Mirada de Infante

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2014

Déborah Martín R.

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Cada mañana Celia la esperaba con una enorme sonrisa. Atravesar la puerta de

entrada le proporcionaba una sensación de seguridad, tranquilidad y calidez.

Aquella puerta tenía algo especial. Su color blanco como el nácar y el enorme

llamador dorado le producía una atracción que la embelesaba, pero nunca lo golpeó.

Nunca escuchó su sonido porque el silencio en aquél lugar era sagrado.

Al llegar y atravesar el hall, subía despacio las anchas escaleras enmoquetadas

sintiendo la suavidad y rugosidades del frío pasamanos de forja. Sabía que en la planta

de arriba, en un salón, la esperaba Celia sonriente junto con sus compañeros.

- Buenos días, Lía

- Buenos días, Señorita Celia

- ¿Cómo ha ido el viaje?

- Muy bien, vinimos con la Señorita Josefina.

- Me alegro, Lía. ¿Dime, dónde trabajarás hoy?

- Mmm…creo que comenzaré haciendo lazadas y después probaré las sumas.

Me gustó lo que hicimos ayer pero no me salen en forma de culebra.

- ¿Culebra?

- Quiero decir que no me sale la suma si la pongo en una misma línea, dos más

cinco, igual a…

-Ah! entiendo, sí. Recuerda comprobar los resultados de ambas maneras para

contrastar, con el material y con el lápiz y papel. Así tú sola podrás saber si te has

equivocado y después rectificar lo que no haya salido como esperabas. ¿De acuerdo?

- Si

- ¡Muy bien, a trabajar!

- Gracias Señorita Celia.

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Lía se dirigió a la zona de lazadas. Allí hay otros compañeros con hebillas,

nudos diversos, corchetes y automáticos, manejaban sus habilidades manuales al

anudar, abrochar y abotonar todo tipo de cierres. Juntos investigaban, se ayudaban y

colaboraban, mientras Celia, paseaba por el espacioso salón con serenidad, ofreciendo

su ayuda a quién lo necesitara.

La mañana transcurría con dinamismo para Lía. Acudió a la zona de

matemáticas, para realizar sus sumas en forma de “culebra”. De una estantería extrajo

con cuidado unos materiales de madera, unas vasijas y unas tablas cuadriculadas con

números. Todos ellos le ayudarían a aprender la sumar con varios sumandos por sí sola,

después lo anotará en su cuaderno de trabajo y comprobará si los resultados son

correctos, o si debe rectificar.

Celia había preparado una actividad conjunta. Les ofrecía una bolsa opaca con

diferentes figuras geométricas en su interior, algunas era planas y otras con volumen

(círculos, cuadrados, triángulos, rombos, trapecios, óvalos, octógonos, hexágonos,

pentágonos...esferas, cilindros, pirámides, conos, cubos, paralepípedos rectangulares…).

Lía se hipnotizaba cuando introducía su mano en el interior de la bolsa y sentía en su

piel las figuras, apreciaba de ellas su superficie, su temperatura y su forma para tratar de

averiguar cuál era el nombre exacto de la que había seleccionado.

- ¡Trapecio! Exclamó, mientras extraía la figura de la bolsa para comprobar su

exactitud. ¡Sí! Se dijo a sí misma

El juego finalizaba con la proyección de unas figuras en movimiento inverso.

Las figuras caían de la parte superior de la pared digital y los compañeros trataban de

averiguar a cuál correspondía si se le daba la vuelta. Debían girarla imaginariamente.

Una vez consideraban la posición correcta, tocaban en la figura proyectada, y si lo era,

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automáticamente explotaba la imagen produciendo pompas y efectos visuales de colores

que fascinaban a todos.

En el momento del descanso, los compañeros salían al jardín. Allí les esperaba la

arena, el aire, las plantas, el melocotonero y la morera, un árbol recio y frondoso de

hojas grandes y tupidas que era vareado entre los compañeros al llegar la primavera,

para ofrecer sus hojas como alimento a los nuevos compañeros de salón, los gusanos de

seda.

Asimismo, disfrutaban del aire también, unos amigos muy especiales, los gatos.

Pirrín era una gata atigrada muy cariñosa. Le gustaba estar cerca de todos. Ronroneaba

cuando estaba cerca para ser acariciada. Pirrín llegó un día a la escuela por casualidad,

sin saber de dónde ni porqué, y allí se quedó. Entre todos eligieron su nombre. Se

dejaba acariciar, coger en brazos, acicalar con barro cual señorita disfrutando de una

exquisita terapia con lodo…Pirrín era parte del lugar y había que respetar.

Al otro lado de la piscina había un corrillo de chicos y chicas mayores que

estaban haciendo algo que le llamó la atención. Lía tenía una curiosidad innata, y le

gustaba investigarlo todo, así que, se acercó.

Los muchachos exploraban la distancia y velocidad que podía recorrer una

oruga y un caracol.

Eso le fascinó. Se quedó ahí, quieta, estirando el cuello, enfocando la vista para

contemplar con detalle todo lo que hacían, y prestando atención a todo lo que decían.

Habían preparado un circuito con un punto de salida para que ambos animales

comenzaran a arrastrarse. Mientras unos eran los encargados de dar el pistoletazo de

salida, otros dieron la vuelta a un reloj de arena, justo en el momento en que los

animales comenzaban a moverse.

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Los muchachos que estaban pendientes del reloj de arena, avisaban a los otros de

que el tiempo finalizaba.

- ¡Ya, Ya, Ya!

Rápidamente, los chicos que observaban el recorrido de los animales marcaron

el circuito con un palo, como punto de referencia del recorrido final realizado por cada

uno de los animales. Después una muchacha sacó el metro y midió la distancia, desde el

principio del circuito hasta la marca final de ambos.

- ¡A ver! la oruga 75 centímetros. Y el caracol…21, 22, 22 centímetros.

¡Anotadlo, anotadlo!

Lía estaba ahí advirtiendo todo el bullicio. ¡Qué emoción! Le sorprendió tanto la

velocidad de la oruga. ¡Iba tan rápido!

Los niños anotaron todo en sus pequeños cuadernos, para seguir avanzando en el

salón de clase. Allí tenían que buscar las operaciones matemáticas que les llevarían a

hallar cuánto podría recorrer en una hora la familia de los gasterópodos y la familia de

las larvas lepidópteras. Después harían unas gráficas con cada familia, e irían ampliando

con otras familias de insectos hasta completar su curiosidad.

Lía quería enterarse. Quería ver la diferencia. Quería saber….

De pronto, en la entrada acristalada del jardín, vio a Miss Julie. Se acercó hacia

ella junto a otros compañeros, para seguirla hasta su salón. Miss Julie era una mujer

corpulenta y seria, con una risa tremendamente contagiosa.

- Good morning, Lia. Do you want to play to recognize some words?

-Yes, me encanta ese juego.

- Ok. I'll cover your eyes with handkerchief. Please close your eyes.

Lía cerró los ojos esperando que Miss Julie le pusiera el pañuelo negro en los

ojos.

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-Can you see anything?

- No, I can’t.

Lía esperó a que Miss Julie le cogiera la mano, en concreto dos dedos, para

seguir unas letras ásperas de lija colocadas sobre una tabla, que formaban una palabra

en inglés. Había que ir despacio, siguiendo el dibujo de la lija. Lía sintió en la piel de

sus dedos una “S” perfectamente redondeada, que se ligaba por la zona de abajo con

una “w” y se entrelazaba con dos “ee “para finalizar en una “t” de estilo rococó.

- Suit 1 ¡Exclamó emocionada!

-Ok, Ok (Sonrió). Do you want to try again?

-¡Siii!, perdón, Yes.

La señorita Julie no era maestra de “La letra con sangre entra”, sino más bien,

“La letra, con el tacto de tu piel, entra”. Este juego les gustaba a todos los muchachos.

Después contactaban con una escuela inglesa por video conferencia e intercambiaban

cuestiones sobre el tiempo y las precipitaciones en ambos países, ya que realizaban de

manera conjunta un análisis sobre el ph de la lluvia. Un proyecto colaborativo que

coordinaba Mr Ashley.

Tras el verano, a su madre la destinaron a otra ciudad. Al cambiar de residencia,

la madre obtuvo referencias de una escuela recomendada, una buena escuela.

La noche anterior a su incorporación, Lía eligió cuidadosamente la ropa con la

que deseaba ataviarse y presentarse a sus nuevos compañeros. Su madre le recordó que

debía vestir con uniforme. Eran las galas de la escuela.

Lía se quedó pensativa. No entendía muy bien el motivo, aunque no le pareció

mala idea. Estaba contenta y nerviosa por conocer a sus nuevos compañeros, nuevos

maestros, nuevos sitios que explorar.

1 Fonética de sweet (dulce, caramelo, en inglés)

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Cuando se aproximó a la puerta, se paró unos segundos antes de entrar, y miró a

su alrededor. Un muro de piedra de gran altura le impedía observar su interior. Miró

hacia arriba y pudo ver el majestuoso edificio que sobresalía de la tapia. Pensó: “¡qué

grande, cuántos pasillos por recorrer!

Subió unas desequilibradas escaleras de piedra y entró a un hall. Divisó un

pasillo y se fue hacia él. De repente escuchó a alguien que decía:

-Pst Pst ¿Dónde vas? ¿Eres nueva o qué?

-Sí, soy Lía. Voy a clase, pero no sé por dónde tengo que ir.

- Sigue aquel pasillo hasta el final. A mano izquierda encontrarás el salón azul,

ponte en tu fila y te llevarán a clase.

Según avanzaba por aquella galería poco iluminada, escuchó un sonido de

altavoz a lo lejos. Pensó que abría algún festejo. Según se aproximaba lo percibía con

mayor claridad. De pronto, un estruendoso timbre sonó de tal manera, que sobrecogió a

Lía, quién se llevó la mano al pecho al precipitarse su corazón.

Al fin, encontró una puerta de doble hoja abierta que la adentraba en un inmenso

salón cuyas baldosas del suelo eran de color azul.

Se encontró numerosas filas de muchachos y muchachas que miraban hacia

adelante dando la espalda a la puerta. Preguntó si esa era su fila y se colocó detrás del

compañero, a quien sólo podía ver su nuca, su espalda y sus talones. Lo miró de arriba

abajo tratando de sentir cómo era, de conocerle, de conocerse, pero no pudo encontrarse

con su mirada.

El sonido del megáfono dirigía la entrada al salón de clase organizando las filas.

De pronto, los compañeros que estaban delante de ella comenzaron a caminar. Lía los

siguió hasta la que sería su nueva aula.

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Una vez allí, observó cuidadosamente cada detalle. Se encontró con un salón

cuyo espacio estaba totalmente cubierto por mesas distribuidas de manera uniforme e

individual. No había materiales, ni juegos, ni botes de lápices, ni colores, ni ventanas

bajas.

La señorita no podía moverse por el salón, porque estaba sentada tras una mesa

que era más grande que la del resto. Sólo se levantaba para anotar en la pizarra.

Lía pasó la mañana en el mismo salón de clase. No se desplazó a ningún otro

lugar, ni a otro rincón del salón. Permaneció sentada en su silla, escuchando las

explicaciones de la profesora y subrayando en un libro que cambiaba cada 50 minutos.

Ni siquiera pudo intercambiar palabra alguna con los compañeros. Esto era censurable.

Respondió ciertas cuestiones en su cuaderno. Fue entonces cuando echó de menos y

recordó los materiales, hasta que volvió a sonar el estrepitoso timbre, que volvió a

estremecer a Lía. Era el momento del jardín.

Salió contenta pensando que allí podría moverse, hablar con los compañeros

explorar, investigar. Al salir, nuevamente en fila, observó un patio descomunal. No era

un jardín. Era un gran patio de color gris, de cemento, con árboles pequeños.

Deambuló de un lado a otro observando e inspeccionando el lugar. Tropezó con

unas fuentes de agua, con un columpio que daba vueltas, varios setos, y al fondo, en una

esquina, vio un árbol que le recordó la morera.

Se aproximó, lo observó. Se parecía mucho pero no era igual. Era más pequeño,

y las hojas más alargadas. Entonces descubrió que algo colgaba de una rama baja, se

acercó más. No lo podía creer. Era un murciélago. ¡Un murciélago a plena luz del día!,

se dijo.

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No lo dudó. Lo cogió, lo miró entusiasmada, tocó su cuerpecillo peludo

amarronado, le abrió las alas, se fijó bien en su cara, en sus patas ¡qué pequeño es! ¿Qué

le pasará? pensó.

Se acordó rápidamente del experimento que hicieron los compañeros estudiando

la velocidad y el recorrido de la oruga y el caracol. -¡Si se lo llevo a la señorita seguro

que se le ocurre algo para hacer! pensó ¡podremos ver lo que vuela!, pensó.

Lo envolvió con su chaqueta de punto y se dirigió corriendo hasta la señorita que

estaba en el patio.

- Señorita, señorita. Mire lo que traigo: ¡Un murciélago! ¡Es fabuloso! Seguro

que nos sirve para estudiarlo.

- ¿Un qué?

- ¡Un murciélago! Dijo Lía desenvolviendo su chaqueta y dejándolo a la vista.

- ¡Ahhh! ¡Quita eso de ahí! ¡No lo toques! ¡Lávate las manos ahora mismo!

- Pero… si es un murciélago, podemos estudiarlo ahora que es de día. Sólo salen

por la noche, así que estamos de suerte…

-¡Anda, anda, suerte dice! ¡Estos chicos! ¡Ve al cuarto de baño ahora mismo,

lávate las manos y no vuelvas a tocar un bicho de estos! Voy avisar a la limpieza para

que se lo lleven ahora mismo. ¡Qué horror!

Lía se sintió profundamente triste. Se dirigió al cuarto de baño, se lavó las

manos y comenzó a llorar. En el cuarto de baño pudo escuchar el silencio por primera

vez en la mañana. Se acordó de Celia, de su sonrisa, de sus gafas, del salón de clases, de

los materiales, de sus compañeros, de la arena, de la morera, de miss Julie, de su risa

contagiosa, de la oruga, del caracol…

Y así, le invadió la ausencia, la desmotivación, el desamparo, y un inmenso

vacío.