Monografía Pibes Chorros
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“Pobre y chorro”:
Para este apartado me pareció interesante poner de ejemplo, más que un caso, un debate.
Aquél referido a la baja en la edad de imputabilidad en los jóvenes. Un ejemplo claro de
cómo delito, exclusión social y violencia institucional se entremezclan y abren paso a un
debate sobre el sistema penal que hoy sigue vigente no sólo en nuestro país.
De esta manera, me gustaría retomar a Juan Pegoraro y un fragmento de su texto sobre el
orden social y el control social penal: “el orden social como propuesta con capacidad
pacificadora de las relaciones sociales siempre estuvo y estará ligado a las relaciones de
fuerza existente en una sociedad y a la amenaza o el ejercicio de la violencia para hacer
cumplir las leyes que emergen del propio orden social” (2003:1). Es, pues, de esta manera
que una sociedad para “encausar” a esas mentes “desviadas” desarrolla todo un sistema
penal, con leyes y cárceles para poder mantener el orden social vigente y que pregona el
Estado. En este contexto es que me interesa colocar el debate sobre la baja de la
imputabilidad, pero además sumando un ingrediente que lo amplifica, la pobreza de
aquellos que son parte del sistema penal actual. No debemos dejar de lado que las leyes, el
control social y las cárceles con sus reglas es una construcción del hombre. Es el resultado
de un enfrentamiento de relaciones de fuerzas, no es un simple resultado de la naturaleza.
Por lo tanto, esas mentes “desviadas”, aquellas personas que cometen delitos, también son
construcciones sociales, ya que rompieron con las leyes y los estatutos construidos por la
sociedad en un determinado momento de nuestra historia. ¿Por qué entonces surge este
debate? ¿Por qué querer que niños de 15 o 16 años vayan a la cárcel?
En principio deberíamos de ver cómo las sociedades en conjunto con los medios de
comunicación, naturalizan ciertos términos que pueden tener grandes consecuencias. En
estos últimos tiempos no nos cansamos de ver y oír que cuando hay un hecho violento
también se hay marginalidad. Se estigmatizan a las personas que cometen delitos y se los
señala como “pibes chorros” remarcando siempre la presencia, en el acto delictivo, de un
menor de edad. Un menor de edad que “usaba gorra” y “ropa deportiva”, que a la vez
“estaba drogado” o “borracho”. No se miden las palabras que se usan, pero no pasa con una
sola noticia, la misma noticia es repetida incansablemente durante el día provocando en la
sociedad un resultado exitoso. Todos somos jueces y policías en las calles.
Los medios toman un rol importantísimo, ellos crean el discurso con el que más contacto
tiene la sociedad, por lo tanto reproducen los discursos de las instituciones. Instituciones
que son las creadoras de la violencia. Porque no podemos olvidarnos que el Estado tiene en
su poder el monopolio de la violencia, es dueña de ella y la regula a su manera.
Pero el Estado es aquel reflejo que como ciudanía hemos elegido y tomado. Los medios de
comunicación no. La urgencia por tener la primicia, la necesidad de lograr la foto y la
filmación más noticiosa muchas veces no logra reflejar la realidad. Sino que la recorta y
muchas veces la distorsiona. ¿Dónde vemos el contexto de las noticias? ¿Se busca informar
o desinformar? Interrogantes que nacen a la hora de ver noticias delictivas y su conexión
automática con que los menores deberían ir presos cuanto antes. ¿Es la solución la cárcel
para esos chicos? Nunca se analiza, tampoco se problematiza el porqué de ese chico
delinquiendo. Qué sociedad lo llevó a empuñar un arma o un cuchillo para robar unos
mangos. Las propagandas de más cámaras en los municipios, el acto con la inauguración de
una nueva patrulla urbana, ¿no es consecuencia buscada por las instituciones estatales?
¿Los medios son cómplices?
“Tratar la violencia, la falta de seguridad y el incremento de la delincuencia sin contextos
sociopolíticos, se hace aparecer a los sectores marginados, especialmente los jóvenes, como
los responsables directos de la inseguridad en las ciudades y esto favorece el clima de
hostigamiento y represión, y justifica las medidas legales e ilegales que se emprenden en
contra de estos actores”, contundente párrafo de Martín Iglesias (2005:22). La instalación
de un debate tan profundo como lo es la baja de la edad de los jóvenes para ir a la cárcel, no
es algo menor. No se soluciona la marginalidad y la pobreza encarcelando, encerrando al
problema. El joven no es el problema, el contexto social sí lo es. No se puede obviar un
contexto sociopolítico para hablar de cárcel, pobreza y jóvenes. No podemos naturalizar
este hecho, no es “común y corriente” que los sujetos sociales vivan tras unas rejas.
Pero por medio de los medios, además, ¿no se legitima el accionar de un Estado policial?
Los medios actúan muchas veces como dispositivos que legitiman de manera
“espectacular” la intervención de un Estado como es el policial, tal cual lo sostiene Esteban
Rodríguez (2007:220) “para ello la criminalidad será exhibida por los medios como muy
cercana, presente por doquier, y amenazadoramente terrible”. Instalan historias reales y
cercanas al público que las consume, “mataron a un buen pibe”, “le quisieron robar la
billetera cuando iba a laburar”, son historias cercanas y “espectacularizadas” de tal manera
que provoca un efecto rebote por semanas y semanas. En consecuencia, aparece un Estado
presente, quién instala más mecanismos de vigilancia y control sobre la sociedad.
“En tal sentido el orden social y la herramienta penal para preservarlo frente a la violencia
que implica un delito ha sido abordado desde diferentes lugares (los dioses, la moral, la
religión, la soberanía del Estado, el progreso, la revolución) pero siempre desde la
necesidad del mantenimiento del orden social y de los objetivos que se propone” (Pegoraro,
ob. cit; p.2). Siempre para mantener el orden social, para “encausar” a esos jóvenes que se
fueron por el costado del orden. Mantener el orden social, no puede ser un mecanismo para
“encerrar” aquello que no nos gusta. Naturalizar que un joven cuando roba es un pibe pobre
y que vive en una villa es parte de un sistema violento, más violento que ese chico que mata
o roba a ese “otro” correcto y buen vecino.
Esta construcción, esta legitimación por los sistemas legales y representantes políticos de
nuestros tiempos, hablan de cómo nuestra sociedad está construida y quiénes somos. Cómo
vimos con los autores que problematizaban la violencia en el fútbol, en este caso particular
de marginalidad y juventud, también juega un papel importante un par dicotómico que nos
estructura y nos determina históricamente. Civilización-Barbarie, desde remotos tiempos,
esta díada nos sigue apelando, Stella Martini (2012:20) claramente lo desarrolla “aquel
binarismo político anima tanto discursos escolares cuanto interpretaciones de nuestra
historia, está en el relato más conservador de la Argentina y en tanta tinta puesta al servicio
de la información periodística y, trasmutando su ropaje, llega hasta la actualidad, en la
exigencia de mano dura (…)”. “En la exigencia de mano dura” sostiene la autora, desde los
medios y junto con este Estado policial se pide mano dura y cárcel a los jóvenes barbaros,
las “ovejas decarriladas” y, que nadie tiene que ver. Desde este par se construyen discursos
y se construyen leyes, se instalan debates y se habla de inseguridad y miedo. Los sectores
que siempre se han mantenido al “margen” de la sociedad se ven golpeados día a día por
relatos que los interpelan y que los denuncian. Decir que en un robo hubo un menor pobre
implicado, no pasa desapercibido, se instala el miedo por ese “otro”, por el pobre, el negro,
el chorro. Se categoriza y no se los comprende, pero se los victimiza y se les da una taza de
sopa en una campaña solidaria. Los civilizados ayudan a los marginados y éstos son
castigados por el mismo sistema que a la vez los necesita.