Martini, Carlo Maria - Pan Para Un Pueblo

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 Carlo Maria Martini Pan para un pueblo Índice Presentación CIEN PALABRAS DE COMUNION (Carta) PAN PARA UN PUEBLO (Escuela de la Palabra) I La actitud de fondo En presencia de Dios Introducción Los tres momentos de la acción Puntos de meditación y preguntas II La palabra en el desierto El silencio interior Introducción Curaciones con gestos y palabras y predicación del Reino Vivir de la Palabra Preguntas para todos nosotros III El pan para un pueblo La aridez en la oración Introducción La hora de la revelación y la incomprensión de los apóstoles El pueblo de Dios El pan para un pueblo Preguntas para todos nosotros IV Pan partido y repartido La oración rítmica Introducción Una comunidad ordenada La responsabilidad de los discípulos Conocer el misterio de Jesús Preguntas para todos nosotros V El gozo de compartir La contemplación Introducción «Los discípulos distribuyeron los panes entre la gente» «Comieron todos hasta saciarse»

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Carlo Maria Martini

Pan para un pueblondice Presentacin CIEN PALABRAS DE COMUNION (Carta) PAN PARA UN PUEBLO (Escuela de la Palabra) I La actitud de fondo En presencia de Dios Introduccin Los tres momentos de la accin Puntos de meditacin y preguntas II La palabra en el desierto El silencio interior Introduccin Curaciones con gestos y palabras y predicacin del Reino Vivir de la Palabra Preguntas para todos nosotros III El pan para un pueblo La aridez en la oracin Introduccin La hora de la revelacin y la incomprensin de los apstoles El pueblo de Dios El pan para un pueblo Preguntas para todos nosotros IV Pan partido y repartido La oracin rtmica Introduccin Una comunidad ordenada La responsabilidad de los discpulos Conocer el misterio de Jess Preguntas para todos nosotros V El gozo de compartir La contemplacin Introduccin Los discpulos distribuyeron los panes entre la gente Comieron todos hasta saciarse

Recogieron los trozos sobrantes: doce canastos llenos Preguntas para todos nosotros VI La comunidad de los santos Introduccin Un cuadro pascual Diversos tipos de comunidad de los santos El germen al pie de la cruz

PRESENTACINPresentamos aqu las meditaciones de la Escuela de la Palabra que el Cardenal Arzobispo de Miln propuso en la catedral todos los primeros jueves de enero a junio de 1987, especialmente dirigidas a los miembros de los Consejos pastorales parroquiales. Su publicacin obedece a la favorable acogida que han obtenido no slo en la dicesis, sino tambin en toda Italia y en otros muchos pases, las recopilaciones de aos anteriores. Los encuentros consistieron en una relectura de los planes pastorales de la dicesis milanesa a partir de la maravillosa experiencia que supuso la Convencin Hacerse prjimo, celebrada en Assago en noviembre de 1986, a la luz del evangelio de Marcos. Junto a su Arzobispo, los participantes en la Escuela de la Palabra recorrieron un camino contemplativo destinado a captar en toda su profundidad el misterio de Dios, que en Jess se hace pan y alimento para la vida de su pueblo. De hecho, el tema de la Escuela era: Pan para un pueblo, abordado mediante la lectio divina del relato de la multiplicacin de los panes segn san Mateo (14,13-21) y los pasajes paralelos de los otros evangelistas. Los distintos encuentros se desarrollaron conforme al siguiente esquema: - la actitud de fondo - la palabra en el desierto - pan para un pueblo - pan partido y repartido - el gozo del compartir - la comunin de los santos. La introduccin a la oracin de los cinco primeros jueves estuvo a cargo de don Domenico Ghinelli, prroco de una populosa barriada de Miln, y hemos querido que figure en estas pginas, al menos en sus puntos ms sobresalientes, para dar una mejor idea del clima en que se desarrollaron los encuentros. (Estas introducciones figuran en letra cursiva al comienzo de cada una de las meditaciones). El ltimo encuentro, el del mes de junio, cont tambin con la presencia de todos los jvenes de la dicesis que a lo largo del semestre haban seguido por su cuenta, en diversas zonas de la archidicesis, un itinerario vocacional, escuchando y meditando la Palabra de Dios con el deseo de comprenderse a s mismos y las diversas modalidades del seguimiento de Cristo en el mbito de la iglesia local.

Querramos subrayar que los planes pastorales diocesanos son (como perfectamente lo expresa el propio Cardenal Martini) un reflejo de la Palabra de Dios y la aplicacin a la vida de una iglesia local de dicha Palabra, que revela el misterio inefable de la Trinidad y lo traduce en las contingencias histricas cotidianas. Por eso nos ha parecido de gran utilidad publicar al comienzo del libro la carta Cien palabras de comunin, enviada por el Arzobispo el 10 de febrero de 1987 al clero y a los fieles, porque en ella se exponen, con brevedad y claridad, los principios de su accin pastoral y, consiguientemente, puede ayudar a saborear mejor las enseanzas de la Escuela de la Palabra. Podr observarse que el itinerario de los planes pastorales de la dicesis de Miln puede tambin ser visto bajo una perspectiva mariana: desde la dimensin contemplativa de la vida hasta el testimonio de la caridad que, fluyendo de las comunidades cristianas, se difunde hacia fuera para abarcar todas las realidades de la historia. Resuena aqu la invitacin de Juan Pablo II a vivir el actual Ao Mariano prestando especial atencin a la interioridad de Nuestra Seora y a su capacidad para escuchar la Palabra, con el fin de participar en su vida de fe y de caridad y confiarle nuestras vicisitudes, las de nuestra Iglesia y 1as de todos los hombres y mujeres del mundo. Confiamos estas pginas a la gracia del Espritu Santo, para que quien las lea se sienta movido a asumir su responsabilidad en la construccin de la Iglesia: una Iglesia carente de toda belleza si no es capaz de reflejar la belleza nica del rostro de Jesucristo; si no consigue ser el Arbol (segn la expresin de Agustn) cuya raz es la Pasin de Jesucristo; si su doctrina y su vida no anuncian con toda limpieza la verdad que es Jesucristo.

CIEN PALABRAS DE COMUNIN CartaLe en cierta ocasin que, al finalizar su visita pastoral a una determinada regin, escribi san Carlos Borromeo una carta de comunin de intenciones. Se trataba de una carta en la que resuma una serie de principios y normas de accin pastoral sobre los que solicitaba el consenso y la colaboracin de todas las comunidades cristianas que haba visitado. Al concluir el sptimo ao de mi estancia en la dicesis, me ha parecido oportuno redactar el esbozo de una parecida Carta de comunin de intenciones pastorales y enviarlo a todos aquellos con quienes me he encontrado en estos aos y a todos los bautizados de la dicesis. Se me podr objetar que el contenido de una carta de tal naturaleza debera ser bastante amplio, mientras que yo querra escribir una carta breve y sencilla. De hecho, una Carta de comunin propiamente dicha tendra que apelar a Ios documentos fundantes de la fe y a los textos de la Tradicin. Tendra que hacer referencia, ante todo, a la Sagrada Escritura, y en especial a los evangelios y a todo el Nuevo Testamento. Tambin tendra que hacer referencia al Credo, o Smbolo de los Apstoles, y a las afirmaciones dogmticas de los concilios ecumnicos, entre los cuales, naturalmente, habra que conceder un lugar privilegiado al Vaticano II, que puede ser considerado como la verdadera y autntica Carta de comunin de intenciones para la pastoral de nuestros das. Y todava habra que hacer referencia al nuevo Cdigo de Derecho Cannico, a nuestro XLVI Snodo y a las recientes encclicas de los Sumos Pontfices, especialmente a la Redemptor hominis, que constituye la carta programtica del pontificado de Juan Pablo II. Y, finalmente, habra que mencionar las cinco Cartas Pastorales de estos ltimos aos, que constituyen justamente un intento de extraer, del tesoro tradicional que hemos mencionado, una serie de lneas aplicables a la pastoral de nuestra iglesia en los aos ochenta. Ante la comprensible confusin que supone el reconsiderar todo este material, me he preguntado si no sera posible escribir una Carta de comunin de intenciones que no excediera las dimensiones de una tarjeta de visita y que respondiera a la siguiente pregunta: si tuviera usted que decir en cien palabras los principios fundamentales en que se apoya el itinerario pastoral que propone a nuestra iglesia, cmo lo hara? Se trata, pues, de elaborar un breve resumen que no repita cuanto se dice en los citados documentos, sino que se limite a hacer resaltar aquellas lneas que, por as decirlo, constituyen el fundamento prximo del edificio

que estamos construyendo. Se trata de responder a la pregunta: teniendo como trasfondo la Escritura, la Tradicin, los Concilios, etc., podra decirnos en unas cuantas lneas qu principios de accin considera ms importantes para una comunin de intenciones con su clero y con sus fieles? Naturalmente, para respetar la brevedad que permite una tarjeta de visita y, a pesar de ello, decir algo que no sea una simple lista de temas, sino que posea la fuerza de un mensaje, tengo que recurrir al lenguaje parablico. Y hay precisamente una parbola de Jess que se adapta perfectamente a este propsito y que est precisamente formulada en cien palabras (para ser ms exactos, digamos que en el texto griego de Mc 4,3-8 contiene justamente noventa y ocho palabras): la parbola del sembrador. Voy a limitarme, pues, a una breve interpretacin de dicha parbola en el sentido indicado: trazando una serie de coordenadas fundamentales sobre las que, personalmente, me resulta de decisiva importancia la comunin de intenciones del pueblo de Dios que est en Miln.

Qu hombre? La parbola contiene lo que podra llamarse un esbozo de antropologa pastoral. Es decir, no se trata de una antropologa elaborada, tal como se ensea en las facultades de teologa, sino de unas cuantas alusiones al tipo de hombre que presupone un determinado itinerario pastoral. Y este hombre lo presenta la parbola a travs de la imagen del terreno en el que cae la simiente, a travs de las diversas configuraciones y situaciones de dicho terreno y a travs de la capacidad del mismo para recibir la simiente y hacerla germinar hasta su completa maduracin. El terreno es el hombre, la humanidad, cada uno de los hombres, cada uno de nosotros... Nosotros somos la tierra que aguarda la simiente, una tierra rica en posibilidades y en sustancias vitales, una tierra rociada por las lluvias y regada por los ros, una tierra lombarda enriquecida a lo largo de su historia por innumerables dones del Seor. La tierra, pues, significa el hombre, nuestra gente, dispuesta a recibir la simiente de la Palabra de Dios, capaz de acogerla y de hacerla fructificar. La tierra sin simiente es tierra pobre e infecunda; la tierra sembrada puede trocarse en un frondoso jardn. Acoger la Palabra significa creer. El hombre se realiza creyendo, del

mismo modo que la tierra se realiza recibiendo la simiente. Traducido a trminos pastorales: el hombre ha sido hecho para acoger la Palabra; el hombre es capaz de acoger la Palabra; el hombre da fruto en la medida en que sepa acoger la Palabra, en la medida de su fe. No se puede obligar al hombre a hacer el bien, y es intil pretender doblegar su libertad con medios externos; nicamente la siembra abundante de la Palabra hace posible esperar el fruto. Por lo dems, no existe persona que, por naturaleza, sea absolutamente impenetrable a la Palabra. Ni existen tampoco personas verdaderamente irrecuperables mientras se encuentren en el terreno de la vida.

La simiente y el terreno Veamos ahora el otro elemento simblico de la parbola: la simiente. Como dice el propio Jess: La simiente es la Palabra de Dios (Lc 8,11). El verdadero protagonista de toda esta historia es la Palabra. La Palabra sembrada, la Palabra pisoteada, la Palabra sofocada, la Palabra disipada, la Palabra acogida y que hunde sus races en la tierra para, ms tarde, germinar y llegar a producir el ciento por uno. Esta Palabra no es simplemente algo extrnseco, algo aadido al hombre, algo de lo que el hombre pueda prescindir. Terreno y simiente han sido creados el uno para el otro. No tiene sentido pensar en la simiente sin tener en cuenta su relacin con el terreno; y este ltimo, sin la simiente, es un desierto inhspito. Hablando sin metforas: el hombre, tal como lo conocemos, se convierte en estepa rida, en torre de Babel, si corta toda su relacin con la Palabra. Defender la relacin del hombre con la Palabra significa, pues, defender sencillamente al hombre, sus espacios de expresividad y de relacin autntica, sus horizontes de sentido. Ser cristiano significa haber reconocido la primaca y la importancia decisiva de esta Palabra. Significa reconocer que sta se encuentra en actividad desde el origen del mundo, y que llega a nosotros y nos interpreta en cada momento de nuestra peripecia humana. Pero la Palabra es para el terreno. Su eficacia se manifiesta no en abstracto, sino suscitando, interpretando, purificando y salvando las vicisitudes histricas de la libertad humana. La Palabra se encuentra y se entrecruza con las aspiraciones del hombre, con sus problemas, sus pecados, sus ansias de salvacin y sus realizaciones en el campo personal y social. El verdadero protagonista de la accin pastoral, por lo tanto, es la Palabra: toda la historia del itinerario pastoral de una comunidad es la

historia no tanto de sus realizaciones externas, de sus reuniones, de sus congresos, de sus procesiones o de sus iniciativas, sino de la siembra abundante y repetida de la Palabra y de la solicitud para que sta encuentre las condiciones necesarias para ser acogida.

La Palabra hecha hombre Quin es esta Palabra? S que a ms de uno le resulta difcil comprender este lenguaje, porque nos dice que hay que hablar nicamente de Jess, no de la Palabra. Y estoy plenamente de acuerdo, con tal de que entendamos a Jess precisamente como la Palabra que se hizo hombre y habit entre nosotros y tengamos en cuenta que esta Palabra fue preparada y anunciada por las palabras de los profetas, resuena en las palabras de los evangelistas y de los apstoles y se hace presente en la palabra de la Iglesia, tanto a travs del anuncio y del magisterio como a travs de la celebracin litrgica. La centralidad y la unicidad de Jesucristo constituyen tambin, de hecho, la singularidad de Jesucristo, es decir, que Jess no es cualquier ideal religioso, ni siquiera el ms elevado, ni es tampoco una personalidad proftica de tantas, sino ese Jess a quien vosotros habis asesinado y que ha sido resucitado de entre los muertos (cf. Hch 2,23-32). Es este Jess crucificado y resucitado el que se halla presente en la liturgia eucarstica y alimenta a los fieles con su cuerpo y su sangre. Hablar de este Jess significa referirse a aquel Jess a quien nicamente podemos conocer a travs de la predicacin y la palabra de la Iglesia, la cual se apoya y se refiere totalmente a la predicacin del Nuevo Testamento, a las palabras y los gestos de Jess que refieren los evangelios y a las palabras de la Escritura en general que lo anuncian y lo explican. Qu sabes t de Jesucristo, t que a lo mejor te llamas cristiano comprometido y jams has ledo a fondo los evangelios ni los meditas a diario ni has aprendido an el mtodo de la lectio divina? Escucha lo que te dice el Concilio: Todos los cristianos aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo" (F1p 3,8) con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo (cf. Dei Verbum 25). No es posible, pues, recia t. a Jesucristo y permitirle hacerse hombre en la tierra de nuestro corazn sin hacer referencia continua a su Palabra y a las palabras inspiradas que hablan de l. No hay que separar a Jess de su Palabra, ni de su Cuerpo y Sangre, del mismo modo que no hay que separar a Cristo del Padre y del Espritu Santo. Quien pretenda efectuar semejantes separaciones no posee el Espritu de Jess.

Algunas conclusiones

Sintetizando algunos de los puntos fundamentales que subyacen al itinerario indicado en las Cartas Pastorales, dira, pues, lo siguiente: 1. El hombre ha sido hecho por la Palabra y se encuentra a s mismo en la escucha de la Palabra. 2. El hombre, consiguientemente, es merecedor del mximo respeto y ha de ser constantemente servido con esmero y dedicacin, ayudndole a encontrar la verdad de s mismo y su propia autenticidad. 3. La contemplacin es la dimensin ideal y necesaria para la acogida de la Palabra, para lo cual hay que eliminar las piedras, las espinas, la disipacin... 4. La Palabra hunde sus races en el corazn, es decir, en lo ms ntimo de la persona, en el lugar de sus decisiones ms profundas y autnticamente humanas. Por eso el verdadero itinerario cristiano es un itinerario de interioridad y de convicciones, y no slo de gestos y costumbres. Los gestos y las costumbres slo son tiles si nacen de un convencimiento interior y saben expresarlo, encarnarlo e irradiarlo. No hay cristianismo posible sin libre convencimiento interior. Esta ltima afirmacin me llevara a un ms amplio discurso que, como sabis, me preocupa mucho, pero que aqu slo puedo insinuar, porque lo he desarrollado en otras ocasiones a lo largo de estos aos. Me refiero al principio agustiniano del maestro interior y al principio espiritual que preside todo el obrar del cristiano, segn la lapidaria sentencia de Toms de Aquino: la ley del Nuevo Testamento consiste, ante todo, en el Espritu Santo. Es, pues, el Espritu Santo quien, penetrando en lo ms ntimo del hombre mediante la Palabra inspirada proclamada por la Iglesia y con el roco de su gracia, genera al hombre interior. El cristiano es el que vive segn el Espritu; y la comunidad de los creyentes es suscitada por el Espritu de Dios, que la hace obrar en la historia a imitacin de Jess. Pero aqu estamos entrando ya en el segundo momento de la parbola, el ms propiamente eclesiolgico.

Para un esbozo de eclesiologa pastoral. La parbola del sembrador se ha interpretado siempre en un sentido antropolgico: se tratara de la historia de la Palabra sembrada en los corazones de los hombres. Cada persona reaccionara a su modo, segn las diversas vicisitudes simblicamente representadas por el camino, las espinas, la tierra pedregosa y la tierra buena. El hombre sera juzgado conforme a su modo de responder a la Palabra.

Pero la parbola puede tambin ser leda pensando en la humanidad que se hace Iglesia. No se tratara de otra lectura, sino de la misma lectura antropolgica ampliada en clave eclesiolgica, segn una continuidad muy propia del Nuevo Testamento. Puede ser desarrollada teniendo presente su relacin con las parbolas afines de la semilla que crece por s sola (Mc 4,26-29) y del grano de mostaza (Mc 4,30-32). La Iglesia es la respuesta global del campo a la siembra de la Palabra: La simiente sembrada en buena tierra son los que escuchan la Palabra, la reciben y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros cien... (Mc 4,20). Si queremos considerar ms de cerca la peripecia unitaria de este crecer y fructificar de la simiente, lo tenemos en Mc 4,26-29, donde se dice que la semilla florece y germina y que la tierra da fruto por s sola, primero hierba, luego espiga y, ms tarde, trigo abundante en la espiga. A esta imagen se aade la del grano de mostaza (Mc 4,30-32), que es la ms pequea de todas las semillas que se siembran en la tierra; pero, una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra. Yo dira, sencillamente, lo siguiente: alimentado por la Palabra, el rbol de la Iglesia crece frondoso. Si lo comparamos con un grano de trigo, culmina en una espiga maravillosa: la Eucarista, culmen de la vida de la Iglesia y sntesis de toda su vitalidad. La espiga est formada por granos de trigo dispuestos, a su vez, a ser nuevamente diseminados, o bien a ser molidos y convertirse en pan para el hombre. Pues bien, el fruto de la Eucarista y el trmino operativo de la accin de la Iglesia es la misin y la caridad. Es la caridad la que hace de la Iglesia un rbol visible y acogedor, dispuesto a acoger bajo su sombra a todas las lenguas y a todas las culturas. Aqu se abrira la posibilidad de expresar cul es la verdadera imagen de la Iglesia (generada y constantemente regenerada por la Palabra), que tiene su centro y su forma en la Pascua del Seor, en la Eucarista; que da sus frutos, hasta el ciento por uno, en la misin y en la caridad. Tambin sera ste el lugar de considerar, dentro del nico rbol de la Iglesia, la abundancia de agrupaciones y movimientos que actan en ella y que poseen una funcin ministerial, referida al conjunto del cuerpo, para el servicio del bien general, y ello tanto en el mbito de la Iglesia universal como en el de la iglesia local. Pero ya he hablado muchas veces de esta imagen de la Iglesia, concretamente en las Cartas Pastorales de todos estos aos; y tambin ha aparecido en los diversos eventos que hemos celebrado juntos, desde el Congreso Eucarstico hasta la Convencin Catequstica de Busto Arsizio o la Convencin de Assago sobre Hacerse prjimo. Adems, ya hice referencia a esta imagen de la Iglesia en la carta que dirig a la

dicesis en el primer aniversario de mi entrada en Miln, el 10 de febrero de 1981. Sobre el punto concreto de la ministerialidad de las agrupaciones y movimientos, convendr que volvamos una vez que el Snodo, ya inminente, haya indicado las lneas vlidas para toda la Iglesia.

Una carta de comunin para todos Considero, pues, que una Carta de comunin que pretenda expresarse en pocas palabras puede concluir aqu. El compromiso de obrar en comunin de intenciones pastorales en todos los campos que hemos evocado es lo que nos hace a todos discpulos obedientes del Seor Jess. Esta obediencia deseo pedrsela a todos los bautizados de la dicesis, sin distincin. De hecho, en la iglesia local viven y trabajan todos los fieles presentes en ella: presbteros, religiosos, laicos, asociaciones y grupos. El nico espacio eclesial en el que todos ellos han sido llamados a expresarse y a servir es el de esta iglesia, la cual, a su vez, se halla en comunin con la iglesia de Roma y con todas las dems iglesias catlicas de la tierra. Incluso quienes sirven en ministerios orientados a la comunin misionera con otras iglesias y con la Iglesia universal, en cuanto que viven en esta realidad local, es a ella a la que sirven y edifican en la fe y en la caridad. Todos estn llamados a ser miembros vivos y vivificantes de esta realidad territorial, signos y fermentos evanglicos en este campo que es la iglesia diocesana de Miln. Que cada cual camine conforme a su carisma y a su inspiracin interior, pero dirigiendo su atencin a aquellas metas eclesiales que se proponen a la mirada contemplativa y al propsito operativo de todos. Nadie permita que el centro de su atencin y de su contemplacin se aparte de las realidades verdaderamente esenciales y ciertas, como son la Palabra de Dios, la Eucarista y el Espritu Santo, para orientarse a proyectos o visiones parciales; ni preste nadie su adhesin, antes de ser aprobados por la Iglesia, a supuestas revelaciones o mensajes que pueden hacer perder de vista el papel central de la fe en el camino del cristiano. Es de especial importancia no confundir el grano con la cizaa, aunque sta jams dejar de estar presente en el campo de la Iglesia. Que el Seor nos conceda saber caminar juntos hacia la meta comn, en plena comunin de intenciones y saboreando de antemano el inmenso gozo ocasionado por la cosecha mesinica del ciento por uno. Miln, 10 de febrero de 1987.

I LA ACTITUD DE FONDO En presencia de DiosEstos encuentros que pretendemos vivir juntos llevan el nombre de Escuela de la Palabra. Como sabis, se trata de un ejercicio de interiorizacin, de un itinerario metdicamente ordenado (conforme, por lo tanto, a unos mtodos y a unas normas muy claras) al contacto vivo con la Palabra de Dios que es Cristo. Un contacto personal y vivo con Jess que nos lleve a responder con generosidad a sus exigencias de conversin y de edificacin de nuestras comunidades cristianas. Debemos predisponernos a travs de la oracin, que es algo que jams puede improvisarse. De hecho, la oracin exige una serie de condiciones para que pueda efectuarse el paso, de un plano puramente especulativo, a una autntica experiencia del Seor. En su realidad ms profunda, la oracin es la participacin en la vida filial de Jess, el eterno orante del Padre. Naturalmente, el tomar conciencia de esta participacin es un don, porque no somos nosotros los que buscamos al Padre, sino que es l quien toma la iniciativa de buscarnos y dirigirse a nosotros. Sin embargo, s podemos implorar este don, y de vez en cuando tratar de sugerir algn aspecto o actitud necesaria para acogerlo. Esta noche vamos a detenernos brevemente en esa actitud de fondo que consiste en ponerse en la presencia de Dios. Me pongo en la presencia de Dios dejndome invadir por una especie de enorme reverencia, sintiendo una amorosa dependencia de l, acompaada de una sincera humildad adorante. La reverencia y la humildad son indispensables para relacionarse con Aquel que lo es todo: el creador, el eterno, el inmutable, el altsimo, el todopoderoso... Nos viene aqu a la mente el estupor y el asombro de que estn impregnadas las palabras de los salmistas, de los profetas y de los propios Apstoles. San Agustn, de cuyo bautismo celebramos este ao el XVI centenario, explicar su tardanza en convertirse del siguiente modo: No tena an la suficiente humildad como para poseer a mi Dios (Confesiones, VII, 18. 24). La reverencia y la humildad son actitudes que engrandecen al hombre y dan razn de la verdadera dignidad, que consiste en haber sido querido, pensado y amado desde toda la eternidad por aquel Dios de quien el

propio hombre resulta ser el ms genuino reflejo. Precisamente por ello, reverencia y humildad se transforman tambin en temor filial, es decir, en preocupacin por no ofender ni disgustara un Padre de infinita ternura. La experiencia de la oracin cristiana es, pues, una maravillosa aventura de amor que nos hace llegar progresivamente a la contemplacin de la belleza y la bondad divinas. No podemos entrar en ella de un modo apresurado o distrado, sino que (como nos ensean la Escritura y el ejemplo de los santos) debemos prepararnos a ella con seriedad y tranquilidad. En el Seminario, para prepararnos a la oracin, emplebamos una frmula que podemos hacer nuestra no slo para estos encuentros de la Escuela de la Palabra, sino tambin para todas las ocasiones en que nos demos a la oracin, tanto personal como comunitaria y litrgica. Adoro, Seor, tu divina majestad, en cuya presencia me encuentro. Te pido humildemente perdn por mis pecados y la gracia de obtener fruto de la meditacin que voy a hacer, para mayor honor de tu gloria y santificacin de mi alma.

IntroduccinReiniciamos hoy la Escuela de la Palabra, que, como ha quedado perfectamente explicado, es un ejercicio de interiorizacin de la Palabra de Dios, alimento y pan para nuestra vida. Y alimento tambin, por consiguiente, para la vida de los Consejos pastorales parroquiales (instrumento privilegiado para la edificacin de la comunidad), a los que va especialmente dirigida la oferta de estos encuentros, a travs de los cuales se ofrece el pan de la Palabra a todo el pueblo de Dios que est en Miln. Se trata, como dice el ttulo que hemos dado al itinerario de este ao, del pan para un pueblo. El pasaje evanglico sobre el que vamos a meditar es el relato de la multiplicacin de los panes, tan rico en significados que escapaz de abarcar la tierra, el cielo y la historia entera. A la luz de esta pgina del Nuevo Testamento trataremos de leer una sntesis de los programas pastorales que concluyeron en noviembre de 1986 con la celebracin de la Convencin Hacerse prjimo. En las anteriores Escuelas de la Palabra veamos cmo la Biblia es la narracin, por boca d Dios, de su propio misterio. Por eso el reflexionar

sobre nuestro itinerario pastoral con la ayuda de un pasaje evanglico impedir que se banalicen o se minimicen los programas, que, de hecho, podran ser tomados como algo cuya importancia se reconoce, pero sin llegar a hacerlos operativos; o bien, como si se tratara de una receta prctica para obtener un xito pastoral; o incluso podran ser tomados como un distintivo (como una insignia que se coloca en la solapa) que indique la pertenencia a una parroquia o a un grupo de esta iglesia diocesana. A lo que se nos llama, por el contrario, es a leer en los planes pastorales, como en cualquier otra expresin autorizada de la jerarqua, un reflejo de la Palabra de Dios, la nica que nos sostiene, nos anima, nos alienta y nos hace comprender que el Seor se halla dentro de nosotros. Porque t, Seor, ests de nuestro lado, quieres hacer una alianza con nosotros y solicitas nuestra colaboracin para la obra de tu Reino! Los programas pastorales son, pues, un modo de repetir las realidades fundamentales:l

que Dios misericordioso nos libera de nuestra angustia, nos hace partcipes de la libertad de espritu de Jess y nos invita a confiarnos, en cualquier circunstancia, al misterio del Padre y a movernos con desenvoltura, como hombres y mujeres libres, en el mundo y en la historia; que Dios nos exhorta a que, olvidndonos de nosotros mismos, amemos a quienes son hijos de un mismo Padre con ese amor tierno y valeroso que resplandece en las obras, en la vida y en la muerte del Seor Jess.

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En otras palabras: los programas pastorales son la aplicacin al itinerario de una dicesis de la Palabra divina, la cual revela el misterio inexpresable de la Trinidad y lo traduce en las contingencias histricas cotidianas.

Los tres momentos de la accin Vamos a referirnos, sobre todo, al relato de la multiplicacin de los panes segn san Mateo, pero teniendo en cuenta la sinopsis. Esta noche consideraremos los dos primeros versculos del pasaje: Al orlo Jess, se retir de all en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron de las ciudades y fueron tras l a pie. Y al desembarcar, vio a mucha gente, y sinti compasin de ellos y cur a sus enfermos (Mt14,13-14). No es difcil distinguir tres momentos en esta accin:

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Jess se retira; la gente lo busca; Jess lo ve y se conmueve.

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Ante todo, vamos a escuchar de nuevo y a examinar esos tres momentos. Ms tarde, y hacindonos una serie de preguntas, meditaremos lo que aqu se nos refiere. Por ltimo, vendr el momento de la contemplacin, contemplacin, en el que adoraremos a Jess silenciosamente delante de la Eucarista. 1. Al orlo Jess, se retir de all en una barca, aparte, a un lugar solitario (Mt 14,13a). La accin central que aqu se proclama es el hecho de retirarse de Jess. La raz del verbo griego empleado es precisamente la de la palabra anacoreta, que designa a quien vive en el desierto. Son muchas las veces que, en el evangelio de Mateo, Jess se retira. Por ejemplo, cuando sobreviene la persecucin de Herodes, Jess se retir a Egipto (2,14); cuando Juan Bautista es encarcelado, Jess se retir a Galilea (4,12); cuando los fariseos tratan de prenderlo, tras haber curado Jess al hombre de la mano paralizada, Jess se retir (12,15). Evidentemente, Jess tena la costumbre de practicar el anacoretismo, de retirarse. Por qu se retira Jess? Cul es, en este pasaje, el motivo inmediato por el que se dirige a un lugar desierto? El primer motivo lo indica el propio evangelista: Al orlo Jess..., es decir, al enterarse de la trgica noticia de la ejecucin de su gran amigo Juan Bautista. Un acontecimiento doloroso mueve a Jess a retirarse aparte durante un cierto tiempo. Un segundo motivo, ms especfico, podemos deducirlo del relato paralelo de Marcos, que comienza hablando del regreso de los apstoles de su primera misin apostlica: Y se renen los apstoles con Jess y le anunciaron todo cuanto haban hecho y enseado. Y l les dice: "Venid aparte vosotros a un lugar solitario y descansad un poco" (Mc 6,30-31). De hecho, haba una considerable confusin, porque la gente iba y vena, y los apstoles no tenan tiempo ni para comer. Son dos, por tanto, los motivos que nos indica la narracin evanglica: uno se refiere a Jess y a su necesidad de silencio y de oracin tras haberse enterado de la violenta muerte del Bautista. Tambin a nosotros nos ocurre, cuando se muere una persona querida o nos impresiona un determinado hecho, que sentimos necesidad de retirarnos a reflexionar, a

llorar en silencio o, simplemente, a estar solos. El otro motivo se refiere a los apstoles, que estn cansados y con los nervios de punta por la labor realizada, y se encuentran al borde del agotamiento. Jess les invita a retirarse a un lugar solitario para impedir que se afanen en exceso y se dejen atrapar por el engranaje del activismo excesivo. Adnde se retira Jess? Es interesante observar que en el pasaje se repite por dos veces la misma idea: aparte, a un lugar solitario. La expresin griega katdian significa, simplemente, retirarse, sin ms connotaciones. Puede uno retirarse en su propia casa, encerrndose en una habitacin. Pero Jess busca el retiro en el desierto, tal vez para librarse de cualquier visita imprevista; los evangelistas subrayan el hecho de que Jess se retira a un lugar donde, casi con toda seguridad, no se va a ver condicionado por ninguna otra presencia. De hecho, sabemos que la multitud fue en su busca, pero Jess desea de veras tener un momento de silencio, para s y para los suyos, en un lugar tranquilo. Ya aqu podemos admirar el valor de Jess, porque tambin nosotros sentimos a menudo ese mismo deseo y, sin embargo, nunca lo hacemos realidad. Jess lo desea eficazmente, a pesar de que la gente lo busque con insistencia, y probablemente muchas personas se sentiran molestas y desilusionadas. Pero Jess considera que en aquel momento es absolutamente necesario retirarse. Qu hace Jess en el desierto? El final del relato, que no hemos incluido en el pasaje elegido para nuestras meditaciones, lo explicita: luego de la multiplicacin de los panes, Jess, despus de despedir a la gente, subi al monte a solas para orar. Al atardecer estaba solo all (Mt 14,23). La soledad de Jess, que se menciona al comienzo y al final del relato, es para nosotros una advertencia que nos indica la suprema importancia de esta dimensin para nuestra vida.

2. En cuanto lo supieron las gentes, salieron de las ciudades y fueron tras l a pie (Mt 14,13b). La gente busca a Jess, inquiere, se informa y consigue enterarse, quiz por alguna indiscrecin, de adnde ha ido. Y a pie (arrostrando el cansancio, por lo tanto) sale de las ciudades (en las que hay de todo) y se adentra en el desierto nicamente para tener la

oportunidad de escucharlo y vivir un instante con l.

3. En el tercer momento, Jess lo ve y se conmueve: Y al desembarcar, vio a mucha gente, y sinti compasin de ellos y cur a sus enfermos (Mt 14,14). No es difcil recordar otros episodios que conocemos perfectamente: lo vio y se conmovi. Es la descripcin de la reaccin del samaritano ante el herido, tan diferente de la reaccin del levita y la del sacerdote, que lo vieron y, fingiendo no haberlo visto, pasaron de largo (cf. Lc 10,25-37). Jess lo vio y se dej invadir por la conmocin y la compasin: lo mismo le haba sucedido ante el hijo muerto de la viuda de Naim (Lc 7,11-15) y ante el leproso (Mc 1,40-42); y se refiere a s mismo cuando habla precisamente del samaritano. A pesar de verse obstaculizado en su bsqueda de silencio y de soledad, no pierde los nervios ni se deja invadir por la clera. Se haba retirado por un acto de amor, y por eso puede pasar con libertad, de dicha bsqueda, al encuentro con la gente. Es la misma historia de amor por la que, en el silencio, vive el contacto con el Padre por causa de sus hermanos. Nosotros, en cambio, cuando nos retiramos nicamente por nuestra comodidad, por mero deseo de tranquilidad, nos enojamos facilsimamente si se le ocurre a alguien venir a pedirnos algo.

Puntos de meditacin y preguntas A partir de las palabras evanglicas podemos hacer una serie de preguntas: El gesto de Jess de retirarse aparte nos interpela. En qu consiste mi retirarme al silencio? Qu puede significar para m el saber retirarme en el momento apropiado? Tal vez para algunos de nosotros signifique no dejarnos arrastrar por la maquinaria de los compromisos y tener al menos el valor de efectuar de vez en cuando una breve pausa. La cola del metro o del autobs, la espera de una persona que llega tarde, son ocasiones que debemos saber aprovechar. O, tal vez, podemos tambin tratar de interrumpir la lectura de un libro o de un peridico para acostumbrarnos a las pausas, a detenernos un momento.

Pero, de ese valor de saber hacer breves pausas, debemos pasar a hacerlas ms prolongadas: un rato de oracin, la lectura del Evangelio por la maana o por la noche, un cuarto de hora de meditacin diaria... Poco a poco llegaremos a ser capaces de hacer un da entero de retiro, dos o tres das, o incluso una semana de Ejercicios. Este es nuestro modo de imitar a Jess, que se retira a solas, aparte, para orar. Una segunda pregunta: forma parte de mi actitud de fondo el retirarme? Poseemos la virtud contemplativa que hemos tratado de promover desde nuestra primera Carta pastoral, La dimensin contemplativa de la vida? O somos, por el contrario, personas que nos dejamos arrastrar con facilidad y, consiguientemente, andamos siempre afanados, nerviosos, descontentos, sin encontrar tiempo para estar en silencio y detenernos delante del Seor? Somos, quiz, de los que siempre andan diciendo: Qu bueno sera tener un poco de tiempo libre...! Cmo envidio a los que lo tienen...!? Pero si ese tiempo lo encuentra el propio Jess, que tiene la misin de salvar a la humanidad, por qu no lo encontramos nosotros? Naturalmente, el deber de retirarse a un lugar apartado es propio tambin de los Consejos pastorales. Ante todo, creo que para los miembros de tales Consejos la imitacin de Jess significa no dejarse envenenar por una discusin, como tantas veces ocurre. Se empieza dialogando; luego aparece la pasin, todo el mundo quiere tener razn... y al final las palabras son como dardos! Qu til sera, en cambio, efectuar una pausa para comprender de veras la importancia de lo que se est diciendo, el motivo de la discusin, la necesidad del compromiso...! Pienso, concretamente, en unas breves interrupciones que permitan recuperar el control y ser objetivos. Hay que tener, pues, el valor de crear espacios intermedios de autntico silencio. Cuando me reno con un Consejo pastoral y rezamos la oracin inicial, enseguida me doy cuenta de si la oracin se hace con reposo y tranquilidad o si, por el contrario, no pasa de ser un mero recitado de palabras, un puro trmite, para enzarzarse lo antes posible en la discusin. En tal caso, la oracin no tiene la dimensin de retiro ni de respiracin contemplativa. Y, por supuesto, se necesitan tambin las pausas prolongadas: los Consejos pastorales deberan programar un da de retiro al comienzo de cada ao para pensar en las opciones pastorales, que habrn de hacerse en un clima de oracin; otro da, al final del ao, para reflexionar acerca de lo realizado; y alguna que otra tarde a lo largo del ao, con ocasin de los momentos fuertes de la labor pastoral de la parroquia.

Sugiero la siguiente pregunta: forma parte de la actitud constante de mi Consejo pastoral la capacidad de retirarse, como haca Jess? Salimos de las reuniones turbados, angustiados y frustrados o, por el contrario, serenos, tranquilos y apaciguados? Nuestra meditacin se dirige ahora al segundo momento de la accin: la gente que busca, que se informa, que sigue a Jess. Por qu sigue a Jess esta gente dejando la seguridad de las ciudades y haciendo el sacrificio de andar a pie? Por qu escucha la llamada del desierto? Pienso que el motivo radica en el hecho de que la gente confa en que el estar con Jess, el permanecer en silencio junto a l o el dialogar con l no es una ocupacin vana; esa gente confa en que algo ha de suceder. En cambio, los encuentros y dilogos entre nosotros son a menudo puramente formales y no conducen a ningn tipo de cambio. A veces resulta frustrante vivir determinadas situaciones sabiendo que todo va a continuar exactamente igual que antes. Con Jess, sin embargo, sucede algo, porque Jess es Dios, Creador y Seor, y alimenta nuestro espritu: sus palabras son Espritu y Vida. Con Jess hay algo que esperar, y es con esta actitud de fe como debemos entrar en la oracin. Entonces comprenderemos que tambin en nuestra vida puede producirse un acontecimiento nuevo que, si tenemos confianza, habr de cambiarnos; aprenderemos que en nuestros encuentros puede haber hechos verdaderos, gente que camina, progresos en la caridad... Por ltimo, nos interrogamos sobre el tercer momento: Jess mira y se conmueve. Cuando conseguimos dejar de acostumbrarnos a la realidad, perdemos esa ptina de grisura y de rutina con la que solemos ver a los dems y el propio correr de los das. Entonces adquirimos la capacidad de experimentar el estupor, el asombro y la compasin. Nos hacemos como nios, y nos resultan hermosos los colores, los pequeos gestos, los distintos acontecimientos... Caemos en la cuenta de si una persona sufre, y nos preguntamos cmo ayudarla. Y es que en el corazn contemplativo se hace presente la solicitud, la capacidad de mirar como Jess, de conmoverse y de dejarse implicar con amor. Cmo miro a los dems? Esta es la pregunta que cada cual puede hacerse a s mismo. Miro a los dems con apresuramiento, distradamente, pensando exclusivamente en m, como si tuviera los odos tapados con unos

auriculares para escuchar tan slo lo que quiero or, como si tuviese los ojos vendados para ver nicamente lo que me agrada? Cmo miro a los dems: con confianza o con nerviosismo, con ternura o con dureza, con inters o con aburrimiento? Y al desembarcar, vio a mucha gente, y sinti compasin de ellos y cur a sus enfermos (Mt 14,14). Seor, si nos permitieras participar en tu retirada al desierto, en tu silencio y en tu oracin; si nos dieras, como a la muchedumbre, la confianza en que estando contigo siempre suceder algo, porque t hablas con la verdad; si nos hicieras capaces de mirar a los dems como t los miras y participar en tu compasin... entonces tambin nosotros podramos sanar. Primero, Seor, sanarnos a nosotros mismos de nuestro nerviosismo, de nuestro cansancio y nuestra angustia, de nuestro miedo a la vida, de nuestra rida soledad. Y luego, Seor, sanar a nuestros hermanos, del mismo modo que t sanaste a los enfermos en el desierto, despus de tu momento de silencio, mirando con infinito amor a cuantos te rodeaban.

II LA PALABRA EN EL DESIERTO El silencio interiorLa oracin, a pesar de ser un don, es tambin un arte, y exige conocer los secretos del oficio para poder entrar en ella, antes incluso de experimentarla como encuentro personal con el Seor. Una actitud de fondo que yo querra sugerir esta noche, adems de la de ponerse en la presencia de Dios, es la del silencio interior, a lo cual nos invita explcitamente Jess: T, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, despus de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que est all, en lo secreto (Mt 6,5). Incluso a un nivel puramente humano, podemos constatar cmo las distracciones y el parloteo no facilitan la reflexin. En nuestro caso, para que el silencio sea fecundo es menester liberarse de las mltiples preocupaciones y de los afanes y agitaciones de nimo intiles. De hecho, la oracin guarda una relacin ntima con la capacidad de poner el corazn a la escucha de la Palabra divina y de descubrir el eco de la voz de Dios, con el fin de recibir y vivir los influjos de su gracia. A esta autntica experiencia del Seor alude Job cuando dice: Yo te conoca slo de odas, pero ahora te han visto mis ojos (Job 42,5). En el silencio, el hombre descubre o se hace ms consciente de los inmensos valores y los misterios que habitan lo ms profundo de su ser. Sin esta actitud corremos el peligro de quedarnos permanentemente en los umbrales de la oracin, incapaces de entrar en ella y de dejarnos conmover por la presencia, las palabras, los sentimientos y las provocaciones de Jess. Es en el silencio donde han madurado las ms bellas vocaciones, precisamente porque el silencio es el lugar privilegiado para acoger a Dios como amor vivo que llama e interpela. Quiz recordis lo que se cuenta del pequeo Guido de Fongallans, el cual, cuando su madre le pregunta qu es lo que ha pedido a Jess el da de su primera comunin, responde: Yo... no he pedido nada... Ha sido l, Jess, quien me ha hablado, y yo le he escuchado y me he

limitado a decirle "s". El del silencio es un ejercicio que no debemos cansarnos de practicar y que podemos hacer nuestro cada vez mejor respondiendo, por ejemplo, a las reiteradas invitaciones a participar en los retiros espirituales, en Ejercicios, en experiencias de desierto... O tambin estableciendo un tiempo determinado cada da, aunque sea breve, en el que aislarnos de todo y de todos para habituarnos a crear zonas de silencio antes de la oracin vocal e incluso antes de hacer el signo de la Cruz. De especial utilidad puede ser repasar la Carta pastoral titulada La dimensin contemplativa de la vida (8 de septiembre de 1980). El Salmo 94, que en breve vamos a recitar, expresa en sntesis cuanto hemos dicho hasta ahora: -ante todo, la adoracin. Adoramos a Dios, creador del cielo y de la tierra, que nos ha hecho a su imagen y nos ha plasmado con inmensa misericordia. Nosotros somos el pueblo que el Seor conduce, y todo cuanto hay en nosotros es puro don de su infinita bondad; -el silencio de escucha, para percibir su voz y responder a su llamada. Para prepararnos, podemos repetir en nuestro interior la segunda oracin que la liturgia ambrosiana propone en los Laudes del sbado de la 3. semana del tiempo ordinario, justamente despus de haber cantado el Salmo 94: Oh Dios, (...) haz que, dciles a tu voz, nos gocemos en tu palabra y en tu comunin.

IntroduccinT, Seor, sientes por nosotros en estos momentos una gran compasin y un enorme afecto, porque somos una multitud que, a pesar del fro, se ha reunido para escuchar tu Palabra, honrarte, amarte y conocerte. T ests con nosotros y nos acompaas en el difcil camino que conduce al interior de tu Evangelio. Con nosotros estn tambin tu Madre, Mara, los santos y los ngeles, que te adoran y contemplan el esplendor de tu rostro. Y estn, adems, los hermanos y hermanas de nuestra Iglesia,

unidos a nosotros a travs de la radio. Somos, oh Seor, una inmensa multitud trata de comprender tu misterio y escuchar tus palabras. En esta noche querramos meditar las ltimas palabras del versculo 14 del captulo 14 de san Mateo, que en nuestra reunin anterior nos limitamos a leer, y donde se dice que Jess, compadecido de la multitud que le buscaba, cur a sus enfermos. Para comprender toda la profundidad de la expresin, vamos a recurrir a los pasajes paralelos de los otros evangelistas. Lo que Marcos subraya no son las curaciones, sino la enseanza: [Jess] sinti compasin de ellos, pues eran como ovejas que no tienen pastor, y se puso a instruirles extensamente (6,34). Lucas, en cambio, insiste en ambas cosas: El, acogindolas, les hablaba acerca del Reino de Dios y curaba a los que tenan necesidad de ser curados (9,11). Juan, finalmente, sintetiza a su manera los datos, ponindolos en forma indirecta: Le segua mucha gente, porque vea las seales que realizaba en los enfermos (6,2). Nosotros vamos a intentar comprender el conjunto: -quin es ese Jess que sana, ensea, habla del Reino de Dios y realiza seales?; -quin es la humanidad que se encuentra frente a Jess?

Curaciones, con gestos y palabras, y predicacin del Reino 1. Preguntmonos, ante todo, por el significado de la brevsima expresin de Mateo: cur a sus enfermos Juan, al calificar de seales las curaciones, nos orienta hacia la interpretacin ms exacta: las curaciones son seales, lenguaje; es decir, indican ms de lo que concretamente realizan. Puede ser til, adems, recordar cmo cura Jess en los evangelios: en general, lo hace mediante gestos, como, por ejemplo, el de tocar al enfermo: Extendi su mano [hacia el leproso], le toc... (Mc 1,41). Otras veces es el gesto de la imposicin de las manos: en Nazaret, efectivamente, cur a algunos enfermos [pocos, segn observa Marcos

explcitamente, porque la gente era incrdula] imponindoles las manos (Mc 6,5). Y en el mismo evangelio de Marcos vemos cmo Jess meti sus dedos en los odos [del sordomudo] y con su saliva le toc la lengua (7,33). Las curaciones realizadas por Jess no se producen en virtud de la mera cercana fsica (a excepcin, quiz, del caso de la hemorrosa, que se cura al tocar la orla del manto de Jess (cf. Mc 5,25-34), e incluso en este caso se trata de un tocar con fe que es advertido por el propio Jess, el cual dice: Quin me ha tocado?). Por lo general, Jess hace un gesto explcito, casi siempre acompaado de palabras; ms an, en ocasiones el milagro se produce a travs nicamente de la palabra. A la hemorrosa curada le dice: Tu fe te ha sanado (Mc 5,34); al leproso, a la vez que le toca, le dice: Quiero; queda limpio (Mc 1,41); al sordomudo, tras haberle tocado la lengua con su saliva, elevando los ojos al cielo, dio un gemido y le dijo: "Effat", que quiere decir: "Abrete!" (Mc 7,34). Todos estos gestos y palabras revelan atencin, amor, voluntad de curar, misericordia, cercana de Dios... Son seales que manifiestan el infinito amor de Dios, que est con el hombre, y que revelan una intencin profunda del corazn de Jess. 2. Veamos ahora la expresin del evangelista Lucas: Les hablaba del Reino de Dios y curaba a los que tenan necesidad de ser curados (9,11). No es difcil detectar la relacin entre las curaciones, realizadas con gestos y palabras (que constituyen un lenguaje), y la predicacin de Jess en el desierto acerca del Reino de Dios. Y es que las palabras de Jess son imperativas, no meramente informativas. Ya hemos visto cmo dice al leproso: Quiero; queda limpio. Y nos viene a la mente otro clebre episodio, el del joven rico: Vete [ordena Jess], vende lo que tienes y dselo a los pobres, y tendrs un tesoro en el cielo; luego, ven y sgueme (Mc 10,21b). Otras veces son palabras de promesa: Hoy estars conmigo en el Paraso (Lc 23,43); Vosotros, que habis perseverado conmigo en mis pruebas, ...os sentaris sobre tronos para juzgar a las doce tribus Israel (Lc 22,28.30); Venid conmigo, y har de vosotros pescadores de hombres (Mc 1,17). Y otras veces, por ltimo, son palabras reveladoras del ser de Jess y del misterio del Padre: Quien me ha visto a m ha visto al Padre (Jn 14,9); El Padre y yo somos una sola cosa (Jn 10,30).

Se trata, pues, de palabras que en su conjunto, con los gestos y las curaciones, comunican la voluntad de Dios de darse al hombre. 3. Si ahora preguntamos al Seor: cul era tu discurso en el desierto cuando curabas a los enfermos?, l nos responder: en el desierto comunicaba con gestos de caridad y con palabras de revelacin el misterio de Dios, que os ama; el misterio de Dios, que viene a colmar a todo hombre con el don de s. La palabra de Jess acerca del Reino de Dios es el culmen de todo lenguaje, el acto de comunicacin ms excelso que el mundo puede conocer, porque comunica no slo cosas o smbolos, sino tambin la persona misma de Dios. Releyendo las expresiones de Mateo y de Lucas (cur a sus enfermos, les hablaba acerca del Reino de Dios y curaba a los que tenan necesidad de ser curados) y escuchndolas de nuevo en la oracin, llegaremos a comprender la realidad de la palabra de Dios al hombre y, consiguientemente, lo que significa la multitud que vive de aquella escucha.

Vivir de la Palabra Quin es la gente que se encuentra en el desierto frente a Jess? Esa gente, esos hombres, somos nosotros; es la humanidad que vive de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Es una afirmacin antropolgica fundamental: el hombre es el que vive, oh Seor, de tu Palabra. Nosotros somos los que encontramos en ti, que te revelas, nuestra realizacin, nuestro alimento, nuestra medicina, nuestra curacin y nuestra plenitud. En este punto, las palabras ya no bastan, y es menester adoptar ese silencio que es la raz y la atmsfera de toda contemplacin y que, hasta cierto punto, constituye el mtodo mismo de la contemplacin. Mirando cmo Jess predica la palabra de Dios a la gente, sentada frente a l en el desierto, podemos sentir cmo nace en nuestro interior el grito del profeta Jeremas: Tus palabras, Seor, me salan al encuentro, y yo las devoraba; tu palabra era para m el gozo y la alegra de mi corazn (Jr 15,16). 0 aquella exclamacin de Agustn: Nos hiciste para Ti, Seor, y nuestro corazn no halla reposo mientras no descanse en Ti (Confesiones, 1, 1.1). 0 bien, la sentida exhortacin de nuestro cardenal Andrea Carlo Ferrari: Doctrina cristiana, doctrina cristiana, doctrina cristiana!, que era una invitacin a nutrirse de la Palabra divina.

Por eso celebrbamos la Convencin Hacerse prjimo a partir de la palabra reveladora de la Cruz, sin la cual no hay Iglesia, no hay caridad. Y por eso, cuando afirmamos la primaca de la Palabra, nos referimos a ella no como un simple medio para llegar a conocer a Dios, sino como el fin, en cierta manera, de la vida cristiana. Escuchar la Palabra es ya la eternidad, el comienzo de la vida eterna; es vivir ya la contemplacin de la Trinidad; es acceder a ese misterio que no ha de tener fin. Esta noche, en el silencio ntimo y amoroso, nos ha sido dado gustar al Seor que habla y experimentar la realizacin plena de la existencia humana. As nos lo sugiere la meditacin sobre aquel pueblo que en el desierto aguarda el milagro del pan y escucha la Palabra de Jess.

Preguntas para todos nosotros Llegados a este punto, quisiera formular una serie de preguntas para m mismo y para cada uno de vosotros: 1. Soy consciente de que en el dilogo con la Palabra de Dios estoy viviendo mi propia plenitud y eternidad, y que todo cuanto hay en m se pacifica, porque he alcanzado ya mi meta? (Una meta que, naturalmente, es tan slo una chispa del fuego divino). He descubierto mi verdadera raz: Dios, que me habla y se me entrega amorosamente? Vivo la plenitud del estado de gracia, de su comunicacin en Espritu y en Verdad? 2. En diversas ocasiones hemos dicho que el Consejo pastoral parroquial debe ser una imagen de la Iglesia, de esa multitud que en el desierto se alimenta de la Palabra. Os invito, pues, a reflexionar acerca de tres puntos: La lectura de una pgina bblica o la recitacin de un Salmo que solemos hacer al comienzo de las reuniones del Consejo pastoral, es verdaderamente escucha y alimento para nosotros? Nos sentimos pueblo en el desierto ante Jess? O es, por el contrario, un momento que sirve para esperar a los que llegan retrasados? Damos su verdadero valor a esos instantes sagrados, aunque sean breves, que constituyen el signo de nuestra dependencia de la Palabra? Tenemos la costumbre, en nuestros Consejos pastorales, de dedicar

tiempos ms prolongados a la escucha, quiz con ocasin de acontecimientos importantes en la vida del propio Consejo? Vivimos esos tiempos como autnticos momentos de silencio y escucha de la Palabra? Esta pregunta, en comparacin con la que nos hacamos en nuestro anterior encuentro, subraya la primaca de la Palabra en la oracin y en las jornadas de retiro espiritual. Nos referimos a la Palabra durante los debates del Consejo? Y no hablo de una referencia instrumental, tendente a sacar adelante la decisin que nosotros deseamos o a lograr un consenso en torno a nuestros puntos de vista, sino de una referencia inspiradora. Porque es la Palabra de Dios la que ensancha los corazones y los horizontes cuando stos son demasiado estrechos. La Palabra de Dios no es un medio para llegar a una determinada conclusin prctica, sino el pan que alimenta, regenera las fuerzas y sana las heridas producidas por un determinado malestar o por una diferencia de criterios. Escuchando hablar a Jess, sanamos de nuestras enfermedades comunicativas y de los bloqueos en nuestras relaciones mutuas. Es sumamente importante aprender a referirse a la Palabra de un modo autntico, tratando de descubrir a qu situacin evanglica corresponde la situacin concreta que estamos viviendo. 3. Finalmente, quisiera hacer una aplicacin a la parroquia, para lo cual me limitar a repetir lo que ya escrib en 1981 en mi segunda Carta Pastoral, En el principio, la Palabra, donde propona cuatro cometidos fundamentales: Si, al trmino de esta carta, tuviera que decir qu indicaciones prcticas considero ms importantes, ...no dudara en sealar cuatro puntos: la homila, las Escuelas de la Palabra, la "Diurna laus" y la "lectio divina" .. . Todo ello puede dar ocasin al Consejo pastoral a realizar un examen de conciencia sobre la vida de la parroquia. La homila (que en s misma compete, ante todo, al sacerdote) se prepara en algunas parroquias unos das antes de la celebracin eucarstica dominical con la ayuda de algunos laicos, lo cual no merece ms que elogios. Las Escuelas de la Palabra, difundidas ya por toda la dicesis, no han encontrado an resonancia en algunas parroquias. Sera, pues, deseable que los Consejos pastorales hicieran algo al respecto. La Diurna laus, que ya se realiza habitualmente en algunas parroquias, est indita o arrumbada en otras. La lectio divina debera ser habitualmente practicada por los grupos

comprometidos y propuesta de manera renovada a todos los fieles. Te pedimos especialmente, Seor Jess, que nos concedas la actitud de escucha para que sepamos or de tus labios aquellas palabras sobre el Reino de Dios que no somos capaces de imaginar ni de reproducir con nuestras propias palabras, pero que tu Espritu escribe de un modo vibrante en nuestros corazones, en estos momentos de adoracin y de silencio.

IIIEL PAN PARA UN PUEBLO La aridez en la oracin La oracin es una fantstica historia de amor. Es la experiencia vivida por dos amantes (Dios y la criatura), propia de un afecto llevado al ms alto grado de amistad, que acontece en el intercambio recproco de lo que se es y lo que se tiene. En esta clave de lectura deben leerse determinadas pginas de la Sagrada Escritura: Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entrar en su casa y cenar con l, y l conmigo (Ap 3,20). El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en m, y yo en l (Jn 6,56). La oracin se convierte entonces en iluminacin, en sustancioso alimento espiritual que proporciona vigor, fuerza, pasin y solucin a todo problema. Y, naturalmente, cada uno de nosotros est llamado a esta maravillosa experiencia. Ya hemos dicho que, si no tomamos conciencia de estar en la presencia de Dios y no aprendemos el silencio interior, nos estamos privando de esas actitudes que son indispensables para entrar en contacto vivo con el Seor. Sin embargo, aun cuando ya hayamos atravesado los umbrales de la oracin, puede sobrevenirnos en ocasiones una cierta sensacin de apata, de torpor, de aridez. Me gustara hablaros hoy precisamente de la aridez, que es un estado de nimo bastante penoso. Ante todo, es preciso establecer sus causas, que bsicamente yo distinguira del siguiente modo:l

La aridez provocada por el maligno, que nos hace experimentar una especie de agitacin, de tendencia a las realidades ms vulgares y sensuales, de tristeza o de falta de amor. En tal caso debemos suplicar humildemente al Seor que nos libere de ella; para lo cual no podemos omitir ni reducir el tiempo de oracin, por muy duro que nos resulte, sino que hemos de hacer nuestro, gritndolo si es preciso, el abandono en la misericordia de Dios. Tambin ser muy til la prctica de la penitencia e incluso, previa consulta con el sacerdote-confesor, algn tipo de ayuno.

l

La aridez puede tambin derivarse de mi propio comportamiento. Esto es bastante fcil de comprobar. Tal vez lleve algn tiempo relegando a Dios al ltimo puesto, con la excusa de que no tengo tiempo para la oracin o de que debo atender a excesivos compromisos pastorales y caritativos. O quiz he descuidado el ejercicio del silencio interior, de la presencia de Dios. O a lo mejor, en determinadas situaciones, me he comportado como una persona mundana, sin hacer incidir en lo cotidiano las actitudes internas de fe. Tal vez he puesto mi voluntad, mis proyectos y mis deseos en el centro mismo de la oracin, olvidando invocar al Seor y dejarme interpelar por l. Quiz me haya dejado arrastrar por la curiosidad intelectual, olvidando que no es el mucho saber lo que sacia al alma, sino el gustar, saborendola internamente, la verdad que me ha impactado. Finalmente, la aridez puede ser algo querido por Dios para educarme en la pura fe, es decir, en buscarle a l no tanto por el consuelo que pueda procurarme cuanto por l mismo; por l, ms que por sus dones. En este caso, si, a pesar de la aridez, sigo siendo fiel a la oracin, apoyndome exclusivamente en la Palabra divina, entonces el sufrimiento que siempre acompaa a la aridez conferir a sta un esplendor y un valor especiales, transformndola en sacrificio de alabanza agradecida a Dios. Y as podr cantar con el salmista: Aunque me encontrare abandonado en una tierra desierta y rida, siempre lo alabar con todas mis fuerzas, porque l es mi Dios, mi Seor y mi Rey (Salmo 33).

l

Ahora podemos comprender la importancia de las Escuelas de oracin, que nos ayudan a leer la Palabra escrita en la Biblia, a conocer lo que verdaderamente significa entrar en contacto con el Dios vivo y verdadero, abandonndonos a su designio de amor y de salvacin, y a afrontar con seriedad y valor el largo y fascinante camino de la oracin. El Salmo 29, que ahora recitaremos, har que cada uno de nosotros descubra la etapa que estamos recorriendo: del fervor a la aridez, y de la aridez a la splica, siempre en direccin al sosiego y el gozo de la divina presencia: Has trocado mi lamento en danza, mi sayal en tnica de fiesta (v. 12).

Introduccin La meditacin de esta noche es particularmente importante, porque el pasaje en el que vamos a detenernos constituye la revelacin del pueblo

de Dios: Al atardecer se le acercaron los discpulos diciendo: "El lugar est deshabitado, y la hora es ya pasada; despide, pues, a la gente para que vayan a los pueblos y se compren vveres". Pero Jess les dijo: "No tienen por qu marcharse; dadles vosotros de comer". Dcenle ellos: "No tenemos aqu ms que cinco panes y dos peces". Djoles: "Tradmelos ac" (Mt 14,15-18). Pidamos al Seor la gracia de sentir estas sus palabras en nuestro corazn, de modo que la respuesta que le demos en la adoracin silenciosa ascienda de lo ms profundo de nosotros mismos.

La hora de la revelacin y la incomprensin de los apstoles Releamos atentamente cada uno de los versculos de este episodio: 1. Al atardecer. La expresin trae inmediatamente a la memoria otro famoso encuentro: el de Emas. Al atardecer, el caminante se dispone a seguir su camino, pero los dos discpulos le ruegan que se quede, y l se da entonces a conocer: es el Seor (cf. Lc 24,13-32). El atardecer es, pues, la hora del reconocimiento eucarstico. Esto lo sabe perfectamente el evangelista Mateo, que describir el comienzo de la cena pascual con las mismas palabras: Al atardecer, Jess se sent a la mesa con los Doce (26,20). En nuestro pasaje se indica de manera ms directa que se trata de la hora del adis, de la separacin, de marcharse todo el mundo a su casa. Es tambin el momento tpico de la nostalgia, como lo canta el poeta: Era la hora en que el deseo oprime al navegante y el corazn se le enternece al pensar en el da en que dijo adis a sus amigos (Dante, La Divina Comedia, Purg. VIII, 1). Sin embargo, para la multitud en el desierto y para los discpulos de Emas el atardecer no da paso a la despedida ni a la tristeza, sino que es la hora de la manifestacin plena de Jess. No es difcil comprender con cunta reverencia y veneracin debemos orar sobre este pasaje, que encierra tantos misterios. Un pasaje, adems, que conviene meditar en relacin con la revelacin de Emas y con la ltima cena del Seor. No es casual, por tanto, que lo refieran los cuatro evangelios, y dos de ellos (Marcos y Mateo) por dos veces. Ni es casual tampoco que nosotros lo veamos como la sntesis de nuestro camino pastoral a partir

de 1980. Lucas relata la multiplicacin de los panes describiendo el atardecer con las mismas palabras que en la versin griega emplear para narrar el episodio de Emas: El da haba comenzado a declinar (9,12;24,29). 2. Qu es lo que ocurre al atardecer? Los apstoles se acercan al Maestro para advertirle: El lugar est deshabitado, y la hora es ya pasada; despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren vveres (Mt 14,15). A ellos, el hecho de que se acerque la noche no les sugiere nada romntico ni nostlgico. Es, sencillamente, el momento de apresurarse a despedir a todo el mundo para que a nadie le sorprenda la oscuridad ni le ocurra ningn percance. En el acercamiento de los discpulos a Jess podemos detectar las ganas que tienen de volver a tomar la iniciativa. Durante la jornada se haban mostrado fundamentalmente pasivos; esperaban pasar tranquilamente dicha jornada en la intimidad con el Seor y, en cambio, al desembarcar de su travesa del lago se haban encontrado con la multitud. Jess casi se haba olvidado de ellos, ocupado como estaba en curar a los enfermos y en hablar y predicar a la gente. Al fin se acerca la noche, y es preciso que la situacin vuelva a la normalidad, a la concrecin! La advertencia de los apstoles, por lo tanto, pretende ser tambin una llamada a la sensatez: Seor, no ves que se hace tarde? Por qu sigues entreteniendo a la gente en un lugar desierto, donde no hay nada que comer? En este nfasis en lo tardo de la hora y lo desrtico del lugar podemos detectar un asomo de critica, una especie de reproche a la imprudencia del Maestro, al que tales detalles no le preocupan lo ms mnimo. Se me ocurre en este momento que quiz pueda alguien haber pensado lo mismo acerca de nosotros: por qu organizar un encuentro en la catedral precisamente en esta noche del jueves de carnaval? Por qu hacer venir a la gente con el fro que hace? Vosotros, sin embargo, habis superado la perplejidad e indecisin de los prudentes con vuestro deseo de buscar y escuchar a Jess. Pues bien, volviendo a nuestro pasaje, los discpulos dan una orden al Seor, convencidos de saber cmo hay que comportarse. Recordemos

que tambin Marta saba lo que Jess deba decir a Maria: Di a mi hermana que me ayude! (Lc 10,40), porque era ella la encargada de poner orden en la casa. Los apstoles saben que, si le dan cuerda al Maestro, la cosa puede prolongarse indefinidamente, sin llegar jams a una conclusin prctica. Y es sumamente interesante la irona del relato: los que ordenan a Jess que despida a la multitud, al final tendrn que ser despedidos a la fuerza, porque ya no querrn irse! Mateo dice que Jess les oblig a marchar, hacindoles subir a la barca casi a empujones (cf. Mt 14,22). Los discpulos, que tenan la certeza de que a aquellas horas de la tarde ya no quedaba nada por hacer, no imaginaban que an estaba por producirse lo verdaderamente importante. En su sabidura carnal y mundana, en su falta de fe, pensaban que la gente tena que irse a comprar vveres, que cada cual deba pensar en s mismo, porque Jess ya haba predicado ms que de sobra. Y, en mi opinin, esta actitud se asemeja a una cierta visin funcionalista de la pastoral que podra calificarse como pastoral de estacin de servicio: nosotros proporcionamos a los fieles la Palabra y los Sacramentos cuando lo requieren; luego, que cada cual viva su vida. Es, justamente, el mismo razonamiento de los apstoles: ya han recibido la Palabra y han visto los milagros; ahora, que se vayan! Qu ms quieren? El pueblo de Dios 1. Jess, en cambio, est a punto de efectuar la nueva revelacin de su poder, y lo que piensa es exactamente lo contrario de lo que piensan los apstoles. Ha escuchado la multitud mi Palabra? Perfecto. Ahora, pues, hagamos comunidad. Comienza a emerger el nuevo pueblo de Dios. Antes eran simples individuos, enfermos en busca de salud, pequeos agricultores, empleados y obreros ansiosos de escuchar una palabra autntica y de dar sentido a su propia existencia. Haba padres que tenan un hijo enfermo, mujeres abandonadas por sus maridos, personas solas y llenas de angustia y de miedo. Haban seguido a un profeta que proporcionaba valor a quien no lo tena, que consegua convencer de que era posible hallar en el mundo bondad y comprensin. Pero ahora el Seor desea que nazca una comunin de vida que se exprese, ante todo, en una comunin de mesa. Por eso asume personalmente el control de la situacin, expresndolo con muy pocas pero muy tajantes palabras: No tienen por qu marcharse; dadles vosotros de comer (Mt 14,16). La escena, que pareca haber concluido, se reanuda, y el texto griego

subraya perfectamente la fuerza con que Jess rebate a los apstoles: No, no los despidis; dadles vosotros de comer. Aqu debemos pedir al Seor que nos abra el corazn, porque hemos llegado al verdadero centro del relato. En los anteriores encuentros hemos reflexionado sobre el desierto, el silencio y la Palabra que en l resuena; pero no habamos llegado an a la novedad del mensaje. Ahora, Jess se muestra abiertamente, superando todas las expectativas, no slo de la gente, sino de los propios apstoles, y revela la novedad: el pueblo de Dios. Observad el peso que tienen sus palabras: No tienen por qu marcharse. El Seor sabe perfectamente qu es lo que necesita y lo que no necesita el hombre, y su juicio es ms verdadero que el de los discpulos. El conoce nuestro corazn mejor que nosotros mismos, y no le pasan inadvertidas nuestras autnticas necesidades. Tambin en el episodio que tiene lugar en casa de Marta y de Mara dice Jess: Una sola cosa es necesaria (Lc 10,42). Y cuando alguien le critica por andar con gente que no frecuenta el templo, responde: No necesitan mdico los sanos, sino los que estn enfermos (Mt 9,12). Jess sabe que lo que la multitud necesita en el desierto no es marcharse a cuidar cada cual de s mismo, sino que sean los apstoles los que hagan de dicha multitud una comunidad. Sus palabras resultan verdaderamente duras: Dadles vosotros de comer. No es difcil comprender lo que estas palabras significan para aquellos hombres, tanto en el plano material como en el plano moral. Los evangelistas Marcos y Juan especifican que doscientos denarios no habran bastado para comprar pan para toda aquella gente. Por otra parte, el mandato de Jess equivale a decir: Sed padres de esta gente, porque, desde el punto de vista humano, est indicando el deber que tienen los padres para con sus hijos. Los apstoles comprenden el verdadero sentido del mandato de Jess: Sed vosotros los padres de este pueblo! Cuando el Seor resucit a la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, se dirigi a sus padres y les mand que le dieran de comer a la nia (Lc 8,55). Ms an, cuando recomienda que en la oracin nos dirijamos al Padre de los cielos, pone el ejemplo de la relacin entre padres e hijos, diciendo: Acaso hay alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le d una piedra? (Mt 7,9).

En la orden que ahora da a los discpulos podemos ya entrever lo que ms tarde dir Jess a Pedro: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17). Ya no se encuentran frente a individuos aislados, cada uno de los cuales ha de pensar en s mismo; ahora se encuentran frente a un pueblo del que deben cuidar. 3. Los apstoles comprenden tan bien (o tan mal) el mandato de Jess que le dan esa desconsolada respuesta que ya hemos visto en otros pasajes evanglicos que hemos meditado juntos en esta misma catedral: No tenemos.... Nos viene a la mente el episodio de Pedro en la barca, tras haber estado faenando intilmente toda la noche (cf. Jn 21,1-3). Desde la orilla, un desconocido les pregunta: Tenis algo de pescado para comer?, y le responden: No, no tenemos nada, no somos capaces, no entra dentro de nuestras posibilidades... Pero en el pasaje que estamos meditando se aade algo: No tenemos ms que cinco panes y dos peces. Palabras que estn preadas de significado. Y no se trata slo de que sean nmeros misteriosos (cinco ms dos hacen siete..., y ya los Padres reflexionaron largo y tendido acerca de este nmero). Las palabras parecen aludir a ese poco (que es poqusimo, pero que es algo) que constituye ese nuestro casi nada que se nos pide seamos capaces de dar. Seguramente conocis la bellsima plegaria de monseor Canovai:Toma, Seor, la nada que yo soy y dame el todo que t eres. Jess dice: dame tu casi nada, que es mucho. Y nos lo repite a nosotros esta noche, como se lo pidi a los apstoles. A este respecto, quisiera leer una poesa que me ha enviado una persona de Acireale, a la que no tengo el gusto de conocer, y que es un comentario al relato de la multiplicacin de los panes: Hoy quiero entonar mi pobre canto a tu sencillez y a tu humildad (se refiere al muchacho de los cinco panes y los dos peces de Jn 6,9). El los escogi como poderoso resorte de amor, signo de buena voluntad y de omnipotente compartir. Ah, si todos nosotros, al igual que hiciste t, muchacho, le disemos todo cuanto somos y tenemos...! Ya no habra ser alguno en toda la tierra que muriese de hambre!. Cinco panes y dos peces: he ah lo que tenemos y de lo que nos avergonzamos o nos quejamos, porque nos parece demasiado poco. Pero Jess nos lo pide formalmente para la construccin del pueblo de Dios.

El pan para un pueblo Sus palabras poseen una extraordinaria fuerza imperativa: Djoles: "Tradmelos ac". Ni siquiera comenta el hecho de que sea poca comida, o que el pan est duro y los peces no demasiado bien conservados. No quiere discutir. Tambin antes de la Pasin enviar por delante a dos discpulos a Betania, advirtindoles: ...encontraris un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y tradmelos... el Seor los necesita (Mt 21,1-3). Y a Pedro, que tena que pagar el impuesto del templo, le mand: Ve al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga tmalo, brele la boca y encontrars una moneda de plata (Mt 17,27). E igualmente, cuando los discpulos increpaban al ciego de Jeric, que no dejaba de gritar, Jess mand que se lo trajeran (Lc18,40). El Seor revela, pues, su poder y entra de lleno en su accin creadora y redentora. Oh Jess, henos aqu frente a la manifestacin de tu poderosa palabra, capaz de superar incluso a la de los milagros, porque aqu se trata de todo un pueblo! El milagro, Seor Jess, no es slo el que multipliques los alimentos, sino el que de una muchedumbre hagas un pueblo. Nos hallamos en el momento culminante: el Seor afronta el problema de la inmensa masa de hombres. Hasta entonces haba llegado a las multitudes a travs de la predicacin, y ellas lo seguan desde la Decpolis y desde Jerusaln. Hasta entonces haba creado una comunidad de escucha y haba curado a muchas personas. Pero luego la gente se dispersaba, porque los milagros haban satisfecho a quienes los haban presenciado fsicamente, pero no a los dems. Ahora Jess, por primera vez, considera el problema de una masa a la que debe dar unidad, una unidad que parta de la Palabra y prolongue sta en la comunidad de vida. Precisamente por eso, su voz se vuelve imperiosa: Tradmelos ac. Podemos decir que Jess est afrontando el problema de nuestras civilizaciones modernas, para las que ya no es vlido el principio elitista de que unos pocos (los que poseen el poder, la cultura o las llaves de la cabina de control) guen a los dems. La humanidad es hoy una masa inmensa que exige poder satisfacer, personal y comunitariamente, su hambre y sed de amor, de verdad, de justicia, de libertad y de paz. Por lo que a nosotros se refiere, el problema consiste en construir una Iglesia del pueblo, una santidad popular, no exclusivamente reservada a determinadas realidades, grupos o movimientos. Una Iglesia del pueblo de Dios, a la cual estn subordinadas todas las realidades, que por eso

deben servirlo con amor, a fin de que todo l se salve y nadie retenga para s los cinco panes y los dos peces, sino que todos se los den a Jess para que los multiplique en favor del propio pueblo. Este es el verdadero milagro de los panes, entendido como signo del mundo nuevo, realizacin del Reino de Dios. Jess no quiere partir de la nada para construir el Reino; no quiere despreciar lo que tenemos; no dice: Por qu habis sido tan descuidados?, por qu no lo habis previsto con tiempo?. Lo que nos ordena es que le llevemos lo poco que tenemos. Las cosas, por ejemplo, que se toman en materia de los sacramentos: los frutos de nuestro trabajo, acompaados de nuestro sudor o de nuestras lgrimas. Los peces son los que Pedro ha pescado en una noche de penalidades y de cansancio. El pan puede ser el dolor, la amargura, el corazn contrito... Jess asume toda nuestra humanidad para manifestar y suscitar el Reino. Para los miembros de los Consejos pastorales parroquiales, la frase Tradmelos ac se refiere a las discusiones, las deliberaciones, las diferencias de criterio, los nerviosismos, las noches de insomnio..., de todo lo cual no sabramos qu hacer si el Seor no nos dirigiera su requerimiento. A cada uno de nosotros se nos dice: Treme tus pobres pertenencias. Quiz nosotros nos echamos atrs: Seor, no estoy preparado..., yo no sabia..., no pensaba... Y l insiste: Treme lo que eres y tal como eres; treme lo que tienes, por poco que sea, porque me sirve para la salvacin de todo un pueblo. Jess nos pide que nos fiemos y creamos en su poder. Tambin un da me lo pidi a m, mientras me encontraba sobre un podio en la plaza de la catedral. Fue el 10 de febrero de 1980, el domingo de mi entrada en la dicesis. Y hubo alguien que, al verme, pens en este pasaje evanglico y me lo escribi: Me pareca usted perdido frente a tantsima gente, como dicindose para s: "Dnde hallar el pan necesario para saciar el hambre de todos ellos?". Jess nos ha pedido, a m y a vosotros, los pocos panes y peces que llevamos en nuestras alforjas; y nos lo vuelve a pedir en esta noche, porque quiere hacerse para s un pueblo y darle de comer; quiere hacer de nosotros los colaboradores en el crecimiento de esta Iglesia. Preguntas para todos nosotros

l

La primera pregunta se refiere a la frase Dadles vosotros de comer.

Tengo miedo de mis responsabilidades para con la comunidad? En el Consejo pastoral, me muestro pasivo?; me escondo detrs de las opiniones ajenas, porque temo asumir responsabilidades y me horroriza la posibilidad de que desprecien mis pocos panes y peces? El miedo a la responsabilidad, uno de Ios mayores males de nuestro cristianismo, es signo de no haber alcanzado la madurez evanglica.l

La segunda pregunta: Le doy gracias al Seor por mis dones, por mis pobres talentos, o me lamento por los que no poseo?

Cul de mis pequeos talentos podra ofrecer todava para hacer comunidad?l

La tercera pregunta se refiere al mandato de Jess:

Tradmelos ac. Me fo de Jess, de su llamada y de su poder? Miro con temor mi propio futuro y el de la Iglesia? Me quejo a menudo de la situacin eclesial, sin pensar, en cambio, en lo que yo puedo hacer?

IV PAN PARTIDO Y REPARTIDO La oracin rtmicaYa hemos hablado de las condiciones necesarias para entrar en la oracin, tanto individual como comunitaria y litrgica, tanto vocal como mental. Sin esta preparacin resulta un tanto difcil, incluso en la celebracin de la Misa, que se produzca un verdadero encuentro personal con el Seor. Una vez traspuestos los umbrales de la oracin, es preciso que concurra una serie de condiciones para que dicha oracin propicie la paz y la alegra profunda, propias de la unin con Dios. Esta noche vamos a detenernos en un mtodo de oracin que permite a la Palabra arraigar en el corazn; un mtodo que, debidamente cultivado, puede hacernos alcanzar las ms altas cotas de la contemplacin y que ha gozado de las preferencias de los santos. Se trata de la oracin rtmica o por anhlitos, y consiste en pronunciar, entre una respiracin y otra, una simple palabra, reflexionando sobre el significado de la misma. Se caracteriza por ser una oracin lenta y sosegada, y se opone a ese modo apresurado y rutinario de recitar oraciones sin darse cuenta siquiera, tal vez, de lo que se dice, se desea y se quiere. Hay que comenzar con calma, procurando incluso adoptar la postura corporal ms cmoda y que ms favorezca la reflexin, educndose progresivamente en el equilibrio de la persona. Hay que tender, pues, ms a la calidad que a la cantidad, tratando de profundizar y asimilar las palabras que se pronuncian y traducindolas despus a lo concreto de la vida. Con este modo de orar, si estamos recitando, por ejemplo, la invocacin del Padre Nuestro: Perdona nuestras ofensas, como tambin nosotros perdonamos a los que nos ofenden, nos vemos casi necesariamente movidos al perdn. Si nos detenemos en lo que dice el Salmo 17: Te amo, Seor, mi fortaleza... mi roca y mi baluarte, mi liberador, mi Dios, la roca en que me amparo, mi escudo y fuerza de mi salvacin..., advertimos cmo estas palabras arraigan en nuestro corazn y nos proporcionan la experiencia

de una inmensa paz. La atencin de la mente hace que el alma experimente el gusto interior y se oriente a la oracin afectiva, que es la meta de toda oracin. Adems, este modo de proceder puede transformarse en un arco del que broten dardos encendidos de amor hacia Jess: es el s de Mara al ngel, es el s de Jess al Padre, es la oracin de simplicidad. Una singular aplicacin de este tipo de oracin la encontramos en Oriente, y es la ms prxima (como dijo nuestro Arzobispo) a la tradicin cristiana. Se trata de la llamada oracin de Jess: una invocacin constante e ininterrumpida de su Nombre, realizada con los labios, con la mente y con el corazn. Seor Jess, ten compasin de m!. Repetida decenas, centenares, miles de veces, siguiendo el ritmo de la respiracin, quien recita esta invocacin se va viendo progresiva y profundamente agarrado por ella, experimentando as la verdad evanglica: El que no reciba el Reino de Dios como un nio, no entrar en l (Lc 18,17). Algo parecido a la oracin de Jess, tan practicada en Oriente, lo tenemos en el Rosario, con sus ciento cincuenta avemaras. Y en la Escritura hay algunos Salmos (como el 136[1351) que se caracterizan por tener un estribillo que le da una cierta cadencia a los versculos. Quien est enamorado no se cansa de repetir las mismas palabras de amor a la persona amada. Tratemos, pues, de orar con lo ms ntimo de nuestra alma, donde acta el Espritu Santo, y con la mente, que reflexiona y se examina. Tratemos de orar rtmicamente, a fin de que las palabras pasen de los labios a la mente, y de sta al corazn, involucrndonos totalmente a nosotros, y a todos cuantos estn junto a nosotros, en el deseo de que todas las cosas cooperen a la mayor gloria de Dios, y que nuestros encuentros sean en verdad un siempre nuevo y gozoso t a t con el Seor.

Introduccin Ya hemos meditado sobre la relacin entre el relato de la multiplicacin de los panes y el episodio de Emas (Lc 24), donde la despedida se transforma en banquete y en reconocimiento del Seor Jess. Tambin hemos visto la conexin existente entre nuestro pasaje de Mateo y la cena pascual de Jess. Esta noche, reflexionando sobre el versculo 19, aprenderemos, con ayuda del Antiguo Testamento, a captar la relacin entre dicho versculo y aquella pgina del xodo en la que Moiss da de comer al pueblo en el

desierto (cf. Ex 16; Ntim 11). De ese modo podremos conocer cada vez con mayor profundidad a Jess, punto focal del pasaje evanglico y de toda la Sagrada Escritura. Y despus de mandar que la gente se acomodase sobre la hierba, tom los cinco panes y los dos peces y, levantando los ojos al cielo, pronunci la bendicin y, partindolos, dio los panes a los discpulos, y los discpulos (se los daban) a la gente (Mt 14,19). No es difcil identificar a tres actores en esta percopa: - la gente, a la que Jess ordena sentarse y entre la que se reparten los panes y los peces; - los discpulos, que observan lo que el Seor hace y quedan involucrados en su accin; - y Jess.

Una comunidad ordenada

Qu hace la gente? Se le ordena sentarse sobre la hierba, y en ello podemos detectar tres significados. 1. Ante todo, un significado cronolgico. Es primavera, aproximadamente marzo o abril, y por eso est cerca la Pascua, el gran momento de la redencin, de la Eucarista, de la Cruz. Acontecimientos, todos ellos, que ocupan el teln de fondo del episodio. 2. Un significado psicolgico. El sentarse induce a la gente a observar unos momentos de pausa, de tranquilidad. El sol est ponindose, comienza a refrescar, y la gente ha empezado ya a recoger sus cosas para marcharse. Pero Jess interviene: No, esperad un poco! An hay tiempo; no tengis prisa por abandonar este lugar; sentaos, que an falta lo ms importante. Toda la gente es invitada, pues, a esperar, y estamos autorizados a pensar que, en medio de aquel desierto, el silencio se va haciendo, poco a poco, verdaderamente impresionante. Los que estaban movindose o dando voces han vuelto a sentarse; luego, cada cual mira a su alrededor y constata que tambin los dems se han sentado y tienen los ojos fijos en Jess. Qu va a suceder? 3. Un significado simblico: la gente est sentada como alrededor de una mesa, no simplemente tendida en el suelo; as lo dice el texto griego, y

as lo hace la gente acomodndose sobre la hierba, como a veces hacemos nosotros para almorzar en el campo o en la montaa. Jess invita a la gente a un banquete que a los all presentes les hace rememorar las antiguas Escrituras y es como el smbolo del banquete mesinico, segn las propias palabras del Seor: Vendrn muchos de Oriente y de Occidente y se sentarn a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos (Mt 8,11). Es esta mesa la que se anticipa. Entre la gente habra muchos que pensaran en Moiss, que en el desierto hizo sentarse a la gente para comer el man y las codornices. Este episodio de la vida de Jess se enmarca, pues, en un punto equidistante de la asamblea, del convite en el desierto y del banquete mesinico del final de los tiempos, del mismo modo que la Eucarista se encuentra a caballo entre las grandes convocaciones del pueblo en el desierto y la ltima y definitiva cena, que representa la plenitud del reino de Dios. Mediando entre tales acontecimientos, el Seor aparece como aquel de quien habla el salmista: En prados de fresca hierba me hace descansar, hacia las aguas de reposo me conduce; me gua por senderos de justicia por amor de su nombre (Salmo 23[221,2-3). Tenemos aqu la imagen de un pueblo guiado, alimentado e invitado por Jess a la mesa eterna de la vida. Pero quisiera subrayar, adems, que el ponerse a la mesa se produce ordenadamente, hasta el punto de que el texto paralelo de Marcos dice: Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta (Mc 6,40). Pensemos en la belleza de este espectculo, que recuerda esas tablas gimnsticas que se realizan en los estadios, cuando se forman figuras que representan cosas o personas. En nuestro pasaje, la gente forma la figura de una flor, cual ptalos de una rosa reagrupados en crculos en el desierto, en grupos de cincuenta y de cien. Es ste un significado profundamente simblico del necesario orden que debe haber en la comunidad. De hecho, la comunidad no se compadece con la confusin y el desorden: es preciso que est debidamente dispuesta y esmeradamente ordenada, lo cual exige un orden incluso externo. Pero, sobre todo, existe una relacin entre el orden externo y la Eucarista que la liturgia pretende preservar imponiendo, por ejemplo, normas para el ayuno eucarstico, para los ornamentos, para el modo de

agruparse... Durante mis visitas pastorales, cuando celebro la misa de pontifical en tal o cual parroquia, es frecuente que el prroco, u otro en su lugar, advierta a los fieles: Vamos a acercarnos ordenadamente a comulgar.... Parecer una nimiedad, pero es algo que se deriva de la necesidad de vivir la Eucarista de tal manera que, en sus mismos movimientos sincronizados, en sus cnticos y en la precisin de cada accin, refleje el orden que es propio de las realidades de Dios. En este punto, podemos reflexionar sobre una de las tareas de nuestros Consejos pastorales parroquiales: la de procurar que los grupos litrgicos se esfuercen en hacer elocuente y visible el orden de las celebraciones, evitando el peligro de que se reduzcan a una acumulacin de rezos. El relato de la multiplicacin de los panes desciende a estos detalles para hacernos comprender con ellos la inmensidad del don de Dios, que es repartido ordenadamente entre los hombres.

La responsabilidad de los discpulos Lo primero que hacen los discpulos es transmitir a la gente la orden de sentarse, y luego reparten los panes y los peces. Si nos fijamos en lo ms ntimo de su corazn, constataremos que atraviesan sucesivamente por dos o tres estados de nimo que es muy importante que comprendamos. 1. Mientras Jess exhorta a la gente a que se quede y se acomode sobre la hierba, Ios discpulos se ven representando el papel de Moiss, que, en el desierto, tiene ante s al pueblo que le pide pan y carne para comer. Por eso estn consternados, porque la tarea excede con mucho sus posibilidades. No dice acaso Felipe en el evangelio de Juan: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco (6,7)? Y no se haba expresado Moiss de un modo an ms dramtico y medroso: De dnde voy a sacar carne para drsela a todo este pueblo? (Num 11,13)? Por eso se haba quejado ante Dios: Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz, para que me digas: "Llvalo en tu regazo, como lleva la nodriza al nio de pecho, hasta la tierra que promet con juramento a sus padres?..." Por qu has echado sobre m la carga de todo este pueblo? (Num 11,12.11). Tanto los discpulos como Moiss ponen en prctica lo que podramos llamar el rechazo de la responsabilidad, que tambin nosotros nos sentimos a veces inclinados a practicar: responsabilidades para con la

familia o la comunidad; responsabilidades de pastores, de prrocos, de obispos... Es como si dijramos a Dios: Qu puedo yo hacer con este pueblo?; cmo puedo hacer frente a tantas necesidades?; qu voy a hacer ante tantos problemas morales, espirituales y materiales? En el mbito de la familia, el rechazo se expresa en frases como sta: Despus de todo lo que he hecho por dar una educacin a mi hijo, qu ms debo hacer? Esto ya es superior a mis fuerzas! En el mbito de los Consejos pastorales parroquiales, la frase podra ser: Si la parroquia va como va, qu culpa tenemos nosotros? Qu ms podemos hacer? En el rechazo de la responsabilidad (ya experimentado por Moiss y por los apstoles) vivimos un rechazo que llega incluso a expresarse con las palabras de Can: Acaso soy yo el guardin de mi