Minicuentos de Jose Emilio Pacheco

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MINICUENTOS DE JOSE EMILIO PACHECO

Diferente

   Durante mucho tiempo recurrió a todos los medios para que la humanidad se enterara de su existencia. Agotó la esperanza. Entonces se dio cuenta de que era un fantasma.

Dentro de una esmeralda

   Remota herencia y tradición familiar, allí estaba con sus aristas y sus planos. Opaca, dormida o traslúcida, viva al ponerla a contraluz para que revelase sus abismos, sus mares y espesuras de piedra. Un día, pasados muchos años de no verla, la reencontré al buscar unos papeles en los arcones del desván. Yo estaba solo, mi mujer y mis hijos habían salido. Acaricié la esmeralda, la puse como siempre a contraluz. Vi en su interior la miniatura perfecta de una mujer desnuda que alzaba los brazos para suplicarme que la liberase de su prisión.   Imposible reducir mi tamaño, descender a su encuentro, escalar los muros y los farallones de roca verde. Sólo podía romper, hendir la esmeralda para rescatar a quien desesperadamente lo suplicaba. Quizá el diamante de mi anillo podía cortar la gema. Al precio de arruinar el engarce, lo desmonté con unas pinzas. Presa de un frenesí cercano a la demencia, hice muchos intentos de penetrar en el abismo de esa piedra. Cuando lo conseguí al fin, la punta agudísima del diamante cortó en dos el cuerpo de la mujer.   El tajo fue perfecto. No hubo sangre. Se escuchó el lamento más doloroso que se ha oído jamás. Entre llantos y gritos traté en vano de unir las dos mitades frágiles de la muchacha. Regresó mi familia. Al encontrarme en medio de las joyas destruidas, advirtió en mí el estallido de la locura por tanto tiempo enjaulada como dentro de una esmeralda. Al día siguiente me encerraron en esta celda verde traslúcida. Y permaneceré entre sus paredes de piedra hasta que un día alguien venga librarme con un tajo que divida en dos mitades mi cuerpo.

Nadie

   En el valle ocurre un hecho sobrenatural. Un labrador sale de su choza para atestiguar el prodigio. Dialoga unos minutos con el que hizo el milagro. Al volver, su esposa le pregunta: —¿Quién era? El labrador toma

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asiento en la mesa y responde: —Nadie. Era Dios.

Las metamorfosis

   Pigmalión, gran escultor de Chipre, creó una estatua más bella que todas las mujeres y todas las obras de arte. La llamó Galatea. Apasionado, la besaba y acariciaba. Galatea no respondía a su creador. En su desesperación Pigmalión rogó a Venus que le diera vida a la estatua. Galatea al fin cedió a sus caricias. Durante unos meses todo fue pasión y placer. Luego empezó la discordia. Llegaron los celos, el egoísmo, los rencores. Pigmalión y Galatea acabaron por separarse. Ahora se odian y cuando se encuentran en algún lado no se dirigen la palabra.

Sobre las olas

   La anciana me encargó la compostura del reloj: pagaría el triple si yo lo entregaba en unas horas. Era un mecanismo muy extraño, al parecer del siglo XVIII. En la parte superior un velero de plata navegaba al ritmo de los segundos. No me costó trabajo repararlo. Por la noche toqué en la dirección indicada. La misma anciana salió a abrirme. Tomé asiento en la sala. La mujer le dio cuerda al reloj. Y ante mis ojos su cuerpo retrocedió en el tiempo y en el espacio. Recuperó su belleza —la hermosura de la hechicera condenada siglos atrás por la Inquisición—, subió al barco de plata que zarpó de la noche y se alejó del mundo.

[Sin título]

Sábado, 8 de diciembre

   Hoy quemé tu carta. La única carta que me escribiste. Y yo te he estado escribiendo (sin que tú lo sepas) día a día. A veces con amor, a veces con desolación, otras con rencor. Tu carta la conozco de memoria: catorce líneas, ochenta y ocho palabras, diecinueve comas, once puntos seguidos, diecisiete acentos ortográficos y ni una sola verdad.

Relato de Eustolia

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   Me llamo Eustolia Valencia. Vine a Chicago cuando tenía dos años. Ahora acabo de cumplir diecisiete. Mi papá dejó a mi mamá. Luego ella murió y me adoptaron unos parientes suyos. Así que tuve una hermana, tres hermanos y otra mamá. Su esposo también la había abandonado. El hermano más grande me violó cuando yo tenía nueve años. Los otros también me usaron. Me daban dulces y centavitos y me decían que iban a matarme si lo contaba.   Entonces una prima que andaba por los doce años me dijo que me fuera con ella a trabajar de puta para que no me maltrataran (yo hacía todo el quehacer y nunca me mandaron a la escuela). Una noche me escapé. Mi prima Gloria me presentó a un señor llamado Mike: blanco él, pelirrojo, de unos cuarenta años. Mike me enseñó muchas cosas, comenzando por la droga. Me puso a trabajar en las calles. Aprendí a contar el dinero y un poquito de inglés. Yo hacía hasta cien dólares por semana porque entonces estaba muy bonita. Casi todo era para Mike. Si no juntaba esa cantidad me pegaba bien fuerte. Creo que se hizo rico pues tenía unas quince niñas trabajando. Las grandes no le interesaban. Se supone que estaba de acuerdo con la policía porque siempre que me agarraron luego me dejaron salir para ponerme bajo custodia de ¿quién cree?: del mismo Mike.   Pero él como se asustó y nos concentró en una casa cerca de Hyde Park. Mejoró la clientela y empezamos a cobrar más caro. Iban puros señores grandes, bien vestidos: doctores, abogados, comerciantes. A veces eran tantos en una sola noche que yo no quería seguir trabajando. Entonces Mike me pegaba con los puños y el cinturón. Una vez me dio coraje y me fugué. Ya andaba entonces por los catorce. Fui a mi casa y le dije a mi madrastra lo que era mi vida, por qué me escape y cómo mis dizque hermanos tenían la culpa de que yo fuera puta. Se enojó muchísimo. No me creyó una palabra y me sacó a empujones.   Junté dinero trabajando sola en los muelles. Estuve en un bar y hasta salí en algunas películas de ésas. De repente ya no hubo modo de ganarme la vida porque andaba con mi panzota de seis meses. Nadie me enseñó a tomar precauciones. Un señor me dio unos folletos pero no sé leer. Creo que fue la droga o la sífilis o el castigo de Dios por andar en esto. Pero mi niño nació malo. Pobrecito. No iba a dejarlo sufrir. Él que culpa tenía de todo. Era inocente. Por eso lo maté con la Gillete y luego me abrí las venas, aquí en los brazos y en el cuello: vea usted las cicatrices.   Nos encontraron los dos en un charco de sangre. Yo me salvé. Mi hijito no, por fortuna. Y ahora me sacan en los periódicos como ejemplo de lo que son los mexicanos y me tienen aquí en la cárcel, a lo mejor para toda la vida. Por lo pronto aún no me sentencian.

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A los 25 años de la muerte de Julio Cortázar, Alfagurapublicó Papeles inesperados. Como

dice en la contracarátula, se trata de textos inéditos y de escritos dispersos, hallados en su

mayoría en una antigua cómoda sin revisar: cuentos inéditos, otras versiones de relatos

conocidos, historias no publicadas de cronopios y de famas, nuevos episodios de Lucas, un

capítulo desgajado del Libro de Manuel, discursos, prólogos, artículos, crónicas, poemas,

textos inclasificables… e-Kuóreo rinde homenaje al gran maestro con esta selección de sus  

minicuentos  inesperados.

Teoría del cangrejo

   Habían levantado la casa en el límite de la selva, orientada al sur para evitar que la humedad de los vientos de marzo se sumara al calor que apenas mitigaba la sombra de los árboles.   Cuando Winnie llegaba   Dejó el párrafo en suspenso, apartó la máquina de escribir y encendió la pipa.

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Winnie. El problema, como siempre, era Winnie. Apenas se ocupaba de ella la fluidez se coagulaba en una especie de   Suspirando, borró en una especie de, porque detestaba las facilidades del idioma, y pensó que ya no podría seguir trabajando hasta después de cenar; pronto llegarían los niños de la escuela y habría que ocuparse de de los baños, de prepararles la comida y ayudarlos en sus   ¿Por qué en mitad de una enumeración tan sencilla había como un agujero, una imposibilidad de seguir? Le resultaba incomprensible, puesto que había escrito pasajes mucho más arduos que se armaban sin ningún esfuerzo, como si de alguna manera estuvieran ya preparados para incidir en el lenguaje. Por supuesto, en esos casos lo mejor era   Tirando el lápiz, se dijo que todo se volvía demasiado abstracto; los por supuesto y los en esos casos, la vieja tendencia a huir de situaciones definidas. Tenía la impresión de alejarse cada vez más de las fuentes, de organizar puzzles de palabras que a su vez   Cerró bruscamente el cuaderno y salió a la veranda.   Imposible dejar esa palabra, veranda.

Triunfo, Madrid, nº418, 6 de junio de 1970

Peripecias del agua

   Basta conocerla un poco para comprender que el agua está cansada de ser un líquido. La prueba es que apenas se le presenta la oportunidad se convierte en hielo o en vapor, pero tampoco eso la satisface; el vapor se pierde en absurdas divagaciones y el hielo es torpe y tosco, se planta donde puede y en general sólo sirve para dar vivacidad a los pingüinos y a los gin and tonic. Por eso el agua elige delicadamente la nieve, que la alienta en su más secreta esperanza, la de fijar para sí misma las formas de todo lo que no es agua, las casas, los prados, las montañas, los árboles.   Pienso que deberíamos ayudar a la nieve en su reiterada pero efímera batalla, y que para eso habría que escoger un árbol nevado, un negro esqueleto sobre cuyos brazos incontables baja a establecerse la blanca réplica perfecta. No es fácil, pero si en previsión de la nevada aserráramos el tronco de manera que el árbol se mantuviera en pie sin saber que ya está muerto, como el mandarín memorablemente decapitado por un verdugo sutil, bastaría esperar a que la nieve repitiera el árbol en todos sus detalles y entonces retirarlo a un lado sin la menor sacudida, en un leve y perfecto desplazamiento.   No creo que la gravedad deshiciera el albo castillo de naipes, todo ocurriría como en una suspensión de lo vulgar y lo rutinario; en un tiempo indefinible, un árbol de nieve sostendría el realizado sueño del agua. Quizá le tocara a un pájaro destruirlo, o el primer sol de la mañana lo empujara hacia la nada con un dedo tibio. Son experiencias que habría que intentar para que el agua esté contenta y vuelva a

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llenarnos jarras y vasos con esa resoplante alegría que por ahora sólo guarda para los niños y los gorriones.

La fe en el Tercer mundo      A las ocho de la mañana el padre Duncan, el padre Heriberto y el padre Luis empiezan a inflar el templo, es decir que están a la orilla de un río o en un claro de selva o en cualquier aldea cuanto más tropical mejor, y con ayuda de la bomba instalada en el camión empiezan a inflar el templo mientras los indios de los alrededores los contemplan desde lejos y más bien estupefactos porque el templo que al principio era como una vejiga aplastada se empieza a enderezar, se redondea, se esponja, en lo alto aparecen tres ventanitas de plástico coloreado que vienen a ser los vitrales del templo, y al final salta una cruz en lo más alto y ya está, plop, hosanna, suena la bocina del camión a falta de campana, los indios se acercan asombrados y respetuosos y el padre Duncan los incita a entrar mientras el padre Luis y el padre Heriberto los empujan para que no cambien de idea, de manera que el servicio empieza apenas el padre Heriberto instala la mesita del altar y dos o tres adornos con muchos colores que por lo tanto tienen que ser extremadamente santos, y el padre Duncan canta un cántico que los indios encuentran sumamente parecido a los balidos de sus cabras cuando un puma anda cerca, y todo esto ocurre dentro de una atmósfera sumamente mística y una nube de mosquitos atraídos por la novedad del templo, y dura hasta que un indiecito que se aburre empieza a jugar con la pared del templo, es decir que le clava un fierro nomás para ver cómo es eso que se infla y obtiene exactamente lo contrario, el templo se desinfla precipitadamente y en la confusión todo el mundo se agolpa buscando la salida y el templo los envuelve, los aplasta, los cobija sin hacerles daño alguno por supuesto pero creando una confusión nada propicia a la doctrina, máxime cuando los indios tienen amplia ocasión de escuchar la lluvia de coños y carajos que distribuyen los padres Heriberto y Luis mientras se debaten debajo del templo buscando la salida.

Secuencias

   Dejó de leer el relato en el punto donde un personaje dejaba de leer el relato en el lugar donde un personaje dejaba de leer y se encaminaba a su casa donde alguien que lo esperaba se había puesto a leer un relato para matar el tiempo y llegaba al lugar donde un personaje dejaba de leer y se encaminaba a la casa donde alguien que lo esperaba se había puesto a leer un relato para matar el tiempo.

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En un vaso de agua fría o preferentemente tibia

   Es triste, pero jamás comprenderé las aspirinas efervescentes, los alcaselser y las vitaminas C. Jamás comprenderé nada efervescente porque una medicina efervescente no se puede tomar mientras efervesce puesto que parte de la pastilla se te pega al paladar y qué cosquillas, por lo demás totalmente desprovistas de propiedades terapéuticas. Si en cambio se la toma una vez que ha efervescido ya no se ve para qué sirve que sea efervescente. He leído mucho los prospectos que acompañan a esos productos, sin encontrar una explicación satisfactoria; sin duda la hay, pero para enfermos más inteligentes.

Lucas, sus roces sociales

   A Lucas no hay que invitarlo a nada, pero la señora de Cinamomo ignora el detalle y gran ambigú con asistencia selecta el viernes a partir de las dieciocho. Cuando Calac ve llegar a Lucas, no hace más que agarrarse de las solapas de Polanco y madre querida vos te das cuenta, diversas señoras se preguntan por qué esos dos se ríen de esa forma, el diputado Poliyatti sospecha el buen cuento verde y se constituye, hay ese momento idiota pero jamás superado en que oh señor Lucas cuánto gusto, el gusto es mío señora, la sobrina que cumple años apio verde tuyú, todo eso en el salón de prosapia con whisky y bocaditos preparados especialmente en la confitería La nueva Mao Tsé Tung.   Lleva tiempo contarlo pero en realidad sucede rápido, los huéspedes se han sentado para escuchar a la nena que va a tocar el piano, pero Lucas. Póngase cómodo, por favor. No, dice Lucas, yo no me siento nunca en una silla Luis XV. Qué curioso, dice la señora de Cinamomo que ha gastado ríos de guita en esas cosas con cuatro patas, y por qué señor Lucas. Porque soy argentino y de este siglo, y no

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veo la razón de sentarme en una silla francesa y de época obsoleta, si me hace traer el banco de la cocina o un cajón de kerosene voy a estar muy bien. Para un cumpleaños con ambigú y piano resulta un tanto descolocante, pero ya se sabe que hay artistas que, y esas cosas, de manera que rictus apropiado y no faltaba más, le pondremos este taburete que fue del coronel Olazábal. Tiene solamente tres patas pero es la mar de cómodo, me crea.   A todo esto la nena en el claro de luna y Beethoven como la mona.

Almuerzos      En el restaurante de los cronopios pasan estas cosas, a saber que un fama pide con gran concentración un bife con papas fritas, y se queda deunapieza cuando el cronopio camarero le pregunta cuántas papas fritas quiere.    —¿Cómo cuántas? —vocifera el fama—. ¡Usted ma trae papas fritas y se acabó, qué joder!   —Es que aquí las servimos de a siete, treinta y dos, o noventa y ocho —explica el cronopio.   El fama medita un momento, y el resultado de su meditación consiste en decirle al cronopio:   —Vea, mi amigo, váyase al carajo.   Para inmensa sorpresa del fama, el cronopio obedece instantáneamente, es decir que desaparece como si se lo hubiera bebido el viento. Por supuesto el fama no llegará a saber jamás donde queda el tal carajo, y el cronopio probablemente tampoco, pero en todo caso el almuerzo dista de ser un éxito.

(1952-1956)

Ajedrez

   Dícese que en el siglo V un brahmán indio, llamado Sisla, o Sissa, inventó este precioso juego: y tanto hubo de gustar el rey Sirham de la invención, que invitó al brahmán a que solicitase por ella la remuneración que fuera más de su agrado. El inventor entonces solicitó no más que un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera y así sucesivamente, doblando hasta la sesenta y cuatro. Modesta parecía a primera vista la recompensa, hasta que hecho el cálculo se vio que para satisfacer la petición de Sissa, era preciso que el reino se compusiera de 16.384 ciudades, en cada una de las

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cuales hubiera 4.080 graneros, y que cada uno de éstos contuviera 174.762 medidas de trigo, cada una de ellas de 32.768 granos.

(Diccionario enciclopédico hispanoamericano Tomo I, pág. 727)

La sombra de las jugadas   Edwin Morgan

   En uno de los cuentos que integran la serie de los Mabinogion, dos reyes enemigos juegan al ajedrez, mientras en un valle cercano sus ejércitos luchan y se destrozan. Llegan mensajeros con noticias de la batalla; los reyes no parecen oírlos e inclinados sobre el tablero de plata, mueven las piezas de oro. Gradualmente se aclara que las vicisitudes del combate siguen las vicisitudes del juego. Hacia el atardecer, uno de los reyes derribó el tablero, porque le han dado jaque mate y poco después un jinete ensangrentado le anuncia:   —Tú ejército huye, has perdido el reino.

(Borges/Bioy. Cuentos breves y extraordinarios, p.72)

Juego real   Hoover Delgado

   “Mi reino por un caballo”, dijo el rey, pero no alcanzó a escapar. Una mano poderosa lo derribó sobre los mármoles blancos y negros del palacio, y la boca dueña de la mano se elevó en el cielo para tronar: “Tu reina por mi caballo. Mate”.

Orgía   Aymer Waldir Zuluaga Miranda

   La Reina, arrinconada, sabe con certeza que dentro de poco le caerán encima los peones. En la oscuridad, uno a uno, invadirán su majestuosa figura. La tocarán, la palparán, la tentarán y gozarán de ella en persistente aquelarre. Alguien debe poner orden en ese tablero de ajedrez recién cerrado.

Juego genial   Guillermo Bustamante Zamudio

   Las enciclopedias constatan la inconsistencia de las versiones sobre el nacimiento del ajedrez.       Queda claro que no tuvo un origen único y que, gracias a un proceso de transformación constante, llegó al estado en que hoy lo conocemos, con sus ingeniosas e infatigables posibilidades.   Una de las mutaciones es la desaparición de una pieza y sus funciones específicas. Hoy sabemos de parejas de alfiles, caballos y torres, además de peones, rey y dama. Pues bien, parece que, entre el alfil y la dama, antes existía otra pieza: el gato. Uno solo era suficiente.   El gato no tenía reticencia en orinar el vestido de la dama, desobedecer al rey y hacer mofa de la solemnidad del alfil. Empujaba a los peones en formación, arañaba al caballo y cazaba pájaros encima de las torres. Era muy difícil sorprenderlo en la contienda. Debía ser eliminado siete veces. 

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   No avisaba jaque. Tomaba piezas en cualquier dirección como resultado de perplejantes saltos acrobáticos. En el gato del otro bando no veía un enemigo: era frecuente encontrarlos en rochela hacia el centro del tablero o remoloneando a la sombra de las piezas vencidas en batalla.   Tan maravillosa pieza del ajedrez se sacrificó, no sin sonoras quejas —y pese al respeto que culturas orientales brindan al animalito—, a nombre de la seriedad que hoy caracteriza al juego.

(Convicciones y otras debilidades mentales. Cali: Secretaría de cultura y turismo, 2003)

Reina - Isla de Lewis

Traición   Miriam Frontalini

   La guerra se perdió y el rey cayó al piso con la garganta rebanada. El enroque falló cuando el guardia de la torre escapaba en un caballo, con la reina del enemigo.

Ajedrez infinito   Luis Fayad

   El hombre efectuó su jugada sobre el tablero de ajedrez.   —Jaque mate —le dijo a Leoncio.   Él observó la posición de las piezas. Junto a su rey estaba la dama enemiga, un peón la apoyaba, un alfil dominaba la gran diagonal y la amenaza de un caballo cubría dos casillas. De la columna del rey, posible escapatoria, se había apoderado una torre. Sin embargo, Leoncio dijo:   —Todavía no es mate.   El contrario miró el tablero sin analizarlo y levantó de nuevo los ojos. Tenía apenas la sonrisa del buen vencedor que le ofrece puente de plata al vencido. Leoncio le dijo:   —No estamos jugando con límite de tiempo. Yo puedo demorar mi respuesta.   —Dentro de un siglo seguirá siendo jaque mate —repuso el contrario.   —Quizá —dijo Leoncio—, pero es posible que dentro de más tiempo las leyes o la idea del mundo no sean las mismas y yo pueda contestar la jugada.

Alonso Quijano   Pablo Montoya Campuzano

   Estas no son comarcas de castillos. Tampoco reinos donde se reclamen mi voz y mi espada. La muchacha de la aldea ya no está. Atrás no escucho la palabra fiel del escudero. Lo que hay aquí es una bicicleta, bajo una luz huérfana de fuego. Así se llama, porque un hombre nos ha dicho. Se ha metido las manos en sus ropas raras y ha repetido,

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ausente, esto es una bicicleta. Y ha seguido sin preguntarnos por nuestro rumbo, sin siquiera mirarnos. Es mejor así. Acaso yo no hubiera podido responderle. La luz hostiga y le digo a Rocinante que continuemos. Como una exhalación, nuestras sombras se dispersan en la noche.

 (Viajeros. Medellín: Universidad de Antioquia, 1999).

La otra ruta del Quijote   Gabriel Pabón Villamizar

   Conocedora de la fama del Quijote y curiosa por saber de las nobles aventuras que vivían los caballeros, Aldonza Lorenzo aprendió a leer y comenzó a devorar libros de caballería con tanta aficción y gusto, que olvidó casi de todo punto el oficio de fregona; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que gastó sus ahorros para comprar libros de caballería en qué leer, y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos.   En resolución, ella se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, a ella también se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio.    En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loca en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse señora, e irse por el mundo a ejercitarse en todo aquello que ella había leído que las señoras se ejercitaban, y así cobrar eterno nombre y fama. Con el nombre de Dulcinea del Toboso, salió en busca de caballeros: ¡había tantas heridas que curar, tantas soledades que mitigar, tantos quebrantos que aminorar, tantas lágrimas que enjugar, tantas fiebres que atemperar, tantas tristezas que consolar, tantos deseos que aplacar!   En su mente dislocada, confundía arrieros con duques, cuchilleros con marqueses, estafadores con príncipes, salteadores de caminos con caballeros andantes, prófugos con embajadores de alta ralea. A todos brindó con su gracia, convirtiéndose en el mejor consuelo de los afligidos y en el más dulce refugio de los pecadores...   Un día, curada ya su locura, quiso regresar a su patria; pero en el lugar de la Mancha donde había nacido, no querían acordarse de haber visto nacer a “esa” mujer. Y hasta el sol de hoy.   No hay libro que narre sus dulces aventuras ni fama que la persiga como no sea la de ser la puta más grande del mundo. 

(Re-versiones. Bogotá: Letra escarlata, 1999).

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Quijotescas V    Juan Romagnoli

   Ya en el lecho de muerte, el Hidalgo recobra ingeniosamente la cordura y, de inmediato, comprende que su vida no ha sido sino una mera ilusión, una agradable (aunque delirante) fantasía, producto de su locura: su pueblo natal, su escudero, su amada, sus aventuras, los presentes, su biógrafo manco, los lectores.

Historia de Don Quijote   José María Merino

   En un lugar de la Mancha vivió un ingenioso hidalgo y caballero que estuvo a punto de derrotar la realidad.

La bibliotecaria   Francisco Garzón Céspedes

   La bibliotecaria no se inquieta por la agitación del libro en el estante sino por el ruido al estrellarse el volumen contra el suelo. Se trata de un ejemplar de Don Quijote de la Mancha. A continuación ella no repara en lo extraño de que, a unos pasos, escuche el resoplar de Rocinante y la voz de Don Quijote que lo convoca a galopar. Tanta es la pasión de la bibliotecaria por libros y lectura, tanto su compromiso con la vida latente en las palabras, que susurrante pide silencio a caballo y hombre. E insiste con un gesto para que no sean perturbados quienes leen en las mesas. Y, sí, ella ve a los de Cervantes alejarse al galope. Y lo que le asombra es que no resuenen los cascos.

Pablo Picasso

La legítima historia de un caso de La Mancha   Jaime García Saucedo

   Esta es la auténtica historia del procaz abatimiento inferido a un hombre iletrado del campo al que se le obliga a montar sobre un burro en tanto que su explotador va a caballo con el fin de pronunciar discursos ad infinitumsobre el triunfo del feudalismo, del amor platónico y de la absurda destrucción de molinos de viento que son fuente de

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trabajo y, sobre todo, para defender el derecho que tiene un cura y el barbero de la comunidad a reducir, por medio de donoso y grande escrutinio, una biblioteca entera en llamas de diabólica santificación, porque es asunto exclusivo de las clases privilegiadas.

(Tomado de Cuentos festivos. Bogotá: Panamericana, 2007).

Don Molino de La Mancha   David Sánchez Juliao

   En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivió un molino de esos de aspa de maderos, harina antigua y lúgubre interior. Un día comentó a su molino vecino:   —Mirad, señor, vienen allí caminando hacia nos... un par de bultos de trigo.   —¡Que no son bultos de trigo, tontarrón –exclamó el vecino—. Que son un caballero andante y su escudero!   —Que son dos bultos de trigo, os digo. Los estoy viendo con mis propias ventanillas.   —A vos, señor —volvió a hablar el primer molino—, os ha empezado a afectar tanta lectura.

(Almacosario (o… cosas con alma)) 

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Antonio Saura

La ley   Miguel de Cervantes Saavedra      Un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío; sobre este río estaba un puente, y al cabo de él una horca y una como casa de audiencia, en la cual, de ordinario, había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, del puente y del señorío, que era en esta forma: Si alguno pasare por este puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenlo pasar, y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna.   Sabida esta ley y la rigurosa condición de ella, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomado juramento a un hombre, juró y dijo que, para el juramento que hacía,

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que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento, y dijeron: “si a este hombre lo dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a ley, debe morir; y si le ahorcamos, él juro que iba a morir en aquella horca, y habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre”.

La verdad sobre Sancho Panza    Franz Kafka

   Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie.  Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.

Mentira histórica   Eduardo Gotthelf

   En batalla singular, un ejército gigantesco fue vencido por el valor de un solo iluminado. Su resentido biógrafo, mutilado de guerra él mismo, en lugar de mencionar gigantes, consignó molinos.

La cueva de Montesinos   Enrique Anderson Imbert

   Soñó don Quijote que llegaba a un transparente alcázar y Montesinos en persona —blancas barbas, majestuoso continente— le abría las puertas. Sólo que cuando Montesinos fue a hablar, don Quijote despertó. Tres noches seguidas soñó lo mismo, y siempre despertaba antes de que Montesinos tuviera tiempo de dirigirle la palabra.   Poco después, al descender don Quijote por una cueva, el corazón le dio un vuelco de alegría: ahí estaba nada menos que el alcázar con el

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que había soñado. Abrió la puerta un venerable anciano al que reconoció inmediatamente: era Montesinos.   —¿Me dejarás pasar? —preguntó don Quijote.   —Yo sí, de mil amores —contestó Montesinos con aire dudoso—, pero como tienes el hábito de desvanecerte cada vez que voy a invitarte... 

 (El gato de Cheshire. Buenos Aires: Losada, 1965)

Máquina del tiempo   Ana María Shua

   A través de este instrumento rudimentario, descubierto casi por azar, es posible entrever ciertas escenas del futuro, como quien espía por una cerradura. La simplicidad del equipo y ciertos indicios históricos nos permiten suponer que no hemos sido los primeros en hacer este hallazgo. Así podría haber conocido Cervantes, antes de componer su Quijote, la obra completa de nuestro contemporáneo Pierre Menard.

(Casa de geishas. Buenos Aires: Sudamericana, 1992).

Sanchijote   Enrique Hoyos Olier

   En cuanto se apercibió de nuestra presencia, se nos vino derechamente, y soltó la andanada.    —Válame Dios, si no es vuesa merced el bueno de Angulo el malo. Y ha de andar haciendo comedias por estos pueblos de Dios.   —Así es, amigo Sancho —le respondí, que ya le había reconocido—. Sigo haciendo “La cortes de la muerte”, que las comedias que agora se estilan son todas disparates: las hay que necesitan de comento para entenderlas; que ponen la última escena de la tercera jornada al comienzo, luego la segunda de la primera; en fin, Sancho, que me vuelvo loco. Y, vos, Sancho, en qué andáis que parecéis un remedo de vuestro amo.   —Vámonos despacito, Señor Angulo el malo, Sanchijote para vos y toda vuestra alegre compañía. Que en cuanto mi amo dejó este mundo, su sobrina, mi señora, me dejó, no sé si por su mandato, la lanza, la adarga, la celada y el rocín, por lo que colegí que quería que siguiera su pasos. Y aquí me tenéis, como vos, por estos caminos, deshaciendo entuertos y otras lindezas. Cada cual a lo suyo, vos a las letras y yo a las armas.   Y, sin más, picó su rocín y se perdió tras una nube de polvo.

(Cuentos. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2004)

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Zaratustra hablaba en minicuentos

La picadura

   Un día habíase quedado Zaratustra dormido bajo una higuera, pues hacía calor, y había colocado sus brazos sobre el rostro. Entonces, vino una víbora y le picó en el cuello, de modo que Zaratustra se despertó gritando de dolor.    Al retirar el brazo del rostro, vio a la serpiente: ésta reconoció entonces los ojos de Zaratustra, dio la vuelta torpemente y quiso marcharse.   —¡No —dijo Zaratustra—; todavía no has recibido mi agradecimiento! Me has despertado a tiempo, mi camino es todavía largo.   —Tu camino es ya corto —dijo la víbora con tristeza—; mi veneno mata.   Zaratustra sonrió.   —¿En alguna ocasión ha muerto un dragón por el veneno de una serpiente? —dijo—. ¡Pero toma de nuevo tu veneno! No eres bastante rica para regalármelo.   Entonces, la víbora se lanzó otra vez alrededor de su cuello y le lamió la herida.

Doctos

   Mientras yo yacía dormido en el suelo, una oveja vino a pacer de la corona de hiedra de mi cabeza. Pació y dijo: “Zaratustra ha dejado de ser un docto”.   Así dijo, y se marchó hinchada y orgullosa.

Acontecimiento

   Por el tiempo en que Zaratustra habitaba en las islas afortunadas, ocurrió que un barco echó el ancla junto a la isla en que se encuentra la montaña humeante; y su tripulación bajó a tierra para cazar conejos. Hacia la hora del mediodía, cuando el capitán y su gente estuvieron reunidos de nuevo, vieron de pronto que por el aire venía hacia ellos un hombre, y que una voz decía con claridad: “¡Ya es tiempo! ¡Ya ha llegado la hora!”. Y cuando más cerca de ellos estuvo la figura —pasó volando a su lado, igual que una sombra, en dirección a la montaña de fuego—, reconocieron, con gran consternación, que era Zaratustra, pues todos ellos le habían visto ya, excepto el capitán, y lo amaban a la manera como el pueblo ama: con un sentimiento en que amor y temor están mezclados a partes iguales.   —¡Mirad! —dijo el viejo timonel—, ahí va Zaratustra al infierno.   Por la misma época en que estos marineros habían desembarcado en la isla de fuego, se difundió el rumor de que Zaratustra había desaparecido; y cuando se preguntaba a sus amigos, éstos contaban que se había embarcado de noche, sin decir a dónde iba.   Se produjo así cierta intranquilidad; al cabo de tres días, se añadió a ella el relato de los marineros. Entonces, todo el pueblo se puso a decir que el diablo se había llevado a Zaratustra. Sus discípulos se reían de tales habladurías; y uno de ellos llegó a decir:   —Yo creo, más bien, que es Zaratustra el que se ha llevado al diablo.

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Redención

   Un día en que Zaratustra estaba atravesando el gran puente le rodearon los lisiados y los mendigos, y un jorobado le habló así:   —¡Mira, Zaratustra! También el pueblo aprende de ti, y comienza a creer en tu doctrina: mas para que acabe de creerte del todo se necesita aún una cosa: ¡tienes que convencernos primero a nosotros los lisiados! ¡Aquí tienes ahora una hermosa colección, y, en verdad, una ocasión que se puede agarrar por más de un pelo! Puedes curar a ciegos y hacer correr a paralíticos; y a quien lleva demasiado sobre su espalda podrías sin duda también quitarle un poco: ¡este, pienso yo, sería el modo idóneo de hacer creer a los lisiados en Zaratustra!   Mas Zaratustra replicó así al que había hablado:   —Si al jorobado se le quita su joroba, se le quita su espíritu… así enseña el pueblo. Y si al ciego se le dan sus ojos, verá demasiadas cosas malas en la tierra: de modo que maldecirá a quien le curó.    Y el que haga correr al paralítico le causa el mayor de todos los perjuicios: pues apenas pueda correr, sus vicios, desbocados, lo arrastran consigo… así enseña el pueblo a propósito de los lisiados. ¿Y por qué no iba Zaratustra a aprender también del pueblo, si el pueblo aprende de Zaratustra?

Apóstata

   Los viejos dioses hace ya mucho tiempo que se acabaron: tuvieron un buen y alegre final de dioses. No encontraron la muerte en un crepúsculo… ¡esa es la mentira que se dice! Antes bien, encontraron su propia muerte riéndose. Esto ocurrió cuando la palabra más atea de todas fue pronunciada por un dios mismo, la palabra:   —¡Existe un único dios! ¡No tendrás otros dioses junto a mí! —un viejo dios huraño, un dios celoso, se sobrepasó de ese modo.   Y todos los dioses rieron entonces, se bambolearon en sus asientos y gritaron:   —¿No consiste la divinidad precisamente en que existan dioses, pero no dios?

Tabla 8

   Cuando el agua tiene maderos para atravesarla, cuando puentecillos y pretiles saltan sobre la corriente: en verdad, allí no se cree a nadie que diga: “Todo fluye”.   Hasta los mismos imbéciles le contradicen. “¿Cómo?, dicen, ¿que todo fluye? ¡Pero si hay puentecillos y pretiles sobre la corriente! Sobre la corriente todo es sólido, todos los valores de las cosas, los puentes, conceptos, todo el ‘bien’ y el ‘mal’: ¡todo eso es sólido!”.   Mas cuando llega el duro invierno, el domador de ríos: entonces incluso los más chistosos aprenden desconfianza; y, en verdad, no sólo los imbéciles dicen entonces: “¿No será que todo permanece inmóvil?”.   “En el fondo, todo permanece inmóvil”: esta es una auténtica doctrina de invierno, una buena cosa para una época estéril, un buen consuelo para los que se aletargan durante el invierno y para los trashogueros.    “En el fondo, todo permanece inmóvil”: ¡mas contra esto predica el viento del deshielo!   El viento del deshielo, un toro que no es un toro de arar: ¡un toro furioso, un destructor, que con astas coléricas rompe el hielo!.. Y el hielo ¡rompe los puentecillos!

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 Los dioses mueren de muchas especies de muerte

   Él era un dios oculto, lleno de secretos. En verdad, no supo procurarse un hijo más que por caminos tortuosos. En la puerta de su fe se encuentra el adulterio.   Quien le ensalza como a dios del amor no tiene una idea suficientemente alta del amor mismo. ¿No quería este dios ser también juez? Pero el amante ama más allá de la recompensa o la retribución.   Cuando era joven, este dios del Oriente era duro y vengativo, y construyó un infierno para diversión de sus favoritos.   Pero al final se volvió viejo y débil y blando y compasivo, más parecido a un abuelo que a un padre, y parecido sobre todo a una vieja abuela vacilante.   Se sentaba allí, mustio, en el rincón de su estufa, se afligía a causa de la debilidad de sus piernas, cansado del mundo, cansado de querer, y un día se asfixió con su excesiva compasión.

Así habló Zaratustra

Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie  (Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen) es una obra escrita entre 1883 y 1885 por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche.La obra contiene las principales ideas de Nietzsche, expresadas de forma poética: está compuesta por una serie de relatos y discursos que ponen en el centro de atención algunos hechos y reflexiones de un profeta llamado Zaratustra, personaje inspirado en el fundador del Zoroastrismo. 

 Simón el mago

   Simón fue a quejarse al Emperador de que un miserable galileo presumía de hacer mayores prodigios que él. Pedro compareció junto con Simón para ver quién de los dos era superior en su oficio. “Dime lo que estoy pensando”, dijo Simón a Pedro. “Que me dé el Emperador un pan de cebada, y verás si sé lo que guardas en el alma”. Se le dio el pan. Inmediatamente, Simón hizo aparecer dos grandes dogos que querían devorarle. Pedro les arrojó el pan y, mientras lo comían, le dijo: “¡Bien! ¿Sabía o no lo que pensabas?: querías hacerme devorar por tus perros”.

Amor propio II

   Un misionero que viajaba por la India encontró a un faquir cargado de cadenas, desnudo como un mono, acostado boca abajo y haciéndose azotar por los pecados de sus compatriotas, que le daban algunos liardas del país. “¡Qué renuncia de sí

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mismo!”, decía uno de los espectadores. “¿Renuncia de mí mismo?”, replicó el faquir, “sabed que hago que me azoten en este mundo más que para devolvéroslo en el otro, cuando vos seáis caballo y yo jinete”.

Guerra

   Un genealogista prueba que un Príncipe desciende en línea directa de un Conde cuyos padres habían hecho un pacto de familia, hace 300 o 400 años, con una casa cuyo recuerdo ni tan siquiera subsiste. Esta casa tenía vagas pretensiones sobre una provincia, cuyo último poseedor murió de apoplejía. El Príncipe y su consejo concluyen que esta provincia le pertenece por derecho divino. Esta provincia, a varios cientos de lenguas, protesta que le desconoce, que no tiene ninguna gana de ser gobernada por él; que para dictar leyes a unas gentes hay que tener, al menos, su consentimiento. Estos discursos ni tan siquiera son oídos por el Príncipe, cuyo derecho es irrefutable. Encuentra, al punto, un gran número de hombres que no tienen nada que hacer ni que perder. Les viste con un grueso paño azul, pone un ribete a sus sombreros con un grueso hilo blanco, les hace girar a derecha e izquierda, y marcha hacia la gloria.   Los demás Príncipes, cuando oyen hablar de esos hombres en armas, toman parte en la empresa, cada uno según su poder.   Pueblos lejanos oyen decir que va a haber lucha, y que se ganan cinco a seis monedas por día si se toma parte en ella. Y van a vender sus servicios a quien quiera comprarlos.   Esas multitudes se encarnizan una contra otra, no sólo sin tener ningún interés en el proceso, sino, incluso sin saber de lo que se trata.   Se encuentran a la vez cinco o seis potencias beligerantes: tan pronto tres contra tres, como dos contra cuatro o una contra cinco, detestándose por igual unas y otras, matándose y atacándose una y otra vez, de acuerdo todas en un sólo punto: hacer el mayor mal posible. Cada jefe de asesinos hace que se bendigan sus banderas e invoca a Dios solemnemente antes de ir a exterminar a su prójimo. Cuando ha habido un exterminio de cerca de diez mil, a hierro y fuego, y ha sido destruida una ciudad cualquiera desde sus cimientos, entonces se entona un cántico bastante largo, dividido en cuatro partes, compuesto en una lengua desconocida para todos los que han combatido y, además, llena de barbarismos. El mismo cántico sirve para casamientos, nacimientos y homicidios.

Magos envidiosos

   Zoroastro vino del paraíso a predicar su religión en los dominios de Gustaf, rey de Persia, y éste le dijo: «Demuéstrame algo para que te crea». El profeta hizo crecer ante la puerta del palacio un cedro tan corpulento y tan alto que ninguna cuerda podía rodearlo ni alcanzar el remate de su copa, y en su cima puso una hermosa habitación a la que ningún hombre podía subir. El rey quedó tan asombrado de este milagro que creyó en Zoroastro.   Pero, entonces, cuatro magos envidiosos pidieron al portero real la llave de la habitación del profeta, mientras éste se hallaba ausente. Pusieron entre sus libros huesecillos de perros y gatos, y uñas y cabellos de muertos. Acto seguido, se presentaron ante el rey y lo acusaron de ser hechicero y envenenador. El rey mandó al portero que le abriera la habitación y, encontrando lo dicho, sentenció a

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la horca al enviado del cielo.   Cuando iban a ahorcarlo, el caballo más hermoso del rey sufrió un percance extraño: se le metieron en el cuerpo las cuatro patas. El profeta prometió solemnemente curar al caballo a cambio del perdón. Aceptada su propuesta, hizo salir una pata del vientre del corcel, diciendo: «Señor, no sacaré la segunda pata si no prometéis abrazar mi religión». «Te lo prometo», contestó el rey. El profeta hizo aparecer la segunda pata del animal y luego exigió que los hijos del monarca también se convirtieran. Finalmente, la aparición de las dos patas restantes consiguió hacer numerosos prosélitos en la corte. Ahorcaron a los cuatro perversos magos en vez del profeta y toda Persia abrazó la religión de Zoroastro.

Mesías

   El Mesías dará a su pueblo, reunido en la tierra de Canaán, una comida cuyo vino será el que el mismo Adán hizo en el paraíso terrenal y que se conserva en grandes cubas abiertas por los ángeles en el centro de la tierra.   Como entrada, se servirá el famoso pescado llamado el gran Leviatán, que se traga de una vez un pez más pequeño que él, y que tiene 300 leguas de largo. Dios, en el comienzo, creó un macho y una hembra; pero, por temor a que destruyera la tierra y que llenara el universo de sus semejantes, Dios mató a la hembra y la saló para el festín del Mesías.   Para esta comida se matará al toro Behemoth, que es tan grueso que se come cada día el heno de mil montañas; la hembra de este toro fue muerta al comienzo del mundo con el fin de que un especie tan prodigiosa no se multiplicara, lo que sólo habría podido perjudicar a otras criaturas; pero aseguran que el Eterno no la saló, porque la vaca salada no es tan buena como la Leviatana.

Fábula hindú

   Adimo, el Padre de todos los hindúes, tuvo dos hijos y dos hijas de su mujer Procriti. El mayor era un gigante vigoroso, el menor era un pequeño jorobado, las dos niñas eran bonitas. Desde que el gigante sintió su fuerza, se acostó con sus dos hermanas y se hizo servir por el pequeño jorobado. De sus dos hermanas, una fue su cocinera; la otra, su jardinera. Cuando el gigante quería dormir, empezaba por encadenar a un árbol a su hermano pequeño el jorobado, y cuando éste huía, lo alcanzaba de cuatro zancadas y le daba veinte latigazos con nervios de buey.   El jorobado se hizo sumiso y llegó a ser el mejor vasallo del mundo. El gigante, satisfecho de verlo cumplir sus deberes de vasallo, le permitió acostarse con una de sus hermanas, de la que él estaba ya cansado. Los hijos que nacieron de este matrimonio no eran del todo jorobados, pero tenían una figura bastante contrahecha. Se les educó en el temor de Dios y del gigante. Recibieron una excelente educación; se les enseñó que su tío era gigante por derecho divino, que podía hacer de su familia lo que quisiera; que sí tenía una sobrina bonita, o sobrina nieta, sería para él solo sin dificultad, y que nadie podría acostarse con ella si él no quería.   Muerto el gigante, su hijo, que no era ni mucho menos tan fuerte ni tan alto como él, creyó, sin embargo, ser gigante, como su padre, por derecho divino.

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Pretendió hacer trabajar para él a todos los hombres y acostarse con todas las jóvenes. Su familia formó una coalición contra él, fue derrotado y se constituyó una república.

François Marie Arouet, más conocido comoVoltaire (París, 21 de noviembre de 1694 – ibídem, 30 de mayo de 1778) fue un escritor, historiador, filósofo y abogado francés que figura como uno de los principales representantes de laIlustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. En 1746 Voltaire fue elegido miembro de la Academia francesa.

         

   del Diccionario filosófico

Amor propio I   Un mendigo pedía limosna dignamente, y uno que pasaba le dijo: “¿No os da vergüenza ejercer este infame oficio pudiendo trabajar?”.“Señor —respondió el mendigo—, os pido dinero no consejo”. A continuación volvió la espalda, conservando toda su dignidad.

Dios   Acababa yo de construir un pabellón en el extremo de mi jardín, y oí a un topo que razonaba con un abejorro: “Vaya una obra hermosa —decía el topo—; tiene que ser un topo muy poderoso el que la haya construido”. “Os burláis —dijo el abejorro—, ha sido un abejorro genial el arquitecto de esta obra”.   Desde ese día he resuelto no discutir nunca.

Fábula   Fue necesario escoger un rey entre los árboles. El olivo no quiso abandonar el cuidado de su aceite, ni la higuera el de sus higos, ni la viña el de su vino, ni los otros árboles los de sus frutos. El cardo, que no servía para nada, fue el rey, porque tenía espinas y podía hacer daño.

Milagro   Un pequeño monje estaba tan acostumbrado a hacer milagros que el prior le prohibió ejercer su talento. El pequeño monje obedeció; pero al ver que un pobre albañil se caía de lo alto de un tejado, dudó entre el deseo de salvarle la vida y la santa obediencia. Mandó al albañil que se quedara en el aire hasta nueva orden, y

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corrió velozmente a contar a su prior el estado de la situación. El prior le perdonó el pecado que había cometido al comenzar un milagro sin su permiso, pero le permitió acabarlo con tal de que aquello no continuara y no volviera a repetirse.

La infancia de Zoroastro     En aquellos tiempos había muchos magos, muy poderosos, que vaticinaban que llegaría un día en que Zoroastro sabría más que ellos y los hundiría. El príncipe de los magos hizo que llevaran al niño a su casa con la intención de abrirle en canal, mas al iniciar esta operación se le secó la mano. Lo arrojaron al fuego para que muriera abrasado y el fuego se transformó para él en un baño de agua de rosas. Lo dejaron entre una manada de lobos y éstos fueron a buscar dos ovejas que le amamantaron toda la noche. Finalmente, comprendiendo que no podían quitarle la vida, lo devolvieron a su madre, la más excelente de todas las mujeres. 

Tortura   Extraña manera de interrogar a los hombres. Debe su origen al salteador de caminos. Los conquistadores, que fueron los sucesores de tales ladrones, comprendieron que esa finalidad era útil para su interés y la siguieron usando cuando sospechaban que fraguaban contra ellos malévolas intenciones, como, por ejemplo, la de ser libres; deseo que a sus ojos era un crimen de lesa majestad divina y humana.   La Providencia nos tortura algunas veces con el mal de piedra, la gota, el escorbuto, la lepra, la sífilis, la epilepsia y otros verdugos ejecutores de sus venganzas. Y como los primitivos déspotas fueron, según creían sus cortesanos, imágenes de la divinidad, la imitaron en todo lo que pudieron.   El grave magistrado que adquirió con dinero el derecho a hacer estos experimentos en sus prójimos se va a comer con su santa esposa y a contarle, mientras come, lo que ha visto por la mañana. La primera vez que oye ese relato su sensible esposa se encoleriza; la segunda vez ya desea conocer detalles, por aquello de que las mujeres son curiosas, y cuando se acostumbra a las nobles funciones de su marido, al verle entrar en casa pregunta: «¡Oh, querido! ¿Has puesto hoy en el potro a alguien?».

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FILOSOFOS MINICUENTISTAS

Alonso Jiménez

El deseo   Walter Benjamín 

   Una tarde, al finalizar el Shabat, los judíos de una aldea jasídica estaban reunidos en una mísera taberna. Todos eran vecinos de la localidad, salvo uno al que nadie

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conocía, triste y andrajoso, que permanecía en cuclillas junto a la estufa. Los temas de conversación habían ido languideciendo, cuando surgió la cuestión de lo que cada cual pediría si le fuese concedido un único deseo. Este de acá quería dinero; aquel, un buen yerno; el tercero, un nuevo banco de carpintero; y así sucesivamente.   Todos habían manifestado ya sus deseos y el mendigo seguía acurrucado al calor de la estufa. De mala gana y pausadamente dio también su respuesta:   —Querría ser un poderoso rey, señor de un gran país, y que una noche, mientras durmiese en palacio, los enemigos cruzasen la frontera y, antes de que alboreara, sus huestes se abrieran paso hasta el castillo sin encontrar resistencia, que me arrancaran del sueño, no me dieran tiempo ni para vestirme y, en camisón, tuviese que emprender la fuga. Me acosasen sin piedad por montes y valles, a través de bosques y peñascales, sin darme respiro, día y noche, hasta verme a salvo sentado en este banco junto a vosotros. Esto pediría.   Los demás se miraron unos a otros, sin entender.   —Y, en resumidas cuentas, ¿qué conseguirías?   —¡Un camisón! —fue la respuesta.

Equivalencia   Blaise Pascal

   Si un artesano estuviese seguro de que sueña cada noche, durante doce horas completas, que es rey, creo que sería tan dichoso como un rey que soñase todas las noches durante doce horas que es artesano.

Atmósfera    Sören Kierkegaard       Era muy de mañana. Abraham se levantó, hizo enalbardar los asnos, dejó su casa con Isaac, y desde la ventana los vio descender Sarah por el valle hasta que los perdió de vista. Anduvieron silenciosamente durante tres días; la mañana del cuarto Abraham no dijo una palabra, pero levantando sus ojos vio en la lejanía los montes de Moriá. Despidió a sus servidores y tomando a Isaac de la mano trepó la montaña. Y Abraham se decía: "Pero no puedo ocultarle por más tiempo a dónde le conduce este andar". Se detuvo, apoyó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo, e Isaac se inclinó para recibir la bendición. Y la faz de Abraham era la de un padre; dulce era su mirar y su voz exhortaba. Pero Isaac no podía comprenderle, su alma no podía elevarse tanto; se abrazó a las rodillas de Abraham, se arrojó a sus pies y clamó por la gracia; imploró por su juventud y sus dulces esperanzas; habló de las alegrías de la casa paterna, evocó la soledad y la tristeza. Entonces Abraham lo levantó, lo tomó de la mano y se puso en camino, y su voz exhortaba y consolaba. Más Isaac no podía comprenderle. Abraham trepó por la montaña de Moriá; Isaac no le comprendía. Entonces se apartó Abraham por un momento del lado de su hijo, y cuando de nuevo miró Isaac la faz de su padre la halló cambiada, porque el mirar se le había hecho feroz y aterradoras las facciones. Agarró a Isaac por el pecho, lo arrojó por tierra y gritó: "¡Estúpido! ¿Crees tú que soy tu padre? ¡Soy un idólatra! ¿Crees tú que obedezco el mandato divino? ¡Hago lo que me viene en gana!". Entonces Isaac se estremeció y exclamó en su angustia: "¡Dios del cielo! ¡Ten piedad de mí! ¡Dios de Abraham! ¡Ten piedad de mí! ¡Sé mi padre, ya no tengo otro en

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esta tierra!". Pero Abraham se dijo muy quedo: "Dios del cielo, yo te doy las gracias; vale más que me crea un monstruo antes que perder la fe en ti".

Lo real y lo imaginario   Kostas Axelos

   Un padre y una madre centauros observan a su hijo que retoza en una playa del Mediterráneo. El padre se vuelve hacia la madre y le pregunta: "¿Debemos decirle que no es más que un mito?".

Los prisioneros   Friedrich Nietzsche

   Una mañana, los prisioneros salieron al patio a trabajar: el guardián estaba ausente. Unos se entregaron inmediatamente al trabajo, como era su costumbre, pero otros permanecieron sin hacer nada, lanzando en torno miradas provocativas. Entonces, uno salió de las filas y dijo en voz alta: “Trabajad tanto como queráis o no hagáis nada; es completamente indiferente. Vuestras secretas maquinaciones han sido todas descubiertas y el guardián de la prisión os ha sorprendido y va pronto a pronunciar sobre vuestras cabezas su juicio terrible. Como sabéis, es duro y rencoroso. Pero estad atentos a lo que voy a deciros: hasta hoy no me habéis conocido aún; yo no soy el que creéis. Soy hijo del guardián de esta prisión y puedo conseguirlo todo de él. Puedo salvaros y quiero salvaros. Pero debo advertiros que sólo salvaré a aquellos de vosotros que crean que soy el hijo del guardián de la prisión. Los que no me crean, que recojan los frutos de su incredulidad”.   “¡Bien! —dijo después de un momento de silencio uno de los prisioneros más maduros—; ¿qué importancia tiene para ti que te creamos o no? ¡Si eres verdaderamente el hijo y puedes hacer lo que dices, intercede en nuestro favor y

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harás de veras una buena obra! ¡Pero guárdate esas tonterías de fe y de incredulidad!”.   “¡No quiero creerte! —interrumpió un joven—. ¡Todo esto son chifladuras! ¡Apuesto a que dentro de ocho días estaremos aún aquí, en la misma situación que hoy, y que el guardián no sabe nada!”.“Y dado el caso que sea verdad lo que dices, no sabe nada ya —exclamó el último de los prisioneros, que acababa de descender al patio—: nuestro guardián ha muerto de repente”.   “¡Bravo! —exclamaron a la vez casi todos los prisioneros—. ¡Bravo! ¡Eh, señor hijo, señor hijo! ¿Y la herencia? ¿Somos quizá ahora prisioneros tuyos?”.   “Ya os lo he dicho —respondió dulcemente el burlado—; daré la libertad al que tenga fe en mí, y lo afirmo con tanta convicción como que mi padre está aún vivo”.   Y los prisioneros ya no rieron y alzaron las espaldas y le dejaron en el patio.

Los puercoespines   Arthur Schopenhauer

   Un día crudísimo de invierno, en el que el viento silbaba cortante, unos puercoespines se apiñaban, en su madriguera, lo más estrechamente que podían.   Pero resultaba que, al estrecharse, se clavaban mutuamente sus agudas púas.   Entonces volvían a separarse; pero el frío penetrante los obligaba, de nuevo, a apretujarse.   Volvían a pincharse con sus púas, y volvían a separarse.   Y así una y otra vez, separándose, y acercándose, y volviéndose a separar, estuvieron hasta que, por fin, encontraron una distancia que les permitía soportar el frío del invierno, sin llegar a estar tan cerca unos de otros como para molestarse con sus púas, ni tan separados como para helarse de frío.   A esa distancia justa la llamaron urbanidad y buenos modales

Breves cosmogonías

Bahamut   Edward Lane 

   Dios creó la tierra, pero la tierra no tenía sostén y así bajo la tierra creó un ángel. Pero el ángel no tenía sostén y así bajo los pies del ángel creó un peñasco hecho de rubí. Pero el peñasco no tenía sostén y así bajo el peñasco creó un toro con cuatro mil ojos, orejas, narices, bocas, lenguas y pies. Pero el toro no tenía sostén

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y así bajo el toro creó un pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso oscuridad, y la ciencia humana no ve más allá de ese punto.

El origen del hombre

   Leyenda eslava 

   Al principio no existía más que Dios, pero Dios dormía y soñaba. Este sueño duró siglos enteros. El momento fijado para que despertara llegó bruscamente. Miró en torno suyo y de cada una de esas miradas nació una estrella. Dios mismo se sorprendió de ello y comenzó a viajar para ver lo que sus ojos habían creado. Viajó, viajó interminablemente. Al fin llegó a nuestra tierra, pero estaba ya fatigado. Las gotas de sudor caían de su frente. Una de estas gotas adquirió alma y fue el primer hombre.   Así el hombre nació de Dios, pero no fue creado para los placeres: nació del divino sudor y desde su origen quedó destinado a sufrir y a trabajar.

El mundo de arriba y el mundo de abajo    Cultura Motilona - Colombia (recopilado por Álvaro Chaves) 

   En el cielo, allá arriba, había una selva con árboles, con animales y con comida. Allá vivían

los motilones, cazando y sembrando. Y miraron un día hacia abajo, a la tierra, y vieron que

allá también había ríos y bosques con buena caza. Entonces cortaron un bejuco muy grueso y

muy largo, para que resistiera el peso de los hombres, y por él se descolgaron todos los

motilones, uno detrás de otro. Y llegaron a la tierra y el bejuco quedó colgando y los indios se

fueron a cazar animales. Un gallinazo, que pasaba volando, cortó el bejuco y cuando los

motilones volvieron de la cacería no pudieron subir, regresar al cielo; se quedaron para

siempre en la tierra. El gallinazo, como castigo, tiene que comerse la carne de los muertos,

para llevarla otra vez al cielo.

Un origen   Cultura Ijka (Colombia)

  Había dos indiecitos, hombre y mujer, que eran muy pobres y le hacían el trabajo a los

demás indios. Esos indiecitos fueron guardando en un calabozo pedacitos de comida, de todo

lo que comían los demás hombres. Esa comida se pudrió y de ahí nació una cucaracha. De

esa cucaracha nacieron muchas cucarachas más y andaban por todas partes. Había tantas

que los indios resolvieron matarlas y mataron todas menos una que se escondió en un

agujerito. Entonces vino Mama Seukún y dijo que no la mataran, que esas cucarachas eran

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muy raras y formó una mujer de la cucaracha que quedaba. Esa mujer tuvo muchos hijos, que

son los civilizados, que se regaron por todas partes como las cucarachas.

El sol y la luna    Talmud

   De la mente de Dios, la palabra de la creación salió: “Dos grandes luminarias brillarán en el cielo y, reinas de la tierra, gobernarán al tiempo fugitivo”.   Dijo y fue. Así como el que sale de la cámara nupcial, como el héroe que se adelanta triunfante por el camino, surgió el sol, luz primera. Su manto era un esplendor divino; en torno a la cabeza llevaba una guirnalda de múltiples colores.  La tierra se llenó de alegría; suaves perfumes brotaron de los campos, y las flores se abrieron más hermosas.   La segunda luz, la luna, se estremeció de envidia, porque la luz hermana la igualaba en esplendor. “¿Para qué dos reinas sobre un mismo trono?”. “¿Y por qué nací yo después de mi compañera?”.   Y de repente, con el interno temblor se apagó su luz, que huyó volando por los campos del cielo, convertida en sartas de estrellas.   Blanca como un cadáver estaba la luna, llena de vergüenza frente a las peregrinas celestes, y rogaba lastimera: “Piedad de mí, Señor de los señores, piedad”.   Y un ángel del Señor se apareció a la avergonzada luna, diciendo: “¿Por qué envidiaste el resplandor del sol? ¡Infeliz! ¡Nunca podrás ya a lucir como él; y siempre que la tierra pase por delante de ti, quedarás como ahora: toda o en parte oscurecida! Sin embargo, ¡oh, desdichada!, no te lamentes más: Dios piadoso ha perdonado tu error y lo ha vuelto en bien.  'Ve — me dijo — y di a la arrepentida: también ella será reina de su luz: y las lágrimas de su arrepentimiento serán bálsamo para el cansado y para los deslumbrados por la fuerza solar serán alivio’”.   Consolada quedó la luna siguiendo el silencioso camino que ahora recorre: reino de la noche y de las estrellas, lamenta el antiguo error, y va al encuentro de los miserables para consolarlos.

Pandora   Hesíodo (Teogonía)       Habló así y rió el padre de los hombres y de los dioses, y ordenó al ilustre Hefesto que mezclara enseguida la tierra con el agua y de la pasta formara una bella virgen semejante a las diosas inmortales, y a la cual daría voz humana y fuerza. Y ordenó a Atenea que le enseñara las labores de las mujeres y a tejer la tela; y que Afrodita de oro esparciera la gracia sobre su cabeza y le diera el áspero deseo y las inquietudes que enervan los miembros. Y ordenó al mensajero Hermes,

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matador de Argos, que le inspirara la impudicia y un ánimo falaz. Ordenó así, y los aludidos obedecieron al rey Zeus Cronión. Al punto, el ilustre cojo de ambos pies, por orden de Zeus, modeló con tierra una imagen semejante a una virgen venerable; la diosa Atenea, la de los ojos claros, la vistió y la adornó; las diosas Cárites y la venerable Pito colgaron a su cuello collares de oro; las Horas de hermosos cabellos la coronaron de flores primaverales; Palas Atenea le adornó todo el cuerpo; y el mensajero matador de Argos, por orden de Zeus retumbante, le inspiró las mentiras, los halagos y las perfidias; y finalmente el mensajero de los dioses puso en ella la voz. Y Zeus llamó a esta mujer Pandora, porque todos los dioses de las moradas olímpicas le dieron algún don, que se convirtiera en daño de los hombres que se alimentan de pan.

KurmaLos dioses estaban en peligro de perder su autoridad sobre los demonios. Kurma les dijo que batieran el océano de leche para poder obtener el néctar, con el cual se fortificarían para la batalla, y prometió convertirse en la Gran Tortuga sobre la que descansaría el monte Meru (Mandara), que haría las veces de palo de remover. Para remover el océano de leche con la montaña más grande del mundo, los dioses y los demonios, que también querían el néctar, unieron sus fuerzas. Más tarde los demonios fueron engañados por Vishnu, y se quedaron sin el néctar.

Aquiles y la tortuga

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Persecución   Alberto Díez Canseco

   ―¡Te alcancé! ―dijo Aquiles, sus veloces pies levantando una polvareda en el horizonte.    ―Eso fue lo que dijiste hace un instante ―dijo la tortuga, manteniendo, con parsimonia, la distancia.

Aquiles y la vida   Joseluís Rodríguez

   Aquiles —el de los pies ligeros— contempló lleno de ira el cadáver de Patroclo y corrió hacia las murallas de Troya para vengar su muerte. Pero una tortuga se puso delante de él, de manera que el sitio a la bien edificada ciudad de la Tróade tuvo que prolongarse durante diez años, al término de los cuales Aquiles finalmente resolvió la paradoja de Zenón, pues dio alcance a la tortuga y pudo matar a Héctor. Sin embargo, el protagonismo que ganó el conflicto opacó ese hecho y después se dijo que las paradojas del eleático seguían vigentes.

Aquiles y la tortuga   Enrique Anderson Imbert

   Zenón: —Homero contó muy bien cómo Héctor huyó al ver que Aquiles se le acercaba: tres veces dio vuelta a las murallas de Troya, y Aquiles siempre persiguiéndolo. Lo que no contó es que Aquiles, sintiendo que no podía estrechar la distancia, pensó: “¡Si Héctor fuera una tortuga!”. Bien: en mi argumento contra el movimiento yo le he otorgado ese deseo. Sólo que a Aquiles no le sirve de nada: cada vez que llega al punto en que estaba la tortuga, ésta ya se ha adelantado y así infinitamente.   Meliso: —Tu argumento es válido sólo a condición de que lo despojemos de sus disfraces. A unos meros puntos en el espacio los disfrazaste de Tiempo. Les diste un pasado —la fama de los pies ligeros de Aquiles y de las patas lentas de la tortuga—, un presente —la voluntad que ambos tienen de correr— y un futuro —la meta que los espera al final de la carrera—. Aquiles y la tortuga, psicológicamente, duran. No duran, matemáticamente, los infinitos puntos en que se puede dividir una línea. Tu argumento, para ser lógico, debería desprenderse de las imágenes temporales con que lo disfrazaste. Sólo que entonces tu argumento no duraría. Quiero decir, por ser demasiado obvio nadie se acordaría de él.

(El gato de Cheshire. Buenos Aires: Losada, 1965)

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Historia de una paradoja   Diego Muñoz Valenzuela

   Aquiles y la tortuga beben compartiendo mesa en un tugurio de mala muerte, cuya única fama proviene de la chicha que fabrica el dueño, un patibulario inmigrante griego llamado Zenón. El astuto Aquiles induce a la tortuga a participar en una carrera arreglada. “Todos apostarán por mí y no por un roñoso quelonio centenario; en ello reside nuestra ventaja. Ganarás el certamen y seremos ricos”, proclama con voz aguardentosa. La ebria tortuga asiente calculando las ganancias, se sobresalta y verbaliza su duda con tartamudeos irreproductibles. ¿Quién realizará la convocatoria, quién va a incentivar y recoger las apuestas, quién repartirá el botín después del sorpresivo triunfo, quién? Ambos atletas caen en profunda depresión hasta que el tabernero ofrece sus servicios a cambio de la mitad de las ganancias. Ante el explosivo reclamo de Aquiles y la mirada torva de la tortuga, Zenón consuma el plan: el fraude no funciona sin una explicación sólida que evite el linchamiento de los corredores. “Es una cuestión de verosimilitud”, asevera con aire doctoral y aplastante soberbia, “no se preocupen, por una buena participación se me ocurrirá algo”.

(De monstruos y bellezas. Santiago de Chile: Mosquito, 2007)

In memoriam Jorge el solitario

El pozo de los deseos   Paul Brito

   A medida que el espacio entre Aquiles y la tortuga se reduce, la carrera va cayendo en detalles mezquinos. La vida de Aquiles se gasta en cuestiones ínfimas y despreciables. Comienza a regatearle placeres a la vida, ya no los goces espirituales que aspiraba de joven, y que debían completar y darle sentido último a su existencia, sino anhelos mínimos al alcance de la mano, a mitad de camino.

(El ideal de Aquiles. Bogotá: Hadriaticus, 2010)

Lo que la tortuga le dijo a Aquiles   Lewis Carroll

   Aquiles dio alcance a la Tortuga y tomó asiento en su caparazón.   —Ha llegado el final de nuestra carrera —dijo la Tortuga—, y ello a pesar de que se componía de una serie infinita de distancias. Tenía entendido que algún sabihondo había probado que eso era imposible.   —Es posible —dijo Aquiles—. ¡Es un hecho! Solvitur ambulando.     —¿Quiere que le cuente una carrera que todo el mundo cree poder terminar en dos o tres pasos y que, en realidad, consta de un número infinito de distancias?

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¡Tome nota!   El guerrero sacó de su casco (pocos disponían de bolsillos en aquellos tiempos) una libreta y un lápiz. La Tortuga le dictó: “A. Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí; B. Los dos lados de este triángulo son iguales a un tercero; Z. Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí”.   —¿Está de acuerdo en que todo el que acepte A y B como verdaderas, debe aceptar Z como verdadera? —indagó la Tortuga.   —¡Sin duda!   —O sea que hay una proposición hipotética que dice: “si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera”. Alguien podría aceptar las dos premisas, pero no la conclusión…   —Ciertamente —dijo Aquiles—, pero más valdría que se dedicara al fútbol.   —Llamemos C a esa proposición hipotética. Agréguela, por favor, antes de Z.   —En lugar de Z, deberíamos llamarla D —propuso Aquiles—: viene inmediatamente después de las otras tres. Si acepta usted A y B y C, debe usted aceptar Z.   —¿Y por qué debo aceptarla? —preguntó la Tortuga.   —Se sigue lógicamente de ellas: si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera.   —O sea que hay otra proposición hipotética que dice: “si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera”.   —Parece…   —Llamémosla D. Anótela, por favor, antes de Z.   —¡Por fin hemos llegado a la meta de esta carrera ideal: ahora que acepta usted A y B y C y D, por supuesto que acepta Z.   —¿La acepto? —dijo la Tortuga con ingenuidad—. Acepto A y B y C y D; sin embargo, supongamos que me niego a aceptar Z.   —En ese caso, la lógica la cogería a usted por el cuello y le diría que no tiene otro recurso: si ha aceptado A y B y C y D, debe usted aceptar Z. No hay alternativa.   —Todo lo que la lógica tenga a bien decirme, merece ser anotado —dijo la Tortuga—. Así que apúntelo en su libreta, por favor. Lo llamaremos E…   Meses después, Aquiles estaba todavía sentado en el caparazón de la muy paciente Tortuga, escribiendo en su libreta de notas, que ya parecía estar llena.

(El juego de la lógica. Barcelona: Tusquets)

. Aquiles y la tortuga I

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   El corredor más lento (la tortuga) nunca podrá ser alcanzado por el más veloz (Aquiles), pues el perseguidor tendría que llegar primero al punto desde donde partió el perseguido, de tal manera que el corredor más lento mantendrá siempre la delantera.

(Aristóteles. Física)

La tortuga y Aquiles    Augusto Monterroso 

    Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta.     En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.     En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles. 

 (La oveja negra y demás fábulas. México: Joaquín Mortiz, 1969)

Sesión abierta    Paul Brito 

   Aquiles fue acusado de asesinar a la tortuga. En el juicio Aquiles alegó que eso era absurdo, pues ni siquiera podía alcanzarla. Este argumento lo incriminó más, pues entonces aceptaba que la venía hostigando.     Zenón fue llamado a testificar. Apoyó a Aquiles afirmando que él ya había demostrado la imposibilidad del movimiento con sus aporías. El fiscal objetó que se estaba evaluando un asesinato real, que si el jurado se atenía a sofismas matemáticos, les iba a pasar lo mismo que la paradoja y nunca alcanzarían un veredicto.    Con esto prácticamente quedaba saldado el juicio. El jurado se retiró a deliberar. Volvieron tan rápido que fue como si nunca se hubieran movido. El veredicto señaló a Aquiles como autor material y, a Zenón, su cómplice intelectual.     Ambos fueron condenados a cadena perpetua. El juez remarcó la conclusión con un perentorio: «Se cierra la sesión» y lanzó un martillazo a la tapa de madera. Toda la audiencia fue testigo de que el martillo nunca tocó la mesa. 

 (El ideal de Aquiles. Bogotá: Hadriaticus, 2010)

Espectáculo circense    Nelson Estola 

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   La velocidad se puso de moda en Elea. Primero fueron las carreras de animales. Luego los hombres inventaron el atletismo y se pusieron también a correr. Más tarde se diseñaron vehículos a los que también se puso a disputar: por tierra, aire y agua.    Como por esta razón el circo viera radicalmente disminuido su público, el dueño —un tal Zenón— llamó a todos a presenciar la gran carrera: Aquiles -vs.- la tortuga. Más por la curiosidad de ver cómo se las arreglarían para hacer caber en el escenario una carrera seria, los eleáticos colmaron las bancas. Zenón anunció el espectáculo de lo inteligible y pidió a todos concentración para subordinar lo sensible.    Y, bueno, en teoría, la carrera aun no ha terminado, no obstante estar Aquiles —el héroe al que todos querían ver— haciendo sus mejores esfuerzos.

Amor asintótico    Raúl Brasca 

   Se vieron y corrieron el uno hacia el otro, pero cada paso que daban les exigía el doble de esfuerzo que el anterior. Sin embargo, el deseo crecía aún más rápido y los obligaba a seguir. Exhaustos, se acercaron lo suficiente para verse el color de los ojos; otro poco, y ella advirtió que él tenía dientes muy blancos y perfectos; otro, y él vio un lunar diminuto en la frente de ella; un poco más, y sólo tenían que estirar el cuerpo y tender sus manos para tocarse. Estiraron el cuerpo. Las manos se buscaron, avanzaron penosamente, siguen avanzando, las yemas de los dedos ya sienten la inminencia del roce, están muy cerca, cada vez más cerca, las marcas del esfuerzo descomunal se graban en las caras mientras el deseo se vuelve intolerable y ellos empujan sus manos hacia el límite infinitamente próximo, absolutamente inalcanzable. 

 (Todo tiempo futuro fue peor. Barcelona: Thule, 2004)

Aquiles y la tortuga    David Lagmanovich 

   La tortuga era un aparato dotado de capacidad computacional. De ahí la celeridad con que calculaba las diferencias, que siempre resultaban en su favor. Por su parte, Aquiles, que no había conseguido terminar el equivalente helénico de nuestra escuela primaria, ¿cómo habría podido superar al fatídico animal? Hizo lo que hace un guerrero: la destruyó con dos bien aplicados mandobles. Sin saberlo, retrasó en muchos siglos el desarrollo de la computación. 

 (Menos de 100. Mar de Plata: Martín, 2007)

Aquiles y la tortuga    Mario Goloboff 

   El valeroso Aquiles encontró una rosa en su camino. Le sacó un pétalo, luego otro, y otro más, y cuando fue desnuda, comprobó que esta vez había ganado él, pero a qué precio. 

 (El límite de la palabra [edición de Laura Pollastri]. Palencia: Menoscuarto, 2007)

El becado    Guillermo Bustamante Zamudio 

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Para Alexánder

   Para llegar a tu destino, primero debes recorrer la mitad del camino. Y para recorrer la mitad del camino, estás obligado a andar la cuarta parte. Y para andar la cuarta parte, indefectiblemente tienes que transitar la octava parte. Y como nada detiene el crecimiento del número que hace las veces de denominador, esa división se multiplica al infinito. No sólo nunca llegarás a tu destino, sino que difícilmente te moverás de tu sitio.    Ahora bien, si no piensas en complicaciones como en la que nos metió Zenón de Elea, si te portas como un turista normal, de pronto te hallarás en el otro lado, en el sitio exacto que dice el tiquete. No trates de resolver la incógnita acerca del momento en que los conceptos se vuelven cosas o las cosas se vuelven conceptos. No porque eso no tenga sus efectos en tu crecimiento intelectual, sino porque no vale la pena irse para pensar en asuntos en los que habrías podido pensar en tu casa, en la inmovilidad infinitesimal, sí, pero con una taza de café a tu alcance.    Ahora bien, cuando decidas volver, debes deshacer tus pasos la mitad del camino y la cuarta parte y la octava parte... Nunca lo lograrás. Si te vas, estás advertido. Si quieres volver a vernos, sólo tienes la opción de viajar como un turista, sin miramientos intelectuales. Pero, entonces, ¿para qué nos dices que te vas a estudiar?

Augusto Monterroso

Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, capital de Honduras.

Sin embargo, a los 15 años su familia se estableció en Guatemala y desde 1944 fijó su

residencia en México, al que se trasladó por motivos políticos.

Narrador y ensayista, empezó a publicar sus textos a partir de 1959, año en que se publica la

primera edición de Obras completas (y otros cuentos), conjunto de incisivas narraciones

donde comienzan a notarse los rasgos fundamentales de su narrativa: una prosa concisa,

breve, aparentemente sencilla que sin embargo está llena de referencias cultas, así como un

magistral manejo de la parodia, la caricatura y el humor negro.

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El pasado 7 de febrero se cumplieron 10 años de su muerte. e-Kuóreo le rinde este homenaje.

La fe y las montañas

   Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el

paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.

   Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover

montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el

lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más

dificultades que las que resolvía.

   La buena gente prefirió entonces abandonar la fe y ahora las montañas permanecen por lo

general en su sitio.

   Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que

alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.

La Oveja negra

   En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.

   Fue fusilada.

   Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy

bien en el parque.

   Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por

las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran

ejercitarse también en la escultura.

El espejo que no podía dormir

   Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se

sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban

de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna

suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico.

El burro y la flauta

   Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que

un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido

más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.

Page 37: Minicuentos de Jose Emilio Pacheco

   Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y

ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el

uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.

El paraíso imperfecto

   —Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en

la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo

único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

El eclipse

   Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlos. La

selva poderosa de Guatemala lo había opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia

topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna

esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el

convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su

eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

   Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se

disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que

descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.

   Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó

algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

   Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y

de su arduo conocimiento de Aristóteles.

   Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo,

valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

   —Si me matáis —les dijo— puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

   Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio

que se produjo un pequeño consejo, y espero confiado, no sin cierto desdén.

   Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente

sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno

de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas

fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad

maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

La mosca que soñaba que era un águila

   Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se

encontraba volando por los Alpes y por los Andes.

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   En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le

causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo

demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes; bueno, que todo

ese gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias

humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto.

   En realidad no quería andar en las grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho

menos.

   Pero cuando volvía en sí lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar

montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca, y por eso volaba tanto, y estaba tan

inquieta, y daba tantas vueltas, hasta que lentamente, por la noche, volvía a poner las sienes

en la almohada.

Juegos formales III

Lingüistas   Mario Benedetti

   Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.   De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:   ¡Qué sintagma!   ¡Qué polisemia!   ¡Qué significante!   ¡Qué diacronía!   ¡Qué exemplar ceterorum!   ¡Qué Zungenspitze!   ¡Qué morfema!   La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.   Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".

Trabajos de estiramiento   Julio Cortázar

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   Gálvez patea de media cancha, la pelota da en el travesaño y cae en la sopera justo cuando la señora Delossi va a meter el cucharón para servir al escribano Torres que se queda con el plato hondo en la mano mirando fijo hasta que diversas señoritas de la acción católica se compadecen y le ponen monedas de cinco pesos que al final son cuatrocientos, suma con la que se podrá hacer frente al transporte entre mi casa y la de la Tota, que ha llamado por teléfono para clamar que el pescadito de color se está quedando en el fondo de la pecera y que en la familia temen una intoxicación por exceso de cloro o algo así, de manera que durante el viaje que dura su media hora voy estudiando un plan de acción, lavaje de estómago con la bombilla del mate soplada a fondo, flexión de agallas y cambio del agua corriente por unos litros de pura Villavicencio nacida de manantiales andinos, patria chica de Gálvez que expulsado por el árbitro because patada en culo contrafórward contrario sale de la cancha arrancándose la camiseta y llorando como un hombre.

(Último round)

El chofer nuevo [sin la letra ‘a’]   Enrique Jardiel Poncela

   Siempre que el chófer nuevo puso en movimiento el motor de mi coche ejecutó sorprendentes ejercicios llenos de riesgos y sembró el terror en todos los sitios: destrozó los vidrios de infinitos comercios, derribó postes telefónicos y luminosos, hizo cisco trescientos coches del servicio público, pulverizó los esqueletos de miles de individuos, suprimiéndoles del mundo de los vivos, en oposición con sus evidentes deseos de seguir existiendo; quitó de en medio todo lo que se le puso enfrente; hendió, rompió, deshizo, destruyó; encogió mi espíritu, superexcitó mis nervios… pero me divirtió de un modo indecible, porque no fue un chófer, no; fue un simún rugiente.   ¿Por qué este furor, este estropicio continuo? ¿Por qué si dominó el coche como no lo hizo ningún chófer de los que tuve después? Hice lo posible por conocer el misterio:   —Es preciso que expliques lo que te ocurre. Muchos infelices muertos por nuestro coche piden un desquite… ¡Que yo mire en lo profundo de tus ojos! ¿Por qué persistes en ese feroz proceder, en ese cruel ejercicio?   Inspeccionó el horizonte, medio sumido en el crepúsculo, y moderó el correr del coche. Luego hizo un gesto triste.   —No soy cruel ni feroz, señor —susurró dulcemente—. Destrozo y destruyo y rompo y siembro el terror… de un modo instintivo.   —¡De un modo instintivo! ¿Eres entonces un enfermo?   —No. Pero me ocurre, señor, que he sido muchísimo tiempo chófer de bomberos. Un chófer de bomberos es siempre el dueño del sitio por donde se mete. Todo el mundo le permite correr; no se le detiene; el sonido estridente e inconfundible del coche de los bomberos, de esos héroes con cinturón, es suficiente y el chófer de bomberos corre, corre, corre… ¡Qué vértigo divino!   Concluyó diciendo:   —Y mi defecto es que me creo que siempre voy conduciendo el coche de los bomberos. Y como esto no es cierto, y como hoy no soy, señor, el dueño del sitio por donde me meto, pues, ¡pulverizo todo lo que pesco!...   Y prorrumpió en sollozos.

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Una mesa es una mesa   Peter Bichsel

   Un viejo ya no habla y tiene el rostro demasiado cansado para sonreír o para avinagrarlo. Vive en una pequeña ciudad, al final de la calle. Apenas nada le diferencia de los otros. Lleva sombrero, pantalones y chaquetas grises y, en invierno, un abrigo largo y gris. Tiene el cuello delgado con la piel seca y arrugada; los cuellos blancos de las camisas le van demasiado anchos. Quizá estuvo casado y tuviera hijos, quizá vivió antes en otra ciudad. Sin duda alguna fue niño, en una época en que los niños vestían como mayores. En su cuarto hay dos sillas, una mesa, una alfombra, una cama y un armario. Encima de una mesita hay un despertador, periódicos viejos y un álbum de fotografías; cuelgan de la pared un espejo y un cuadro.   El viejo daba en las mañanas y en las tardes un paseo, cambiaba unas palabras con su vecino y por las noches se sentaba a la mesa. Siempre lo mismo, incluso los domingos. Al sentarse oía el tic-tac, el eterno tic-tac del despertador.   Hasta que llegó un día distinto, de sol, ni demasiado caluroso ni demasiado frío, con gorjeos de pájaros, gente amable y niños jugando. De repente, al viejo le gustó todo aquello. Sonrió. “Todo va a cambiar ahora”, pensó. Se desabrochó el botón del cuello y apresuró el paso, flexionando, incluso, las rodillas al andar. Llegó a su calle, saludó a los niños y entró. Pero en el cuarto todo seguía igual; tan pronto se sentó, volvió a oír el dichoso tic-tac. El viejo montó en cólera. Vio en el espejo cómo se le enrojecía la cara, frunció el ceño, apretó convulsivamente las manos, levantó los puños y golpeó la mesa gritando: “¡Tiene que cambiar, todo tiene que cambiar!”. Y dejó de oír el despertador. Luego empezaron a dolerle las manos, le falló la voz, volvió a oír el despertador.   —Siempre la misma mesa —dijo el viejo—, las mismas sillas, la cama, el cuadro. Y a la mesa la llamo mesa, al cuadro, cuadro, la cama se llama cama. ¿Por qué? Los franceses llaman a la cama ‘li’ y a la mesa ‘tabl’ y se entienden. Y los chinos también se entienden. “Por qué no se llama la cama cuadro”, pensó el viejo y sonrió. Rió hasta que los vecinos dieron golpes a la pared gritando “¡silencio!”. “Ahora van a cambiar las cosas”, se dijo y llamó a la cama ‘cuadro’.   —Tengo sueño, me voy al cuadro —dijo. Y por la mañana se quedaba a veces echado largo tiempo en el cuadro, pensando cómo llamar a la silla, y la llamó ‘despertador’. Se levantó, se sentó en el despertador y apoyó los brazos en la mesa, que ahora se llamaba alfombra. Así, pues, por la mañana abandonó el cuadro, se sentó en el despertador frente a la alfombra y empezó a pensar en los nuevos nombres de las cosas. A la cama la llamó cuadro; a la mesa, alfombra. A la silla, despertador. Al periódico lo llamó cama. Al despertador, álbum de fotografías. Al armario, periódico. A la alfombra la llamó armario. Al cuadro, mesa. Y al álbum de fotografías, espejo.   Así pues: por la mañana se quedó echado durante largo tiempo en el cuadro, a las nueve sonó el álbum de fotografías, se levantó y se puso encima del armario para que no se le helaran los pies; sacó la ropa del periódico, miró en la silla de la pared, se sentó en el despertador frente a la alfombra y hojeó el espejo hasta encontrar la mesa de su madre.   Lo cambió todo de nombre; él ya no era un viejo sino un pie y el pie era una mañana y la mañana un viejo. Sonar significó poner; helarse, mirar; estar echado significó sonar; levantarse, helarse; poner quería decir hojear. De modo que por el viejo se quedó el pie durante largo tiempo sonando en el cuadro, a las nueve puso

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el álbum de fotografías, el pie se heló y hojeó en el armario para que no mirara la mañana.   Compró cuadernos azules y los iba llenando de nuevas palabras. Tenía mucho trabajo y apenas se le veía por la calle. Aprendió los nuevos nombres de las cosas y fue olvidando los antiguos. De vez en cuando soñaba incluso en el nuevo idioma. Más tarde tradujo las canciones de su infancia y las cantaba en voz baja. Pronto le resultó difícil traducir. Había olvidado casi por completo el viejo idioma y tenía que buscar las palabras justas en sus cuadernos azules. Le atemorizaba hablar, pues la gente llama cama al cuadro; a la alfombra, mesa; al despertador, silla; a la cama, periódico; al espejo lo llama la gente álbum de fotografías, y así...   Llegó al extremo de entrarle la risa cuando oía hablar a la gente: “¿Va a ir usted mañana al partido de fútbol?”. O cuando alguien decía: “Hace dos meses que no para de llover”. Le entraba risa por el sentido que tenían esas frases o porque no las entendía. Por eso callaba. Hablaba solamente consigo mismo y ni siquiera saludaba.

Solución a nuestro problema núm. 60 ‘Crucigramas cruzados’   Jorge Enrique Adoum

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(Entre Marx y una mujer desnuda)

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Noel   Juancarlos Moyano Ortiz

   Nació cadáver.   Envejeció y con los años, poco a poco, se le enderezó la columna vertebral, sanó del reumatismo y la piel se le fue templando en una sonrosada lisura.   Se acostó con bellas mujeres, triunfó en las apuestas hípicas, acertó el gordo en tres loterías y con habilidad postmatura ocupó importantes puestos en la administración de gobierno.   Sintió el amor entre las venas como una fría culebra que lo recorrió de pies a cabeza. Supo de las dichas de una amante niña, hasta cuando ella decidió abandonarlo: Siendo una mujer adulta y él un chico de pocos años.   Antes de volver al vientre materno y asumir la movención renacuaja de un espermatozoide y ser la dicha y los espasmos de dos enamorados, grabó en su diminuto instinto el sonido de los gemiditos amorosos de su madre.

(La pasión de las lunas. Bogotá: Puesto de combate, 1980)

Cuento con ce   Carlos López

   Carmiña camellaba como cualquiera —clarifico concepto “cualquiera”: casquivana, canina confianzuda, callejera—. Caminaba calles capitalinas contoneando caderas, cazando clientes. Cabello castaño claro, cuerpo con curvas, cara coloreada con cuantioso carmesí, corsé con cintas colgantes, cinturón cuero culebra, calzado cuero cocodrilo, carterón corroído. Ceño cansado, cadencioso caminar… ¡completamente concupiscente!   Caminando, cazó cliente corpulento con carro (Citroën), camisa carísima (con cocodrilito), corbata (Capezio), calzado (Corona) con colores clásicos, calcetines (Cordani), cumbamba con candado, colonia (Cartier). Cliente con casamiento consumido, con complicaciones caseras, consuetudinariamente compraba cariño callejero. Cliente cuestiona: “¿Cuánto?”. Carmiña calcula: carro, corbata, categoría, capital considerable… “Cincuenta” —comenta—. Cliente consulta cartera, cuenta capital con cuidado, cara codiciosa, comercia: “Cuarenta… comprenda: crisis, consumos caseros”. Carmiña consistente, canta: “Cincuenta”… cliente cede: “¡Camine!”.   Cliente conduce. Ciudad capital: centros comerciales, clubes, cantinas… consigue coronar centro: carrera catorce con cuarta, cuchitril currambero, canciones conocidas. Comparten coñac, Carmiña con calma, consume colilla. Conversan cosas caseras, contexto citadino... Comentan condiciones contrato: coito corto, cero cóleras, cero cachiporrazos, cero cocaína, compensación cumpliendo complacencias. Cliente consulta constantemente cronómetro… ¿Cuándo comenzamos, cuchi-cuchi?   Cuarto con cenefas cursis, cortinas cochinas, claraboyas curiosas con claroscuros, cuadros convencionales, catre colosal. Cliente consume cápsulas catapultadoras: cauteloso, colócase condón. Carmiña competente, con certeza, comienza con caricias calentadoras, cabalga cliente —¡cliente contentísimo!—. Cumpliendo cabalmente con contrato, compone Camasutra completo: carretilla, cuna, cabalgata, columpio, cucharita… ¡cuánta cochinada conocida! Cliente campante: cúspide, cumbre, cima, caudal, cascada, cataclismo, culminación, clímax… cansancio. Convulso, ciertamente complacido, cancela Carmiña cien.

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Cada cual comienza confianzudamente colocándose cucos, calzoncillos, calcetines, camisa, corbata, calzado, cartera, cinturón… Cliente: carro, Carmiña: calle.   ¡Catástrofe, compañeros!: condón construido Corea con cero calidad, con cráter contraproducente, capullo con cavidad causa concepción casual. Carmiña concibe criatura. Como condenada, comienza calvario con crianza. Colérica, crispada, contrariada, cede criatura. Comadrona cría Calixto con cariño. Calixto con cutis claro, cabello castaño consonante con cabello Carmiña. Crece: cuatro, cinco. Cuando cinco, cursa colegio. Cotidianidades colegiales: cuadernos, crayones, columpios, cuentos, colombinas… colegial concentrado, comprensivo, colega carismático, colaborador con cada compañero.   Cuando cuenta con catorce, conoce Carlota: cuarentona cuidadosamente conservada, ciclista compulsiva, cero cigarrillo, cabello con canas coloreadas, cuerpo celestial comparado con culicagadas. Cuarenta calendarios, calurosos, calientes, ¡candentes! Cuchibarbie coquetona conoció crecimiento Calixto, codició cuerpo, cara, castidad. Cazadora curtida, comienza conquista con comentarios cochinitos, con cuentos calientes, con condiciones cubiertas… Calixto, cándido, come carnada. Comparten cópula. Consumada circunstancia carnal, Carlota confiesa con culpabilidad: “Calixto, conocí Carmiña… ¡compartimos como compañeras!… ¡compinches!”. Calixto consternado: “¿Cómo? Carmiña casquivana, callejera, cuquifloja, culipronta…”. Confundido, consulta clarividente. Cassandra, concentrada, consulta canica cristal: “¡Calamidad celestial! —comenta—: confirmado, concebido casualmente”. Calixto con congoja, considérase cucaracha canequera. Clama confundido, contemplando cielo: ¡Cómo! ¿cómo?, ¡concebido con cliente! ¿Cuál?… ¿constructor? (corroncho con caminado cursi), ¿carnicero? (caricortado con cuchillo), ¿conductor? (cretino con certificado). ¿cura? (cachondo consagrado), ¿contador? (cicatero con consentimiento), ¿canciller? (con carácter corrupto, cínico, convence comunidad con cuentos cañeros), ¿cuentista? (cobarde componiendo cuentos con ce), ¿consejero? (corrector, crítico, curtido con canas)… cualquiera… ¡Caray! ¡Carambolas! ¡Cáspita! ¡Carachas! ¡Carajo!   Consternadísimo, camina cabizbajo. Colapsa. Concluye cruelmente contrato cósmico… consumiendo cianuro. Cementerio Central, Catacumba cuatrocientos.   Cuento continuará… (Casualmente, Carlota carga cigoto).

El final   Frederic Brown      El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.    —Y he encontrado la ecuación clave —dijo un buen día a su hija—. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.    Apretando un botón mientras hablaba, dijo:    —Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto —dijo, hablamos mientras botón un apretando.    —Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que máquina la. Campo un es tiempo el. —Hija su a día buen un dijo—. Clave ecuación la encontrado he y.    Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el. 

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Los confusos   Harold Kremer

   El rey de aquel país, para perpetuarse en el poder, se propuso crear una escuela de la confusión.   —De ahora en adelante —explicó a sus ministros— vamos a cambiar el significado de las palabras. A la noche la llamaremos guayaba, a la golondrina la llamaremos mar, al toro lo llamaremos piedra, al rey lo llamaremos gafas y así hasta completar un nuevo idioma.   Los ministros se pusieron a trabajar y crearon, al cabo del tiempo, un diccionario nuevo.   Todos los niños fueron obligados a prepararse en la nueva escuela.   Cuando estuvo lista la primera generación el rey construyó una nueva ciudad y envío allí a hombres y mujeres.   Con el tiempo, las siguientes generaciones confusas declararon la guerra. Sus ejércitos se tomaron la ciudad, entraron a palacio y pusieron preso al rey. El jefe le dijo:   —Gafas, por principio te basamos en el plato torcido. ¡Te disfrazamos el ajedrez por tus colas del caucho!   Al escuchar la orden de su jefe, los hombres confusos lo llevaron a la plaza y lo decapitaron.

(El combate. Cali: Deriva, 2004)

Subraye las palabras adecuadas   Luis Britto García      Una mañana tarde noche el niño joven anciano que estaba moribundo enamorado prófugo confundido sintió las primeras punzadas notas detonaciones reminiscencias sacudidas precursoras seguidoras creadoras multiplicadoras trasformadoras extinguidotas de la helada la vacación la transfiguración la acción la inundación la cosecha. Pensó recordó imaginó inventó miró oyó talló cardó concluyó corrigió anudó pulió desnudó volteó rajó barnizó fundió la piedra la esclusa la falleba la red la antena la espita la mirilla la artesa la jarra la podadora la aguja la aceitera la máscara la lezna la ampolla la ganzúa la reja y con ellas atacó erigió consagró bautizó pulverizó unificó roció aplastó creó dispersó cimbró lustró repartió lijó el reloj el banco el submarino el arco el patíbulo el cinturón el yunque el velamen el remo el yelmo el torno el roble el caracol el gato el fusil el tiempo el naipe el torno el vino el bote el pulpo el labio el peplo el yunque, para luego antes ahora después nunca siempre a veces con el pie codo dedo cribarlos fecundarlos omitirlos encresparlos podarlos en el bosque río arenal ventisquero volcán dédalo sifón cueva coral luna mundo viaje día trompo jaula vuelta pez ojo malla turno flecha clavo seno brillo tumba ceja manto flor ruta aliento raya, y así se volvió tierra.

(Rajatabla. Caracas: Monte Avila Editores, 2007)

Microfábula (P)   Luisa Valenzuela

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   Pingüina y Pingüino parten la Patagonia en partes proporcionales: para prevenir la piratería profana, proponen. Pocos paladean la píldora: puras patrañas, protestan; puras pavadas.Pero personas piadosas piensan que el país progresó con pingüinos en el poder y perdonan los pecados de la propiedad privada. Los peligros se pasan porque priman las pasiones primordiales por sobre las patrimoniales. Se puede participar paradojalmente pasando por pelotudos pero practicando propuestas periféricas, pacíficas y prácticas. Permitiendo proposiciones populares, planteando problemas para paliarlos en profundidad.   La patria pide pista para planear por las plenitudes planetarias.

   Moraleja   Suele ser más conveniente interceder en política desde el llano que volverse político.

(Ángeles Encinar y Carmen Valcárcel. Más por menos. Antología de microrrelatos hispánicos actuales. Madrid: Sial, 2011)

Regla de tres simple   Henry Ficher

   Ejercicio 1   X estaba cursando su segundo semestre de medicina cuando su novia, Y, lo abandonó para irse con Z, un escritor 5 años mayor que ellos. En su afán por recuperar a Y, X comenzó a frecuentar a Z y se hizo su amigo. Pasaban las tardes en el Café de los Turcos, hablando de literatura. Un año más tarde X anunció a su familia que abandonaría sus estudios de medicina para hacerse escritor.       Ejercicio 2   B, ateo hijo y nieto de ateos, se enamoró de A, la esposa de un pastor protestante, C, quien además era su mejor amigo. A medida que crecía su pasión, más intenso se hacía su sentimiento de culpa. Un día, estacionando de reversa en el garaje de su casa, atropelló a su hijo de 5 años. Entendió que Dios lo había castigado y abrazó la fe.      Ejercicio 3   G era una virtuosa mujer de sociedad, casada con F, un congresista con fama de puritano. Un día los diarios publicaron una escandalosa historia sobre los amores ilícitos de F con J, una costurera que vivía en uno de los barrios más pobres de la ciudad. En venganza, G se retrató desnuda, excepto un delantal y cofia de sirvienta, para una revista pornográfica.

Historias plausibles

Dolores zeugmáticos   Guillermo Cabrera Infante

   Salió por la puerta y de mi vida, llevándose con ella mi amor y su larga cabellera negra.

(Exorcismos de esti(l)o. Barcelona: Seix Barral, 1976)

Lúdico lírica (esdrújulas I)

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   Rafael García Z.

   Terroríficas imágenes oníricas persíguenme frenéticamente: pétreas gárgolas góticas, hipnóticas, aplícanme enérgicamente áspero ósculo mortífero; energúmenos licántropos famélicos, arráncanme, devóranme, músculos y órganos; ángeles diabólicos cántanme estentórea música fúnebre; simultáneamente, espíritus malévolos, pútridos, ultrájanme sádicamente.   Altísimo, mírame: encuéntrome pálido, cadavérico, mórbido… suplícote, agónicamente, proporcióname práctico antídoto onírico.   Cálidamente,   Mefistófeles.

(El mago natural. México: Ficticia, 2008)

Todo lo contrario   Mario Benedetti

   ―Veamos ―dijo el profesor―. ¿Alguno de ustedes sabe qué es lo contrario de IN?   ―OUT ―respondió prestamente un alumno.   ―No es obligatorio pensar en inglés. En español, lo contrario de IN (como prefijo privativo, claro) suele ser la misma palabra, pero sin esa sílaba.   ―Sí, ya sé: insensato y sensato, indócil y dócil, ¿no?   ―Parcialmente correcto. No olvide, muchacho, que lo contrario del invierno no es el vierno sino el verano.   ―No se burle, profesor.   ―Vamos a ver. ¿Sería capaz de formar una frase, más o menos coherente, con palabras que, si son despojadas del prefijo IN, no confirman la ortodoxia gramatical?   ―Probaré, profesor: “Aquel dividuo memorizó sus cógnitas, se sintió dulgente pero dómito, hizo ventario de las famias con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la flación y su cremento”.   ―Sulso pero pecable ―admitió sin euforia el profesor.

¡Huyamos!   Ana María Shua

   ¡Huyamos, los cazadores de letras est´n aqu´!

Por escrito gallina una   Julio Cortázar

   Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf,

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y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.

(La vuelta al día en ochenta mundos)

Flechazo   Marina de la Fuente

   Etsá carlo que llagetse a mi vdia praa doserderlana por cepmolto.

Sin puntuación   Saúl Yurkievich

   Comienza con los pulmones plenos lee de corrido el punto no viene ni siquiera coma queda poco aire sigue sumergido las palabras se enfilan sin respiro enrojece las sienes se tensan se ahoga comprimen y nada y nada nada hasta reventar.

El límite de la palabra (Edición: Laura Pollastri). Palencia: Menoscuarto, 2007

Canción cubana   Guillermo Cabrera Infante

   ¡Ay, José, así no se puede!   ¡Ay, José, así no sé!   ¡Ay, José, así no!   ¡Ay, José, así!   ¡Ay, José!   ¡Ay!

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(Exorcismos de esti(l)o. Barcelona: Seix Barral, 1976)

El precio de la transacción   Fernando Solarte Lindo

   Todos los centinelas, que hoy llámanse guardaespaldas, dieron en permitir el paso por la entrada de la fastuosa villa al caballero que habíase apeado con su perro del lujoso carruaje con motor de ocho cilindros. E yendo ellos así, los recibió en la suntuosa sala el otro caballero también mui rico e dueño de la casa.   —Tengo por bien traer la mercancía —dixo el visitante poniendo en la mesa un pequeño paquete—. No es menester loar que vuesa merced, como homme entendido, ha de valorar justamente.   Cuando esto hobo dicho, el dueño de la casa sacó de su bolsillo tremendo fajo de billetes e la transacción iba a cerrarse con buen suceso, sin non hobiese de por medio que presto un gato casero saltó sobre la mesilla e ungullóse el atado de la mercancía. Estonce el perro del visitante, un pastor alemán de malas pulgas, cayó sobre el gato e matólo.   El dueño de la casa, dolorido por la muerte de su gato, tomó una pistola e disparó seis tiros contra el perro que dio una voltereta e quedó con gran tiesura. El vendedor de la mercancía asió por una oreja al dueño de casa e lo apuñaleó porque le matara su perro. Presto los guardaespaldas fizieron papilla al chofer del visitante e llegaron los del barrio del chofer e mataron a los guardaespaldas, viniendo poco después los familiares destos que acabaron con los parientes e los amigos del chofer e del visitante, mas arribaron por fin los guardaespaldas deste último e se agarraron en lucha de todos contra todos e matáronse unos a otros.   Dixo la polecía que la causa de tanta mortandad fue la mercancía que era una esmeralda o una onza de cocaína.

Pregunta   James Joyce   ¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable —por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.

In libris, libertas   Michael Maar

   Si los fantasmas no están apretados entre las páginas de un libro, son difíciles de contener, y tal vez es precisamente por eso que deben estar apretados entre las

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hojas. Tal vez algo se exorciza en la literatura que amenaza con tomar raíces en la vida. Tal vez esa es la meta, en realidad: deshacerse de sus demonios a través de la ficción.

Ojos de perro   Henry Ficher

   Es de noche. La luna llena está escondida tras las nubes y el viento trae de lejos los aullidos de los perros.   Mi perro permanece en silencio. Se levanta de su lugar frente al fuego y mira fijamente hacia un rincón oculto tras las sombras, con la cola entre las patas, las orejas gachas y la pelambre erizada.   Yo no quiero ni pensar qué está mirando.

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Los fantasmas y yo   René Avilés Fabila

   Siempre estuve acosado por el temor a los fantasmas, hasta que distraídamente pasé de una habitación a otra sin utilizar los medios comunes.

El fantasma   Gustavo Tatis Guerra

   —¡Salga de aquí, por favor, salga rápido de la casa! —le dijeron los niños.   —¡Ya, ya… no me acosen! ¡Ya voy a salir! —dijo desconcertado el fantasma—. Ustedes tienen la culpa. Ustedes me imaginaron.

Hombre en el umbral   Carlos Castillo Quintero

   Con la sensación del agua tibia deslizándose sobre su piel, la mujer, desnuda, sale del baño y frente al tocador se contempla, se reconoce bella, espléndida en su

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desnudez.   El hombre parado en el umbral, la mira.   Ella se perfuma y un aroma de selva llena la habitación; cada movimiento de su mano entreabre su cuerpo, insinúa lo que viene. Los senos firmes sienten la caricia que se impacientan. Como para distraerse peina el ondulado manantial que llega a su cintura; de sus ojos azules brota el oscuro fuego que la embarga.   El hombre parado en el umbral, la mira.Ya vestida, su desnudez es mayor. Bajo la bata ceñida sus caderas auguran abismos. Sin prisa, se prepara una bebida, mira el reloj y en el lecho se abandona.   Es bella, piensa el hombre, y es mi esposa.   Una vez más vuelve a sentir el deseo pertinaz de poseerla. En ese momento, alguien entra a la casa, la mujer sonríe complacida. “Tiene llave propia”, piensa el hombre y lo ve subir, la ve arrojarse en brazos del intruso.   El hombre, parado en el umbral, la mira, los mira, y nuevamente maldice su condición de fantasma.

25   Édgar Allan García

   Con frecuencia tenía la sensación de que escribía como en mitad de un sueño sobre hechos que acaso no sucedieron pero que, de alguna extraña manera, había sido testigo de ellos. Sus personajes eran una especie de fantasmas, él mismo se sentía uno de ellos, y con frecuencia le agobiaba que la historia estuviera llena de frases inconclusas y sucesos absurdos. Lo único que sabía con certeza era que llevaba mucho tiempo escribiendo algo que amenazaba con no terminar nunca. Un día se sorprendió de que alguien abriera de par en par la puerta de su estudio y entrara sin pedir permiso, pero más sorpresa le causó que aquella mujer ataviada con ropajes extraños, le dijera a otra: …y es aquí donde lo envenenaron. Dicen los que habitan esta mansión que, sobre todo por las noches, se lo puede escuchar toser en este cuarto y rasgar febril el papel con su pluma.

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46. Fantasmas III

Regreso del dolor   Gonzalo Arango

   Aunque no la conozco ni la había visto nunca en mi vida, pienso que estará turbada por otras razones ajenas a la muerte del tipo, muerte que sólo a mí me

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concierne.   La gente se dispersa asqueada por los despojos triturados del muerto, y ese sol que pronto lo pudrirá. La mujer y yo quedamos junto al cadáver abandonado.   —Haga algo por él, usted que puede —dice con una voz trémula.   Esa voz me conmueve por la cantidad de amor y de dolor, como de nostalgias y de esperanza rotas.   —Soy el único que puede hacer algo por él —digo. Y agrego—: yo traté de ayudarlo, pero fracasé.   La mujer se aleja. En sus pasos descubro el cansancio y el peso de una desesperación superior a sus fuerzas, pero no puedo ayudarla.   Sin más esperanzas recojo mi cadáver y me marcho con él.

Verdad desnuda   Octavio Javier Bejarano

   Si sale a su balcón a medianoche, y ve que la luz del apartamento de enfrente está encendida y que unos cuerpos se agitan, usted pensará que sus vecinos hacen el amor. Pero si luego de cerrar y abrir los ojos descubre que al frente no hay edificio alguno, ni luz alguna, ni cuerpos algunos, usted tendrá que admitir lo terrible de sus 60 años en absoluta soledad. Entonces caerá en la cuenta de que el fantasma es usted.

El alma que venía todas las noches   Harold Kremer

   Dicen que son almas en pena porque aquella noche el hombre salió de la habitación con una linterna prendida, gritando a todo pulmón, quién anda por ahí, y buscó por toda la casa llevándose las cosas por delante y hasta dándole de patadas a las puertas para irrespetar de una vez el sueño de los inquilinos que se levantaron a decirle que los dejara dormir, por qué te levantás a joder a las una de la mañana, pero él insistía que por allí andaba, lo estoy oyendo, y José que le decía, debe ser un sueño que soñaste o es un sueño de otro que se te metió por los ojos, y él volteaba los muebles y se metía a los cuartos a esculcar entre los armarios, no me jodan que lo estoy oyendo desde hace mucho tiempo, y lo tuvieron que coger, amarrarlo a la cama y amordazarlo para que dejara de gritar, pero aún así gimió toda la noche y tuvo a la gente despierta, turnándose para cuidarlo y verlo llenarse de esa babasa que le salía por los poros, como un poseído del demonio, y cuando llegaron ellos dicen que ya tenía los ojos como de loco, sí, girando en las órbitas, pero se lo llevaron con todo y su babasa, aunque les dejó la pátina de su miseria al no llevarse con él el alma que venía todas las noches a buscarlo y que ahora viene a joderlos, a despertarlos para sentarse a llorar junto a sus camas y preguntarles por él, que dónde está, que se lo vuelvan a traer. 

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Pesadilla   Umberto Senegal

   El niño despertó, gritando horrorizado: “¡mamá, mamá, soñé que estabas viva!”.   La madre, como todas las noches cuando escuchaba llorar a su espantadizo hijo, acudió a consolarlo, flotando imperceptible y ligera por el amplio cuarto adornado todo con espejos quebrados.

Fantasmas   Guillermo Bustamante Zamudio 

   Los fantasmas pertenecen a épocas de ignorancia. No es que no existan, sino que cuando la modernidad no habitaba la expectativa, el temor asistía a los sentidos y pocas palabras acudían a la boca de quienes presenciaban lo impensado.   Nuestra época, en cambio, convive con ellos sin mayor problema: los arrinconó con explicaciones, con cálculos y cifras, hasta que se dejaron embotellar. Sus cuerpos hinchan globos que desafían la gravedad, alimentan el fuego de las estufas. Si prestamos atención, pueden oírse los ecos de sus voces ahogadas en los suaves chasquidos de los avisos publicitarios a los que dan color con su luz propia.

Casa con fantasma   Humberto Jarrín B.

   Esta casa es muy singular, y al contrario de mi inicial propósito —movido quizá por alguna antiquísima razón vengativa de la cual ya no me acuerdo—, he terminado por quererla.   Hay que ver las horas sin control —cercanas a la eternidad— que paso en el Cuarto de los Relojes. Como ellos, igual debió latir mi corazón en plena madurez. Hay que ver lo bien que me siento en el Cuarto de la Flores. Así de lozana y perfumada debió abrirse mi juventud.   Pero claro, cuando llego al Cuarto de los Retratos, a pesar de lo divertido que resulta siempre mirar las circunspectas generaciones que han pasado, ya comienzo a inquietarme, y como por naturaleza le temo a los fantasmas, por acto reflejo cierro los ojos cuando por alguna razón tengo que pasar por el Cuarto de los Espejos.

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Descontinuado   Leidy Bibiana Bernal

   Después de comprar la cabeza, los brazos, las piernas, el tronco y los órganos, al fantasma le fue imposible comprar la vida.

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Reacciones: 

42. Fantasmas II

Escalofriante   Thomas Bailey Aldrich

   Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres se han muerto. Golpean a la puerta.

Curiosidad   Roberto Perinelli

   Como a tantos asesinos, a éste lo seguían las sombras de sus víctimas. También lo imitaban: si él se sacaba el sombrero o encendía un cigarrillo, con sólo mirar de reojo el asesino descubría que las sombras también lo hacían. Pero sí el sacaba el revólver, las sombras desaparecían. Acaso por el temor o por la cortesía de darle lugar a la nueva, que pronto se les uniría.

Anécdota   Ambrose Bierce

   El señor W.C. Morrow, que solía vivir en San José, California, acostumbraba escribir cuentos de fantasmas que daban al lector la sensación de que un tropel de lagartijas, recién salidas del hielo, le corrían por la espalda y se le escondían entre los cabellos. En esa época, se creía que merodeaba por San José el alma en pena de un famoso bandido llamado Vásquez, a quien ahorcaron allí. El pueblo no

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estaba muy bien iluminado y de noche la gente salía lo menos posible de su casa.   Una noche particularmente oscura, dos caballeros caminaban por el sitio más solitario dentro del ejido, hablando en voz baja para darse coraje, cuando se tropezaron con el señor J.J. Owen, conocido periodista:   —¡Caramba, Owen! —dijo uno—. ¿Qué le trae por aquí en una noche como ésta? ¿No me dijo que este era uno de los sitios preferidos por el ánima de Vásquez? ¿No tiene miedo de estar afuera?    —Mi querido amigo —respondió el periodista con voz lúgubre—, tengo miedo de estar adentro. Llevo en el bolsillo una de las novelas de Will Morrow y no me atrevo a acercarme donde haya luz suficiente para leerla.

Un reencuentro   José María Merino

   Una tarde se acercó a la plaza en que se encontraba el pequeño hotel que había cobijado sus abrazos, y contempló la ventana de aquella habitación, donde relumbraba la luz interior. Estuvo allí mucho tiempo, hasta que despertó en él la sospecha de que su unión de aquella tarde no había terminado, que todavía los cuerpos de los dos permanecían allí dentro, enzarzados en su amorosa entrega, que sus besos no habían concluido, ni las caricias profundas en que ambos se embelesaban. Los dos seguían allí, pensó, y todo lo demás era sólo sombra, un exterior borroso y sin volumen, una escenografía apenas esbozada, y él mismo un fantasma superfluo, el jirón de un pensamiento vago.

El trust de los fantasmas   Giovanni Papini

   Hay médiums prodigiosos que consiguen emitir porciones de materia viviente llamada ectoplasma. En el estado de trance crean junto a sí miembros humanos y, a veces, criaturas enteras, de una materia casi fluida, pero observable, que los ignorantes llaman “espectros”. Durante muchos años he estudiado el problema de la conservación de los espectros y lo he conseguido finalmente. Hasta ahora estos fantasmas reales se disolvían al final de la sesión, con grave daño de la ciencia y también de la comodidad humana. Yo he conseguido hacerlos estables, duraderos y prácticamente inmortales. Semejantes criaturas casi irreales, y, sin embargo, vivas e inteligentes, serían buscadísimas en todas partes de la tierra. Tener a su servicio un espectro de materia sutilísima, que puede penetrar donde nos está vedado, que puede ver y oír lo que para nosotros es oscuro y mudo, que puede aterrorizar a nuestros enemigos y ser la compañía de nuestras noches —intermediario anfibio entre este mundo y el otro, entre la vida y la muerte, entre el ser y el no ser—, disponer de un ser no engendrado como todos los demás, un seudoantropo servicial, al cual es permitido lo que a los otros está negado, sería un lujo inaudito, una fortuna indecible y milagrosa. Una sociedad anónima para la

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fabricación y conservación de los espectros proporcionaría fabulosos beneficios. La industria tiene ahora el dominio y el monopolio de todas las fuerzas de la naturaleza, a excepción de la más admirable de todas: el espíritu. Estas apariciones indecisas y efímeras, que hasta ahora han servido únicamente para satisfacer la curiosidad y la vanidad de los psicólogos y el hambre de misterio y de emoción de los ocultistas, pueden convertirse, con ventaja para todos, en instrumentos de progreso y de bienestar. El pueblo de los fantasmas, hasta ahora refractario, puede entrar a formar parte de la economía mundial. También el alma, para el hombre moderno, es exportable y comerciable.

Cordelia   Francisco Tario

   Sintió pasos en la noche y se incorporó con sobresalto.   —¿Eres tú, Cordelia? —dijo.   Y luego:   —¿Eres tú? Responde.   —Sí, soy yo —le responde ella desde el fondo del pasillo.   Entonces se durmió. Pero a la mañana siguiente habló con su mujer que se llamaba Clara —y con su sirvienta que se llamaba Eustolia.

¿Sería fantasma?   George Loring Frost

   Al caer de la tarde, dos desconocidos se encuentran en los obscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:   —Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?   —Yo no —respondió el otro—. ¿Y usted?   —Yo sí —dijo el primero y desapareció.

Cuento de horror   Juan José Arreola

   La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

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Los huesos sagrados   Pär Lagerkvist

   Dos pueblos habían sostenido una gran guerra de la que ambos se sentían muy orgullosos, y que continuaba todavía con vivo ensañamiento sin tener para nada en cuenta las pequeñas necesidades humanas.   A ambos lados de la frontera sobre la que se habían librado las batallas, y donde los soldados fueron horriblemente muertos, se erigieron grandes monumentos conmemorativos en honor de los caídos por la patria, que yacían en sus tumbas. Allí se congregaban los dos pueblos, cada cual ante su respectivo monumento, y se pronunciaban exaltados discursos sobre las legiones de valientes cuyos huesos descansaban bajo tierra, santificados por una muerte heroica y cubiertos de gloria para toda la eternidad.   Un día circuló en ambos pueblos el impresionante rumor de que algo raro sucedía durante las noches en el antiguo campo de batalla. Se decía que se veían fantasmas, y que los muertos abandonaban sus sepulturas y cruzaban la frontera como si se hubieran reconciliado. La versión provocó una profunda inquietud. ¡Los héroes caídos, venerados por todos sus compatriotas, se reunían con los enemigos e intimaban con ellos! ¡Era demasiado!    Los dos pueblos resolvieron enviar sendas comisiones para investigar el caso. Los miembros de las comisiones se pusieron a espiar, escondidos detrás de algunos árboles secos que aún quedaban, y esperaron a que llegara la medianoche. ¡Qué espanto! ¡La especie resultó ser absolutamente cierta! El desolado campo se poblaba de horribles fantasmas que cruzaban la frontera llevando, al parecer, una carga consigo.   Los miembros de las comisiones corrieron hacia ellos indignados:   —¡Cómo, ustedes que se han sacrificado por su patria; ustedes, a quienes veneramos por encima de todo, por quienes nos reunimos para recordarlos y reverenciarlos, cuyas sepulturas nos son sagradas; ustedes fraternizan con el enemigo, se reconcilian con ellos!   Los héroes caídos los miraron asombrados:   —Nada de eso, seguimos odiándonos lo mismo que antes. Lo único que hacemos es cambiar los huesos. No existe ninguna ley que lo prohíba.

Final para un cuento fantástico   I. A. Ireland

   —¡Qué extraño! —dijo la muchacha, avanzando cautelosamente—. ¡Qué puerta más pesada!   La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.   —¡Dios mío! —dijo el hombre—. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro, ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!   —A los dos no. A uno solo —dijo la muchacha.   Pasó a través de la puerta y desapareció.

Su viuda y su voz   Ana María Shua

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   De las cañerías provenía un ruido fuerte y triste al que ella suponía la voz de su marido muerto. Todas las cañerías hacen ruido, argumentaban sus amigos. En todas las cañerías se manifiesta su espíritu, decía ella. Todas las cañerías hacían ruido cuando él estaba entre nosotros, argumentaban sus amigos. Pero solamente ahora me hablan de amor, decía ella.

Un Fantasma sensible   Lieu Yi-king

   Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Tche-yu fue protagonista de un hecho singular. A su lado surgió un fantasma gigantesco, de más de diez pies de altura, de tez negra y ojos inmensos, vestido con una casaca negra y cubierto con un bonete plano. Sin turbarse de modo alguno, Yuan Tche-yu conservó su sangre fría.   —La gente suele decir que los fantasmas son feos —dijo con la mayor indiferencia, dirigiendo una sonrisa a la aparición—. ¡Y tiene toda la razón!   El fantasma, avergonzado, se eclipsó.

La casa encantada   Anónimo europeo

   Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.    Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.   —Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.   Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.   —Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?

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   —Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!   —Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?   —Usted —dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.

Despedida   Rabindranath Tagore

   El arco dice bajito a la flecha, al despedirla: tu libertad es mía.

Huellas   Harold Kremer

   Se diría que no era demasiado profunda ni muy superficial, y a lo largo de los años marcó una ligera línea recta como si pretendiera llegar a algún lugar determinado. Luego comenzó a dar vueltas sobre sí misma hasta que por un largo tiempo se quedó hundida y sin rastro. Sobre ella hallé la cara de una moneda y una línea en dirección austral. Más adelante se unió a otras huellas que se regaban por bares, prostíbulos y templos. Al tiempo, decidió que era hora de regresar y se aprestó a retornar hasta el origen. Cuando llegó yo ya escribía las últimas líneas del informe. Lo entregué y tuve tiempo de morir.

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Viejos conocidos   Roberto Burgos Cantor

   Ella le pregunta. Incansable. Muchas veces. Casi siempre le pregunta lo mismo. Ahora ya no lo mira. Está acostada de espaldas y conoce sus movimientos cuando se va:   —¿Por qué te vas?   Él, obstinado, sonríe en cada ocasión y se queda en silencio.   Esta vez la mira, su espalda quieta, el lunar, y sin dejar de mirarla le contesta:   —Para no olvidarte.

La partida   Franz Kafka

   Ordené sacar mi caballo del establo. El criado no me comprendió. Fui yo mismo al establo, ensillé el caballo y monté. A lo lejos oí el sonido de una trompeta, le pregunté lo que aquello significaba. El no sabía nada, no había oído nada. En el portón me detuvo para preguntarme:   —¿Hacia dónde cabalga el señor?   —No lo sé —respondí—. Sólo quiero irme de aquí. Partir siempre, salir de aquí, sólo así puedo alcanzar mi meta.   —¿Conoce, pues, su meta? —preguntó él.   —Sí —contesté yo—. Lo he dicho ya. Salir de aquí, esa es mi meta.  

A Roma   William Ospina

   Cuando Tomás de Aquino iba hacia Roma, vio venir al pueblo elegido.   —Deteneos —gritó—. Roma está a vuestras espaldas.   —Otra es la ciudad que buscamos —dijo desde su barba el Patriarca.   —Nada hallaréis por este rumbo —les respondió Tomás—, sino barro y arena. Roma, en cambio, es templos y ángeles.   —No queremos encontrar templos y ángeles —dijo el Patriarca—. Queremos barro y arena para hacerlos.   Tomás de Aquino siguió su camino en silencio, pero no llegó a Roma.

Gerardus Mercator, 1578   César Jair Ariza Rojas

   En las mazmorras de la prisión de Lovaina, mientras la Inquisición deliberaba sobre su caso, Gerardus juró que, de ser dejado en libertad, se vengaría de la Iglesia. Sus amigos de la universidad hablaron a su favor cuando el Santo Oficio los llamó a declarar. Gerardus fue declarado inocente. Se le sometió, sin embargo, a un exilio forzoso, debiendo abandonar la ciudad rápidamente.   Antes de irse tuvo la ocasión de entrevistarse con dos o tres personas muy influyentes, quienes le suministraron la información necesaria para la ejecución de

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su venganza.   Gerardus dejó la ciudad una mañana de septiembre, llevando consigo una inmensa cantidad de datos geográficos y sus instrumentos de trabajo. Decidió instalarse en la población de Duisburg, donde adquirió reputación de excelente cartógrafo.   Los siguientes treinta años los dedicó a refinar sus cálculos, a mejorar sus proyecciones. Cuando al fin hubo terminado su trabajo, decidió cumplir su juramento: publicar el primero de sus Atlas. A partir de ese momento, los brujos tendrían la oportunidad de conocer, de manos del mejor cartógrafo de Europa, un mapa verdaderamente exacto del Infierno.

El encuentro   José Libardo Porras Vallejo

   En principio, juzgué una gracia el encuentro con esos otros caminantes. Lo mismo que antiguos camaradas, compartimos asuntos de viajes y del corazón. Nos ayudamos con las cargas y, si alguno iba a desfallecer, de inmediato se oía el estribillo: “¡No desfallezcas! ¡Si desfalleces, todos desfalleceremos contigo!”. El camino ganó en lisura.   Al llegar a un estrecho cuadrivio, consideramos suficiente la jornada y nos dispusimos al descanso. Con lo mejor de cada viandante nos dimos una regalada cena. Yo ofrecí mi bota y, sentados alrededor del fuego del vino y la conversación, despedimos poco a poco la vigilia. Nos unía el afán de arribar a Esbirnia.   La noche transcurrió fresca, casi fría, pues era la última antes del invierno. Al amanecer nos recibió un cielo cerrado, de color bituminoso.   Al despertar, hallé a todos con sus alforjas, en actitud de partir. Discutían. Era imposible determinar la posición del sol y las huellas de nuestros pasos habían desaparecido. Cada uno sugería un rumbo diferente, exponiendo razones útiles, tanto para seguirle como para abandonarle.   —Percibo en el aire el dulce de los algarrobos del patio de mi casa paterna —dijo el primero; levantó al cielo el índice derecho, humedecido en saliva, y luego señaló un punto—. Ese es el norte —dijo, y narró una cacería al lado de su padre, en las tierras del sur.   —Ese no es el norte —repuso uno que, en tanto, había estado haciendo cálculos con una rama sobre la tierra fresca—. Es allá —exclamó, señalando en dirección opuesta al anterior, y expuso su teoría. Ninguno logró comprender.   —Fabriquemos una ruleta —sugirió el tercero, y refirió sus experiencias de garitero en los puertos de Messina, Catania y Siracusa.   De modo similar procedieron los demás. Sin acuerdo posible, se dispersaron por los cuatro puntos cardinales, cada uno convencido por sus propias razones. Yo, el más joven, me quedé ahí parado, sin saber a cuál de ellos seguir, rogando a Dios que me dejara ver el sol, un rayo de Su luz.

 “Los cinco cuentos cortos más bellos del mundo”

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Gabriel García Márquez - Caricatura de Walter Toscano

Así llamó Santiago Mutis Durán a una selección que hizo de relatos de Gabriel García Márquez: “Para la exposición de Gabriel García Márquez que preparé hace más de diez años, titulada «Yo sólo quería contar un buen cuento», revisé, dentro de sus varios miles de páginas de periodismo, 5 brevísimas historias contadas por él, que llamamos “Los cinco cuentos cortos más bellos del mundo”, y que se publicaron posteriormente en la revista Conversaciones desde la Soledad (Bogotá, 2001)”.

I

   Un niño de unos cinco años que ha perdido a su madre entre la muchedumbre de una feria se acerca a un agente de la policía y le pregunta: “¿No ha visto usted a una señora que anda sin un niño como yo?”.

II

   Mary Jo, de dos años de edad, está aprendiendo a jugar en tinieblas, después de que sus padres, el señor y la señora May, se vieron obligados a escoger entre la vida de la pequeña o que quedara ciega para el resto de su vida. A la pequeña Mary Jo le sacaron ambos ojos en la Clínica Mayo, después de que seis eminentes especialistas dieron su diagnóstico: retinoblastoma. A los cuatro días después de

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operada, la pequeña dijo: “Mamá, no puedo despertarme... No puedo despertarme”.

III

   Es el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde un décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

IV

   Dos exploradores lograron refugiarse en una cabaña abandonada, después de haber vivido tres angustiosos días extraviados en la nieve. Al cabo de otros tres días, uno de ellos murió. El sobreviviente excavó una fosa en la nieve, a unos cien metros de la cabaña, y sepultó el cadáver. Al día siguiente, sin embargo, al despertar de su primer sueño apacible, lo encontró otra vez dentro de la casa, muerto y petrificado por el hielo, pero sentado como un visitante formal frente a su cama. Lo sepultó de nuevo, tal vez en una tumba más distante, pero al despertar al día siguiente volvió a encontrarlo sentado frente a su cama. Entonces perdió la razón. Por el diario que había llevado hasta entonces se pudo conocer la verdad de su historia. Entre las muchas explicaciones que trataron de darse al enigma, una parecía ser la más verosímil: el sobreviviente se había sentido tan afectado por su soledad que él mismo desenterraba dormido el cadáver que enterraba despierto.

V

   El pelotón de fusilamiento lo sacó de su celda en un amanecer glacial, y todos tuvieron que atravesar a pie un campo nevado para llegar al sitio de la ejecución. Los guardias civiles estaban bien protegidos del frío con capas, guantes y tricornios, pero aun así tiritaban a través del yermo helado. El pobre prisionero, que sólo llevaba una chaqueta de lana deshilachada, no hacía más que frotarse el cuerpo casi petrificado, mientras se lamentaba en voz alta del frío mortal. A un cierto momento, el comandante del pelotón, exasperado con los lamentos, le gritó:   —Coño, acaba ya de hacerte el mártir con el cabrón frío. Piensa en nosotros, que tenemos que regresar.