lopoltico. Las relecturas y las refutaciones de laversin clsica formulada por Almond y Ver-ba (1970) han dado origen a una abundanteliteratura y a una no menos interesante inves-tigacin emprica. No obstante, sorprende elescaso inters por recuperar, o rebatir, una delas piezas centrales de dicha formulacin: lasocializacin poltica entendida como elaprendizaje de aquellas disposiciones y conte-nidos bsicos que conforman los universospolticos de las personas. Al mismo tiempo,no se puede dejar de observar que una buenaparte de las escuelas hegemnicas de pensa-miento -desde las teoras de la eleccin racio-nal hasta el anlisis institucional- si bien noencaran directamente su estudio, al operardan por sentada aquella versin cannica dela socializacin poltica que no es otra sino laclsica concepcin parsoniana matizada porciertas aportaciones posteriores (R. K. Mer-ton 1987; A. Percheron 1993).

    An as, si prestamos atencin a otras mu-chas contribuciones surgidas en los mrgenes

    de las lneas predominantes de trabajo, obser-varemos que el problema de la socializacin,o de los aprendizajes de la poltica, sigue con-siderado como un tema relevante, merecedorde reflexin y anlisis. En concreto, dentrodel retorno del sujeto aparece una revisinsistemtica de dicho presupuesto, asociada alreconocimiento de estar asistiendo a un cam-bio de tal magnitud en las condiciones de lavida social que, muy probablemente, llega in-cluso a afectar a los fundamentos ltimos delcemento de la sociedad.

    Pero mi reflexin no pretende elaborar undiagnstico de la naturaleza de la crisis de lasCiencias Sociales a comienzos del siglo XXI,ni tan siquiera aspira a pasar revista a las prin-cipales aportaciones sobre el binomio apren-dizaje/innovacin de aquellos valores y nor-mas comunes que, en definitiva, ayudan a in-terpretar los comportamientos sociales (Bour-dieu1991,1995; Moscovici 2000; Berger yLuckmann 1994; Dubar 1995). Mi intencinen las prximas pginas, consiste en exponeruna concepcin de la socializacin polticaclaramente espacializada; o, por decirlo deun modo ms claro, enraizada en los espaciosen los que tienen lugar las prcticas sociales.Posteriormente, en la segunda parte del texto,tratar de reconstruir el marco espacial sobreel que descans el relato del modelo clsico dela ciudadana. Con ello espero mostrar cmose abren interesantes y fecundas lneas de tra-bajo para seguir apostando por un anlisiscultural de las prcticas sociales, en socieda-

    Aprendizajes y espaciosde la ciudadana

    para un anlisis cultural de las prcticas sociopolticas

    * Universidad Complutense de Madrid.

  • des como las nuestras,afectadas, entre otrosmuchos cambios dra-mticos, por radicalestransformaciones enlos espacios de las vi-das cotidianas.

    A propsito de la nocin deaprendizaje

    Frente al planteamien-to de un individuo hi-persocializado en elque desembocaba elpostulado de la unidaddel mundo social -elpresupuesto de la An-tropologa Culturalclsica y de la escuela funcionalista- entiendoque la interpretacin del mundo contempo-rneo requiere incorporar la confrontacin delgicas de accin heterogneas. Se trata deuna tesis que ha sido formulada de diversosmodos por las teoras de la accin y de la in-certidumbre, que coinciden en afirmar que nila socializacin ni tampoco la accin socialpueden reducirse a una dimensin nica. Esen este punto donde el marco de anlisis pro-puesto por F. Dubet (1994) me resulta extre-madamente pertinente.

    Dubet parte de la constatacin del estallidode la Sociologa [clsica] para defender la utili-dad de operar con el concepto de experienciasocial; una nocin con la que designa las con-ductas individuales o colectivas dominadas porla heterogeneidad de sus principios constitutivosy por la actividad de individuos que deben cons-truir el sentido de sus prcticas en el seno de di-cha heterogeneidad. Entre otras consecuencias,el reconocimiento de este estado de cosas vuelvea conferir actualidad a la idea de Simmel y We-ber de la prdida de unidad del mundo comocriterio esencial de la modernidad.

    Este punto de partida se concreta en tresideas fundamentales. La primera afirma la he-

    terogeneidad de losprincipios que or-ganizan las conduc-tas de los actores.De ello se derivaque la identidad delsujeto ya no sea unser, algo ya dado,sino un trabajo, lamayor parte de lasveces arduo y labo-rioso. Los indivi-duos deben esfor-zarse por construirla unidad a partirde los diferenteselementos de la vi-da social y de sumultiplicidad deorientaciones. Porconsiguiente, los

    roles y las posiciones sociales ya no bastan pa-ra definir los elementos estables de la accin.En segundo lugar, la propia experiencia de laheterogeneidad de las lgicas de accin que secruzan en la experiencia social, lo que explicaque los individuos establezcan una distanciacon respecto al sistema, lo que no significa au-sencia de socializacin. De este modo, se reco-noce que las personas no se adhieren plena-mente a roles y a valores, sino que establecenuna separacin crtica y reflexiva frente a s-tos. Finalmente, dentro de este mundo laconstruccin de la experiencia colectiva reem-plaza la nocin de alienacin en el seno delanlisis sociolgico. Ya no ha lugar para seguiroperando con uno de los pilares de la tradicinsociolgica, desde Durkheim, pasando porParsons y Elias para finalizar en la escuela fun-cionalista: considerar la accin social como larealizacin de normas y valores que se institu-cionalizan en roles interiorizados por los indi-viduos a lo largo del proceso de socializacin1.

    La complejidad y fecundidad de la pro-puesta de este autor desborda el alcance de es-tas pginas. Por ello, retengo nicamenteotras dos ideas suyas sobre las que desarrolla-r mi argumento. Ante todo, en contraposi-

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  • cin con aquellas corrientes sociolgicas queafirman poder reconstruir el conjunto social apartir de una nica lgica de accin, desde laopinin de los actores ya no existe un puntode vista nico. Por el contrario, en sus prc-ticas sociales, stos adoptan todos los puntosde vista a la vez; es decir, combinan de modocontinuo las distintas lgicas segn las situa-ciones a las que se enfrentan. Finalmente, de-seo destacar lo que Dubet (junto a otros so-cilogos de la accin) denomina el trabajodel actor: la relevancia de sus prcticas socia-les. Hay que partir de un sujeto actuanteque construye su(s) identidad(es) social(es) enun proceso de actividad incesante, y siempreconflictivo, poniendo en relacin principiosheterogneos.

    Por consiguiente, la principal tarea de unasociologa de los aprendizajes sociales consis-te en dar cuenta de estas actividades. Se tratade sustituir el nfasis en los procesos psicoso-ciales de integracin de valores y normas ennuestra propia personalidad, por una sociolo-ga de las prcticas sociales. La socializacinha de entenderse como un proceso biogrficode incorporacin de las competencias socialesgeneradas en los diferentes mbitos de la vidasocial en los que los individuos desarrollansus vidas cotidianas. Ello obliga a repensar ladiversidad de los lugares y de las institucionesen los que tienen lugar dichas prcticas, ad-mitiendo tanto el cambio evidente en la natu-raleza y funcionamiento de estos mbitos deaprendizaje, como el posible estallido dealgunos de ellos.

    Mi propuesta adopta simultneamente,un enfoque dinmico que considera que la se-cuencia de los aprendizajes (y de los olvidos)se dilata a lo largo de toda la existencia de laspersonas. Asimismo, los aprendizajes son, pornaturaleza, procesos conflictivos que reflejan

    las tensiones provocadas por las distintas lgi-cas de accin que estructuran las experienciassociales de los actores; una afirmacin que,sin embargo, no debe ser tomada como sin-nimo de una concepcin dramtica de la exis-tencia. Finalmente, el dinamismo se reflejatambin en la multiplicidad de viejos y nue-vos espacios en donde estos mismos se produ-cen, se reproducen y se transforman.

    Con base en todo lo anterior, me interesainsistir en la relevancia que adquieren los mo-mentos y lugares de las prcticas sociales. Lareflexin debe detenerse, inicialmente, en losmecanismos que emplean los actores para en-marcar la realidad, considerndolos comopromotores de marcos alternativos para su in-terpretacin. Estos procesos de atribucin designificados son el resultado agregado de ex-periencias personales, memorias colectivas yprcticas sociales objetivables

    2. Hay que re-

    conocer la capacidad de los actores socialespara apropiarse y transformar, por medio desus prcticas, los componentes de sus culturaspolticas -entendidas aqu como el resultadoltimo de sus aprendizajes colectivos.

    Los actores confieren sentido al mundo le-yndolo, narrndolo y transformndolo enun trabajo que se asemeja a una labor de bri-colaje que tiene lugar en mltiples espacios deinteraccin y comunicacin social. Losaprendizajes son, pues, esencialmente activose innovadores, nunca una mera recepcin yasimilacin pasiva de valores y normas deconducta. Pero, adems, toda cultura polticase encuentra enraizada en una ecologa polti-ca en la medida en que est anclada en los di-versos espacios de sociabilidad. Por consi-guiente, las prcticas que tienen lugar en es-tos espacios -ms an, que los definen y lesotorgan realidad - se convierten en autnticoslocus de aprendizajes, de atribucin de sig-nificados y de elaboracin de estrategias y re-pertorios de accin social (Cefa 2001).

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    1 La sociologa de la experiencia aspira a definir la ex-periencia como una combinacin de lgicas de accin,lgicas que vinculan al actor con cada una de las di-mensiones de un sistema. El actor est obligado a arti-cular lgicas de accin diferentes, y es la dinmica en-gendrada por esta actividad la que constituye la subje-tividad del actor y su reflexividad. (Dubet 1994:105;traduccin de la autora).

    2 En realidad, no hago sino recurrir a la idea de praxiscultural, tal y como la emplea el denominado frameanalysis en el estudio de la accin colectiva. Para unapresentacin ms detallada de sus postulados vaseEyerman (1998).

  • Un paso adelante: los lugares y espacios de los aprendizajes sociopolticos

    En suma, la hiptesis que deseo defender afir-ma que aquel complejo fenmeno que acos-tumbramos a llamar socializacin polticaconsiste, en lo esencial, en un conjunto deaprendizajes y olvidos que tienen lugar enaquellos espacios que contienen las prcticassociales y que se suceden a lo largo de toda laexistencia. Estos espacios sociales poseen,adems de muchas otras caractersticas, la deser lugares fsicos (geogrficos/geomtricos)por lo que es pertinente suscitar como pro-blema de reflexin las relaciones mutuas entrelos espacios que posibilitan prcticas (y que asu vez son transformados por stas) y las prc-ticas sociales vinculadas/ancladas en los espa-cios (que, a su vez, tambin inciden sobre lasprimeras). El binomio espacios/aprendizajesse presenta as, como eje de una nueva mira-da de los procesos de socializacin poltica.

    Pero an hay ms. Desde hace tiempoasistimos simultneamente, a la profundatransformacin de estos espacios (fsicos/so-ciales) como consecuencia de los profundsi-mos cambios que afectan a las sociedadescontemporneas. Pese a la inexistencia de unacuerdo sobre la naturaleza y las consecuen-cias ltimas de dichas transformaciones, des-de las Ciencias Sociales se admite que estosmovimientos estn provocando rupturas, o almenos alteraciones considerables, de dos delas dimensiones tradicionales del anlisis so-ciopoltico clsico: el tiempo y el espacio;aquellas que daban sentido a la concepcin desociedad, y ms concretamente de integra-cin social, sobre la que han descansado has-ta hace poco nuestros anlisis.

    Podran citarse ejemplos de trabajos re-cientes que reconocen el impacto de estastransformaciones de los espacios de la vida so-cial en los conflictos que aquejan a las socie-dades contemporneas3. Con diferentes nfa-sis e intenciones, estas contribuciones sealanla nueva tensin en la que est inserta la vidasocial. Por un lado, frente a la aceleracin del

    tiempo y a la omnipresencia del espacio, pre-senciamos una mayor visibilidad y un au-mento del vigor de los viejos y nuevos localis-mos. Un redescubrimiento del valor de laspequeas dimensiones que se traduce en larecuperacin de la comunidad como espacionatural de la vida social y en el resurgir de for-mas de solidaridad primaria. Fenmenos talescomo la importancia que han adquirido losmovimientos e ideologas de la etnicidad, elclose to home o los nuevos nacionalismos pare-cen responder a esta lgica. Por otro lado, seproduce, simultneamente, un movimientoen sentido contrario, hacia la globalizacin,que provoca la aparicin de conflictos y mo-vimientos sociales a escala planetaria, en don-de los lmites tradicionales de los espacios dela vida social se diluyen, y en donde el espa-cio geogrfico del anlisis social tradicional setorna problemtico y parece ser sustituidopor la idea de flujos. Recientemente, se hapopularizado el trmino glocalizacin paradar cuenta de esta doble tensin (Held et al.1999).

    Aunque los diagnsticos acerca de las con-secuencias a mediano y largo plazos de todosestos procesos todava estn en paales, s es-tamos en condiciones de reconocer que estanueva situacin provoca la transformacin, oincluso la disolucin, de algunos de los espa-cios tradicionales de la vida social y poltica.Pero, al mismo tiempo, asistimos al naci-miento de potencialidades inditas generadaspor los nuevos espacios globalizados o virtua-les. A pesar de la magnitud y la visibilidad deestos cambios, sorprende que las Ciencias So-ciales, a lo largo de las ltimas dcadas, hu-bieran prestado mucha mayor atencin a ladimensin temporal que a la espacial.

    En el proceso histrico de compartimen-tacin de las Ciencias Sociales el anlisis es-pacial fue confinado casi exclusivamente a las

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    3 Entre otros muchos, pueden citarse los trabajos sobrela sociedad red de M. Castells (1981 1995, 2001), laconcepcin de los no lugares de M. Aug (1993) olos ltimos trabajos de D. Harvey (1998) quien sigueprofundizando en el tema de las relaciones entre espa-cio y desigualdad social.

  • disciplinas geogrficas, y se lo introdujo en elanlisis social a travs de la Ecologa y el Ur-banismo. Mientras se reconoce que el lengua-je y la propia vida poltica son esencialmenteespaciales, es patente el escaso peso de la in-vestigacin sociopoltica sobre el tema, msall de la geografa poltica o de ciertas espe-cialidades de las Relaciones Internacionales.El espacio adquiere as, en el vocabulario de lasociologa poltica y ms concretamente enlos estudios de cultura poltica, connotacio-nes casi siempre metafricas, que generanconstantes referencias a esferas o espacios dela vida sociopoltica pero que no suelen des-cender, ms que en contadas ocasiones, alanlisis especfico del modo en que se interre-lacionan los espacios fsicos y las prcticas so-ciales de aquellos que los habitan.

    No obstante, es obligado reconocer que seha producido un cierto inters por el anlisisdel espacio en la sociologa poltica. Un mo-vimiento paralelo a la recuperacin de la di-mensin diacrnica, aunque con mayores di-ficultades, puesto que est lastrado por laprevencin que suscita un posible retorno delos viejos determinismos fsicos de algunosde los fundadores de la teora sociolgica. Pa-ra empezar, a partir de la obra de S. Rokkan(1973, 1983) diferentes investigaciones desociologa histrica insisten en la convenien-cia de trabajar con nuevos marcos espacialesen el estudio de los procesos histricos de de-sarrollo sociopoltico (Wallerstein 1991a,1991b, 1998).

    En muchas aportaciones de los tericos dela accin colectiva, y particularmente en susinvestigaciones sobre los viejos y nuevosmovimientos sociales, tambin subyacen los

    marcos espaciales como elementos significati-vos de las estructuras de oportunidades pol-ticas (Tilly 1978; Tarrow 1997). Por su par-te, algunos estudios sobre la construccin his-trica de la ciudadana confieren un papeldestacado a los espacios en los que se generanlas prcticas ciudadanas (Thompson 1977;Somers 1993, 1999). Finalmente, menciona-r que una parte muy importante de la discu-sin actual acerca de la naturaleza y profundi-zacin de la democracia en las sociedadescontemporneas, remite directamente al pro-blema de sus escalas, de los marcos espacialesde los procesos de toma de decisiones y de laimplicacin ciudadana.

    Admitmoslo: en la investigacin sociopo-ltica, el espacio aparece por todos lados; perocasi nunca se le presta una atencin directa.Adems, a pesar de la disparidad y riqueza desus enfoques de anlisis y de sus objetos de es-tudio, ninguno los ejemplos que acabo demencionar aborda de modo directo la cues-tin de los aprendizajes de lo poltico. Perotodos ellos afirman, explcita o implcitamen-te, una estrecha vinculacin entre las prcti-cas sociales y las culturas polticas particularesque permiten atribuir significados a la reali-dad y, por consiguiente, intervienen en la ac-cin social.

    Cmo introducir, entonces, una concep-cin del espacio cuyo eje sea la experiencia so-cial? La propuesta de M. De Certeau (1990)parece responder a este requisito. Para l es-pacio es un lugar practicado por lo que unacalle definida geomtricamente por un urba-nista se transforma en espacio por la accinde los caminantes. Adems, existen profun-das relaciones entre el lugar fsico y el espacio

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    Asistimos al nacimiento de potencialidades inditas generadas por los nuevos espa-cios globalizados o virtuales. Pese a la magnitud y visibilidad de estos cambios, sor-

    prende que las Ciencias Sociales, a lo largo de las ltimas dcadas, hubieranprestado mucha mayor atencin a la dimensin temporal que a la espacial

  • habitado4. En su argumentacin, son las na-rraciones que efectan los individuos, los ca-minantes, las que transforman incesantemen-te los lugares en espacios; y, a la inversa, sontambin stos ltimos los que organizan losjuegos de relaciones cambiantes entre ambos.Pero, ms all de la centralidad que atribuyeel antroplogo francs al lenguaje como he-rramienta de construccin de los mundos vi-vidos, puede admitirse que otras prcticas orelaciones sociales, no necesariamente verba-les, pueden establecer tambin estos puentes.En la misma lnea, debe recuperarse la pro-puesta de M. Aug (1993) quien denominalugar antropolgico al espacio habitado y lodefine como una construccin concreta ysimblica de ste, que constituye un princi-pio de sentido para quienes lo habitan y, a lavez, es tambin un principio de inteligibili-dad para quien lo observa. Para Aug estos lu-gares poseen tres rasgos comunes: se conside-ran (y son considerados) como identificato-rios, relacionales e histricos. Por lo tanto,son espacios sociales plenos porque contienenen s mismos, todo un conjunto de posibili-dades, prescripciones y prohibiciones5.

    A estas alturas parece ya inevitable plan-tear de una vez por todas, la pregunta que seinsina en toda mi exposicin: Cmo articu-lar ambas dimensiones -los aprendizajes y losespacios habitados- con una mirada que pri-vilegia las prcticas sociales y que, al mismotiempo, es deudora del nuevo anlisis culturalde la poltica desarrollado desde los aos 80?6

    El teln de fondo del discurso sobre el desarrollo histrico de la ciudadana

    Para avanzar en esta direccin, a lo largo delas prximas pginas, segn la recomenda-cin de M. Somers (1993, 1999) de llevar acabo una sociologa histrica de la formacinde conceptos, plantear el siguiente ejercicio:considerar los marcos espaciales implcitos enla concepcin clsica de la ciudadana y en laconstruccin de las culturas polticas asocia-das a sta.

    El modelo del desarrollo urbano de la mo-dernidad europea se encuentra en el trasfon-do de la explicacin y legitimacin de toda laargumentacin clsica sobre la construccin yel desarrollo de la ciudadana y, al tiempo, so-bre las caractersticas esenciales de la culturapoltica asociada a ella. Ms an, podra afir-marse que sta opera con unos mapas exce-sivamente simplificados de la multiplicidad yvariedad de las formas de organizacin espa-cial que generaron, incluso dentro del mbitoeuropeo, la Revolucin Industrial y el adve-nimiento de la sociedad moderna.

    Existe una vinculacin estrecha entre losdiscursos acerca del proceso de civilizacin,la construccin del mundo urbano y el desa-rrollo de la ciudadana. La ciudad se convier-te, as, en el smbolo de la inclusin y de la ex-clusin -cuya representacin fsica son lasmurallas que la cien y las puertas que permi-ten el paso a su interior- y en el lugar por ex-celencia de la vida social moderna. Muypronto se advierte que la ciudad se estructurade acuerdo con los patrones de las grandes l-neas de la desigualdad social; pero, paralela-mente, se difunde una idea central en todo elpensamiento poltico y social contempor-neo: la ciudad es el lugar por excelencia parahabitar, aquel que hace posible el pleno desa-rrollo de las capacidades intelectuales y mora-les de los seres humanos. En cierto modo, la

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    dossier4 Es un lugar el orden (sea el que fuere) segn el cual

    ciertos elementos estn distribuidos en relaciones decoexistencia [] Un lugar es, pues, una configuracininstantnea de posiciones. Implica una indicacin deestabilidad. (M. de Certeau 1990:173; traduccin dela autora).

    Existe un espacio desde el momento en que se tomanen consideracin los vectores de direccin, las cantidadesde velocidad y la variable del tiempo. El espacio es uncruce de mviles. En cierto modo est animado por elconjunto de movimientos que se despliegan en su seno.(M. de Certeau, 1990:173; traduccin de la autora).

    5 [el lugar antropolgico] No es sino la idea, parcial-mente materializada, que se hacen aquellos que lo ha-bitan de sus relaciones con el territorio, con sus seme-jantes y con los otros. (M. Aug Ibid.: 61).

    6 He tratado de analizar los principales rasgos de esteretorno de la cultura a un primer plano en el anli-sis sociopoltico en M. L. Morn (1997).

  • verdadera esencia dela ciudad es la deconstituir un conte-nedor perfecto paralas prcticas de ha-bitar de la ciudada-na. De aqu que unabuena parte del im-pulso de los arqui-tectos o urbanistasasociados con lasvanguardias y condiferentes corrientes reformadoras en las pri-meras dcadas del siglo XX, repose sobre laconviccin de que una intervencin urbanatransformadora constituye uno de los pilaresde una poltica de superacin de las desigual-dades de la sociedad capitalista o incluso unpunto de partida para su liquidacin.

    En consecuencia, los discursos sobre la so-cializacin, la cultura poltica y la ciudadanaque se encuentran en el centro de las formu-laciones de la Sociologa clsica, operan sobreuna idealizacin de esta realidad urbana de fi-nales del siglo XIX y comienzos del XX. El te-ln de fondo sobre el que cobran sentido susargumentaciones da por sentado un procesode diferenciacin y aumento de la compleji-dad urbana que no slo constituye un reflejode la estratificacin social sino que, al mismotiempo, provoca la separacin entre el lugarde residencia y el del trabajo, y la aparicindel barrio como lugar destacado de socializa-cin y de prcticas sociales. Junto a la exigen-cia de los desplazamientos por la ciudad -dela residencia al trabajo- que posibilita el trans-porte pblico, la ciudad burguesa se caracte-riza por la figura del paseante. Aquel flneurque Baudelaire present como esencia de lamodernidad y que fue despus descrito ma-gistralmente por W. Benjamin (1989a,1989b). Un paseante que encuentra su espa-cio natural en las grandes avenidas de Pars oViena pero, sobre todo, en los pasajes,aquellos pasadizos acristalados que fueronconcentrando el pequeo comercio y que, pa-ra algunos, constituyen el antecedente de losgrandes almacenes7.

    Paralelamente, elbarrio se convierte enel espacio naturalde la vida social, for-jador de solidaridadesgrupales y de clase.La reproduccin deesta distribucin es-pacial en las esferas yprcticas de ocio re-fuerza la creacin deculturas locales fuer-

    temente espacializadas. Ello explica, por ejem-plo, que el anlisis de Habermas (1974, 1992,1994) del surgimiento de la opinin pblicaburguesa, y de su ntima relacin con la cons-titucin de la esfera pblica, sea inseparable dela toma en consideracin del espacio burgusy, en concreto, del papel de los cafs centroeu-ropeos o de los clubes en Inglaterra como loslugares por excelencia de este proceso. Porotro lado, el desarrollo de la conciencia de cla-se del proletariado urbano europeo no puedeentenderse sin vincularlo con la vida en las ta-bernas o en los pubs, en las iglesias o en las pla-zas de los barrios8. Sobre este esquema espacialcobran realidad las dos grandes dicotomascon las que opera la Filosofa Poltica, al me-nos desde mediados del siglo XIX: pblico-/privado y Estado/sociedad civil9.

    Todos estos espacios -cafs, plazas, taber-nas, fbricas, despachos- operan como lugares-fsicos, antropolgicos, habitados- de socia-bilidad sobre los que se moldean las institu-ciones y organizaciones de la vida poltica y

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    7 Vanse W. Benjamn (1989a y 1989b) y el anlisis querealiza de este tema P. Bourdieu en Las reglas del ar-te (1995) a partir del estudio de la obra de Flaubert.

    8 Este es uno de los temas centrales en la obra de E. P.Thompson (1977).

    9 Omito conscientemente dos temas que completaranmi argumento. En primer lugar, el anlisis de los ele-mentos de ruptura y continuidad de las formas urba-nas de la modernidad occidental frente a las ciudadesmedievales y modernas. En segundo lugar, habra queincorporar no slo las diferencias sino tambin lasaportaciones del mundo rural a la modernidad indus-trial y a la organizacin de los espacios de su vida co-tidiana.

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  • social del mundo contemporneo. El ejemplode la evolucin de los partidos y sindicatos demasas a lo largo del siglo XIX y, al menos, du-rante la primera mitad del siglo XX es biensignificativo a este respecto. Unos y otrosadoptan estructuras organizativas y reperto-rios de accin que se moldean de acuerdo conlos espacios de las vidas cotidianas de los ha-bitantes de las ciudades modernas. De hecho,su modo de operar responde a una lgica decolonizacin y politizacin de dichos espa-cios. Las casas del pueblo o su versin bur-guesa, los clubes, constituyen un claroejemplo de la politizacin de los espacios tra-dicionales de recreo. Al mismo tiempo, la ma-yor parte de los partidos polticos adoptan r-pidamente estructuras organizativas basadasen la residencia -las agrupaciones de barrio-aunque en bastantes casos las combinan conotras definidas por el lugar de trabajo. Parale-lamente, esta misma politizacin de los espa-cios es visible en la difusin y transformacinde los repertorios de la protesta colectiva du-rante el mismo perodo -huelgas, manifesta-ciones, barricadas- y tambin en las modali-dades de su represin por parte de las maqui-narias estatales (Berman 1988; Tilly 1978).

    Adems, entiendo que en dicho modeloclsico de la ciudadana existen tres espaciosfundamentales que van a operar como princi-pales agentes de socializacin. En primer lu-gar, tenemos la propia ciudad, y de maneradestacada las capitales de los Estados-nacin.Los centros urbanos son lugares de la memo-ria por excelencia, por lo que constituyenpiezas clave para la formacin de las identida-des colectivas y, en particular, para las identi-dades nacionales10. Sus centros histricoscongregan los edificios en los que se encarnala esfera pblica; aquellos que simbolizan lagrandeza y fuerza del poder poltico y la uni-dad nacional: palacios reales, cmaras de re-presentacin, juzgados, ministerios... Todosellos adems, estn pensados para la celebra-

    cin de las ceremonias pblicas a travs de lascuales se actualizan y refuerzan los smbolos ymitos asociados a esta pertenencia comn.Una arquitectura civil que va inscribiendo enla piedra, el cemento o el cristal los derechosy deberes inherentes al estatuto de la perte-nencia, de la ciudadana (Edelman 1995).

    Efectivamente, a partir de finales del sigloXIX la ciudad se entiende cada vez ms comoel contenedor de una historia comn. Elloexplica el inters por la conservacin de loscentros histricos, la obsesin por multiplicarlos museos o la autntica mana de la estatua-ria que ha abarrotado desde entonces, lasprincipales plazas y calles con un nuevo san-toral laico compuesto por un conjunto deejemplarizantes prceres de la patria. En es-te mismo sentido, tampoco hay que olvidar elpapel de los nombres que se asignan a las ca-lles y monumentos cuyos cambios dan fe delos vaivenes de cada historia nacional.

    De este modo, se concreta la funcin pe-daggica de la ciudad: una ciudad-museo enla que el aprendizaje de algunos de los ele-mentos esenciales del nosotros comn tienelugar a travs de la contemplacin y el paseo.El caminante, a lo largo de su recorrido, noslo asiste a una representacin cotidiana dela identidad colectiva y de la historia comn,no slo admira la grandeza y solidez del po-der poltico, sino que el propio movimientode su cuerpo entraa una autntica prcticade estos espacios. Esta dimensin de la ciudadcomo encarnacin de la nacin es especial-mente visible en aquellos casos en los que seidearon y construyeron ex novo capitales deestados, como Washington o Brasilia. Libresdel peso de las complejas evoluciones histri-cas de los centros urbanos ms antiguos y sintener que soportar el lastre de lugares incon-venientes de la memoria, fueron concebidassimplemente como centros de poder. De aquque en ellas la dimensin simblica, la glori-ficacin de una nueva religin civil, predomi-nen sobre todas las dems facetas urbanas.

    No obstante, contra esta imposicin delespacio urbano como encarnacin del podertiene lugar su reapropiacin por parte de los

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    dossier

    10 La obra de referencia clsica en este punto sigue sien-do la de M. Halbwachs (1968, 1976). Puede consul-tarse tambin el trabajo dirigido por P. Nora (1997)sobre la Francia contempornea.

  • ciudadanos. Sus desplazamientos, sus paseos,todos los modos que tienen de habitar estosespacios pueden interpretarse como formasde resistencia que generan notables mutacio-nes de sus significados y, por lo tanto, abrenla posibilidad a nuevas prcticas colectivas. Lainterpretacin del texto urbano se convierteas, en una labor muy compleja puesto que setrata de un manuscrito sometido a la trans-formacin incesante que provocan las lectu-ras cotidianas de aquellos que lo habitan11.

    Al mismo tiempo, en torno al centro his-trico y monumental de la ciudad tradicionalcrecen los barrios, autnticos ejes de la vidasocial. Junto a los edificios pblicos de segun-do orden -que siguen afirmando la presenciade la organizacin del Estado en las periferias-juntas municipales de distrito, comisaras dePolica, escuelas, oficinas de correos o juzga-dos de primera instancia- son los mercados,las plazas y los parques los centros por exce-lencia de la vida cotidiana de los ciudadanos.As pues, los barrios son un lugar relevantepara la construccin y la prctica de subcul-turas polticas ciudadanas.

    El segundo espacio clave para los aprendi-zajes ciudadanos es la escuela12. Ms concreta-mente, el modelo laico de escuela pblica quese implant con ritmos e historias particula-res, en Occidente desde la segunda mitad delsiglo XIX, mediante la difusin de la educa-cin primaria universal. No se debe olvidarque una de las grandes innovaciones de estemodelo fue reunir en un mismo espacio -el

    aula- a nios y jvenes de la misma edad, so-metidos a un programa educativo comn. Unprograma definido y controlado por el Esta-do e impartido por un cuerpo de funciona-rios estatales. De entre todas las vivas discu-siones pedaggicas que se originaron a partirde entonces, me interesa destacar dos ideasrecurrentes:

    En primer lugar, se entiende que el siste-ma educativo est destinado, primordialmen-te, a la formacin de ciudadanos. Por ello, sepone el nfasis en la transmisin de aquellosvalores que se consideran bsicos en la forma-cin de la personalidad de los buenos ciuda-danos y de aquellos contenidos que verte-bran el nosotros comn (la lengua oficial delEstado-nacin, la historia patria, la literaturanacional). El peso de la construccin deciudadana es mucho mayor que la prepara-cin para el mercado de trabajo, aunque muypronto se produce la divisin entre una edu-cacin de orientacin humanista y otra de ti-po tcnico que se corresponden a grosso modocon la procedencia social de los alumnos.

    En segundo lugar, todo el discurso educa-tivo reposa sobre la igualdad de los alumnosdentro del aula. En ella, la nica diferencia le-

    ICONOS 39

    Existe una vinculacin estrecha entre los discursos acerca del "proceso de civilizacin, la construccin del mundo urbano y el desarrollo de la ciudadanaEn un modelo clsico existen tres espacios fundamentales para el aprendizaje

    de ciudadana: la propia ciudad, la escuela y la familia

    11 N. Garca Canclini (1997) estudia el modo en que seproducen estos cambios de significado y la consiguien-te reapropiacin de los espacios en Ciudad de Mxico.

    12 En un trabajo sobre la construccin y la prctica de laciudadana en la escuela (T. Gordon 2000) se espacia-liza de forma explcita el objeto de estudio por mediode una sugerente metfora: el baile. As pues, se distin-guen tres escuelas: 1) la oficial, que es la que ensea lospasos correctos de la danza; 2) la informal, que esaquella en la que se practican pasos improvisados; y 3)la fsica, (el edificio) que es la sala de baile. Las com-plejas relaciones entre estas tres escuelas, as como susconflictos y la forma de resolverlos, marcan la va pa-ra comprender el baile final: los aprendizajes y prcti-cas ciudadanas en el mbito escolar.

  • gtima se establece con base en el mrito y seconcreta en un sistema de calificaciones ho-mogneo y universal. Las relaciones de losprofesores con los alumnos estn marcadaspor los principios de igualdad, imparcialidady justicia. Por su parte, las relaciones de losalumnos con el profesor responden al recono-cimiento de una autoridad que le confiere noslo la posesin de competencias y conoci-mientos bsicos para la plena realizacin de laciudadana, sino tambin el hecho de que s-te encarna la legitimidad de la organizacinestatal de la educacin13.

    De este modo, la escuela, y concretamen-te el aula, emergen tambin como espacioscentrales en la construccin de la ciudadana,y el estudiante es visto como un ciudadanoen formacin. Posiblemente, adems, la cla-se sea aquel espacio en el que el nio y el jo-ven reconocen y ejercitan por primera vez susderechos ms all de la ciudadana por dele-gacin, de la que hablan los estudiosos14. Porotro lado, ms all de la propia realidad delaula, la escuela tradicional est claramenteespacializada. Dentro de las ciudades, las es-cuelas primarias se ubican de acuerdo con ladistribucin de la poblacin en los barrios yreclutan a sus alumnos entre sus residentes.En el modelo de desarrollo urbano tradicio-nal europeo esta lgica garantizaba un ciertointerclasismo dentro de las aulas que iba de-sapareciendo a medida que se ascenda en losdistintos niveles educativos. Pero esta situa-cin se rompe definitivamente con la progre-siva territorializacin de la desigualdad social.

    En cualquier caso, el conjunto barrio +escuela aparece como el contenedor por ex-celencia de los aprendizajes primarios de la vi-da poltica y social. A ello contribuye el hecho

    de que sean los espacios en donde se formany configuran los grupos de pares, las prime-ras amistades que, despus, a lo largo de la vi-da, se irn complementando con las relacio-nes que se establecen en el mundo del traba-jo y en otras esferas de la vida social.

    Por ltimo, el tercer espacio de aprendiza-je ciudadano es la familia. Tanto los viejos co-mo los nuevos trabajos sobre la/s socializaci-n/es y la/s cultura/s poltica/s siguen desta-cando la centralidad del grupo familiar en losaprendizajes de valores y normas bsicas de laconducta social, y tambin su influencia enalgunas predisposiciones y actitudes esencia-les con respecto a lo poltico. No quiero, porlo tanto, ni insistir ni tampoco introducirmatizacin alguna sobre este tema. Slo meinteresa, como hasta ahora, tratar de presen-tar a la familia como espacio de aprendizaje,lo que me parece bastante ms complejo queen los dos casos anteriores.

    En el modelo de la modernidad, la familiase reduce hasta alcanzar las dimensiones ycomposicin de lo que entendemos como fa-milia nuclear

    15.Marcada por una divisin de

    funciones segn el sexo y la edad de sus com-ponentes y por una clara estructura de autori-dad, sta va a definir su propio territorio den-tro de la vivienda o domicilio familiar. El do-micilio -la casa unifamiliar en los suburbios, elpiso burgus, la buhardilla o la vivienda obre-ra- se convierte progresivamente en el espaciode la privacidad, una vez producida la disocia-cin entre el lugar de trabajo y el de la vidaprivada. La evolucin, y progresiva uniformi-dad del diseo de las viviendas marca, a suvez, una nueva divisin entre los espacios nti-mos o privados (el cuarto de bao, los dormi-torios) y los espacios comunes para la vida fa-miliar pblica (el saln, el comedor o la co-cina)16 en un esquema bastante rgido que

    ICONOS 40

    dossier13 No deseo entrar en la crtica al funcionamiento real

    del modelo, en la exclusin de las mujeres ni tampocoen los motivos de su crisis actual; temas sobre los queexiste una abundante literatura.

    14 La ciudadana por delegacin (citizenship by proxy)es aquella en la que el disfrute de los derechos est su-peditado a la existencia de relaciones de parentescocon un ciudadano pleno. Por ello los nios y jvenesson los ejemplos por excelencia de este tipo de ciuda-dana dependiente e incompleta.

    15 Tampoco voy a entrar en este caso a considerar las cr-ticas que los socilogos e historiadores de la familiahan hecho a la supuesta universalidad del modelo defamilia nuclear.

    16 Vase el anlisis que realiza P. Bourdieu en La distin-cin (1991) sobre la organizacin del espacio y elcontenido de las viviendas en Francia.

  • nicamente la enorme caresta del suelo urba-no, y la consiguiente reduccin de la superfi-cie de las viviendas, han conseguido alterar.

    La vivienda familiar es tambin el escena-rio de los afectos y de las solidaridades pri-marias. La puerta de la casa (con cerrojos)marca una separacin neta en la vida privada(en la que se es siempre madre, padre, hija, es-poso...) y la vida pblica en la que nuestrasidentidades son mucho ms complejas, plura-les, conflictivas y, sobre todo, estn sometidasa un intenso cambio. El mbito familiar esas, el lugar de desarrollo de la dimensin delsujeto, la cara oculta indispensable para laformacin de la personalidad ciudadana.

    A pesar de la multitud de transformacio-nes que ha sufrido este modelo, la ciudad in-tegrada ha seguido operando -y sigue hacin-dolo an hoy en da- como trasfondo de losestudios sobre la ciudadana. Es el escenarioque se corresponde con los discursos sobre eldeber ser ciudadano y al que se adecuan lasinstituciones y organizaciones que vertebranlas prcticas ciudadanas. Slo sobre este telnde fondo adquiere sentido la existencia deuna esfera pblica ciudadana porque slo ensu seno cabe pensar en que sta pueda realizarsu promesa de unidad de la existencia social.

    Aunque se trate de una ciudad marcadapor las fronteras de la desigualdad social, sepresenta -y es experimentada por sus habitan-tes- como una articulacin de lugares vividosen los que estn anclados los procesos deaprendizaje que conforman las identidadesciudadanas (y su incesante mutacin). Lo ver-daderamente relevante es que todos estos pro-cesos dependen del contacto fsico que gene-ra cada una de las prcticas sociales que co-rresponden a cada uno de estos espacios: eltrabajo en la lnea de montaje, la compra enel mercado, la cerveza en el bar, el baile en laplaza, el paseo en el parque, la leccin en elaula o el mitin en la plaza de toros.

    Numerosos estudios indican la enorme ca-pacidad de adaptacin y resistencia de las for-mas de vida tradicionales en los procesos detransformacin del tejido urbano. Pero otrosmuchos insisten en los efectos ms perversos

    de la mutacin o incluso destruccin de losespacios fsicos de la vida en comn, tanto enlas trayectorias vitales de los individuos comotambin en la adquisicin de las cualidadesbsicas de la ciudadana y en las posibilidadesreales para su ejercicio efectivo17. Por el mo-mento, slo podemos admitir nuestro desco-nocimiento de las consecuencias a las quepueden dar lugar estos movimientos en direc-ciones aparentemente opuestas y aventurarque, muy probablemente, nos enfrentamosya a nuevas formas de sincretismo entre viejasy nuevas prcticas ciudadanas.

    Eplogo a modo de programa de trabajo: nuevos espacios y nuevos aprendizajes

    Espero que toda la exposicin anterior de-muestre la necesidad de establecer un diag-nstico de la situacin actual, que evite tenta-ciones milenaristas, que d cuenta del modoen que se articulan las experiencias de ciuda-dana con los viejos y nuevos espacios de la vi-da social y de la esfera pblica. Para comen-zar, no est de ms reconocer que el viejo dis-curso de la ciudadana, tal y como fue defen-dido por la teora poltica y la sociologa cl-sicas nunca cumpli su promesa. La unidaddel mundo social, la ntida divisin entre lasesferas pblica y privada o la dicotoma Esta-do/sociedad civil, sobre la que reposaban unabuena parte de sus fundamentos, han sido so-metidas hace ya tiempo a una crtica sistem-tica. Paralelamente, la investigacin aplicadaen las Ciencias Sociales ha mostrado las fisu-ras y limitaciones del modelo de la moderni-dad triunfante y su incapacidad para darcuenta de las desviaciones y disparidades quese ocultan bajo su aparente homogeneidad.

    Sin embargo, parece obligado reconocerque la promesa y la propia realidad del discur-so de la ciudadana se ven mucho ms com-

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    17 As lo hacen, entre otros R. Sennet (1998) o M. Cas-tells (1995) quien seala el doble movimiento de glo-balizacin virtual y de esfuerzo por recuperar y vivifi-car la vida de barrio en muchas ciudades.

  • prometidas, hoy en da, por una serie detransformaciones que afectan (entre otrasmuchas cosas) a los espacios de las prcticassociales, y ms en concreto de las prcticasciudadanas. Por resumirlo de una forma muyrpida y seguramente insuficiente- estamosasistiendo a un desmembramiento de lostradicionales espacios cuyo entramado consti-tua la esfera pblica. Pero, por otro lado, an-te nuestros ojos -probablemente sin que sea-mos plenamente conscientes de ello- se vanconfigurando otros nuevos espacios -no nece-sariamente fsicos- en donde inevitable-mente tienen que recomponerse las relacionessociales y polticas. Nuevos espacios para lasnuevas prcticas ciudadanas.

    Consideremos muy brevemente, trestransformaciones: ante todo, como efecto deldesarrollo de las nuevas tecnologas los exper-tos afirman que est teniendo lugar una rpi-da difusin de una economa global, una decuyas caractersticas esenciales es su menordependencia del espacio. Unas economasdesterritorializadas que estn haciendo sen-tir su impacto en los sectores industriales y deservicios ms tradicionales y que, para algu-nos, inauguran una nueva era del capitalismoglobal. Simultneamente, como consecuenciade estos procesos, que tienen tambin un in-dudable impacto en las estructuras y pautasde desigualdad social, se generan transforma-ciones muy importantes en las vidas cotidia-nas de los ciudadanos que afectan al trabajo,la residencia, la educacin o, incluso, a lasformas de ocio. Ante esta situacin algunosautores aprecian un aumento muy notable dela disolucin de la vida urbana tradicional co-mo consecuencia de la ruptura de los viejostiempos y relaciones espaciales. Por ltimo, lavida de los habitantes de las modernas metr-polis estara dominada progresivamente porlos no lugares: los espacios de trnsito y deconsumo que alteran, si es que no imposibili-tan, las formas tradicionales de convivenciasocial18. As, los ritmos y exigencias de estenuevo tipo de vida -que afectan directa o in-directamente a un nmero cada vez mayor depersonas a lo largo y ancho del mundo- estn

    rompiendo, o al menos transformando seria-mente, las formas de la sociabilidad clsica.Los viejos espacios e instituciones vinculadosa las prcticas de la ciudadana se ven, as, se-riamente amenazados, al tiempo que tenemosque prestar atencin a la emergencia de nue-vas esferas de prcticas ciudadanas.

    Cules son los aprendizajes que se corres-ponden a estas nuevas situaciones? Esta es lapregunta que queda por contestar.

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