A los tres cerditos les encantaba el bosque y vivían allí felices, aunque tenían un problema: un lobo que siempre andaba por ahí con ganas de comérselos.

Como a ninguno le gustaba estar atemorizado y huyendo del lobo, se reunieron para buscar una solución.

El mayor dijo que lo mejor era construirse una buena casa adonde el lobo no pudiera entrar. Los menores opinaron que era demasiado trabajo, así que el mayor de los cerditos marchó a edificar su casa.

No pasó mucho antes de que el hermano del medio también se fuera a hacer su propia casa.

Hasta que llegó la noche y con ella el lobo. —Cerdito, cerdito —dijo—, déjame entrar. —Ni lo sueñes, lobo —respondió el menor de los hermanos, que no tenía un pelo de tonto.

El menor, que era el más remolón, le pidió un poco de paja a un hombre que pasaba para armarse la casa. El hombre se la dio, el cerdito la construyó y muy contento se quedó.

El lobo comenzó a llenar sus pulmones. Tomaba tanto, pero tanto aire que el pasto alto se inclinaba hacia él y algunos arbustos se doblaban hacia donde se hallaba parado.

—Pues bien —sonrió el lobo y sus colmillos eran todos blancos y filosos—. Muy bien, súper bien. Entonces soplaré y soplaré y tu casa derribaré.

Cuando tuvo los pulmones repletos, el lobo sopló y de su boca escapó un viento furioso que barrió con la casita de paja.

El cerdito menor corrió y llegó a una casa de troncos que había en el bosque. Era la casa del hermano del medio, que lo dejó entrar enseguida.

Sin embargo, pronto llegó el lobo. —Cerditos, cerditos —llegó el lobo y desde afuera dijo—, déjenme entrar. —Ni lo sueñes, lobo —le contestaron. —Pues bien —volvió a sonreír el lobo—. Entonces soplaré y soplaré y su casa destruiré.

Los dos cerditos corrieron todo lo rápido que sus patitas les permitieron y se encontraron con una sólida casa de ladrillos que resultó ser la del hermano mayor.

Otra vez tomó aire el lobo, las ramas y las hojas se volvieron hacia él...Y cuando sopló, el viento feroz que salió por su boca hizo volar la casita de troncos.

Pronto se escucharon los pasos del lobo afuera. —Cerditos, cerditos, déjenme entrar. —Ni lo sueñes, lobo. —Bueno, muy bien, súper bien —sonrió y sus ojos brillaron—. Entonces soplaré y soplaré y su casa destruiré.

Otra vez el lobo llenó sus pulmones y al hacerlo algunos árboles se torcieron y algunos arbustos rodaron por el suelo…

Cuando finalmente el lobo sopló, un tremendo huracán brotó de su boca… Pero la casita de ladrillos permaneció como si nada. El lobo quedó boqueando y los cerditos, desde adentro, se reían de él.

Tanta, tanta, tanta fue la rabia del lobo que intentó colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso un caldero con agua hirviente justo donde el lobo fue a caer.

Con la cola quemada, el lobo salió corriendo, prometiéndose dejar en paz a esos cerditos tan difíciles de comer.

EMECONTENT

Cuentos Clásicos para la Noche es una divertidísima colección de historias para

leer antes de dormir.