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Luis Enrique Aragón Farkas Enamorando a la luna le dio alma a la música andina colombiana Luis Enrique en una foto promocional, año 1986. Álbum personal Por: Jhonny Alexánder Lozano Bermúdez

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Luis Enrique Aragón FarkasEnamorando a la luna le dio alma a la música andina colombiana

Luis Enrique en una foto promocional, año 1986. Álbum personal

Por: Jhonny Alexánder Lozano Bermúdez

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Luis Enrique Aragón Farkas

Luis Enrique Aragón Farkas

Como si estuviese avergonzada, la cara de la luna empezaba a sonrojarse. El esplendor que noche a noche dejaba caer por las calles se veía matizado por un carmesí intenso que, amenazante, iba ganando terreno y la tornaba cada vez más escarlata. Luis Enrique, infante retraído y cautivo de la belleza de la luna, avanzaba incrédulo por los matorrales para divisar con más precisión algo que le parecía fascinante. Finalmente, encontró un sitio que colmó sus expectativas y la divisó, la contempló con asombro y cierto grado de compli-cidad. Un par de horas pasaron y él, extasiado, no dejaba de mirarla. Quería congelar cada segundo y vivirlo con la intimidad propia de quien es testigo de una revelación. Nuestro personaje, Luis Enrique Aragón Farkas, músico y compositor tolimense de reconocimiento nacional, ganador del Festival Mono Núñez de Ginebra, Valle, del Mangostino de Oro de Mariquita, Toli-ma, del Colono de Oro en Florencia, Caquetá, entre otros, siendo un niño de apenas once años, osaba robarle un beso a la luna eclipsada, en aquella re-mota noche ibaguereña.

El tercer hijo del matrimonio de doña Vhiry y don Carlos llegó al mun-do el 2 de octubre de 1951. El pequeño Luis Enrique es el retoño de un hom-bre vallecaucano de mirada calculado-ra y verso apacible, un ciudadano que combinaba su oficio de comerciante de vehículos con las tareas propias de un patriarca de la época. Luis Enrique, de niño, era el consentido de una mujer con ascendencia en la Europa del Este, una matrona de espíritu infranqueable y sensibilidad artística depurada. Ma-dre que con manos inteligentes forjó

Luis Enrique (derecha) al lado de sus hermanos María Milena, Carlos Guillermo, María Susana y

María Paulina. Años 60. Álbum personal

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un hogar en el que Carlos Guillermo, su hermano mayor y el mismo Luis Enrique compartían crianza, paredes y lazos sanguíneos con un contingente de Marías que adornaban el clan Aragón-Farkas con su presencia y dulzura: María Susana, María Paulina, María Milena y María del Pilar. Luis Enrique, sensible y ensimismado, habría de convertirse en un referente de la música colombiana. Ganador en dos ocasiones del Festival Mono Núñez, compo-sitor de canciones memorables como: El beso que yo le robé a la luna y El aprendiz de hechicero. Optómetra titulado de la Universidad de La Salle, em-presario, dirigente, intérprete, padre de familia y abuelo. El maestro Aragón Farkas es hoy un cúmulo de vivencias y de historia musical, que batalla a dia-rio con los avatares de un accidente cerebrovascular que desde el año 2005 ha limitado su movilidad. La vida de este hombre es una invitación constante al reconocimiento y una prueba irrefutable de la existencia de tolimenses que han dejado huella en la región.

En el conjunto Santo Domingo de una Ibagué que empieza a habituarse a los edificios altos en su panorámica, Titite, remoquete que ha sido sombra permanente, apodo recibido desde su infancia, me aguarda al otro lado de la puerta. Escucho murmurar al maestro y adivino un forcejeo con alguien o algo que le impide recibirme: “Es que estoy controlando a Maía, si no la aga-rro firmemente se le va a tirar encima”, anunció.

Tras unos segundos de dulce es-pera recibí autorización de Aragón para ingresar. Ahí estaban él y Maía, una labradora de un año con fuerza en el espíritu y oscuridad en el pelaje. Con ojos saltones de dicha al recibir visita, la anfitriona de cuatro patas danzaba con energía y torpeza, mien-tras Luis Enrique intentaba dominarla con la pericia de quien ha estado mu-chas veces en la misma situación. “Ella siempre se pone así, pero después se

Luis Enrique y María Paulina. Año 1954. Álbum personal

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calma”. Luego de un breve saludo e intercambiar un par de frases sobre la última vez que nos habíamos visto, acciono la grabadora para registrar el relato. Pasan unos veinte segundos y Maía lanza dos ladridos para anunciar el inicio de un viaje guiado por la memoria del personaje, del artista, del hombre, del niño que se remontó a una época de juegos y travesías.

Luis Enrique en el centro rodeado de sus hermanos, acompañando a sus padres en las bodas de oro del matrimonio Aragón Farkas.

Álbum familiar

La primera parada del viaje por las añoranzas de Aragón Farkas me lleva a una villa adolescente en formación, de brisas generosas y familias musicales. La Ibagué de los años cincuenta abrazaba en su seno un pese-bre de casas de fastuosas dimensiones. Colmenas de niños corrían y alzaban sus voces por las calles del barrio Interlaken, en una diáspora de juegos y rondas que celebraban con nocturna y religiosa periodicidad. Lanzándose miradas cómplices, la cuadrilla de compinches de Luis Enrique se daba cita para entregarse al frenesí de sus infantiles cruzadas. “Los Criales, los López, los Varela, los Falla, los Vallejo, los Lopera, entre otros, eran los amigos más cercanos y con ellos compartíamos todos los días”. Aprovechando el carác-ter semirural de la zona, Luis Enrique emprendía travesías con sus amigos hasta el colegio San Jorge, un recinto educativo de salesianos que potenciaba

Maia, fiel compañera del maestro Aragón. Foto: Luis Enrique Aragón

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vocaciones agrícolas entre la juventud tolimense. Allí, los improvisados ex-ploradores solían pasar largas jornadas cazando sapos, saltando matorrales y viviendo sin darse cuenta de una infancia privilegiada. El carácter aventu-rero de Luis Enrique, herencia incuestionable de su señora madre, lo llevó a conquistar las colinas del sector de Calambeo en compañía de “Rintintín”, un cruce de pastor alemán con nombre de moda para la época, y “Mimo”, un pequinés genérico que tenía tanto de dulce como de latoso.

“Hubo una vez que incluso llegué hasta arriba, casi donde se inicia el camino a San Juan de la China”, recuerda el maestro Aragón. De acuerdo con Luis Enrique, sus arranques de expedicionario encuentran génesis en el abuelo materno, Alejandro, un ornamental húngaro que decidió dejar el viejo continente durante la Primera Guerra Mundial colgado del primer bu-que en el que pudo zarpar al Nuevo Mundo. Un mundo con olor a tabaco y sabor en sus habitantes que lo esperaba al otro lado del Atlántico para ser su morada por el resto de sus días.

Paralelo a un carácter de explorador, el pequeño Luis Enrique iba des-cubriendo su vocación musical como espectador de las clases de acordeón que su hermana María Susana recibía a la batuta del profesor Orfeo Richa-rini, docente italiano adscrito al Conservatorio del Tolima, una de las tan-tas luminarias musicales que engalanaban el profesorado de la institución musical de la época. “Mi hermana intentaba seguir las indicaciones y yo me daba cuenta cuando cometía un error, a veces incluso la corregía”. Pronto, el maestro Richarini le sugeriría a doña Vhiry que aquel infante que con algo de insolencia comentaba las lecciones, debía ser el destinatario de la cátedra, con el fin de sacar provecho del que parecía un oído privilegiado. Más temprano que tarde, un entusiasmado Luis Enrique iniciaría sus clases de acordeón y con ellas nació una entrañable complicidad con la música, un arte que le acompañaría siempre, que se volvería su forma personal de mirar el mundo y comprender su realidad.

Al lado de Jorge Guzmán Díaz, amigo del barrio y compañero del co-legio, hijo del médico Jorge Guzmán Molina, uno de los hombres más em-blemáticos de la historia del Deportes Tolima, Luis Enrique avanzaba con

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armoniosa naturalidad en las clases de acordeón. Rápidamente aprendió a tocar otros instrumentos. El piano, del cual alaba su participación activa en las melodías y la guitarra, su más cercana compañera. “La guitarra es el ins-trumento universal, es mi favorito, es distinta a todos los demás instrumen-tos porque es más íntima, uno la abraza y con ella siente que vuela, y aparte de todo tiene forma de mujer”, describe Aragón Farkas mientras evoca los momentos de serenata. Empuñando la guitarra, apasionada amante, un Luis Enrique pletórico de juventud acechó las noches ibaguereñas con la com-plicidad de sus amigos y la generosidad de su música. “Fui un muchacho muy serenatero, con los amigos conformábamos murgas para tocar boleros con los que dábamos serenatas a nuestras amigas o a las muchachas que nos gustaban. En esa época todo era muy sano, nunca tuvimos ningún problema por hacerlo”. Pese al innegable vínculo que de manera natural se daba entre Luis Enrique y la música, en sus años juveniles, Aragón nunca consideró convertirse en un músico de academia. En aquellos tiempos a los músicos les precedía la reputación de díscolos, bohemios, mujeriegos e inestables. No se le auguraba un futuro promisorio a aquel que osara apartarse de las carreras tradicionales y menos si su juventud, preciado recurso, se iba a invertir en una vocación propia de “borrachos y andariegos”, como se rotulaba en esos años a los músicos de profesión.

Optómetra con la venia de sus padresLa promoción de bachillerato del año 1967 estuvo marcada por la trágica muerte de Eduardo Núñez, un estudiante del San Luis Gonzaga (hoy cole-gio Champagnat), que pereció ahogado en un paseo realizado por los inte-grantes de sexto de bachillerato. “Esa tragedia nos conmovió mucho a todos, incluso en la ceremonia de graduación no se iba a hacer nada musical, pero el propio hermano director del curso, Jorge Ordóñez, me pidió a mí que me inventara algo. Rápidamente montamos un coro que tuve la responsabilidad de dirigir e hicimos una presentación muy sentida”. Con la culminación del bachillerato, Aragón Farkas decidió iniciar sus estudios superiores en Opto-

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metría, una carrera que para los finales de la década del sesenta gozaba de relativo prestigio. Titite se embarcaba en una profesión seria y estructurada del gusto de sus padres.

Durante sus años en la Universidad de la Salle, Luis Enrique se instaló en el hogar de la familia Chacón, unos paisanos de tierra firme que lo al-bergaron y también profesaban un amor incondicional por la música. Los semestres avanzaban raudos dejando una estela de materias y exámenes aprobados con justeza. Mientras tanto, la música seguía a Aragón de cer-ca, con la misma cercanía con la que Rintintín y Mimo lo acompañaban a las colinas de Calambeo. “En la época universitaria seguí en Bogotá con las serenatas, daba clases particulares de música y estuve a cargo de varios pro-yectos musicales, incluso compuse el himno de la Tuna de la Universidad y propuse un himno para la Universidad”, evoca Aragón, quien supo llevar su inspiración para crear una composición institucional insignia, con su her-mana Pilar y sus compañeras de curso: El himno del Colegio Santa Teresa de Jesús, de Ibagué. Las serenatas que en otras ocasiones tuvieron lugar en la apacible ciudad musical, tenían ahora como escenario las fiestas de salón en la capital colombiana. Luis Enrique encontró siempre cómplices para arran-carle boleros a la guitarra y expandir su quehacer serenatero durante su vida universitaria.

Germán Kairuz, un reconocido optómetra ibaguereño, comentarista deportivo que supo asistir a citas orbitales como el Mundial de Italia 90, fue testigo de los años de formación universitaria de Luis Enrique, desde su rol de compañero y colega, Kairuz señala: “Chacón, Kairuz y Aragón fuimos los primeros optómetras en instalarnos en Ibagué. Veníamos de una formación muy estricta con optómetras alemanes y algunos colombianos que habían estudiado en Estados Unidos”. Con su título universitario obtenido, Aragón estableció su óptica en la Carrera 3ª entre calles 11 y 12, en los bajos del en-tonces edificio del Banco Cafetero, en pleno centro de Ibagué. Su negocio se llamó Santa Lucía, en honor a la patrona de la vista. Pronto, el local atendería a cientos de tolimenses y Luis Enrique empezaba a forjar un nombre reputa-do entre los optómetras de la Ibagué de los años setenta.

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Noches antioqueñas de bohemia

Muchos años después de haber vivido en Medellín, el maestro regresó varias veces. Aquí con Elkin Restrepo (izquierda), Hernando Aguirre (de blanco) y Marcel Botero (derecha).

Álbum personal

Antes de finalizar sus estudios superiores y debutar como optómetra titulado en Ibagué, Titite vivió durante más de un año en Medellín. Su clima prima-veral, la cordialidad de su gente y un aire bohemio e inspirador, desperta-ron en Luis Enrique un cariño particular por la Capital de la Montaña. Un trabajo temporal para reemplazar a un optómetra que viajaba a El Salvador fue la razón de su estancia. Lentamente, con la paciencia que va dando la madurez, pero con la vivacidad de un adulto recién consolidado, el maestro Aragón se dejó cautivar por la bohemia de las noches antioqueñas. Bares, tangos, tertulias, aguardiente y guitarra eran los elementos habituales de la actividad nocturna en la capital antioqueña. En compañía de sus amigos, las noches eran largas y festivas, en varias ocasiones esperaban el amanecer para saludarlo con sus voces trasnochadas. “En el sector de Laureles nos daban las seis o siete de la mañana, cantando y hablando en un andén o en un parque”.

Una de las características que más destaca Aragón entre los medelli-nenses es el respeto por el artista. “Cuando uno empezaba a tocar, la gente

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hacía silencio, prestaba atención y valoraba con halagos gratamente exage-rados y su aplauso la calidad de la interpretación”. Con la sensación de tener una investidura como artista, cortesía de un público cálido y respetuoso, Aragón quedó fascinado y sintió una afinidad enorme con el fervor musical antioqueño. A pesar de sentirse cómodo en la Capital de la Montaña, Luis Enrique empezó a experimentar la natural nostalgia del que se ha apartado de su terruño. Las reminiscencias del maestro sensibilizaron sus aptitudes musicales y se aventuró a componer melodías para cantarle a la tierra año-rada. “En Medellín compuse Tardecitas tolimenses, una canción que nació por la nostalgia que yo sentía por no estar en la tierrita”. La bohemia y la inspiración experimentadas en Medellín serían elementos fundamentales en la creación de sus canciones. Su estancia en la Bella Villa le dejó un cúmulo de vivencias trascendentales como profesional y artista en formación.

El beso que todos le robamos a la lunaEl apartamento del maestro Aragón está totalmente adaptado para facilitar sus actividades y desplazamiento. Barras, tubos, agarraderas y demás utensi-lios se asoman por las habitaciones y los baños. Maía, su compañera insepa-rable, es tal vez la protagonista principal en la labor de matizar la condición actual de Luis Enrique. En medio de la conversación, me despojo de mi dis-fraz de entrevistador y me visto con el cómodo ropaje del admirador confe-so. Le pregunto al maestro por su magistral creación: El beso que yo le robé a la luna. Esbozando una sonrisa como respuesta a mis ademanes aparatosos al hablar de la canción, Aragón manifiesta con suficiencia: “La luna es como una mujer, siempre he visto la cara de una mujer reflejada en la luna. Las mujeres y la luna tienen un ciclo de veintiocho días. Para mí la luna es una mujer y a ella le he cantado siempre”.

En el año 1989 nació para el mundo una composición romántica, una canción que relata el delirio de alguien que osó robarle un beso a la luna y desde entonces, intenta escapar a los constantes hechizos que el cuerpo celeste usa para recuperar aquel beso. En una interacción cósmica entre el

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ladrón del beso y las estrellas, se deslizan metáforas de belleza femenina y una promesa de volver a amar bajo la luna. Pese a la evidente conno-tación romántica del Beso que yo le robé a la luna, canción celebrada y obra cumbre de Luis Enrique, su compositor señala que no se la dedicó a nadie en particular, simplemente dejó escapar su inspiración para después capturarla en magnífica letra e impecable melodía, enmarcando todo en las referencias hechas a la luna por el cantautor argentino Héctor Roberto Chavero, mejor conocido como Atahualpa Yupanqui. En su zamba Luna tucumana, el compositor gaucho se refiere de forma especial a la luna: “Yo no le canto a la luna porque alumbra nada más, le canto porque ella sabe de mi largo caminar”. Recita de memoria Aragón, pagando tributo a una canción y a un estilo de componer que influyó de manera notable en la más célebre de sus melodías.

En el cancionero elaborado por Aragón se aprecian valses, bambucos, pasillos, sanjuaneros, entre otros. Sus creaciones reflejan sensibilidad plena por elementos culturales propios de la región tolimense. La identidad del habitante de la tierra firme se ve retratada en los versos y estribillos de sus obras. Un puñado de recursos retóricos, seleccionados con paladar de cata-dor literario, da acento a sus composiciones. Luis Enrique no se considera poeta, pero deja entrever en sus canciones una pasión confesa por la poesía: “Siento una admiración profunda y un respeto inmenso por los poetas, la poesía es sin duda mi género literario favorito”.

Uno de los poetas que más despierta admiración en el maestro Ara-gón es León de Greiff, extraordinario antioqueño de apariencia y maneras de bohemio, dueño de un estilo inimitable. De Greiff ha sido venerado por hombres ilustres y artistas connotados del país. Muchos tuvieron el privilegio de departir con él en el mítico café El Automático, pero no tan-tos se aventuraron a las entrañas del hogar del poeta, ubicado en el barrio Santa Fe, que por aquella época no contaba con la vorágine de prostíbu-los que ornamentan en la actualidad al tradicional vecindario capitalino. Luis Enrique, tocado por la diosa fortuna, deambulaba con su novia en un maltrecho trole de los años setenta bogotanos. En el fondo del vehículo

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iba un impávido octogenario con una bolsa de supermercado y la mirada perdida en el horizonte. “Le dije a mi novia de la época: ¡Mire, ese es León de Greiff!”. Ella, torrente de espontaneidad, sin reparos, se acercó al ancia-no de la bolsa misteriosa y entabló amena conversación con él. “Si quiere nos vamos a mi casa”, propuso León de Greiff. “De una, pero estoy con mi novio, entonces vamos los tres”, sentenció ella. Aragón recuerda que lle-garon a la casa del poeta en el barrio Santa Fe y quedó sorprendido por la cantidad de discos, libros, cuadros maltrechos y demás artículos, que con caótica distribución engalanaban una atmosfera bohemia y proclive a la nostalgia. “Nos sentamos en la sala y nos sirvió whisky en unos vasos que fueron frascos de mermelada, nos llamó la atención porque siendo apenas mediodía, el maestro De Greiff ya iba por la segunda botella, era un sabio bebedor como pocos”.

Ricardo López (izquierda) acompaña en la guitarra al maestro Aragón Farkas. Tomada del perfil en Facebook de Luis Enrique Aragón

Al retomar el timón del relato para conducirlo por las aguas del lega-do de Aragón, es necesario hablar de la dificultad que el maestro encontró para grabar sus canciones. En tertulias, charlas, entrevistas, diálogos y hasta soliloquios, Aragón ha repetido de manera incesante que en su época más

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fructífera como compositor tradicional no fue fácil convencer a los duetos para que grabaran sus obras. “En esos años solamente estaban los duetos de Garzón y Collazos, Los inolvidables, Silva y Villalba, Viejo Tolima y no había más. Era muy complicado grabar en esa época. Les tocaba irse para Sonolux o a alguna casa disquera en Bogotá, era todo muy complejo”. Las dificultades experimentadas por los intérpretes de aquellos años no permitieron que la cantera de canciones creadas por el maestro Aragón tuviera mayor difusión. Pese a lo complejo del escenario musical de antaño, algunas canciones de Luis Enrique fueron grabadas: Tardecitas tolimenses y La tamborita a cargo del dueto Viejo Tolima. El calentano grabado por el dueto Los Inolvidables y la Caña mestiza grabada por el grupo Tierra Caliente. La primera canción que se desprendió de la creatividad de nuestro personaje fue precisamente Tardecitas tolimenses. Titite recuerda que aquella nostalgia de estar lejos de su natal Ibagué le dio licencia para agudizar sus sentidos y gritarle de manera armónica a su tierra, la añoranza que le despertaba durante su estancia en Medellín. “El estilo que yo pretendía seguir en esa época era muy tradicional, intentaba rescatar muchos elementos de mi región”.

César Augusto Zambrano, artista que con letras doradas grabó su nom-bre en la historia musical de la región, habla de Luis Enrique alternándose entre la admiración y la camaradería. Destaca de la obra de Aragón su im-portancia para la identidad cultural tolimense y pondera el estilo único de composición de Titite:

“Sus canciones son complejas, no son fáciles de interpretar, tienen un sinnúmero de matices musicales y le llegan mucho a la juventud”. El maestro Aragón, mensajero de generaciones, en sus inicios creció con los duetos tra-dicionales que predominaban en la música colombiana, luego en su madurez como artista, trajo a la palestra musical ritmos y melodías distintas para ex-presarse con formas más acordes al oído y a la sensibilidad de los jóvenes. “El legado del maestro Aragón perdurará por mucho tiempo, su cercanía con la juventud le garantiza años en la mente de los amantes de la música. Es un ibaguereño que trascendió la frontera de las generaciones para eternizar la belleza de su música”, señala el maestro Zambrano.

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En los primeros años de compositor, Luis Enrique Aragón Farkas qui-so perpetuar los aires regionales en su música. Elementos costumbristas y conspicuos de su región adornaban sus canciones. En El calentano se halla una descripción sentida y precisa del típico hombre tolimense que, entrado en años, se viste de blanco para la cotidianidad y la fiesta: “Yo soy indio y español, calentano, amigo soy, pa’ más señas, tolimense”. El retrato creado por Aragón en este bambuco fiestero es sin duda un pedazo de identi-dad hecha canción a través de las notas de su guitarra. Sin embargo, con el pasar del tiempo, Aragón evolucionó como compositor y dejó de lado sutilmente los elementos de su tierra para descubrir una forma de hacer música colombiana con aires más universales, con sonidos más propios de un sentir que palpitaba una nueva forma de interpretar el arte: la nueva expresión.

PalmarésEl Festival de Música Andina Mono Núñez reúne lo más selecto de la com-posición e interpretación del género. Desde 1975, Ginebra, Valle del Cauca, municipio que coquetea con la frontera risaraldense, sirve como escenario para las galas que festejan la música andina. Entre los diferentes y connotados compo-sitores que han desfilado con sus creacio-nes por la pasarela musical vallecaucana, el maestro Luis Enrique Aragón Farkas se ha ganado un laureado sitial de respeto, producto de sus participaciones, triunfos, aportes técnicos y oficios de jurado. En 1988, fungiendo como director musical del grupo Tierra Caliente de Ibagué, en la categoría modalidad de grupos mixtos, Aragón se coronó ganador del Festival a Luis Enrique, con su hermana María del Pilar,

homenajeado en el Festival Mono Núñez. Álbum personal

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Luis Enrique Aragón Farkas

la batuta del grupo. En 1991, el vals Como tú dices le otorgó una nueva satis-facción en el Festival Mono Núñez. En aquel año, justo en el amanecer de la década del noventa, Luis Enrique marcó un hito en la historia de la competi-ción musical vallecaucana. Tres canciones de su autoría se disputaron el pri-mer lugar del concurso: Mi Sueño y Sortilegio, dos bambucos trenzaron, junto a la canción ganadora, una inédita pelea por el máximo galardón del Festival. Acompañado por su abundante cosecha musical, Titite volvió a ocupar el pri-mer peldaño del podio en un concurso en el cual se sentía cada vez más holga-do. En esta oportunidad, el músico de alma y optómetra de profesión, sedujo a su público y al jurado con una sublime pieza musical llamada: Como si fueras la luna. Corría el año 1996 en esta ocasión, la categoría que ungió a Aragón como vencedor fue “Canción vocal inédita de nuevas expresiones”. De nuevo Luis Enrique amasó la arcilla de su amor confeso por la luna, para moldear un excelso bambuco que retrata la claridad, la luz irradiada por una mujer que con su fulgurante presencia, ayuda a un poeta a encontrar su poema perdido entre las nubes.

Con Jorge Vidales, Miguel Ospina, Leonor Buenaventura de Valencia, Pedro J. Ramos, Doris Morera de Castro, Libardo Fonseca, Alfredo Collazos y Carlos Garzón, entre otros.

Álbum personal

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Consecuencia del éxito de sus composiciones y habiendo despertado admiración profunda por su trabajo en el Festival Mono Núñez, Aragón em-pezó a estrechar su relación con el concurso y se erigió como voz autorizada para seleccionar canciones de varias regionales del país que competían en el certamen. Igualmente, prestó sus servicios como jurado calificador de la contienda musical en varias oportunidades. Sin duda, pronunciar el nombre de Luis Enrique en Ginebra, Valle, es evocar un legado inconmensurable que aún no dimensionamos. Sus composiciones son reconocidas, celebradas y referenciadas en el Festival como verdaderos himnos de la música colom-biana andina.

La obra musical de Luis Enrique también fue galardonada en el Festival “El Colono de Oro”, un certamen de música Andina que se celebra en Floren-cia, la cálida capital de Caquetá, durante el mes de noviembre o, en ocasio-nes, en diciembre. El aprendiz de hechicero, un bambuco de título enigmático y una letra que enmarca el romanticismo en una atmósfera esotérica, fue ganador del Festival en el año 1994, en la categoría “Obra inédita”. En su letra encontramos: “Y voy a ser esta vez, el artífice de un beso, que perturbará tus sueños cada día”. De nuevo los elementos amorosos de siempre encuentran lugar en embrujos, hechizos y sueños, componentes que se volvían habitua-les en las composiciones ganadoras del maestro Aragón.

Pereira, ciudad intermedia con industria prominente y mu-jeres de radiante belleza, también recibió con beneplácito la música del maestro Aragón, en el marco del Concurso Nacional de Bambu-co “Luis Carlos González”, en 1996. En la categoría “Obra inédita” el ju-rado del certamen proclamó gana-dor a Aragón por su composición El solar, canción que de manera inesperada surgió mientras Luis

Luis Enrique empuñando a su gran confidente, a su gran amor, a la guitarra. Álbum personal

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Enrique regresaba en avión de un viaje con sabor amargo. Había fallecido el padre de su primera esposa, Antonio Ibern Eguileor, un ingeniero cubano con quien Luis Enrique había forjado una muy buena relación. El isleño era un caballero en todas sus letras y Aragón profesó por él una admiración profunda y un respeto infinito. Durante su viaje de regreso, después de haber asistido al funeral en la capital del Atlántico, Barranquilla, Aragón vio desde la ventana del avión unas praderas bañadas por una suerte de oro pulverizado. Ese ámbar sin igual le pareció un bello retrato de su país, una parte de esa Colombia que tanto ama, digna de ser inmortalizada en una canción: “Y yo vi a mi patria en el solar con la lluvia sobre las mejillas, arrugando el blanco delantal, que vistió para rezar, frente a la mesa servida”.

El palmarés del maestro Luis Enrique Aragón Farkas no conoce te-cho. Su legado artístico seguiría cosechando reconocimientos con el paso del tiempo. En Mariquita, Tolima, un municipio que supo ser eslabón en la cadena de la ruta Mutis, terruño apacible de temperaturas altas y con la ermita erigida como su símbolo supremo, se desarrolla el Festival Nacional de Música “El Mangostino de Oro”. El evento toma el nombre de una pulpo-sa y exquisita fruta de la región. Aragón probó nuevamente las mieles del re-conocimiento a su labor, cuando en la categoría “Obra inédita” se alzó con el triunfo con la pieza: Canción de la luna llena. Una nueva declaración de amor a la luna que se estableció con holgura como la principal fuente de inspiración del maestro Aragón para esculpir sus inolvidables canciones.

En el año 2007, el repertorio mu-sical del hijo de doña Vhiry y don Carlos fue homenajeado por la Funda-ción Musical de Colombia. Este reco-nocimiento lo recibió nuevamente en

Luis Enrique con la Medalla Ciudad Musical. Ibagué, año 2009. Foto de su hija María Catalina

Aragón Ibern

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el año 2015. El colegio Santa Teresa de Jesús también celebró la obra de Aragón, un artista que siempre estuvo identificado con la institución de la Carrera 6ª con Calle 38. Corría el año 2007 y las estudiantes, directivas y demás miembros de la comunidad educativa, colmaron el coliseo del Co-legio para honrar el arte de Luis Enrique. Dos años más tarde, la Alcaldía de la Ciudad Musical, a cargo de Jesús María Botero, le entregó la “Medalla Ciudad Musical”, agradeciendo el aporte incalculable de Aragón a la cultu-ra musical de la capital del Tolima.

Las composiciones que encontraron inspiración en su terruño también fueron galardonadas con reconocimientos que engrosan la lista de conde-coraciones obtenidas por Aragón. En el año 2013 conquistó el primer lugar del concurso “Leonor Buenaventura de Valencia” en el marco del Festival de la Música Colombiana, con la canción: Herencia bambuquera. A ritmo de bambuco, la artesanía musical de Luis Enrique cantaba: “Por algo he nacido yo con dos voces en el alma y un tiple y una guitarra en donde tengo el co-razón”. Así muestra su sentir de una tierra orgullosa de su pasado, con una narración en primera persona; obra del maestro que logró sonora repercu-sión en el concurso, y con alma, corazón, tiple y guitarra a bordo, se coronó ganadora de la contienda.

Siempre con la noble intención de repetir y recoger los premios algu-na vez cosechados, el maestro Aragón volvió a ocupar el primer lugar del Concurso “Leonor Buenaventura Valencia”. En esta ocasión, en el año 2013, un Luis Enrique ávido de su romanticismo habitual, entonó un bambuco de excelsa poesía musical: “Y este pobre corazón bien se alegra cuando cantas, abre el vuelo y se levanta con el milagro de tu voz”. Con el título Este pobre corazón, la canción le otorgó el acostumbrado primer lugar al maestro Ara-gón, para ungirlo nuevamente como un compositor líder en el escenario musical de la región.

Su laureado prontuario melódico es reconocimiento a la memoria del ar-tista. Sin embargo, de todas las piezas de triunfo que engalanan las vitrinas de Aragón, hay una medalla a la que él otorga especial lugar de privilegio en su corazón: “La Medalla de Fundadores que me dio la Universidad de Ibagué

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tiene un lugar especial entre todos los reconoci-mientos que he recibido, le guardo profundo cari-ño”. Confeso amante del claustro académico iba-guereño, Luis Enrique le confiere especial afecto a todo aquello que provie-ne de la Universidad. En recíproco talante, el nom-bre del maestro Aragón es pronunciado con admiración y gratitud por funcionarios y estudiantes, que han conocido su obra o constataron su ejercicio como director de Bienestar en la Universidad.

No solo de música vive el artista. Los aportes de nuestro compositor traspasaron la frontera de lo musical, para instituirse como funcionario en lo público y privado. En 1988, Luis Enrique llevó las riendas de la Di-rección de los Juegos Nacionales, subsede Ibagué. Así mismo, supo ocu-par la Dirección de Bienestar Universitario en la Universidad de Ibagué, lugar en donde forjó incontables amistades y le recuerdan con especial cariño: “De la Universidad de Ibagué tengo los mejores recuerdos. Fueron años en los que aprendí mucho y disfruté plenamente del crecimiento de esa institución”.

Entre las diversas funciones ejercidas por Luis Enrique se destacan: Su Vicepresidencia, vigente, del Consejo Directivo de la Corporación Festival Folclórico de Ibagué. Durante su estancia como funcionario de la Universi-dad de Ibagué y por honroso encargo compuso el himno institucional. Ade-más dirigió la Tuna de la Regional Tolima del sena y también dejó su huella a través de la composición de su himno. Entre 1991 y 1998 se desempeñó como director Departamental de Cultura y durante varios años fue optóme-tra del hospital Federico Lleras Acosta.

Luis Enrique recibe de manos de Alfonso Reyes el homenaje de la Universidad de Ibagué en 2016. Álbum personal

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Profeta en su tierra

Luis Enrique con Lucho Vergara y John Jairo Torres de la Pava, en Ginebra, Valle del Cauca. Álbum personal

Es usual que las mentes bendecidas por la caprichosa fortuna de la crea-tividad busquen rumbos distintos a su tierra para trascender. Nadie es pro-feta en su tierra corresponde a un lugar común acuñado hasta el cansancio, y de vez en cuando aparecen hombres que retan la tautología que pretende imponer esta frase de cajón. Luis Enrique se considera profeta en su tierra, cree que sus coterráneos le han reconocido por su obra y sus enormes apor-tes a la música, a la cultura y al folclor tolimense. En ese último elemento, el folclor, Aragón Farkas tiene invertida su energía. Diariamente se consagra a reflexionar, escribir y teorizar sobre el folclor y sus implicaciones.

El primer acercamiento de Luis Enrique al folclor se origina por su inte-rés en las presentaciones que se hacían en el Festival Folclórico Colombiano. “En los primeros años del Festival no había casi hoteles en Ibagué, enton-ces las reinas y delegaciones llegaban a las casas de las familias de la socie-dad ibaguereña. Siempre le presté mayor atención a las comparsas que a las

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mismas reinas”. Inquieto por la riqueza cultural de las delegaciones, el maes-tro Aragón empezó a indagar sobre el folclor. Confinado en la Biblioteca del primer piso de la Gobernación, en una ciudad en donde aún no se conocía la colosal Darío Echandía de la Calle 12 con Carrera 3ª, Luis Enrique descubrió el libro Prehistoria y folclor del Tolima de Cesáreo Rocha Castilla, editado en 1968 por la Dirección de Educación del Departamento; allí encontró los primeros datos y definiciones del folclor. La perspectiva académica ofrecida por el libro le permitió dimensionar las diferentes esferas en las que el con-cepto de folclor tiene cabida. Desde entonces, reflexiona y busca respuestas cotidianas y epistemológicas a los asuntos propios del folclor.

“La palabra Folklore fue propuesta por el inglés William Thoms en el siglo XIX. El concepto puede ser visto desde una perspectiva científica y cul-tural”. Aragón identifica los elementos más prominentes del folclor y con ta-lante de enciclopedia lo define con suficiencia. De acuerdo a los apun-tes del maestro, los ingleses deba-tieron largamente para asignarle un lugar al folclor entre las disci-plinas sociales: “En su evolución, el folclor fue visto como parte de la Sociología, la Antropología, entre otras. Para mí, el folclor es la cien-cia, y alrededor de él se relacionan otras disciplinas como las anterior-mente mencionadas”. Rescatando nombres que han aportado teóri-camente al folclor, el maestro Ara-gón menciona a Guillermo Abadía Morales, quien aseveró que todo lo que se considere folclórico debería reunir un conjunto de caracterís-ticas culturales para ser rotulado

Luis Enrique en Cantandina, Manizales. Foto de Diego Tabares

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como tal. Esa categorización expresada por Abadía Morales ha sido palabra sagrada en el país y se ha debatido muy poco con el rigor científico necesario para generar nuevas acepciones del concepto en cuestión.

Aragón Farkas, profeta en su propia tierra, dedica días enteros a cons-tituir un criterio sólido sobre el folclor, con una mirada holística, que com-prenda el concepto en su totalidad. Los elementos culturales que van más allá de reinados y bailes típicos: “El folclor incluye la forma de hablar de la gente, la identidad que intenta construir a partir de los elementos culturales que reconoce como propios”. Luis Enrique se propuso la tarea de escribir un Diccionario Folclórico para definir los términos que hacen parte del folclor. En años de labores culturales, Aragón identificó un metalenguaje que no había sido explorado lo suficiente y con el ropaje de lexicólogo puesto, invo-cando al espíritu de nuestro gran Rufino José Cuervo, se adentró a la tarea de definir palabra por palabra la fascinante jerga folclórica. Tarea titánica que se está editando en la Universidad de Ibagué y pronto verá la luz en su versión digital: “Pedí personalmente que fuera digital para poder seguir edi-tándolo y agregarle nuevas palabras. Un Diccionario Folclórico Colombiano es interminable”.

De pesca por la geografía nacionalLuis Enrique pasó gran parte de su vida dedicado a la pesca como un pasa-tiempo que le despertó una pasión inesperada. Silbando alguna melodía al azar y con proceder metódico, alistaba sus utensilios de pesca con la ilusión de siempre. Los largos viajes por carretera, esos que en su infancia y adoles-cencia emprendía con su diligente madre al volante, eran ahora las travesías que lo llevaban por la geografía colombiana para darse cita con la pesca.

Absorto en los recuerdos más profundos de la infancia, el maestro Ara-gón comenta que su interés por pescar se remonta a los tiempos en los que se sentía expedicionario en el sector de Calambeo: “En la quebrada que pasaba por el sector, me iba a pescar guabinas, que son unos peces babosos, de un tamaño mediano y muy escurridizos por su textura viscosa. Sobre esa que-

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brada, plagada de guabinas, está hoy la Avenida Guabinal, de ahí se deriva su nombre”. Así como la música llegó temprano a la vida del maestro Aragón, la pesca se hizo un lugar en la rutina infantil de Luis Enrique. Años después, disfrutó de intensas jornadas en ríos enérgicos como el San Juan, en el Cho-có, del cual admira sus caudalosas aguas que llegan a dormir al Pacífico. Un recuerdo de la versión más obstinada de él mismo como pescador, lo ofrece Luis Enrique al evocar aquella vez en la que se fue para Bocas de Ceniza en Barranquilla. “En esa ocasión mi primera mujer y mi suegro me insistieron que no fuera por allá, porque era muy peligroso, pero yo era muy terco y me fui de todas formas. La canoa se movía mucho y el moreno que la llevaba me trataba de tranquilizar. Fue una inolvidable experiencia”.

De todo el aprendizaje y las anécdotas dejadas por su rol de pescador, el maestro Aragón afirma con convencimiento pleno que haber conocido la geografía nacional fue lo mejor que la pesca le pudo dejar. “Para mí no hubo nada más importante que haber podido conocer montañas, ríos y lagos de varios departamentos del país”. Otro aspecto importante de haber sido pes-

Luis Enrique al lado de uno de sus más entrañables amigos: Carlos Orlando Pardo Viña. Foto de Selene Montoya. Tomada de Facebook

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cador es poder identificar tantas diferencias culturales dentro del territorio colombiano. “Pude ver lo diferentes que somos, cómo después de dejar atrás un par de montañas, cambiaba el clima, la naturaleza, el color, los acentos y costumbres de la gente. Colombia es un país vital y hermoso, y su belleza se percibe en la diversidad de su gente”.

Una vida distintaEl destino errante de los hombres parecier

El destino errante de los hombres pare-ciera estar ligado a una suerte de cuer-das de guitarra que, irascibles a veces, generosas de vez en cuando, van dando música a la vida. Dulces y melodiosas notas nos acompañan en tardes soleadas y mañanas brillantes. Lúgubres y oscu-ras tonadas nos asedian en penumbras borrascosas y noches sin luna. Como un macabro juego del azar, el maestro Luis Enrique Aragón Farkas vivió un episo-dio que condicionaría el resto de su vida. Un accidente cerebrovascular dio un golpe fuerte en la integridad de Titite en octubre de 2005 y su vida estuvo a punto de apagarse. La desazón consumió a sus familiares y amigos, quienes temieron que la muerte hubiera podido arrebatarles al compositor, al obsesivo músico que coqueteaba con la optometría, al hechicero de serenatas extraordinarias, de tertulias lunáticas, al padre amoroso y esposo abnegado.

De nuevo, en su apartamento en el conjunto Santo Domingo, el tono de la voz le cambia y un aire melancólico se instala en la entrevista. Maía parece percibir la nostalgia sentida por el maestro Aragón e intenta invitarlo a un juego en el que solamente ella conoce las reglas. “A mí me cuesta mucho

Luis Enrique Aragón Farkas. Álbum familiar

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Luis Enrique Aragón Farkas

hablar de la parte aguda de mi enfermedad”. Para nadie es un secreto las difi-cultades que ha tenido que enfrentar, con titánico talante, el maestro Aragón después de aquel fatídico episodio. Intensas terapias, decenas de sesiones de acompañamiento psicológico, viajes a diferentes clínicas, medicina alternati-va y búsquedas espirituales dejan su estela en la humanidad de Luis Enrique, quien con determinación propia de los hombres que libran grandes batallas, decidió desde hace algún tiempo vivir únicamente con la dulce e inquieta compañía de Maía.

“Algo que me ha enseñado mi enfermedad es haber evidenciado que es cierto aquel dicho de: Al caído caerle”. Con cierto dejo de decepción, el maestro reconoce que, en general, el colombiano carece de consideración y solidaridad hacia las personas en situación de discapacidad. “Si no hay una autoridad cerca al ascensor al que uno se va a subir, los demás le pasan a uno por encima”. El llamado de atención de Aragón a la gente es generalizado. Viviendo en su propio mundo, en el que la más elemental de las tareas se convierte en una batalla, el maestro clama por mayor comedimiento hacia las personas que están en una situación similar a la suya.

El accidente cerebrovascular sufrido por el maestro en principio limi-tó enormemente su movilidad. En los primeros meses de recuperación no podía levantarse de la cama, su lesión cerebral comprometió zonas sensi-bles que convertirían su recuperación en un proceso lento y sinuoso. Bajo el amparo de los tratamientos médicos y el apoyo incondicional de su séquito sentimental más cercano, Luis Enrique encontró refugio para no rendirse en el intento de recuperarse. Con largas e innumerables terapias con distintos especialistas y una determinación que en ocasiones parecía desvanecerse, el maestro Aragón superó algunas de las secuelas dejadas por la enfermedad y se reincorporó a ese célebre sitio en el que cientos de ibaguereños le vieron maniobrar el piano. Luis Enrique volvió a ese lugar en el que cada noche se dedicaba a amenizar las veladas de música y tertulia de sus amigos y visitan-tes habituales. Titite volvió a Bahía.

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Bahía: Tertulia, música y son en el Centro Comercial La QuintaEn el Centro Comercial la Quinta, un panal de locales se dibuja con dispa-ridad y poca gracia. Plagado de tiendas de artículos electrónicos, inmobi-liarias y oficinas jurídicas, el otrora icónico lugar de desarrollo económico parece naufragar en el mar de una dinámica comercial que cambió en Iba-gué. En este centro comercial vetusto y de paso rápido, se erigió un lugar para el deleite musical, para la rumba y las tertulias de ibaguereños amantes de la música, nació Bahía.

Enrique Mejía, amigo per-sonal del maestro Aragón y miembro del Consejo Superior de la Universidad de Ibagué, acompañó a Luis Enrique en su aventura de fundar un bar, con el objetivo de dedicar sus noches a algún tipo de activi-dad productiva. Ambos venían de divorciarse. En el caso del maestro Aragón, su matrimonio con la barranquillera Elizabeth Ibern había terminado y la au-sencia del calor de hogar, configurado por Nicolás y Catalina, sus hijos que hoy residen en Estados Unidos, hizo que Luis Enrique buscara algún tipo de actividad para mantenerse ocupado. Un bar en el Centro Comercial La Quinta surgió como respuesta a las inquietudes empresariales del tándem Aragón-Mejía.En 1995, el bar abrió sus puertas, localizado en el segundo nivel del recinto comercial de la Calle 29 con Carrera 5ª. En principio, los visitantes más asiduos fueron los amigos de Aragón y Mejía. Era usual que los propietarios se unieran a la mesas para controvertir con sus círculos sociales más íntimos temas de actualidad y de música. Un par de años después de la apertura,

En 1995, el bar abrió sus puertas, localizado en el segundo nivel del recinto comercial de la Calle 29 con Carrera 5ª. En principio, los visitantes más asiduos fueron los amigos de Aragón y Mejía. Era usual que los pro-pietarios se unieran a la mesas para controvertir con sus círculos sociales

Luis Enrique Aragón Farkas en Bahía. Álbum personal

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Luis Enrique Aragón Farkas

más íntimos temas de ac-tualidad y de música. Un par de años después de la apertura, Enrique Mejía decidió hacerse a un lado para dedicarse a otras la-bores. “Cuando Enrique se fue tuve que tomar la decisión de seguir y no fue fácil. Mabel, mi segun-da exesposa, me ayudó mucho a continuar en un momento en el que había dificultades económicas”. Pese a que el bar vivía una época compleja desde lo financiero, Luis Enrique disfrutaba mucho de su rol como todero en Bahía: “Fue lindo conocer el bar en cada rincón, cada silla, cada mesa. Me entregué por completo a Bahía y me enorgullece saber que el esfuerzo no fue en vano”.

Forjar amistades entrañables que perduran pese al inexorable paso del tiempo es el mayor logro que Luis Enrique cree haber obtenido de Bahía. El cariño y la admiración expresados por aquellos que como espectadores vito-reamos las actuaciones del maestro Aragón, son invaluable recompensa para un hombre que dedicó buena parte de su vida a darle vida a un bar que se convirtió en insignia de la vida nocturna ibaguereña. El nombre Bahía emer-gió de una lista enorme de opciones. La evocación perenne de las jornadas de pesca en las que conoció diferentes bahías del país le confirió al nombre un toque personal que Luis Enrique valoró desde el inicio.

Luego de diez años de funcionamiento y con un nombre ganado en la ciudad, el año 2005 fue una prueba de fuego para el coqueto recinto. El acci-dente cerebrovascular padecido por el maestro Aragón lo alejó del bar y su ausencia fue compensada por los esfuerzos de Carlos Orlando Pardo Viña, Ricardo López, Óscar Murillo, Carlos Andrés Perdomo, entre otros. En una muestra incondicional del valor de la amistad, sus camaradas se encargaron

Luis Enrique y Juan Carlos Restrepo en Bahía. Álbum personal

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de los pormenores del bar, mientras Luis Enrique libraba batallas épicas en pro de su recuperación. “Ellos ayudaron con una determinación increíble durante mi ausencia. No solamente me colaboraron con el sostenimiento del bar, sino también renovaron el repertorio musical y hasta el mismo bar, y eso atrajo nuevos clientes”.

Pese a que la recuperación de su movilidad fue una empresa inalcanza-ble, Aragón persistió hasta arribar a un estado funcional, lo cual le permitió reintegrarse a sus labores artísticas y administrativas en Bahía. “Regresé des-pués de un año y medio largo, y para mí fue como volver a debutar. Fue algo que me ayudó mucho en mi recuperación”. Diversos roles eran interpreta-dos por un inquieto Aragón en su bar: administrar, amenizar, cantar, dirigir, entre otros. En esa vorágine de labores y tareas, un joven músico, huracán de carisma, se estableció como el compañero ideal, como el amigo incondi-cional y copiloto de una nave que voló y brilló con luz propia: Juan Carlos Ramírez, el coequipero con el que Aragón conformó una dupla exitosa que decoraba las noches del Centro Comercial La Quinta con canciones entona-das en coro por los asistentes, e incluso, alguna rutina cómica con apuntes agudos de Juan Carlos y la complicidad apacible del maestro.

Amigos de todo tipo de situación, de esos cuyo valor de la amistad tras-ciende a todas las esferas posibles de diario trasegar, Juan Carlos y Luis En-rique compartían mucho más que una tarima: “Juan me ayudaba desde mi salida del apartamento, hasta la llegada en la madrugada, pasando por todas las horas en el bar y todo lo que implicaba mi desplazamiento”. En el esce-nario, los asistentes percibían la cercanía y fraternidad inmensa entre Luis y Juan, lo cual redundaba en un ambiente propicio para el deleite. Agitando los brazos y meneando las cabezas al vaivén de la guitarra de Juan y el teclado de Luis Enrique, Bahía consumaba las horas nocturnas de sus clientes, arro-pándolos en una atmósfera de festividad, música y baile.

“Muchas veces después del show llevábamos al maestro a tomar caldo, en medio de chistes de él, comentarios míos, teníamos unas horas muy agra-dables luego de dejar el bar”. Juan Carlos recuerda con sonrisa iluminada las jornadas de trabajo compartidas con Luis Enrique, a quien considera más

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Luis Enrique Aragón Farkas

que un amigo: “No lo veo como un padre, más bien como un tío alcahueta”. En las noches, cómplices de la amistad de la dupla de Bahía, un sinnúme-ro de anécdotas se dieron tras bambalinas y en tarima. Los clientes del bar tenían como costumbre hacer llegar papeles en los que escribían el nombre de la canción que quisieran escuchar, interpretada por Luis Enrique y Juan Carlos. Así que una noche: “El maestro me preguntó inquieto — Juan ¿Cuál será esta canción gam? No la conozco. —No maestro, la canción que piden se llama 6 a.m. de Santiago Cruz”. Entre sonoras carcajadas, Juan recuerda la entrañable historia con un Aragón que intentaba habituarse al tipo de músi-ca que pedían sus nuevos clientes.

El ineludible paso del tiempo, unido a las desgastantes terapias y una lluvia de medicamentos, hicieron mella en Aragón Farkas. Las labores ad-ministrativas empezaron a flaquear producto de los efectos colaterales de algunos medicamentos: “A veces se me olvidaba por completo pagar algunas obligaciones y eso generaba consecuencias traumáticas en el bar”. Poco a poco Luis Enrique sintió que la responsabilidad de administrar Bahía se ale-jaba de su capacidad de respuesta. En principio fue complejo aceptarlo; sin embargo, la sapiencia de los años va determinando en qué posición se debe estar, el bar cambió de mando y Aragón se dedicó exclusivamente al compo-nente artístico. Finalmente, Bahía tuvo un nuevo cambio de administración que implicaba la salida de su inseparable amigo Juan Carlos. Luis Enrique, quien valora y pondera su cercana relación con Juan, decidió alejarse del bar que supo fundar hace más de veinte años. La estela dejada por el maestro Aragón en Bahía es una estampa imborrable en los habituales clientes del bar y su ausencia ha sido un duro revés para la dinámica de un lugar que encontró en él a un padre fundador, a un administrador abnegado y a un artista integral.

EpílogoPlasmar la vida del maestro Luis Enrique Aragón Farkas a manera de cró-nica es un desafío apasionante y exigente. Los hilos que llevan su trasegar

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Tolimenses que dejan huella

para tejer historias de superación, de triunfo artístico y formación acadé-mica, son materia digna para construir una obra que perdure. Que el rostro del maestro Aragón se adhiera a la lista de retratos que han engalanado la publicación Tolimenses que dejan huella, es un homenaje completamente justificado y necesario para un hombre que ha hecho aportes invaluables a la cultura y al folclor tolimense. Como empresario, supo posicionar a Bahía en un peldaño de prosperidad y reconocimiento. Desde su rol artístico le re-galó al mundo obras que han sido premiadas y destacadas hasta convertirse en verdaderos himnos de la música andina colombiana. Su creatividad, un estilo único de composición influenciado por el bossa nova brasileño y la música de Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa, le permitieron construir una identidad como artista que trascendió el umbral de las generaciones y goza del reconocimiento y admiración de la juventud musical del país.

Este relato estuvo construido gracias a las entrevistas realizadas al maestro Aragón, a los testimonios que se registraron en la construcción de la historia de vida contada por Jorge León Sarasty y quien les narra, como trabajo de grado en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (unad). El libro Diálogos con la luna de Rocío Ríos, editado por la Corporación Cul-tural Cantoría del Tolima, en el año 2009, fue material de consulta perma-nente para referenciar el legado musical del maestro. La voz de Luis Enrique guiándonos en el viaje por los pasajes más dicientes de su admirable vida se constituyó en la cantera principal para registrar los hechos consignados en esta crónica.

Me despido de Maía frotándole levemente su cabeza inquieta y jadeante. Ella me corresponde con el meneo incesante de su cola. Apago la grabadora. Varias entrevistas han transcurrido, muchas horas se han consumido en la intención de exaltar la vida y obra de una gloria de la música colombiana. Ensimismado en su obstinación por teorizar al folclor, Titite, con ademanes de filósofo, aún reflexiona y cuestiona la naturaleza propia del sentir cultural. El hombre que con versos enamorados y estribillos esotéricos dibujó can-ciones como Mi Sueño y Como tú dices continúa con su trabajo apasionado, en su búsqueda de respuestas sobre el folclor. Sin duda, el batallador Luis

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Luis Enrique Aragón Farkas

Enrique seguirá forjando su legado. Su obra musical calará en las nuevas generaciones y con paso firme continuará dejando una marca indeleble para recordar siempre a un tolimense que deja huella.

Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula. Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. ¿Por qué la música se convierte en la pasión más ferviente de Luis Enri-que Aragón? ¿Qué vivencias hicieron que la música estuviera por enci-ma de su profesión de optómetra?

2. ¿Cuáles son los elementos que inspiran al maestro Aragón para compo-ner sus valses, bambucos, pasillos y sanjuaneros? ¿Qué afectos despier-tan para el maestro la tierra tolimense? Busque algunas de sus canciones y describa qué sensaciones despiertan en usted.

3. ¿Cuántos y cuáles han sido los premios que el maestro Aragón ha reci-bido a lo largo de su destacada carrera musical?

4. ¿Qué significa para el maestro Aragón el folclor? ¿Cuál es la importan-cia que tiene el folclor en la identidad de una sociedad? ¿Qué entiende usted por folclor? Consulte algunos elementos que se consideran folcló-ricos en el Tolima.