Modernización y modernismo FR

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Universidad de las Artes Maestría en Arte Contemporáneo Dr. Víctor Manuel González Esparza Septiembre 5, 2009 DULCE MARIA RIVAS GODOY Modernización y modernismo en el arte mexicano Fausto Ramírez 2008 Según algunos historiadores, desde finales del siglo XIX (1870), hasta el estallido de la primera guerra mundial, es el lapso en que se dieron cambios sin precedente en el mundo occidental. Durante esa época se instaura el capitalismo y quedan definidas las zonas de influencia de las metrópolis en que se encontraba el capital. La aceleración en los avances científicos y tecnológicos, así como en los medios de comunicación, lógicamente repercutieron en México. Entró, por inercia, a la modernidad y las “finas antenas” de los artistas, captaron los efectos de las transformaciones sociales y reaccionaron ante estas experiencias inéditas. Estas expresiones, conforman lo que los historiadores llaman modernismo y dominó

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Universidad de las Artes Maestría en Arte Contemporáneo Dr. Víctor Manuel González Esparza Septiembre 5, 2009 DULCE MARIA RIVAS GODOY Ramírez, Fausto, Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano, p.15 1 Díaz Dufoo, Carlos, Los tristes, Revista Azul, t. I, núm. 25, 21 de octubre de 1894., citado por Fausto Ramírez, en Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano, p.23. 2

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Universidad de las Artes

Maestría en Arte Contemporáneo

Dr. Víctor Manuel González Esparza

Septiembre 5, 2009

DULCE MARIA RIVAS GODOY

Modernización y modernismo en el arte mexicano

Fausto Ramírez

2008

Según algunos historiadores, desde finales del siglo XIX (1870), hasta el estallido

de la primera guerra mundial, es el lapso en que se dieron cambios sin precedente en el

mundo occidental. Durante esa época se instaura el capitalismo y quedan definidas las

zonas de influencia de las metrópolis en que se encontraba el capital.

La aceleración en los avances científicos y tecnológicos, así como en los medios de

comunicación, lógicamente repercutieron en México. Entró, por inercia, a la modernidad y

las “finas antenas” de los artistas, captaron los efectos de las transformaciones sociales y

reaccionaron ante estas experiencias inéditas. Estas expresiones, conforman lo que los

historiadores llaman modernismo y dominó la producción artística y literaria de

Hispanoamérica durante ese lapso de 50 años.

El fenómeno se inicia en las letras y se extiende a las artes plásticas. Su órgano de

expresión común es la Revista Moderna (1898-1911) y surgen artistas tan importantes

como Jesús Contreras, Posada, Julio Ruelas y Gedovious. Existía -dice Fausto Ramírez-,

“la voluntad de renovación y de apropiarse, intensa y velozmente, de modalidades

estilísticas imperantes en medios culturales más avanzados para poder dar voz a ideas y

estados de ánimo inarticulados hasta aquel momento”.1

1 Ramírez, Fausto, Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano, p.15

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José Emilio Pacheco, reconoce tres etapas en el movimiento modernista; éstas, en

síntesis, apuntan a una revaloración y reinterpretación de lo propio.

La generación azul o modernista y la roja o revolucionaria, son clasificaciones

basadas en la tendencia cosmopolita de la primera; y la centrada en la interpretación de la

realidad nacional de la segunda.

Los fenómenos originados en Europa, eran trasplantados a América por los

modernistas, en especial el esteticismo y el decadentismo.

Prevalecía el tedio y el desencanto frente a la civilización moderna: “Nuestra

generación es una generación de tristes”2. Se había perdido la fe en todo y quien con mayor

elocuencia expresa esta problemática con la sensibilidad “decadente” propia de la época es

Jesús Contreras.

Todos los escultores del fin del siglo XIX, fueron a estudiar a Paris, en donde se

despojaban de los resabios del clasicismo asimilado en la academia mexicana. Los artistas

mexicanos exaltaban la belleza y se valían de alegorías y viejos mitos para expresar

preocupaciones actuales. Julio Ruelas fue un artista que impregnado del espíritu moderno,

del desencanto, del conflicto interno entre el bien y el mal, de odios y pasiones, de sexo y

de muerte, marcó nuevos rumbos a los artistas jóvenes al despuntar el nuevo siglo. A

Montenegro, por el contrario, no le atraía la carnalidad; su dibujo es frágil y evanescente.

Los artistas experimentaban sentimientos contradictorios con respecto a la situación

prevaleciente. En México, advertían que el dinero y el poder de la sociedad burguesa

habían desplazado al arte. La política imperaba y las viejas tradiciones hispánicas eran

sustituidas por las norteamericanas: un signo más de la modernidad.

Como en toda ciudad moderna, en la ciudad de México afloraron problemas sociales

como la miseria, la enfermedad, la prostitución y el vicio. La plástica mexicana reaccionó

y fue la gráfica la primera en registrar las transformaciones sufridas por la ciudad, pero lo

hizo con un tono optimista, viéndola como escenario y espectáculo, más que como

problema, cosa que no ocurrió con la novela.

Francisco Goitia, quien también se formó en Paris, se sintió atraído por la

desolación urbana y por la confrontación entre lo viejo y lo nuevo.

2 Díaz Dufoo, Carlos, Los tristes, Revista Azul, t. I, núm. 25, 21 de octubre de 1894., citado por Fausto Ramírez, en Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano, p.23.

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La influencia del español Ignacio Zuloaga fue profunda en la pintura mexicana. Él

pintaba el “alma castellana” y aquí se evocaba la tierra, lo campesino, lo popular, lo

nacionalista y lo regionalista, que poco a poco se convirtió en el emblema aglutinante de la

identidad nacional. Después de la experiencia dolorosa de la Revolución, creyeron haber

realizado el descubrimiento artístico de “el alma nacional”. El Estado surgido de la

Revolución intentaba consolidarse sobre nuevas bases sociales y legales reivindicando la

soberanía nacional sobre los recursos naturales: las minas y el petróleo. Esta atmósfera y

estas inquietudes, en cierto modo se reflejaban en los paisajes de José María Velasco,

Clausell, Dr. Atl y otros. Este último, quien había estudiado en Italia, suscitaba en sus

alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes, el entusiasmo por la pintura mural del

Renacimiento italiano, replanteándose la finalidad social del quehacer artístico. Pugnó por

enlazar directamente el arte y la política. La Revolución interrumpió su proyecto pero

algunos de sus planteamientos teóricos, influyeron grandemente en las ideas de los

muralistas postrevolucionarios.

El ascenso de los personajes populares a un papel protagónico en la pintura,

constituye una de las características iconográficas del nacionalismo modernista y uno de

sus principales legados a la Escuela Mexicana de Pintura. Saturnino Herrán fue el primero

en proponerlo. Zuloaga y Julio Romero de Torres, fueron sus más concretas influencias.

A partir de 1914, los intelectuales pretendían, con la mezcla de expresiones cultas y

populares, inducir a los artistas a crear el verdadero “arte Patrio”. A finales del régimen de

Pofirio Díaz, se abandonó la pintura narrativa de hechos heroicos de los indígenas, para

representar el pasado de una manera más personal. Herrán se avocó a los afectos y

pasiones, al ciclo de la vida y la muerte y no a historias ejemplares. Tanto él, como Enciso

y De la Torre, tomaron al indio como modelo en su pintura de figura y se asociaba con

ideas como la raza vencida, la raza doliente, la raza dormida…

Una corriente sintética y más abstracta, arrancó a partir de la indagación del arte

prehispánico y de la sugerencia de Carlos Mérida y otros, a centrarse en la solución de

problemas de composición, masa y color, aprovechando los elementos del arte

precolombino como la sencillez geométrica, estabilidad , construcción arquitectural y

tendencia decorativa. El tratamiento alegórico resultó ser lo más adecuado para abordar el

tema del mestizaje. Herrán concibió un friso decorativo para el Teatro Nacional: dos

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procesiones de indios y españoles que vienen a adorar a la divinidad que es la Coatlicue con

un cuerpo de Cristo incrustado. Más que una narración, es la repercusión de la historia.

Era la época carrancista, y lo que el Estado quería proyectar era una imagen sólida de

unidad, unir lo separado e igualar lo dispar: un ideal de modernidad y un proceso de

modernización, que al igual que en el resto del mundo, ha tenido que abandonarse porque

no ha sido posible continuar.

Ramírez, Fausto, Modernización y Modernismo en el Arte Mexicano, UNAM, México, 2008.