Memorias apocalípticas, administrativas y campesinas: por una crítica de la memoria del sandinismo

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Análisis de las expresiones memorísticas vinculadas a la revolución sandinista y la problemática que presentan.

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  • MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios LatinoamericanosNmero 2, Abril 2014, 107-131

    Memorias apocalpticas, administrativas y campesinas: por una crtica de la memoria del sandinismo1

    Leonel Delgado AburtoUniversidad de ChileOGHOJDBQL#\DKRRFRP

    RESUMEN: Este artculo plantea que la memoria del sandinismo est marcada por la labor gubernamental ejercida por esta fuerza poltica en los aos ochenta, la que ahora aparece combinada con el liberalismo global. Adems, la memoria sandinista puede proyectarse en un espacio latinoamericano GH FDPELRV SDUD OR FXDO HVWH WH[WR UHH[LRQD VREUH OD SHUVSHFWLYDGH -XOLRCortzar sobre la revolucin sandinista y el momento global y distpico en que se desenvolvi. Un tercer aspecto abordado es la memoria campesina como elemento omitido por la memoria sandinista predominante.

    PALABRAS CLAVE: Revolucin sandinista, memoria, Cortzar, liberalismo, memoria campesina.

    1 Parte de la investigacin para desarrollar este texto est asociada con mi proyecto de investigacin sobre la transnacionalidad en la literatura centroamericana, Proyecto )21'(&

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    APOCALYPTIC, ADMINISTRATIVE AND PEASANT MEMORIES: FOR A CRITIQUE OF THE MEMORY OF SANDINISMO

    ABSTRACT: 7KLVDUWLFOHDUJXHVWKDWWKHPHPRU\RI WKH6DQGLQLVWDUHYROXWLRQLVpermeated by the work of the Sandinistas ruling Nicaragua during the 1980s, and that now that memory is mixed with global liberalism. Furthermore, the Sandinista memory can be projected to a Latin American range of FKDQJHV )ROORZLQJ WKDW LGHDP\ WH[W DQDO\]HV -XOLR&RUWD]DUV SHUVSHFWLYHon the Sandinista revolution and the global and dystopian moment of its development. A third aspect considered is the memory the peasants as an absent element in the leading Sandinista memory.

    KEYWORDS: Sandinista revolution, memory, Cortzar, liberalism, peasant memory.

    Previo al actual auge de los estudios de memoria en Amrica Latina, la cuestin de la memoria social y subalterna en Centroamrica estuvo dominada por los debates en torno al testimonio literario, su esttica y representatividad2. Solo en aos recientes se ha comenzado a problematizar la cuestin de las prcticas de la memoria en un campo cultural ms GLYHUVLFDGR DVt FRPR D SHQVDU OD FRUUHVSRQGHQFLD SDUD HO FDVRcentroamericano de la teorizacin predominantemente elaborada a partir de experiencias del Cono Sur37RPDQGR FRPRHVFHQDULR WDOPRPHQWRtransicional y en progreso, me gustara revisar en este ensayo la cuestin de la memoria del sandinismo4 con el nimo de aportar a un eventual debate en torno a la memoria de la que fue quiz la ltima revolucin moderna, o el ltimo evento en exhibir las caractersticas de una revolucin en el

    2 De entre la abundante literatura al respecto, ver la antologa de Beverley y Achugar, La voz del otro.

    3 Ver al respecto, especialmente sobre la memoria comunitaria e indgena: Cortez, La construccin local de la memoria.

    4 0HUHHURHQHVWHFDVRDOVDQGLQLVPRGHO)UHQWH6DQGLQLVWDRUJDQL]DFLyQguerrillera surgida en los aos sesenta y que toma el poder en 1979. Me ocupo ac de la memoria postgubernamental del sandinismo. La memoria del sandinismo original, fundado en la guerrilla de Augusto Sandino durante los aos veinte y treinta presenta otras problemticas y pertenece una genealoga que no abordo en este texto.

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    sentido tradicional (Keucheyan 7)5. Coincido con Saldaa-Portillo (112) cuando seala que el destino de la revolucin sandinista fue decidido por el campesinado. En efecto, el alzamiento campesino en contra del gobierno revolucionario los llamados contras6 seal un rompimiento crucial entre el proyecto y sus representados, as como entre revolucin nacionalista y sujeto social. Sin embargo, la memoria (personal y escrita) de la revolucin sandinista que circula ms y tiene ms resonancia (textos como los de Gioconda Belli o Ernesto Cardenal)7 es elaborada por la elite poltica y literaria, lo que instala, o da continuidad, a un hiato caracterstico del contexto nicaragense y latinoamericano. Esa distancia no es otra que la de urbe y extramuros, ciudad y campo, que tiene tambin resonancias de divisin de clase, etnia y raza8. Considero en este ensayo que el debate y la teorizacin de la memoria del sandinismo deben hacerse cargo de ese escenario de divisin y distancia. Pero, adems, que esa problemtica debe desplegarse como asunto histrico, es decir, considerando la posibilidad de una lectura totalizante que conecte la microhistoria campesina con las coordenadas generales de los cambios econmicos y polticos del contexto. En este caso, menos que la economa y la poltica, me interesan los ejes intelectuales con los que se puede pensar la memoria, y concretamente lo que sera una perspectiva latinoamericana, para lo cual tomar a Julio Cortzar como referente en un acercamiento esttico-poltico al sandinismo. Un segundo asunto que abordar ser ya propiamente la cuestin de la memoria la memoria campesina en particular y su incierta

    5 Mi traduccin.6 $SDUWLUGHHOJRELHUQRHVWDGRXQLGHQVHQDQFLDODJXHUUDGHEDMDLQWHQVLGDG

    contra los sandinistas. Comienza con remanentes de la Guardia Nacional de Somoza, pero progresivamente va incorporando a campesinos minifundistas y trabajadores temporarios que resienten las polticas de reforma agraria del sandinismo. Al respecto, ver: Saldaa-Portillo, 109-147.

    7 Belli, El pas bajo mi piel; Cardenal, La revolucin perdida.8 Se recordarn las observaciones de Rama sobre las ciudades americanas como

    focos de civilizadores en el espacio de la barbarie (La ciudad letrada 16) y la existencia de anillos subalternos que rodean a esa ciudad escrituraria, uno urbano y mestizo (45), y otro ms marginal que se extenda por la inmensidad de los campos (46) en donde se hablaban las lenguas indgenas o africanas que establecan el territorio enemigo (46). El alzamiento campesino nicaragense tuvo tambin un componente tnico en grupos indgenas de la costa caribea que activaron uno de los escenarios contrarrevolucionarios ms complicados.

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    inscripcin como memoria social. Intentar conectar estas dos lneas como pertenecientes a una posible crtica de la cuestin de la memoria sandinista en el momento de la transicin.

    UNA INSCRIPCIN APOCALPTICA

    Quiz haya cierto automatismo al referirse a la revolucin sandinista y al gobierno revolucionario de Nicaragua de los aos ochenta invocando como vocabulario la esperanza, la promesa y el sueo (en el sentido de LOXVLyQ \ SRUYHQLU (VWH WLSR GH FDWiORJR QDOL]D SRU OR JHQHUDO HQ HOmargen opuesto, el del lamento y el duelo, la desesperanza y la distopa9. Este despliegue se asocia tambin a lo que John Beverley ha llamado el paradigma de la desilusin (Repensando la lucha armada). Me gustara contradecir esa conciencia letrada gubernamental a partir de una invocacin de Julio Cortzar. La contradiccin lleva como horizonte una probable perspectiva (sub)alterna en donde el evento revolucionario podra recobrar algo de su sentido10.

    Julio Cortzar fue el autor latinoamericano que de manera ms sistemtica estableci lazos, hizo propaganda por el gobierno revolucionario y trat en sus textos a la revolucin sandinista. De este compromiso quedan varias huellas textuales, especialmente su volumen pstumo, Nicaragua tan violentamente dulce (1984)11. Se podra decir que Cortzar le dio una inscripcin latinoamericana al sandinismo, si es que tomamos por latinoamericano en HVHFDVRHVSHFtFRODXELFDFLyQWUDVQDFLRQDOGHXQRGHORVDXWRUHVFpOHEUHVdel llamado boom latinoamericano, y paradigma de las vicisitudes del autor que trata de ligar una literatura vanguardista con las experiencias

    9 Cumple este esquema Sergio Ramrez en sus memorias, ver: Adis, muchachos10 7RPRDTXtODGHQLFLyQGHevento que ofrece Badiou. Evento sera una irrupcin

    histrica no prevista que enuncia una verdad y produce sujetos, y que, adems, requiere GHOLGDG&RQVLGHURSXHVTXH ODUHYROXFLyQVDQGLQLVWDHVXQHYHQWRKLVWyULFRTXHcompromete poltica y subjetivamente aun ahora. Para Badiou y el evento, ver: Keucheyan (178-179).Ver tambin: Badiou, ,QQLWH7KRXJKW (43-51).

    11 Cortzar participa de las discusiones revolucionarias sobre el evangelio recogidas en el volumen El evangelio de Solentiname de Ernesto Cardenal. Para la recepcin de Cortzar por los intelectuales de izquierda en Nicaragua, ver: Ramrez, Ests en Nicaragua.

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    revolucionarias de los aos sesenta y ochenta, en especial la Revolucin cubana y luego la nicaragense. Se puede discutir si esta sintona buscada fue meramente voluntarista o utpica, o si estaba sobredeterminada por la historia cultural latinoamericana (el vanguardismo como deseo de salir del naturalismo dominante en el realismo latinoamericano segn la tesis GH7XOLR+DOSHULQ'RQJKL12. De lo que no debe caber duda es que esta bsqueda fue agnica.

    Y esa es quiz una de las cosas notables en la inscripcin sandinista de &RUWi]DUSUHFLVDPHQWHTXHSRGUtDWLSLFDUVHFRPRDSRFDOtSWLFD(VGHFLUTXHHQFDPELRGHLQLFLDUVHHQHOERUGHOH[LFRJUiFRGHODHVSHUDQ]DFRQsu amplio y hasta cierto punto cmodo comps de respiracin, comienza en el peligro, el horizonte opaco y la sofocacin. El relato Apocalipsis de Solentiname funciona como primera incursin literaria y poltica de Cortzar en Nicaragua, en la que el Paraso primitivista de la comunidad campesina fundada por Ernesto Cardenal, y representada por la pintura naif, es desplazado por el apocalipsis visual, herencia perversa de las dictaduras: las torturas, asesinatos y desapariciones tpicas de los aos setenta en toda Amrica Latina.

    Se podra esperar en los textos sobre Nicaragua, que Cortzar sigue escribiendo hasta su muerte (entre 1977 y 1984), un cambio hacia un acorde ms optimista, y de hecho lo hay. En los textos ms informativos de Nicaragua tan violentamente dulce, pensando sin duda en un pblico internacional de clase media, Cortzar pregona las bondades, buenos proyectos y esperanzas del gobierno sandinista. Sin embargo, en otros textos (quiz tambin en el trnsito de su propia muerte) no abandona el pQIDVLVDSRFDOtSWLFR\DJyQLFRKHFKRTXHSDUHFHQRWDEOH\TXHUHHUHDuna localizacin comprometida que trasciende la de las meras relaciones pblicas. No parece casual en ese sentido que, para hablar de la Nicaragua de 1984, Cortzar piense en el 1984 GH 2UZHOO XQD GLVWRStD GH ODmodernidad como modelo de los peligros de la soberana revolucionaria. Por cierta percepcin proveniente de las redes comunicacionales, me atrevo a conjeturar que est muy difundida ahora una idea de Cortzar como autor de frases optimistas, dado al ensueo y rozando, cronopios y magas de por medio, ciertas tendencias literarias new age. Quiz el autor

    12 Sobre el compromiso de Cortzar, ver tambin el texto de Ricardo Pigila, Sobre Cortzar (&UtWLFD\FFLyQ 83-87).

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    de los ros metafsicos vaya siendo apartado por el de cierta esttica sesentera y hippie que resulta ms cmoda para la dominante cultural del internet. El Cortzar politizado es frecuentemente el otro, es decir, el que descubre de forma evidente la interrelacin vital entre modernidad y horror13. Quiero proponer que es ese el marco de inscripcin sandinista de Cortzar.

    En la edicin espaola de Nicaragua tan violentamente dulce, su coleccin de textos sobre Nicaragua, Cortzar agrega un prlogo en que, probablemente motivado por su cercana muerte, medita de forma crtica sobre el sentido poltico de la literatura en el contexto del ao 1984, que tantas resonancias simblicas posee. La disonancia entre lo dicho y lo comunicado, o lo interpretable, forma parte de la propuesta discursiva de Cortzar en ese texto. El Idiota, inspirado en Dostoievski, e inesperada forma de saludo con que interpela a Cortzar el artista Roberto Matta, causa alarma porque dice las cosas ms inapropiadas en cualquier circunstancia, y slo algunos se dan cuenta de que no eran de ninguna manera inapropiadas (8). El Cortzar que vocaliza lo poltico incurre en una impertinencia (el lenguaje poltico que no pertenece al esttico). En ese sentido, Cortzar parece intervenir con la creencia de que no hay tal transparencia verbal ofrecida por la ideologa (es decir, que el lenguaje poltico no se basta a s mismo) sino, ms bien, integra un esquema de pulsiones y reas ocultas y sumergidas FX\DUHYHODFLyQGHEHWUDQVSRQHUVH\SHQVDUVHHQHVWHFDVRHVSHFtFRFUHHCortzar, con relacin a la produccin del hombre nuevo (15). Cmo OHHUODQRYHODGH2UZHOO1984 desde el 1984 histrico? Estratgicamente, &RUWi]DULGHQWLFDODGLVWRStDRUZHOOLDQDHQODDFWLWXG\ODDFFLyQLPSHULDOde Estados Unidos en la Centroamrica de los aos ochenta, y as plantea:

    7HUPLQR HVWRV DSXQWHV HQ PRPHQWRV HQ TXH $ULPiQ 5HDJDQempuja imperiosamente sus tteres externos e internos para que destruyan la revolucin sandinista en Nicaragua y continen combatiendo a las fuerzas populares en El Salvador. 1984 [la QRYHODGH2UZHOO@DFDEDGHHQWUDUHQVXVLPXOWDQHLGDGOLWHUDULD\temporal; las cosas no sern as en el mundo este ao, pero slo lo que est ocurriendo en Amrica Central basta para mostrar

    13 Al respecto, ver las lecturas de Alazraki sobre el desarrollo de la obra narrativa de Cortzar Imaginacin e historia; y de Moreiras sobre la narracin Apocalipsis de Solentiname.

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    uno de los peldaos por los cuales el horror orwelliano sigue descendiendo en su monstruosa voluntad de entropa. Polonia, Guatemala, Afghanistn [sic] son otros peldaos; el lector conoce muchos ms en frica y en Asia (17).

    $O IRQGR GH OD HVFDOHUD SXHGH HVSHUDU OD JXHUUD DWyPLFD \ HO QDOCortzar pone sus esperanzas, sin embargo, en el socialismo como fnix permanente, con capacidad de renovacin e invencin (17). Uno de los escenarios fundamentales de este proceso inventivo es la produccin del hombre nuevo que no debe ser concebido unilateralmente como revolucionario permanente lleno de una bondad esencial. En ese sujeto ideolgico no se han reconocido, y es la experiencia cubana, las pulsiones irracionales, lo cual ha conducido al sectarismo ideolgico. 7RPDQGRFRPRH[SHULHQFLDIXQGDPHQWDOHOFDVRGH&XED&RUWi]DUFULWLFDla persecucin de homosexuales y de intelectuales en la isla, pensando, adems, los horizontes antropolgicos ms lejanos del ser humano en que las pulsiones y deseos son reconducidos dentro de la nueva sociedad (combatir el machismo es uno de los ejes de tal lucha). El tono de Cortzar aqu suena bastante datado por los debates de la poca, y la supuesta proximidad de una libertad ertica y sexual ajena a la ley del valor. La LQWHUUHODFLyQ LQHYLWDEOH HQWUH HO HQWRUQR DSRFDOtSWLFR \ OD GLFXOWDG FDVLnaturalista de produccin subjetiva que Cortzar propone (tan fundamental para producir un socialismo renovado), acenta la intencin agnica. Es decir, cmo producir un sujeto en el que lo hednico se equilibre con lo social, dando por hecho una ndole natural (o inconsciente) cuya presencia no se exorciza con ideologa. Desde ese ngulo, no son un entusiasmo fcil QLXQDHVSHUDQ]DVLQVXUDVORVTXHYLQFXODQD&RUWi]DUFRQ1LFDUDJXD(OHVFHQDULRGREOHGHDPHQD]DGHGHVWUXFFLyQ\GHGLFXOWDGGHSURGXFFLyQsubjetiva, unido a la complicada estabilizacin de una autonoma nacional, constituyen la difcil apuesta histrica que afrontaba, desde la mirada de Cortzar, la revolucin sandinista.

    Por supuesto que, histricamente, fue otra la inscripcin de estos elementos que se impuso en la llamada opinin pblica u opinin dominante. La agona apocalptica que Cortzar vislumbrara devino una transicin, un trmino comodn que designa diversos procesos desarrollados a partir de los aos ochenta en toda Amrica Latina. Se nombra por lo general con relacin a una transicin a la democracia poltica, aunque de manera quiz ms decisiva se trata de una transicin hacia el neoliberalismo

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    global como sistema. Ha sido, por lo general, un discurso optimista muy distanciado de la agona de los aos ochenta. En aquel entonces, Cortzar escriba pensando en bordes nacionales de defensa y de creacin de soberana que conducan a su vez, y paradjicamente, al control (que hoy llamaramos biopoltico) de los impulsos de la barbarie en los sujetos (machismo como pulsin a ser sometida por medio de la educacin). El discurso neoliberal ha prodigado en cambio la riqueza de los escenarios de fronteras (ms culturales que econmicas) que hablan metafricamente de la nueva circulacin global, y ha reconducido la produccin subjetiva a la creatividad de los mercados: si hay algo que controla lo natural, es el consumo. Aunque la amenaza apocalptica no ha desaparecido QHFHVDULDPHQWHSDUHFHWHQHUXQSDSHOPHQRVUHOHYDQWH\XQSHUOPXFKRms bajo en la recomposicin del mundo.

    LA RECONVERSIN GLOBAL

    En contraste, pues, con la elaboracin proyectiva de Cortzar, cuyo marco fue la Guerra Fra, el escenario de memorizacin del proceso revolucionario sandinista es la reconversin global. Me gustara detenerme en algunos aspectos de tal escenario, en relacin precisamente con cmo condiciona la memoria. La idea principal es que, no obstante las apariencias, el escenario sigue siendo apocalptico si se considera el proceso posrevolucionario nicaragense, que desemboc en una guerra civil, como una hecatombe hecha en nombre del liberalismo. Este proceso violento abarca tambin a las fuerzas revolucionarias que progresivamente, unas de forma ms radical que otras, asumen el horizonte liberal como perspectiva pragmtica o deseable14. En ese contexto, la revolucin sandinista cae en la indiferencia, en el sentido de que no se distingue ms en su contexto, sobre todo con relacin al resto de Amrica Latina o, por lo menos, de Centroamrica, pues se trata y es visto como un solo proceso de transformacin. De hecho, la operacin de reconversin global de

    14 Si bien este proceso es predominante, hay, por supuesto, escenarios y estrategias que resisten una reconversin sin ms al liberalismo. Se ver ms adelante, en el caso de los hermanos Ernesto y Fernando Cardenal y sus libros de memorias, algunas de estas atenuantes.

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    DOJXQDPDQHUDXQLFDD&HQWURDPpULFD\VHYHUEDOL]DHQORVWpUPLQRVGHODtransicin (que se sobreentiende es hacia el libre mercado) y la democracia, WpUPLQRVFRQWUDSXHVWRVDOGHODJXHUUDFLYLOTXHVHUtDHOWpUPLQRGHQLWRULRde la poca revolucionaria. Una racionalidad esperanzadora, ofrecida por la transicin, se coloca de manera correctiva frente a una recurrencia secular e irracional encarnada en las revoluciones. La operacin de rearme de lo latinoamericano mira al subcontinente como el espacio del duelo por los muertos: un mundo postapocalptico del que la literatura de Roberto Bolao sirve como enunciacin ya canonizada (y en cierto sentido dogmatizada)15. En resumen: si Cortzar prevea una transicin hacia el socialismo en que el desafo de lo administrativo, soberano y biopoltico FRQXtDHQHOGLVHxRGHODVt OODPDGRKRPEUHQXHYRHOHVFHQDULRGHproduccin de la memoria del sandinismo est cruzado por aquel antiguo deseo, pero ubicado en el contexto subjetivo en el que la supervivencia y ODLQVHUFLyQVRFLDOLPSOLFDWHFQRORJtDVGHO\RHVSHFtFDV\PRWLYDGDVHQgran parte por el neoliberalismo. Esta ubicacin doble condiciona, pues, la articulacin memorstica.

    LA CUESTIN DE LA MEMORIA SANDINISTA: DISONANCIAS

    En este punto es importante postular que la memoria del sandinismo es una memoria en cierto sentido institucional o gubernamental: la de uno de los pocos movimientos guerrilleros latinoamericanos que logran desmantelar un antiguo rgimen y fundar un Estado. El sandinismo, desde la oposicin o en el gobierno, sigue siendo, durante el ya largo proceso de transicin, un actor poltico decisivo y fundacional. Existe, en efecto, una memoria del individuo institucional que describe, precisamente, la racionalidad del poder, el pragmatismo que fue necesario para mantenerlo, algunos toques de desencanto por los sueos no cumplidos y la proclamacin de los

    15 Sintomtico del discurso fnebre por los jvenes muertos en las lides revolucionarias, aparece en el conocido Discurso de Caracas, al recibir Bolao el premio Rmulo Gallegos, y en el que es notoria la trasposicin alegrica de la militancia poltica en el afn literario (Paz Soldn y Favern, eds. Bolao salvaje 33-42). Sobre la asociacin de la revolucin y la lucha armada con la locura, el despropsito y la inmadurez, ver Beverley, Repensando la lucha armada.

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    EHQHFLRVGH OD WUDQVLFLyQKDFLDHO OLEHUDOLVPR(VWRVHOHPHQWRVSXHGHQpercibirse en las memorias de Sergio Ramrez, escritor y vicepresidente del gobierno revolucionario: Adis, muchachos: una memoria de la revolucin sandinista 6X SODQWHDPLHQWR MXVWLFDWLYR FDUDFWHUtVWLFR HV DOJRas como fuimos tras el socialismo pero, casi sin quererlo, logramos la democracia poltica162GHVGHPLSXQWRGHYLVWD IXLPRV WUDVHOSODQGHVREHUDQtD\nos arrastraron las turbulencias de la hecatombe neoliberal. En el texto de Ramrez se traslada potencialmente el momento fundacional del Estado no a la ruptura revolucionaria de 1979, sino al momento de la transicin que ocurre a partir de 1990, con el gobierno de Violeta Chamorro. Creo que parte importante de la batalla de la memoria y de la escritura de la KLVWRULDSDVDSRUGHQLUHVHSXQWRIXQGDPHQWDO5HFLHQWHPHQWHODSRHWDGioconda Belli, rememorando aquella transicin, declar que Chamorro materniz a Nicaragua17, implicando que la expresidenta se convirti en madre de unas masas divididas por la guerra civil. Nada menos cierto. Con Chamorro se radicaliz el desmantelamiento del Estado y sus responsabilidades sociales, se impuso la ideologa de la privatizacin LGHROyJLFD GH OD HGXFDFLyQ \ VH UHWRPy OD DOLDFLyQ DFUtWLFD FRQ ORVproyectos de libre mercado y la hegemona de los Estados Unidos. En otras palabras, parafraseando un cuento clsico de Juan Rulfo se podra decir que ese gobierno no tuvo madre. Sin embargo, dentro de un modelo memorstico de desilusin posrevolucionaria, se tiende a idealizar de manera menos problemtica la transicin. La revolucin, en cuanto evento, requiere en cambio inscripciones mucho ms contradictorias.

    En este sentido, hay que recordar que la revolucin sandinista fue protagonizada principalmente por sectores populares urbanos y de la clase media y alta, y que el alzamiento campesino y tnico (campesinos del norte de Nicaragua y pueblos indgenas del Caribe nicaragense) en contra del sandinismo fue quiz el dilema fundamental tico y poltico del proceso revolucionario. Como se sabe, la lucha del Frente Sandinista se inici en los aos sesenta bajo un modelo guevarista del foco guerrillero. Esta estrategia llev a una serie de derrotas militares y a un aprendizaje poltico muy importante y plural. Luego de poco ms de una dcada

    16 Cf. Adis muchachos 17.17 (QWUHYLVWDHQ/D3UHQVDGHVHSWLHPEUHGH2QOLQHKWWSZZZ

    laprensa.com.ni/2013/09/22/seccion-domingo/163335-nunca-me-cayo-daniel

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    de lucha guerrillera la estrategia del foco guerrillero cambi por una de insurreccin en las ciudades y pueblos. Como es usual en Centroamrica, la localizacin guerrillera en el campo y la montaa conllev terribles actos de represin estatal sobre los campesinos. La denuncia de tales actos en contra de los derechos humanos se convirti en un elemento importante en la lucha anti-dictatorial y en el giro poltico revolucionario de las clases medias y altas18. Estas estuvieron motivadas, adems, por la prdica de la WHRORJtDGHODOLEHUDFLyQTXHLGHQWLFyDOSREUHFRQODSUHVHQFLDGH&ULVWRen la historia. En este sentido podra hablarse de un populismo de doble YtDTXHFRQX\HHQODOXFKDFRQWUDODGLFWDGXUDHOTXHGHVGHODGRFWULQDUDGLFDOGHODJXHUULOODKDEODGHOSXHEOR\HOTXHGHVGHODWHRORJtDVHUHHUHDOSREUH/DFRQIXVLyQGHDPEDVJXUDFLRQHVVHUiXQSRGHURVRIDFWRUSDUDla movilizacin revolucionaria.

    Esta subjetividad motivadora (el pobre, el pueblo) constituye tambin una decisiva interpelacin de integracin nacional bajo un modelo GHVDUUROOLVWD &RPR KD PRVWUDGR -RVHQD 6DOGDxD OD UHIRUPD DJUDULDsandinista busc no solamente un cambio radical en la estructura de la propiedad de la tierra, sino tambin producir un nuevo sujeto campesino integrado a la produccin agrcola estatal y de cooperativas; la poltica agrcola [del sandinismo] fue en s misma un rgimen de sujecin (111). En otras palabras, el proyecto revolucionario, que intent de manera precaria un proceso de industrializacin agrcola, se propuso procesos de subjetivacin en los que resultaba evidente la bsqueda del enlace entre Estado, nacin y subalterno. En torno a este fallido programa de subjetivacin se entreteje WRGDXQDUHGGHODPHPRULDJHQHUDOPHQWHSRUYtDVHWQRJUiFDVFRQXQDconcepcin de sujeto coral que cuenta experiencias, e intenta dar razones de la separacin entre razn revolucionaria y accin subalterna19. Me voy a detener en una cronologa terica e histrica relacionada con esta red, incluyendo elementos que en apariencia quedan fuera de ella. As, tendramos: en primer lugar, el momento del triunfo revolucionario como

    18 Ver, por ejemplo, la decisiva participacin de Fernando Cardenal al denunciar estos atropellos a los derechos humanos de los campesinos: Sacerdote en la revolucin, tomo I (106-125). Ver, asimismo, el testimonio de la campesina Amada Pineda sobre la brutal represin sobre los campesinos, y las mltiples violaciones a que es sometida ella como castigo, en Randall, Todas estamos despiertas (120-137).

    19 Ver, por ejemplo, los libros publicados en 2011 de Soto Joya y Lpez Salinas.

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    inscripcin administrativa de lo nuevo; en segundo lugar, el momento de transicin de la razn revolucionaria socialista a la razn neoliberal, en el que se ve a las lites polticas e intelectuales auto-educndose en medio de la ansiedad sobre la nueva situacin. En este mismo momento son importantes los excesos globales en donde se reinscriben tanto el sujeto liberal emancipado como el subalterno desterritorializado.

    (OWpUPLQRTXHGHQHODVLWXDFLyQGHWULXQIRGHODUHYROXFLyQVDQGLQLVWDes el de hegemona20. Al desmantelarse el estado somocista, el sandinismo adquiere una tarea fundacional en que los actores revolucionarios se UHGHQHQD WUDYpVGH ODDGPLQLVWUDFLyQGHOSRGHU\ ODFRQGXFFLyQGH ODsociedad. Las revoluciones centroamericanas son, como las revoluciones modernas, estratgicamente estatistas, y el sandinismo es tambin una ideologa estatal o una gubernamentalidad21. Los cantos del triunfo revolucionario se confunden con los de la instalacin del nuevo poder, y en su instalacin vibra la cuestin de la produccin subjetiva: el concepto de hombre nuevo es el del nuevo administrador de la nacionalidad. Una vez ms, hay que considerar que la misma estructura fundacional del Estado est marcada en este caso por lo que he llamado hecatombe liberal: no hay mantenimiento del poder poltico del sandinismo sin una negociacin con el liberalismo econmico o una integracin a l, asunto TXHVHGHQHDSDUWLUGHORVDFXHUGRVGHSD]GH(VTXLSXODVGH2HQotro sentido, que los planteamientos apocalpticos de Cortzar en cierto sentido vigilan el ulterior avatar de la soberana y el poder constituido. En una metfora bastante sugerente, Cortzar haba visto la consolidacin del Estado revolucionario bajo la metfora de un tigre sostenido por una irrisoria cadena, en un pas en donde de alguna manera cada uno est jugando con un tigre (Nicaragua tan violentamente dulce 74). La posibilidad de soberana revolucionaria era la de la cadena tan frgil que evitaba una especie de retorno a la naturaleza del tigre domesticado. (Q WRGR HOPRGHOR FRUWD]DULDQR QR REVWDQWH OD VRVWLFDFLyQ SDULVLQDlate la alternativa civilizacin-barbarie o, para ponerlo en trminos ms

    20 La obvia referencia conceptual remite a Gramsci, pero contemporneamente aparece bastante mediada por la teorizacin de Laclau, particularmente, Laclau y Mouffe, Hegemona y estrategia socialista. Para una crtica del concepto de hegemona desde trminos FHUFDQRVD7RQL1HJULYHU%HDVOH\0XUUD\Posthegemony.

    21 Foucault, Governamentality.

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    cercanos a su proyecto, la de civilizacin-apocalipsis). Esto lleva a una conclusin un poco paradjica (sobre todo si se piensa en contraste con otras experiencias memorsticas): la memoria posrevolucionaria sandinista es una memoria desde la hegemona y su duelo es tambin el duelo por lo administrativo, bajo el supuesto de que lo administrativo comprende tambin los procesos de subjetivacin del actor revolucionario. El entrecruce de la hegemona y el subalterno est cargado de intenciones biopolticas. Es lo que se podra llamar, segn veremos a continuacin, la tensin entre el paraso y la administracin.

    PARASO Y ADMINISTRACIN

    Fernando Cardenal, sacerdote jesuita con una larga militancia revolucionaria, exministro de educacin del gobierno sandinista y hermano del poeta Ernesto Cardenal, public un artculo titulado Por qu espero ir al Paraso despus de mi muerte? (El Nuevo Diario, 3 de octubre de 2010). (QHODUWtFXORH[SOLFDTXHFUHHKDEHUVLGRHODVXYRWRGHGHGLFDUVXYLGDa la defensa de los pobres, un juramento hecho a una comunidad marginal urbana de Medelln, cuarenta aos atrs. Las memorias en dos tomos de Cardenal, Sacerdote de la Revolucin (2008), inician, en efecto, relatando cmo DOGHFLGLUKDFHUVX7HUFHUD3UREDFLyQRQRYLFLDGRQDOHQDTXHOEDUULRde Medelln, su vida sufri un vuelco al conocer de cerca la pobreza, lo cual conduce al juramento fundamental de su vida. Las memorias de Cardenal cuentan su progresiva radicalizacin poltica, que opera en especial a travs del trabajo con jvenes sandinistas de la clase media y alta que ingresan a la guerrilla durante los aos setenta tras un proceso de concientizacin (el trmino que indica el proceso de subjetivacin del hombre nuevo), de lectura del Evangelio en clave revolucionaria y de radicalizacin poltica. Los planos de la memoria son tambin los de la administracin de una micropoltica: cmo despertar conciencia social entre los jvenes de las clases altas. Esta administracin luego adquiere una amplitud estatal: Cardenal dirige la Cruzada de Alfabetizacin de 1980, trabaja con la organizacin juvenil del sandinismo, la Juventud Sandinista, como una especie de consejero, y luego se ve convertido en ministro de Educacin. La lgica administrativa es la lgica del Paraso, en el sentido que es entendida como un compromiso con la subjetividad nueva, la del

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    hombre nuevo, y la del compromiso con los pobres. El hombre nuevo es una especie de semilla de mostaza de la subjetivacin (Mateo 13: 31-32). Habra que hacer notar cmo la lgica teolgico-poltica del jesuitismo se articula en este caso con el deseo de produccin subjetiva del marxismo. Adems, con relacin a la constitucin ms o menos slida o porosa de esta nueva subjetividad, se puede decir que hay un exceso no controlado por ella: el subalterno, y en el caso concreto de la historia sandinista de una forma fundamental el sujeto campesino y en especial el alzado en armas, el contra. En su larga lista de errores administrativos y polticos, incluyendo los procesos de corrupcin y abusos de poder del sandinismo, Cardenal incluye la cuestin campesina: Un error muy importante tal vez el crucial fue descuidar al campesinado y poner la esperanza en los obreros (y en las lites intelectuales urbanas) (t. II, 248). Los procesos administrativos estatales y de produccin subjetiva colapsan as frente al subalterno.

    En trminos narrativos y literarios (creo que ac hay que darle oportunidad al saber antiguo de la literatura), Ernesto Cardenal se ha planteado el mismo problema memorstico de cmo armonizar la narracin y la visin personal, parcial o pequea, con el evento que por su naturaleza pertenece a la multitud. Al contrario de la salida meramente administrativa y que adhiere a la ideologa de la transicin (como ocurre en Sergio Ramrez), Cardenal trata de armar una narrativa que por momentos deviene coral, enfatizando, por ejemplo, el momento polticamente productivo de la insurreccin. Para eso recurre a un archivo FRPXQDO\SHUVRQDOFDUWDVPDQLHVWRVQRWLFLDVWHVWLPRQLRVTXHDOHJRUL]Del ingreso democrtico de lo mltiple al escenario poltico. Esta apertura tiene como base una posicin teolgica combinada con una actitud literaria: el decir la verdad 22 est atravesado tanto por la herencia jesutica del ejercicio espiritual (que opera micropolticamente sobre el sujeto) como el nfasis en lo referencial de la potica poundiana (o exteriorista, en el vocabulario de Cardenal)23. La articulacin teolgico-literaria desliga precisamente a

    22 Sobre el decir la verdad como propuesta de constitucin subjetiva motivada por el entrenamiento educativo-religioso, ver: Ernesto Cardenal, Los aos de Granada (9-10).

    23 Para la interrelacin de jesuitismo y potica realista, ver: Leonel Delgado Aburto, La impureza.

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    los sujetos de una esencialidad conceptual (el dogma del hombre nuevo TXHSUHRFXSDEDD&RUWi]DUSRUXQDFRQWH[WXDOLGDGJXUDWLYDORVVXMHWRVson segn sus microhistorias, abiertos a una identidad narrativa (Ricur 110-114), y sin que pierdan encadenamiento con el marco general (o historia revolucionaria). Esto produce una relacin irnica en el enredo de subjetividad e historia. Por supuesto, al leer las memorias de Cardenal considero que el referente histrico y testimonial est tambin mediado SRUXQDWUDPDHQFX\RRULJHQFRQX\HHOGHVDUUROORGHXQFDUiFWHU\HOGHuna historia narrada (Ricur 111). En Cardenal, el designio divino que FRQX\HHQODWHOHRORJtDSROtWLFDRUGHQDPXFKRGHODHYHQWXDOLGDGGHORVsujetos, pero estos aparecen tambin sometidos a un devenir parecido a lo que Ricur llama identidad ipse. Esta se asocia con una identidad tica a travs de la capacidad de prometer (113). En el texto memorstico se pone a prueba esa capacidad segn las eventualidades de la trama, incluida ODGHOVDFULFLR\PXHUWH+D\SXHVDOJRHQODVXEMHWLYLGDGDOJRnarrativo) TXHVREUHSDVDHOPDUFRGH ODV LGHQWLGDGHV ODVDOLDFLRQHVGHFODVH\ ORVcaracteres: lo esperable del sujeto es sobrepasado por la identidad tica. Se puede proponer que la instancia que ayuda a mostrar este exceso es la escritura literaria y, en este caso concreto, la articulacin narrativa. Un ejemplo ilustrativo es la captura por parte del dictador Somoza de Jorge Ribas Montes, conspirador antidictatorial en la rebelin de abril de 1954. Miremos la escena de escritura que Cardenal propone:

    Lo llevaron a La Loma [la Casa Presidencial y crcel de los opositores polticos], y dijo que contara todo, a condicin de que fuera una declaracin formal; pidi papel y lpiz, y comenz una larga declaracin, contando muchas aventuras de su vida (como el intento de matar a Caras, su participacin en la revolucin de )LJXHUHV VX OXFKDFRQWUD7UXMLOOR ODRUJDQL]DFLyQGH OD LQYDVLyQde abril), y su relato se alarg tanto que cuando lo termin ya haba pasado el furor de Somoza, su sed de venganza se haba saciado con todos los asesinatos, y as es que qued vivo. Pero dos aos despus, cuando el ajusticiamiento de Somoza, lo mataron en la crcel. Cuentan que llevaba siempre un rosario al cuello (La revolucin perdida 22).

    &RQEDVH HQXQD HVFHQDGH HVFULWXUD&DUGHQDO ORJUD LQVXDU pSLFD D ODhistoria fragmentada que podra, por otra parte, apuntar a una santidad JXUDWLYD HO URVDULR DO FXHOOR /D HVFHQD HV DGHPiV DOHJyULFD SRUTXHSUR\HFWD XQD VRPEUD ODUJD VREUH HO UHODWR R VH UHHMD GH YXHOWD HQ HO

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    texto que leemos: es decir que organiza el encadenamiento de historias con la historia revolucionaria. Al verse en el espejo de quien escribe en condiciones de prisin y condena, la memoria dice algo de su condicin histrica y de verdad. En resumen: la opcin por la verdad parte de una tica de trabajo sobre s (esta vez referida a una prctica teolgica)24 que FRQX\HHQXQDHVWpWLFD OLWHUDULDHQ ODTXHVXEUD\DHOYDORUrealista de la pequea historia25.

    EXCESOS GLOBALES: LA MEMORIA REVUELTA

    Si los aos ochenta fueron los aos del concepto de hegemona, los noventa van a ser los del subalterno. La teorizacin proviene del fracaso postcolonial de la India y de la localizacin de un (nuevo) sujeto histrico en un accionar poltico no reconocido como tal: la rebelin campesina26. En los estudios latinoamericanos se investigaron los intersticios entre Estado y nacin, as como el agotamiento de los paradigmas que dieron sentido a ese vnculo: la transculturacin, por ejemplo27. Asimismo, se ha investigado el lugar postnacional de ese subalterno ahora migrante y disciplinado por la economa global28. Algunos hablan incluso ms recientemente de un paradigma posthegemnico (Beasley-Murray). Cmo se vincula todo

    24 El decir la verdad, como se recordar, es una de las preocupaciones fundamentales del ltimo Foucault, ver: La hermenutica del sujeto. En Foucault la verdad de s y la prctica GHHVFULWXUDFRQX\HQFRQODVWHFQRORJtDVGHO\R

    25 Aunque no es el espacio para desarrollar el asunto de la relacin entre la esttica literaria realista del exteriorismo de Cardenal y su escritura memorstica, se puede DUJXPHQWDUXQDFULVLVKLVWyULFD\SHUVRQDOQGHODUHYROXFLyQYHMH]HWFTXHOROOHYDa revisar y repensar, por medio de la autobiografa, los principios ordenadores de su esttica. Esta revisin llega a formar parte, a su vez, de su esttica literaria, si bien sus principios de interpretacin son diferentes a los que orientaran una lectura exclusiva de la poesa.

    26 El texto paradigmtico es el de Guha (Elementary). Ver, asimismo, las importantes colecciones de Guha y Spivak, en Guha, A Subaltern Studies Reader.

    27 Vase: Beverley, Subalternidad y representacin. Particularmente interesante para el caso de las narrativas revolucionarias en Centroamrica resulta el libro de Ileana Rodrguez, Women, Guerrillas and Love.

    28 Un acercamiento fundamental es el de Gareth Williams.

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    esto con el estado de la memoria del proceso sandinista, en especial la memoria campesina?

    La transicin del sandinismo de los ochenta a los gobiernos conservadores de los noventa implic un pacto superestructural en que resultaron fundamentales los vnculos familiares de las cpulas polticas29. La memoria, adems de administrativa o nostlgica de la administracin (por ejemplo, las ya mencionadas memorias polticas de Sergio Ramrez), tambin incluye muchos rasgos de auto-educacin. Se resguarda a los pobres como sentimiento o sentimentalidad. La noche de la derrota electoral del sandinismo en 1990, el padre Fernando Cardenal visita a una nia de la clase media, de 11 aos de edad, de la que se senta responsable por su formacin subjetiva y poltica:

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    Se abre, es cierto, un forcejeo entre retricas tensionadas y revueltas que induce a reagrupamientos y contradicciones dentro del sandinismo.

    Entretanto, durante los aos noventa y la primera dcada del siglo, excombatientes de la contra y del ejrcito sandinista pasaron a protagonizar levantamientos en que se mezclaban reivindicaciones sociales y bandidaje. Son los llamados re-contras y re-compas, que cuando se combinaron, formaron los llamados revueltos30. Los revueltos constituyen otra de las versiones de la memoria (en realidad una memoria clausurada) en el momento potencialmente posthegemnico. De hecho, su propia identidad aparece muy cifrada tras de los seudnimos, el enigma de sus luchas, e incluso decapitaciones que terminan por borrar sus rostros31. Si la localizacin no-administrativa y meramente afectiva de los pobres constituye un problema de auto-educacin de la lite, los revueltos constituyen un enigma inscrito en lo global: la aplicacin de programas neoliberales de ajuste como parte del acuerdo de las elites, en un contexto de posguerra produce este tipo de subjetividades y actores pre-polticos inesperados32.

    Adems de la subjetividad y memoria afectiva que viene por va de los restos de la teologa de la liberacin, el momento global tambin implica la adscripcin a una racionalidad subjetiva liberal en que la emancipacin se articula en el terreno personal. Resulta interesante al respecto el libro de entrevistas y testimonios de Margaret Randall, Las hijas de Sandino. Las narrativas de emancipacin femenina tienden a estar en este caso centradas en el trnsito desde la experiencia administrativa, cuyo horizonte es el proyecto nacional revolucionario, a una narrativa de la emancipacin personal. Casi todas estas mujeres tuvieron puestos de administracin gubernamental ms o menos destacados. Cuando se desvanece el poder revolucionario se rearticula la memoria pero ya no en torno a los

    30 Para una interpretacin de los rearmados y revueltos desde el concepto de Hobsbawm de bandoleros sociales, ver: Vernica Rueda, Los rearmados de Nicaragua.

    31 El caso probablemente ms dramtico es el del Frente Unido Andrs Castro (FUAC) compuesto por excombatientes sandinistas y desarticulado por el Ejrcito nacional. Al respecto, ver: Jos Luis Rocha, Breve, necesaria y tormentosa historia del FUAC.

    32 Guha elabora una crtica al concepto de las rebeliones campesinas como pre-polticas, ver: Elementary aspects (5-6).

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    pobres como en el caso de Fernando Cardenal, sino ms bien en torno a ideologas focalizadas y fragmentadas. Sugerente es, por ejemplo, la narrativa de Sofa Montenegro (Randall, Las hijas de Sandino 374-403), VX WUiQVLWRGHVGH HO WUDEDMR FRPRFRPXQLFDGRUD HQ HO GLDULRRFLDO GHOsandinismo a impulsora de un grupo feminista, todo narrado como una H[SHULHQFLDGHHPDQFLSDFLyQSHUVRQDO/DSHTXHxDKLVWRULDDXWRELRJUiFDtambin lleva algo de la fragmentacin que trae la globalidad, e implica un olvido fundamental: el del deseo administrativo maximalista que perme a los intelectuales y que implic una interpelacin (por cierto, equvoca) a las clases bajas, en especial los campesinos. En ese caso es sintomtica ODQRYHODDXWRELRJUiFDGH*LRFRQGD%HOOLEl pas bajo mi piel, que tiene como motivo la narrativa del triunfo individual de una escritora famosa que pretende que en su solidez subjetiva se vea el pas entero, incluyendo la cronologa revolucionaria. Este tipo de narrativa sealara un borde muy importante de la memoria sandinista: aquel que roza el modelo liberal de DXWRELRJUDItDHQTXHXQVXMHWRYLYHVXDYDWDUYLWDO\ELRJUiFRFRPRSURFHVRde secularizacin (Beverley, Una modernidad obsoleta 133), rompiendo as el fundamento heterolgico y poltico instituido por las versiones teolgicas (del tipo de los hermanos Cardenal) o del vanguardismo radicalizado (en la estrategia mostrada por Cortzar). Lo evidente es, pues, que la memoria del sandinismo no es una y en singular, sino, al contrario, plural y contradictoria, en un comps que va de la aceptacin del liberalismo bajo el oropel de la narrativa revolucionaria privatizada, al mantenimiento problemtico de un horizonte revolucionario33.

    DEL SUBALTERNO

    Aqu es importante volver a postular que uno de los ejes problemticos entre el individualismo liberal y la tensin heterolgica es la revuelta campesina. De hecho, podra decirse que en los aos ochenta hubo dos guerras FDPSHVLQDV VLJQLFDWLYDV HQ &HQWURDPpULFD 3RU XQD SDUWH OD JXHUULOOD

    33 Las pugnas y contradicciones dentro del sandinismo fueron frecuentes tanto en el perodo previo al triunfo revolucionario como durante el gobierno. En este ltimo caso estuvo en debate el tipo de proyecto poltico y cultural. Al respecto de estos debates, ver: Dawes.

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    del FMLN en El Salvador logr movilizar a su favor extensas masas FDPSHVLQDV 7RUUHV 5LYDV YLQFXODGDV D XQ SRGHURVRPRYLPLHQWRde masas urbanas y sindicales, logrando conformar un ejrcito de 10 mil hombres (y mujeres, habra que agregar), hecho sin precedentes en ODKLVWRULDGH ODVUHYROXFLRQHVHQHOPXQGR7RUUHV5LYDV3RURWUDparte, el ejrcito campesino alzado en contra del sandinismo fue conocido generalmente como la contra y tambin como la resistencia. Salvador Mart explica que:

    La base social de la contra no se diferenciaba mucho de aquellos ejrcitos campesinos que protagonizaron rebeliones contra las pretensiones modernizadoras y centralistas emprendidas por los JRELHUQRVPRGHUQL]DQWHVGHQDOHVGHOVLJOR;,;HLQLFLRVGHO;;en Europa meridional y Amrica del Sur (102).

    Frente a este hiato entre modernizacin y sujeto social, cabe preguntarse por el alcance de las narrativas concebidas como alegoras de la GHPRFUDWL]DFLyQ\ODHPDQFLSDFLyQ2PiVFRQFUHWDPHQWHTXpSUXHEDVtenemos de que la ocupacin de s asumida en su valor tico y cultural rendir fruto poltico con sentido democrtico No hemos corrido el riesgo de pasar del presentimiento de un apocalipsis global en los trminos planteados por Cortzar a un pentecosts privado34 e ideolgico en que se subsume en la subjetividad lo heterogneo poltico? Las formas de responder dependen a veces del vocabulario con que se teoriza la localizacin de las clases subalternas en los relatos histrico-polticos. En todo caso, la cuestin de la hegemona estatal-nacional sigue siendo una referencia clave del debate: la falencia en la poltica de inclusin KD GLEXMDGR XQ SDQRUDPDPHODQFyOLFR SDUD ODPHPRUL]DFLyQ XLGD GHlo bueno de la revolucin. Los campesinos alzados en armas son brbaros, retrasados frente al relato de la modernidad como los miraba el vice-presidente Sergio Ramrez en los aos ochenta (Confesin 51), o son especie de buenos salvajes que resguardan la identidad, como los vio a VXYH]RWURH[YLFHSUHVLGHQWHGH'DQLHO2UWHJDFI0RUDOHV&DUD]RRson guerreros postmodernos localizados ms all de la hegemona, como hemos pensado algunos a veces usando las anteojeras postcoloniales (Delgado Aburto, De la memoria)? Como es evidente en la pregunta,

    34 Alude a un verso de Carlos Martnez Rivas, La insurreccin solitaria (36).

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    las respuestas apuntan a formaciones polticas dismiles: el desarrollismo que Ramrez piensa desde la administracin estatal; el patriarcalismo conservador que Morales Carazo retoma de las tradiciones intelectuales nacionales; o una bsqueda ms radical constituida como espacio de una batalla por la memoria. En otras palabras: lo que est en discusin como macrohistoria en el respaldo de las memorizaciones del sandinismo es la persistencia de una historia desarrollista en que las subjetividades deberan FRQXLU HQ XQD DUWLFXODFLyQ VREHUDQDQDFLRQDO 'HVGH OD PHPRULD VHSXHGHUHLQFLGLUHQHVHHVTXHPDGHVGHIRUPDVDXWRELRJUiFDVOLEHUDOHVRheterolgicas, o desde mbitos melanclicos, pero incluso en las versiones ms democrticas opera una lgica de desplazamiento y metaforizacin de los sujetos campesinos35. Es preciso, pues, marcar un lmite gnoseolgico a la estrategia victoriosa del tipo mostrado por Ernesto Cardenal en que se equilibran la historia y la microhistoria en la identidad narrativa. Si lo subalterno (en este caso campesino) queda suelto en las narrativas de la memoria, constituira tambin una instancia de clausura eventual en XQDKLVWRULDQRQDOL]DGDTXHVLJXHHVSHUDQGRSRUXQDGHPRFUDWL]DFLyQradical. Cabe preguntarse, por ltimo, si se podrn proyectar en el momento agnico de Cortzar las demandas disonantes de la memoria de la revolucin sandinista. Propondra plantear esa proyeccin en torno a la identidad entre modernidad y horror. Cortzar establece esa identidad y su problemtica paralela: la cuestin del hombre nuevo (entre la santidad y la eventualidad narrativa), y la cuestin de la soberana/ hegemona (incompletas y bordeadas por hecatombes y barbaries).

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