Memorias Del Ultimo Gran Maestre Templario
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Memorias del ltimo
Gran Maestre Templario
Ao del Seor 2211
J.A
Fortea
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2
Editorial Dos Latidos
Benasque (Espaa) 2012
Copyright Jos Antonio Fortea Cucurull
www.fortea.ws
versin 7
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Memorias del ltimo
Gran Maestre Templario
Ao del Seor 2211
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Memorias del ltimo
Gran Maestre Templario
Ao del Seor de 2211
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Ao 2211
l Gran Maestre se detuvo en mitad del
valle. Dirigi su mirada al fondo,
hacia la garganta que formaban
aquellos montes completamente cubiertos de
pinos. Las cuatro grandes torres se levantaban
a buena marcha. La construccin de las
fortificaciones defensivas segua el plan
previsto. Aquellas cuatro pesadas y enormes
torres rectangulares de cspides todava
irregulares aparecan salpicadas de blanco.
Haban llegado las primeras nevadas. Las
torres tenan la altura de un edificio de veinte
plantas. Se levantaban inconmovibles dotadas
de una inevitable sensacin de podero contra
un cielo que se cubra una y otra vez con
nubes grises y opacas. En medio de aquel aire
fro y hmedo caan pacficamente algunos
tmidos copos de nieve.
La ventisca agit la capa negra que
cubra las espaldas del anciano gran maestre.
Mechones de cabellos plateados de su cabeza
comenzaron a ondear segn venan las
rfagas. El gran maestre y los cuatro soldados
que lo acompaaban permanecan de pie, en
silencio, con sus uniformes negro. En medio
de aquel paisaje montaoso parecan
marciales estatuas, pero la mente y los ojos
del anciano no estaban ociosos. Calculaban
alturas, estimaban la conveniencia de la
situacin de las fortificaciones, ponderaban el
tiempo necesario para que todo el sistema
defensivo estuviera acabado. Eran ojos
expertos.
Detrs del grupo, treinta soldados a
caballo escoltaban a prudente distancia a sus
oficiales. La nevisca arreciaba y agitaba sus
capas. Algunos de ellos acababan de llegar de
frica y era la primera vez que
experimentaban aquel fro pirenaico.
-Regresemos orden el gran maestre.
Oficiales y soldados se retiraron del
lugar dejando otra vez solitarios y silenciosos
aquellos hmedos y fros parajes cada vez
ms cubiertos por la nieve de un invierno que
no haba hecho ms que comenzar.
Un cuarto de hora despus, el grupo de
oficiales y la escolta revisaban y recorran las
construcciones que haban observado a lo
lejos. Los constructores detenan sus trabajos
en cuanto pasaba frente a ellos el grupo de
militares que acompaaba al gran maestre. El
anciano iba a paso ligero, haciendo muy
pocas observaciones. El mariscal Von
Gottenborg que le segua los pasos, era uno de
los recin llegados de Somalia. Haca menos
de dos horas que acababa de llegar. Y todava
no saba qu hacan todos esos templarios,
casi todas las fuerzas de la Orden,
concentradas, fortificndose, en uno de los
ms pequeos estados de Europa, el
Principado de Andorra. Por qu tal
concentracin de fuerzas de toda la Orden en
aquel diminuto punto del mapa? Por qu la
ereccin de aquella formidable lnea
defensiva? Se imaginaba que despus de la
hora de la refeccin, tendran una reunin
para recibir instrucciones y explicaciones.
Tanto l como los cuatro mil efectivos de
infantera estaban acostumbrados a obedecer
sin hacer preguntas. Pero esta vez las
preguntas se agolpaban de un modo casi
irrefrenable. Si le haba sorprendido que se le
hiciera venir con cuatro mil hombres, pronto
qued ms extraado al observar el nmero
de efectivos desplazndose en lo profundo de
aquellos valles. All deba haber por lo menos
cincuenta mil hombres. Qu estaba
sucediendo? A qu haban venido? En ese
lugar no haba ninguna guerra. No haba nada
que defender en una pequea nacin europea
que nunca haba agredido a nadie, ni haba
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sido agredida, ni haba recibido amenaza
alguna.
Ya en el interior de las oscuras
galeras del basamento del aquel complejo
defensivo, el Gran Maestre march a su
habitacin.
-Caballeros, volveremos a vernos a la
hora de la refeccin.
sa fue su despedida, breve, severa.
Volvindose enseguida en direccin al largo y
penumbroso pasillo de paredes desnudas que
conduca hacia su dormitorio. Su figura, de
mediana estatura, ligeramente encorvada,
frgil pero frrea se alej por aquel ttrico
corredor interno sin ventanas. Al entrar en su
dormitorio con paso cansado, lento, busc en
aquella celda monstica el descanso de su
silln austero, de aire medieval, con dos
grandes cojines de colores exuberantes y ricos
en borlas. El Gran Maestre apoy
cansadamente su espalda en el respaldo de
cuero, sujeto a la madera con clavos dorados
de cabezas en relieve con forma de rostros. El
anciano mir la luz blanca del medioda
invernal que penetraba por el arco de la
ventana. Haca das que la fatiga quiz ms
el desnimo- haba sentado sus reales en aquel
cuerpo y aquel espritu. Vesta una amplia
sotana negra cuya gran capucha llevaba
echada a causa del fro. Fro ambiente que
haca perfecto juego con la desnudez de su
celda monstica. Era el Gran Maestre de la
Orden y, sin embargo, sus posesiones se
reducan a aquella mesa de madera basta y
desnuda, y unos pocos libros en un nicho
excavado en la pared. Sus ojos miraron hacia
la cama, un colchn sobre el suelo con un
gran edredn. De pronto se sinti como
agobiado. No era la austeridad, ni la vejez, era
lo que se vena encima.
Busc un respaldo donde apoyar su
blanca cabellera, pero aquel silln antiguo no
lo tena. Inclin su largo cuello hacia delante
y mir al suelo con nimo derrotado. En
seguida levant el rostro hacia la luz de la
ventana.
Tras mirar el cielo gris desde su silln,
dirigi sus ojos claros hacia los escarpados
valles que rodeaban los gruesos muros de la
fortaleza, hacia el paisaje abrupto cubierto de
pinos, donde la nieve se seguira acumulando
en los meses siguientes. El invierno slo
acababa de empezar. El gran reloj del pasillo
toc su carilln, la celda torn a quedar en
silencio. Aquel anciano, cansado, en medio
del silencio, recordaba como l no haba
querido aceptar el nombramiento de Gran
Maestre. Treinta aos al frente de aquella
orden militar eran muchos aos. Dos veces
haba pedido en el pasado que se le liberase
de esa carga. Dos veces por conductos
reservados haba enviado al Santo Padre la
carta oficial pidiendo que se aceptase su
dimisin. Treinta aos era mucho tiempo.
Pero la Santa Sede no era de la misma
opinin.
Todava recordaba la impresin que le
haba causado la llamada telefnica del
Nuncio de Su Santidad cuando era un
sacerdote en Dubln, a esa edad que el comn
de los mortales considera la mitad de la vida.
Al da siguiente, se le comunic en
nunciatura, que l haba sido designado para
ocupar el puesto de Gran Maestre de la orden
templaria. Hasta entonces haba sido un
sacerdote castrense al que muchos de sus
colegas consideraban un hombre oscuro que
seguira toda la vida en su puesto. Pero desde
haca aos, los informes que se acumulaban
en la Congregacin de Obispos le sealaban
como muy digno candidato al episcopado. Sus
dotes de gobierno y su prudencia haban
quedado de manifiesto pocas veces pero de
modo inequvoco. En los ltimos aos, haba
desempeado en la sombra encargos muy
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delicados al servicio de la Secretara de
Estado del Vaticano.
Por qu yo?, se pregunt
repetidamente durante los das posteriores a
que se le comunicara la intencin de la Santa
Sede.
-Reverendo -le haba explicado el
Nuncio sentado en su silln, con las manos
sobre la barriga tranquila y los dedos entre los
botones forrados de negro de aquella sotana
con borde prpura-, siempre escogemos para
ese cargo hombres ajenos a la Orden. Ya que
sus integrantes son hombres embargados por
nobles ideales, precisan de alguien que
atempere, que imprima un sello de cordura, de
contencin. Si la orden se abandonara a s
misma, se autodestruira emprendiendo
empresas que sobrepasaran sus fuerzas y
posibilidades.
-Pero no s nada sobre la Orden. Lo
desconozco todo de ella.
-Lo aprender. Tiene toda la vida por
delante. Esto es como cuando a uno le envan
como obispo a una dicesis. Un nuevo
prelado tampoco sabe nada del rebao que va
a gobernar... al principio.
-Mire... no quiero parecer que pongo
reparos a la designacin pontificia, pero
nunca he sentido ninguna vocacin por ese
tipo de vida templaria.
-Perfecto! Eso buscamos. No se trata
de que le entusiasme o no ese modo de vida,
se trata tan solo de que ejerza un trabajo, una
funcin: gobernar con prudencia un barco.
Eso es todo. Slo eso. Adems, todos los
capitanes que ha tenido esa nave han sido
hombres como usted. A todos se les comunic
la designacin por sorpresa, ninguno
perteneca a la Orden. A unos les hizo ms
gracia el nombramiento, a otros menos. Pero
todos dirigieron la congregacin por el
camino de la moderacin, de la prudencia.
Todos hicieron un buen trabajo y nuestras
expectativas con usted no son menores. No
esperamos menos de usted, Alain.
Ah, y su poco entusiasmo por aceptar
es otra caracterstica que buscamos en los
candidatos que elegimos. Jams
nombraramos para este puesto a alguien que
lo ambicionara.
-Y los templarios aceptan que un
extrao ocupe el ms alto puesto de gobierno
de su Orden?
-Son religiosos muy observantes, cuya
obediencia est fuera de duda. Adems, la
jerarqua de la Orden tiene su gran captulo.
El que una persona venida de fuera, ocupe el
grado superior, les evita las luchas por el
poder. Sus estatutos incluyen la particularidad
de que el puesto ms elevado de la pirmide
jerrquica sea ocupado por alguien que hasta
entonces no haya pertenecido a la Orden. Es
una sabia medida que les pone a cubierto de la
ambicin. El servilismo, las intrigas, la
adulacin para alcanzar la cima, no tienen
cabida, ya que la cspide siempre es ocupada
por alguien de fuera. Crame, los grupos
cerrados prefieren que los gobierne alguien
que no pertenezca al crculo endogmico, Un
extrao no est atado a nadie. Usted llega sin
tener que agradecer su ascenso a ningn
miembro de dentro. La llegada de un nuevo
Gran Maestre supone, en la prctica, una
forma de hacer una auditora moral y material
a toda la congregacin. Este estado de
revisin completa cada veinte o treinta aos,
supone un enriquecimiento muy notable para
esa institucin. Quiz por eso va a tomar las
riendas de una orden fuerte y con muy buena
salud.
El sacerdote mova ligeramente la
cabeza, no estaba de acuerdo. Todas esas
razones no acababan de convencerle.
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-Disculpe que insista, pero desconozco
todo, absolutamente todo, sobre la Orden. No
s si soy la persona ms apropiada.
-No se preocupe, vuelvo a decirle que
tendr aos por delante para aprenderlo todo.
De hecho, usted ser la persona que ms sepa
sobre ella. No deja de ser una paradoja que la
misma persona que ahora afirma desconocerlo
todo sobre esa congregacin, dentro de unos
aos ser la persona del mundo que ms sabr
sobre ella.
El Nuncio hablaba con afabilidad, con
una mezcla de autntica cordialidad y total
seguridad. Quiz era la experiencia de su
oficio. Haba tenido ya, en sus aos de
servicio, muchas conversaciones semejantes.
Estaba acostumbrado a insistir, a no
doblegarse una vez tomada una decisin de la
que l era mero transmisor de sus superiores.
Y ms cuando el proceso de designacin para
un puesto como aquel distaba de ser breve o
sencillo.
-Y soy el ms apropiado?
-Quiz nadie sea el ms apropiado.
Pero en la Iglesia hay funciones... alguien
tiene que llevarlas a cabo. El hecho de que
usted se pregunte si es digno de tal funcin,
corrobora nuestra impresin de que es la
persona conveniente. Si por el contrario,
hubiera manifestado en los aos pasados
algn tipo de ambicin de trepar por las lianas
de la jerarqua, eso mismo nos hubiera
llevado a descartarlo. En cualquier caso no se
preocupe demasiado, ni le de excesivas
vueltas. En las prximas dos semanas, se le
pedir que se desplace a Roma, donde ser
usted formado sobre la Orden por
especialistas de la Congregacin de
Religiosos. Y despus se le enviar de
incgnito a recorrer los lugares que ellos
determinen. Cuatro o cinco plazas fuertes de
las que tienen repartidas por el mundo. Si al
cabo de esas semanas, usted se mantuviera
firme en no querer aceptar esta carga, sera
relevado de ella. El nombramiento no se har
pblico hasta dentro de dos meses.
El Nuncio le mir con picarda y
pregunt paternalmente:
-Se queda ahora ms tranquilo?
-S, s con dos meses por delante
y recibiendo toda esa instruccin de la que me
habla s.
-Me alegro.
-Cmo resurgi esta Orden?
-En el ao 2108, todo el centro de
frica se hallaba sumido en la ms espantosa
anarqua. Varios pases sufran la ausencia de
un verdadero gobierno central dentro de cada
Estado. Fue en Nger donde naci el embrin
de la Orden, en medio de una contienda civil a
la que no se le vea fin. Los guerrilleros y los
grupos paramilitares saqueaban con
frecuencia las aldeas, sin respetar ni siquiera
los lugares sagrados. Aunque los habitantes
de poblaciones pequeas fueron los que ms
sufrieron, tambin nuestras iglesias eran
peridicamente desvalijadas. En medio de
aquella situacin desastrosa, ni siquiera las
monjas de algn que otro convento se libraron
de ser violadas. A esa situacin de anarqua,
lejos de verle un fin, cada vez se perciba
como ms endmica. Ms o menos alrededor
del ao 2010, no lo recuerdo con exactitud,
fue cuando tres obispos comenzaron a
organizar una pequea cuadrilla de
voluntarios para defender las iglesias de sus
dicesis.
Al comienzo eran alrededor de
cuarenta hombres armados con quince
ametralladoras y poco ms. Aquel grupo
minsculo, lleno de buena voluntad y
escasamente armado, supuso una incipiente
proteccin para esos templos que cada poco
eran asolados. Proteccin que pronto se
extendi a los bienes eclesisticos en general.
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Dos aos despus ya estaban protegiendo
algunos poblados de las razias de las
guerrillas. Fueron cada vez ms los poblados
que, en medio de aquel colapso del Estado,
solicitaron algn tipo de proteccin de
aquellos hombres.
Los obispos pronto se percataron de
que aquel ejrcito, que ya contaba con unos
dos centenares de miembros, iba a seguir
creciendo mientras persistiera aquel vaco de
poder. As que, con muy buen sentido, fueron
organizando ese grupo armado de acuerdo a
una estructura que, como se revel
paulatinamente, era ms propia de una
congregacin religiosa que de un ejrcito.
-Seguro que fue eso algo acertado?
-Sin duda. Los obispos eran
conscientes de que aquel grupo iba a seguir
creciendo, pero no queran sustituir al Estado.
No deseaban constituirse en un grupo de
poder paralelo al poder central, que ms tarde
o ms temprano se rehara. Cuando se forma
un ejrcito para un fin transitorio, una vez que
la necesidad ha finalizado, no es tan fcil
deshacerlo. Los ejrcitos que nacen en medio
de la anarqua, no se desmovilizan con una
simple carta que viene de arriba.
Los obispos, saban que estaban al
borde de suplantar al poder establecido, pues
ese ejrcito que haba nacido de un grupo de
cristianos movidos por los ms nobles ideales,
dedicado a defender iglesias y conventos,
estaba creciendo extraordinariamente. Los
obispos previeron los peligros futuros. Por
ms que creciera ese ejrcito deba procurarse
que se mantuviera fiel a los ideales de sus
inicios.
Si hubieran tardado ms, aquel poder
se les hubiera ido de las manos y hubiera
cobrado vida propia. La autonoma de aquel
grupo armado hubiera supuesto un
enfrentamiento con el poder central que con el
tiempo, sin duda, saban que se reorganizara.
Por ello establecieron una especie de regla
austera que alejara de aquella milicia a
quienes no ingresaran en ella movidos ms
que por los ms nobles ideales. Aunque haba
entre ellos hombres casados entre sus
integrantes, los nuevos oficiales deban ser
hombres con voto de pobreza, castidad y
obediencia que vivieran en casas comunes en
las que el cultivo de la oracin y la virtud
fuera su primera preocupacin.
Ni que decir tiene que este tipo de
condiciones tan estrictas implicaban
necesariamente limitar el crecimiento de
aquel ejrcito que todava constaba slo de un
par de centenares de hombres. Pero aquellos
obispos no buscaban el poder. Desde luego un
ejrcito constituido como una orden religiosa
dejara las armas en cuanto se lo ordenaran
sus legtimos pastores.
Aquellos prelados saban que deban
cimentar su ejrcito sobre unas bases que no
supusieran un obstculo para el Estado que
resurgira. Como ve eran mitrados sin
ambicin, pero los planes de Dios no siempre
son los planes de los hombres. Y cuando se
sacrifica el xito a corto plazo a cambio de
hacer las cosas de un modo ms puro, cuando
se limita el crecimiento de algo para servir
mejor a Dios, a veces lo que se logra son unos
resultados que desbordan todas las
expectativas -el nuncio levant la mirada
hacia el techo en un gesto ambiguo. No
quedaba muy claro si el gesto era de callada
admiracin ante sus inescrutables caminos, o
de fingida insatisfaccin ante un Dios que
siempre estaba sorprendiendo; incluso a los
nuncios y a las conferencias episcopales.
El restablecimiento del Estado no
llegaba y la Orden cada vez ms se vea en la
obligacin de caridad de proteger un creciente
nmero de poblados que, aunque pequeos,
ya comenzaban a formar un nmero bastante
notable. El instinto de la gente, la poblacin
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sencilla, comenz a ver en aquella orden de
guerreros, a hombres justos, en los que se
poda confiar. Aquellos hombres ni
extorsionaban, ni violaban, ni eran crueles. Y,
encima, los contratos de proteccin podan
rescindirse cuando se creyera conveniente sin
temor a represalias, como s que suceda con
otros grupos.
-Ah, hacan contratos?
El Nuncio se sonri. Despus aadi:
-Las armas, los vehculos, todos los
equipamientos cuestan dinero. Hay que
mantenerlos, repararlos. Aunque aquellos
soldados hicieran voto de pobreza y no
poseyeran nada como propio, el ejrcito slo
protega a aquellos que pagaban un canon. Si
no, todos hubieran querido ser protegidos. La
Orden desde su mismo se gui con un claro
sentido prctico y realista. Los obispos son
hombres prcticos. No son profetas
visionarios, ni eremitas aislados en su gruta,
nada de eso, son hombres de gestin. Eso ha
sido as desde la Edad Media.
Por supuesto que tambin ayud a esta
situacin de saneamiento de aquellas
pequeas arcas el que apenas haba combates.
Los saqueadores preferan dirigirse a zonas
donde sus lugareos aun confiaban en sus
propias fuerzas para su autodefensa. Aquel
grupo de basilicarios tena pocas arcas, pero
los grupos armados que saqueaban tampoco
disponan de grandes caudales. Como ve, la
correlacin de fuerzas...
-Basilicarios? le interrumpi-
Entonces no se llamaban templarios?
-No. El nombre original con el que se
les nombra en las primeras constituciones es
el de basilicarios. Ya que el ncleo primitivo,
naci para la defensa de la Baslica del
Sagrado Corazn de Ngnu-Butum-wa. All,
tambin resida el prior de la Orden.
Once aos despus de la constitucin
de aquella congregacin de derecho
diocesano, la Orden contaba con ochocientos
religiosos y trescientos auxiliares. Los
auxiliares eran los casados que militaban bajo
rdenes de los oficiales religiosos. La Orden
fue extendiendo su poder a ms y ms zonas
de Niger, Chad y Nigeria, cuyas fronteras se
hallaban bastante desdibujadas, ya que el
colapso de los poderes centrales fue absoluto
en el centro del continente.
Cuando veinte aos despus, esos los
Estados fueron comenzando a formar ejrcitos
regulares propios, la Orden fue
progresivamente replegndose a sus
monasterios. La transicin se hizo de un
modo progresivo y pacfico; minuciosamente
pactado entre los obispos y los presidentes de
esos pases. La visin noble y carente de
codicia de los prelados evit la guerra civil en
esas tres naciones.
Pero cuando los hombres llevaban ya
una vida monacal en sus monasterios-
cuarteles en los pases originarios de la
Orden, las pocas casas establecidas en otras
zonas del Continente experimentaron un auge
lento pero constante. Y no slo eso, los
monasterios basilicarios echaron buenas
races tambin fuera del continente africano,
en zonas selvticas donde las guerrillas
centroamericanas y asiticas haban asolado a
sus pobres lugareos durante aos. De manera
que si la Orden en los tres pases de origen era
ya esencialmente monstica, fuera de all
segua ejerciendo las funciones de proteccin
que fueron la justificacin de su origen.
Fue entonces, cuando la Congregacin
de Religiosos en Roma se dio cuenta de que
haba que hacer algo con la nueva orden, que
a la sazn contaba con unos tres mil
miembros. Haban esperado tanto para tomar
una decisin definitiva porque consideraban
que la asociacin inicial de voluntarios para
proteger iglesias era un remedio excepcional
pero transitorio. A quin se le puede negar el
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derecho a defenderse? Pero las cosas haban
ido muy lejos. En Roma las opiniones de los
monseores estaban divididas. Muchos
albergaban serias dudas acerca de otorgar
carta de naturaleza a esa orden, se consideraba
que era una congregacin de derecho
diocesano establecida exclusivamente para
una necesidad particular en una situacin de
verdadera emergencia. Las situaciones de
emergencia requieren de remedios a veces
excepcionales. Pero acabada la situacin de
emergencia, esa congregacin de derecho
diocesano deba disolverse.
En general, en Roma no eran
favorables a la restauracin de una orden de
monjes-guerreros, pero para cuando el
problema lleg a la mesa del Santo Padre la
cuestin se haba vuelto ya sumamente
delicada. La congregacin era por nmero de
miembros de unas dimensiones notables.
Adems, y eso no haba que olvidarlo,
ejercan una proteccin real. Numerosos
obispos de lugares pauprrimos y
alejadsimos hicieron ver a Roma que
aquellos hombres eran su nica proteccin.
Incluso varios pases haban dado mltiples
muestras de reconocimiento a una institucin
de fines altruistas que siempre se haba
enfrentado a movimientos guerrilleros y slo
contra ellos.
Por eso, en el ao 2129 llegaron las
primeras constituciones provisionales con
aprobacin de Roma. Fueron muchos, en
todos los dicasterios romanos, los que
expresaron grandes aprensiones hacia sta
nuevo gnero de monjes-guerreros. Pero
todos comprendieron que se trataba de un
hecho consumado, gustase o no. Roma poda
influir sobre la Orden o dejar que sta se
escapase totalmente de sus manos. Entre una
posicin y la otra, se opt por la va ms
poltica, la menos extremista: no extinguir
aquella realidad, a condicin de encorsetarla
en rgidos moldes. Las medidas fueron
draconianas.
Los requisitos para ingresar en la
congregacin se volvieron todava ms
exigentes. Los mecanismos de control por
parte de la Curia, se institucionalizaron como
cargos permanentes. Eso s, para compensar,
quince aos despus de aquella nueva regla, el
papa Urbano XXXII les concedi la gracia de
poder retomar el nombre de templarios. Todo
el mundo, de hecho, les llamaba as desde
haca tiempo, aunque en los membretes el
nombre oficial de la orden segua siendo
Congregacin de los Basilicarios, y en los
sellos segua apareciendo inalterado el
nombre primitivo de aquel grupo:
Congregacin para la defensa de la Baslica
del Sagrado Corazn de Jess.
uando sal de la nunciatura aquel 2 de
abril de 2181 era evidente que no sal
como entr. Me fui a mi casa a tratar
de componer mis ideas. Estaba claro
que mi futuro haba cambiado
completamente. Aquella tarde yo no
albergaba la menor duda de que mi mandato
sobre semejante institucin sera catastrfico.
(En otras congregaciones no se habla de
mandato. Pero en la Orden del Temple, dado
que es un ejrcito, se habla de mandato
refirindose al tiempo en que un Gran
Maestre est al frente de la Orden.) Sin
embargo, he sido un buen Maestre.
Me limitar a reconocer que ejerc de
forma adecuada mi gestin. (El nuncio
siempre se refera a mi trabajo como una
gestin.) Quiz no fue una administracin
brillante. Pero creo que Roma precisamente
buscaba eso. Ante todo haba que alejar del
puesto que he desempeado a visionarios, a
hombres que se consideraran providenciales.
La orden necesitaba serenidad ante todo.
Mantener sus monasterios-fortaleza,
C
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conservar sus plazas, de acuerdo, muy bien,
pero huir de toda tentacin expansionista. El
xito de la Orden poda constituir su mayor
fracaso.
Despus de un curso intensivo de dos
semanas a cargo de la Pontificia Academia
Diplomtica y de la Congregacin de
Religiosos y cuyo nico alumno fui yo, me
dirig por primera vez a un monasterio
templario. Faltaba un mes y medio para que
mi nombramiento se hiciera pblico. Nadie
por tanto saba que yo era el elegido. Parece
ser que era normal que cada Gran Maestre,
antes de ser investido como tal, pasara un
tiempo en la Orden sin que nadie supiese que
l era el sucesor del difunto maestre. De esta
manera poda tener un contacto directo con
aquella realidad desde la base, como un
hospedado que no llama la atencin en nada y
que por tanto ve todas las cosas en su ser
cotidiano. Pues una vez que se hiciera pblica
la designacin, ya nunca resultara posible
tener ese contacto como un religioso ms.
Mi helicptero militar avanzaba hacia
un castillo situado en lo alto de un arrecife.
Me encontraba en la costa continental de
Mauritania, cerca de la isla de Tidra. El sol
del atardecer se reflejaba en las gafas oscuras
de los dos pilotos del aparato, que pronto
aterrizaron en el gran patio interior de
emplazamiento defensivo.
Al salir mir a mi alrededor. Un
amplsimo patio de armas, extenso, rodeado
de un permetro amurallado. Dentro de aquel
recinto haba varias aeronaves, as como
grupos de tcnicos trasladando maquinarias a
distintos lugares, revisando motores, apilando
un tipo de bidones amarillos con unos
extraos vehculos concebidos para ese fin.
Apreci que el permetro del lugar formaba un
cuadrado perfecto con cuatro torres menores
en cada ngulo. En el centro del patio, una
torre de ocho plantas que constitua, al mismo
tiempo, el edificio del monasterio y el cuartel
-As que usted es el nuevo confesor!
se fue el saludo vigoroso de un
monje-soldado de voz recia y dos metros de
altura, apenas sali de una de las puertas del
edificio-torre hacia m.
-Bienvenido -aadi con energa.
-Gracias.
-Nuestro anterior capelln fue enviado
a un nuevo destino. Es la primera vez que
est en una de nuestras casas?
-Pues s -respond mirando a mi
alrededor.
Aquel hombretn cogi mi maleta
grande y otra pequea (no me dej de ninguna
manera que le ayudara) y me seal el camino
hacia mi celda. El robusto fraile iba vestido
con un mono de trabajo negro muy viejo y
con manchas de aceite de motores. Dado que
era la hora de trabajo, a los monjes que vi, los
vi vestidos con el mismo tipo de mono negro.
-En el interior de esta torre estn todas
las celdas, almacenes, hangares, todo -me
explic el monje-. En lo ms alto de ella est
situado el complejo antibalstico se acerc a
una ventana y asomndose me seal algo-.
Eso que ves all, ese pabelln que sale de esa
parte, es la iglesia.
-Aj -me empec a dar cuenta de que
all, en esa plaza, todos se trataban de t. En
otros castillos templarios con ms miembros
residiendo entre sus muros, el trato era ms
formal. El monje andaba incansable con el
peso de mis dos maletas en sus manos. Y no
perda el resuello, porque hablaba sin parar y
con energa.
-Todas nuestras casas son iguales.
Unas ms grandes, otras ms pequeas. Pero
vista una, has visto todas. Un gran permetro
cuadrado, una gran torre en el centro y la
iglesia anexa. Si el cuartel crece, las
dependencias se adosan al permetro o la
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torre. Si la iglesia se queda pequea, se le
hacen ampliaciones. Nunca tirando muros,
sino aadiendo. Por eso algunas iglesias de
nuestros castillos son tan labernticas. Pero el
plano esencial es el mismo siempre, como ves
muy geomtrico. Para nosotros tiene un gran
simbolismo, ya te lo explicar fray Guillermo,
sin duda el ms versado en esa materia.
Dentro de la gran torre, vi a algunos
monjes ocupados en otros menesteres que
iban vestidos, no con el mono de trabajo, sino
con su hbito: tnica negra y un cinturn de
cuero oscuro. Pronto se me ense mi celda.
Ms vaca no poda estar. En cuanto dej mis
maletas en el suelo, me dijo que me llevaba
ante la presencia del prior para presentarme.
-Y usted qu destino pastoral tena
antes? -me pregunt el monje de camino hacia
el despacho del prior.
-Era capelln castrense. Ya no
quedamos muchos, je, je.
-Ah, entonces se sentir en un
ambiente muy prximo al que tena.
En el trayecto advert que no haba un
slo cuadro por los pasillos. Todas las paredes
eran de hormign, la austeridad, el rigor del
espritu de la Orden era evidente.
-Con cuntos religiosos cuenta este
monasterio?
-En esta casa hay cien monjes.
Tambin hay veinte personas que vienen a
trabajar, pero son laicos y viven fuera. Son lo
que llamamos los auxiliares. Algunos tienen
familia.
-Cul es la jerarqua en estos
monasterios?
-Sobre los monjes hay un prior. Uno
en cada monasterio, es la. mxima autoridad
religiosa y militar. Le siguen dos subpriores.
Despus los rangos son como en cualquier
ejrcito. El prior casi siempre es un
presbtero. Los dos subpriores son diconos.
En esta casa hay tambin cuatro aclitos y
ocho lectores. Cada monasterio debe contar
con un presbtero, pero junto a l debe haber
un vicario, que es el confesor. El confesor no
tiene ningn rango, ni pertenece a la jerarqua
militar de la casa. Hay confesores que son
incluso sacerdotes seculares o de otras
rdenes religiosas. Resulta gracioso cuando lo
contamos a los de fuera que el vicario de un
monasterio templario sea un franciscano o un
dominico. Algunos vienen a nuestras casas a
hacer un tiempo de retiro espiritual que va de
oscila entre un ao y dos por lo general.
Otros, entre nosotros -y baj la voz en tono de
confidencia-, vienen como castigo por haber
incurrido en algn pecado externo. Ya sabe.
-Algn escndalo?
-Exacto. Tambin son enviados a
nuestras casas aquellos que tienen que superar
algn vicio. Por ejemplo, si alguien ha cado
en el pecado de la bebida y no puede
superarlo, aqu encuentra un ambiente ideal
para superar esa mala tendencia. Los que
vienen de esa manera, vienen ya de antemano
con los aos determinados que pasarn entre
nosotros: dos, cuatro, los que haya fijado su
obispo. El capelln que viene aqu no
encontrar ningn incentivo a la buena vida,
nicamente incentivos a la austeridad y a la
oracin. Tambin nos envan a los clrigos
que han pecado contra el sptimo
mandamiento. Si se han llevado algo de
dinero, ser expulsados del estado clerical o
pasar aqu una pena. En el fondo y se sonri-
, estas casas aisladas cumplen la funcin de
crceles clericales para los pocos casos que se
dan en el mundo. En este entorno apartado y
asctico a uno slo le queda volverse hacia
Dios.
El monje me mir preguntndose si
habra metido la pata. Sera yo, el recin
llegado, uno de esos curas castigados a esos
-
16
retiros forzosos durante varios aos por
alguna falta contra la disciplina clerical? Por
un momento pens que yo poda ser un cura
alcohlico, concubinario o indisciplinado con
mi prelado. S, la sospecha estaba puesta ya
en su mirada. Si hubiera sabido que dentro de
mes y medio se hara pblica mi designacin,
le hubiera dado un soponcio.
-Y estar mucho tiempo entre
nosotros? -me pregunt con aire de
desconfianza. Se asentaba en su mente la idea
de que era un cura problemtico castigado.
-Nunca sabemos los planes del Seor.
Lo que Dios disponga.
Aquella contestacin todava dej ms
intrigado al religioso, que seguan andando
delante de m, guindome hacia el despacho
del prior.
-Pero no tiene ni una ligera idea, si
poco o mucho?
-Pues... yo creo -jugu con la
tardanza de mis palabras, disfrutando por un
momento como un gato con un ratn sencillo
y frailn. Aquel hombre campechano
esperaba mis palabras, me hice el remoln.
Finalmente, como dndole una zanahoria,
acab con esta contestacin-: No s, slo el
Seor lo sabe... pero y dira que me espera
una larga, muy larga estancia entre los
hermanos de su orden.
Su curiosidad ya estaba satisfecha: o
aquel cura era un sinverguenza que ni siquiera
se atreva a revelar a cuanto tiempo de
reclusin all le haban condenado, o se
trataba de alguien con posible vocacin a la
Orden que se estaba planteando abrazar ese
estilo de vida. De momento, no poda indagar
ms, ya estbamos a punto de llegar al
despacho del prior.
Al doblar la esquina del pasillo toc la
puerta. El prior dio permiso para que
entrsemos. Le dijo algo al religioso que me
acompaaba y pronto nos quedamos solos. El
despacho era espartano, un templario del siglo
XII lo hubiera encontrado familiar, el mismo
prior era tan anciano que pareca provenir de
ese siglo.
-Bienvenido, padre -me salud.
-Gracias me sent. Nadie saba el
verdadero propsito de mi estancia all. Eso
inclua al prior. El cual me pregunt:
-Es su primera estancia en un
monasterio templario?
-Pues si.
-Bien, aqu encontrar tiempo,
tranquilidad y ambiente de oracin. La poca
gente que sabe de nuestra existencia debe
tener la idea de que siempre estamos
guerreando -se sonri-. Eso es como pensar
que las empresas privadas de seguridad se
pasan todo el da a la carrera por las calles,
persiguiendo cacos.
Dijo eso con seriedad pero con mucha
gracia. Re entre dientes y dije:
-No, no, lo s. Soy consciente que las
empresas de seguridad lo que ms hacen es
patrullar.
-Ni nosotros, ni ningn ejrcito del
mundo est todos los das luchando. Aqu
conocer la realidad de los templarios, no el
mito. Ya ver que la realidad es muy distinta.
La guerra es contra las pasiones, contra los
enemigos del alma. sa es la verdadera
batalla. La vida en nuestras casas es tranquila
tanto como pueda ser la de un benedictino o
un cisterciense. Slo que ellos ordean vacas
y cultivan campos, mientras que nuestro
trabajo es mantener siempre a punto esta
maquinaria de guerra por si hace falta. El
monasterio es como una gran mquina de
guerra, siempre dispuesta a entrar en accin.
-Y aqu suelen entrar en accin?
-En tiempos s, ahora no -con un
puntero cercano seal un gran mapa que
penda de la pared-. Ve toda esta zona?
Estaba infestada por los pulaars-haal.
-
17
-Qu es eso?
-Son una escisin de un grupo de tipo
neo-maosta, muy ideologizado y muy
sangriento, que tuvo muchos seguidores hace
treinta aos en esta parte de la costa africana.
Pronto le sern familiares los nombres de
todos estos grupos y clanes.
Hace veinte aos, nuestra tarea
consisti en acotar un rea e irla limpiando
lentamente. Nuestras aeronaves partan cada
da a patrullar. Y cada semana
aerotransportbamos un regimiento entero de
infantera a esta otra zona a cazar partidas de
guerrilleros, estas otras montaas y esta
regin eran su zona de influencia -seal otra
parte del mapa-. Los guerrilleros saban que
no nos podan ganar. Una vez que se
estableci este castillo su destino estaba
decidido. Podan matar a ms o menos
templarios, pero la Orden seguira enviando
nuevos contingentes. No haba posibilidad de
victoria para aquellas partidas de irregulares.
Finalmente, optaron por alejarse a
zonas del pas donde no encontraran un
adversario tan terco. Desde hace ms de
catorce aos nuestra misin aqu consiste en
mantener nuestras posiciones, en vigilar, en
recordar a esos grupos guerrilleros que sta es
nuestra zona. As que la vida que llevan aqu
los hermanos es muy tranquila.
-No sabe lo que me alegro. Soy un
hombre de paz, la guerra...
-Todos aqu somos hombres de paz le
interrumpi el prior-. Pero alguien tiene que
dedicarse a la guerra -dijo extendiendo las
manos y despus juntndolas. Como si en ese
lento y resignado gesto expresara su
conformidad con el orden de las cosas, por
cruel que fuera.
El prior se extendi explicndome que
esta tierra donde se instalaron, era un valle de
lgrimas y que, al menos, ahora se poda
vivir. Al menos eso trat de explicarme. Tras
escucharle, coment:
-No s, de momento pienso que los
laicos... los laicos son los que deberan
ocuparse de eso. A lo mejor cambio de
opinin.
-Los laicos llevaban ocupndose de
eso aqu, en esta regin, ms de treinta y ocho
aos. Pero hasta que no lleg un ejrcito
insobornable, obstinado, inflexible y
sacrificado, los pobres lugareos estuvieron a
merced de los grupos irregulares de uno y
otro bando. Cuando no eran los guerrilleros,
eran los paramilitares. Y cuando no, las del
Gobierno, que no eran precisamente unas
Hermanitas de la Caridad. Fue el mismo
Presidente de esta nacin en persona quien
pidi a nuestro superior que se encargara al
menos de poner orden en un territorio del pas
y les delimit esta regin. Y con muchos
menos hombres, nosotros logramos lo que
ellos no pudieron.
-Fue Lawal el que lo pidi?
-No, fue el presidente Alhaji
Maduabebe. Tanto el Ejrcito de este pas,
como los insurgentes, no queran nuestra
presencia. Todos los altos mandos del Ejrcito
eran unos corruptos. Los insurgentes eran
unos bandidos. Entre ellos la nica diferencia
era que unos trabajaban para el Gobierno y los
otros para s mismos. Nosotros impusimos
orden. Por fin, despus de tantos aos, estos
parajes tuvieron un ejrcito que se haca
respetar y que era respetable.
-Pero tuvieron que matar.
-Por supuesto! Matamos. No me
tembl la mano al hacerlo. Matamos a miles.
Mi conciencia me remorder por otras cosas,
pero no por sa. Durante aos y aos, los
templarios limpiamos esta zona. Para limpiar
hay que matar. Cuando entramos nosotros,
cuando se implanta un castillo de este tipo, es
porque que las palabras ya no bastan.
-
18
-Comprendo.
-Veo por su mirada que no comparte
mi visin de las cosas, pero crame, puede
estar bien seguro de que a veces la palabras
no bastan.
-Estoy convencido de ello.
El prior advirti mi renuencia a
sentirme entusiasmado por la misin que
haban ejercido all en el pasado. No quiso
perder ms tiempo, as que cambi de tema.
-Bueno, pasemos a tratar de su trabajo
aqu. Es usted el nuevo confesor. Cada da
estar una hora en el confesionario. El horario
est fijado en el tabln de entrada a la
armera. Confesar a cien hombres, hombres
muy religiosos, ya ver que da trabajo, pero
no da trabajo para todo el da. Como es lgico
si quiere vivir en esta casa, bajo nuestra
hospitalidad, tendr que trabajar en algo ms.
Todos los que residen aqu se ganan el pan.
As que deber ocupar cada da un mnimo de
horas en labores del monasterio. Tiene algn
conocimiento especializado? Electrnica,
ingeniera informtica...?
-No, ninguno.
-Siempre andamos ms necesitados de
trabajadores especializados, en lo que sea.
Pero no pasa nada. La cocina, la limpieza de
la casa, siempre dan trabajo. Reservamos a
nuestros hombres ms especializados para las
tareas que no pueden hacer otros, y al resto y
a los recin llegados los dedicamos a labores
que no requieran ms que manos y tiempo.
Aqu todos trabajan ocho horas, el resto del
tiempo es para usted. Puede hacer con l lo
que quiera.
Muchos clrigos vienen como
penitencia durante un mes o algo ms de
tiempo. Aqu no hay televisin, no hay
vanidades de ningn tipo, ni distracciones.
Como no sea pasear por los alrededores. Eso
s, la costa es muy bonita. Tambin podr dar
largos paseos en barca -el prior mir un reloj
de sobremesa con dos grandes asas de bronce
dorado. Tras comprobar la hora, dijo-:
Quedan casi tres cuartos de hora hasta la
vsperas.
Usamos el breviario romano, no
tenemos liturgia propia. Los oficios litrgicos
no son en latn, nosotros somos guerreros, no
monjes ilustrados, no somos dominicos. Los
juegos de azar estn completamente
prohibidos, as como el alcohol, de cualquier
tipo. Si es abstemio mejor, sino lo siento, pero
aqu se har.
-A qu hora se levantan?
-Eso depende de a cual de los dos
turnos pertenezca. En todas nuestras casas
repartidas por el mundo hay dos turnos fijos.
De manera que a cualquier hora del da o de la
noche, la mitad de los hombres estn
dispuestos a actuar, sea en una emergencia
que sobrevenga o en una misin que hayamos
planeado de antemano. Las tres de la noche es
lo que llamamos el quicio. A esa hora unos se
acuestan y otros se levantan. El monasterio
est vigilante en todo momento. Como ve
unos se acuestan muy entrada la noche y otros
se levantan de sus camas muy pronto, pero el
resultado que el monasterio como tal nunca
duerme. Cada monje tiene un turno u otro, y
en l contina ao tras ao, incluso aunque
cambie de monasterio.
-Una vida muy regular.
-No se espera otra cosa de unos
monjes.
-Y siempre viven dentro de la
muralla?
-No, siempre tenemos cuatro unidades
de templarios recorriendo la zona puesta bajo
nuestra proteccin. Los hombres de las cuatro
unidades se van turnando. Los monjes de este
castillo estn divididos en cuatro unidades.
-Bien, espero que yo realice mi labor
de un modo adecuado.
-
19
-Estoy seguro de ello. Nadie interferir
en su trabajo como confesor o director
espiritual. Adems, aunque yo soy el superior
aqu, usted depende del vicario general. Los
vicarios de cada monasterio estn bajo la
jurisdiccin de los dos vicarios generales de la
Orden. Pues nada, nos veremos antes de
vsperas en la sacrista. Hoy son solemnes y
nos revestiremos con alba y estola y capa
pluvial los dos subpriores y yo.
-Una preciosa espada coment
mirando la impresionante espada que estaba
colgada de la pared. Estaba verdaderamente
reluciente aquella espada medieval,
pesadsima-. Los monjes llevan espada?
-Nuestra costumbre es que slo haya
una espada por monasterio. Slo los priores la
llevamos. Y eso slo en los momentos ms
solemnes. Los templarios con el uniforme
nicamente suelen llevar al cinto una pistola.
Las espadas slo son un smbolo. Luchamos
con armas reales y efectivas, con smbolos no
se gana una guerra. Incluso en las
formaciones de protocolo solemos portar
ametralladoras. Con smbolos no se hace una
guerra. Pero el prior pasa revista con esa
espada al cinto, que adems de larga pesa
cinco kilos.
-S, parece pesada.
-Reconocer que las espadas
medievales son muy parecidas a la cruz.
is dos semanas de estancia en las
costas tropicales de Mauritania
supusieron una experiencia
valiossima. Nunca ms pude volver a tener
contacto con aquella realidad desde la base,
mirando a todos de igual a igual. Escuchando
cada comentario procedente desde la ms
absoluta franqueza. Cada cual me coment las
cosas sin ambages, sin premeditacin.
Aprend en ese lugar mucho ms sobre la
Orden que en cualquier otro momento.
Tambin all comprend que eran hombres de
buena voluntad, sencillos, nobles, movidos
por ideales caballerescos.
Dos semanas despus dej el
monasterio. Me encontraba ya en Pars
cuando se hizo pblica mi designacin. Me
imagino que en la fortaleza de San Anastasio,
donde haba residido, todos debieron quedarse
de piedra. Se preguntaran una y mil veces por
qu una casa vulgar y corriente, como aquella,
haba sido la elegida para mi estancia de
incgnito. Pero precisamente ah estaba la
respuesta: por ser una casa vulgar y corriente.
Aunque visit cuatro castillos ms, antes de
que mi designacin se hiciera pblica.
Mi investidura tuvo lugar tres semanas
despus de darse la noticia, en la Casa Madre,
la Fortaleza de San Miguel, que hace las
veces de monasterio central y que est situada
en Madagascar. As como los obispos son
ordenados por otros obispos, o los cardenales
reciben el capelo y el anillo del Papa, en la
orden templaria el Gran Maestre es investido
de su dignidad por el Gran Captulo de la
misma orden. Nombrado por el Santo Padre,
pero investido por el Gran Captulo.
La investidura, segn las normas,
puede realizarse en cualquier castillo donde se
convoque al captulo. Desde haca ms de
setenta aos, la investidura se realizaba en el
castillo de San Miguel, la Casa Madre. Dos
das antes de la ceremonia arrib a la fortaleza
a bordo de un pesado helicptero de cuatro
rotores y ms de ochocientas toneladas de
peso. En la pista del helipuerto, dentro de la
aeronave y mientras descenda la rampa,
observ que formaban dos batallones de
templarios con sus corazas. Con paso tmido,
pero a la altura de las circunstancias, pas
revista a aquella formacin flanqueado de
varios jerarcas de la Orden que ya haban
llegado a la isla.
M
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20
Los templarios vestan sus corazas
negras con un casco tambin oscuro y
reluciente. Aquellos guerreros me recordaban
mucho en su uniforme al clsico personaje de
Darth Vader., pero a cara descubierta. Ver
aquella formacin de guerreros, en medio de
la noche, guardando aquel silencio, fue un
espectculo que jams olvidar. No se oa ni
una respiracin, slo se escuchaba el silencio
de centenares de hombres.
Mi humilde figura avanzaba entre los
impresionantes jerarcas caminando a ambos
lados y detrs, tambin ellos cubiertos con sus
corazas. Aquella noche no hubo ms actos,
slo aquel pasar revista a esos batallones. Fue
razonable que no hubiera ningn otro acto,
eran las dos de la maana, estaba cansado
Dos das despus, presenci la
ceremonia de investidura en primera persona.
Un ritual bellsimo que prolong durante una
hora. Quien va a ser investido como Gran
Maestre coloca su mano derecha sobre la
espada que se le presenta sobre un cojn de
terciopelo rojo. Despus un cruciferario
inclina el hasta de roble coronada con la gran
cruz de hierro para que el investido pueda
besarla. Lo hice con toda devocin.
Curiosamente todos estos ritos tienen lugar a
puerta cerrada. Mil trescientos templarios
armados esperaban en el patio de armas frente
a la gran portada de la iglesia de la Casa
Madre. Dentro del templo slo haba una
treintena templarios: la cpula jerrquica de la
Orden. Desde haca varios decenios, se haba
decidido favorecer la intimidad de los rituales
a costa de sacrificar la presencia de millares
entro del templo.
Recib las bendiciones en latn, ledas
de un voluminoso y pesado ritual de grandes
letras y coloridas iluminaciones de estilo
carolingio. El Gran Captulo repiti las
antfonas en las que se peda que sobre m
vinieran las gracias convenientes a mi alma y
a mi cargo. Me arrodill delante del altar
durante la letana de alabanzas a Dios, me
postr en la invocacin final que se hizo a
Dios antes de pasar a la segunda parte del
ritual: mi uncin.
Aquella congregacin era una orden
soberana. Es decir, la Orden posea un
pequeo territorio que constituido en Estado
independiente. Un territorio de poco ms de
treinta mil metros cuadrados. Pero la
soberana sobre aquel pequeo enclave era la
razn por la cual fui, como mis predecesores,
ungido como monarca de ese territorio y
dems posesiones de la orden.
Se me ungi con crisma el pecho y la
espalda. Pero no se me coron, ni se me
entreg un cetro, sino que se me entreg el
yelmo y la espada. Se podra decir que mi
corona era mi yelmo y mi cetro mi espada.
As como los sacerdotes van vestidos de
negro, as tambin nuestras corazas y cascos
son negros: smbolo de nuestra renuncia al
mundo. Yelmo y espada fueron dejadas sobre
la gran mesa de cedro sobre la que estaban
plegados y ordenados mi uniforme militar y
sus corazas, ya que yo vesta un alba blanca
con estola. Tras el canto del Te Deum, los
miembros capitulares me besaron uno a uno el
anillo.
Aunque eran pocos los templarios
presentes, siempre asistan por propio deseo
un cierto nmero de obispos de las dicesis
cercanas. Ms de veinte obispos revestidos
con sus mitras doradas y sus impresionantes
capas pluviales, ocupaban silenciosos sus
lugares en los sitiales de madera oscura del
coro. Ellos no besaron mi mano ya que no
estaban sometidos a mi jurisdiccin. Es ms,
yo segua siendo un sacerdote, un mero
presbtero. Tambin resulta curioso que todos
los miembros del Captulo y yo mismo,
realizbamos la investidura revestidos de
ropas clericales y no caballerescas. Quiz para
-
21
realzar el hecho de la superioridad del
carcter sacerdotal sobre la dignidad que
reciba el investido. Quiz tambin para
recordarnos que ante todo ramos una orden.
Tras el sencillo homenaje de
aceptacin del Gran Captulo, el obispo del
lugar avanz con su bculo al centro del
presbiterio y pronunci en latn hiertico su
bendicin en nombre de todos sus hermanos
obispos presentes. Hicimos una larga
genuflexin ante el sagrario y salimos
procesionalmente del templo. Vista la
procesin desde casi el altar, donde yo me
encontraba, la alta cruz que presida la hilera
de clrigos se recort en la claridad de la luz
que penetr en cuanto se abrieron los portones
de la iglesia. Nada ms entreabrirse aquellas
puertas de bronce, reson el fragor de la
aclamacin de tres millares de gargantas
gritando a pleno pulmn. Desde lo alto de la
escalinata de piedra mir a la muchedumbre
de templarios que vociferaba entusiasmada y
enardecida.
Yo haba salido inmediatamente detrs
de los maestres. La gran cruz procesional fue
sostenida a mi derecha. A ambos lados se
colocaron mis senescales. Segn su jerarqua,
se fueron situando a ambos lados mos los
miembros del captulo: los maestres, los
comendadores, los vicarios generales.
Situados en los extremos del plano que
coronaba la escalinata, los obispos
completaban el cuadro que formbamos aquel
grupo Era un espectculo bellsimo y
vigoroso.
Las campanas no dejaban de ser
volteadas con toda fuerza desde que haba
acabado la investidura. Me limit a saludar
moderadamente alzando mi brazo ante aquella
muchedumbre de soldados enfundados en sus
corazas. Hacia cualquier lado al que mirase,
vea los metales oscuros de sus uniformes de
gala por todas partes. Tanto las ventanas,
como las terrazas o las galeras porticadas que
daban a aquella gran plaza rodeada de
escalinatas, hacia cualquier espacio que
dirigiese mi vista, me encontraba con aquellos
cascos de superficie brillante, con aquellas
gargantas que lanzaban un nico hurra! sin
fin.
Pronto trajeron una sede y me sent
all mismo. Formando una larga fila, los
templarios fueron subiendo las escalinatas
para besarme la mano derecha como signo de
aceptacin de mi mandato sobre la Orden.
Nada ms acomodarme sobre el asiento, el
chambeln de la Casa Madre me coloc un
guante de armadura, de color metlico oscuro.
sa era la tradicin: besar el guantelete del
Gran Maestre. Cuatrocientos hombres
besando el guante con entusiasmo y devocin
obligaba a pasar un lienzo con colonia cada
cierto rato.
Jams olvidar aquel da. Es difcil
que alguien olvide una experiencia as.
Muchas emociones ese da. No obstante, esa
noche me dorm tan pronto apagu la luz en
aquella celda espaciosa pero que no dispona
ni de un solo lujo.
n cuanto me hice cargo de la mxima
dignidad de la Orden se convoc a
Captulo General. En l pasamos
revista al estado de la Orden. 50.000 monjes,
27.000 auxiliares, una flota martima de 127
barcos de guerra, una flota area de 230
aeronaves de transporte y 340 cazas, la
plataforma de treinta mil metros cuadrados en
el ndico, enclavada en el Mar de Tasmania,
la impresionante fortaleza de la Casa Madre
situada en Madagascar y una cadena de
castillos templarios entre el paralelo 23 norte
y el 24 sur de la costa occidental del
continente africano. Tanto efectivo poda
parecer mucho, pero en un planeta con 20.000
E
-
22
millones de habitantes, ramos una gota de
agua. Nuestro ejrcito era incluso menor que
la Guardia Nacional de California.
Hacerme idea cabal de ese inventario
me llevara aos. Pero si qued impresionado
por lo que se haba acumulado en varias
generaciones, no me admir menos conocer
en detalle la obra de ingeniera cannica que
haba realizado el Vaticano con aquella
Orden. Sus constituciones eran muy simples,
pero todo estaba perfectamente equilibrado y
contrapesado tratando en todo momento de
conciliar elementos desemejantes.
Cada monasterio, un prior. Los priores
estaban agrupados en provincias. Cada
provincia estaba bajo un condestable. Los
condestables estaban agrupados en regiones,
en cada regin haba un maestre. Los diez
maestres constituan el Gran Captulo junto
con los tres comendadores. Los tres
comendadores siempre eran escogidos entre
clrigos ajenos a la Orden, desde el momento
en que Roma los nombraba pertenecan al
Gran Captulo y a l asistan. Pero no tenan
ningn mando, ni ejercan ninguna otra
funcin que la de asistir a las deliberaciones.
Eran observadores que ni siquiera solan
intervenir, pues su misin era observar y slo
hablar en las reuniones para advertir de
aquello que les pareciera menos recto o
prudente. El Vaticano estaba tranquilo con la
Orden, ya que si el Gran Maestre algn da
comenzaba a tomar un sesgo preocupante en
sus decisiones, los tres comendadores lo
advertiran al captulo. Y si el captulo segua
en una lnea que ellos consideraran errnea,
advertiran de ello al Vaticano. Por eso
aquellos tres personajes siempre discretos,
siempre revestidos con su hbito negro algo
distinto del resto de los maestres, eran unos
personajes muy respetados, e incluso temidos.
Sin ningn poder, sin autoridad alguna para
tomar decisiones de gobierno, pero siempre
ojo avizor, siempre con la potestad de asistir a
cualquier reunin o deliberacin que se
celebrase en la Orden.
En el Captulo, junto a los tres
comendadores, tenan su asiento los dos
vicarios generales, que eran los superiores y
visitadores de todos los vicarios esparcidos
por todos los monasterios. Cada monasterio
contaba, al menos, con un vicario que se
dedicaba a confesar a los miembros de esa
comunidad. Trabajaba en el monasterio pero
nunca entraba en combate.
Todos los integrantes del Gran
Captulo estaban sentados en dos hileras de
sitiales enfrentados, siete en cada lado. En el
lado de los comendadores se sentaban los dos
condestables ms ancianos. El Gran Maestre
situado en el centro de la presidencia, con un
gran tapiz a sus espaldas, que representaba
una cruz griega muy antigua. En la tela del
viejo tapiz, un crucificado serio, adusto, con
una corona sobre su cabeza y la palabra REX
sobre la corona. Cristo era el rey al que
servan. En la Orden todos eran siervos y
todos iguales, slo haba un Seor. l, el
Nazareno del tapiz, presida silencioso las
reuniones de aquellos monjes-guerreros.
Es importante observar que las
dignidades en la Orden eran vitalicias, todas.
Nadie era jubilado, salvo que expresamente lo
pidiera. Cada monje por anciano que
estuviera, sin importar las mermas que su
fsico padeciera, era mantenido en su cargo,
considerndose la experiencia de la senectud
como uno de los mayores tesoros que posea
nuestra congregacin. Si somos observantes y
oramos y recibimos los sacramentos con
rectitud, cada da seremos ms santos, ms
sabios y ms prudentes, haba repetido una y
otra vez fray Gottenborg, octavo Maestre de
la Orden.
Nuestras constituciones hacan incapi
en que se considerara a toda la Orden como
-
23
una gran familia. Y en una familia los padres
no se retiran. Uno poda encontrar
monasterios en los que de facto los subpriores
eran los que llevaban el peso del gobierno de
la comunidad, aunque nominalmente siguiera
al frente un prior encorvado y dbil que ya
apenas sala de su celda. Pero ni en los casos
en que la decrepitud era ms evidente, el prior
abandonaba su cargo. Esta prctica
ocasionaba una gran inmovilidad de
nombramientos. Se trataba de una especie de
fosilizacin de cada uno en la pirmide
jerrquica. De ah que la avidez o la codicia
por ascender resultaba una continua
frustracin, en el caso de que alguien la
padeciera.
Esto tambin era tan vlido para el
ltimo subprior de la Orden como para m.
Permanecera en mi cargo de gran maestre
hasta que la muerte me jubilase. Desde mi
puesto no se ascenda a ninguna otra funcin
eclesistica. No requera poco tiempo hacerse
con los conocimientos necesarios para
gobernar la Orden, de modo que no se poda
estar cambiando de Gran Maestre cada diez
aos. El puesto no slo era vitalicio, sino que
la Regla peda que se ejerciera hasta la
muerte. La vida como combate. Haba habido
Grandes Maestres que en sus ltimos aos
estuvieron muy enfermos, saliendo muy poco
de sus celdas. Pero cuando salan y
participaban en las deliberaciones del Gran
Captulo sus palabras eran tesoros de
sabidura, luz para los ms intrincados asuntos
que se estuviesen discutiendo, por lo menos
as me lo refirieron los maestres que vivieron
los mandatos de Darmstadt y de Abubakar,
ambos enfermos durante muchos aos y cada
vez ms incapacitados.
No obstante, antes de aceptar mi
designacin, el subsecretario de la
Congregacin de Religiosos me explic que,
aunque yo haba aceptado el nombramiento,
cosa que l me agradeca, deba saber que si al
cabo de ocho aos decida ser sustituido lo
haran sin poner el inconveniente alguno. La
remocin se hara por va de ascenso, siendo
destinado yo como monseor a alguna
funcin de la Curia Romana. El carcter
vitalicio del cargo de maestre de la
congregacin se trataba de una medida llena
de lgica, pues se precisaban de muchos aos
para tener conocimiento completo de la
Orden. Y despus, si el gran maestre haca
bien su labor, era preferible mantenerlo a
correr el riesgo de hacer sustituciones. De ah
que era consciente de que all acabara mi
carrera; eso que algunos llaman carrera. Un
clrigo nunca debe aspirar a hacer carrera.
Hacerse sacerdote supone abandonar toda
ambicin mundana. Se hace necesario
desechar la codicia de los cargos que se
insina bajo la excusa sibilina de que uno
tiene esas ambiciones para hacer ms bien.
Siempre aborrec de esos honores, pero a
veces parece que esos honores precisamente
persiguen a los que los aborrecen. Y
aborrecen a los que los persiguen. Es cierto
que despus, veinte aos despus, envi la
primera carta pidiendo al Santo Padre que
aceptara mi dimisin. Pero para entonces el
Papa, segn me dijeron, estaba tan encantado
con mi trabajo que no quera ni or hablar de
tener que empezar todo el proceso de
bsqueda y consultas para designar otro
candidato. No era cierto que se encontrase
tan encantado con mi trabajo, se contentaba
con que la orden templaria no fuera una
fuente de problemas. Se contentaban con eso
y con que sus miembros estuvieran fielmente
sometidos a la jerarqua eclesistica. Ambos
cometidos se llevaron a cabo bajo mi mandato
con pulcritud y eficacia.
Desde antes de entrar al seminario, en
el seminario y despus de mi ordenacin,
-
24
siempre pens en seguir a Cristo, pobre,
desnudo, indefenso, crucificado. Seguirle
adonde me pidiera y como me lo pidiera.
Nunca pens que ese seguimiento me llevara
a ser el comandante en jefe de un ejrcito. A
veces los caminos del Seor son cuando
menos, sorprendentes. Me siento tentado de
pensar que son incluso retorcidos. Pero no,
retorcidos no, Dios no puede trazar caminos
retorcidos. A pesar de ello, pienso en Cristo
crucificado, Cristo desnudo, solo,
abandonado, indefenso, pobre, despreciado,
poniendo la otra mejilla. Le veo as, y me veo
a m con cincuenta mil hombres armados. Si
mi Reino fuera de este mundo mi Padre
hubiera enviado veinte legiones. Y sin
embargo, entre esta construccin que es la
Orden y su Evangelio no hay contradiccin.
No hay contradiccin entre el ms extrao
pasaje de la Summa Theologica de Santo
Toms de Aquino y el ms extrao de los
pasajes del Levtico o de las profecas de
Ams. Todo forma parte de esa fabulosa
catedral plurisecular que es la Santa Iglesia
Catlica. No hay contradiccin entre el
cantero de una catedral que adora a Dios con
toda su alma, pero que talla la imagen de un
demonio que se re y se retuerce descarado en
un recodo de su capitel. Ciertamente, debo
reafirmarme en estos razonamientos.
Reafirmarse en aquello a lo que nos ha
llevado la obediencia. La razn... mi mente a
veces, ociosa, se divierte imaginando a un
Gran Maestre disolviendo la Orden, a los
maestres conspirando y enfrentndose contra
el Gran Maestre, a la orden templaria
confrontada contra Roma, a los soldados
templarios en rebelin armada contra todos
sus jerarcas de su misma congregacin, a los
monasterios corrompindose en mil herejas
cada vez ms tortuosas, cada vez ms
intrincadas. Todas las posibilidades... una
vida da para imaginar todas las jugadas
posibles sobre el tablero de ajedrez. Mi razn
a veces se abandona al ejercicio intelectual de
mover todas las fichas en todas las posiciones
posibles, en todas sus combinaciones de
agresin o de autoconservacin.
Pero miro por la ventana de mi despacho
y al ver, a cien metros, a ese joven monje lego
que barre, al otro que un poco ms cerca,
anciano, acarrea unos pequeos contenedores
de la cocina, vuelvo a la realidad y recuerdo
que soy yo el que pone la malicia sobre el
tablero. Ellos son fichas inocentes. Les mueve
a estar aqu el mismo amor a Dios que a m.
En realidad, ni yo pongo esa malicia. Son
meros juegos de mi razn en momentos de
aburrimiento, de ociosidad, de apata. Meros
juegos, nada ms.
Pero el apartamiento del mundo en el
que vivimos, recluidos en estos alczares de
la virtud, dan lugar a momentos de desierto
interior. Horas de aridez en las que la
imaginacin se desboca. No faltan razones, no
faltan piezas, para imaginar mil jugadas. En
momentos de debilidad, en medio de esos
esparcimientos de mi mente, me entran ganas
de pensar que el juego ha comenzado.
Agobiado por el peso de semejantes
responsabilidades, por el retorno de la
sequedad en la vida espiritual, me levanto de
la sobria silla de mi monacal despacho y
estiro las piernas, miro por la ventana, trato de
distraerme. Fijo la vista en el recio candelabro
de bronce que decora un armario de mi
antesala, muevo unos papeles sobre mi mesa,
paso mi mano sobre la pgina de una Biblia
de gran tamao, al azar merodeo por unas
cuantas pginas de ella, dejo de vagabundear
por sus prrafos, busco un versculo familiar,
lo encuentro, all est con todos los
desasosiegos que me pueda producir: si mi
reino fuera de este mundo, mi Padre...
-
25
Al ser prendido en el Huerto de los
Olivos, lo dice claramente: mi reino no es de
este mundo. Pero aunque su reino no es de
esta tierra, s que est en este mundo. En
cierto modo, paradjicamente, el versculo me
desasosiega y me apacigua.
Me inquieta por lo que parece decir a
simple vista, pero me tranquiliza porque
puedo usar de todo este poder que se me ha
conferido, con la ms desinteresada de las
polticas, con la ms celestial de las miras. Ya
que estamos en el mundo, influyamos en l.
Pero hagmoslo de acuerdo a una estrategia
que sea la opuesta a la que nos dicta la carne y
el mundo.
ocos das despus de mi investidura,
recib la visita de uno de mis mejores
amigos, elevado a la dignidad de
arzobispo de la archidicesis londinense de
Westminster un par de aos antes. ramos
amigos desde haca muchos aos. Apenas
apareci por la puerta, extendi sus brazos y
exclam en alta voz con una sonrisa como un
sol:
-Alain!!
Aquel saludo era de quien grita tu
nombre con la mayor de las alegras, con la
satisfaccin de ver que su amigo ha sido
elevado a altos puestos.
-Digo Alain, pero quiz debera decir
fray Alain!
-No me vengas con sas -y le di un
gran abrazo.
Charlamos de nuestras respectivas
responsabilidades, intercambiamos noticias
acerca de familiares. Poco despus estbamos
dando un paseo por el claustro de la Casa
Madre. No tardamos mucho en internarnos en
una seria conversacin. Era inevitable que
ciertos temas aparecieran. Haba bastado hora
y media de despreocupada charla para que la
alegre despreocupacin del amigo diera lugar
al gesto grave del prelado que habla con
conocimiento de la materia. Con aire
confidente, me dijo:
-El Vaticano no quiere que esta Orden
se extienda. La mantiene, pero su deseo es
que las cosas sigan como estn y no vayan a
ms. El xito de esta orden sera sumamente
preocupante.
-Reconozco que la unin de las dos
cosas, el poder y la fe, siempre es
preocupante.
-Desde luego.
Despus, el prelado britnico ponder,
con conocimiento de la materia, la hbil labor
del jardinero en los setos de la plaza que
formaba el recinto ms interno del castillo.
Senta mi amigo el impulso de acariciar
aquellas rectas aristas que haban logrado las
largas tijeras del monje, pero se contuvo. A
continuacin, sin venir a cuento, coment el
arzobispo mientras segua mirando el seto y
las magnolias:
-Desde luego, no cabe duda difcil
relacin entre la fe y el poder. Pero tampoco
olvides que ests al frente de la ms obediente
de las rdenes de la Iglesia.
-Ah, s?
-S. As est considerada.
-Obediente, pero preocupante.
Curiosa contradiccin! No parece un
contrasentido que la Iglesia posea una
institucin cuyo xito no desee?
-Slo lo parece, pero en la Curia saben
lo que hacen. No me imagino a Cristo a
caballo con una espada en su mano. Pero la
Iglesia se enfrent a un dilema: o una orden
controlada por ella, o una secta hertica
esparcida por todo el mundo y con un
ejrcito! La Santa Sede obr con gran
sabidura. Y habrs visto que las
constituciones de la Orden son un monumento
a la ms consumada de las prudencias. El
P
-
26
procedimiento seguido para elegir al Gran
Maestre y la manera de constituir el captulo
general demuestran una mente poltica
magistral.
-Que s, que s. Ya sabes que soy el
primero en alabar la mente que dise la
estructura jurdica de esta institucin que
dirijo.
-Qu me dices de los comendadores?
-Pues que me sorprendi el que
existiera esta figura en la Orden, me
sorprendi, s. Esos tres hombres con su
capucha, silenciosos.
-El Vaticano se fa de ti, pero por si
acaso te coloca a esos tres presbteros
vigilantes me dijo sonriente mi amigo el
arzobispo, mientras se sacuda un insecto que
se le haba posado cerca de un hombro.
-Los comendadores no los puedo
cambiar, su cargo es vitalicio como el mo. A
veces me pregunto qu pensarn ellos de m.
-Oh, les has causado buena impresin,
no lo dudes. Por lo menos eso es lo que se
cuenta por los pasillos de monseor Amanti.
-Me fui al seminario a mis dieciocho
aos con la idea de decir misa, dar
catequesis... visitar enfermos. Y ahora... me
veo investido Jefe de Estado de un estado
soberano. Me acuesto y s que probablemente
algunas de mis aeronaves estn patrullando
algn lugar del mundo, que los turnos de
soldados vigilan a cualquier hora en mis
castillos. Curiosa idea cuando uno tiene
apoyada la cabeza en la almohada.
El arzobispo, que se haba parado a
mirar un extrao pequeo pjaro posado en
una rama, se sonri ante lo que su amigo
deca. Despus aadi con el mismo buen
humor:
-El servicio al Evangelio nos lleva a
veces a parajes extraos. Tampoco el pobre
pescador Pedro, se imagin que algn da la
Biblioteca Vaticana sera todo un laberinto de
archivos.
-No s. Jess hizo guardar la espada a
Pedro en el Huerto de los Olivos. Qu hubiera
dicho Simn Pedro a su sucesor vindole con
un ejrcito de templarios.
-No me hagas hacer de abogado de
esta orden.
-No, en serio, qu le hubiera dicho
aquel pescador a su sucesor? la insistencia
del Gran Maestre indicaba que era un tema
que le preocupaba.
-Pedro llevaba una espada cuando
fueron al Huerto de los Olivos. Crees acaso
que Jess no se percat de la espada? Eran
slo doce, vivan juntos todo el da. Saba que
la llevaba, y cuando la va a utilizar no le dice
que la tire, no le ordena que la arroje, slo le
dice que la guarde.
-No me convence demasiado tu
explicacin.
-Qu me dices del rey David o de
Salomn?
-Buf -el resoplido del Gran Maestre y
sus ojos levantados al cielo fueron toda su
respuesta.
-T me has pedido que haga de
abogado de la Orden.
-Esperaba argumentos ms slidos de
alguien como t. Un solideo tan ilustre, un
biblista de tu talla.
-Muchas gracias. Pero, oye, no te
tortures. Prometiste obediencia el da de tu
ordenacin a tu obispo y sus sucesores. No
ests aqu porque hayas escogido t este
puesto. Adems, no olvides que los
templarios realizan una labor humanitaria. No
atacan a nadie, solo defienden. Recurdalo.
-Mira, en el fondo, no dudo de la
Orden, aunque a veces pida a gente como t
que me confirme en la legitimidad de esta
institucin. Pero, bueno, veo claro que esta
Orden no es un escndalo para el Evangelio,
-
27
como dicen algunos. Es ms, incluso veo la
conveniencia de que exista una orden
templaria legtima, claramente legtima, para
evitar la eclosin de grupsculos herticos
nutridos con sus ideales. Encima, como tu
decas, son obedientes. Desde hace aos, veo
claro que la malicia ha sido puesta por parte
de los acrrimos defensores de la verdad y
pureza evanglica. No por parte de estos
benditos que cumplen con su trabajo da a da.
-No te entiendo.
-Son los otros los que imaginan
fantasmas donde no los hay, los que se
esfuerzan en ver peligros y ms peligros
donde no los hay. El poder, el poder
repiten. Como si la nica Iglesia autntica
fuera la perseguida.
-A m puedes hablarme claro, soy tu
amigo.
-Con todo esto, lo que quiero decir que
algunos de tus hermanos obispos curiales han
introducido en la Regla normas sumamente
mortificantes. Qu otra congregacin hubiera
admitido una figura como la de los
comendadores? Y, no obstante, la nica
respuesta de esta congregacin ha sido la
sumisin.
Cuando cualquier congregacin o
instituto secular se extiende y prospera, le
felicitan, se alegran. Cuando esta orden
prospera, fruncen el ceo. A veces, te lo
aseguro, tenemos miedo de que las cosas nos
vayan bien y tengamos un ao con ms
beneficios de los esperados. Y
desgraciadamente, desde el Cielo parecen
empeados en que nuestro poder crezca ao
tras ao.
-S, estoy al tanto de las
maquinaciones que se urden contra vosotros.
Pero tampoco pienses que la orden es
inmaculada. Sabes por qu es poseedora de
la fortaleza de San Jorge en el Mar de
Tasmania?
-Yo que s. Necesitaban otro
baluarte?
-Nada de eso repuso sonriendo
maliciosamente-. La plataforma se levant,
porque se dieron cuenta de que si tenan un
terreno soberano, completamente
independiente, seran un Estado. Por eso
construyeron esa plataforma en aguas
internacionales y la constituyeron como
nacin independiente. Aunque, eso s, una
nacin de 30.000 metros cuadrados, un estado
minsculo. A partir de ese momento, la Orden
del Temple no slo tena posesiones y
fortalezas en distintos pases, sino que ella
misma tena un pas, aunque diminuto.
El Vaticano tard varios aos en
entender la jugada varios aos. Roma poda
disolver una orden religiosa, entraba dentro de
sus competencias. Pero no entra dentro de las
competencias del Derecho Cannico disolver
un estado independiente. De manera que esos
pocas decenas de miles de metros cuadrados
suponen un recuerdo constante de que la
Orden puede disolverse, pero el Estado
continuar. Y si la Orden es disuelta, el
Estado quedar libre de reorganizarse como
desee. Te das cuenta?
-Creo que eres un poco retorcido. La
letra de las constituciones no les prohiba
hacer lo que hicieron. Pienso que ests
juzgando las intenciones.
-Tranquilo, no es una crtica. S, s, de
acuerdo, tus predecesores y el Gran Captulo
actuaron con escrupulosa obediencia al
Derecho Cannico y al Derecho Internacional.
Eclesisticamente hablando, los que
constituyen la cabeza de la Orden son
conscientes de que no pueden propasarse en
las atribuciones conferidas a su jurisdiccin,
pero saben que tampoco el Santo Padre ni sus
sucesores pueden ir ms all de las
atribuciones propias de su potestad. Un pas
completamente independiente lo es con todas
-
28
sus consecuencias. El Derecho Cannico
establece unas reglas de juego claras y
precisas, un mecanismo transparente y
delimitado de derechos y deberes. Es como un
grandioso juego de ajedrez. Ellos se mueven
dentro de ese tablero regido por reglas
invisibles, se mueven en orden a su
conservacin. Se les puede culpar por ello?
Por supuesto que no. Pero hay que reconocer
que es un juego con muchas fichas, con
muchas fichas con muchos movimientos, cada
ficha con sus propios derechos, jurisdicciones
y reglas. Es lgico que en los dicasterios haya
gente nerviosa con este asunto.
-Me hace gracia que uses esa
comparacin. El otro da estaba pensando en
ese mismo smil. Pero lo pens ms bien
referido a la partida interna de ajedrez que
pueden jugar las fichas que constituyen la
Orden.
-Pues querido amigo
-S, querido arzobispo?
-Que no olvides que hay ajedreces
internos y externos. Y en el tablero, las fichas
estn bastante mezcladas: cardenales,
arzobispos, civiles, intereses de este mundo,
ideales del otros.
-Y seor arzobispo, contra quin
jugamos? -la pregunta del gran maestre a su
amigo haba sido pronunciada con soniquete
travieso.
El prelado britnico, sin dejar de
pasear, levant la vista de las flores, hacia el
frente. Estara divisando frente a ellos la
formacin de fichas oscuras? Era un hombre
de gran irona. Su amigo lo saba mientras
aguardaba la respuesta. El hbil, poltico y
diplomtico arzobispo habl como un sucesor
de los Apstoles.
-Las fuerzas de la Luz frente a las
fuerzas de las Tinieblas. Los ejrcitos de Dios
contra las huestes del Adversario. El bien, la
nobleza, la verdad, los ms altos valores
frente a lo que es malo y oscuro.
-Ah, muchas gracias. Ahora ya lo veo
todo claro!
La irona del Gran Maestre fue
contestada con una sonrisa, la ltima antes de
pasar a la cena. Eso s, al entrar me agarr del
brazo y me pregunt:
-Explcame eso de que eres conde de
no s donde y seor de no s qu.
Me re a gusto y le dije que lo dejara.
Pero insisti. Me cont que lo haba ledo en
una inscripcin latina de un saln. Un saln
de las varias salas que atraves antes de llegar
a m. El caso es que no me dej hasta que se
lo expliqu:
-Aunque no lo uso nunca, mi ttulo
completo es Gran Maestre de la Orden
Templaria, Monarca de Georgeland, Conde de
Artois y Seor de North-Wessex.
Mi amigo se ech a rer. Slo cuando
se calm, sigui pidiendo explicaciones. No
par de preguntar hasta que se lo aclar todo.
-El primer ttulo, Gran Maestre, es un
ttulo religioso, es decir, soy superior de la
Orden. El segundo significa que soy rey de un
Estado que aunque sea pequeo como una
isla, es completamente independiente. A ese
Estado, donde est la fortaleza de San Jorge,
se le llama Georgeland. Este segundo ttulo es
civil y va unido inseparablemente al primero,
pero son dos ttulos distintos.
Los otros dos ttulos son honorficos y
van unidos al ttulo de Gran Maestre. Hace ya
muchos aos, la Repblica Europea concedi
a mis predecesores el ttulo de condes de
Artois. La razn era que los templarios
siempre haban sido una orden europea y
como nosotros habamos hecho tantas obras
filantrpicas por el mundo, quisieron
reconocer nuestra labor. Concedernos este
honor no le cost nada de dinero a la
-
29
Repblica, as que la mocin fue aprobada sin
mayor problema.
Al recibir este ttulo, el presidente de
Nger no quiso ser menos, y concedi al
Superior de la Orden y a sus sucesores el
ttulo de Seor de North Wessex. El nombre
de North Wessex es como se llam a la
ciudad de nueva creacin donde estaba
situada la Baslica para cuya proteccin naci
la orden. Hoy da tiene un nombre nuevo esa
ciudad: Ngnu-Butum-wa. Pero el nombre del
ttulo contina inalterado. Ests conforme
ya?
Mi amigo estaba encantado, tena
tantas cosas que contar cuando regresase a la
lluviosa Londres. Por el momento se limit a
decir sarcsticamente:
-Tantos ttulos y vistes con ese
sencillo hbito negro y slo esa cruz sobre el
pecho? Puedo llamarte conde?
-Adelante, hoy tenemos pollo para
cenar.
-En la intimidad basta con que te
llame Excelencia?
-Si sigues as, te voy a enviar a
Londres en el primer vuelo que salga.
riesgo de su vida, una anaconda
debe medir el tamao de la presa que
ha de engullir. No importa que ya
haya sofocado a su vctima, que el abrazo de
sus msculos haya quebrantado todas sus
costillas y vrtebras, no importa que obre en
su poder la habilidad de desencajar sus
propias mandbulas para que, con la paciencia
de lentitud reptiliana, con horas por delante,
pueda tragar esa captura. La digestin, la
disgregacin de esa carne por parte de los
jugos, supone un proceso que requiere de
varios das. Si la presa es excesivamente
voluminosa para el tamao del ofidio,
entonces el proceso de putrefaccin de lo
engullido ir ms rpido que el de disolucin
gstrica. Si la putrefaccin se adelanta a la
digestin, entonces el cuerpo corrompido
comenzar a rezumar lquidos cada vez ms
txicos. No pocas anacondas se han retorcido
intoxicadas por los humores de su presa antes
de morir. Si no somos prudentes, lo mismo
podra suceder con la orden templaria.
Debemos medir cuidadosamente el
tamao de cada empresa que acometemos.
Defendemos el bien y la justicia, pero si la
defensa de esos valores nos llevara a acometer
la resolucin de conflictos en los que nuestro
enemigo es muy superior, entonces nuestra
Orden desaparecera. Debemos encargarnos
de misiones en las que el enfrentamiento
siempre sea contra adversarios claramente
inferiores a nosotros. nicamente as la lucha
nos ir fortaleciendo. Nuestra posicin puede
parecer cmoda, nada idealista. Pero es la
nica posicin posible. El idealismo requiere
de una ingeniera de los nmeros que lo hagan
posible: correlacin de fuerzas, ingresos,
gastos. Sin nmeros, no hay idealismo. Sin
esos discretos contables en la retaguardia,
nue