MI PASO POR EL SAHARA

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Antonio Brea Pérez Editorial LEDORIA J M R MI PASO POR EL SAHARA

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El día a día de la antigua “mili” en el Sahara. El calvario que suponía el servicio que se prestaba a la Patria en el desierto: las deficiencias de alimentación e higiene, los trabajos durísimos, las extremas condiciones climatológicas, el régimen militar riguroso.

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5·Mi paso por el Sahara

Antonio Brea Pérez

Editorial LEDORIAJ M R

MI PASOPOR EL SAHARA

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La llamada «mili» o servicio militar es algo que algunoslo recuerdan con orgullo, otros como algo sin sentido;en mi caso concreto es distinto, fue algo que marcó mivida para siempre, aunque en el fondo de mi alma creoque tengo la satisfacción de haber hecho algo muy gran-de. Nadie me ha reconocido hasta la fecha la labor de-sempeñada durante mi época militar, pero ello ha servi-do, no obstante, para que en dicha época y a lo largode mi vida mi autoestima subiera mucho, y así lo sientocada vez que lo recuerdo.

Siento dentro de mí la satisfacción de haber cumplidouna etapa de mi vida tan importante, si bien no entiendoel porqué me tocó esa situación sin buscarla. La verdades que nunca he entendido lo que es justo y equitativo,

pues después de «entrar en una democracia» me hedado cuenta que el hombre no era dueño de su destino,que éramos una especie de esclavos mandados por unadictadura militar en la que tu voz y tu libertad de expre-sión no valían para nada.

Bueno, no sé cómo menciono el término «libertad deexpresión» cuando, tras muchos años de democracia,

PRÓLOGO

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todavía nos queda mucho que aprender para decir ycomprender este concepto. Y menos aún en la «mili»,donde yo me vi de pronto tras renunciar a un trabajo, elcual, como explicaré, era necesario para el sustento fa-miliar, pues después de la guerra me tocó vivir la pos-guerra, una etapa llena de miserias con respecto a mivida militar. Después me di cuenta de que me tratabanpeor que a los animales. Procuraré contar anécdotas paraque el lector se haga una idea de lo que pasamos en eseinfierno.

También me he dado cuenta hasta qué punto puedellegar a sufrir un hombre, y con la grandeza de haberlohecho con todo mi esfuerzo y sin olvidar obviamentemi juventud de aquellos veinte años (hoy no hubiera si-do posible a mi edad). El hecho mismo de explicar todocon detalles es casi imposible, porque fue algo muy es-pecial.

Recomiendo este libro a fin de que el lector puedaconocer lo que sucedía en tierras del Sahara en aquellostiempos. El libro está escrito y pensado para lectoresque tengan curiosidad de saber algo de la Historia deEspaña y, principalmente, para las personas que quieranenriquecer sus conocimientos acerca de cómo vivió enese lugar un soldado español.

En Mi paso por el Sahara relato lo que pasaba en esoslugares en los años sesenta: dolor, hambre, trabajos for-zados, sed y un largo etcétera que iré comentando a lolargo de este libro.

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He tardado mucho tiempo en decidirme a escribirlo,pero siempre ha estado en mi mente hacerlo, aprove-chando que he ido adquiriendo ciertos conocimientospor mis estudios universitarios de Humanidades y el co-mentario que hice anteriormente de haber encontradoen mi vida a personas como Estanislao Mena, quien meha dado un cierto ánimo para hacerlo. Por fin me hedecidido a escribirlo.

Todos los personajes que aparecerán en este libroexistieron en la realidad, aunque he optado por darlesnombres ficticios. Mis compañeros y yo formamos unequipo ejemplar, pero, como comenté anteriormente,nadie nos lo ha reconocido. Sin embargo, cumplimosuna etapa muy importante en nuestras vidas en la zonaen la que fue nuestro destino cumplir el servicio militarobligatorio.

Mi deseo y mi ilusión es que el presente libro seaameno e interesante para el lector, al mismo tiempoque enriquecedor. Para aquellas personas que quieransaber cómo lo pasaba un soldado de infantería del Ejér-cito de Tierra, les diré que voy a narrar con claridad ytransparencia, intentando no obviar nada, todo lo quepasaba en aquella época en tierras del Sahara y el tratoque recibimos, sólo porque en un sorteo que se hacíaen aquella época mi nombre fue destinado a aquelloslugares, lo cual comentaré con la mayor claridad posible.

Me informé en su momento acerca de los campos deconcentración, también por fuentes documentales y es-

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critas. Este libro se asemeja mucho a ello, con la únicadiferencia que yo estaba cumpliendo el servicio militarpor mi quinta.

Los mandos que tuve allí eran como yo, españoles, ysin compensación económica, con la diferencian de quelos militares profesionales tenían buenas pagas y en suexpediente tenía un gran peso específico haber sidodestinados en el Sahara, pues en aquella época era im-portante haber estado en el desierto en aras de comple-tar un buen expediente militar.

Parece ser que en vez de cumplir con la patria, hu-biéramos cometido un gran delito, un castigo que quedómarcado para siempre en mi juventud. Hay que distinguirentre «servir a la Patria» y «ser esclavo de la misma»por ese período de tiempo. Por este motivo, les invitoa leer, a vivir y a sentir conmigo estos interesantes re-latos de ese joven que era yo en aquellos años lejanosque siempre llevaré en mi memoria.

Tengo que comentar que por aquella fecha yo meencontraba trabajando en los Astilleros de BAZÁN en SanFernando, Cádiz, y que con mi aportación económicami familia se encontraba mejor, pero, por lo visto, loimportante, lo verdadero, con mi madre viuda y concuatro hermanos, pasando mucha miseria y con pocosrecursos, era hacer el servicio militar. Todo lo demás(hambre, una familia rota económicamente) no importa-ba nada. Ése era el régimen militar del aquellos tiempos,sin escrúpulos de ningún tipo.

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15 de Marzo de 1962. Antes de ir a la mili pasé unarevisión médica y posteriormente se hizo un sorteo alos reclutas a ver qué destino les tocaba. A mí me tocócomo destino Badajoz, en concreto el Regimiento deCastilla 16, que, por lo visto (y la verdad es que entoncesno lo sabía) dicho regimiento estaba destinado allí porciertas circunstancias de disciplina. Según me comenta-ron, la bandera estaba castigada por motivos que igno-raba y que eran simplemente cuestiones militares; y alfinal me tocó el Sahara, como ya he mencionado.

Me presenté en la caja de reclutas de Cádiz el día se-ñalado. Aquella tarde noche la compartí con otro com-pañero que también iba destinado al mismo lugar. Pasamosallí un día y una noche. Por la noche me llevaron a cenara los cuarteles de Varela, situados en la Avenida de Ramónde Carranza(Cádiz) para posteriormente llevarnos alpunto de destino (en la actualidad está la Facultad deFilosofía y Letras en ese lugar). Aquello era como un al-macén con colchones de paja en el suelo, sin mantas ysin nada; y menos por las almohadas y las sábanas eracomo un cuartel para transeúntes, si es que a aquellapocilga se le podía llamar «cuartel» (todos los cuartelesde transeúntes por aquella fecha estaban iguales en todaEspaña, según mis noticias). En aquellos momentos me

Capítulo IMI RECLUTAMIENTO

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sentía tranquilo y bien (no sabía lo que me esperaba).Hice amistad con dicho compañero y estuvimos charlandohasta bien entrada la noche. Al día siguiente, a las seisde la mañana, partí en tren para Badajoz, que, en prin-cipio, era donde estaba el batallón al que estaba destina-do el regimiento «Castilla16», pero también trasportabaa reclutas para llevarlos a otros destinos.

Por este motivo, el tren tardó dos días en llegar a Ba-dajoz. Al llegar finalmente, nos dieron las ropas queemplearíamos durante dieciséis largos meses de serviciomilitar como soldado de infantería del Ejército de Tierra.

Debí matricularme para Marina, pues soy de San Fer-nando y en este sitio me habría buscado un buen destino.pero no lo hice y pagué las consecuencias, aunque des-pués del período de instrucción había que recurrir a losdestinos y al mismo tiempo tener un padrino para encon-trar uno bueno. De todas formas, no me arrepiento deno haberme matriculado por Marina, pues las vivenciasque tuve luego, aunque crueles y dolorosas, como hecomentado antes, las encuentro satisfactorias, por haberhecho algo muy importante en mi vida, algo que meformó como adulto. Gracias a ellas adquirí unos conoci-mientos especiales como ser humano, así como saberafrontar esa situación tan complicada que narraré en lossiguientes capítulos.

A veces pienso en frases de hombres que marchabana la guerra en otras etapas de la Historia y decían queen ella guerra «uno se hace hombre». O sea, que la gue-rra hace a las personas más hombres y con más sabiduría.Eso lo pongo en duda, pues la guerra sólo trae odio,rencor, miseria y todos los calificativos siniestros quese le quieran dar.

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En fin, aquel 15 de marzo, el día de mi partida, salióel tren con destino Badajoz, al regimiento que me tocóen suerte. En esa época había trenes ruinosos, en malestado, con asientos de madera e impulsados con carbón;también llevaban vagones de mercancías. Al pasar eltren por San Fernando, mi tierra natal, el tren se detuvoy luego fue haciendo parada en todas las estaciones yapeaderos.

No sé cómo se enteró mi padre, pero allí estaba, enla estación, esperando a que llegara mi tren. Él despuéstomaría otro con destino a BAZÁN, el lugar en el quetrabajaba como fontanero. Me dio gran alegría verlo,pues ni lo esperaba ni supe cómo se había enterado demi salida. El tren paró largo tiempo, y tuvimos la oportu-nidad de hablar un rato, pues los trenes de aquella épocano eran tan herméticos como los de hoy: se podía bajary subir por medio de unas escalerillas que había en cadavagón.

Y llegó la partida, lenta, muy lenta. Me despedí demi padre y marchamos hacía la próxima estación. Nopodía imaginarme que ya no lo volvería a ver jamás, si-no de de cuerpo presente, muerto. El destino me lo te-nía reservado. ¡Cuántas cosas nos pasan en la vida en lasque uno ni siquiera piensa! Pero, por supuesto, tambiéninfluye la falta de experiencia, y en la situación en laque me encontraba, siendo llevado a una prisión sin ha-ber cometido delito alguno, no lo pensaba en aquellosmomentos. Parecía que tenía la obligación de hacerlo yaceptar el destino que me tocó vivir.

A los dos días llegamos a Badajoz tras un viaje largo ypesado, y llenos de carbonilla de la máquina. Por las dis-tintas estaciones iban cogiendo reclutas con distintos

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destinos, como ya he comentado anteriormente. Nosdieron todo lo relacionado con la ropa militar, inclusoun fusil Mouse.

En este cuartel estuvimos unos días mientras nos hacíanlas cartillas militares, al tiempo que empezamos a hacergimnasia y algo de instrucción. Como yo estaba un pocopreparado en dichas actividades, me pusieron a mandarun pelotón, pues vieron que me desenvolvía bien en elterreno de la disciplina militar, aparte de que lo hacíacon soltura. Tengo que comentar que anteriormente es-tuve en un internado con los salesianos, donde hice estu-dios de Formación Profesional en la Rama del Metal, yen dicha formación entraba la asignatura de Gimnasia yEducación Física, pero lo de mi internado es otra histo-ria. Fui alumno becario de BAZÁN después de aprobarunas oposiciones para trabajar en dicha empresa.

Después de una semana en Badajoz para trámites yun poco de instrucción y tablas de gimnasia, nos enviaronal Cerro Muriano (Córdoba) para iniciar el período deinstrucción verdadero. Ahí empezaron los inconvenientesy la vida dura: no había duchas ni aseos, ni retretes ninada. Allí cada uno se buscaba la vida como podía, nitampoco había nada para lavar la ropa. Suerte que aunos kilómetros del Campamento pasaba un río y enocasiones iba con un compañero a hacer la colada. Elnombre del Campamento era Generalísimo Franco.

Así que a sudar y sin lavarnos. En lo referente a la co-mida, comíamos de cuatro en cuatro en marmitas, me-tiendo todos la cuchara o el tenedor. Dormíamos enchabolas, por pelotones, los cuales eran mandados porun instructor veterano. Pero en mi caso me dieron elmando a mí al ver que tenía cierta formación.

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Y así, día a día fue pasando el período de instrucción.A veces se le iban las manos a los cabos y sargentos,porque, decían, era una forma de enseñar. Recuerdoque, en una clase teórica, un teniente (el teniente Del-gado), que al parecer estaba amargado, cuando un com-pañero no supo una respuesta, le comentó a otro que lepegara un cachete o un puñetazo. Esto empezó sin inten-ción de hacer daño, pero ahí estaba él teniente paracalentar y animar a ver quién pegaba más fuerte, hastaque llegó una fuerte pelea entre ambos. Ante esta actitudme encontraba en un estado de ansiedad y deseaba queterminara enseguida la clase.

Otro día, el mismo teniente, al tener formada la com-pañía preguntó a varios reclutas dónde se encontraba eldiafragma, y como no lo sabían se lio a dar tortas atodos.

Las clases teóricas se desarrollaban en una chabola unpoco mayor que la nuestra. En la de los reclutas dormía-mos nueve. Por suerte, el teniente no se encontraba enmi sección y pronto lo perdí de vista. Aún así, en ElAiún, como comentaré en su momento, tuve un encontro-nazo con el mismo. Así eran las clases teóricas, viviendouna ansiedad sin límites.

En la práctica, en la gimnasia pasaba lo mismo: daruna paliza a un recluta era considerado como algo normal,«para que se espabilara», decían ellos. Yo tuve la suertede que venía de un Instituto de Formación Profesional yme encontraba muy en forma, como he comentado ante-riormente. Nunca me pusieron una mano encima.

Transcurrían los días, y al cabo de un mes, recibiendoyo clases teóricas, me dijeron que me presentara en laestación de radio. Me desplacé allí y era para comuni-

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carme que mi madre estaba muy enferma, pero que nopodía marcharme porque el telegrama no venía firmadopor la Guardia Civil. Devolvieron el telegrama para dichafirma y trascurrieron varias horas. Ese tiempo fue muyamargo, pues yo adoraba a mi madre, y lo pasé mal, lloran-do. El dolor que me invadía era porque echaba de menosel cariño de los míos y principalmente el de mi madre.

Un teniente se acercó a mí y me dijo que los hombresno lloraban, lo que me hizo concluir al respecto que es-ta persona no conocía los sentimientos de cariño haciauna madre.

A las cinco horas llegó el telegrama ya firmado, peroen vez de mi madre se trataba de mi padre. Así que deun dolor a otro, sin compasión de ningún tipo y sin excusapor el error.

Algún lector pensará que esto no podía suceder, peropor desgracia sucedía, no había control, ni siquiera unajustificación por el grave error cometido.

Después de llegado el telegrama me concedieron elpermiso para ir a mi casa, de modo que me fui paraCórdoba. Un sargento que me vio andando por el camino(de Cerro Muriano había como medio de locomoción untren hasta Córdoba) me recogió en una moto, no sin an-tes comentarle mi situación, y me llevó a la estación deCórdoba, pues le cogía de paso. La verdad es que creoque yo era bastante adulto y me desenvolvía bien, porquesi no, otra cosa hubiera pasado. Había mucho dolor enmi alma y mi corazón estaba destrozado, pero yocaminaba siempre hacía delante.

Aquella tarde me habían puesto una inyección en laespalda, parece ser que era para prevenir enfermedadesy contagios, y me dio mucha fiebre durante varios días.

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Llegué a la estación de Córdoba, como ya he dicho,con fiebre, y busqué una combinación para Cádiz, perono había nada, sólo unos mercancías que circulaban deun lado a otro. Por fin pude encontrar un mercancíasque iba destino a Utrera y me subí a él. Una vez allí, lamisma historia, a buscar alguno que fuera para Cádiz. Alcabo de varias horas salía uno, pero a todo esto yo sinhaber comprado billete, en plan polizón, en los trenesmercancías no hacía falta billete.

Mi vuelta a San Fernando fue en trenes de mercancías;los mayores recordarán que algunos llevaban una garita,y allí me metí yo con el añadido de la fiebre.

El tren se dirigía a Utrera, me monté y aguardé a quepasara otro para San Fernando. En él iban unos compañe-ros militares en un vagón con armamentos y me acomodécon ellos. El viaje duró toda la noche. Al cabo me despedíde los compañeros y me fui a casa, que estaba como adiez minutos andando. Ya en el cuartel me confirmaronel fallecimiento de mi padre cuando vino el 2º telegrama.

Cuando llegué a mi casa estaban preparando todo paraenterrar a mi padre. Su muerte fue debido a un ataquede asma, eso que hoy se cura como cosa leve, pero quepor aquellos tiempos... Se había sentido mal, según mecontaron, se fue al cuarto de baño y allí sufrió el ataque.Se fue de la vida, en una palabra. Permítaseme ahorrarel sufrimiento y el dolor que sentí, más cuando variosaños antes había muerto un hermano mío de tétanos alos quince años de edad.

Se puede hacer una idea el lector de cómo se encon-traba el ambiente familiar.

Me dieron varios días de permiso y luego vuelta alotro calvario, a Cerro Muriano.

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En mi casa dejaba un ambiente desolador, aunque,por otro lado, éramos cinco hermanos.

Por aquella fecha el único dinero que entraba en micasa era el de mi padre, el de un hermano y el mío an-tes de entrar en el servicio militar. Al morir mi padre, ami madre le quedó una mísera paga para tanta gente. Yyo en la mili.

Los días transcurrían en el campamento entre instruc-ción, (bastante dura, por cierto), gimnasia, y clases teó-ricas. A mí esto no me cansaba, pero lo que sí echabade menos era una buena ducha y comer en un comedorcon un plato y cubiertos decentes. Me apunté para ob-tener el carné de conducir militar, pero no lo pude con-seguir porque el día del examen tenía una fuerte infec-ción en la boca a consecuencia de una muela. Dicho seade paso, lo pasé muy mal, pues fui a la enfermería (unasimple tienda de campaña) y el soldado que me atendióno tenía ni idea del asunto, lo habían puesto allí, perono era ni enfermero ni nada. En principio me quería in-yectar morfina, y ante su inexperiencia y mi miedo toméprecauciones y no me dejé que me pusiera nada. Perotampoco tenían ningún calmante, así que me fui con eldolor encima. Todo porque no había asistencia médicaen condiciones. Es decir, que en un destacamento concerca de tres mil reclutas (el recluta tenía que jurarbandera para ser soldado y de esta forma tenía mas res-ponsabilidades, a diferencia del soldado) no había niasistencia sanitaria en el campamento. Como digo, almenos cuando yo fui sólo había un recluta y sin conoci-miento alguno de sanidad. Hágase el lector una idea delas condiciones sanitarias en las que convivíamos enaquellos tiempos.

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Ilustración de la página anterior Antonio Brea en Cerro Muriano

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ÍNDICE

Agradecimiento 9A modo de presentación 11Prólogo 15

I Mi reclutamiento 19II Preparativos para la marcha.

Rumbo al Sahara 31III Llegada a tierras saharauis 33IV Estancia en Hausa 47V El regreso 53

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Dulcedo quedam mentis advenit