Machen Arthur - La Luz Interior

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5/21/2018 MachenArthur-LaLuzInterior-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/machen-arthur-la-luz-interior 1/36  La Luz Interior  Una tarde de otoño, cuando las fealdades de Londres estaban veladas por una leve neblina azulada y sus vistas y sus largas calles parecían espléndidas, el ,señor Charles Salisbury paseaba tranquilamente por upert Street, de camino hacia su restaurante favorito! "iraba hacia aba#o estudiando el pavimento, y así fue como choc$, al pasar ante la angosta puerta del restaurante, con un hombre que venía en sentido contrario! %Le ruego que me disculpe& caminaba distraído! '(aya, si es )yson* %Sí, en efecto! +C$mo est usted, Salisbury- %"uy bien! .ero +d$nde ha estado todo este tiempo, )yson- /ace al menos cinco años que no le veo! %0sí es, efectivamente! +ecuerda que me encontraba ms bien apurado cuando vino usted a verme a mi casa de Charlotte Street- %.erfectamente! Creo recordar que me cont$ usted que debía cinco semanas de alquiler, y que se había desprendido de su relo# por una insignificante suma! %"i querido Salisbury, su memoria es admirable! 1n efecto, estaba apurado! 0unque poco después de nuestro encuentro todavía aumentaron ms mis apuros! Un amigo Utiliz$ la e2presi$n 3sin blanca4 para describir mi situaci$n financiera! ecordar usted que no apruebo los vulgarismos, pero ésa era realmente mi situaci$n! +5ué le parece si entramos- .odría haber otras

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  • La Luz Interior

    Una tarde de otoo, cuando las fealdades de Londres estaban veladas por una leve neblina azulada y sus vistas y sus largas calles parecan esplndidas, el ,seor Charles Salisbury paseaba tranquilamente por Rupert Street, de camino hacia su restaurante favorito. Miraba hacia abajo estudiando el pavimento, y as fue como choc, al pasar ante la angosta puerta del restaurante, con un hombre que vena en sentido contrario.

    -Le ruego que me disculpe; caminaba distrado. Vaya, si es Dyson!

    -S, en efecto. Cmo est usted, Salisbury?

    -Muy bien. Pero dnde ha estado todo este tiempo, Dyson? Hace al menos cinco aos que no le veo.

    -As es, efectivamente. Recuerda que me encontraba ms bien apurado cuando vino usted a verme a mi casa de Charlotte Street?

    -Perfectamente. Creo recordar que me cont usted que deba cinco semanas de alquiler, y que se haba desprendido de su reloj por una insignificante suma.

    -Mi querido Salisbury, su memoria es admirable. En efecto, estaba apurado. Aunque poco despus de nuestro encuentro todava aumentaron ms mis apuros. Un amigo Utiliz la expresin sin blanca para describir mi situacin financiera. Recordar usted que no apruebo los vulgarismos, pero sa era realmente mi situacin. Qu le parece si entramos? Podra haber otras

  • personas igualmente interesadas en comer. Es una debilidad humana, Salisbury.

    -En efecto, ser mejor que entremos. Mientras paseaba me estaba preguntando si estara libre la mesa junto a la ventana. Como usted sabe, tiene asientos con respaldo de terciopelo.

    -Ya s a cul se refiere; casualmente, est vaca. Pues s, como le deca, llegu a estar ms apurado todava.

    -Qu hizo entonces? -pregunt Salisbury, quitndose el sombrero y acomodndose al borde del asiento, mientras hojeaba el men con vivo inters.

    -Que qu hice? Pues me sent a reflexionar. Haba recibido una excelente formacin clsica y senta una absoluta aversin por cualquier clase de negocio: se fue el capital con el que me enfrent al mundo. Sabe, he odo a mucha gente calificar las aceitunas de desagradables. Qu lamentable prosasmo! A menudo he pensado, Salisbury, que podra escribir autntica poesa bajo el influjo de las aceitunas y el vino tinto. Pidamos Chianti; puede que no sea muy bueno, pero la botella es sencillamente encantadora.

    -Se est muy bien aqu. Podramos pedir una botella grande.

    -De acuerdo. Como le deca, entonces reflexion sobre mi falta de perspectivas y determin embarcarme en la literatura.

    -Es realmente extrao. Parece usted encontrarse en una situacin bastante acomodada, a pesar de ello.

    -A pesar de ello! Qu stira sobre tan noble profesin! Me temo, Salisbury, que no tiene usted una buena opinin acerca de la dignidad de un artista. Me imagina sentado frente al escritorio -y podra verme, si se molesta en venir a casa- con pluma y tinta, y

  • la pura nada ante m; pero, si vuelve a las pocas horas, con toda probabilidad encontrar una obra de creacin.

    -S, es verdad. Creo que la literatura no es muy remunerativa.

    -Pues est usted equivocado; sus recompensas son inmensas. Puedo decirle, por cierto, que poco despus de verle a usted consegu un pequeo ingreso. Un to mo muri y result inesperadamente generoso.

    -Ah!, ahora lo entiendo. Debi de ser muy oportuno.

    -Fue alentador, no puedo negarlo. Siempre lo consider como una aportacin para mis investigaciones. Le deca a usted que soy un hombre de letras; aunque quizs sera ms correcto describirme a m mismo como un hombre de ciencia.

    -Mi querido Dyson, verdaderamente ha cambiado usted mucho en los ltimos aos. Crea que era usted una especie de ciudadano ocioso, el tipo de hombre que puede encontrarse uno en la acera norte de Picadillyi[1] de mayo a julio.

    -As es. Pero eso era parte de mi formacin, aunque entonces lo ignoraba. Como usted sabe, mi pobre padre no tuvo los medios para enviarme a la universidad. En mi ignorancia sola quejarme por no haber completado mi formacin. Locuras de juventud, Salisbury; Piccadilly era mi universidad. All empec a estudiar la gran ciencia que todava me ocupa.

    -A qu ciencia se refiere?

    -A la ciencia de la gran ciudad; la fisiologa de Londres; literal y metafsicamente, el tema ms trascendental que puede concebir la mente humana. Qu admirable asado de carne! Indudablemente el definitivo final del faisn. A veces me siento todava absolutamente abrumado cuando pienso en la inmensidad y complejidad de Londres. Pars puede llegar a conocerse a fondo

  • mediante una dosis razonable de estudio; pero Londres es siempre un misterio. En Pars se puede decir: Aqu viven las actrices, aqu los bohemios y los ratsii[2]; pero Londres es diferente. Se puede decir de una calle, sin temor a equivocarse, que es donde habitan las lavanderas; pero en el segundo piso de uno de sus edificios puede haber un hombre estudiando los orgenes de los caldeos y, en el desvn, un artista olvidado agoniza lentamente.

    -Ya veo que es usted, Dyson, incorregible -dijo Salisbury sorbiendo lentamente su Chianti-. Creo que su imaginacin demasiado ferviente le engaa; el misterio de Londres nicamente existe en su imaginacin. A m me parece un lugar bastante aburrido. Rara vez se oye hablar en Londres de un autntico crimen artstico, mientras que, segn creo, Pars abunda en este tipo de cosas.

    -Srvame ms vino. Gracias. Est usted equivocado, mi querido amigo, del todo equivocado. Londres no tiene nada de qu avergonzarse en la senda del crimen. Si fracasamos, es por falta de Homeros, no de Agamenones. Como usted sabe: Carent quia vate sacroiii[3].

    -Recuerdo la cita. Pero me parece que no acabo de comprenderlo.

    -Bien, en lenguaje llano, no tenemos en Londres buenos escritores especializados en este gnero de cosas. Nuestros cronistas ms comunes son torpes sabuesos; cada historia que cuentan la echan a perder al contarla. Su idea del terror y de lo que suscita terror es lamentablemente deficiente. Nada los contenta salvo la sangre, la vulgar sangre roja, y cuando la encuentran cargan las tintas, considerando que as se redacta un buen artculo. Es una pobre concepcin. Y, por alguna curiosa fatalidad, son siempre los asesinos ms comunes y brutales los que atraen con ms frecuencia la atencin y consiguen la mayora

  • de las veces que se escriba sobre ellos. Por ejemplo, ha odo usted hablar del caso Harlesden?

    -No, no. No me resulta familiar.

    -Por supuesto que no. Y, sin embargo, la historia es muy curiosa. Se la contar mientras tomamos caf. Harlesden, como usted sabe, aunque quiz lo ignore, es un barrio de las afueras de Londres, algo diferente de suburbios venerables y primorosos como Norwood o Hampstead, tan diferentes entre s. Hampstead, por ejemplo, es donde uno buscara una gran casa china con tres acres de terreno y varios pabellones, aunque recientemente se observa algn gusto artstico; mientras que Norwood es el hogar de las prsperas familias de clase media que eligieron la casa porque estaba cercana a Palacio... y seis meses despus se hartaron del Palacio. Sin embargo, Harlesden es un lugar sin carcter. Es todava demasiado nuevo para tener carcter. Hay hileras de casas rojas e hileras de casas blancas con brillantes celosas verdes, portales descascarillados y pequeos patios traseros a los que llaman jardines, unos pocos tenduchos, y, de repente, cuando uno se cree a punto de captar la fisonoma del lugar, todo se desvanece.

    -Qu diablos significa eso? Supongo que las cosas no se desplomarn ante nuestros ojos!

    -Bueno, no, no es eso exactamente. Pero como entidad, Harlesden desaparece. Sus calles se convierten en silenciosas callejuelas, sus llamativas casas en olmos y los jardines traseros en verdes praderas. Se pasa repentinamente de la ciudad al campo; no hay transicin, como en una pequea poblacin rural, ni suaves gradaciones de csped y rboles frutales, con una densidad paulatinamente menor de casas, sino una brusca interrupcin. Creo que la mayor parte de la gente que vive all cabe en la Cityiv[4]. En ms de una ocasin he visto un autobs repleto dirigindose hacia all. Pero como quiera que sea, no puedo concebir una soledad mayor en un desierto a medianoche

  • que la que all existe a medioda. Parece una ciudad muerta; las calles refulgen en su desolacin, y al pasar descubre uno repentinamente que tambin ellas son parte de Londres.

    Hace uno o dos aos viva all un mdico. Haba instalado su placa metlica y su lmpara roja en el extremo de una de esas calles relucientes y, a espaldas de la casa, los campos se extendan a lo lejos hacia el norte. Desconozco la causa por la que se estableci en un lugar tan apartado; quizs el doctor Black, como lo llamaremos, fuera un hombre previsor y tuviera la mirada puesta en el futuro. Sus amistades, segn se supo luego, lo haban perdido de vista haca muchos aos, y ni siquiera saban que fuera mdico, y mucho menos dnde viva. Sin embargo, se haba establecido en Harlesden, donde tena alguna clientela y una esposa extraordinariamente bella. Poco despus de llegar a Harlesden la gente sola verlos paseando juntos en las tardes veraniegas, y, por lo que se poda observar, parecan una pareja muy bien avenida. Estos paseos continuaron durante el otoo y ms adelante se interrumpieron; aunque, naturalmente, a medida que los das se oscurecan y el tiempo refrescaba, era lgico suponer que las callejuelas cercanas a Harlesden perderan muchos de sus atractivos. Terminado el verano, nadie volvi a ver a la seora Black; el doctor sola responder a las preguntas de sus pacientes que ella se encontraba un poco indispuesta y que, sin duda, estara mejor al llegar la primavera. Pero la primavera lleg, y tambin el verano, y la seora Black no apareci, y, finalmente, la gente comenz a murmurar y se dijeron todo tipo de cosas curiosas a la hora del t, que como usted posiblemente sabr es el nico entretenimiento conocido en esos suburbios. El doctor Black empez a sorprender miradas muy extraas dirigidas a l, y su clientela, que era numerosa, disminuy visiblemente. En suma, cuando los vecinos murmuraban sobre el tema, expresaban la conviccin de que la seora Black estaba muerta y que el doctor se haba deshecho de ella. Pero ste no era el caso; la seora Black fue vista con vida en junio. Fue una tarde de domingo y uno de esos pocos das esplndidos que ofre ce el

  • clima ingls, por lo que la mitad de los londinenses se haba extraviado por los -campos, en todas direcciones, para aspirar el perfume del florido mayo y comprobar si haban florecido ya las rosas silvestres en los setos. Aquella maana sal temprano para dar un largo paseo, y, cuando iba de regreso a casa, fui a parar al mismo Harlesden del que hemos estado hablando. Tom una jarra de cerveza en el General Gordon, el establecimiento de moda de la vecindad, y mientras deambulaba sin objeto vi un boquete extraordinariamente tentador en un cercado de arbustos y decid explorar el prado. Despus de caminar por la infernal gravilla esparcida por las aceras suburbanas, la suave hierba resulta muy agradable de pisar, as que, tras pasear un buen rato, pens que sera una buena idea sentarme en un banco y fumarme un cigarrillo. Al sacar la petaca mir hacia las casas y, segn miraba, sent que se me cortaba la respiracin y que mis dientes empezaban a castaetear, y el bastn que llevaba en una mano se parti en dos del apretn que le di. Fue como si una corriente elctrica me bajara por el espinazo y, sin embargo, durante algn tiempo, que me pareci largo, aunque debi de ser muy corto, me contuve preguntndome qu diablos ocurra. Entonces comprend lo que haba hecho estremecer mi corazn y haba helado mis huesos de angustia. Al mirar en direccin a la ltima casa de la manzana frente a m, en la corta fraccin de un segundo, haba visto un rostro en una de las ventanas superiores de la casa. Era un rostro de mujer, y, sin embargo, no era humano. Usted y yo, Salisbury, hemos odo hablar en nuestra poca, cuando nos sentbamos en los bancos de la iglesia al sobrio estilo ingls, de una concupiscencia que no puede saciarse y de un fuego inextinguible, pero ni uno ni otro tenamos la menor idea de lo que esas palabras queran decir. Espero que usted nunca la tenga, pues yo, al ver esa cara en la ventana, con el cielo azul so bre m y el clido viento acaricindome a rfagas, comprend que haba penetrado en otro mundo: haba mirado por la ventana de una casa ordinaria y flamante, y haba visto el infierno abierto ante m. Cuando me recuper de la primera impresin, pens una o dos veces que me haba desmayado; mi

  • rostro chorreaba sudor fro y mi respiracin estallaba en sollozos, como si me ahogara. Al fin me las arregl para levantarme y cruc la calle: en el buzn de la puerta principal, vi grabado el nombre del Dr. Black. El destino o mi suerte quiso que la puerta se abriera y un hombre bajase las escaleras en ese momento. No tuve ninguna duda de que era el mismo doctor. Tena un aspecto bastante corriente en Londres: alto y delgado, plido de cara y con un deslucido bigote negro. Cuando nos cruzamos sobre el pavimento me dirigi una mirada, y, aunque fue simplemente la ojeada casual que un peatn dirige a otro, mentalmente llegu a la conclusin de que aqul era un tipo de trato peligroso. Como usted puede imaginar, segu mi camino bastante perplejo y tambin horrorizado por lo que haba visto. Despus visit de nuevo el General Gordon e hice acopio de la mayora de los chismes que circulaban por el lugar en relacin con los Black. No mencion que haba visto en la ventana un rostro de mujer; pero me enter de que la seora Black haba sido muy admirada por su hermosa cabellera dorada, y el rostro que me haba impresionado con tan desconocido terror estaba rodeado por un vaho de flotantes cabellos rubios, como una aureola de gloria alrededor del rostro de un stirov[5]. Todo el asunto me incomodaba de manera indescriptible, y cuando volv a casa hice todo lo posible por convencerme de que la impresin recibida haba sido una ilusin, pero de nada sirvi. Saba muy bien que haba visto lo que he intentado describirle; estaba convencido de haber visto a la seora Black. Adems, estaban los chismes del lugar, la sospecha de juego sucio, que saba que era falsa, y mi propia conviccin de que exista alguna maldad fatal o cualquier otra anomala en esa casa de color rojo chilln de la esquina de Devon Road. Cmo construir una teora razonable con estos dos elementos? En resumen, me encontraba inmerso en un mundo de misterio; trat de descifrarlo y ocup mis ratos de ocio atando los cabos sueltos de la especulacin, pero no avanc ni un solo paso hacia la solucin verdadera, y, cuando lleg el verano, el asunto pareca ms nebuloso y confuso, y me ocasion un vago temor, como una antigua pesadilla. Supuse que en breve se habra

  • desvanecido en el fondo' de mi mente (no crea poder olvidarlo, pues algo como lo ocurrido no puede olvidarse fcilmente); pero una maana, al leer el peridico, me llam la atencin un titular al que seguan unas dos docenas de renglones de letra pequea. Las palabras que haba visto eran simplemente: El caso Harlesden, pero yo ya saba lo que iba a leer. La seora Black haba muerto. Black haba llamado a otro mdico para certificar la causa de la muerte, pero algo o alguien despert las sospechas sobre el extrao doctor y hubo una investigacin judicial con autopsia. El resultado, lo confieso, me asombr considerablemente: fue el triunfo de lo inesperado. Los dos mdicos que practicaron la autopsia se vieron obligados a admitir que no pudieron descubrir el menor rastro de cualquier tipo de engao; los ensayos y reactivos ms complejos no consiguieron detectar presencia de veneno, ni aun en la cantidad ms infinitesimal. Descubrieron que la muerte haba sido producida por una especie de enfermedad cerebral, un tanto extraa y cientficamente interesante. El tejido del cerebro y las molculas de materia gris haban experimentado una extraordinaria serie de cambios; y el ms joven de los dos mdicos, que tena cierta reputacin, segn parece, como especialista en enfermedades mentales, hizo algunas observaciones al dar su testimonio que me impresionaron profundamente, aunque en ese momento no comprend todo su significado.

    -Al comenzar mi examen -dijo-, me qued asombrado de encontrar apariencias de una ndole completa mente nueva para m, a pesar de mi relativamente amplia experiencia. De momento no tengo necesidad de dar ms detalles sobre estas apariencias; me bastar con manifestar que, mientras ejecutaba mi tarea, apenas poda creer que el cerebro que tena ante m fuera de un ser humano.

    Esta declaracin caus cierta sorpresa, como usted puede imaginar, y el juez pregunt al mdico si quera decir que el cerebro se pareca al de un animal.

  • -No -contesto l-, yo no dira tanto. He observado indicios que parecan apuntar en esa direccin; pero otros, todava ms sorprendentes, apuntaban hacia una estructura nerviosa de una ndole completamente diferente a la del hombre o a la del ms nfimo de los animales.

    La declaracin caus extraeza, pero el jurado, naturalmente, present un veredicto de muerte por causas naturales, y el caso, para el pblico, qued resuelto. No obstante, despus de haber ledo la declaracin del doctor, resolv que me gustara saber bastante ms, y me puse a trabajar en lo que prometa ser una interesante investigacin. Realmente tuve bastantes problemas, pero hasta cierto punto tuve xito. Aunque entonces, mi querido amigo, no tena ni idea del porqu. Se ha dado cuenta de que llevamos aqu casi cuatro horas? Pidamos la cuenta y vaymonos.

    Los dos hombres salieron en silencio y permanecieron un momento en el fro ambiente viendo pasar frente a ellos el apresurado trfico de Coventry Street, en el que se confundan las estridentes bocinas de los cabriolsvi[6] y los gritos de los vendedores de peridicos; el estrpito y el bullicio de la calle sofocaba una y otra vez el intenso murmullo lejano de Londres.

    -Es un caso extrao, no es cierto? -dijo Dyson finalmente-. Qu opina usted?

    -Todava no he odo el final, querido amigo; por tanto, me reservar la opinin. Cundo me contar el resto?

    -Venga a verme alguna tarde; el jueves prximo, por ejemplo. Aqu tiene mi direccin. Buenas noches; ahora me gustara ir al Strandvii[7].

    Dyson llam a un cabriol y Salisbury se encamin hacia el norte en direccin a su casa.

  • II

    El seor Salisbury, como puede haberse deducido de las escasas observaciones que haba podido hacer en el transcurso de la tarde, era un joven caballero de intelecto singularmente slido, reservado y un tanto escptico ante los misterios y lo inslito, y con una aversin temperamental por la paradoja. Durante el almuerzo en el restaurante se haba visto obligado a escuchar casi en completo silencio un extrao tejido de inverosimilitudes ensartadas con la ingenuidad propia de alguien proclive a intrigas y misterios, as que se senta cansado al cruzar Shaftesbury Avenue y zambullirse en las entraas del Sohoviii[8], pues su vivienda se encontraba en las proximidades del lado norte de Oxford Street. Mientras caminaba, iba especulando sobre el futuro que le aguardaba a Dyson, a quien vea dependiendo de la literatura y sin el amparo de algn pariente considerado, y no pudo menos de concluir que estaba tan sutilmente imbuido de una imaginacin excesivamente brillante que, con toda probabilidad, sera recompensado con un par de tablas para anuncios o un papel de comparsaix[9]. Absorto en este pensamiento, y admirando la perversa destreza capaz de transmutar el rostro de una mujer enfermiza y un caso de enfermedad mental en los toscos elementos de una novela, Salisbury se extravi por las calles dbilmente iluminadas, sin advertir el impetuoso viento que golpeaba con fuerza por las esquinas y elevaba en remolinos la basura dispersa sobre el pavimento, mientras negros nubarrones se acumulaban sobre la amarillenta luna. Ni siquiera la cada en su rostro de una o dos gotas de lluvia le sac de sus meditaciones, y slo comenz a considerar la conveniencia de buscar algn refugio cuando la tormenta estall de pronto en plena calle. Impelida por el viento, la lluvia descarg con tremenda violencia, salpicando al caer sobre las piedras y silbando por el aire, y pronto un verdadero torrente de agua corra por las calles formando arroyos y se acumulaba en charcos sobre los obstruidos

  • desages. Los escasos viandantes que por all se vean, que ms que pasear por la calle holgazaneaban, echaron a correr como conejos asustados hacia algn invisible refugio, y, aunque Salisbury silb ruidosa y repetidamente en busca de un cabriol, no apareci ninguno. Mir a su alrededor, intentando averiguar la distancia a la que se hallaba del abrigo de Oxford Street, pero al vagar distradamente se haba apartado de su camino y se encontr en una zona desconocida con todo el aspecto de no disponer de hoteles donde pudiera uno guarecerse por la modesta suma de dos peniques. Las farolas escaseaban y estaban muy espaciadas, y lucan escasamente tras los sucios cristales, gracias al leve flujo de aceite; a esta vacilante luz pudo vislumbrar Salisbury los sombros e inmensos caserones de que se compona la calle. Al pasar junto a ellos, apresurado y encogido bajo la avalancha de lluvia, repar en los innumerables tiradores de las puertas, cuyas inscripciones, grabadas en chapas de bronce, parecan desvanecerse de viejas, y aqu y all un saledizo ricamente esculpido sobresala de la puerta, ennegrecido por la mugre de cincuenta aos. La tormenta pareca agravarse con furia creciente; Salisbury estaba completamente empapado y haba echado a perder su sombrero nuevo, y, con todo, Oxford Street pareca tan alejado como siempre; con profundo alivio, el empapado hombre alcanz a ver una sombra arcada que pareca brindar proteccin de la lluvia, si no del viento. Salisbury se refugi en la parte ms resguardada de la lluvia y mir en torno suyo; se encontraba en una especie de pasaje artificial, debajo del saliente de una casa, y tras l se extenda una estrecha acera que conduca entre blancas paredes a un oscuro rincn. Haba permanecido all algn tiempo, esforzndose vanamente por desembarazarse en parte de la molesta humedad, y alerta al paso de algn cabriol, cuando le llam la atencin un ruido estrepitoso procedente del pasaje que quedaba a sus espaldas y que aumentaba al acercarse. En un par de minutos pudo distinguir la voz ronca y chillona de una mujer -que no cesaba de despotricar y amenazar- cuyos acentos resonaban en las mismsimas piedras, mientras que, de cuando en cuando, un hombre grua y

  • protestaba. Sin embargo, y a pesar de su aversin por lo novelesco, a Salisbury le agradaban las peleas callejeras, y sta pareca derivar hacia las ms divertidas fases de la embriaguez; por consiguiente, se relaj y se dispuso a escuchar y a observar con el aspecto de un abonado a la pera. No obstante, para su fastidio, el altercado pareci apaciguarse repentinamente, y ya no oy ms que los impacientes pasos de la mujer y el lento vaivn del hombre acercndose a l.

    Ocultndose en la sombra de la pared, pudo ver cmo se aproximaban los dos; el hombre estaba evidentemente borracho y se las vea y se las deseaba para evitar chocar con las paredes de uno y otro lado, a las que se agarraba como una barca sacudida por el viento. La mujer miraba al frente, con lgrimas en sus resplandecientes ojos, que volvieron a brillar con ms intensidad cuando aqullas desaparecieron, y finalmente estall en una sarta de insultos dirigidos contra su compaero.

    -Vil granuja, ruin, despreciable canalla -continu diciendo ella, tras una incoherente avalancha de maldiciones-. Piensas que voy a seguir toda la vida trabajando para ti como una esclava mientras t persigues a esa chica de Green Street y te bebes cada penique que tienes? Te equivocas, Sam; ya no lo soporto ms. Maldito ladrn, estoy cansada de ti y de tu patrn, as es que ya puedes hacerte tus propios recados, y nicamente espero que te metan en apuros.

    La mujer sac algo parecido a un papel de su regazo, lo arrug y lo tir. Cay a los pies de Salisbury. Luego se fue y desapareci en la oscuridad, mientras el hombre se tambaleaba en la calle, refunfuando vagamente contra s mismo con voz aturdida. Salisbury lo sigui con la vista y lo vio hacer eses sobre el pavimento, detenerse de vez en cuando y ladearse indeciso, 1 para luego tomar sbitamente un nuevo rumbo.

    El cielo haba aclarado, y blancas nubes aborregadas cruzaban fugaces ante la luna, alta en el firmamento. La luz apareca y

  • desapareca intermitentemente, segn las nubes pasaban, despejando y volviendo a cubrir el cielo. Cuando los blancos rayos alumbraron el pasaje, Salisbury divis la bolita de papel arrugado que la mujer haba tirado. Curioso por saber lo que poda contener, la recogi y se la meti en el bolsillo, ponindose de nuevo en camino.

    III

    Salisbury era un hombre de costumbres fijas. Cuando lleg a casa empapado hasta los huesos, chorrendole la ropa y con el sombrero impregnado de un lvido roco, su nico pensamiento fue su salud, de la que se ocupaba solcito. Por tanto, despus de cambiarse de ropa y embutirse en un clido batn, procedi a prepararse un sudorfico a base de ginebra y agua, calentada sta en una de esas lmparas de alcohol que mitigan las austeridades de la vida de un moderno ermitao. Cuando hubo ingerido el preparado y hubo calmado su excitacin con una pipa de tabaco, Salisbury pudo irse a la cama en un alegre estado de relajacin, sin pensar en su aventura en la sombra arcada, ni en las ominosas fantasas con que Dyson haba sazonado su comida.

    Lo mismo ocurri la maana siguiente durante el desayuno, pues Salisbury persisti en no pensar en nada hasta terminar de comer. Pero cuando retiraron la taza y el plato, y encendi su primera pipa del da, record la bolita de papel y empez a revolver en los bolsillos de su mojado abrigo. No recordaba en qu bolsillo la haba puesto y, al meter la mano primero en uno y luego en el otro, experiment una extraa sensacin de temor a que no estuviera all, aunque ciertamente no podra haber explicado la importancia que atribua a lo que con toda probabilidad no era ms que un desecho. Sin embargo, suspir con alivio cuando sus dedos tocaron la arrugada superficie del papel en su bolsillo interior, lo sacaron despacio y lo colocaron sobre el pequeo escritorio junto a su silln, con el mismo cuidado que si se tratara

  • de una rara joya. Salisbury se sent a fumar y contempl fijamente su hallazgo durante unos cuantos minutos, con la extraa tentacin de arrojarlo al fuego y evitarse con ello tanto la especulacin acerca de su posible contenido como conocer la razn por la que la ofendida mujer haba arrojado un trozo de papel con tanta vehemencia. Como puede suponerse, el ltimo sentimiento fue el que se impuso, y, finalmente, no sin algo de repugnancia, cogi el papel, lo desarrug y lo coloc frente a l. Era un simple trozo de papel sucio, a todas luces arrancado de un cuaderno barato, y en el centro tena escritas unas pocas lneas con letra curiosamente apretada. Salisbury inclin la cabeza y por un momento clav la vista en el papel con ansiedad, suspirando profundamente; luego volvi a su silla con la mirada perdida, hasta que finalmente, experimentando un cambio repentino, estall en carcajadas tan prolongadas, sonoras y tumultuosas que el nio de la casera se despert en el piso de abajo y reaccion ante su hilaridad con espantosos berridos. Pero l sigui riendo y cogi el papel para leer por segunda vez lo que pareca tan insensato disparate.

    Q. tiene que ir a Pars a ver a sus amigos, comenzaba. Atravesar Handel s. 'Una vez alrededor del csped, dos veces alrededor de la amada, y tres veces alrededor del arce'.

    Salisbury cogi el papel y lo arrug como hiciera la enojada mujer; luego apunt en direccin al fuego. Sin embargo, no lo arroj a l, sino que lo tir descuidadamente en el interior del escritorio y volvi a rerse. El completo desatino de todo el asunto le ofenda, y estaba avergonzado de su propia ansiosa especulacin, como el que se quema las cejas con los altisonantes comunicados de los ecos de sociedad del peridico y slo encuentra anuncios y trivialidades.

    Entonces se dirigi a la ventana y contempl la lnguida vida matinal de su barrio: las criadas con desaliados vestidos estampados fregando los escalones de entrada a la casa, el pescadero y el carnicero yendo de ac para all, y los

  • comerciantes, de pie junto a las puertas de sus pequeas tiendas, abatidos por la falta de negocio y de actividad. A lo lejos una bruma azulada proporcionaba una cierta grandeza a toda la vista, pero en conjunto sta era deprimente y slo habra interesado a un estudioso de la vida londinense, que siempre encuentra algo exquisito y selecto en cada una de sus facetas. Salisbury abandon disgustado la ventana y se aposent en el silln, tapizado en un tono verde brillante y adornado con tachones dorados, que constitua el orgullo y la atraccin de sus aposentos. Volvi a su ocupacin matinal: la lectura atenta de una novela que trataba de deporte y amor de forma tal que sugera la estrecha conexin entre un mozo de cuadra y un internado de seoritas. En circunstancias normales, Salisbury habra seguido interesndose por la historia hasta la hora del almuerzo, pero esa maana se agitaba en el silln, coga el libro y lo volva a dejar, y finalmente juraba y maldeca de simple irritacin. En realidad, los versos del papel hallado en la arcada se le haban metido en la cabeza e, hiciera lo que hiciese, no poda menos de rezongar una y otra vez:

    -"Una vez alrededor del csped, dos veces alrededor de la amada, y tres veces alrededor del arce."

    Se convirti en un verdadero tormento, como el ridculo estribillo de una cancin de music-hall, eternamente citado, cantado a todas horas del da y de la noche, y apreciado por los golfillos callejeros, que lo sustituan por otro ms de moda cada seis meses. Salisbury sali a la calle y trat de olvidar a su enemigo entre los empujones de la multitud y el rugido y el estruendo del trfico, pero al instante se encontr a s mismo alejndose silenciosamente y deambulando por parajes desiertos, devanndose los sesos en vano al tratar de encontrar algn sentido a frases que seguramente no lo tenan.

    La llegada del jueves fue un gran alivio, pues record que tena una cita con Dyson. Los ftiles ensueos del que se haca llamar hombre de letras parecan divertidos en comparacin con esta incesante obsesin, esta perplejidad de la que no pareca poder

  • escapar. Dyson resida en una de las calles ms tranquilas que llevan del Strand al ro y, al pasar Salisbury por la estrecha escalera que conduca a la morada de su amigo, vio que el to haba sido verdaderamente generoso. El suelo resplandeca y flameaba con todos los colores del Oriente; era, como Dyson observ pomposamente, un caso de ensueo, y sus cortinas primorosamente elaboradas, en las que brillaban hilos dorados aqu y all, impedan ver el crepsculo en las calles londinenses, con sus faroles encendidos. En los estantes de un armario de roble haba vasos y platos de vieja cermica francesa, y grabados en blanco y negro (imposibles de conseguir en el Haymarket o en Bond Street) destacaban esplendorosamente sobre papel pintado japons. Salisbury se sent en el banco que haba junto al hogar y aspir y mezcl los humos de incienso y de tabaco, maravillado atnito ante todo este esplendor del repsx[10] verde y las oleografasl1, el espejo de marco dorado y el lustre de su propio apartamento.

    -Me alegra que haya venido -dijo Dyson-. Este pequeo aposento es confortable, no es cierto? No parece encontrarse usted muy bien, Salisbury. No le ocurrir nada, verdad?

    -No; pero he estado bastante fastidiado estos ltimo das. La verdad es que tuve una especie de extraa aventura (supongo que as podra llamarla) la noche que nos encontramos y me ha preocupado bastante. Y lo ms irritante es que se trata del disparate ms simple; sin embargo, luego se lo contar todo. Iba usted a referirme el resto de es extraa historia que me cont en el restaurante.

    -S. Pero me temo, Salisbury, que ser en vano. Es usted esclavo de lo que llama evidencias. Sabe usted muy bien que en el fondo cree que la singularidad de este caso es invencin ma nicamente, y que en realidad todo es tan natural como asegura la polica. Sin embargo, ya que he empezado, seguir adelante. Pero primero beberemos algo y usted puede adems encender su pipa.

  • Dyson se lleg hasta la alacena de roble y sac del fondo una botella redonda y dos vasitos, pintorescamente decorados.

    -Es Benedictine -dijo-. Tomar un poco, no?

    Salisbury asinti, y los dos hombres se sentaron a bebe y a fumar durante algunos minutos antes de que Dyson comenzara a hablar.

    -Veamos -dijo finalmente-, estbamos en la pesquisa judicial, verdad? No, ya terminamos con eso. Ah!, y recuerdo. Le estaba contando que, en general, haba tenido xito en mi investigacin, pesquisa, o como quiera llamarla, sobre el caso. No fue ah donde me qued?

    -S, as fue. Para ser preciso, creo que la ltima palabra que mencion sobre el asunto fue aunque ...

    -Exacto. Desde la otra noche he estado pensando mucho en ello y he llegado a la conclusin de que ese aunque... es de veras considerable. Hablando sin rodeos, tengo que confesar que lo que descubr, o cre descubrir, no significa en realidad nada. Estoy tan lejos del meollo del asunto como siempre. Sin embargo, puedo contarle lo que s, de todos modos. Como recordar, le dije que me qued muy impresionado con algunas observaciones de uno de los mdicos que testimoni en el juicio. As pues, decid que mi primer paso deba consistir en tratar de sacarle a ese doctor algo ms concreto e inteligible. De un modo u otro me las arregl para que me lo presentaran, y me cit para ir a verlo. Result ser un tipo simptico y afable., bastante joven y nada parecido a los tpicos mdicos, y comenz la charla ofrecindome whisky y cigarros. No cre que valiera la pena andar con rodeos, as que empec dicindole que parte de su declaracin en la investigacin del caso Harlesden me haba impresionado por su peculiaridad, y le mostr el recorte impreso con las lneas en cuestin subrayadas. Ech slo un vistazo al trozo de papel y me mir con extraeza.

  • -De modo que le impresion por su peculiaridad, eh? -dijo-. Bien, debe usted recordar que el caso Harlesden fue muy peculiar. De hecho, creo que puedo decir que en lo referente a algunos rasgos especficos fue nico, verdaderamente nico.

    -Completamente de acuerdo -repliqu yo-, y precisamente por eso me interesa y quiero saber ms de l. He pensado, por otra parte, que si alguien poda darme alguna informacin, se sera usted. Qu opina del caso?

    La pregunta era bastante directa, y el doctor pareci algo desconcertado.

    -Bien -dijo- Como me imagino que el motivo de su pregunta debe ser simple curiosidad, creo que puedo expresarle mi opinin un poco libremente. As que seor... seor Dyson?, si quiere usted conocer mi teora, aqu la tiene: creo que el doctor Black mat a su mujer.

    -Pero el veredicto -argument- se pronunci a partir de su propia declaracin.

    -Cierto; el veredicto se dict de acuerdo con la declaracin de mi colega y con la ma y, dadas las circunstancias, creo que el jurado actu con mucha sensatez. De hecho, no tuvieron otra opcin. Pero yo me mantengo en mi opinin, entindalo, y digo tambin esto: no me sorprendera que Black hubiera hecho lo que yo creo firmemente que hizo. Pienso, adems, que estaba justificado.

    -Justificado? Cmo es eso? -pregunt.

    Estaba asombrado, como usted puede imaginar, por la respuesta obtenida. El doctor gir suavemente su silla y por un instante me mir resueltamente antes de contestar.

    -Supongo que no es usted un hombre de ciencia, pues en ese caso no servira de nada que yo le diera ciertos detalles. Siempre

  • me he opuesto firmemente a cualquier tipo de relacin entre la fisiologa y la psicologa. Creo que ambas apuestan por el sufrimiento. Nadie reconoce ms decididamente que yo la impracticable sima, el insondable abismo que separa el mundo consciente de todo cuanto se refiere a la materia. Sabemos que cada cambio de consciencia suele venir acompaado de una nueva disposicin de las molculas de la sustancia gris; y eso es todo. Cul es el vnculo entre ellos, o por qu coinciden, no lo sabemos, y la mayora de los expertos cree que nunca podremos saberlo. Con todo, le dir que mientras haca mi trabajo, con el escalpelo en la mano, tuve la conviccin de que, a despecho de todas las teoras, lo que yaca frente a m no era el cerebro de una mujer muerta, ni siquiera el cerebro de un ser humano. Por supuesto vi el rostro; pero estaba muy tranquilo, desprovisto de expresin. Debi de ser, sin duda, un rostro hermoso, pero debo decir honestamente que no habra mirado ese rostro cuando todava tena vida ni por un millar de guineas, ni siquiera por dos veces esa suma.

    -Mi querido seor -dije-, me sorprende usted en extremo. Dice usted que no era el cerebro de un ser humano. Qu era entonces?

    -El cerebro de un demonio -replic-, y no me cabe la menor duda de que Black encontr alguna forma de acabar con l. Sea lo que fuese la seora Black, no estaba en condiciones de continuar en este mundo. Algo ms? No? Buenas noches.

    Era una extraa opinin viniendo de un hombre de' ciencia, no? Cuando me dijo que no habra mirado esa cara mientras tena vida por un millar de guineas, ni aun por dos millares de guineas, pens en el rostro que yo haba visto, pero no dije nada. Volv a Harlesden y fui de tienda en tienda, haciendo pequeas compras y tratando de indagar cuanto poda de los Black, pero poco es lo que pude averiguar. Uno de los tenderos a los que me dirig afirm haber conocido bien a la difunta; sola comprarle todos los vveres que necesitaba para su pequeo hogar, pues nunca

  • tuvieron sirvientes, aunque s una asistenta ocasionalmente, la cual no haba visto a la seora Black desde meses antes de que muriera. Segn el tendero, la seora Black era una dama agradable, siempre amable y considerada, y muy enamorada de su marido y l de ella, segn opinaban todos. Y sin embargo, dejando a un lado la opinin del doctor, yo saba muy bien lo que haba visto. Por tanto, despus de pensar en ello y atar cabos, me pareci que la nica persona que probablemente podra ayudarme era el mismo Black, de modo que decid localizarlo. Por supuesto no se le poda encontrar en Harlesden; haba abandonado el barrio, como le dije, inmediatamente despus del funeral. Todo lo que contena la casa haba sido vendido, y un buen da Black tom el tren con un bal y se fue nadie sabe dnde.

    Fortuitamente volv a or hablar de l, y un da lo encontr por pura casualidad. Paseaba por Gray's Inn Road sin ningn destino en particular, mirando a mi alrededor: como sola, y sosteniendo fuerte mi sombrero, pues era un da borrascoso de comienzos de marzo y el viento haca que se mecieran y temblaran las copas de los rboles de la posada. Haba subido desde el final de Holborn y casi haba tomado Theobald's Road cuando repar en un hombre que caminaba frente a m, apoyado en un bastn y aparentemente muy dbil. Haba algo en su mirada que incit mi curiosidad, no s por qu, y comenc a caminar ms rpido con la idea de alcanzarlo, cuando de pronto su sombrero vol y, saltando sobre el pavimento, lleg a mis pies. Por supuesto, recog el sombrero y le ech un vistazo mientras me diriga hacia su propietario. Era un pingajo: llevaba en su interior el nombre de un fabricante de Piccadilly, pero creo que ni un mendigo lo habra recogido del arroyo. Entonces levant la mirada y vi al doctor Black esperndome. Cosa extraa, no? Pero qu cambio!, Salisbury. Cuando contempl al doctor Black bajando las escaleras de su casa de Harlesden era un hombre erguido, que caminaba con firmeza sobre sus bien formados miembros; un hombre, diramos, en la flor de la vida. Y ahora esta miserable

  • criatura se inclinaba ante m, encorvado y dbil, marchitas las mejillas y el pelo prematuramente encanecido, los miembros temblorosos y renqueantes, y el sufrimiento en los ojos. Me dio las gracias por recoger su sombrero diciendo:

    -Cre que nunca podra alcanzarlo; ahora ya no tengo los pies ligeros. Qu da ms desapacible!, verdad, seor?

    Y dicho esto, intent despedirse de m; sin embargo, poco a poco consegu entablar conversacin con l y caminamos juntos en direccin este. Creo que el hombre se habra alegrado de librarse de m, pero me propuse acompaarlo, y finalmente se detuvo frente a una miserable casa de una calle miserable. En verdad, creo que era uno de los barrios ms pobres que jams he visto: casas que deban de haber sido bastante srdidas y horribles cuando eran nuevas, que haban acumulado porquera con los aos, y ahora parecan desmoronarse y amenazaban con caerse.

    -All arriba vivo yo -dijo Black, sealando al tejado-, no en la parte delantera, sino detrs. Aqu estoy muy tranquilo. No le pedir que suba ahora, pero tal vez algn otro da...

    Le tom la palabra y le dije que me alegrara mucho ir a verlo. Me lanz una extraa mirada, como si se preguntara por qu demonios yo o cualquier otro se preocupaba de l, y lo dej tanteando con su llavn en la cerradura. Supongo que me dir usted que hice muy bien cuando le cuente que en unas pocas semanas me convert en amigo ntimo de Black. Nunca olvidar la primera vez que fui a su habitacin; espero no volver nunca a ver una mugre Y una miseria tan extrema. Un espantoso papel, del que haca tiempo haba desaparecido cualquier dibujo o rastros de l, penda de las paredes en enmohecidos colgajos, impregnados de la mugre de la aciaga" calle. Solamente era posible mantenerse en posicin erguida al fondo de la habitacin, y la visin de la miserable cama y el olor a corrupcin que lo impregnaba todo me hizo sentir mareos y me Puso enfermo. All

  • lo encontr mascando un pedazo de pan; Pareca sorprendido al comprobar que haba cumplido mi promesa, pero me ofreci su silla y se sent en la cama mientras hablamos.

    Sola ir a verlo a menudo y tuvimos largas conversaciones, pero nunca mencion Harlesden o a su mujer. Imagino que l me crea ignorante del asunto, o pensaba que si haba odo hablar de l, nunca relacionara al respetable doctor Black de Harlesden con el pobre morador de una buhardilla en lo ms apartado de Londres. Era un hombre raro, y, cuando nos sentbamos a fumar, a menudo me preguntaba yo si estara loco o cuerdo, pues creo que los ms insensatos sueos de Paracelso y de los rosacrucesxi[11] Pareceran hechos corrientes en comparacin con las teoras que le o exponer con profunda conviccin en aquel mugriento cuchitril. En una ocasin me aventur a insinuarle algo por el estilo. Suger que parte de lo que haba dicho estaba en rotunda contradiccin con la ciencia y con la experiencia.

    -No -contest l-, con toda la experiencia no, pues la ma tambin cuenta. Yo no sostengo teoras no comprobadas; lo que digo lo he probado yo mismo, y a un costo terrible. Existe un rea del conocimiento que usted siempre ignorar, y que los sabios que la contemplan a lo lejos rehyen como la peste mientras pueden, pero con la que yo he entrado en contacto. Si usted supiera, si pudiera siquiera soar lo que es posible hacer, lo que uno o dos hombres han hecho en este tranquilo mundo nuestro, su propia alma se estremecera y desfallecera en su interior. Lo que le he dicho no es sino la ms simple envoltura, la capa externa de la verdadera ciencia; esa ciencia que significa muerte y que es ms espantosa que la muerte misma para aquellos que la adquieren. No, cuando los hombres dicen que en el mundo ocurren cosas extraas, saben muy poco del terror y el espanto que siempre las acompaa.

    El hombre ejerca una especie de fascinacin que me atraa hacia l, y sent bastante tener que abandonar Londres durante uno o dos meses, pues me perd su singular charla. Pocos das

  • despus de regresar a la ciudad pens ir a verlo, pero cuando puls dos veces el timbre de su casa, no obtuve respuesta. Volv a tocar de nuevo y ya me iba cuando se abri la puerta y una mujer sucia me pregunt qu quera. Por su reaccin supuse que me haba tomado por un polica de paisano que buscaba a alguno de sus inquilinos, pero cuando pregunt si estaba el seor Black, me dirigi una mirada bien distinta.

    -Aqu no vive el seor Black -dijo-. Ha pasado a mejor vida. Muri hace seis semanas. Siempre cre que estaba un poco chiflado, o que lo haba estado y se haba metido en cualquier lo. Sola salir todas las maanas de diez a una, y un lunes por la maana lo omos llegar, meterse en su habitacin y cerrar la puerta, y pocos minutos despus, cuando nos sentbamos a almorzar, omos tal grito que pens que se haba ido de este mundo en un instante. Luego se oyeron pisadas y baj enfurecido, maldiciendo espantosamente y jurando que le haban robado algo que vala millones. Despus se desplom en el pasillo y cremos que haba muerto. Lo subimos a su habitacin y lo metimos en la cama, y me sent a esperar mientras mi marido fue a buscar a un mdico. La ventana estaba abierta de par en par y haba una cajita de hojalata, abierta y vaca, que l haba dejado en el suelo; pero, por supuesto, nadie poda haber entrado por la ventana, y, en cuanto a l, es un disparate pensar que tuviera algn objeto de valor, pues frecuentemente se retrasaba varias semanas en el pago del alquiler, y mi marido lo amenaz muchas veces con echarlo a la calle, pues, como l deca, nosotros tambin tenemos derecho a vivir como los dems, y, verdaderamente, eso es cierto; pero, de una forma u otra, no me gustaba la idea de echarlo, aunque l era un tipo raro, y me imagino que haba vivido tiempos mejores. Y luego lleg el doctor y lo mir, y dijo que no poda hacer nada, y esa noche muri estando yo sentada junto a su cama; y puedo decirle que, entre unas cosas y otras, perdimos dinero con l, pues la poca ropa que tena no vali casi nada cuando la fuimos a vender.

  • Le di a la mujer medio soberano por las molestias y me march a casa pensando en el doctor Black y en el epitafio que ella haba hecho de l y asombrado ante la extraa idea de que hubiera sido objeto de un robo. Supongo que tena muy poco que temer a ese respecto el pobre tipo; pero imagino que estaba realmente loco, y que muri en un acceso sbito de su mana. Su patrona dijo que una o dos veces que tuvo ocasin de entrar en su habitacin (para apremiar al pobre desgraciado a pagar su alquiler, lo ms probable) la tuvo en la puerta cerca de un minuto, y que cuando entr le vio guardar una caja de hojalata en la esquina junto a la ventana; supongo que estara posedo de la idea de algn tesoro fabuloso, y se creera un hombre rico en medio de toda su miseria. Explicitxii[12], mi cuento se acab, y como ver usted, aunque conoc a Black, nada supe de su mujer o de la historia de su muerte. As est el caso Harlesden, Salisbury, y creo que me interesa an ms profundamente porque no parece existir ni la ms remota posibilidad de que yo o cualquier otro sepamos algo ms sobre l. Qu opina usted?

    -Bueno, Dyson, creo que ha conseguido usted rodear a todo el asunto de un misterio de su propia invencin. Voto por la solucin del doctor: probablemente Black asesin a su esposa en un acceso de locura.

    -Cree usted entonces que la mujer era demasiado espantosa, demasiado terrible para permitrsele permanecer sobre la tierra? Recordar que el doctor dijo que se trataba del cerebro de un diablo.

    -S, s, pero hablaba metafricamente, por supuesto. Realmente es una cuestin simple si usted lo considera slamente bajo esa perspectiva.

    -Ya, bueno, puede que est usted en lo cierto; aunque todava no estoy seguro de que lo est. Pero es mejor que no discutamos ms. Un poco ms de Benedictine? Eso es; pruebe un poco de

  • este tabaco. Deca usted que ha estado preocupado por algo.... algo que sucedi la noche que cenamos juntos.

    _S, he estado inquieto, Dyson, muy inquieto. Yo... la verdad es que es un asunto tan trivial, tan absurdo, que me avergenzo de molestarle con l.

    -No importa, sea o no absurdo, cuntemelo.

    Con muchas vacilaciones y no menos reproches a s mismo por lo disparatado del asunto, Salisbury cont su historia, y repiti de mala gana todos los absurdos detalles y los todava ms absurdos versos del recorte de papel, esperando que Dyson estallara en carcajadas.

    -No es una pena que me preocupe por cosas como stas -pregunt, despus de balbucear los versos una y otra vez.

    Dyson escuch gravemente hasta el final y medit unos minutos en silencio.

    -S -dijo finalmente-, fue una curiosa coincidencia que se refugiara usted en la arcada justo cuando pasaban aquellos dos. Pero no s si debera calificar de tonteras a lo que estaba escrito en el papel; por supuesto es extrao, pero supongo que para alguien debe tener sentido. Quiere repetirlo otra vez? Yo lo anotar. Quizs podamos encontrar algn tipo de clave, aunque lo considero poco probable.

    De nuevo los reacios labios de Salisbury balbucearon lentamente los disparates que tanto aborreca, mientras Dyson tomaba nota en una hoja de papel.

    -Quiere echar un vistazo a esto? -dijo, cuando acab de anotar-. Puede ser importante que cada palabra est en su debido lugar. De acuerdo?

  • -S; es una copia fiel. Pero no creo que saque usted mucho en claro de ella. Seguro que es una simple bobada, un galimatas sin sentido. Ahora debo marcharme, Dyson. No, no me diga ms; ese asunto suyo es bastante complicado. Buenas noches.

    -Supongo que le gustara tener noticias mas si descubro algo.

    -No, ni hablar! No quiero volver a or hablar del asunto. Puede usted considerar el descubrimiento, si existe alguno, como propio.

    -Muy bien. Buenas noches.

    IV

    Bastantes horas despus de que Salisbury hubiera regresado junto a sus sillas de reps verde, Dyson continuaba sentado en su escritorio, una verdadera fantasa japonesa, fumando pipa tras pipa y meditando acerca del relato de su amigo. Las extrafias palabras que haban molestado a Salisbury tenan para l un enorme atractivo, y de vez en cuando coga el papel y escudriaba atentamente lo que en l haba escrito, especialmente el pintoresco verso final. Lleg a la conclusin de que era una seal, un smbolo, y no una clave; y que la mujer que lo haba arrojado al suelo con toda probabilidad ignoraba por completo su significado; ella era slamente el instrumento de aquel Sam al que haba insultado y abandonado, y l a su vez era el instrumento de algn desconocido; posiblemente del individuo llamado Q., que haba sido obligado a visitar a sus amigos franceses. Pero qu hacer con la frase atravesar Handel s.? Aqu estaba la raz y el origen del enigma, y ni todo el tabaco de Virginia pareca probable que le proporcionara alguna pista. La situacin pareca casi desesperada, pero Dyson se consideraba a s mismo el WeIlington de los misterios y se fue a la cama con la seguridad de que ms tarde o ms temprano dara con la pista adecuada. Los das siguientes estuvo enfrascado en su trabajo literario, que constitua un profundo misterio incluso para el ms ntimo de sus amigos, el cual buscaba infructuosamente en el

  • quiosco del ferrocarril el resultado de tantas horas pasadas ante el escritorio japons en compaa de tabaco fuerte y t cargado. En esta ocasin, Dyson se confin en su habitacin durante cuatro das, y con verdadero alivio dej la pluma y sali a la calle en busca de descanso y aire fresco. Acababan de encender las farolas de gas y la quinta edicin de los peridicos de la tarde era voceada por las calles. Buscando tranquilidad, Dyson se desvi del ruidoso Strand y empez a dirigirse hacia el noroeste. Pronto se encontr en calles en donde resonaban sus pasos y, cruzando una nueva y amplia va y torciendo luego hacia el oeste, Dyson descubri que haba penetrado en lo ms profundo del Soho. El barrio rezumaba vida por sus cuatro costados: raras cosechas de Francia y de Italia, a precios que parecan desdeosamente bajos, atraan a los transentes; aqu haba quesos enormes y sabrosos, all aceite de oliva, y all un bosque de rabelesianas salchichas, mientras que en una tienda cercana pareca estar a la venta toda la prensa de Pars. En medio de la calzada deambulaba de un lado para otro una extrafia mezcolanza de gentes oriundas de varios pases; raramente se aventuraban por all las berlinas y los cabriols, y, desde sus ventanas, los vecinos de aquel lugar contemplaban complacidos la escena. Dyson sigui su camino lentamente, mezclndose con la multitud sobre el adoquinado, escuchando la extraa babel del francs, el alemn, el italiano y el ingls, y echando un vistazo de vez en cuando a los escaparates de las tiendas con sus filas de botellas alineadas; casi haba llegado al final de la calle cuando le llam la atencin una pequea tienda en la esquina, que contrastaba vivamente con sus vecinas. Era la tpica tienda de barrio pobre; una tienda completamente inglesa. En ella se vendan tabaco y dulces, baratas pipas de barro y de madera de cerezo; cuadernos y palilleros de a penique alternaban con pliegos con canciones burlescas, y folletines por entregas con espantosos grabados demostraban que la novela reclamaba su lugar junto a las realidades de la prensa vespertina, cuyos carteles ondeaban en el portal. Dyson ech una ojeada al nombre que figuraba encima de la puerta y, de pie junto a la acera, le sobrecogi un sbito

  • temblor, pues una angustia profunda, como la de alguien que hace un descubrimiento, le haba dejado momentneamente inmvil. El nombre de la tienda era Travers. Dyson mir de nuevo hacia arriba, esta vez en direccin a la esquina de la pared y por encima de la faro la, y ley en letras blancas sobre fondo azul las palabras Handel Street, W.C., leyenda que se repeta en caracteres ms borrosos justo debajo. Dio un suspiro de satisfaccin, y sin ms entr audazmente en la tienda y mir fijamente en plena cara al hombre gordo que estaba sentado tras el mostrador. El individuo se levant y le devolvi la mirada con curiosidad, y luego le pregunt con expresin convencional:

    -En qu puedo servirle, seor?

    A Dyson le diverta su situacin y la naciente perplejidad del rostro del tendero. Apoy cuidadosamente su bastn contra el mostrador e, inclinndose sobre l, dijo lenta e imponentemente:

    -Una vez alrededor del csped, dos veces alrededor de la amada, y tres veces alrededor del arce.

    Dyson haba calculado que sus palabras produciran algn efecto y no qued defraudado. El vendedor del bazar qued con la boca abierta como un pez y se apoy en el mostrador. Cuando por fin pudo hablar, tras una breve pausa, lo hizo con voz ronca, trmula y vacilante.

    -Le importara repetirlo, seor? No le he entendido del todo.

    -No pienso hacer nada por el estilo, buen hombre. Ha odo usted perfectamente bien lo que le he dicho. Veo que tiene usted un reloj en su tienda; un admirable cronmetro, sin duda. Bien, le doy un minuto por su propio reloj.

    El hombre mir en torno con perpleja indecisin, y a Dyson le pareci que ya iba siendo hora de mostrarse amenazador.

  • -Mire all, Travers, casi se le ha terminado el tiempo. Creo que usted ha odo hablar de Q. Recuerde, su vida est en mis manos. Vamos!

    Dyson se sorprendi por el resultado de su propia audacia. El hombre se contrajo y qued paralizado por el terror; el sudor caa por su rostro blanco ceniza, y levant las manos.

    -Seor Davies, seor Davies, no diga eso... por el amor de Dios! No le reconoc al principio, crame. Dios mo, seor Davies!, no querr arruinarme, verdad? En seguida se lo traer.

    -Ms vale que no pierda ms tiempo.

    El hombre se escabull patticamente del mostrador y entr en una habitacin trasera. Dyson le escuch manejar torpemente, con sus temblorosos dedos, un manojo de llaves y, a continuacin, oy el chirriar de una caja al abrirse. Poco despus, el hombre regres llevando en las manos un pequeo paquete cuidadosamente envuelto en papel marrn, y, lleno de terror, se lo entreg a Dyson.

    -Me alegra poder desembarazarme de l -dijo- No volver a aceptar encargos de esta ndole.

    Dyson cogi el paquete y su bastn, y sali de la tienda con una inclinacin de cabeza, volvindose al pasar por la puerta. Travers se haba arrellanado en su asiento, con el rostro todava lvido por el miedo y una mano sobre los ojos. Mientras se marchaba a toda prisa, Dyson especul mucho sobre lo que podran ser esos extraos acordes que tan toscamente haba pulsado. Llam al primer cabriol que vio y regres a casa. En cuanto hubo encendido la lmpara y dejado el paquete sobre la mesa, se detuvo unos instantes preguntndose por el extrao objeto que pronto iluminara la luz de la lmpara. Cerr la puerta, cort las cuerdas, fue retirando el papel capa a capa, y finalmente dio con una pequea caja de madera, sencilla pero slida. No tena

  • cerradura, y Dyson no tuvo ms que levantar la tapa, pero, al hacerlo, exhal un prolongado suspiro y retrocedi. La lmpara pareca brillar tenuemente como una vela; sin embargo, toda la habitacin resplandeca de luz, y no de un solo tono, sino con miles de colores, como una vidriera pintada; en las paredes de la habitacin y sobre los muebles familiares, el resplandor brillaba de nuevo y pareca retraerse a su lugar de origen, la pequea caja de madera. Pues en ella, sobre un blanco lecho de lana, descansaba la ms esplndida joya, una joya como jams pudo soar Dyson, en cuyo interior brillaba el azul de lejanos cielos, el verde del mar junto a la costa, el rojo del rub y rayos violeta oscuro, y en medio de todo pareca llamear, como si un surtidor de fuego ascendiera y descendiera y volviera a ascender entre destellos, una especie de broche cuajado de piedras preciosas. Dyson lanz un profundo suspiro, se dej caer en la silla y se cubri los ojos con las manos para pensar. La joya pareca un palo, pero en su larga experiencia de escaparates de tiendas no saba de ningn palo que alcanzara una cuarta o una octava parte de ese tamao. Mir de nuevo a la piedra casi con temor y la coloc suavemente sobre la mesa, bajo la lmpara, para poder as contemplar el maravilloso reflejo que brillaba y centelleaba en su centro; entonces volvi hacia la caja, curioso por saber si contendra otras maravillas. Levant el lecho de lana sobre el que se recostaba el palo y no encontr ms joyas, sino un viejo libro de pequeo formato, desgastado y rado por el uso. Dyson lo abri por la primera pgina y lo dej caer espantado. Haba ledo el nombre de su dueo, esmeradamente escrito con tinta azul.

    Dr. STEVEN BLACK

    Oranmore,

    Devon Road,

    Harlesden.

  • Pasaron varios minutos antes de que Dyson se decidiera a abrir por segunda vez el libro. Rememor el espantoso cautiverio a que se vio reducido el doctor en su buhardilla; su extraa conversacin, el recuerdo del rostro que haba visto en la ventana y lo que haba dicho el especialista se apoderaron de su mente y, mientras sus dedos asan la cubierta, se estremeci, temeroso de lo que poda hallar escrito en su interior. Cuando finalmente lo abri y pas las pginas, encontr las dos primeras en blanco, pero la tercera estaba cubierta por una escritura clara y menuda, y Dyson empez a leer con la luz del palo brillando en sus ojos.

    V

    Desde que era joven, comenzaba la anotacin, he dedicado todo mi ocio, y buena parte del tiempo que debera haber empleado en otros estudios, a la investigacin de las ms curiosas y ocultas ramas del saber. Nunca me he sentido atrado por los comnmente llamados placeres de la vida, as que viv solitario en Londres, eludiendo a mis compaeros de estudios, y a la vez evitado por ellos a causa de mi ensimismamiento y mi indiferencia. Era enormemente feliz con tal de poder satisfacer mi ansia de conocimientos de cierta ndole peculiar, cuya misma existencia constituye un profundo secreto para la mayora de la humanidad, y a menudo he pasado noches enteras sentado en la oscuridad de mi habitacin, pensando en el extrao mundo a cuyo borde me haba asomado. Mis estudios acadmicos, sin embargo, y la necesidad de obtener un ttulo, me obligaron por algn tiempo a posponer mis investigaciones secretas, y poco despus de doctorarme conoc a Agnes, que se convirti en mi esposa. Alquilamos una casa nueva en este apartado suburbio y comenc la habitual rutina de una discreta prctica. Durante algunos meses viv bastante feliz, participando ms activamente en la vida de cuantos me rodeaban y pensando slo en raras ocasiones en esa

  • ciencia oculta que tiempo atrs me haba fascinado. Conoca lo suficiente acerca de los caminos que haba empezado a transitar como para saber que eran difciles y peligrosos, que mi perseverancia en ellos implicaba con toda probabilidad la destruccin de la vida y que conducan a regiones tan terribles que la mente humana retrocedera horrorizada con slo pensarlo. Adems, la tranquilidad y la paz que haba gozado desde que me cas me haba alejado en gran parte de lugares donde saba que no poda haber paz. Pero sbitamente (creo de veras que fue a consecuencia de una noche en que estaba tendido en la cama contemplando la oscuridad), sbitamente, deca, el viejo deseo, el pasado anhelo, regres, y lo hizo con una fuerza tal que, tras su ausencia, se haba intensificado diez veces. Cuando despunt el da y me asom a la ventana, viendo con ojos extraviados la salida del sol por el este, supe que mi destino estaba marcado; que al haber llegado tan lejos, ahora deba ir todava ms all con paso firme. Volv a la cama donde mi esposa dorma apaciblemente y me acost de nuevo, derramando amargas lgrimas, pues el sol se haba puesto sobre nuestra existencia feliz para cernerse como una horrible amenaza sobre ambos. No pondr aqu por escrito con todo detalle lo que sigui; aparentemente fui a mi trabajo como cada da y no dije nada a mi esposa. Pero pronto advirti que yo haba cambiado; pasaba mi tiempo libre en una habitacin que haba equipado como un laboratorio, y a menudo me deslizaba escaleras arriba en el gris amanecer, cuando todava brillaban sobre Londres las luces de innumerables farolas; y cada noche me acercaba ms a esa gran sima que iba a salvar, el abismo entre el mundo consciente y el mundo material. Realic numerosos experimentos complejos, y pasaron algunos meses antes de que me diera cuenta de la direccin en que apuntaban; cuando, por un momento, los pude experimentar en m mismo, sent que mi rostro palideca y que mi corazn enmudeca dentro de m. Pero hace ya tiempo que perd la facultad de volverme atrs, la facultad de detenerme ante las puertas que ahora se me abran de par en par y renunciar a entrar; la retirada estaba cortada, y yo nicamente poda seguir

  • adelante. Mi posicin era tan absolutamente desesperada como la de un prisionero en una mazmorra, cuya nica luz es la de la mazmorra, de arriba; las puertas estaban cerradas y la huida era imposible. Los experimentos dieron, uno tras otro, el mismo resultado, y yo saba, y me acobardaba en cuanto el pensamiento cruzaba mi mente, que para la tarea que tena que hacer necesitaba medios que ningn laboratorio poda suministrar, que ninguna balanza poda pesar. En esa tarea, de la cual incluso dudaba de escapar con vida, deba tomar parte la vida misma. Haba que arrancar de algn ser humano esa esencia que los hombres llaman alma, y en su lugar (pues en el esquema del mundo no hay aposentos vacos) poner algo que los labios difcilmente pueden pronunciar, que la mente no puede concebir sin un terror ms espantoso que el terror a la muerte misma. Y cuando supe esto, supe tambin sobre quin recaera este destino: escrut los ojos de mi esposa. Si en ese momento hubiera salido y, cogiendo una cuerda, me hubiera ahorcado, podra haberme librado, y ella tambin, pero de ninguna otra manera. Finalmente se lo cont todo. Ella se estremeci y se lament, e invoc la ayuda de su madre muerta, y me pidi clemencia, y yo slamente pude suspirar. No le ocult nada; le cont en lo que se convertira y lo que se introducira en lugar de su vida; le habl de toda la infamia y de todo el horror. Usted, que ha abierto la caja y ha visto su contenido, y que leer esto cuando yo est muerto (si es que no acabo por destruir este escrito), no s si podr entender lo que yace oculto en el palo. Pues una noche mi esposa consinti en lo que yo le ped, y, con lgrimas corrindole por el hermoso rostro, y el cuello y el pecho ruborizados por la sofocante vergenza, consinti en sufrir esto por m. Abr la ventana de par en par y juntos contemplamos por ltima vez el cielo y la sombra tierra; era una estupenda noche estrellada y soplaba una agradable brisa; la bes en los labios y sus lgrimas me resbalaron por las mejillas. Aquella noche ella baj a mi laboratorio, y all, con los postigos cerrados y atrancados, con las cortinas corridas del todo, de manera que hasta las mismas estrellas quedasen fuera del alcance de la vista,

  • mientras el crisol siseaba y la lmpara rebosaba, hice lo que tena que hacer y conduje afuera a lo que ya no era una mujer. Pero el palo flameaba y destellaba sobre la mesa con un brillo como jams contemplaron ojos humanos, y los rayos del fuego que arda en su interior deslumbraban y relucan, y resplandecan incluso en mi corazn. Mi esposa slamente me pidi una cosa: que la matara cuando finalmente sucediera lo que yo le haba contado. He cumplido esta promesa.

    Eso era todo. Dyson dej caer el pequeo libro y volvi a mirar de nuevo el palo con su llameante luz interior; luego, con el corazn embargado de indecible e irresistible horror, cogi la joya, la arroj al suelo y la pisote con sus tacones. Al retroceder, su rostro palideci de terror y, por un momento, se sinti enfermo y tembloroso, y, luego, con un sobresalto, cruz la habitacin y se apoy contra la puerta. Poda escucharse un siseo amenazador, como un escape de vapor a elevada presin, y al mirar, inmvil, la joya, vio que de su mismo centro brotaba lentamente una densa estela de humo amarillo, que suba en espirales en forma de serpiente. Entonces, del humo brot una tenue llama blanca que ardi vertiginosamente y desapareci en el aire; y en el suelo qued una especie de ceniza negra que se pulverizaba al tacto.

  • i[1] Se refiere a la famosa y cntrica plaza de Londres, Picadilly Circus. Es lugar muy concurrido por paseantes, turistas y gente desocupada.

    ii[2] rats: fracasados (vocablo francs).

    iii[3] carent quia vate sacro: porque carecen de poeta sagrado

    iv[4] Barrio cntrico de Londres donde estn ubicados los bancos y las grandes compaas.

    v[5] Ser mitolgico representado con cabeza y cuerpo de hombre, orejas puntiagudas, pequeos cuernos y la parte inferior del cuerpo de macho cabrio.

    vi[6] cabriol: coche ligero, generalmente de dos ruedas, provisto de capota plegable.

    vii[7] Calle londinense que est junto a la zona de teatros. Antiguamente era un paseo.

    viii[8] Se trata de calles emplazadas en la zona ms cntrica de Londres. El Soho es un barrio poblado por gentes de diversos pases, plagado de tiendas y restaurantes y que, especialmente en el siglo XIX, tena una psima reputacin.

    ix[9] Es decir, que por falta de medios econmicos acabara de hombre anuncio o de comparsa (figurante, extra) en una obra de teatro.

    x[10] reps: tela de moar, de seda o lana, utilizada en tapicera. (N. del T.) .

    xi[11] Paracelso (1493-1541) fue un mdico y alquimista suizo. Bas su teraPutica en la pretendida correspondencia del mundo exterior (macrocosmos) y las diferentes partes del organismo (microcosmos). Desterr frmacos complicados y fue el primero en creer que algunos venenos a pequeas dosis eran excelentes medicamentos. Por otra parte, los rosacruces fueron una cofradia de iluminados que existi en Alemania en el s. XVII y se extendi por varios pases. Mezclaban elementos de la masonera y de la magia.

    xii[12] explicit: trmino usado Para indicar el final de un libro o de un relato

    La Luz Interior