Luis Sepúlveda - Café ("Desencuentros")

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Texto: Café Autor: Luis Sepúlveda Fuente: Desencuentros, Tusquets Editores http://www.gbv.de/dms/sub-hamburg/234837551.pdf Prof. Marcela Spezzapria - [email protected] 1 Café Ella está bajo la ducha. El agua cae sobre su cuerpo y se detiene en la formación de repentinas estalactitas en el abismo de esos senos que has besado durante tantas horas. Colocas café en el filtro, calculas la cantidad de agua para cuatro tazas y oprimes el botón rojo. Escuchas el sonido del agua que hierve eléctricamente y gota a gota va cayendo sobre el café, formando ese lodo aromático. Argamasa que une los adoquines de la mañana. Ella aparece con su salida de baño anudada con descuido. Puedes ver sus muslos relucientes, húmedos aún. Retiras la cafetera, la llevas a la mesa, dispones las tazas, compruebas que los claveles persisten en su agónica estatura rosada. No son tan puramente perecederos como las rosas de mayo. Aparece ahora con una toalla anudada a manera de turbante, puedes ver su nuca, el cuello liso y fresco, que huele a talco. Bajo el turbante un diminuto mechón escapa a las intenciones del secado y se adhiere a la piel con esa extraña presencia de rubia petrificación. Ella se sienta, tú también lo haces y, frente a ustedes, el silencio de siempre ocupa su lugar. Sirves el café lentamente, alargas la mano hacia ella con la taza servida, llenas la tuya, con la mirada le ofreces las cosas que hay sobre la mesa. Pan, mantequilla, mermelada y otros alimentos que a esas horas y en esas circunstancias se te antojan absolutamente insípidos. Compruebas que ella no acepta, que simplemente enciende un cigarrillo y derrama unas gotas de leche en su taza de café. Con la cuchara realizas breves movimientos giratorios que van formando espirales, hasta que compruebas la total disolución del azúcar que se ha hundido como polvo de espejos en un pozo, silenciosamente, respetando el carácter intocable de esta mañana-silencio que se inicia. Ella es finalmente la primera en probar el café y su primera idea es que tal vez la taza estaba sucia. Levanta los ojos, te mira sin recriminaciones en el mismo instante en que tú bebes el primer sorbo y piensas que puede ser el cigarrillo el responsable de este sabor por el momento incalificable, pero es ella quien lo dice: –Este café tiene sabor a fracaso.

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Material de uso en clase. Referencias bibliográficas de AL SITIO LENGUAS. Material de estudio.

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Texto: Café

Autor: Luis Sepúlveda

Fuente: Desencuentros, Tusquets Editores

http://www.gbv.de/dms/sub-hamburg/234837551.pdf

Prof. Marcela Spezzapria - [email protected] 1

Café

Ella está bajo la ducha. El agua cae sobre su cuerpo y se detiene en la formación de repentinas

estalactitas en el abismo de esos senos que has besado durante tantas horas. Colocas café en el filtro,

calculas la cantidad de agua para cuatro tazas y oprimes el botón rojo.

Escuchas el sonido del agua que hierve eléctricamente y gota a gota va cayendo sobre el café, formando

ese lodo aromático. Argamasa que une los adoquines de la mañana.

Ella aparece con su salida de baño anudada con descuido. Puedes ver sus muslos relucientes, húmedos

aún. Retiras la cafetera, la llevas a la mesa, dispones las tazas, compruebas que los claveles persisten en

su agónica estatura rosada. No son tan puramente perecederos como las rosas de mayo.

Aparece ahora con una toalla anudada a manera de turbante, puedes ver su nuca, el cuello liso y fresco,

que huele a talco. Bajo el turbante un diminuto mechón escapa a las intenciones del secado y se adhiere

a la piel con esa extraña presencia de rubia petrificación. Ella se sienta, tú también lo haces y, frente a

ustedes, el silencio de siempre ocupa su lugar.

Sirves el café lentamente, alargas la mano hacia ella con la taza servida, llenas la tuya, con la mirada le

ofreces las cosas que hay sobre la mesa. Pan, mantequilla, mermelada y otros alimentos que a esas horas

y en esas circunstancias se te antojan absolutamente insípidos. Compruebas que ella no acepta, que

simplemente enciende un cigarrillo y derrama unas gotas de leche en su taza de café.

Con la cuchara realizas breves movimientos giratorios que van formando espirales, hasta que

compruebas la total disolución del azúcar que se ha hundido como polvo de espejos en un pozo,

silenciosamente, respetando el carácter intocable de esta mañana-silencio que se inicia.

Ella es finalmente la primera en probar el café y su primera idea es que tal vez la taza estaba sucia.

Levanta los ojos, te mira sin recriminaciones en el mismo instante en que tú bebes el primer sorbo y

piensas que puede ser el cigarrillo el responsable de este sabor por el momento incalificable, pero es ella

quien lo dice:

–Este café tiene sabor a fracaso.

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Texto: Café

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Fuente: Desencuentros, Tusquets Editores

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Entonces te levantas, le arrebatas la taza de la mano, tomas la cafetera y vuelvas todo el líquido en el

lavaplatos.

El café desaparece entre burbujas calientes y no queda más que una oscura presencia que bordea el

desagüe. Abres un nuevo paquete, calculas agua para cuatro tazas y estás de pie esperando que, gota a

gota, se vaya formando nuevamente esa porción de lodo matinal.

Sirves. Ella prueba. Te mira con tristeza. No dice nada. Bebes de tu taza y la miras. Ahora eres tú el que

exclama:

–Cierto. Tiene sabor a fracaso.

Ella dice benevolente que puede ser cosa del azúcar o de la leche y tú gritas que no has puesto ni leche

ni azúcar en tu taza.

Enciente otro cigarrillo y aleja su taza hasta el centro de la mesa mientras tú sacas todos los paquetes de

café que guardas en la alacena y con la punta de un cuchillo los vas abriendo, frenético vas palpando

con tus dedos su textura fina, pruebas, escupes, maldices, compruebas que todo el café de la casa tiene

el mismo inevitable sabor a fracaso.

Ella no ha probado ninguno y también lo sabe. Te lo dice sin palabras. Te lo dice con la mirada perdida

en los dibujos poliédricos del mantel. Te lo dice que con el humo que escapa de sus labios.

Regresas a tu silla sintiendo algo así como un ladrillo en la garganta. Quieres hablar. Quieres decir que

juntos habéis tomado muchos cafés con sabor a olvido, con sabor a desprecio, con sabor a odio amable

y monótono. Quieres decir que ésta es la primera vez que el café tiene este desesperante sabor a

fracaso. Pero no logras articular ni una palabra.

Ella se levanta de la mesa. Va al cuarto contiguo. Se viste lentamente y hasta tus oídos llega el clic de su

pulsera. Avanza hasta la puerta, coge las llaves, el bolso, el pequeño libro de viajes, piensa algo antes de

abrir la puerta y retrocede hasta tu puesto para estampar en tus labios un beso frío que, aunque no lo

creas, tiene el mismo sabor a fracaso que el café.