Michaux

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JULIO DE 2013 7 Henri Michaux, o cómo escapar de la petrificación PHILIPPE OLLÉ-LAPRUNE SEMBLANZA Ilustración: MESCALINE, ©HENRI MICHAUX Antes que escritor, Henri Michaux fue un explorador de sí mismo que recurría a la escritura para dejar constancia de sus hallazgos (o para profundizar en ellos). Amigo de Borges y Reyes, estableció sólidos vínculos con la América hispana, aunque su curiosidad lo llevó mucho más lejos. Presentamos aquí parte del prólogo que aparecerá el próximo año en Para leer a Henri Michaux, antología preparada por Ollé-Laprune EN LENGUA FRANCA E n 1954 Henri Michaux anun- cia a sus conocidos que pre- tende experimentar con el consumo de drogas aluci- nógenas, y se organiza para hacerlo. Entonces tiene 55 años y la obra y el mito de Michaux ya están sólida- mente estalecidos. Con ello, busca provocar que su men- te enloquezca, hacer posible un recorrido por el co- razón de las zonas más oscuras de su ser. Desde hace mucho tiempo le ha dado un sentido poco usual a su práctica artística: permitir reconocerse a profun- didad, como si cada uno pudiera explorar su mundo interior de la misma forma que lo hace con una ciu- dad o un paisaje. Lo escribe en su recopilación Pa- sajes: “Escribo para recorrerme. Pintar, componer, escribir: recorrerme. En ello reside la aventura de ser en la vida.” 1 Su actividad creadora surge del mis- mo corazón de su razón de ser: crear y vivir consis- ten en una sola cosa, ya que la meta es trabajar con 1 Traducción tomada de Henri Michaux, “Dibujos comentados”, en La noche se agita, Ponte Caldelas, Ellago Ediciones, 2009. [N. de la t.] el fin de conocerse, sin descanso ni estancamiento, rechazando las certezas e internamientos. Recorrer- se. Como si el proyecto de una existencia y el motor de una obra dependieran de ello. La búsqueda de Michaux da una sensación de vértigo: la imposibili- dad de alcanzar una meta precisa hace que cualquier conclusión sea imposible. El objetivo se encuentra en el cambio y no en el resultado. Este movimiento resume lo que da sentido al destino y a los escritos y dibujos de Henri Michaux. Se compromete con una búsqueda interior, con la certeza de que así podrá re- mediar las carencias que le impuso la vida y descu- brir su ser en todo su esplendor y misterio. Alimenta esta impresión confusa que consiste en ver la inmovilidad como una postura que pro- cede contra la vida y que da a la muerte una posi- bilidad de arraigo. Desde muy joven tiene la sen- sación de ser un “hombre agujereado” 2 a quien lo aqueja una carencia y que, visto de esta forma, sus investigaciones y trabajos deben servirle para lle- nar este agujero. Desde su nacimiento se puso al margen y con- servó esta huella durante mucho tiempo: nace en 2 Referencia tomada del poema “He nacido agujereado”. [N. de la t.] Bélgica, en Namur, en el seno de una familia de co- merciantes acomodados quienes rápidamente se volverán rentistas. En esta atmósfera provincial y confortable, el joven Michaux es enviado al inter- nado, después sigue su escolaridad en Bruselas, ro- deado de futuros escritores como Norge o Goemans. Pero sobre todo, el adolescente se ve como un “huel- guista de lo real”, cercano a la anorexia, solitario y ensoñador. Parece ser que tuvo la tentación de to- mar el hábito (como un cierto Georges Bataille), pero muy pronto renuncia a su proyecto. Conserva- ría una atracción muy fuerte por la figura de ciertos místicos, y la pérdida de la fe seguramente partici- pará en la construcción de esta sensación “de ser un hombre agujereado”. Padece ya una carencia funda- mental. Debido a la ocupación alemana de Bélgica, la universidad se cierra y el joven Michaux estudia solo, de forma autodidacta. Mientras que uno de sus profesores, e incluso sus condiscípulos, subrayan su facilidad por la escritura, rechaza este llamado y él mismo dirá: “se desembaraza de la tentación de es- cribir, que podría apartarlo de lo esencial”. 3 En él 3 Traducción tomada de Henri Michaux, Antología poética 1927-1986, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2005, p. 9. [N. de la t.] www.elboomeran.com

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Henri Michaux, o cómo escapar de la petrifi cación

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Antes que escritor, Henri Michaux fue un explorador de sí mismo que recurría a la escritura para dejar constancia de sus hallazgos (o para profundizar en ellos). Amigo de Borges y Reyes,

estableció sólidos vínculos con la América hispana, aunque su curiosidad lo llevó mucho más lejos. Presentamos aquí parte del prólogo que aparecerá el próximo año

en Para leer a Henri Michaux, antología preparada por Ollé-Laprune

EN LENGUA FRANCA

E n 1954 Henri Michaux anun-cia a sus conocidos que pre-tende experimentar con el consumo de drogas aluci-nógenas, y se organiza para hacerlo. Entonces tiene 55 años y la obra y el mito de Michaux ya están sólida-mente estalecidos. Con ello, busca provocar que su men-

te enloquezca, hacer posible un recorrido por el co-razón de las zonas más oscuras de su ser. Desde hace mucho tiempo le ha dado un sentido poco usual a su práctica artística: permitir reconocerse a profun-didad, como si cada uno pudiera explorar su mundo interior de la misma forma que lo hace con una ciu-dad o un paisaje. Lo escribe en su recopilación Pa-sajes: “Escribo para recorrerme. Pintar, componer, escribir: recorrerme. En ello reside la aventura de ser en la vida.”1 Su actividad creadora surge del mis-mo corazón de su razón de ser: crear y vivir consis-ten en una sola cosa, ya que la meta es trabajar con

1� Traducción tomada de Henri Michaux, “Dibujos comentados”, en La

noche se agita, Ponte Caldelas, Ellago Ediciones, 2009. [N. de la t.]

el fin de conocerse, sin descanso ni estancamiento, rechazando las certezas e internamientos. Recorrer-se. Como si el proyecto de una existencia y el motor de una obra dependieran de ello. La búsqueda de Michaux da una sensación de vértigo: la imposibili-dad de alcanzar una meta precisa hace que cualquier conclusión sea imposible. El objetivo se encuentra en el cambio y no en el resultado. Este movimiento resume lo que da sentido al destino y a los escritos y dibujos de Henri Michaux. Se compromete con una búsqueda interior, con la certeza de que así podrá re-mediar las carencias que le impuso la vida y descu-brir su ser en todo su esplendor y misterio.

Alimenta esta impresión confusa que consiste en ver la inmovilidad como una postura que pro-cede contra la vida y que da a la muerte una posi-bilidad de arraigo. Desde muy joven tiene la sen-sación de ser un “hombre agujereado”2 a quien lo aqueja una carencia y que, visto de esta forma, sus investigaciones y trabajos deben servirle para lle-nar este agujero.

Desde su nacimiento se puso al margen y con-servó esta huella durante mucho tiempo: nace en

2� Referencia tomada del poema “He nacido agujereado”. [N. de la t.]

Bélgica, en Namur, en el seno de una familia de co-merciantes acomodados quienes rápidamente se volverán rentistas. En esta atmósfera provincial y confortable, el joven Michaux es enviado al inter-nado, después sigue su escolaridad en Bruselas, ro-deado de futuros escritores como Norge o Goemans. Pero sobre todo, el adolescente se ve como un “huel-guista de lo real”, cercano a la anorexia, solitario y ensoñador. Parece ser que tuvo la tentación de to-mar el hábito (como un cierto Georges Bataille), pero muy pronto renuncia a su proyecto. Conserva-ría una atracción muy fuerte por la figura de ciertos místicos, y la pérdida de la fe seguramente partici-pará en la construcción de esta sensación “de ser un hombre agujereado”. Padece ya una carencia funda-mental. Debido a la ocupación alemana de Bélgica, la universidad se cierra y el joven Michaux estudia solo, de forma autodidacta. Mientras que uno de sus profesores, e incluso sus condiscípulos, subrayan su facilidad por la escritura, rechaza este llamado y él mismo dirá: “se desembaraza de la tentación de es-cribir, que podría apartarlo de lo esencial”.3 En él

3� Traducción tomada de Henri Michaux, Antología poética 1927-1986,

Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2005, p. 9. [N. de la t.]

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se manifiesta una especie de desconfianza hacia la escritura, como si ésta no fuera un fin en sí mis-ma, como si la capacidad de decir las cosas pudiera caer rápidamente en la inutilidad, la charla sin sus-tancia, como si la cristalización por medio de las palabras desembocara solamente en una traición. “Hacer prosa” jamás será una preocupación. Este rechazo constituye también la prueba de que Mi-chaux tiene, en lo más profundo de sí mismo, la ne-cesidad de escapar de lo previsible: no quiere estar ahí, donde se le espera.

Sin embargo, sigue siendo un lector apasionado y el descubrimiento de Lautréamont y de sus Cantos de Maldoror van a provocar un deseo de escribir que nunca lo dejará. Se acerca a la revista Le Disque Vert [El disco verde] y comienza a publicar ahí sus pri-meros textos. Para sobrevivir Michaux alterna los trabajitos y la escritura de textos extraños. Sin em-bargo, Bélgica lo ahoga y también entonces decide escaparse. Con la ayuda de sus amigos de la revista, parte rumbo a París en 1924 y ahí conoce rápida-mente a Paulhan y a Supervielle, quienes lo apoyan para que se instale en esta capital que brilla más que nunca. Ahí va a representar a Le Disque Vert, lo cual le abre muchas puertas. Comienza una existencia parisina hecha de amistades raras y muy intensas, de un ascetismo y de una pobreza que lo reenvían hacia lo esencial, de un apetito de reconocimiento que se ejerce en muchos campos. Descubre la pin-tura y el dibujo al observar las obras de Klee, Ernst, De Chirico. Este tiempo de aprendizaje permanece misterioso; Michaux nunca será muy preciso sobre su propia vida. De hecho, de 1919 a 1921 de seguro fue marinero en barcos franceses, pero nunca se ha tenido ninguna prueba de ello. Michaux ama el secreto, y éste lo recompensa bien. Trabaja como empleado en una editorial (donde incluso efectúa los envíos) y sueña con algo más… En 1927 publica su primer libro, que tiene un gran impacto: Quién fui, y sobre todo su profunda amistad con el poeta ecuatoriano de lengua francesa Alfredo Gangotena le permite lanzarse en un viaje que marca un hito. Parten hacia el Ecuador a finales de 1927. Va a via-jar por más de un año, recorriendo las montañas o bajando los ríos tropicales en canoa. Michaux va a vivir también dentro de la buena sociedad de Qui-to, rápidamente saturada por la atmósfera obsoleta de esas ricas familias que se frecuentan. Lleva su diario y envía a Paulhan fragmentos de textos de lo que será su primer libro aclamado grandiosamen-te por la crítica, Ecuador. En él alterna relatos de viaje, textos del género ensayístico y poemas. Esta construcción desemboca en un libro profunda-mente original, que rechaza el exotismo y observa sus propias reacciones con un tono innovador del cual el Levi Strauss de Tristes trópicos no renega-ría. Vive en “Quito, con nombre de cuchillo”, en el seno de una familia muy rica, y percibe la vacuidad de las relaciones humanas que observa; encuentra a la gente platicadora y “esta tierra desprovista de su exotismo”. 4 En cambio, los textos que describen las bellezas naturales están más marcados por el entu-siasmo y Michaux termina por encontrar encanto y grandeza en su país de acogida.

El viaje siguiente es en defi nitiva “su” viaje y da lugar a la publicación de su segundo y último libro de viaje, Un bárbaro en Asia. Pasa ocho meses entre India, China y Japón, y ahí construye un relato más lineal, tal vez más esperado. Pero también esmalta su texto con referencias de lecturas, al haber des-cubierto en la sabiduría asiática una relación con el mundo que le conviene y que alimenta sus arreba-tos de misticismo. Y como siempre, de lo que trata el texto es precisamente de su mirada de las cosas: no deja de pensar, sentir, confesar y acercar elementos. El poeta en movimiento sabe encontrar las palabras y las imágenes que arrastran al lector más hacia el espíritu del autor que hacia los territorios entonces visitados.

Dos eventos marcan el año 1930: la muerte trá-gica y misteriosa de sus padres (su padre muere en un “accidente”, tal vez defenestrado, y su madre cae en la locura y fallece inmediatamente después) y la publicación de su libro de relatos fantasmagóricos Pluma, en donde pone en escena a ese personaje li-gero y encantador. Así como sus primeros relatos habían intentado torcer el lenguaje y los de viaje apuntaban a dar cuenta de la realidad con fi delidad

4� Ibidem.

y una cierta distancia llena de elegancia, ese libro enviará la obra de Michaux hacia la ensoñación, el misterio y el humor. Pluma, ser sin espesor, atra-viesa el mundo al crear en él un desorden involun-tario y provoca situaciones chistosas e incongruen-tes. A través de sus textos, el joven autor descubre su talento único de creador de seres alejados de la realidad y que sin embargo llegan a decirla con una agudeza incomparable. Imperceptiblemente pasa de la descripción de un desplazamiento geográfi co a un viaje mental marcado por la invención y la fan-tasía. Más que inventar una realidad, toma lo real y le coloca sus extravagancias. Así escribirá más

tarde ese soñador confesado, en La noche agitada: “Estaba en Honfl eur y me aburría. Entonces, puse decididamente más camellos.”5 O anterior: “Crié en mi casa a un caballito. Galopa en mi cuarto, es mi distracción.”6 Esta forma de poner en relieve el ima-ginario en el corazón del mundo sensible empuja a nuestro autor a más y más rarezas. Para desorien-tar aún más a su lector, va a dedicarse a ir todavía más lejos en sus ensoñaciones y así construir mun-dos poblados de personajes incomparables, inaudi-tos y fantasmagóricos.

A su regreso de Asia, Michaux se abalanza sobre la escritura con júbilo, febrilidad incluso. Confía poe-mas a revistas, encuentra la forma que cultivará has-ta el fi nal: plaquetas o libros fi nos, cuya brevedad se adecua tan bien a sus textos. A veces da la sensación de no querer disfrutar del estatus de “hombre de le-tras”, pero enseguida reúne sus obras en volúmenes con mejor distribución, en particular bajo el sello de las prestigiadas ediciones Gallimard. Se convierte entonces en un escritor respetado, incluso admirado, en particular después de la publicación de La noche agitada (1935), texto que se despliega en el seno del universo de los sueños. Viaje por la Gran Garabaña (1936) le sigue a esa publicación y abre un nuevo ciclo en su obra: inventa y describe lugares y seres total-mente imaginarios, como los Hacs o los Emanglons. Va a utilizar entonces su talento para crear univer-sos extraños, acorralado entre el mundo de Pluma y de sus viajes, echando mano de lo que ya domina, in-venta una forma nueva y fi el a sus deseos.

Antes de sus libros raros, su escritura daba mu-cho lugar al “yo”. Esta primera persona permane-cerá natural en el escritor que “escribe para reco-rrerse”, recordémoslo una vez más. Ya no redacta-rá relatos de viaje; ningún texto lo volverá a ligar a un desplazamiento geográfi co, pero no dejará de estar en movimiento, en la corriente, en búsqueda. Su destino y su obra tomarán sentido de esta forma: el descubrimiento de nuevos horizontes lo empuja hacia todas las experiencias y su trabajo consistirá en hacer evidentes los territorios apagados. Así es como comienza a pintar y a dibujar, aunque nada permitía preverlo. Esta atracción por las formas plásticas nunca lo dejará.

Así pues, Michaux vive retirado, pero acepta una invitación al congreso del Pen Club que tuvo lugar en Buenos Aires en septiembre de 1936. Entonces, forma parte de la delegación belga y responde a la solicitud de Victoria Ocampo, mujer de letras, me-cenas y directora legendaria de la revista Sur. Es la oportunidad de viajar en compañía de Supervielle, amigo y protector de Michaux desde sus inicios, y de compartir largos momentos en Uruguay, tierra

5� Traducción tomada de Philippe Quéau, Lo virtual: virtudes y vértigos,

Barcelona, Paidós, 1995, p. 100. [N. de la t.]

6� La traducción es mía. [N. de la t.]

de la infancia de su compañero de viaje y de su que-rido Lautréamont. Después, durante el congreso, participa activamente en los debates, aunque albo-rotado, e incluso por primera vez toma la palabra en público. Frecuenta a Alfonso Reyes y entabla amis-tad con un todavía desconocido argentino, Jorge Luis Borges. Se sabe que una de las últimas apari-ciones públicas de Michaux, con la fi nalidad de asis-tir a una conferencia del escritor argentino en el Collège de France, tuvo lugar en enero de 1983. Esta larga amistad comienza durante esa estancia.

Michaux fue un hombre más que discreto, obse-sionado con ese retiro del mundo que lo alimentó durante toda su vida. Se las arregló para tan sólo dejar fi ltrar muy escasas informaciones sobre su existencia. Para él, sólo la obra cuenta frente a los demás. constituye una forma de estar presente para el otro. Las fotos son escasas, su voz se grabó sola-mente una vez y únicamente se muestra de forma excepcional e imprevisible. Nunca apareció en la televisión ni se expresó en la radio. Reticente a dar una foto suya a Paulhan, su amigo y editor, le de-clara: “escribo para que justamente puedan pres-cindir de una foto mía”.7 Después, propone enviar una radiografía de sus pulmones “ya que no va bien ahí dentro”.8 Sus biógrafos no dudan en reconocer la difi cultad de iluminar varias zonas ensombreci-das de su vida. La estancia en el Cono Sur guarda la huella de dos relaciones amorosas que lo van a dejar marcado por mucho tiempo. Antes que nada, con Angélica Ocampo, la hermana de Victoria, en Bue-nos Aires, después, y sobre todo, con Susana Soca, uruguaya rica y culta, incluso con una brizna de lunatismo. Las escasas huellas de esos momentos de pasión dan una imagen alejada de ese Michaux frío y distante. Su regreso a París está cargado de arrepentimientos, pero ese sentimiento se dirige tan sólo a la mujer que se quedó allá. No tiene afec-to alguno por “América, un continente de cestas perforadas”.9 Encuentra a Marie-Louise Ferdière, mujer del famoso médico que atenderá a Antonin Artaud, entre otros, con quien compartirá su vida hasta 1948. Víctima de un accidente, sufre de que-maduras graves y sucumbe a sus heridas. Michaux escribirá entonces su poema “Nosotros dos aún” para continuar esta larga búsqueda de sí mismo que sabe que es su centro. Por una vez toma el riesgo de develar un evento íntimo; hasta ese momento el amor había sido más bien una causa de infelicidades y dramas, y de la cual poco había mostrado en las diversas facetas. La reserva que practica abarca su lote de no dichos y la idea de “recorrerse” no exclu-ye el misterio, sino al contrario.

Atraviesa la existencia como una sombra, pero a la cual, de muchas maneras, se aferra. En la for-ma de vida que escogió practica un nomadismo que se traduce por un gusto nunca desmentido por los viajes y por una vida cotidiana sin domicilio fi jo por mucho tiempo, de hoteles a cuartos de huéspe-des. Su matrimonio, un mayor desahogo económi-co y la necesidad de un lugar de trabajo más amplio le hacen mudarse después de la segunda Guerra Mundial a un departamento del para entonces le-gendario Barrio Latino. Su existencia se asemeja a un escape permanente que se traduce tan bien en términos geográfi cos como artísticos. Como él mismo lo dice, viaja en contra; no se trata de des-plazarse con la intención de construir lo que sea, sino de practicar una forma de escape. Lo mismo sucede con su actividad creadora; su trabajo cues-tiona los límites y las fronteras, al rechazar el en-cierro o la repetición. Avanza con la inquietud de no estancarse, de no permanecer.�W

7�Ibidem.

8�Idem.

9�Idem.

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EN LENGUA FRANCA

HENRI MICHAUX, O CÓMO ESCAPAR DE LA PETRIFICACIÓN

La existencia de Henri Michaux se asemeja a un escape permanente que se traduce tan bien en términos geográfi cos como artísticos. Como él mismo lo dice, viaja en contra.

Traducción de Adriana Romero-Nieto.

Philippe Ollé-Laprune, director de la Casa Refugio Citlaltépetl y de la revista Líneas de Fuga, es un incansable embajador literario de Francia en México (y viceversa).

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