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“poder contra poder, fuerza contra fuerza, interés contra interés” John Adams

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LOS SEÑORES DEL PODER Y DE LA DEMOCRACIAUNA EXPLICACIÓN A MODO DE INTRODUCCION (PARTE II)

(……….) Si esta última premisa es cierta, el mercadopolítico quizá fuera el «orden espontáneo» de Hayek –pero no se comportaría como máquina de utilidadcolectiva del modelo ideal. En definitiva, la historia –larga, compleja, plagada de altibajos y retrocesos- deestos sistemas de libertad e integración de ladiscrepancia es la de transformar el poder, desde unatendencia a considerarlo casi como una suerte de«monopolio natural», en un bien a competir: arepartir (en los «modernos») y a compartir (en los«antiguos»

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Fue Joseph Schumpeter quien supo interpretar lademocracia de masas –que apenas alumbraba en sumundo de entreguerras- como un mercado… ¿devotos? Quizá en este punto, que hace al objetivo delos productores de poder, podíamos hacer algunaapostilla, matizando la brillante interpretación delgran economista austriaco. En su misma línea, cabríaintroducir una variante considerando que el voto esúnicamente una divisa inelástica que no seintercambia más que por poder. De tal suerte que, delmismo modo que productores y comerciantesmaximizan beneficios, los políticos profesionalespersiguen la acumulación del poder. ¿Se cumpliráacaso la fórmula de Ostrogorski, según la cual «la leyde la gravedad del orden social consiste en que lapropiedad natural de todo poder es concentrarse», encualquiera de las formas que adopte?: porque –nosadvierte Bertrand de Jouvenel- «el poder cambia deapariencia pero mantiene la realidad de sunaturaleza». La verdad es que, desde las primerasfuentes de la antigüedad clásica, la evidencia empíricaen este sentido y dirección es considerable.

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• Por otra parte, la ecuación votos-poder es un planteamiento muy reciente. Esa resultante que conocemoscomo democracia de masas, gestionada por partidos movilizadores, organizados como maquinariaselectorales, no ha cumplido aún el siglo. Salvo significativas excepciones, es algo desarrollado al pairo deGran Guerra. Todavía en 1917 y en el Reino Unido, de cada diez electores varones mayores de edad (de lasmujeres, ni hablemos), cuatro carecían del derecho al voto.

• Para que las votaciones adquieran el rango –y la virtualidad- de elecciones, se requieren ciertascondiciones mínimas de seguridad jurídica, independencia y separación de poderes. Sólo en ese contexto,en que la libertad está suficientemente garantizada, opera un mercado político que asegura y promueve laalternancia. Y es entonces cuando se produce el incentivo, y el interés, de los profesionales del poder –como advirtió sagazmente el clásico escocés en su famoso ejemplo del carnicero- de competir, respetandolas leyes del mercado político (o marco constitucional) y promoviendo políticas públicas positivas que lesconduzcan a la conquista o conservación del poder. Pero ese nivel de controles, equilibrios y contención,que convierte una votación en una elección, propio de la democracia participativa y pluralista, es unartificio precario que se ha logrado en el mundo occidental no sin años de violencia, descalabros yretrocesos.

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• En definitiva, las tensiones, retrocesos ytropiezos son manifestación de una tendencia, sino «natural» -quizá nada en la naturalezahumana lo sea- al menos muy frecuente en elhombre en cuanto «animal político», en losseñores del poder del tiempo antiguo o en lospolíticos profesionales de nuestros días: unapredisposición a acaparar, a incrementar poder.De igual modo que en el mundo de la economía–nos cuenta Adam Smith- los productores«conspiran sobre los precios» y tienden almonopolio, en el universo de la política losproductores del poder rechazan la concurrenciay buscan la hegemonía y, si logran laomnipotencia, eliminan a la oposición. Puedeque esa omnipotencia sea una expresión«natural», pero, sin duda, es también unamanifestación abusiva de la libertad: liberty –sentenciaba Hobbes- is the absence ofopposition. Traduciendo I will por I can,observaba Isaiah Berlin, se identifica libertad ypoder: «quiero, luego puedo». Se trata de unanoción ilimitada de la libertad que provoca elconflicto entre dos concepciones de la misma.

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• Dicho esto, estoy lejos de militar en las nutridas huestes que hoy andan a la caza intelectual del político.Cuando los frustrados no son capaces de reemplazar a los fracasados –explicaba Maura, con ocasión de laresaca del 98- y desesperados gritan ¡los políticos a la vida privada, el pueblo a la vida pública!, en general,hay que traducir por el ambicioso genérico de «pueblo» a algunos de los que gritan. Pero tampoco estoypor organizar monterías con reses de banqueros, cuya veda parece haber abierto una interpretaciónequivocada de esta crisis profunda que padecemos. En este punto y hora, me parece divertida la escenade muchos políticos saliendo en tromba de la timba del poder, cual capitán Renault en Casablanca,pidiendo justicia contra «el mercado» y venganza contra los financieros, al grito de «aquí se especula».¡Como si ellos no hubieran hecho otra cosa desde Pisístrato que especular!... Sobre el poder. Y especular,especular, claro que se ha especulado en demasía. Suele ocurrir, cuando, de un sistema pensado con elfreno de la quiebra, se percibe que, en lugar de arruinado, sale uno indemnizado y en vez de juzgado, conlas pérdidas socializadas: en ese contexto de irresponsabilidad, los incentivos para tomar decisionesprudentes son mucho menores que las tentaciones para correr riesgos descontrolados.

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• Los excesos del poder, lo mismo que la codicia,probablemente, sean consustanciales a lanaturaleza del poder y al componente deambición de la condición humana. Los FoundingFathers, a pesar de su radicalismo casi libertario,añadieron unas gotas de hobbesianismo –meexplicó un día el Profesor Gallo- al precipitado,integrando desde el principio en su ecuaciónpolítica idealista la presencia del poder comouna consecuencia inevitable, por más quedesagradable y temible, del lado oscuro de lanaturaleza humana, en la conocida expresión deThomas Paine. La sociedad –escribía Paine- esproducto de nuestras necesidades, el gobierno denuestras debilidades: si se gobernaran ángeles –concluía Madison- no sería necesaria suexistencia. La idea de una venalidad universal enla naturaleza humana –advirtió Halmilton- es, enel razonamiento político, un error apenas menorque el de creer en una universal rectitud.

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• Al parecer, pues, los primeros americanos, yprimeros demócratas también, estuvieronpronto en el secreto –quizá escarmentados encabeza familiar, por medio de sus lecturas deltremebundo seiscientos inglés-, y desistieron defabricar un modelo político pensado paradoblegar o ignorar la naturaleza humana.Madison llamaba, en El Federalista, a extinguirpara siempre la ambiciosa esperanza de hacerleyes para la mente humana.

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No buscaron lo imposible: suprimir la competencia con una autocracia de laque querían escapar. Omnipotence cannot do it, ni siquiera Dios puedeconvertir en verdadero lo que es falso, afirmaban los revolucionariosamericanos, en un dictum derivado de Grocio y destinado a establecer lasoberanía radical del ciudadano individual frente al Parlamento británico –en una exclamación que debería hacer a algunos periodistas europeosreflexionar sobre el movimiento del Tea Party. De esta suerte, los primerosamericanos procuraron controlar y equilibrar excesos, enfrentando podercontra poder, fuerza contra fuerza, interés contra interés (John Adams). Laexperiencia debe ser nuestra única guía, la razón nos llevará a la confusión –afirmaba John Dickinson, en una estudiada, pero «cándida simplicidad», ensu pose como «granjero de Pensilvania». Es posible que esa combinación deexperiencias severas y supuestos filosóficos pragmáticos, conducidos por unsano temor a que «el experimento» saliera mal y acabara en caos, comopreludio de una tiranía peor de la que buscaban escapar, les condujera amontar un sistema lleno de cautelar y contrapesos, producto de una nociónlibertaria, profundamente escéptica y desconfiada del poder. El hecho esque aquel idealismo cauteloso les llevó a construir el sistema democráticomás profundo, más estable y más prolongado que ha conocido el mundooccidental.

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• Estas páginas no ambicionan hacer una historia delpoder en España; ni siquiera del poder en laEspaña contemporánea. Se trata, simplemente, deproponer ciertas reflexiones en torno a las historiasde algunos hombres con poder. Una historia depoderosos, que ni siempre –ni fundamentalmente-son los ricos ni tampoco se conducen como «elEstado Mayor de la burguesía», como advirtió –yrectificó- Marx en El Dieciocho de Brumario de LuisBonaparte. Los políticos de raza son, pordefinición, traidores de clase. De cualquier «clase»-sobre todo, desde que el voto del señor Botín novale más que el del más modesto de los jornaleros,que decía hace años, y con razón, Felipe González.

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• La venalidad(*) no es el problema de la gran mayoría de los políticosprofesionales, sino la ambición de poder, que es su objetivo central.Sin embargo, lo aparatoso y difundido de los casos de corrupción hacanonizado, desde el tiempo clásico, ese matrimonio espurio entrepolítica (democrática) y corrupción. Sobre todo desde que, en el siglov a.C., Efialtes y Pericles idearon la remuneración de cargos públicoscomo forma de contrarrestar el mayor poder económico de sus rivalesaristocráticos, la mistoforia se convirtió en el centro de la críticaconservadora y aristocrática, en la medida en que se le hacíaresponsable de la degradación de la política. Además, se consideraba–escribiría Cicerón siglos más tarde en De Officiis- un ejemplo deangustus animus, el ama innoble, que había perdido la vía recta: losvalores aristocráticos (areté) de generosidad, desprendimiento yhonor en el servicio público, para sustituirlos por la sórdida ambicióneconómica. Un hecho que había dejado al pueblo –en palabras dePlatón recogidas por Plutarco- como caballo sin freno, encumbrando agentes, dispuestas a vender la ciudad por un dracma, a ocupar cargosque antes sus agobiantes ocupaciones les vedaban su aceptacióngratuita.

• (*) D.R.A.E : “Vendible o expuesto a la venta”.

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• Ése fue el argumento básico de Platón. Quizáhaya que buscar en esta aversión posterior a lamistoforia –que se extiende desde Aristóteleshasta los Founding Fathers y, en cierto sentido,incluso hasta nuestros días- el origen de unaresurrección de la concepción idealizada de lapolítica, como un oficio noble, altruista ydesprendido. Un oficio, en suma, inspirado en losvalores aristocráticos de la areté pre-democrática. Una noción que ha llegado hasta elpresente y resistido embestidas tan ilustres ycontundentes como las de Maquiavelo, en sumomento, o las de Bertrand de Jouvenel, ennuestro tiempo.

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• Lo interesante de la noción virtuosa del oficio –denobles con más frecuencia que noble- es que elnegativo de la virtud política, puede que desde lamistoforia clásica, se haya interpretado comoconsistente en la venalidad y la corrupción. Unaconclusión que, en mi opinión, desenfocagravemente la naturaleza de la profesión –y que, porcierto, ya aparece denunciada en Mirabeau o elpolítico. Porque la degradación de la política no es lacorrupción. Y la mejor prueba –como observara lordActon- es que la corrupción aparece en política comouna derivada del ejercicio abusivo del poder. En lafamosa fórmula del pensador británico –el podercorrompe y el poder absoluto corrompeabsolutamente- el sujeto que corrompe es el poder.Porque, en efecto, la dirección del movimientodiscurre comúnmente del poder a la corrupción, queno al revés. Así pues, la naturaleza del oficio político–y el objetivo del mismo- es, pues, el poder; suriesgo y cara negativa, el abuso de poder, no lavenalidad. En todo caso, me parece empíricamentedemostrable que, en política, la tendencia al abusode poder es la regla, en tanto que la corrupción esuna derivada excepcional: por eso, precisamenteporque es excepcional, deja un margen de beneficioatractivo a los corruptos.

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• Qué muchísimos políticos profesionales son más sacrificados, generosos yentregados que vanidosos –que ya es decir- y mejor intencionados que lamayoría de nosotros?, es probablemente una hipótesis más razonableque verificable. Pero también comprendieron los fundadores de lademocracia moderna que grandes desastres son, con frecuencia, el partoindeseable de las consecuencias, ni queridas ni planeadas, de las políticasmejor intencionadas. ¿Qué muchos políticos han tenido y tienen buenasideas, que impregnan políticas públicas, funcionales desde determinadospuntos de vista, y que tienen el desprendimiento, el tesón y la enterezaque nos falta a la mayoría para llevarlas a cabo?, es seguramente cierto –aunque en estos tiempos parezcan vivir más de encuestas que de ideas.

• Pero todo eso no quita para reconocer que la libido dominandi sea uno delos grandes deseos del hombre, según Agustín de Hipona, y el poderarbitrario, el objeto natural de la tentación del Príncipe, nos recuerda elProfesor Brogan citando a Swift. Porque «hay un grupo de seres humanospara los que el mando es, por sí mismo, el fin de su instintivo afán:mandar por la fruición pura de mandar, como el avaro ama el oro por eloro». No se puede decir mejor que lo hizo Marañón en su Conde Duque deOlivares. Por eso –escribía Chesterton, desalentado tras la Gran Guerra-este mundo nunca será seguro para la democracia.

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• Ésta, pues, es la aventura de algunos políticos profesionales queambicionaron el poder con pasión y buscaron maximizarlo condedicación. En ocasiones, lo hacen en alianza con el demos,extendiendo e impulsando derechos. Sin embargo, a veces, susquerellas les llevan hasta su propio descalabro –arrastrando conellos a los ciudadanos a quienes dicen representar o alardean debeneficiar. Por eso, ésta es también la conmovedora historia dequienes aprenden de las catástrofes que genera su propiaincontinencia. Decía Ortega que de la historia, lo más interesanteera aprender de los errores. Y, no obstante, demasiados políticos,en lugar de interpretarla como fórmula de comprensión, se aferrana Clío con voluntad anacrónica, cual maza de alabardero, que es unsímbolo de poder. Ahora la llaman «Memoria Histórica». Pero,desde una perspectiva tal, es más fácil manipular que interpretarlas posibles consecuencias indeseables de la propia desmesura.

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• En la perspectiva aquí elegida, por el contrario, se procura huir de la proposición. Y se busca laexposición. «La tarea fundamental de un profesor que se precie de tal –decía Weber- consiste enenseñar a sus alumnos a fijarse en los hechos incómodos; es decir, en aquellos hechos que sonincómodos a sus opiniones personales». Por eso, hay que procurar argumentar desde el punto devista de cada uno de los actores en cuestión, gusten o disgusten. En 1º de Inglaterra, y en 2º deEE.UU., me enseñaron que la manera menos insegura de evaluar a unos personajes determinados ysus políticas consiste en medirlos con arreglo a los resultados obtenidos, en relación a sus propiosobjetivos. Examinarlos, por así decir, de la asignatura a la que representan, con preferencia aaquella que a nosotros nos hubiera gustado que cursaran, procurando no olvidar la sabiaadvertencia de Finley, en el sentido de «que una ideología no es una teoría que deba exponerse almismo análisis riguroso que ésta, por cuanto la prueba de una ideología es pragmática» y la medidaestá en sus propios términos.

• Evaluar –pongamos por caso- a Cánovas como «demócrata» no ayuda mucho a la comprensión delsistema que ideó, porque el político liberal-conservador eligió la carrera de «alternancia», que esrequisito necesario, pero no suficiente, de una democracia a la occidental. Por la misma razón –aunque motivos opuestos- al general Mola hay que examinarle de «golpismo», una asignatura nadafácil de aprobar, pero que fue a la que se presentó nuestro general-conspirador; materia, por cierto,muy distinta a la de guerra civil que es, más bien, la expresión de haber suspendido la primera delas citadas evaluaciones. De la misma suerte, a los «caballeristas» hay que medirlos en función delobjetivo que ellos mismos se marcaron, la revolución, en lugar de pedirles cuentas por haberdejado caer una república democrática de corte occidental en la que ni creían, ni querían entonces,aunque la echaran de menos después.

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• Militares golpistas y socialistas bolchevizados,sindicalistas revolucionarios, pistolerosfascistas y católicos integristas, partidos anti-sistema, a derecha e izquierda, eran parte delpaisaje europeo –y no sólo español- desde elsuicidio de los bárbaros, como José deIngenieros, el pensador positivista argentino,llamaba a la Gran Guerra. Para políticosliberales (de la Restauración) o parademócratas (de la República), cuyo objetivoconsistía en preservar la libertad y consolidarla democracia, eran datos del problema:obstáculos severos e indeseables quedificultaban el examen, pero que no le eximíande la prueba. Desde su perspectivarevolucionaria, Lenin desarrolló elrazonamiento con precisión: no basta confulminar, maldecir y «negar» el militarismo,criticarlo y demostrar su nocividad – escribía elpráctico de insurrección, tratando de extraerenseñanzas del fiasco de 1905. Una forma derazonar que puede servir también a políticoscon objetivos contrarios a los del líderrevolucionario.

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• El lector comprobará que en este texto se hacen frecuentes referencias almundo clásico. Desde Constant, a todos se nos alcanza que «la libertad de losantiguos» era cosa de naturaleza diversa. Incluso la famosa Oración Fúnebrede Pericles, «que se acerca» -nos dice Sartori- no llega a nuestra noción delibertad individual. Y su democracia, tampoco. Por más que hubieraninventado la palabra, la democracia clásica era cosa muy distinta a la nuestra.Hay, empero, al menos cuatro razones que le llevan a uno a esos autores y susreflexiones. En primer lugar –comenzaba Hayek su famoso libro-, porque«para que las viejas verdades mantengan su impronta en la mente humanadeben reintroducirse en el lenguaje y conceptos de las nuevas generaciones».Verdades cosechadas, quizá, por el hecho –del que ya nos alertó Finley- deque entre los antiguos no había pensamiento políticamente correcto; uncorsé asfixiante de nuestro tiempo, que se parece más a la autocensura –o ala «tiranía de la opinión pública», para utilizar la reflexión orteguiana- que a lacensura o al miedo al sátrapa de turno. La democracia clásica coexistía consistemas de gobierno muy distintos en otras ciudades: una circunstancia quellevaba a los pensadores clásicos a reflexionar sin tanta beatería, quizáporque no estaban «al final de la Historia», sino en su principio. En segundolugar, los clásicos habían descubierto al ciudadano individual y pensabanmenos lastrados por los grandes agregados sociológicos de nuestro tiempo.La democracia clásica nació mystós, mestiza porque construyó al ciudadanoindividual rompiendo con la servidumbre de tribu y territorialidad. Por fin, «elculto de la Antigüedad», el modelo y la imitación de los clásicos, todavíaestaba muy presente en la política occidental del ochocientos.

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• Dicho sea esto con toda suerte de precauciones. A losefectos, recordemos que ya Guicciardini nos previno conironía sobre lo que cuatrocientos años despuésdescubrimos en las pantallas de Hollywood: queElisabeth Taylor describe mejor a una opulentaamericana de Sausalito que a la legendaria Cleopatraptolomeica. Pero, en fin, ésos son problemas curiosos ymenores; entretenidos y hasta divertidos con la ayudade la pluma de los novelistas románticos. Sin embargo, lacosa se torna peliaguda cuando en las «películas deromanos» -o de «espartanos», habría que decir entiempos de la Gran Revolución- los políticos se animan arodar escenas anacrónicas con un reparto encomendadoa personajes fuera de época y de contexto, como losrevolucionarios franceses, inspirados en los lienzos deDavid y entusiasmados con la escena del cónsul Brutosacrificando a sus hijos en el altar de la virtudrepublicana. «El imaginario de la antigüedad a silloné larévolution», escribía Claude Mossé.

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• Y la verdad es que, desde que algunos de sus intérpretesconvirtieron la Germania de Tácito en uno de «los librosmás peligrosos» de la historia, los desastres sobrevenidoseligiendo modelos equivocados (Esparta), o una peculiarinterpretación de esos modelos, y articulados con el cultoa los sacrificios ofrendados en el altar de una supuestavirtud germánica ancestral, fiera y severa, austera eincorruptible, no han sido menores, como señaló Aulardhace más de un siglo.

• Clásicos o modernos, este discurso está cosido conejemplos de situaciones y personajes fuera de losespañoles. Comparaciones que se han formulado con unaintención referente, que no concluyente. No son parte dela trama central del relato. Como el paisaje en los cuadrosflamencos renacentistas, buscan ganar perspectiva, sinmayores pretensiones demostrativas. A veces, nos sirvenpara evitar descubrir Mediterráneos, colocando el casoespañol en su contexto general, más cerca de la imitaciónque de la invención u ocurrencia. En ocasiones, la reaccióndel forastero enfrentado a situaciones semejantes, nosayuda a la reflexión, a cuestionarnos lo que deja deparecernos tan evidente y a formularnos preguntasalternativas. Eso es todo. 21

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• Benigno Pendás, con sabiduría y buen sentido, me haprevenido ante lo que podría entenderse como unainterpretación edulcorada de la III República. No ha sido ésa laperspectiva y menos el objetivo de este texto. Soy conscientede que la República Francesa de antes de la II Guerra ha sidocitada reiteradamente como ejemplo de parlamentarismoalambicado y disfuncional, amén de protagonizar escándalosde corrupción sonados, y no sólo del Partido Radical. LaRépublique des Camarades, es un libro jugoso, cuyo título daidea de una red de intereses políticos, mutuos pero noprecisamente santos. Sin embargo, el propósito aquí con losejemplos referidos a la III República no es buscar laejemplaridad, sino iluminar una estrategia política enfocada enlo que los americanos llaman institution building, que pareceausente de la retina política de la mayoría de los republicanosespañoles, quizá porque –nos enseña Tocqueville- nada es másduro que el aprendizaje de la libertad.

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• Una palabra acerca del significado de algunos términos delicados que inevitablemente salpicaneste texto. «Descubrir cómo “se llaman” las cosas en el contexto de un determinado sistema –nos advertía Richard Weaver- es el primer paso del conocimiento». Por eso, he procuradorespetar el sentido que las fuentes dan a las palabras. Tarea difícil, cuando no imposible, por lodifuso, vaporoso, contradictorio, a veces, indefinido, casi siempre; y, sobre todo, porque, a lomosdel tiempo, cabalgan las palabras para cambiar de significado. Así, por ejemplo, por «pueblo», losviajeros románticos quier [en] decir los campesinos, nos aclara Mérimée. Pero unos campesinosde estampa e imagen que apenas responden a la variedad del ciclo agrícola; mucho menos, a lacomplejidad del mundo rural. Para Borrow, por ejemplo, «pueblo» son los campesinos, losarrieros, los pastores, a completar, quizá, con bandoleros y –en su caso, muy destacadamente-con los gitanos. Ese «pueblo» -y por la misma época –es también populus, y ahí sí coincide susignificado clásico con las guerrillas que hostigaban a los imperiales franceses o a los liberales,años después. Con algo más de dificultad es posible añadirle a los menestrales de barriada, elmob de Londres o the crowd en Rudé, la «turba» en colère, que protagonizaba revoluciones yasediaba palacios. Sin embargo, ese «pueblo», siglo y pico más tarde, ya son sólo lostrabajadores; aunque no todos. Trabajadores eran sólo los que realizaban tareas físicamenteexigentes: en el Madrid de la Guerra, para camuflarse, no bastaba con hacerse con un «mono»de trabajador, porque, con frecuencia, los milicianos exigían comprobar manos encallecidas porel trabajo. Trabajadores eran, pues, jornaleros del campo y, sobre todo, obreros industriales; esosa los que, un siglo atrás, Mérimèe encontraba indignos de tal condición popular por su vulgaridady uniformidad.

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• En el otro extremo del paradigma social, la nociónmarxista de «burguesía» lleva en la virtud de suprecisión el pecado de su limitación. En tanto queentender por «burguesía» a aquellas gentes deformación y estilos de vida urbanos o urbanizadosabarca un conglomerado social variopinto, a vecescontradictorio, casi siempre heterogéneo en susintereses y actitudes. En el mundo de ayer, la brochagorda social ayuda algo a la distinción. De modo quecuando el secretario en las Cortes de Julián Besteiroanotaba en su dietario que la burguesía habíadesaparecido de las calles de Madrid y Barcelona enguerra, quería decir que el atuendo de corbata,sombrero y zapatos se había borrado del paisajeurbano. Una identificación que en el mundo de«marcas» de nuestros nietos se nos haría hoy muchomás difícil.

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• El texto que aquí se ofrece está infestado de referencias, pero he intentado encastrar lo que nosdicen las fuentes en el discurso de este ensayo y he procurado reducir la literatura del aparatocrítico a su mínima expresión, para que pueda leerse sin apenas bajar los ojos a las notas. Lasfuentes primarias, manuscritas o impresas, van en cursiva; las secundarias, aparecenentrecomilladas: con el propósito de subrayar la diferencia entre testimonios y «opiniones» o«demostraciones».

• Muchas personas que han revisado este ensayo, a distintas alturas y en diversas versiones, me hanhecho multitud de observaciones y correcciones, casi siempre atinadas. El homenajeado al inicio deeste trabajo me pidió mayor claridad en el propósito del mismo y a ello he dedicado estaintroducción, aunque sigo convencido que este libro no debe aventurar conclusiones. Bastará conhaber logrado enhebrar algunas reflexiones que estimulen preguntas y provoquen debate. En elSeminario de Historia que preside y anima Santos Juliá en la Fundación Ortega, junto con JoséÁlvarez Junco y Mercedes Cabrera, se me hicieron demoledoras observaciones a un primerborrador de este ensayo. He procurado recoger muchas de ellas y, de resultas, le he dado la vueltaal texto, organizándolo de manera sincrónica, aunque me temo que con ello pague un peajeteleológico que pudiera desvirtuar su sentido y adulterar mi propósito. Porque en realidad, almenos la realidad de la política, no es una película. Más bien, son fotogramas superpuestos -«aquíy ahora», como piensan y actúan los políticos- con los que nosotros articulamos exposiciones eincluso nos atrevemos a dar explicaciones, interesantes, a veces, aunque, al menos, tan discutiblescomo plausibles. En Historia, decía Prescott, es raramente admisible el uso de un término máscontundente que el adverbio «probablemente».

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• El Profesor Ben-Ami nos ha regalado el prólogo.Jugoso e inquisitivo, como todo lo suyo. ShlomoBen-Ami aúna a un conocimiento e inteligenciasobresaliente, el plus de percepción que prestahaber vivido la realidad. Porque es de esoshistoriadores que, como Constant, Cánovas oChurchill, además de reflexionar sobre el poder,se ha atrevido a ejercerlo. José Manuel CuencaToribio ha corregido el texto con la paciencia quele presta su generosidad y con la garantía que leda un conocimiento exhaustivo de las fuentes,Juan Francisco Fuentes me ha alertado sobrereferencias históricas relevantes, en relación aconflictos civiles y exilios. Víctor Morales Lezcanome ha ayudado a enfocar con propiedad el temade Marrueco que conoce al dedillo.

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LOS SEÑORES DEL PODER Y DE LA DEMOCRACIAUNA EXPLICACIÓN A MODO DE INTRODUCCION (PARTE II)

• El Doctor Carlos Dardé, otrora discípulo, hoy maestro, haaportado referencias muy oportunas al texto y me hasugerido acertadas variantes en cuanto a la organización delmismo. Aurora Nacarino Bra

• bo me ha ayudado a precisar ciertas referencias. AndreaDonofrio me ha encontrado y corregido citas, a vecescomplicadas, y ha revisado el texto con acierto y paciencia.Los bibliotecarios de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón me han facilitado, con celeridad ydedicación, bibliografía de difícil acceso, en ocasiones. Mieditora, María Cifuentes, ha desplegado comprensión ydemostrado paciencia en unas dosis que sólo la amistad devarias generaciones puede explicar. Por fin, mi mujer, CarmenSpottorno, ha soportado el trabajo y mejorado su resultadocon preguntas y aclaraciones llenas de buen sentido. Como nopodía ser menos, lo que resta son errores propios de mitorpeza y fruto de mi cosecha.

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LOS SEÑORES DEL PODER Y DE LA DEMOCRACIAUNA EXPLICACIÓN A MODO DE INTRODUCCION (PARTE II)

Este texto es la transcripción de la segundaparte del capitulo “Una explicación a modo deintroducción” del libro Señores del Poder y de laDemocracia de José Varela OrtegaPontevedra, 20 de Mayo de 2013

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INCUPLIMIENTO¿HAY QUE FIARSE DE LOS POLITICOS?

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