Los Zarpazos del Dragón Rojo - Red Dragon's Claws

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1 de 15 Titulo: Los zarpazos del Dragón Rojo Autor: Sandro Mairata Código: 2005.CSC.1.455 Quinta Convocatoria Protegido detrás de las fachadas de lucrativos negocios, para las autoridades Xu Lu es la pieza clave del intrincado mundo de la mafia china en el Perú. A su lado, decenas de hombres pululan extorsionando o delinquiendo por dinero. Las Tríadas, delincuenciales herederas de las sociedades secretas, más que un rumor, son una inquietante realidad. El tigre asiático, de la mano del Dragón Rojo, acecha. Xu Lu cayó torpemente, de la manera más impensable en que un jefe mafioso podía ser capturado. En la ociosa noche del 24 de octubre de 2003 decidió alargar su suerte con el par de chicas que conoció en la discoteca Tequila Rock, un sótano en el tradicional distrito limeño de Miraflores famoso por varios escándalos de farándula y por sus tantas mujeres a la caza de extranjeros con dinero. Poco después de dejar atrás el neón verde y rojo del letrero en la entrada, las conquistas de Xu aguardaban junto a su Nissan plomo del 97 mientras éste se arreglaba con el cobrador de parqueos. Fue entonces cuando, de la nada, cinco muchachos a bordo de una camioneta 4x4 les silbaron a las mujeres, e incluso se detuvieron un momento al recibir coquetas sonrisas en respuesta al fugaz galanteo. Ebrio, Xu sacó un arma e hizo dos disparos: uno de ellos acertó al vehículo. No hubo víctimas. Sin embargo, tras una escena violenta y muy breve, el cuerpo de seguridad municipal conocido como “serenazgo” lo detuvo y lo entregó a la policía. En la comisaría miraflorina, Xu aguardó el momento de ser puesto en libertad sin inmutarse un segundo. Superado el papeleo y cruzando oportunas llamadas se

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Xu Lu was the head of the Red Dragon, one of the most dangerous triads in Peru. Published in Gatopardo magazine, June 1st. 2004. Article nominated for the New Journalism Award by Foundation for New Journalism, Colombia.

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Titulo: Los zarpazos del Dragón Rojo

Autor: Sandro Mairata

Código: 2005.CSC.1.455

Quinta Convocatoria

Protegido detrás de las fachadas de lucrativos negocios, para las autoridades Xu

Lu es la pieza clave del intrincado mundo de la mafia china en el Perú. A su

lado, decenas de hombres pululan extorsionando o delinquiendo por dinero. Las

Tríadas, delincuenciales herederas de las sociedades secretas, más que un

rumor, son una inquietante realidad. El tigre asiático, de la mano del Dragón

Rojo, acecha.

Xu Lu cayó torpemente, de la manera más impensable en que un jefe mafioso

podía ser capturado. En la ociosa noche del 24 de octubre de 2003 decidió

alargar su suerte con el par de chicas que conoció en la discoteca Tequila Rock,

un sótano en el tradicional distrito limeño de Miraflores famoso por varios

escándalos de farándula y por sus tantas mujeres a la caza de extranjeros con

dinero.

Poco después de dejar atrás el neón verde y rojo del letrero en la entrada, las

conquistas de Xu aguardaban junto a su Nissan plomo del 97 mientras éste se

arreglaba con el cobrador de parqueos. Fue entonces cuando, de la nada, cinco

muchachos a bordo de una camioneta 4x4 les silbaron a las mujeres, e incluso

se detuvieron un momento al recibir coquetas sonrisas en respuesta al fugaz

galanteo. Ebrio, Xu sacó un arma e hizo dos disparos: uno de ellos acertó al

vehículo. No hubo víctimas. Sin embargo, tras una escena violenta y muy breve,

el cuerpo de seguridad municipal conocido como “serenazgo” lo detuvo y lo

entregó a la policía.

En la comisaría miraflorina, Xu aguardó el momento de ser puesto en libertad sin

inmutarse un segundo. Superado el papeleo y cruzando oportunas llamadas se

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retiró airoso. Todo porque la policía ignoraba quién era el explosivo asiático que

tenía entre manos.

La prensa local tampoco lo supo. Nada raro. Las crónicas rojas se llenan a diario

en el Perú con noticias de secuestros, crímenes de amor, suicidios y accidentes

de tránsito donde la espectacularidad de una foto decide el despliegue noticioso.

Como en todo el mundo. De manera que para el redactor del diario El Popular, el

asunto no revestía mayor sorpresa. Vio en el caso algo de rutina y tituló el

sábado 25: “Chinito dispara a ebrios faltosos”.

En la reseña se describe a Xu como “un empresario dueño de una cadena de

restaurantes y casinos” que disparó convencido de que “un grupo de jóvenes

intentó plagiar a su novia”. Se menciona sólo a una chica, aunque el parte

policial habla de dos, y que ésta ya se encontraba dentro del vehículo, pero eso

no importa. Lo que más sorprende de la página 2 de aquella edición de El

Popular es que justo arriba de la foto distraída de Xu aparecen las fotos de tres

chinos, sin establecer nexo alguno, bajo el título: “Caen tres sicarios del ‘Dragón

Rojo’”. En realidad debió decir “cuatro”.

La tarde anterior al arrebato pistolero de Xu, otros tres chinos –Ye Yaochi (26),

Huan Lindong (26) y Shen Yongshiao (24)– habían caído en un operativo

montado gracias a una denuncia de Pan Jin Hong (48). Pan es dueño de un

restaurante de comida cantonesa, que en todo el Perú se conocen como “chifa”,

ubicado también en Miraflores. El trío le había exigido pagar un cupo de dos mil

dólares por la “protección” de su negocio. En un giro excepcional, Pan había

decidido presentar una denuncia formal, puesto que había emigrado al Perú

solo, sin familia ni hijos, y al no poder ser amenazado con daños a alguno de

estos, sentía que no tenía nada que perder. Cuatro agentes simularon ser

comensales y aguardaron la hora pactada en que Pan entregaría el dinero. Una

vez que se comprobó el delito, los matones fueron intervenidos. Sólo el chofer

que aguardaba por ellos, Santiago Sun –nombre castellano de Sun Zhuyong–,

logró escapar.

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En uno de los chifas en la calle reversa al convento de las Nazarenas, una de

las zonas más turbias del centro limeño, los padres de un niño secuestrado y

liberado tres horas más tarde por integrantes del Dragón Rojo (mafia china que

deambula en las calles de Lima) se niegan a responder sobre aquella abducción.

Aquello ocurrió en enero de 2002 y su reticencia al diálogo es extraña, pues el

caso recibió en su momento una extensa cobertura. O quizá se deba

precisamente a ello. Sonríen cuando reciben al nuevo cliente, se tornan pétreos

y agresivos cuando descubren al periodista. “No hay, no hay. Nada… no”, van

mascando en castellano mientras me retroceden hasta la entrada.

Lo mismo sucede en otros casos. Por ejemplo, con Xustieng Chen (58). Su

familia prefiere no hablar. En los primeros días de abril de 2004 tuvo que pagar

20.000 dólares para para liberar a Xustieng, casi una semana después de su

secuestro. “Ni su hijo, que es amigo mío, quiere hablar del tema”, me comenta

apagando cigarrillo tras cigarrillo un hijo de inmigrantes chinos nacido en el Perú,

un tusan. El término –muy difundido en la comunidad– está mal empleado. Dicho

tal cual, tusan quiere decir “natural de”. Con esa lógica cualquiera es un tusan en

su país: peruano, brasilero, etc. Las palabras adecuadas deberían ser wah yoi o

wha-yoi en cantonés, o hua quiao en mandarín, las cuales aluden con corrección

al descendiente oriental.

Volviendo al tema, sentados en una cafetería repleta de ejecutivos que cerraban

su día, este tusan cuyo directorio incluye los teléfonos de la gente más influyente

de la colonia me explicó que como nunca la comunidad china tiene miedo. “Pero

el chino es muy cobarde, mira que te lo digo yo, que soy chino. Tiene una

mentalidad comercial; lo que más le importa es la seguridad de sus negocios, el

dinero. Si llega una mafia con la amenaza de cupos, no le tiene tanto pavor a la

muerte como a perderlo todo en vida. Por eso prefieren pagar. Muchos son

ilegales que si son deportados al volver a China se quedan sin nada”.

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El 15 de octubre de 1849 el primer contingente de jóvenes chinos, casi todos

varones, arribó al puerto del Callao procedente de Macao y de Hong Kong. La

eventual abolición de la esclavitud negra ocasionaba un descalabro en la

pirámide económica peruana. La mayoría de los negros que trabajaba los

extensos latifundios no sabía bien que hacer con su libertad. Unos prefirieron

seguir trabajando, otros se dedicaron a oficios menores. El resto pasó a la

delincuencia.

Por entonces, Perú vivía la bonanza que daba la venta del guano isleño como

fertilizante y faltaban manos. El gobierno decidió incentivar la colonización

europea, pero las condiciones eran tan poco atractivas que hubo nula respuesta.

China había sido desangrada por la Guerra del Opio. La concentración

económica en las grandes ciudades durante el conflicto dejó olvidadas a las

provincias, y del cantón sureño empobrecido surgieron miles de chinos

dispuestos a trabajar en los campos peruanos.

Estos culíes –nombre dado por aquel tiempo a los chinos contratados en

semiesclavitud para el trabajo duro– firmaban un contrato que era ridículo por lo

abusivo. Se comprometían a trabajar durante cuatro años. Al llegar a su destino

se convertían en ocho obligatorios. Ocho pesos se les entregaban en el

embarque, los cuales debían devolver con su remuneración de cuatro pesos

mensuales. Encerrados como ganado en las bodegas de grandes barcos, a los

desfallecientes o a los privilegiados se les confiaba que la duración del viaje

sería de tres meses. Ya en tierra, sus empleadores les facilitaban ropas,

frazadas, medicinas, comida y tres días de descanso al año.

La extensión de los contratos se lograba con las deudas adquiridas por comidas

complementarias en las haciendas; reembolsos por días de enfermedad y

jornadas adicionales por malos entendidos con el capataz o rotura de

herramientas durante las labores. Ya que muchos estaban tentados a escapar,

se implantó la norma de que por cada culí fugado el resto se quedaba un año

más.

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Con el paso del tiempo, los contratos vencieron y el Imperio mismo se preocupó

por hacer respetar a sus emigrantes. Empezaron a llegar mujeres chinas,

cuando la gran mayoría ya había desposado a mujeres peruanas. Se fundaron

las primeras sociedades –que les permitía agruparse según el lugar de

procedencia–, entre ellas la Sociedad Colonial de Beneficencia China, en 1882.

Así, los chinos “de ultramar” se hicieron comerciantes y se diseminaron por la

costa peruana. Por todo el país. El matrimonio entre ambas culturas es tal que

de los 24 millones de peruanos actuales, se estima que 3 millones tienen

ascendencia china.

Xu Lu ha caído de nuevo. La policía sospecha ahora que el chino se trae algo; él

mismo luce menos seguro de sí. Fue capturado junto a Sun Zhuyong, el

extorsionador fugitivo del chifa “Jin”, en un hotel a espaldas de un terminal de

buses. Xu estaba armado y tenía cocaína. Han pasado sólo dos noches desde

los disparos en Tequila Rock y acudimos con algún material de archivo en la

mano. El nombre de Xu suena a historia familiar.

–Comandante, ¿este Xu no tiene antecedentes? –pregunto cuando veo al

comisario desocuparse un instante.

–Negativo, ya lo vamos a soltar.

–¿Han probado buscar en vez de “Xu Lu” a “Lu Xu”? En chino, el apellido va

delante.

–Espera un momento.

Vestido de negro y con lentes de marco fino, Xu descansa su metro ochenta y

nueve de estatura sentado, con esposas en las muñecas. A su lado se

encuentra Sun, con quien sostiene breves monólogos. El comandante José

Butrón, comisario encargado, cuelga el celular y enciende un cigarro para

contener la emoción:

–Xu Lu registra antecedentes desde hace diez años. Es el jefe de los otros tres.

¡Es el jefe del Dragón Rojo! –no está contento, su voz refleja la certeza de saber

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que el mundo se acaba en 10 minutos–. Y ha mandado a gente para que

negocie por él.

Intercambio miradas con Luis Julián, el fotógrafo que asiste conmigo. Teníamos

pensado permanecer máximo una hora registrando la captura y cerrar las diez

horas de jornada de aquel día. Sin embargo, la noche recién había empezado.

Antes de salir, el comandante Butrón –un carismático oficial de amplia sonrisa y

cabellera en retirada que gusta remodelar sus oficinas con diplomas y medallas–

vio nuestros rostros necesitados de reposo.

–Voy a pedirles algo de comer.

En los últimos quince años los chinos del Perú han cambiado de rostro. No es

broma, es cierto. No son más los bodegueros de la esquina ni viven

obsesionados con el eterno “sueño del retorno”, esa ansia de los primeros

inmigrantes que consistía en juntar todo el capital posible fuera de las fronteras y

volver a la patria para disfrutarlo.

Sorpresa, China se volvió comunista.

La inmigración que le tocó al Perú fue costera, tradicional y conservadora. Como

tal, también muy trabajadora. Los sén-hák (inmigrantes nuevos) laboraron años

después contratados por inmigrantes ya afincados y recelosos de los kuei

(literalmente “demonios”), es decir, de los occidentales, nosotros.

Sin embargo, con el paso de los años, en la China continental, Shangai

conservó su influjo occidental y hoy es –siempre lo fue– la ciudad más

cosmopolita en la tierra de Mao. Como un faro centelleando arribismo en

trescientos sesenta grados, Shangai ha logrado demostrar que es posible la

opulencia en el país de la ropa uniforme, y la nueva juventud china que emigra al

resto del mundo es individualista, cosmopolita, quiere ser global.

“De lo chino tradicional se conservan las ganas de trabajar y hacer dinero”,

explica mi amigo tusan. “Las motivaciones y el uso de ese dinero es lo que ha

cambiado”.

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Este terreno ha resultado perfecto para la explosión del negocio de las triadas,

nombre generalizado de la mafia china mundial que, además de aprovechar sus

tradicionales rubros de prostitución, juegos y opio, también se dedican con

singular facilidad al tráfico de inmigrantes hacia Estados Unidos.

Estudios fechados en el año 2000 (y publicados en algunos medios de

comunicación) estiman que las tríadas mueven en el mundo unos 200.000

millones de dólares, 40% anual del PIB de China.

Lam Kam Hoi quería algo más de la tajada que le tocaba como integrante de Los

Mandarines, uno de los tantos nombres con que la policía nombra al Dragón

Rojo. El negocio es simple: usando fachadas de agencias de viaje, chifas y

discotecas, hace pasar ilegales chinos a Estados Unidos utilizando como rutas

principales Bolivia-Panamá-Cuba o Perú-Ecuador-Panamá, dependiendo de la

suma pagada por el emigrante. Cuba resulta un trayecto menos complejo por la

fuerte presencia china en la isla.

Isabelle Lausent-Herrera, una insistente estudiosa del tema (de padres

franceses, pero nacida en China), me cuenta que tanto Perú como Bolivia son

puntos fáciles por la elevada corrupción de sus funcionarios. En alguna ocasión,

un funcionario de aduanas me aseguró que el problema más común al intervenir

chinos sospechosos es que llegan con pasaportes diplomáticos. Si así fuera el

caso, no sería difícil de creer. Imagínese al alcalde de una provincia perdida en

un país de 56 naciones, multitud de dialectos y 1.200 millones de habitantes,

dándole a un compatriota una credencial de “representante” de su distrito. Como

hasta una secretaria puede ser considerada “representante”, es demasiado

sencillo obtener un visado diplomático y salir así del país. Demasiado sencillo.

Y Lam Kam Hoi quería más de eso.

Por ello se presentó ante el diario El Comercio y contó cómo el Dragón Rojo

quería matarlo. Todo por los 300 dólares que un amigo le prometía si le ayudaba

a trasladar a seis personas al Ecuador. Lam soltó todo: que el Dragón Rojo

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cobraba hasta 8.200 dólares a cada chino por meterlo en Estados Unidos –a

Europa es más caro, se pueden cobrar hasta 20.000–, y que los dragones rojos

estaban implicados en la muerte de Wang Gang, un empresario chino abaleado

en un karaoke en 1996. Lam también solicitó protección a su embajada y le fue

negada, porque como señalaban los reportes policiales disponibles, tanto él

como Wang Gang eran dragones rojos.

La historia data de comienzos de los años noventa, precisamente con el arribo

de una nueva camada de ambiciosos jóvenes chinos, entre ellos Xu Lu, Lam

Kam Hoi y Wang Gang. Un intrincado diagrama de inteligencia policial fechado

en ese entonces da cuenta de su organización: el centro de operaciones y

contactos era el chifa Kam Mey Mi, en la cuadra 14 de la avenida Benavides,

Miraflores. Lucio Cam, llamado también Cam Hong Huang, habría servido como

nexo. Los varones: Lam Kam Hoi –dueño en ese entonces de los baños turcos

Vel Vet–, Javier Cam Fupuy, Chen Feng Hua Fong –propietario del chifa Kin

Min– y Manuel Koo Chu. Las mujeres: Consuelo Cam, Catherine Cam Chang o

Cam Chiang Ping y Zully García Cam. Xu Lu ocupaba una jerarquía menor, al

lado de Wang Gang, César Lee, Ho Choy Lai, Gang Cheng (alias “David”), Hilda

Reyes Piaggio –secretaria de Lam Kam Hoi– y Hu Siu Min –padrino de Xu Lu–.

Los negocios para los chinos en el Perú de fines del siglo XX eran los de

siempre, cualquiera relacionado con la simple compraventa, aunque el

neoliberalismo de Alberto Fujimori abría posibilidades inexploradas. Mientras la

Beneficencia China conservaba su proverbial parsimonia ante los conflictos de la

comunidad y se alistaba cada año con entusiasmo autómata para cada nueva

Fiesta del Doble Diez –10 de octubre, la fiesta nacional china–, promoviendo

clichés como el desfile del dragón chino y los pasacalles de acróbatas dando

saltos de artes marciales, los impetuosos contactos de las triadas mundiales en

Lima se percataron de la voracidad del peruano promedio por cuanta oferta de

menú chifa se le ofreciera. Y por cinco soles en promedio, esa era la pantalla

perfecta.

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La figura era bien simple: Ya que son los chinos de Cantón los más

desesperados por huir de su eterna miseria, he aquí un trato dorado. Hay un

país en Sudamérica donde la comunidad china es fuerte. Se llama Perú. Te

prestamos 10.000 dólares para que abras un chifa, te prestamos para los

pasajes tuyo y de tu familia, pero nosotros ponemos al cocinero. De este modo,

buena parte de los chinos que se quedan en Perú abren chifas con facilidad en

gran parte hipotecándose a las tríadas, y ven desfilar por sus cocinas infinidad

de cocineros ni siquiera contratados por ellos.

Sólo de este modo podría explicarse cómo chifas de míseros locales se

convierten en ostentosos palacetes de antojadísimo diseño. Con el dinero

obtenido se paga el préstamo, y al cancelar la deuda comienzan a pagar el

cupo, es decir, el derecho a seguir viviendo de la gula peruana. Para el año 2003

se calcula en 7.000 el número de chifas sólo en Lima.

Xu Lu se abrió camino a paso lento. Compañero en labores de sicariato con

Wang Gang –hay expedientes que involucran a ambos en la Fiscalía Penal 42

de Lima y que detallan denuncias por delitos contra la vida, el cuerpo y la salud;

delitos contra la libertad que involucran armas de fuego; delitos contra el

patrimonio y también contra la administración de justicia–, logró minimizar a

Gang Cheng cuando éste empezó a prosperar con su agencia de viajes Disney

Tours. Gang usaba Disney Tours como una fachada para comercializar

pasaportes falsificados, actividad también monitorizada por la policía, como

señala un informe confidencial fechado en mayo de 1997. Su poder fue tal que a

partir de ese mismo año, él mismo organizó el negocio de extorsiones y se dio el

lujo de invitar a alcaldes limeños a la China. Los viajes no se concretaron debido

a denuncias periodísticas al respecto.

La policía también sospecha de Gang Cheng como autor intelectual del

asesinato de Lin Zhiang Rong (44) y su cuñada Yuan Ljuan Xia por el aparente

móvil de simples deudas. El motivo

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real habría sido la relación que Lin sostuvo con una mujer sólo conocida como

“Kety”, que también había sido pareja de Gang. El 27 de abril de ese año, Gang

Cheng cometió una presunta estafa por 290.000 dólares, y fue capturado y

liberado al día siguiente por causas no del todo claras.

El prontuario de Xu es más nutrido, si se revisa el parte rotulado con el jeroglífico

título de 2003-VII-DIRTEPOL-DIVMET1/CMF-DEINPOL: desde 1994 se ha

venido especializando en extorsiones, agresiones y secuestros (el de Xustieng

Shen ha sido el más reciente), hasta el punto culminante de matar el 28 de

septiembre de 1996 a su ex compañero, Wang Chang, en el interior del Vídeo

Pub-Karaoke Lok Sen, en la avenida Rosa Toro, famosa en Lima por su larga

fila de cebicherías.

Las múltiples agresiones de Xu a la comunidad china sólo salpican en la prensa

cuando son espectaculares, como cuando en 2001 un cocinero ligado al Dragón

Rojo mató a la familia con que vivía con el cuchillo de cocina. Se presumió que

se trataba de la mafia, sin demostrarse nada fehaciente y el caso quedó

desechado. La comunidad estaba alterada.

En 1996, 24 ciudadanos chinos al tanto de las actividades de Xu, denunciaron a

éste y a Wang Gang ante el embajador mediante un oficio redactado en chino

con sello de la Beneficencia China. Mal traducido al castellano, el texto expone

los padecimientos de las víctimas de este clan y termina en un exhorto que

literalmente dice: “remitiendo al gobierno de Pekín solicitando ayuda”.

Luego de la cena improvisada que nos ofrece el comandante Butrón –mucho

más de las atenciones regulares de la policía peruana–, nos damos cuenta de

que tres tipos han acudido en un coche negro a responder por Xu. El chofer

permanece dentro del coche, y los otros pasan a la antesala del despacho del

comisario. Un oficial nos aconseja evitar el ser vistos. Con cordialidad nos invita

a tomar asiento en un sofá junto a la puerta, sin opción a negarnos. A pesar de

eso estiramos los cuellos y logramos verlos.

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Ambos tienen rasgos orientales, por supuesto. El más alto no llega al metro

ochenta, y viste un terno azulino gastado. Su expresión es aburrida y enojosa

como la del vigilante cuyo patrón sorprende durmiendo. Se nota que preferiría

estar haciendo cualquier otra cosa, por ejemplo, dormir. Lleva un maletín médico

de cuero oscuro.

El segundo es cómico. Tiene gorrita de pintor de plaza y una casaca negra con

refilones rojos extraída de cualquier película B de kung fu. Sonríe, no podría

decir bien por qué. No podemos ver más, pues la conversación con Butrón es

rápida y privada. El resultado: se marchan apresurados, y Xu se queda en la

comisaría. Butrón, a quien sus amigos conocen como “Pocho”, suda frío: “Estos

chinos son de temer”.

La palabra “tríada” tiene su origen en un legendario juramento de honor. Y el

número tres se repite al contar la historia: en el siglo III de nuestra era, durante

la “Época de los Tres Reinos” (conocida en chino como Sanguozhi Yanyi), tres

generales juraron defender hasta la muerte al soberano Liu Bei de la amenaza

de Chang Chiueh y sus rebeldes, los Turbantes Amarillos. Estos generales

fueron Guanyu, Zhang Fei y Zhao Yun. Los dos primeros murieron con

heroísmo. Zhao Yun se convirtió en tutor del hijo del emperador.

Pero Guanyu llegó a ser el más célebre y la historia lo convirtió en el dios

Guangong (o Kwan Ti, depende del dialecto), dios de la guerra, la justicia y la

valentía. El culto a Guangong está presente en casi todos los templos chinos del

Perú, y el “Juramento del Huerto de Melocotones” es el modelo para los ritos de

iniciación en gran número de sociedades secretas.

Por otro lado, las sociedades secretas chinas aparecen documentadas sólo a

partir del siglo IX de nuestra era. Los Cejas Rojas son los primeros de los que se

tienen noticia. China ya contaba con dos mil siglos precedentes de historia. La

moral del confucianismo regía la vida de los monarcas, quienes no obstante eran

proclives al despilfarro y la ostentación. Los Cejas Rojas concentraron el

descontento popular y dieron pie a multitud de réplicas que desde entonces

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operaron así, subversivas, secretas. Los Lanzas Rojas, Los Grandes Espadas,

Los Dagas Pequeñas, Los Principios Celestiales de un Solo Corazón y Las

Religiones Sagradas de la Flor del Dragón fueron herederas de otras más

legendarias, como la sociedad secreta “Loto Blanco”, que a lo largo del tiempo

tuvo muchas encarnaciones y decidió episodios históricos que afectaron a toda

China.

Entre las actuaciones memorables de las sociedades secretas no

delincuenciales, fue muy célebre la Rebelión de los Bóxers (en chino I Cho

Chuan, o “Puños de la Justa Armonía”), que en junio de 1900 fue acogida por el

Imperio en su lucha contra los ejércitos de Occidente. El propio Sun Yat Sen,

que fundó la República en 1911, se valió del apoyo y logística de estas

sociedades para hacerse del poder. Con el tiempo, al ver disminuida su

influencia y antiguo poderíos se hicieron criminales.

En un artículo de Barbara Ward recopilado por Norman MacKenzie en su libro

Sociedades Secretas, se afirma que casi todos estos grupos funcionaron

originalmente como gremios, asociaciones benéficas o clubes deportivos. Cita

como ejemplo que en Estados Unidos, tras la fachada de la Asociación General

Industrial y Comercial Fuk Yee, con registro oficial, funcionaba la Sociedad de la

Terna Fuk Yee Hing.

Una investigación sobre la mafia china en el Perú, en la cual participé hace un

tiempo, fue publicada por la revista Somos en septiembre de 2002. En ella se

afirma que las triadas más conocidas en el ámbito mundial son la 14K, con

30.000 miembros activos; la Sun Yee On, con 28.000, y la Wo Shing Wo, con

25.000. En total suman unos 300.000 miembros repartidos en más de cincuenta

países. Sus actividades principales son la extorsión y el chantaje, el secuestro,

el narcotráfico, la prostitución, el tráfico de armas, el tráfico ilegal de seres

humanos y otros que siguen sirviendo de fachada.

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Xu Lu es flaco, sisea cuando amenaza y vocifera en vez de hablar. Su verdadera

edad es una adivinanza. Según el sistema crediticio y su carné de extranjería,

nació el 30 de mayo de 1970. En los registros públicos peruanos se señala como

su fecha de nacimiento el 31 de mayo de 1974, si bien la oficina de migraciones

consigna la fecha real como 10 de mayo de 1976. Para fines prácticos, en los

partes policiales se ha sacado un promedio y se dice que tiene 29 años. Maneja

tres pasaportes peruanos: 1380444, 1606353 y 2309673. Nada de esto se sabía

la noche de su primera detención. Se le dejó ir, pero puesto a seguimiento por

las dudas.

Xu dirige sus negocios desde el chifa familiar Árbol Grande, en la calle Risso

177, un bullicioso reducto de vida nocturna en el distrito de Lince. Declaró en

algunos documentos oficiales que posee la policía haber trabajado como

cocinero en ese local. Según testimonios reservados es propietario de otros tres

chifas, además de algunas discotecas y otros tantos restaurantes. Se moviliza

en un BMW de placa BON-203 y otro de placa AIX-552, y testigos policiales

afirman que con ellos recoge los cupos.

La prueba de su relación en anteriores delitos viene al canto: suele advertirles a

todos que de no cumplir con el pago, “les puede pasar lo mismo que a Li Liao

Yinkin”. Li era propietaria del chifa Sam Fung. Murió asesinada el 15 de febrero

de 2001 de seis balazos por un motociclista que la interceptó camino a casa, de

acuerdo con lo expresado en el informe Nº. N14.N.A6 de la policía nacional.

Li había cometido la torpeza de iniciar su propio negocio hacia Estados Unidos.

Un amigo cercano a la familia me citó en una heladería llena de jóvenes

ejecutivos que alargaban sus almuerzos. Me confirmó algo que ya había oído

antes: la familia Xu no forma parte de las celebraciones y reuniones en las

cuales suelen participar otros chinos. A nadie en la comunidad le hace gracia

que se les asocie con ellos. Dirigirles la palabra es un gesto excesivo que debe

ser evitado.

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“Todos saben qué tipo de gente son. No los vas a ver interactuando en fiestas

de la embajada”, reiteró el amigo tusan de los cigarrillos sucesivos. Una amiga

cercana, que ha oído la historia de Xu, confirma la cerrazón en bloque de la

colonia frente a ellos. “No los verás en actividades de los colegios chinos o

ejercitándose en los complejos deportivos. Imposible”.

Organizado a manera de una gran empresa, Árbol Grande conforma su

directorio de esta forma: 87.000 acciones en poder de Cang Zhang Xiu Zhi –

madre de Xu Lu y gerente general–; 78.000 acciones para Xu Lu (gerente) y

8.000 acciones para Xu Yang, su hermano y presidente del directorio. Yang es

un capitán retirado del ejército chino que en 1996 participó en la muerte de

Wang Gang, según documentos reservados. Ambos, Xu Lu y Xu Yang, son tan

temidos que incluso hay empresarios que prefieren pagar cupos arriba de los

50.000 dólares antes que denunciarlos.

Pero hay alguien a quien Xu respeta: su madre, Cang Zhang Xiu Zhi, gerente

general de Árbol Grande, y quien maneja dos identidades. En un documento

dice ser Cang Zhang Xiuzhi (N° 42889560) y en otro Xiu Zhi Olórtiga Medina (N°

07635186).

Xu Lu es dueño también de la discoteca Reflejos, en la ciudad norteña de

Tumbes, en el límite con Ecuador –y presumible destino de enlace con sus

actividades de tráfico de ilegales– y porta un arma porque, según su

manifestación la noche del tiroteo en Tequila Rock, “viajo constantemente a ver

mis negocios y hay muchos ladrones”. ¿Cocinero? Su registro migratorio

arrojaba en noviembre cinco viajes a Panamá, cinco a Estados Unidos, seis a

Ecuador y uno a Cuba, entre otros destinos.

Todo esto venía a la memoria el día en que lo vi frente a mí. Xu Lu, libre.

Hace pocas semanas me di una vuelta por el chifa Árbol Grande para poder

escribir que, en efecto, hay un árbol adentro del local, y que veintinueve mesas

Page 15: Los Zarpazos del Dragón Rojo - Red Dragon's Claws

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eran atendidas no por chinos, sino por peruanos que ni siquiera saben saludar

en chino y que tampoco les debe interesar saberlo.

Xu Lu estaba libre, según mis cálculos, por cuarta vez. A pesar del trabajo de la

inteligencia policial, de las condecoraciones que recibió el comandante Butrón

por su buen trabajo y su rechazo al jugoso soborno, y de toda la evidencia en su

contra, estaba libre. En el chifa observé que Xu tenía el brazo izquierdo

fracturado y sacaba cuentas con alguien más.

Pedí algo de comer y entonces, mientras miraba el afiche de un dragón dorado

sobre fondo rojo, colgado a un costado del mostrador, salió doña Xiu, sonriente,

saludando a la clientela desde el altillo de su metro sesenta. Igualita a las dos

fotos distintas que he visto de ella. Igualita a sus dos identidades conocidas por

la policía. Igualita a todas las injusticias que se cometen detrás de las zarpas del

Dragón Rojo.