Masoquismo Moral

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Masoquismo moral: ¿Hay conexión entre culpa y autocastigo? Publicado el marzo 6, 2013 por Nerea Ortega ¿Pueden los sentimientos de culpabilidad por algo que hayamos hecho llevarnos a cometer actos de autocastigo físico? Hesíodo afirmaba que el castigo entra en el corazón del hombre desde el momento preciso en que comete el crimen. La perspectiva de que las malas acciones cometidas por una persona deban ser equilibradas mediante el daño físico infligido al transgresor es, por desgracia, un principio fundamental del pensamiento moral que se practica en Occidente. De hecho, gran parte del sistema judicial y penal de los llamados “países desarrollados” se fundamenta en esta premisa. ¿Puede ser esta creencia lo suficientemente fuerte como para que las personas se causen dolor a sí mismos para compensar sus malas acciones? A todos nosotros nos ha ocurrido, o al menos hemos sido testigos de situaciones de gran emotividad negativa (ira, culpa, enfado, frustración) donde la persona acaba dando golpes o patadas a una puerta o una pared, con la consiguiente lesión más o menos grave. ¿Os ha ocurrido alguna vez? ¿Qué hacéis para manejar específicamente la sensación de culpa? La pregunta a la que trataremos de responder hoy es mucho más simple y directa: ¿En qué medida las personas utilizan explícitamente el dolor para equilibrar sus malas acciones? Seguro que a varios de vosotros se os vendrá a la mente la imagen de los flagelantes religiosos , que en su origen utilizaban la laceración de sus látigos como forma de escapar de la Peste Negra, y que actualmente utilizan el dolor

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maltrato impuesto

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Masoquismo moral: ¿Hay conexión entre culpa y autocastigo?

Publicado el marzo 6, 2013 por Nerea Ortega

¿Pueden los sentimientos de culpabilidad por algo que hayamos hecho

llevarnos a cometer actos de autocastigo físico? 

Hesíodo afirmaba que el castigo entra en el corazón del hombre desde

el momento preciso en que comete el crimen. La perspectiva de que las

malas acciones cometidas por una persona deban ser equilibradas

mediante el daño físico infligido al transgresor es, por desgracia, un

principio fundamental del pensamiento moral que se practica en

Occidente. De hecho, gran parte del sistema judicial y penal de los

llamados “países desarrollados” se fundamenta en esta premisa. ¿Puede

ser esta creencia lo suficientemente fuerte como para que las personas

se causen dolor a sí mismos para compensar sus malas acciones?

A todos nosotros nos ha ocurrido, o al menos hemos sido testigos de

situaciones de gran emotividad negativa (ira, culpa, enfado, frustración)

donde la persona acaba dando golpes o patadas a una puerta o una

pared, con la consiguiente lesión más o menos grave. ¿Os ha ocurrido

alguna vez? ¿Qué hacéis para manejar específicamente la sensación de

culpa? La pregunta a la que trataremos de responder hoy es mucho más

simple y directa: ¿En qué medida las personas utilizan

explícitamente el dolor para equilibrar sus malas acciones?

Seguro que a varios de vosotros se os vendrá a la mente la imagen de

los flagelantes religiosos, que en su origen utilizaban la laceración de

sus látigos como forma de escapar de la Peste Negra, y que

actualmente utilizan el dolor autoinfligido como medio para demostrar

su arrepentimiento a Dios.

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Es indudable que bajo ciertas circunstancias las personas pueden

utilizar el dolor físico como medio de compensación/expiación de sus

faltas. Los lectores aficionados a la Historia de la Psicología, o más

concretamente a la del Psicoanálisis, recordarán que Sigmund Freud

afirmó que los sentimientos de culpa reprimidos conducían a una

necesidad de sufrimiento, que él bautizó como “masoquismo moral”, y

que hoy da nombre a nuestro post, a pesar de que habitualmente no

compartimos sus planteamientos.

De buenas a primeras, podemos encontrar poco plausible esta idea de

que la gente busque activamente el sufrimiento para reducir

sentimientos de culpa, porque, ¿quién en su sano juicio pensaría que

sentirse mal en un aspecto (físico) va a ayudar a sentirse bien en el otro

(moral)? Si nos atenemos a una revisión exhaustiva de la literatura

acerca de la culpa, lo que se concluía hasta ahora es que el trabajo

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empírico había fallado a la hora de demostrar que las personas

culpables buscaban sufrir o ser castigados.

El estudio que presentamos hoy viene a contradecir esta idea tan

arraigada en la literatura. El objetivo principal del experimento del

equipo de Inbar, Pizarro, Gilovich y el célebre (y muy respetado en

nuestro laboratorio) Dan Ariely, es comprobar directamente si la culpa

motiva el autocastigo. Para ponerlo a prueba, dividieron a los

participantes del experimento en tres condiciones experimentales,

culpa, tristeza y neutral. Se les pedía que recordaran y escribieran un

acontecimiento pasado que les hiciese sentir muy culpables, tristes o

neutros (ir a comprar al supermercado), en función de la condición

experimental en la que estuvieran.

Al pedir a los participantes que libremente recordasen y transcribiesen

el evento pasado que les causara más sensación de culpabilidad se

recogieron una amplia gama de sucesos que de forma natural pueden

desencadenar sentimientos de culpa, y no tuvieron que ser éstos

previamente seleccionados por los examinadores, problema que

acarreaban estudios previos sobre este tema. Para los curiosos, los

participantes de la condición culpa escribieron sobre varios tipos de

sucesos, entre ellos dañar física o emocionalmente a otros, decepcionar

a familiares, mentir y engañar, infidelidades sexuales, y sentirse

responsable de la muerte de alguien. Que el lector juzgue cuál de estas

categorías define mejor su experiencia más culpabilizante. Tras escribir

el suceso, se les pedía a los participantes que puntuasen en una escala

del 1 (nada culpable) al 10 (extremadamente culpable) con cuánta

intensidad sintieron la emoción tanto en el momento en que ocurrió el

hecho como actualmente, a la hora de recordarlo. Se realizó el mismo

procedimiento en el grupo de tristeza, y el neutral no puntuó nada.

Tras recoger los escritos, los experimentadores avisaron a los

participantes de que experimentarían un evento negativo en el

laboratorio, seis descargas eléctricas administradas mediante dos

electrodos colocados en la muñeca izquierda y derecha de cada

participante. El primer ensayo (descarga) estaba fijado de antemano en

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30V, una descarga detectable pero no dolorosa (comienza a ser

desagradable en torno a 56V). Los restantes cinco ensayos eran

controlados por el participante, que podía subir 10V la descarga,

mantenerla igual, o bajarla 10V, de tal manera que se previno que los

participantes no se dañaran a si mismos ya que el voltaje máximo en el

sexto y último ensayo eran 80V. La hipótesis previa del equipo es que

aquellos que debían escribir sobre un evento que les hiciese sentir

culpables se infligirían a sí mismos mayores descargas eléctricas,

comparado con sus homólogos de la condición tristeza y neutro.

Al examinar los ensayos 2 al 6 (recordad que el primero estaba fijado)

se comprobó que la hipótesis era correcta, los participantes en la

condición de culpa se administraron descargas más fuertes que los

participantes de las condiciones tristeza y neutro, siendo esta

diferencia estadísticamente significativa. Los grupos triste y neutral no

diferían entre sí. También se comprobó que las mujeres se infligieron

descargas significativamente más fuertes que los hombres. También se

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comprobó que cuanto más fuertes eran las descargas, más se

aliviaban los sentimientos de culpa (en el artículo original tenéis

toda la información metodológica).

En definitiva, recordar un evento que nos hace sentir culpables puede

predisponernos a administrarnos a nosotros mismos descargas

eléctricas que resulten desagradables, es decir,  conducirnos al

“masoquismo moral”, que se traduciría en realizar algún tipo de

autocastigo físico que nos sirve, a su vez, para reducir los sentimientos

de culpa. Estos descubrimientos podrían ser relevantes para áreas

aledañas de la Psicología Clínica como la que investiga las autolesiones

no suicidas, que suelen manifestarse bajo la forma de cortes,

quemaduras, o la inserción subcutánea de objetos.

¿Somos

conscientes de este proceso? Los autores del estudio apuntan que en

este caso, parece que la conducta de subir progresivamente las

descargas eléctricas para experimentar más dolor estaba motivada por

una conexión intuitiva entre la falta cometida y el castigo, de la que los

participantes pueden ser conscientes (y articular) o no. Alguien llegará

a este punto del post clamando contra la negatividad que desprenden

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estos resultados, y con razón! Por descontado, la motivación de

equilibrar la balanza de nuestras acciones no tiene por qué incluir

necesariamente el comportamiento autodestructivo. Hay una

considerable cantidad de evidencia que sugiere que las personas lidian

con su culpabilidad también mediante buenas acciones. El hecho de que

parezca haber varias maneras, incluso antagónicas, para equilibrar la

balanza nos deja con una serie de dudas, que dejaremos abiertas al

juicio del lector.

¿Son intercambiables las formas que tiene una persona de luchar

contra la autorecriminación? ¿Hacer una buena acción convertiría el

autocastigo en un mal innecesario? ¿Podrían estas conductas ser

sustitutas unas de otras? Parece más sencillo lavarse las manos que

cortarse las manos. Si se nos diese la opción de elegir entre varios

métodos para aliviar nuestra conciencia, ¿no sería lógico que

probásemos primero con los menos dolorosos, dejando los más

desagradables para después? ¿O lo que ocurre es que equilibramos la

naturaleza de la falta con la intensidad del castigo?

Para terminar, un poco de luz. No sabemos aún si el autocastigo

seguiría ocurriendo de ser posible la opción de ayudar a la víctima. Yo,

personalmente, creo fervientemente que no. O al menos deseo

creer que no. Como decía Simón Bolívar, “el castigo más justo es aquel

que uno mismo se impone”. Siguiendo esta directriz, no seáis

demasiado duros con vosotros mismos. Y si lo sois, tratad de

enmendaros mediante la ayuda, no a través del castigo

Esta sección te ayuda a:

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1.- Comprender por qué la culpa puede ser completamente inútil.

2.- Entender la verdadera causa de la culpa.

3.- Saber qué hacer.

Elimina la culpa inútil.

La culpa es una de las emociones más comunes.También es una de las que más nos desgasta y daña de manera importante, nuestra autoestima.

Todos nos hemos sentido culpables en más de una ocasión.

La culpa surge cuando pensamos que hicimos algo malo.O cuando creemos que deberíamos haber hecho algo y no lo realizamos.

Podemos hablar de dos tipos de culpa:

Positiva, negativa.

La primera es aquella que nos sirve para darnos cuenta de que actuamos mal, nos permite analizar y corregir nuestra conducta y aprender de lo que sucedió.En este caso más que hablar de culpa, hablamos de responsabilidad.

La culpa negativa es aquella que nos lleva a pensar y repensar en lo que estuvo mal y en cómo nuestra conducta demuestra que somos malos, tontos, etc.Reconocemos lo mal que nos sentimos, pero no hacemos nada al respecto.

Sólo recordamos y revivimos la situación una y otra vez y en cada ocasión nos devaluamos, disminuyendo nuestra autoestima.Este tipo de culpa:

1. Es inútil,2. afecta nuestra salud física y emocional y3. nos paraliza, es decir, nos impide actuar.

regresar al índice.

La verdadera causa de la culpa.

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Generalmente pensamos que una mala acción provoca culpa.Pero no siempre es así

¿Has notado que, ante una misma conducta o situación, no todas las personas se sienten culpables?¿Sabes a que se debe esta diferencia?

La culpa no está provocada por lo que hacemos, sino por la manera en que consideramos una situación y nos calificamos por ella.

Veamos el siguiente ejemplo:Marcos y Fernando le prometieron a sus parejas que las iban a llevar de viaje, como regalo de aniversario.Las dos mujeres empacaron, prepararon todo lo necesario y les platicaron a sus amigas.Muy pocos días antes del viaje, ambos esposos llegan a la casa y dicen que tienen que cancelar el viaje, mientras observan la cara de tristeza de sus mujeres.

Marcos ve a su mujer y piensa: ¡Qué mal me porté!Mi pareja confía en mí y yo no debería haberle fallado.Soy un irresponsable por no haber cumplido lo que prometí.Soy malo por causarle tanto dolor a mi esposa

Fernando nota la expresión de su mujer y piensa:Realmente me hubiera gustado poder cumplir mi promesa y llevarla de viaje.Me duele ver que mi pareja se siente mal, pero no era esa mi intención.Voy a hablar con ella para explicarle lo que sucedió y ver cómo puedo compensarla.

¿Cómo crees que se siente cada uno de ellos?Probablemente Marcos se sienta culpable, pero la culpa no garantiza que busque una buena solución.Fernando se está responsabilizando de su conducta, no siente culpa y actúa.

¿Te has dado cuenta que hay personas que se siguen sintiendo culpables por algo que sucedió hace muchos años?¿Crees que esa culpa los ha beneficiado?

El problema no está en reconocer que actuamos mal o que le causamos daño a alguien.Si nos detenemos en este punto y a partir de ellos corregimos, está bien.Ese reconocimiento es indispensable para poder relacionarnos y para tener una vida mejor.

El problema es que decimos:Hice… y está mal.No debería haberlo hecho, por o tanto yo soy…

Nos ponemos una etiqueta negativa y nuestro pensamiento gira y gira alrededor de esa etiqueta, devaluándonos y disminuyendo nuestra autoestima.

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La culpa surge cuando nos calificamos por nuestras acciones, pensamientos y sentimientos.¿Pero te has dado cuenta, cuantas veces estás juzgando con parámetros o valores de otras personas, que no se aplican a ti, que ya son obsoletos o imposibles de cumplir en esta época?

Muchos de nosotros fuimos educados con la idea de que una buena madre es la que está todo el día con sus hijos, para cuidarlos, atenderlos y demostrarles su cariño.¿Qué sucede con la mujer que tiene que trabajar todo el día fuera de la casa?Si sigue creyendo esto se siente culpable.Lo más probable es que su sentimiento de culpa:

Haga que consienta demasiado a sus hijos para "compensarlos".Con lo cual los perjudica.

Se siente tan culpable y tensa, que cuando está con ellos, está irritable, se molesta fácilmente, los regaña, etc.Actuando así, sólo se mantiene, emocionalmente, aún más alejada de ellos.

Esta creencia era válida hace muchos años en donde la situación económica de muchas parejas, las distancias, las exigencias de la vida moderna, etc., eran diferentes.

Ante una nueva forma de vida y nuevas exigencias, necesitamos pensar y actuar de manera diferente.No estamos cuestionando si era mejor o peor antes.Tenemos que aceptar nuestra realidad, para sacar el mejor provecho de ella.Porque hay cosas que no podemos cambiar, porque no dependen de nosotros.

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¿Qué hacer?

Cuando te sientas culpable, en lugar de regañarte, atacarte, calificarte negativamente y evaluarte, enfócate en tú conducta.Analiza qué fue lo que hiciste o dejaste de hacer.En función de qué, estás calificándolo como malo.Piensa si estas juzgándote con ideas o valores de otras personas o de otros tiempos.

Pregúntate:¿Estoy dañando a alguna persona o a mí mismo?¿Lo podía haber evitado, sin causar problemas mayores?¿Cuáles fueron las circunstancias que influyeron en mí conducta?¿Qué sentimientos contribuyeron?¿Cuáles eran mis opciones y por qué elegí actuar así?

Responder honestamente a estas preguntas, no "borra" la conducta y las consecuencias de la

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misma.Pero nos puede ayudar a:

Comprender el porqué de mis acciones, verlas como una mala decisión, basada en el aprendizaje de mi niñez o en la presión de mis

emociones, analizar si mis expectativas son demasiado altas, debido a una baja autoestima, centrarme en mi conducta para corregir, si es posible, aprender, para no volver a actuar de la misma manera, revisar mis creencias y valores, para ver de donde vienen y si actualmente son validos y

adecuados o no.

Cuando la culpa que tú sientes, está causada por las palabras de los demás, haz las mismas preguntas pero en relación a ellos y descubre que tanta validez pueden tener.

No importa lo que nos digan.Es nuestra responsabilidad analizarlo y aceptarlo o negarlo, de acuerdo a nuestras conclusiones y metas.

Si tú no quieres sentirte culpable, nadie puede obligarte.Son tus pensamientos los que provocan y mantienen la culpa.Y tú, eres el que los maneja.

¿Sabías que muchas veces mantenemos el sentimiento de culpa, porque nos ayuda a sentirnos menos "malos"?Pensamos qué, si realmente fuéramos tan malos, no sentiríamos culpa.Esta es una creencia completamente equivocada que no nos ayuda, sólo nos perjudica.

Trabajar en los sentimientos de culpa no es fácil.Pero si aprendemos a responsabilizarnos, sin sentir una culpa negativa, nuestra conducta y nuestros sentimientos mejoran de una manera impresionante.

En los artículos sobre el estrés y nuestros pensamientos, nuestras preocupaciones y cómo vencerlas, encontrarás información que te puede ayudar.

Revisa también los artículos sobre Ideas, pensamientos, creencias y estrés, nuestro estilo de pensamiento equivocado y cómo modificarlo.

La siguiente información puede serte de gran utilidad:Desarrolla tu fuerza de voluntad, aprende a manejar la falta de motivación y la poca tolerancia a la frustración y enfréntate al miedo al cambio, al fracaso y al éxito.

Las mujeres y la culpa

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"Y Dios dijo a la mujer: Yo multiplicaré tus afanes y tu gravidez. Parirás a los hijos con dolor. Estarás sujeta al poder del varón y él te dominará". Génesis.

La culpa no es un sentimiento "natural". Es un instrumento cultural de gran potencia y efectividad para neutralizarnos, domesticarnos y someternos a una cultura que nos domina y controla. Para la cultura judeo-cristiana somos culpables desde que nacemos. Las mujeres somos la fuente de todos los pecados, que luego María redimirá.

La astucia de siglos de historia represiva logra convencernos de que nacemos pecadoras y nuestra existencia como tales, es una infracción. Es también por eso, que a las mujeres, se nos concede o autoriza, un margen menor de error que a los varones, en relación a nuestros roles tradicionales y obligaciones. Cuanto menor es el espacio concedido, más graves se consideran nuestras infracciones y más severas son las sanciones morales, sociales y psiquiátricas. La culpa en las mujeres es oceánica: solemos sentirnos culpables de existir, de ser, de nuestra fuerza, de nuestra creatividad, de nuestras ganas de conocernos y crecer, de nuestra iniciativa, de nuestra capacidad de transformación, de nuestra inteligencia, creemos que somos culpables de todo, o casi todo.

La culpa es un sistema de clausura sostenido por las herméticas leyes del no-cambio, leyes que neutralizan el desarrollo de nuestra potencialidad transformadora. Se trata de una lógica de la mutilación que nos exige ser pasivas.

Inconscientemente, re-alimentamos la inercia frente al cambio, sostenemos la continuidad de estereotipos femeninos, prejuicios, clichés y convenciones rígidas. Las mujeres somos educadas y crecemos en medio de sentimientos de culpa y autocompasión. Nuestro ser-para-sí, se convierte en ser-para otros y/o ser-contra-sí.

Espacios sin reconocimiento

Estos espacios sin reconocimiento y sin justicia son como mazmorras estrechas en las que vivimos contraídas por la culpa. Esta culpa, que en general, no es consciente, se expresa en somatizaciones diversas, accidentes, irritabilidad, restricciones intelectuales, creativas, ausencia de placer, miedos, depresión, hostilidad, delitos, intentos de suicidio, aislamiento adicciones, riesgos de la propia vida. (Todo esto, lo veo a diario en mi consultorio)

Hablo de una " lógica sacrificial " que nos induce a no escucharnos, no conocernos, por lo tanto no re-conocernos, no legitimarnos, postergarnos, y finalmente inmolarnos. Somos víctimas, pero también somos cómplices de este sistema atávico fundante de la identidad femenina que nos convierte en "seres-para-otros, seres-postergados ".

La culpa no nos permite creer en nosotras mismas. Sin darnos cuenta aprendemos el desprecio, la violencia, la auto-humillación, como modos de expiación y penitencia.

Se incrementa el masoquismo, bloqueamos el placer, la alegría y la gratitud por todo lo que somos como mujeres, y lo que supimos conseguir. Por momentos, parecería que sentirnos culpables nos es indispensable. La culpa tiene que estar siempre presente, no importa de

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qué se trata, se ha convertido en un fetiche, un amuleto que nos sirve para no crecer, no comprometernos con nuestros deseos profundos, atacar lo sano, rico, talentoso que hay en nosotras.

Al fetichizar la culpa nos convertimos en seres precarios, inmaduros, nuestra autoestima es baja y nuestra vulnerabilidad es alta. La culpa, que es un instrumento poderoso, ataca la coherencia entre deseo, pensamiento y acción que se disocian entre sí. Aprendemos a no creer en nosotras mismas.

La culpa nos confunde y paraliza, nos adecuamos a lo inadecuado, (pero sin saber porqué), y renunciamos a luchar por nosotras para reintegrarnos mansas al orden de nuestras existencias controladas.

La culpa está inscripta/ grabada en nuestro inconsciente, como uno de los códigos no— escrito, el más antiguo y primitivo de la humanidad. Se prescribe la privación.

Desmitificar esta moral inquisidora seguramente nos devolverá a nosotras mismas a planteos más profundos, más auténticos y más humanos.

(Tomado del libro Las Mujeres y la Culpa, Edit. Nuevohacer, 4ª edición)

P.D.: Quizás algunas mujeres puedan creer que esto ya ha sido superado, que esta culpabilización temprana no existe porque ya pasó, pueden creer que es cosa de otra época, sin embargo las mujeres y la culpa siguen unidas y por las dudas, conviene estar atentas. La culpa, en general no es conciente, es difícil detectarla y llega a ser explosiva.