Los Segundos de la Princesa

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A José Luis Poblador y a Margot Martín, nuestros queridos amigos de En Juego de OndaMadrid Sin vosotros Nuestra Historia jamás hubiera sido posible Nunca Caminaréis Solos

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A José Luis Poblador y a Margot Martín, nuestros queridos amigos de

En Juego de OndaMadrid

Sin vosotros Nuestra Historia jamás hubiera sido posible

Nunca Caminaréis Solos

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El único motivo de publicar este blog es poder cumplir uno de los SUEÑOS de ÉL, del AMOR de mi vida, no pudo conseguirlo y yo no he encontrado otra manera cumplir uno de ellos. Quería que coincidiera con el día de mi cumpleaños, el del año pasado fue el primero y el único que hemos podido pasar juntos... cómo más nos gustaba viendo a nuestro Real Madrid, tomando pescaíto en el Rincón y para terminar unos mojitos en el Urban, le encantaba toda ésa parafernalia, un "telenovelero" de manual... y, lo más gracioso es que mí me fascinaba que lo fuera, tan tímida yo quién lo iba a decir... vivir para ver.

El mejor regalo de mi vida ha sido ÉL, siempre aluciné con que una chiflada cómo yo le inspirara sentimientos tan fuertes y tan intensos, si leéis mi "novela" ó "relato" según sus palabras, lo podréis entender... yo jamás imaginé que alguien pudiera hacerme sentir lo más de lo más sin ningún tipo de barrera, conectando totalmente. El Universo hizo posible lo mejor de mi vida, hasta entonces pensaba que había vivido intensamente... qué ilusa, jejeje ni de lejos... todo lo que he vivido antes de ÉL, aciertos, errores y toda la experiencia acumulada con los avatares que la vida me había ido poniendo en el camino, tenían un sólo motivo: ENCONTRARNOS, lo intuí enseguida y no sólo yo... los dos lo teníamos claro desde el primer minuto, primer segundo...

GRACIAS CARIÑO POR SER CÓMO TÚ ERES Y

POR SACAR DE MÍ A MI VERDADERO YO...

TE QUIERO MI AMOR CON TODA MI ALMA

Y PARA SIEMPRE...

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Nadie en su sano juicio se hubiera planteado seguir a un taxi una tarde de principio de Agosto por Madrid. Por fortuna un fogonazo de lucidez evitó el ridículo que hubiera supuesto esa situación para aquel cuarentón. Para Él y especialmente para la mujer que lo había enamorado hacía ya unos meses. El Canario atractivo y socarrón que la acompañaba en el primero de los dos taxis que formaban la pequeña expedición, habría tenido un material estupendo para vacilarla durante todo el viaje. En el segundo de los coches el encantador matrimonio barcelonés que tanto la quería, es posible que no hubieran reparado siquiera en la compañía si, en una de sus habituales chaladuras, los hubiera seguido para volverse a despedir antes de que embarcaran en el avión. Andarían enfrascados en una de sus habituales pendencias de enamorados, entre las verificaciones habituales de billetes, pasaportes y demás asuntos previos al viaje. Fantástica compañía para viajar, al menos sabía que la mujer que lo encandilaba con una sonrisa, estaría mimada en todo momento.

Allí estaba, al lado del coche, como perdido, con cara de acelga y ganas de llorar ¿Diez años? No, cuarenta más bien, solo que en ese momento hubiera rivalizado con cualquiera de los párvulos que enredaban en el parque de al lado. Los padres de aquellos niños tampoco andaban demasiado bien de la cabeza bajando al parque antes de las siete de la tarde en Agosto. Mal de muchos, consuelo de bobos, lo mismo un virus de estupidez o locura se había apoderado del barrio entero.

Un par de horas después de la emotiva despedida, un sentimiento de nostalgia egoísta se empeñó en mantenerlo apagado, no era amargura, era inquietud por saber cómo afrontaría lo que venía. Abstraerse del recuerdo de su arrebatadora mirada era misión imposible, como la serie chula que tanto le gustaba y que aquel galán tamaño Click de Playmobil había mancillado en una saga de películas insufribles. Con seguridad, su corazón se había marchado detrás de aquel taxi que la conduciría al aeropuerto, ésa sensación de vacío, de extraña indolencia con la que veía al resto de la humanidad, se pasaría en unas horas como siempre. Le resultaba difícil encarar la ausencia de su “Princesa” durante casi un mes, era algo que le abatía, pero de una u otra manera tendría que superar el hecho de no poder disfrutar de su presencia en ese tiempo. Si seguía pensando en alto, terminaría probablemente cómo el Segismundo de Calderón, enlazando soliloquios. Imposible, el vano intento de escribir algo decente le hacía sentirse frustrado. Una y otra vez le venía a la cabeza el asunto, el único asunto, Ella. El recuerdo encendido de cada momento pasado, esos en los que mientras se besaban el tiempo se paraba y solo existían ellos dos. Besos, aquello

eran besos, toda la vida se había criado entre besos, de hecho, no lograba entender el por qué a los cuarenta unos besos aún podían hacerle sentir semejante torrente de sensaciones, cómo después de uno de aquellos encendidos, elegantes y deliciosos besos con los que a menudo le regalaba la excéntrica y fascinante mujer que había robado su corazón. Eran capaces de dejarlo aturdido, bendito aturdimiento...

Mis AMIGOS... Vicente, Anna y Rubén

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Lo mejor del primer día sin Ella, era que prácticamente había terminado. Desde su lejano destino, le había dejado un mensaje en el que le avisaba que “a lo mejor” podría sacar un rato para charlar a través del Facebook, ésa misma red social en la que se habían conocido. “A lo mejor”, eran las palabras precisas para generarle la necesidad de esperar lo que fuera preciso, las seis horas de diferencia entre ambos lugares no serían un inconveniente, para ése chico ninguna espera era larga ni incómoda cuando a la que esperaba era a su Princesa. La posibilidad de que no pudieran charlar ésa noche era tangible, quizás algo más que tangible, porque no viajaba sola y su agenda estaba realmente apretada.

Seguro que no sería un problema, no tenía un plan mejor, algo habitual desde que salían. Poder salir con Ella aunque fuera un efímero ratillo, el mero hecho de escuchar su voz o incluso el poder intercambiar mensajes en tiempo real, ése era sin duda para el mejor de los planes. Lo demás solía pasar a un segundo plano. Su Chica era la prioridad absoluta, era incapaz de recordar que algo así se hubiera producido a lo largo de su vida, es más, tenía por costumbre “aprovechar” la ausencia de las que habían sido sus parejas para tomar aire y sobre todo perspectiva de aquellas relaciones pasadas, pero es que a estas alturas tenía cristalino que esta historia en la que vivía actualmente, era sin ninguna duda la historia de su vida. Nunca había sentido algo semejante, ésa mujer lograba sin buscarlo sacar lo mejor de Él, conseguía emocionarlo con cada mirada de infinita ternura que le dedicaba y que siempre le llegaba a lo más profundo del alma, y cuando le regalaba ésa sonrisa, la sonrisa que necesitaba como ninguna otra cosa.

La espera no sería larga, nunca lo era, y menos cuando en el monitor de su ordenador apareció aquel aviso por el que hubiera dado cualquier cosa, tenía un nuevo mensaje y sabía de quien era...

El “a lo mejor” se había convertido en otra hermosa “sesión” de intercambio de mensajes, perfecto. Lo primero que hizo esa mañana fue releer de nuevo todos y cada uno de ellos, de nuevo Ella había sabido encontrar el momento, y es que además de encantadora, acostumbraba a ser realmente oportuna.

Hoy le daría los buenos días con un mensaje a su móvil, uno de esos que le enviaba cada mañana desde que “se hablaban”, todas y cada una de las mañanas. Sabía que le gustaban, ése era motivo suficiente para hacerlo, pero no era el único. Aunque le continuaba pareciendo increíble, cada mañana desde aquel día de Marzo donde se encontraron en un beso por primera vez, todas y cada una sin excepción, el primer recuerdo al despertar era para Ella, siempre, era una costumbre que le encantaba. ¿Cómo era aquello posible? Y eso a quien le importaba... El caso era que aquella mañana había amanecido tristona y gris en Madrid, pero el cuarentón había despertado con una sonrisa, ésa que le dejaron los mensajes que desde el otro lado del Atlántico había estado intercambiando con su Chica.

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Hoy buscaría en el Google Earth el lugar donde pulularía aquel “bichejo” que le había robado el corazón. Y así pasó otro día entero, después de unas compras con todas sus niñas, una sesión que había calentado su tarjeta. En Pepe Jeans tenían un 60% y esa era una oferta que no podía rechazar, como las que hacía Vito Corleone. Encontró unos vaqueros estupendos y estuvo a punto de comprar otros para su Princesa, pero como estaba acompañado y aún no era el momento de que sus hijas sospecharan, además Ella tenía jeans como para parar un autobús de la EMT, decidió que la idea de comprarla los vaqueros no era la mejor del mundo. Aquella tarde salió, como era costumbre, a correr y no lo hizo con su habitual ritmo relajado, esta vez corrió como un loco, y es que pensar en aquella mujer le encendía, era la mejor de las motivaciones.

Haría una ligerísima cena y se sentaría de nuevo delante del ordenador por si “a lo mejor” asomaba hoy también...

De nuevo había entrado y otra vez tuvieron ocasión de intercambiar una serie de mensajes. Esta vez le había dejado atónito con la contundencia y la exquisita ternura empleada en uno de ellos, y es que aunque no soliera adornarse en exceso, cuando se arrancaba con alguna lindeza como la que le había dedicado desde la distancia, lo dejaba completamente pasmado. Siempre lograba “pasmarlo” cuando le mandaba alguna suerte de requiebro y mucho más si se trataba, como la de hoy, de colocar su historia, divertida y preciosa, como la "historia de su vida".

Desde el otro lado del charco había llegado con aquellas hermosas palabras al fondo del alma de aquel cuarentón, la necesaria distancia que los separaba la había servido para poder realizar ese envite. Detrás de aquella mujer extraordinaria y fascinante que veía la vida de esa forma tan sencilla, tan natural, sin artificios, aun asomaba una persona tímida y deliciosa a la que le costaba decir según qué cosas al hombre al que había regalado su corazón. Conocía eso y sabía dar la importancia que tenían aquellas palabras. Él solía manifestar sus sentimientos con cierta soltura y sin darle mayor importancia al hecho de desnudar su alma de forma cotidiana, pero Ella era diferente, no le resultaba tan sencillo, sus palabras solían brotar de forma mucho más contenida, definitivamente, aquel mensaje encendido lo mantendría sonriente todo el día, podría releerlo una y mil veces y cada vez que lo hiciera le resultaría aún más bello. Las coplas de Carlos Cano mantenían si cabe aún más, ésa sonrisa, y es que era un personaje ecléctico en su vida y muy especialmente para la música, pasaba con naturalidad de los contundentes acordes de AC/DC a la ceniza

que portaba en la voz el bueno de Cano sin olvidar por supuesto al colombiano que tanto le recordaba a Ella, a Juanes y sus románticas canciones, esas mismas de las que habían disfrutado entre besos hacía tan poco tiempo. ¿Acaso había algo que le resultara placentero y no le recordara a Ella? La respuesta era sencilla y demoledora a la vez, No. De hecho, pudo ver un gran partido de su Equipo aquella mañana, entretenido, divertido incluso, por supuesto la enviaría la crónica del mismo al correo electrónico, olvidando que vivían en el siglo XXI y que ésa información estaba disponible desde

cualquier lugar del planeta. Pero es que era muy futbolera, tanto como viajera que era mucho decir. En breve saldría a tomar unas cañas por Madrid, no sin antes dejar un mensaje por si “a lo mejor” entraba en el Facebook, para que no lo echara de menos si así era, aunque seguro que para ese momento Él ya estaría

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al otro lado. No obstante, sabía que algún día Ella no podría acceder a un ordenador… para "se momento, siempre le quedaría releer sus bellísimos mensajes como el que había recibido ese día.

La noche había sido realmente divertida, mientras esperaba la hora de la cena en ese italiano de cabecera para ellos, las cañas en el Madariz Café estaban bien tiradas, la vida siempre tenía mejor aspecto con una refrescante Mahou en la mano. Después volverían a esa terraza de Felipe II para rematar la noche con unos Absoluts con tónica. La compañía no era mala, después de haberlas tenido “tiesas”, parecía como si hubieran acordado una tregua hasta la vuelta de vacaciones con aquella mujer en frente de la que estaba sentado, esa con la que había compartido con infinidad de altibajos, los últimos años, esa con la que a buen seguro, había terminado sin decirlo hace mucho tiempo. No obstante, sería estupendo poderse llevar bien con la madre de sus hijas, estaban condenados a tratarse y evidentemente, aunque no como pareja, la tenía mucho cariño. Hablaron de todo un poco, de manera sorprendentemente relajada mientras las pequeñas trotaban y jugueteaban alrededor de la fantástica escultura de Gala. Fue entretenido, pero no pudo evitar que sus pensamientos se ausentaran unas cuantas veces y volaran junto al recuerdo de su excéntrica amada, y es que no hacía un mes siquiera que pululaban por aquella misma plaza, agarrando su espectacular cintura mientras buscaban el acceso por el que entrar al recinto donde disfrutarían del que fue uno de los mejores conciertos de su vida. Buen sonido, pedazo de artista ese Juanes, pero sobre todo la compañía, esa sí que lo hacía diferente, escuchar tan románticas canciones ausente en uno de sus espectaculares y deliciosos besos lo habían hecho aún más fantástico, de los que jamás se olvidan. También le había venido a su cabeza aquella mirada perpleja que solía poner al abrir la carta del restaurante, todo coquetería, todo por no usar esas gafas que tan bien la sentaban. Era una escena que no por repetida perdía un ápice de gracia, no al menos para Él. Cuándo la veía alejar la carta en un vano intento de enfocar las letras para terminar con el ya clásico “pide Tú, cariño”, no podía evitar soltar una carcajada, era realmente un encanto, quizás la mujer más encantadora que había conocido, con esa pizca de coquetería que la hacía irresistible y con una gracia no pretendida a la que se había rendido hacía ya mucho, mucho tiempo.

La vuelta hacia su casa, ya con todas las “fieras” en el coche y sonando de fondo una de las canciones de la banda sonora de su vida en Kiss FM (emisora muy del gusto de su Princesa), ni más ni menos que “Every Breath You Take” de los Police, para más señas sonaba cuando pasaban por la monumental de Las Ventas, otro de los lugares con encanto que habían vivido juntos. Era taurina, era la primera pareja a la que la gustaban los toros. La canción de los Police que sonaba cada día mejor, un buen tema lo es porque resiste el paso del tiempo, y aquella vetusta Plaza de Toros le volvían a recordar aquella mirada, esa que le había robado el corazón, la de su Princesa cuando transitaban en el coche por cualquier calle de Madrid. Esperaría un rato a ver si “a lo mejor” asomaba por el Facebook, esa mañana tocaba madrugar para subirse a un caballo. Era una de sus pasiones, probablemente se había convertido en adicción a la adrenalina que le generaba cada salto, cada arrancada y cada vuelo con aquellos más de quinientos kilos de nobleza, hoy saltaría por Ella ¿Acaso podría ser de otra manera?...

Y asomó, y volvió a soltarle una lindeza de las que le mantendrían ensimismado desde que despertara hasta la noche siguiente. Esta vez le había contado que durante un hermoso y romántico atardecer, de esos que documentaría con muchas fotos, le había recordado con cierta nostalgia. A Él le seguían pasmando aquellas cosas, evidentemente no era la primera vez que las había oído, pero conociéndola como la conocía y

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sabiendo de su natural reserva a la hora de explicar sus sentimientos, aquello era mucho más que un piropo, era enseñarle que también lo tenía en su cabeza en infinidad de momentos aunque estuvieran a tantísimos kilómetros y no se hubieran visto en casi una semana. Cuatro días podrían parecer poco, pero a Él le parecían mucho tiempo, más contando que desde que “se hablaban”, no se habían dejado de ver más de cuatro días ante el lamento y su enfurruñamiento pueril. No terminaba de encajar con mucha naturalidad que ambos tenían sus vidas y que las cosas, incluida su excitante y deliciosa historia común,

tenían sus momentos y necesitaban sus tiempos precisos para que todo encajara.

La conexión con ÉL en ése atardecer en el desierto de Atacama fue tremenda cómo si no nos separase un océano y miles de kilómetros, algo muy difícil de expresar con palabras, sólo fueron unos pocos segundos.

Sin duda, uno de los momentos más intensos de mi vida.

La mañana había transcurrido entre trotes, galopes y unos saltos que le subieron la moral, el caballo notaba su confianza y toda su energía, aquella tanda el binomio de Jinete/Caballo había rallado a gran altura. Por primera vez no cumplió con su costumbre de enviarla un mensaje al bajar del caballo, la diferencia horaria hacía que por el otro lado del charco fueran horas intempestivas y tampoco era cuestión de resultar inoportuno en el afán de recordarla que era la que le ponía las alas para perseguir sus sueños y que seguía queriéndola con locura. Eligió cuidadosamente la hora, en Chile sería temprano, el momento preciso para desearla los buenos días. No hizo falta añadir una alarma a su teléfono, era una muestra más de que su mente, esa que solía estar constantemente trabajando, siempre tenía un hueco para el asunto prioritario de su vida, para Ella, para su deliciosa y fascinante Princesa. Todo esto ocurría en medio de la tertulia que había surgido entre los habituales después de la clase de equitación. Los comentarios de “la jugada” daban para unas cuantas cañas, hoy además habían recibido la visita de su amigo Luis acompañado de su hija Paula, que ya tenía dieciséis años y estaba inmersa en esos años adolescentes en los que las niñas pueden resultar especialmente incómodas. Y tan incómodas, al despedirse de todos, la buena de Paula que siempre había sido una niña cariñosa, tuvo un momento de enajenación que lo dejó tan blanco como la camiseta que vestía, “sólo” se la ocurrió acompañar al abrazo habitual que le dispensaba de un beso en los labios ante el estupor general. Ahí estaba, sin tener muy claro que hacer, aquella chiquilla lo había pillado en fuera de juego, sin saber si recordarla que podía ser su padre, no en vano era una de las amigas de su hija, o simplemente preguntarla si el sol veraniego que por entonces ya calentaba sin piedad, la tenía desorientada. Decidió hacerse el loco, como cuando alguien tiene un lapsus lingue, como si aquello no hubiera ocurrido. Aquella noche cuando se lo contara desde el otro lado del Atlántico seguro que la sacaría su mejor sonrisa, no en vano la situación, después de la sorpresa inicial, tenía su guasa. Otra tarde noche que terminaría cenando fuera de casa, mirando el reloj para asegurarse de que no fuera demasiado tarde, demasiado tarde para ponerse a la espera frente a su ordenador, esa espera que lo ilusionaba, quien sabe, quizás hoy también “a lo mejor”, su Princesa pudiera entrar a intercambiar unos mensajes de esos que lo

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habían enamorado hacía ya algún tiempo. Resultaba increíble que después de tantos años y tantos “tiros pegados”, el tipo aquel que se reía del amor, anduviera encajando su agenda por ¿intercambiar unos mensajes con su Princesa? Increíble con toda seguridad, pero eso era exactamente lo que ocurría, vivir para ver. Llegó a casa, instaló de nuevo su Playstation 3, con la que había jugado unos estupendos partidos de fútbol con el marido de su amiga aquella tarde, le había descubierto el encanto de la nueva generación de videojuegos, y es que en el fondo todo hombre lleva un niño dentro. No es que fuera un estereotipo, simplemente es que así eran las cosas.

Después puso orden entre sus hijas y las mandó a dormir. Intercambió algunas impresiones con la madre de sus hijas, el día había resultado agradable y divertido incluso para Ella, que últimamente solía estar mucho más a la defensiva. Su Amiga, conocedora de la situación, se había esforzado en resultar encantadora y sin duda lo había logrado. Le compraría otra tableta del mítico 99% de cacao, de esas exclusivamente destinadas a los amantes casi en grado patológico, del chocolate, de esas que a Él y a su Amiga les encantaban. Por la mañana hablaría con su Amiga para comentar la jugada y agradecerla el gesto, a Ella y por supuesto a su marido que había estado realmente agradable y cortés. Lo siguiente, cuando ya se retiraron todas a dormir, fue encender su ordenador, pensaba que aún le quedaba un ratillo para que “a lo mejor” pudiera encontrarse con su Princesa en el ciberespacio, error, aquella noche lo había ganado por la mano. Se enrabietó pero pensó que era muy probable, por los mensajes que le había enviado, que en un rato volviera a entrar en la red social. Allí esperaría pacientemente, fumando y escribiendo, no había prisa ninguna, no cuando de Ella se trataba...

Aquel Lunes de vacaciones había comenzado fenomenal, su Princesa volvió a conectarse y de nuevo estuvieron “echando un rato” entre contarse las cosas que habían hecho durante el día, algún cotilleo y muchos arrumacos a distancia, de ésos que le hacían esbozar una bobalicona sonrisa y que le encendían las pasiones del alma. Otro día con un océano por medio y otro día que lo buscaba a través de aquel mismo soporte, ese soporte extraño y virtual, en el que se habían conocido y en el que se había enamorado de Ella.

El despertar aquella mañana no tuvo nada de especial, como cada día desde hacía ya muchos meses, tantos como los que hacía que “se hablaban”, lo primero que le vino a su cabeza al despertar fue la mirada que le solía dedicar, ésa que tantas cosas le decía sin emitir un solo sonido, ésa que lo tenía absolutamente enamorado. Era una lástima que no recordara nada de sus sueños, con esos deliciosos despertares, sospechaba que debían ser de lo más divertido. Esa mañana la dedicó casi exclusivamente a escribir, su escaso talento parecía encendido durante su ausencia, de hecho, los últimos días habían resultado muy productivos literariamente hablando. Por la tarde, se retiró a la cocina empeñado en hacer hojaldre en Agosto, a base de hielo y nevera consiguió un resultado muy interesante, y es que cuando se empeñaba en hacer algo podía ser realmente tenaz.

Notó una encantadora y fresca brisa de poniente, unido a que la inflamación de su tobillo parecía remitir, esa que le costó el pequeño accidente equino del día anterior, decidió calzarse sus deportivas y salir a correr. Bajó la Avenida de la Albufera para continuar por Ciudad de Barcelona, ya por entonces había desaparecido el dolor en su tobillo y corría escuchando aquella emisora que tanto la gustaba. Para cuando pincharon aquella estupenda canción de Revólver, “El Roce de tu Piel”, ya transitaba por Menéndez Pelayo, cerca del Retiro, pensó que llegaría al Estanque y volvería tranquilamente. Le acompañaban las fuerzas y no notaba en exceso el tabaco del fin de semana. La vuelta se hizo corta, evidentemente correr cuesta abajo era mucho más relajado y más cuando un temazo de Roxette le recordaba aquella noche de Marzo, una de

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las primeras, aquella en la que su Princesa vestía con esos pantalones negros que tan bien la sentaban y esa chupa de cuero que se ceñía sin apreturas a su espectacular cintura, destacando los hombros, aquellos hombros que podrían rivalizar con el trabajo del mejor de los escultores clásicos. La noche en la que sonando una canción de Roxette, Él, que por entonces atravesaba un delicado momento en su vida, en el que estaba mucho más vulnerable de lo habitual, no supo terminar algo que estaba diciendo, no sabía explicar de forma precisa lo que quería decir, le costaba enseñar el por qué se había abandonado los últimos años y todo lo que Ella había logrado en tan poco tiempo, exactamente que se mostrara. Entonces Ella, con aquella mirada de infinita ternura, ladeando su cabeza en ese gesto tan particular y esbozando la sonrisa que lo encandilaba, ésa que perseguiría con esmero desde entonces, en aquel momento fue cuando le completó la sentencia con ése “Como Tú Eres”. Esas palabras llegaron al fondo de su alma, no eran nada altisonantes ni una frase de ésas que la gente usa en sus textos porque suenan bonitas,

eran sencillamente las palabras más certeras que había oído en años, resumían en esencia el cambio en el que andaba inmerso, la bienvenida a su nueva vida, al retorno a la persona inquieta, alegre y atractiva que por unos años había olvidado ser, aquellos años oscuros donde se abandonó y coqueteó con asuntos turbios, los mismos asuntos de los que había salido con una facilidad pasmosa desde que conversaban cada noche.

Mi sonrisa, ésa que le encantaba seguramente porque salía desde lo más profundo de mi corazón y sabía que era por y para ÉL...

Ella había sido la palanca para sacarlo de aquel oscuro agujero, con su paciencia, con sus siempre oportunas palabras y con su cariño, había resultado decisiva en su vida. Era normal que se hubiera convertido en el compás que le enseñaría el rumbo desde entonces. Ya quedaba menos de un kilómetro y se notaba en las piernas que el terreno picaba hacia arriba, daba igual, su sonrisa lo delataba, el amor que le dispensaba era motivación más que suficiente para terminar con aquella cuesta. Una vez de retorno en su casa, subió a la azotea a refrescarse después del esfuerzo con una Coca Cola. El atardecer madrileño de aquel día de Agosto era espectacular, la ausencia total de nubes le dejaban distinguir aquellos encendidos naranjas, ésa bellísima escala de azules y algunos elegantes matices rosas. Aquel atardecer le hizo sentir bien, tan bien como una de aquellas sonrisas con las que le obsequiaba frecuentemente su Chica, y eso era mucho decir. Pasaría por la ducha y cenaría cualquier cosa para ponerse cuanto antes delante del ordenador, era posible que “a lo mejor” Ella pudiera entrar de nuevo en el ciberespacio, no había prisa, esperaría pacientemente mientras jugaba unas manos al póker, aunque ése día sería especialmente complicado hablar, comunicarse después de un agitado viaje de más de mil kilómetros, aún la esperaba un tour por la ciudad dónde terminaba de aterrizar, no obstante, esperaría. ¿Obstinación? ¿Necesidad? ¿Cariño? Probablemente un poco de todas...

Como los últimos días, el día no comenzaba por la mañana, al despertar, comenzaba a partir de la hora de las brujas, cuando estaba “velando armas” y afinando el teclado de su ordenador a la espera de que se encendiera ese globo rojo que le avisaba que tenía un mensaje nuevo. Podría ser de cualquiera, pero tenía

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cristalino de quien sería, exactamente de quien esperaba. Hoy también decidió alegrarle el día con una cadena de mensajes, a pesar de los dos vuelos (uno de ellos de esos que te quitan las ganas de volar), del recorrido por el nuevo destino, de todos los pesares, había encontrado tiempo suficiente para volver a encender a su telenovelero.

Era encantadora, en medio de unas fantásticas vacaciones, maravillosamente acompañada, siempre sacaba un rato para atenderle, para saber de Él y para decirle ese “TQ” que su chico tanto necesitaba. Esta vez se preguntó si la esperaba a esas horas que con el cambio de uso horario podrían haber resultado intempestivas para mucho flojillo y para tanto hombrecillo ramplón de esos que habitan el mundo.

Ella le conocía como nadie, seguro que sabía que nunca estaba al otro lado por casualidad, únicamente, no quería sentirse protagonista de aquella gentileza, la costaba encajar que su cuarentón estuviera cada día esperando lo que fuera preciso por Ella, aun la ruborizaban esas cosas aunque a buen seguro la habrían sacado una de esas sonrisas que a Él le chiflaban.

La mañana vacacional se convirtió en un ir y venir intentando solucionar un par de problemas que había que subsanar para pasar la ITV del otro coche que tenían en casa. Solucionar cualquier problema en el mes de Agosto resultaba realmente complicado, tendría que dejar ese asunto pendiente para principios del mes siguiente. Era de las cosas que lo incomodaban, eso de tener que dejar cosas pendientes para la vuelta de vacaciones era algo que le irritaba, más sabiendo del carrusel de cambios que le aguardaba a su vida en Septiembre, pero que se le iba a hacer, recordó por un momento al Ingenioso Hidalgo “Con la Iglesia

hemos topado, Amigo Sancho”, aunque evidentemente aquella deliciosa y encantadora mujer no tenía nada que ver con Dulcinea. Seguro que Dulcinea jamás resopló como lo hacía de vez en cuando su Princesa, como lo hacía cuando Él abría la puerta del telenovelero que llevaba dentro y sacaba con mucha retórica y sin complejos, todos aquellos sentimientos en cascada, que por momentos es posible que pudieran abrumar, no en vano, sus escritores favoritos eran Bécquer y Rubén Darío aunque últimamente había redescubierto el talento enorme de Neruda. Y es que aquel gesto tan suyo era divertido y enternecedor, lo hacía cada vez que la turbaba con sus sentimientos a viva voz.

Rima XXIII - Gustavo Adolfo Bécquer, su preferida...

Por una mirada, un mundo, por una sonrisa, un cielo. por un beso... ¡yo no sé que te diera por un beso! Después de sus carreritas de por la tarde, decidió buscar en Internet los lugares que hoy visitaría hoy, era muy práctico para poder hacerse una mejor idea sobre lo que luego “a lo mejor” hablarían...

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Los últimos dos días no había dormido gran cosa, el sueño comenzaba a confundirle y ya eran más de las tres cuando recibió el mensaje de su Princesa. Esta vez la conversación fue la más breve de las que habían mantenido, sin pasmos ni especiales carantoñas cibernéticas de ésas que en un día gris y apagado como el que terminaba de vivir, se agradecían especialmente. Al despedirse le había asaltado un retal de nostalgia, nostalgia de otros días en los que se había acostado con la sonrisa puesta a costa de algún guiño de su Amada. Hoy asomó una duda razonable, Él no era quien para hacer un juicio de intenciones sobre por qué Ella hacía o dejaba de hacer las cosas, pero su impresión por un momento, quizás por lo breve y ligero de su última conversación, era que de alguna manera, por la tenacidad que solía exhibir, por la manera de expresar sus sentimientos, sin medida y constantemente, la estaba presionando para que cada noche le hiciera esa “visita” virtual, que tanto le gustaba y sin la que podría sobrevivir sin duda. Era una sensación incómoda, aquella noche no lograría conciliar el sueño con normalidad, su cambio de vida a un mes vista, mil y una cosas más que le venían a la cabeza en la soledad de su habitación, y sobre todo esa incómoda sensación de haber estorbado a su Princesa, de estar haciendo algo rematadamente mal, hizo que esa noche fuera dura, esa noche se sintió sólo.

Esta foto le encantaba, es de ése día en el que la noche anterior no pude dedicarle todo el tiempo que yo sabía que necesitaba, en la Isla de Chiloé, y vio en mi expresión lo que no hacía falta decir con palabras...

El despertar después de aquellas menos de cuatro horas de sueño, había sido cruel, aunque una vez más, lo primero que pasó por su cabeza fue, como no podía ser de otra manera, la mejor sonrisa del mundo, esa que se encontraba a más de diez mil kilómetros. La “sesión” de antes de acostarse lo había dejado “tocado”, aún continuaba esa sensación extraña e incómoda de que algo, por un momento no funcionaba entre ellos y que Él no estaba haciendo las cosas bien. Los quinientos kilómetros que lo esperaban por delante y la visita al Parque Natural del Monasterio de Piedra con las niñas, sería una extraordinaria manera de dejar eso a un lado al menos hasta la noche. La maldita A2 estaba en obras, les tocaría media hora más de ida y otra media de vuelta. Aquel fascinante lugar donde el agua había esculpido caprichosamente un sinfín de grutas, cascadas y rincones encantadores en aquella roca que fue el fondo marino hacía cien millones de años. La visita de aquel Parque Natural era un objetivo obligado cada verano para sus hijas, a Él le encantaba aquello y disfrutaba cada vez que paseaba por allí como si fuera la primera vez que lo hacía, pero aquella mañana hubo algo que le hizo sentir tan bien al menos, si no mejor, que las cascadas y las grutas de ese asombroso lugar, su Princesa le había mandado un sms desde el otro lado del Atlántico, ésas palabras oportunas que sabía cómo nadie cuando hacérselas llegar, ésas palabras estaban cargadas de cariño y de ternura. Durante el último intercambio de mensajes, había percibido que su Chico no andaba alegre ni mucho menos y sabía que unas oportunas palabras lo harían despegar, así fue.

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Ya de vuelta, en su casa, al conectarse, vi que tenía un mensaje en el que le dejaba muy claro que no la presionaba, incomodaba, ni mucho menos la estorbaba, más tarde hablarían del asunto. Como cada tarde saldría a correr, eso se había convertido en una costumbre que su cuerpo y muy especialmente su mente, echaban en falta el día que no podía hacerlo. Remataría el día tomando unas cervezas con unos amigos en la parroquia habitual, y es que las cañas en La Cervecera sabían a gloria, eran sus favoritas. A una hora prudencial se retiró a su casa, hoy esperaba especialmente que se conectara, necesitaba hablar con Ella...

M-Clan, Santa Lucía... esta canción es especial es la primera que me envió por mensaje en el facebook, lo recuerdo perfectamente un Viernes lluvioso en el que todavía no había abierto la caja de Pandora, pero yo ya sabía todo...

Allí estaban otra vez, a miles de kilómetros y con la sensación de estar hablando a esos escasos ocho kilómetros que separaban los salones de sus domicilios habituales, ésos kilómetros que alguna vez corrió en busca de los desayunos más fantásticos de su vida, ésos en los que su Princesa le recibía con aquel camisón blanco y su maravillosa sonrisa, el camisón que al trasluz de esas veraniegas y luminosas mañanas, dejaba ver con total nitidez sus preciosas piernas. Caray, que pena no poder desayunar cada día de esa manera. La sesión resultó de lo más reparadora, Ella le aclaró unas cuantas cosas que, con su dramatismo habitual, había sacado de quicio. Y es que atravesaba un momento de cambios bastante delicado en su vida y estaba especialmente sensible.

Aunque lo conocía mejor que nadie, le tuvo que recordar que no era adivina y ya de paso le regaló un montón de arrumacos de esos que le encendían y le curaban todas las heridas. Se sintió muy bien y también muy tonto por haber confundido la prisa con la indiferencia, por haber puesto en juego un problema entre ambos que con certeza no existía.

Pasó el día en aquella piscina en mitad de los Montes del Pardo, el calor apretaría en serio ese día y ese lugar sería un buen plan para entretener a las canijas a la espera de su destino de vacaciones, ese que aguardaba el lunes. Por un momento tuvo que recordar el día de la semana, era curioso, no sabía el día de la semana y sin embargo tenía claro la hora que era en el país que Ella estaba visitando, no en vano quería que los buenos días que la enviaba cada mañana, fueran en el momento oportuno, ni un segundo antes. Era jueves, ya

había pasado una semana desde que se despidieron, desde que se le puso ese incómodo nudo en la garganta y le salió un suspiro del alma. Nunca antes habían estado tanto tiempo sin verse, pero por fortuna y gracias a la tecnología, desde entonces habían podido hablar todos los días. Ya quedaba una semana menos para verla de nuevo, el tiempo pasaba y llegaría ese momento. Ya por la noche y mientras la esperaba, decidió enviarla un mensaje, uno suave y poderoso donde la explicaría la razón de porqué la amaba con el alma. Elio Carletti definió la belleza como “la suma de las partes que trabajan juntas de tal manera que nada es preciso añadir, modificar o quitar” ésa era la razón, el porqué de su AMOR, el motivo

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por el que esa mujer capaz de desarmarlo con una sola mirada se había convertido en su objetivo, su sueño, el mejor de los motivos para luchar cada día, la belleza, Ella.

El Canto del Loco, Son Sueños... y muchos de ellos pudimos cumplirlos

Esta vez el “a lo mejor” después de un viaje agotador en bus y otro vuelo, sería muy complicado, pero conociéndola como la conocía esperaría un buen rato, no había prisa ninguna. No importaban la distancia, el tiempo, ni siquiera si no podían hablar ése día, su conexión estaba muy por encima de esos detalles. Si no conseguían comunicarse, le mandaría un mensaje deseándole buenas noches, pero no, no sería preciso, allí estaba, cómo cada día, para alegrarle la vida. Una sesión estupenda en la que la confirmó que el día anterior le había reparado. Para rematar le dejó una de esas lindezas, deliciosas y sutiles, que lo dejaban con esa sonrisa bobalicona todo el día. La mujer de su vida sabía cómo sacarle la sonrisa y lo hacía cada día.

Al despertar decidió que saldría a correr por la mañana, haría una visita a su hermana que tenía una casa a unos once kilómetros. La ida fue bien pero la vuelta fue otro cantar, el sol calentaba ya muy en serio y los últimos ocho kilómetros fueron un tormento. Daba igual, seguiría corriendo por Ella, necesitaba estar en plena forma para lo que le esperaba a la vuelta de vacaciones, además la coquetería propia del que está enamorado y quiere

gustar, junto con el recuerdo de su Princesa, le empujaban a seguir adelante. No había cosa mejor que una buena motivación y Ella era la mejor de las motivaciones. Ya de vuelta se aliñó para unas hidratantes cervezas, comería fuera de casa con la parroquia habitual.

Estas maravillosas vistas en Las Torres del Paine en Chile, hacían que mi conexión con ÉL fuera aún más fuerte si es que eso era posible, casi mística... la naturaleza, el silencio, la inmensidad, el universo, no sé... pero la realidad es que lo sentía en lo más profundo de mi corazón...

Después de una generosa siesta, decidió ir a que le cortaran el pelo.

Había vuelto a llevarlo corto después de muchos años, y es que a Ella le gustaba así. Tenía que reconocer que además de rejuvenecerlo le sentaba mejor. Ya de paso echaría un vistazo por Goya a ver si encontraba

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algún chollo de esos que ofertaban en Agosto. Con la dichosa crisis, las tiendas afinaban como nunca sus márgenes comerciales y no le fue difícil encontrar una camiseta monísima de Adidas, para su Princesa. Estaba en muy buena forma, se “castigaba” casi a diario en el gimnasio, era una mujer perfectamente proporcionada y realmente atractiva, para él un “bellezón” sin lugar a dudas, aquella camiseta luciría estupendamente en sus sesiones de “spinning”. Ya de bajada a por su coche en el aparcamiento de Felipe II, no pudo dejar pasar otra increíble oferta en forma de lencería de Calvin Klein. Era la marca con la que su Princesa estaba irresistible y un conjuntito, además a ese precio, era algo que no podía dejar pasar. Conclusión: Ella 2, Él 0, y esa gratificante sensación al adivinar esas palabras que a buen seguro le dedicaría su Princesa cuando la regalara ésas cosas, “Pero Cariño, no tenías que haberme comprado nada”. Sabía que la encantaría, no por lo bonito o menos bonito de aquellas prendas, si no por el detalle de cariño. Ya de vuelta en casa, comenzó a escribir, era probable que esa tarde le brotaran las palabras con facilidad, la última sesión de mensajes le había hecho muy feliz, entonces todo era más fácil, entonces quedaban muy lejos la nostalgia y su egoísta melancolía. Por supuesto continuaría escribiendo a la espera de que su preciosa viajera “a lo mejor” pudiera hacerle una visita virtual desde el otro lado del Atlántico y hoy muy al Sur, no muy lejos del Cabo de Hornos...

JUANES, Volverte a ver... es todo lo que quiero hacer, por qué sin ti mi vida yo no soy feliz...

Ya se preparaba para retirase pensando que esta vez no podría ser, que ése día no tendría la sesión habitual, que el “a lo mejor”, por primera vez no sería posible. Cuándo se hallaba redactando una encendida despedida, su equipo le notificó la entrada del nuevo mensaje. Oportuna cómo siempre, supo encontrar el momento de conectarse y buscar a su chico en el inmenso y a la vez tan cercano ciberespacio. La espera había merecido la pena, le había conseguido conmover de nuevo, la belleza de las palabras que le dedicó y el cariño que destilaban cada uno de sus mensajes le llegaban directamente al corazón. Que le quedaran menos de cuatro horas para que el despertador lo sacara de la cama no tenía la menor importancia cuándo su Princesa le hacía sentir tan bien, le hacía sentir como una de esas rapaces que vuelan muy alto con el fondo inmenso del cielo azul. Sólo Ella era capaz de llegar tan dentro de su alma, cómo nunca nadie lo había logrado antes.

El despertar hubiera sido una tortura si no fuera porque lo primero que le vino a la mente fue aquella mirada de su Princesa, ésa que lo tenía encandilado, y las deliciosas palabras que le había regalado hacía menos de cuatro horas. El día prometía ser el clásico tedioso veraniego. Ante el empeño de sus chiquillas, habían quedado para pasar el día con unos amigos en un “paraje extraordinario”. Una hora de viaje para llegar al Valle de Iruela, un lugar habitual en la serranía de

Ávila dónde el pantano de El Burguillo le daba ese toque playero y algo cutre de las presas que surtían de agua a la Capital del Reino. Dieron una vuelta por la sierra entretenidos por los torrentes que afluían al pantano. Algún buitre negro patrullaba desde el cielo mientras los sapos enredaban entre los charcos que

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dejaban los riachuelos veraniegos, potentes torrentes en otras estaciones. Hasta el mediodía la cosa marchó razonablemente bien, entretenido en un paisaje que sin ser especialmente espectacular, poseía la belleza serena del monte especialmente cuando uno salía de aquellas horribles sendas y zonas dedicadas a los domingueros, esas en las que vallaban los caminos y colocaban mesas con bancos pretendidamente rústicas y que le resultaban de mal gusto en un entorno natural como ese. Justo antes de la hora de comer ocuparon un par de esas peculiares mesas con bancadas a los lados, era la hora del aperitivo. No pudo evitar sonreír al recordar alguna excursión familiar a un pantano cercano allá por los primeros años ochenta. La suerte es que su Padre solía llevarlos a un restaurante cercano, dónde no terminaba de recordar cómo se comía, pero que jamás olvidaría a aquel hombre con una gorra de Mirinda y una caja de madera colgada al hombro que voceaba con todas sus ganas el clásico “BOMBÓN HELADO, ALMENDRADO”. Aquellos almendrados sabían a gloria y eran una forma de entretenerse durante ésas dos horas a las que los niños de entonces estaban obligados a respetar como precepto antes del baño, “La Digestión” lo llamaban los padres, el momento de las cartas, las riñas infantiles y cualquier cosa que hiciera más corta la espera para el baño, desde aquello hacía mucho tiempo. Ahora estaba en medio del campo, enviando los buenos días a su Princesa que, por aquella hora, debía de estar comenzando la mañana.

Uno de los atardeceres más bonitos que he visto jamás... y fue junto a ti...

Nunca había sido un dominguero, Él era más de perderse en el monte o de restaurante, el hecho de andar trasladando viandas de la mesa de su casa a una mesa “de mal gusto” que la administración de turno había puesto para ganar un puñado de domingueros votos, no le seducía ni por asomo. Se encontró con que amablemente los amigos que

lo habían “liado” ya se habían encargado de toda la logística, no habían dejado un sólo detalle. Era muy de agradecer, toda una gentileza para Él y su familia, las niñas lo estaban pasando bien, sus amigos estaban encantados jugando al Chinchón después de la excesiva comida. Mientras le daba al naipe con ellos, pensó que aquellos buenos samaritanos no merecían un mal gesto o siquiera percibir una gota de melancolía en su rostro, se pondría la careta de vendedor, ésa que había usado profesionalmente a menudo y demasiadas veces en su vida privada. Lo intentaba, pero le resultaba imposible estar a gusto allí. El sitio no estaba mal, la compañía era estupenda pero el hecho era que no le apetecía un plan semejante y principalmente su cabeza y sobre todo su corazón, estaban a muchos kilómetros de allí, porque como le recordó su Princesa en su última sesión, para ellos dos no existía la distancia ni el tiempo, eso no importaba. Llegó la hora del regreso y voló por la 501, aún tenía que salir a correr y rematar el día escribiendo unas líneas y quién sabe si “a lo mejor” conversando con aquella mujer que había cambiado su vida...

Efecto Mariposa, El Mundo... por eso del tiempo y la distancia, cuántas veces he recordado ésas palabras...

La felicidad con la que se acostaría aquella noche era fruto de los piropos literarios y del enorme cariño que su Princesa le había regalado. Cómo todos y cada uno de los días en los que no se habían visto, Ella

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seguía sacando rato y buscando una conexión a Internet para conversar con Él, para escucharlo otra vez más, para contarle su fascinante viaje por aquella tierra inmensa de hielos perpetuos y paisajes abrumadores.

Con la camiseta de nuestro equipo, en ésa tierra tan lejana y que ÉL siempre estuvo conmigo cada segundo... en mi mente y en mi corazón.

Otra jornada en la que Ella había percibido en Él cierta melancolía. Era capaz de hacerlo desde miles de kilómetros, con un océano por medio y sin verle la cara. Su Chica era sin

duda una mujer brillante que sabía leer entre líneas y que le conocía como nadie. Hoy la sesión fue un par de horas antes, dos horas más para soñar con Ella, porque aunque jamás recordaba sus sueños, si se dormía y se despertaba pensando en Ella, no hacía falta ser un genio para intuir que el motivo de sus sueños era Ella. ¿Acaso podría ser de otra manera?

La mañana fue extraordinaria, esta vez el caballo y el jinete ejecutaron con maestría sus mejores saltos, de nuevo esa conexión casi mágica entre el noble animal y su jinete sacaron lo mejor de ambos para arrancar unos saltos estupendos. La adrenalina se había disparado. Al bajar del caballo fue a su coche y redactó un sms que mandaría a la hora oportuna, ni un segundo antes de que tuviera la certeza de que Ella estaba despierta. La comida fuera de casa y una breve pero reparadora siesta le harían más corta la espera para el

partido que lo esperaba a las diez de la noche. Volver a vivir la emoción del Bernabéu, era una de esas emociones intensas y bellísimas que ningún futbolero está dispuesto a perderse.

Cada partido que voy al Bernabéu siento que está conmigo, le escucho comentando cada jugada, gritando cada gol, tranquilizándome cuándo todo lo veo negro... diciéndome, “Anita no me seas

moñas..."

Esta vez iría con su hermana, su Princesa le había facilitado un par de abonos para que no se perdiera el gran evento. Lógicamente y aun habiendo partido grande por medio, su mente se empeñaba en recordar tantos intensos y memorables momentos vividos con Ella en aquella misma grada. Fue entonces cuando le

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invadió la melancolía y se sintió solo en medio de otras 85.000 almas. Su mente estaba junto a Ella, lejos de aquel maravilloso templo del fútbol, al otro lado del Atlántico. Su Equipo no tardó en adelantarse en el marcador, era el momento de informarla puntualmente por sms, no sería el último ni mucho menos, necesitaba conversar con Ella aunque fuera en breves mensajes desde lugares tan lejanos en la distancia, aunque cómo Ella solía decir, entre ambos “no existe la distancia ni el tiempo”. Se quedó con eso y disfrutó de un gran partido de su Equipo en el que la diosa fortuna les fue mucho más que esquiva. Al término del choque, decidió llevar a su hermana a tomar unos mojitos, Él quería hablar, necesitaba hablar. Fue casi un monográfico sobre su Princesa, su hermana quería saber más sobre la mujer que tan bien le estaba sentando, después de un largo y oscuro periodo en su vida. Seguro que sabría encontrar el encanto de aquella Princesa, el por qué su hermano se había podido enamorar a los cuarenta y con tantos “tiros pegados”. Él había pretendido ser objetivo, algo indolente incluso cuando hablaba de su historia, pero su hermana que tan bien lo conocía, le dijo con una carantoña que el mero hecho de hablar de Ella, de su Princesa, hacía que le cambiara el gesto, que sus ojos centellearan con ese brillo especial que genera el amor hacia una persona. Se le notaba, no era capaz de disimular el torrente de sentimientos y el amor inmenso que sentía por esa mujer. Aunque huyera de palabras gigantes y expresiones excesivas a las que era tan dado, su enamoramiento lo delataba. Finalmente la dejó en. No había un alma por la M-30 y lo aprovechó poniendo aquella canción y acompañándola a viva voz, dándolo todo, la canción que sabía de memoria y que era parte del fondo musical que le encantaba a su Princesa y que Él había memorizado, aquella hermosura se llamaba “Para Tu Amor” y era fiel reflejo de sus sentimientos hacia Ella. Ya en casa, cansado y feliz por el desahogo que había supuesto hablar sin complejos durante horas de su Princesa, se conectó a Facebook, era tarde pero pensó que sería una buena idea esperar un rato, era muy difícil pero “a lo mejor”, su Princesa encontraba un momento para conectarse. No tenía prisa ninguna y durante la espera intentaría ligar unas líneas de aquello que andaba escribiendo...

Definitivamente aquel día no pudo ser, el “a lo mejor” se convirtió en una ausencia muy comprensible, cuando Ella llegó a su hotel del último viaje, con la diferencia horaria, ya eran más de las cinco de la mañana por España y Él ya llevaba durmiendo un rato. Al llegar a su casa aquella noche, Él terminó de escribir unas líneas que tenía pendientes, después corrigió lo que tenía escrito y lo imprimió en la impresora de su casa, ésa que a menudo le conseguía poner de los nervios con la alineación de los documentos. Antes de acostarse, ya pasaban de las cuatro de la mañana, le dejaría un mensaje en el Facebook para cuándo Ella pudiera conectarse. Esa día no sintió la ansiedad habitual por hablar con Ella, acaso había entendido por fin aquello que alguna vez le había explicado su Princesa, cómo entre ambos no

existía la distancia ni el tiempo, que no importaba si podían o no intercambiar unos mensajes, más cuando su forzada separación tenía fecha de caducidad, por aquel momento casi la mitad desde aquella tarde de principio de Agosto en la que su corazón se fue detrás del taxi que la llevó al aeropuerto.

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Esta foto es en Punta Arenas, en el Estrecho de Magallanes muy cerca del Cabo de Hornos...

Por la mañana continuó atando cabos a menos de 24 horas de iniciar el viaje que lo llevaría junto a sus hijas a la estupenda finca en Asturias dónde ya había pasado alguna quincena otros veranos. Hizo una visita a la gasolinera para llenar el depósito y aprovechó para dejar en el buzón de su Princesa el relato que había iniciado con la marcha de Ella y que había imprimido hacía sólo unas horas. El tiempo discurría lento durante la espera para la salida hacia su nuevo destino, las clásicas despedidas de la gente de su entorno le habían ocupado, pero llegado el momento de sentarse delante de su ordenador no podía sonreír ante la poética ironía. Allí estaba Él, a unas horas de comenzar el viaje que lo alejaría casi quinientos kilómetros de Madrid, ése Madrid cerrado por vacaciones y que padecía en aquel mes de Agosto una significativa subida de la temperatura. Lo haría cuando Ella estuviera cruzando el Atlántico ya de regreso al lugar dónde se cruzan los caminos que cantara Sabina. Mientras él marchaba de allí, Ella volaba para llegar en unas horas, definitivamente era una de esas bromas que de vez en cuando gasta la vida y a la que Él no terminaba de encontrarle la gracia. La situación tenía el toque romántico ése que tanto le solía gustar, un aire melodramático, cómo de musical antiguo. Ya sólo le quedaban unas horas para partir y de nuevo, su corazón quedaría atrás, junto a Ella, junto a su Princesa. Decidió que ya era hora de acostarse, otra vez se le había hecho algo tarde contando con el madrugón que le esperaba para evitar el tráfico intenso presumible para ése día.

Últimamente se había acostumbrado a acostarse más tarde de lo habitual de forma cotidiana, las horas más interesantes del día solían desarrollarse de madrugada. Era una suerte de “Jet lag” que vivía a través de su Princesa, de alguna manera, aquella fascinante mujer, lograba que Él pudiera viajar también a aquellos lugares remotos. La ilusión que Ella le trasmitía cuando viajaba y el interés con el que camino recorrido, habían despertado de nuevo en Él un espíritu viajero que como muchas otras cosas en su vida, llevaba demasiado tiempo aletargado... Este párrafo es parte de uno de sus mensajes, en los que sacaba el tele novelero que llevaba dentro, y que echo tanto y tanto de menos, en los que la distancia no importaba...

"Te quiero, te quiero y te quiero mi Excéntrica Princesa. Esto que te escribo es mío, el Maestro inspira... Si pienso en amarte, sólo un momento, alcanzaré a tenerte, aún en el viento... No suena mal para estas horas, y es sólo para ti... TQTQTQTQTQ..."

Las cinco de la mañana, la hora fijada para despertarse y ponerse en marcha. El día sería muy largo, le esperaban, además del viaje, las compras del primer día en la que sería su residencia durante la próxima quincena y a buen seguro, a poco que el sol acompañara, una agotadora sesión de playa con sus niñas. Era igual, su primer pensamiento de aquella madrugada no fue para las pasajeras de su coche, tampoco fue para el equipaje, para eso que podía olvidarse o para las cosas que debían quedar perfectamente resueltas en casa antes de partir, ni siquiera para hacer un breve repaso mental del trayecto, no, el primer pensamiento de la mañana fue para su Princesa y para el curioso hecho de que sólo unas horas le privarían de nuevo de poder disfrutar de uno de aquellos deliciosos besos, ésos que sólo Ella podía dar, ésos que le habían convertido en el esclavo de su amor, como rezaba la canción de Revólver. Así es la vida, pensó, así era y la suya, la que le había tocado vivir, no la hubiera cambiado por la de nadie llegado a ése punto. Se encontraba en un momento de su existencia en el que todo estaba cristalino, donde descubría

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cotidianamente a la mujer más fascinante y encantadora que había conocido en sus cuarenta años. La salida de Madrid a ésas horas de la mañana en un día de Agosto era mucho más que sencilla, aunque la Capital nunca duerme, eran pocos los que transitaban durante aquellas primeras horas del día. Esa cierta relajación le permitió que cuando llegó al punto donde debía tomar el rumbo noroeste, justo el lugar donde en tantos otros momentos habría marchado hacia la casa de su Princesa y que hoy le alejaría de ése lugar, sonriera de nuevo al recordar lo irónico y cruel de su marcha el mismo día que Ella llegaba. De nuevo, otra vez y ya iban dos en apenas un par de semanas, notó como su corazón quedaba atrás, en el lugar donde se habían besado por última vez, donde la recogió aquel taxi camino de Barajas.

El viaje resultó cómodo y entretenido, con el tiempo había aprendido a disfrutar del camino, de aquellos amaneceres mientras volaba bajo por las buenas autopistas que conducían al norte. Algún pequeño tramo en obras y un peculiar encuentro con los hijos del Benemérito Cuerpo le brindarían alguna anécdota del viaje que a buen seguro podría compartir más tarde con sus amigos, aquellos “buenos samaritanos” que unos días antes lo habían “liado” en la dominguera excursión. Ya en su destino, se puso manos a la obra y salió a comprar los pertrechos necesarios para la quincena, a la hora

de comer visitarían aquel restaurante italiano de Somió, ese que tanto les gustaba a sus hijas y donde se comía realmente bien. Ya por la tarde y sin solución de continuidad, hicieron su primera y agotadora incursión en la playa, esta vez sus niñas lo mantuvieron entretenido enseñándolas a usar las máscaras y los snorkels dentro del agua. En aquel momento se preguntó si le gustaría a su Princesa sumergirse en uno de los mejores lugares del planeta para el buceo, el Mar Rojo. Fue entonces cuando recordó el fantástico viaje que tenían pendientes, ese que Ella por diferentes motivos había tenido que posponer, ese al que habían llegado a la conclusión de que el destino les había reservado a ellos para que lo vivieran juntos, como su Princesa explicaba “el Universo” les había reservado Egipto para que lo visitaran juntos.

No tenemos muchas fotos juntos, no tuvimos tiempo de recorrer mundo... las fotos de Egipto nunca podrán ser realidad ni correr por las Pirámides, no sé si iré algún día pero ÉL siempre estará conmigo allá dónde esté...

Después de la sesión de playa y ya de regreso, decidió calzarse sus zapatillas y salir a correr. Sorprendentemente, el cambio de temperatura, el estar a nivel del mar y el encanto del lugar, hicieron que las carreras de ese día fueran extraordinariamente bien, de hecho decidió hacer un intermedio para llamar a su Princesa, por fin, después de más de una semana podría volver a oír su voz. La conversación fue sin duda la que más le había agradado con otro ser humano desde aquella despedida con Ella, de nuevo logró emocionarlo, su voz sonaba aún más bonita cuando el Cantábrico golpeaba con fuerza los acantilados abrumadores en aquel lugar donde ahora la escuchaba, era increíble, nunca hubiera podido imaginar hasta qué punto llegaría a amar a aquella mujer. Ya de vuelta en la casa preparó unas cenas ligeras y tuvo que emplearse a fondo con los naipes entre los “margaritas” que sus amigos prepararon. Hoy sería difícil entrar en Facebook, pero entre una y otra mano de cartas, encontró el momento para conectarse y probar su dispositivo móvil, uno de sus “juguetitos” como Ella los solía definir. Se acercaba lentamente el final de un día que había resultado muy, muy largo y en el que la conversación con Ella le había “puesto las pilas” de nuevo...

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El despertar de aquella mañana fue de los más placenteros que recordaba últimamente, excepción hecha de esa mañana en la que amaneció junto a su Princesa, en la que al despertar no tuvo que imaginar su sonrisa, aquella mañana pudo disfrutar de esa tenue sonrisa que Ella tenía mientras dormía, de su serena e irresistible belleza, de aquella preciosa espalda desnuda que asomaba entre las sábanas blancas, el despertar más hermoso que recordaba, el despertar inmenso que jamás olvidaría.

Era una mañana nublada, de esas en que uno no termina de tener claro si llueve muy fino o acaso se encuentra dentro mismo de la nube. A eso lo llaman los paisanos asturianos “orvallo”, aunque por toda la cornisa cantábrica le van cambiando el nombre, “calabobos” “Txirimiri”, según el lugar. Era un día gris, pero los vientos del este prometían una mejora durante la tarde, seguro que hoy también verían el sol. Después de desayunar y mientras fumaba el primer cigarrillo del día, decidió que era buen momento para desearle a su Princesa los buenos días.

Ahora era mucho más sencillo, no tendría que calcular diferencias horarias, el “jet lag” por afinidad que había vivido últimamente había desaparecido aquella noche, de nuevo estaban sincronizados en el tiempo, ya solo faltaba que lo estuvieran en el espacio, pero como el bien sabía entre ellos “no existía el tiempo ni el espacio”. Al momento de enviarla los buenos días, Ella le mandó un sms respondiendo, lo citaba en Facebook, lo siguiente fue lanzarse como un poseso para leer que le contaba Ella en la red social. El mensaje era de esos que leería y releería hasta casi memorizarlo, una serie de piropos hacia el relato que la había dejado en su buzón hacía unas horas, una sucesión de arrumacos virtuales. De nuevo lo había dejado pasmado como de nuevo lo había hecho el tipo más feliz del mundo. El resto de la mañana lo pasó cocinando, no comerían en la casa nada más que un par de días pero en una mañana gris, le apetecía especialmente recrearse en la cocina, además de esa manera, sus amigos harían una siesta y le permitirían encontrar el momento para continuar escribiendo. A la habitual complicación de sus niñas, cualquier proceso creativo por elemental que sea este requiere una mínima concentración, se encontraba ahora con el exceso de “compañía” y Él necesitaba seguir escribiendo, mucho más después de saber que lo producido hasta ahora había sido muy del agrado de su Princesa.

Una de las muchas auto fotos que me enviaba cuándo iba a correr y me mandaba un sms diciéndome que siempre estaba conmigo...

Pudo dedicar a escribir un par de horas después de eludir con notable destreza a la compañía. Era el momento de decidir el plan de la tarde, el Acuario sería la alternativa elegida. Después de muchos peces, muchas peceras y unas cuantas

fotografías, terminaron en la tienda de recuerdos a la que en cada visita se podía apreciar una disminución importante de cantidad y variedad de productos, sería la crisis. Ya de vuelta en la casa se apresuró en prepararse y salir a correr. Aprovecharía de nuevo el lujo que suponía para Él poder hacerlo en aquel marco agreste e incomparable, además, y principalmente, le otorgaría ese rato de intimidad con su Princesa que tanto necesitaba, ésa llamada romántica y maravillosa que le permitiría rematar aquellas imponentes cuestas a un ritmo endiablado. Ella le daba alas, le daba alas para correr, para cuidarse, le daba alas para continuar persiguiendo su objetivo, hacer feliz a su Princesa, no había nada que le llenara más el alma.

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Hacerla sonreír, saber que en algún momento la hizo sentir “lo más de lo más”, era el sueño que Él había buscado desde hacía ya tiempo, se empeñaba en continuar buscándolo y a buen seguro lo seguiría haciendo siempre que Ella quisiera.

Ya por la noche, cuando terminó el partido de su Equipo y como el máximo rival les endosó una nueva y desafortunada derrota, pensó que su Princesa estaría enfadada por el futbolístico revés, era incapaz de asumir eso.

Esta foto es en Valencia en día de la Final de Copa, estábamos con nuestros amigos de En Juego de Onda Madrid, yo tenía el capricho de conocer a Pobla, me hacía mucha ilusión y Él lo hizo posible... pude pasar uno de los mejores días de mi vida sin duda, estar con ellos mientras emitían el Partido de la Una fue genial, MI MEJOR FINAL...

En su vida siempre se comportaba como la persona razonable y tolerante que era, pero el

fútbol era otra cosa muy diferente, lograba emocionarla de tal forma que una derrota de su Equipo y más a manos del eterno rival, la tendrían en aquel momento disgustada y enfadada, era necesario comunicar con Ella. Internet funcionaba fatal desde aquel escarpado lugar y los mensajes a través de Facebook se hacían eternos, no había manera de enviarlos y recibirlos con cierta fluidez. Aquella noche sería muy complicado comunicarse con Ella mediante ese soporte, decidió llamarla otra vez. Sin duda había acertado en su pronóstico, el fútbol y el calor veraniego de Madrid habían hecho una noche incómoda para su Princesa, sabía que la sesión telefónica la sentaría estupendamente. Resultaba curioso que después de una derrota de su Equipo, Él, aficionado acérrimo del Real Madrid que en otros tiempos hubiera estado “envenenado”, sólo se preocupara porque su Princesa estaría disgustada. El fútbol, como el resto de las cosas, había pasado a un segundo plano. Se despidieron hasta el día siguiente en el que ella viajaría de nuevo, esta vez mucho más cerca, ahí al lado, a Mallorca...

El despertar aquella mañana fue para Ella, pero esta vez pensando que ya le quedaban menos de dos semanas para volverla a ver. El tiempo pasaba y aunque algún día lo hiciera despacio, ya había superado el ecuador de aquella forzosa separación, ya casi podía comenzar la cuenta atrás hasta el día del reencuentro, como su Princesa le solía decir a menudo, sobre todo cuando Él se enfurruñaba como un crío en su impaciencia, “todo llega”. Se lo repitió unas cuantas veces cómo un mantra antes de levantarse, quizás debería plantearse escribir un libro de autoayuda de esos que terminan en los baratillos de supermercado a un euro. Ni de broma, pensó, ésas cosas eran para gente aburrida de la vida y que buscaban siempre alguna meta a corto plazo donde refugiar su pobreza de espíritu. Esos libros eran como las dietas milagrosas que hace el personal en un vano intento de modelar su figura sin esfuerzo y sin moverse del sofá. Esas cosas no iban con Él, de sobra sabía que quien algo quiere debe de estar dispuesto a lograrlo a cambio de esfuerzo, no en vano había conseguido reducir su sobrepeso de forma espectacular, comiendo menos y haciendo deporte cada día. Era una cuestión de motivación, podía haber estado abandonado durante años, pero en el momento en que decidió comenzar una serie de cambios en su vida, con voluntad y sobre todo con la motivación inmensa y serena que suponía para Él su Princesa, todo era mucho más sencillo, no era cuestión

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de engañarse, hacía tiempo que ya había entrado en un margen de peso y de forma más que aceptables, pero el continuaría perdiendo algún kilo y mejorando su aspecto físico, no quería gustar a su Princesa no, para Ella sólo quería lo mejor, y ese lote lo encabezaba Él.

No era una cuestión de coquetería, un efecto de la crisis de los cuarenta, ni siquiera eran tan sólo las ganas de agradar a su Princesa, hacía tiempo que había decidido que debía volver a ser un personaje interesante

para su entorno, ese que siempre afrontó la vida con ganas, vital y divertido. Su “motivación” había resultado más que relevante, fue ese refuerzo decisivo que lo sacó definitivamente del tedio y la desgana en la que vivía hacía ya unos años, fue quien lo hizo sentir vivo de nuevo, quien le empujó a abandonar eso que tanto daño le estaba causando, y sobre todo quien le hizo ver que a sus años era posible conocer a la persona con la que deseaba cómo ninguna otra cosa compartir todo, especialmente sus sueños, esos de los que en un momento de su vida se olvidó. Su Princesa, no

había mejor motivación. No entendía cómo era posible que aún ahora, después de varios meses “hablándose”, el hecho de conversar por teléfono con Ella, por no explicar lo que ocurría cada vez que la veía, todavía le generaba cierto nerviosismo, eso que algunos llaman “mariposas en el estómago”, esa sensación pueril y muy divertida de tensión antes de estar con la persona de la que uno está enamorado, también cuando se disponía a hablar con Ella por teléfono. Le resultaba increíble y a la vez placentero, su corazón, el mismo corazón aletargado e indolente de sus últimos años, había vuelto a latir con inusitado vigor, con ritmo, con alegría, había vuelto a latir… por Ella.

En Cascais, la única escapada que pudimos hacer juntos...

Decidió mantener en buena forma ése corazón en una playa del Cantábrico en aquella mañana en la que el sol asomaba tímidamente entre las nubes, no era día de playa pero daba igual. Sus hijas siempre querían mar y arena, la playa estaba casi desierta lo que le permitió correrla varias veces. Los veintiún grados, la fresca y oxigenada brisa marina y el sobrecogedor entorno entre acantilados a la espalda y el mar salvaje delante, hicieron que volara como la misma espuma del Cantábrico por aquella arena compacta y fresca. Solo tenía algo en común con las carreras habituales por las calles de Madrid, ésas en las que el tráfico ensuciaba sus pulmones y el calor mermaba las fuerzas, sus pensamientos, los recuerdos encendidos que lo hacían correr como si el mañana no existiera, Ella, siempre Ella.

La marea estaba baja y la mar tranquila, aprovecharon para hacer un buen rato de snorkel. Entre peces muy diversos, anémonas, erizos y las estrellas de mar que buscaban alimentarse de estos últimos, pasó la mañana. Ya de vuelta a la casa lavaron el botín, unos cuantos esqueletos de erizos y conchas de las que solo se encuentran buceando a no menos de cincuenta metros de la playa, lejos del alcance de los domingueros que también habitan las costas norteñas en Agosto. La comida sería mejor hacerla en casa, así podría escribir con el sonido del mar rompiendo contra el acantilado cercano era otra de las cosas que no podría hacer cotidianamente. En su guarida tenía ése espacio dónde podía “ausentarse” para hilar palabras, un lugar que aunque recogido no era especialmente silencioso. Este entorno era muy diferente sin lugar a

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dudas, aunque la musa que lo inspiraba continuaba siendo la misma, su Princesa. Mientras escribía le vino a la cabeza de nuevo el mes de Septiembre, más concretamente los cambios sustanciales que tendrían lugar en su vida por entonces, pensó y repensó como resolvería cada cosa que debía hacer. El reparto de la custodia de las niñas le inquietaba especialmente, acomodarlas en su nueva vivienda sería un reto. Dejar solucionados todos y cada uno de los asuntos pendientes con la madre de sus hijas sería capital, el mes que aguardaba a la vuelta sería “de locos”, pero estaba deseando que llegara, y lo deseaba por comenzar a solventar definitivamente todos esos asuntos, pero sobre todo por volver a estar físicamente junto a su Princesa.

Ella ya le había apoyado incondicionalmente y con su cariño desde el primer momento y continuaría siendo ese salvavidas que aun necesitaba en alguna ocasión. Ya había escrito bastante y consideró que no era el momento de darle vueltas a la sucesión de acontecimientos que llegarían el mes siguiente. Cerró su Equipo y decidió ir a por un par de cosas que tenía que comprar, ya llevaba tres horas escribiendo. La cena se prolongaría y no podría entrar en facebook hasta más tarde de lo habitual, era algo que le irritaba y provocaba en Él un sentimiento de melancolía, no lograba disfrutar del momento cómo lo había hecho en aquel lugar en otras ocasiones. Al pensar que su Princesa ya podía estar esperándolo en el Ciberespacio, deseó que la compañía se fuera inmediatamente a dormir y ya de paso una conexión a Internet fiable y solvente, que no lo dejara colgado cada vez que se “escapaba” para ver desde su teléfono móvil si Ella le había dejado algún mensaje. Lo intentaría más veces procurando que el resto de las personas que lo acompañaban aquella noche no percibieran en Él un solo rastro de nerviosismo. Lo hizo porque debía llevar la historia con su Princesa con la máxima discreción hasta que no estuvieran completamente resueltos todos los asuntos que aún tenían pendientes con la madre de sus hijas.

A Él le hubiera encantado proclamar a los cuatro vientos todo el amor que sentía hacia su Princesa, le enfadaba tener que esconderse prácticamente para conversar con Ella, pero su mala cabeza no deterioraría la hermosa historia que estaba viviendo.

Efecto Mariposa, Por quererte.... le encanta...

Nublado y fresco, así fue el amanecer de aquella mañana en la que el resto de España ya pasaba calor. A la vera del Cantábrico, Agosto era benévolo con las temperaturas. Otra mañana gris y por supuesto otra mañana que despertaba con la sonrisa más bonita del mundo, la de su Princesa. No pudo esperar a terminar el desayuno, tenía que echar un vistazo a los mensajes de Facebook que no había podido recibir el día anterior. Su Princesa le había dejado unos cuantos, alguno tan bello y cargado de tanta ternura que evitó su

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enfurruñamiento habitual al no haber podido conversar con Ella. Definitivamente, cuando su Princesa abría “el tarrito de las esencias” tenía la costumbre de pasmarlo, calmarlo y dejarlo con una sonrisa que no se borraría en unas horas. Los volvió a leer y releer un par de veces antes de enviarla los buenos días, cada vez que lo hacía le gustaban más, era como degustar un exquisito bombón en el que cada capa era aún más deliciosa que la anterior hasta llegar al final esencial y sublime.

La mañana la dedicó a dar una vuelta con uno de sus acompañantes por Gijón. Necesitaban un par de cosas y ya de paso podría comprar la taza y el imán de la nevera que su Princesa coleccionaba, evidentemente no tendría el encanto de los que había visto en el frigorífico de su amada, esos que procedían de lugares remotos y con mucho encanto, pero estaba seguro de que la gustaría el gesto, eso de saber una vez más que su Chico pensaba en ella en todo momento y que siempre intentaba buscar la manera de robarla una de sus sonrisas, de esas que lo tenían embelesado. Le costó trabajo encontrar algún artículo de los que buscaba en aquella tienda de recuerdos y de tantísimas otras cosas más. El Chino de la caja estaría sorprendido al contemplar la escena. Un tipo grande agachado un buen rato buscando una taza “decente” entre las de la Virgen de Covadonga que hubieran sido el clásico “pongo” muy apropiadas para cualquiera de sus dos abuelas y las ineludibles con algún lema de mal gusto y pretendidamente jocoso del tipo “Soy del Sporting con dos huevos” acompañadas de un dibujo de un par de huevos fritos. Las que aludían a las vacas y a la sidra tampoco tenían desperdicio, se podría decir que el estereotipo asturiano espantaba, viendo aquello uno podía terminar pensando que Asturias era una especie de enorme granja en la que los paisanos se pasaban el día entre ordeñar a las vacas y hartarse a “culines” de sidra. Después de mucho buscar y ante la atenta mirada del Chino, encontró una taza que al menos tenía la hermosa bandera de Asturias por un lado, ésa estaba bien, bastante elegante para lo que solían ser esas cosas. Aún quedaba el asunto del Imán, aquello era mucho más complicado, entre más de lo mismo y hortera del todo se decantó al final por una vaca hippie, al menos tenía guasa el dibujo en relieve, no la hubiera firmado Andy Warhol, pero podría valer, ya se sabe que la intención es lo que cuenta, mucho más en esta ocasión donde el producto daba muy poco juego.

Decidió proponer un mesón asturiano donde seguro que sus amigos y las crías comerían bien. Muy bien en el caso de sus amigos que no paraban de engullir las descomunales cantidades que acostumbran a servir por aquellas tierras. Él tenía muy claro que no arruinaría su cuidada alimentación con aquellos atracones de comida y de bebida, sabía perfectamente el esfuerzo que costaba “solucionar” aquellos excesos posteriormente y no pensaba ganar peso ni castigar a su hígado por esa fiebre vacacional y dominguera que se había apoderado de sus acompañantes. Además ya le quedaba menos de una quincena para volver a encontrarse con su Princesa y debía estar para entonces en plena forma y con el mejor aspecto posible, cualquier esfuerzo en lo referido a moderación y continencia merecían la pena por Ella, de hecho aquella mujer le estaba sentando realmente bien. Después de la copiosa comida les propuso pasear por los parajes de la zona por donde había corrido los últimos días, sabía que las exigentes cuestas los cansarían y podría disfrutar antes de esa llamada diaria a su Princesa, esa que ya casi se había convertido en costumbre y que hoy tendría que ser más temprano por la agenda de Ella, seguro que aquella noche se retirarían a dormir antes y podría escribir con calma. Por si surgía alguna duda entre los mayores, vendió como Él sabía hacerlo, el lugar a las pequeñas como una de las playas más divertidas del lugar con un entorno fantástico y grandes y constantes olas, Él ya había diseñado la tarde y el resto lo habían “comprado”. Como esperaba y después del escarpado camino con baño incluido en la minúscula playa de La Ñora para Él y las niñas, los acompañó a la casa, mientras el resto se reponía con alguna cerveza el salió a correr, a correr y en busca de la voz de su Princesa con la mar de fondo. Corrió como un loco y al llegar al lugar donde él sabía que la cobertura del teléfono era aceptable, se paró y marcó su número, estaba a punto de disfrutar del mejor momento del día.

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Cómo esperaba, todos se acostaron pronto dejándole el camino expedito para poder escribir sin interferencias y sin molestas interrupciones. Primero echó un vistazo al Facebook, al ver que su Princesa no estaba conectada comenzó a escribir, la cosa marchaba bien en aquella noche fresca en el porche de la casa...

Parte de su mensaje de ésa noche con versos suyos...

"Jajaja para ser tarde van saliendo con rima descuidada pero con aire modernista de Darío, habrá que ir por ésa senda promete emociones fuertes, jajaja.... Te QUIERO MI AMOR CON LOCURA... ale espero que te gusten...

Me encanta si cuándo al leer resoplas. Y cuándo me miras y cuándo sonríes al trasluz recibes mi amor, mi vida, mi sueño"... fue cuando pensó que el cortavientos que vestía en ese momento, el mismo de las noches anteriores, ese que su Princesa le había regalado por su cumpleaños, sería una vez más la prenda oportuna para protegerlo de la brisa húmeda y realmente fresca para esa época del año que lo acompañaba. Ella le había regalado tres prendas aquel día de Junio cuando cumplió los cuarenta, había acertado como no lo solía hacer nadie. Eran prendas concebidas para correr. Su Princesa había tenido esa especial sensibilidad que acostumbraba con Él, era la persona que mejor había sabido percibir la importancia que para Él tenían esas carreras y le había equipado con un conjunto de la mejor marca del mercado para ese deporte. De nuevo pensó que aquello era para “comerla a besos”, de hecho se la comería a besos en cuanto la viera, dentro de menos de diez días ya por entonces.

Al fin una mañana soleada, hoy sería un buen día para ir a la playa. Ya solo quedaba un día menos para encontrarse con su Princesa y solamente un día más para despedir a sus amigos, por fin, todo terminaba llegando. Las vacaciones con ellos habían ido de más a menos, necesitaba intimidad con su familia. Marcharían justo antes de que la convivencia deteriorara definitivamente su amistad, la costumbre de comer y de beber sin freno, así como los comentarios pretendidamente graciosos de la mujer de su amigo comenzaban a resultarle difícilmente soportables. Aquella forma de ver la vida, supuestamente “progre” pero con argumentos estereotipados, rígidos y de lo más “carca” que había escuchado en mucho tiempo, hacían que conversar con ella fuera un auténtico ejercicio de paciencia. Comieron en La Casa Azul y se dispusieron a volver a la playa. Era sábado y después de mediodía estaría llena de gente. Una oportuna tormenta de evolución, de esas que a Él le encantaban, con muchos rayos y descomunales truenos, espantaron a los domingueros que huían en tropel de la playa cuando ellos llegaban. La experiencia le decía que en unos pocos minutos se quedaría una tarde preciosa, así fue. La mar estaba en calma y aprovechó para nadar a gusto mientras las enanas, cerca de la orilla, disfrutaban de las olas que en aquella cala rompían sin piedad y las agitaba como si estuvieran en una lavadora, aquella noche dormirían bien.

Ya separado unos ciento cincuenta metros de la costa, allí donde solo se escucha el mar, mientras veía caer un sinfín de rallos a lo lejos, en la inmensidad azul del Cantábrico, con el eco de los truenos de fondo, se tomó un momento para disfrutar de aquella estampa pensando en su Princesa. Una lágrima se fundió con el salado y perpetuo azul en el que se sentía pequeño, era un lugar precioso para un romántico empedernido e incorregible como Él.

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Un atardecer impresionante que pasamos juntos en Cascais...

Volvió con sus pequeñas y comenzó el juego, para ellas su padre era una especie de parque acuático sin fin, la pequeña se convertía en un híbrido entre sardina y mono capuchino, mientras las mayores, ya en esa edad en la que los niñas

comienzan a separarse de sus padres, olvidaban sus complejos adolescentes y se entregaban al juego como algunos años atrás. Esa dulce sensación le sacó de la nostalgia que por un momento le había traicionado. Decidió subir a la casa andando desde la playa, la pequeña se sumó mientras los demás decidieron retornar en coche. Su pequeña siempre lo seguía, cualquier camino alternativo, exigente y complicado eran para la benjamina una expedición fascinante. Por supuesto llegaron antes a la casa que los que habían elegido el coche para la vuelta, habían subido a buen ritmo y rematado con una carrera de algo más de un kilómetro donde la pequeña demostró estar en muy buena forma, un motivo estupendo para poder “chinchar” a sus hermanas y al resto durante toda la noche. Una cena ligera y comenzarían la última sesión de Chinchón y margaritas con sus amigos. Esa noche tampoco podría escribir, pero lo que no sabía es lo complicado que le resultaría comunicarse con su Princesa. En cuestión de conexión a Internet, había regresado al siglo XX. No importaba, aunque no pudiera intercambiar mensajes en tiempo real con su Princesa, haría varios intermedios en los naipes para responderla y leer lo que Ella le había dejado en aquel buzón virtual...

REVOLVER, Por un beso... yo no sé qué te diera por un beso...

Finalmente había llegado la mañana de la despedida de su visita, cómo su Princesa le recordaba a menudo “todo llega”, y también había llegado aquella marcha oportuna que a buen seguro mejoraría sustancialmente la semana larga que aún les quedaba por Asturias. Mientras desayunaba le envió puntual los buenos días a su Princesa. Al fin gozaría de más momentos de intimidad, de alguno de soledad incluso, que después de aquella sobredosis de compañía había comenzado a necesitar. A menudo, se tomaba algún rato de soledad para ordenar sus ideas, por ejemplo era algo habitual mientras esperaba a su puntual Princesa. Él acostumbraba a llegar antes, el simple hecho de retrasarse y que Ella lo tuviera que esperar lo espantaba. Llegó el momento de la despedida con los que marchaban, de los besos y de los sinceros abrazos, alguno nada sincero. Ya estaba, había concluido otra de las etapas que se había marcado en este mes de Agosto. Dividir el tiempo que estaría separado de su Princesa por etapas le permitía disfrutar del final de cada una de las mismas viendo cómo se acercaba el día del reencuentro, era una manera de llevar mejor la situación. Algo pueril a todas luces y aunque Él no era especialmente ansioso, tenía que hacer algo para que aquella separación no le resultara eterna. La siguiente etapa sería cuando Ella comenzara a trabajar y Él ya madrugara para enviarla los buenos días cuando llegara al trabajo o incluso en el trayecto hacia el mismo. Para eso sólo quedaban ocho días, y solamente otros dos más para poder verla, para dejar de extrañar su mirada y de anhelar su sonrisa, para poder tenerla de nuevo entre sus brazos y comérsela a besos, llegaría, ocho días no eran nada comparado con lo que llevaban ya forzosamente separados, ya se intuía “la luz al final del túnel”, de aquel túnel angosto y sombrío que era el hecho de no poder estar con Ella.

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No tenía ninguna necesidad de “sufrir” por amar, no siempre le había ocurrido y probablemente jamás de aquella manera en que le estaba pasando ahora. No era la duda de los celos, no era temor ninguno a que aquel amor que sentía por Ella no fuera recíproco. Entre ambos no había espacio para la duda, quizás porque no hubo desde un principio pose ni reserva alguna, esa no era la cuestión. Él tenía claro que ese “sufrir” por su ausencia era un daño colateral asumible y de alguna manera necesario, imprescindible para saber que su Princesa era la mujer de su vida. La pasión desatada y enorme que aquella mujer en Él despertaba, lo que suponía en su vida, esa manera de vivir aquella bellísima historia, la felicidad plena y serena que su Princesa le trasmitía con aquella mirada, la original forma de ver la vida que Ella le había enseñado desde el primer momento, todo aquello tenía que echarse de menos forzosamente durante la separación. Ese pellizco en el alma que sentía cuando no tenía sus besos era sólo un síntoma más, la “enfermedad” era otra muy diferente, era la necesidad de Ella a cada momento, rayando casi en la

adicción, por el amor inmenso y sin complejos que la profesaba.

Un rato después de la salida de sus amigos salieron hacia la ciudad, los escasos cinco kilómetros que separaban la finca del centro se hacían aún más cortos transitando por la carretera que bordea la costa. Dedicarían la mañana a comprar pulseras de piel y algunas otras baratijas en los puestos cercanos a la playa de San Lorenzo,

sería un día lluvioso y fresco en el que harían otra cosa que arena y playa. Era el riesgo de pasar unas vacaciones en el norte, el clima era una ruleta dónde había tantos rojos como negros, el principal inconveniente resultaba que a veces los “negros” salían consecutivamente durante varios días, algo extremadamente incómodo si había críos por medio. Dedicaría la tarde a escribir mientras las niñas tenían su ración de videojuegos, pero antes echaría un vistazo a ver si había algún mensaje para Él en su lugar habitual. Allí estaba Ella, al otro lado, como tantas otras veces. Un hermoso mensaje le dio la energía necesaria para recomenzar con brío lo que había escrito ésa tarde, completamente prescindible por otra parte. Había cogido el hilo del relato en que andaba enredando, más tarde saldría a correr y a hacer esa llamada cotidiana que le dibujaba una gran sonrisa.

La bruma entraba desde la mar entre los acantilados acompañada de copiosos y esporádicos chaparrones, estaba refrescando y la tarde no invitaba especialmente a correr por aquellas sendas que serpenteaban por toda la costa. Daba igual, la bruma y los chaparrones no serían inconvenientes, cuando decidía algo como el hecho de correr a diario, unos cuantos rayos y truenos no serían para Él nada más que una romántica y refrescante coreografía que el Cantábrico le había preparado para sus carreritas. Podría hacer “el bautismo” del cortavientos ligero y mimoso que le había regalado su Princesa. Ya lo había estrenado antes, con unos vaqueros era una prenda cómoda y muy versátil, pero aún no había tenido ocasión de usarlo para su cometido, para correr bajo la lluvia y con viento. La senda que transcurría junto a los acantilados de la costa se encontraba desierta aquel día, la bruma y después la lluvia habían espantado a los caminantes habituales, a los domingueros con perro suelto y a la parejita de turno que se besaban en aquellos atardeceres al borde del mar. A éstos últimos los envidiaba, en otro momento de su vida hubiera pensado que podrían haber elegido otro lugar para “aparearse”, pero ahora no, ahora los veía al pasar con cierta envidia y unas gotas de nostalgia, pensó que algún día debería de ver con su Princesa una puesta de sol desde aquel lugar salvaje, sobrecogedor, tremendamente bello y muy romántico. Continuó a buen ritmo

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entre subidas y bajadas hasta el punto donde la cobertura de su teléfono era aceptable. Era el momento de la llamada a su Princesa, al sacar el móvil del soporte que llevaba en el brazo volvió a notar esa extraña sensación en el estómago, una enorme sonrisa se dibujó en su cara sudorosa por el esfuerzo, mientras buscaba una explicación a cómo le podía ocurrir eso a los cuarenta años.

Después de la reparadora ducha caliente y una Coca-Cola se puso manos a la obra con la cena de sus hijas. La lluvia arreciaba y no estaba la noche para salir a cenar fuera, él tomó una de sus ligeras cenas habituales y dispuso en el porche su centro de operaciones, había logrado por fin, usar su teléfono como módem y aunque la conexión seguía siendo lenta, la cosa mejoraba notablemente al poder intercambiar los mensajes desde el teclado y

la pantalla de su ordenador, esperaba que aquella noche la sesión con Ella fuera mucho más fluida respecto a la técnica. Al rato de empezar a escribir, echó un vistazo por el Facebook a ver si su Princesa ya estaba por allí, lista y a la espera. Cerró el “Word” y comenzaron la “sesión”, esta vez fue especialmente divertida y encantadora, al habitual resumen de lo vivido en el día que hacía cada uno y después de unos cuantos arrumacos virtuales de esos que a Él tanto le gustaban, recordaron juntos el inicio de aquella historia preciosa y encantadora en la que estaban inmersos. Las anécdotas, aquella sensación de aventura del primer momento, ese descubrir cada día a la mujer más fascinante y encantadora que había conocido, volver a recordar esas cosas que habían ocurrido sólo hacía unos pocos meses, fue sensacional. Al final y después de casi un par de horas conversando se sintió como tantas otras noches desde el salón de su casa, de repente había pasado esa nostalgia que en algunos momentos lo había invadido durante las últimas semanas. Definitivamente ni la distancia ni el tiempo importaban, no existía distancia cuando conversaban y el tiempo no era más que un rato, porque ya por entonces tuvo claro que un mes escaso sería “un rato” en la vida de ambos…

Otra mañana que amanecía diluviando, por fortuna para Él, el recuerdo de la sonrisa de su amada con el que había despertado le haría más llevadera la lluvia matinal. La noche anterior había pensado en la alternativa para entretener a las niñas si el día amanecía como lo había hecho aquella mañana. Irían a disfrutar de aquellos pueblos marineros de la costa. Candás, Luanco y Cudillero no quedaban lejos y eran un plan estupendo en una mañana lluviosa, incluso el Cabo Video con ese faro casi colgado del acantilado formado por paredes verticales donde al asomarte ves como vuelan las gaviotas debajo, podrían resultar muy divertidos para las pequeñas. El imprevisible clima de la costa les dio una nueva sorpresa, el día que comenzó lluvioso y desapacible evolucionó en una preciosa y soleada mañana, de ésas en las que apetece darse un baño en la playa. Comieron en Luanco, un pueblo marinero antaño con más encanto. Él lo recordaba como un lugar con mucho encanto unos años atrás. El desarrollo inmobiliario y especulativo que había padecido el país durante la última década y del que no había sido del todo ajena la costa del Norte, había mermado parte de ese encanto que recordaba de años atrás. No tenía nada que ver con las tropelías cometidas en otras costas, pero si echó de menos ese toque peculiar y marinero que en algunos lugares ya se había diluido entre ladrillo y hormigón.

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Paseando por Luanco se arrepintió de haber dejado en la casa sus gafas de sol, el cambiante clima de la costa les regaló un sol de justicia. Al llegar a una recoleta plaza, cerca del puerto, se topó con un hotel de esos recoletos y con encanto que recomienda en ocasiones la guía Michelín, sería un estupendo lugar para hacer noche un fin de semana de escapada con su Princesa. Por fortuna los peces del Cantábrico seguían teniendo aquel sabor incomparable que les daban las dos mareas diarias, las frías aguas y su estupenda alimentación. Dieron cuenta de una lubina salvaje de esas que los paisanos pescaban desde sus lanchas, aquel monstruo enorme les supo a gloria a Él y a la mediana mientras las otras dos comían algo de carne, el pescado las espantaba, de hecho siempre que se lo ponía, por atractiva que fuera la receta, terminaba teniendo que negociar con ellas cuanto se dejarían en el plato. Asuntos de niños. Él siempre ejercía el oficio de padre con alegría y generalmente con mucha paciencia aunque alguna vez, como cuando las ponía pescado para cenar, terminara casi de los nervios. Sus hijas eran un encanto para ser crías, cuando observaba la ingente cantidad de niños ineducados, molestos y caprichosos que pululaban por aquellas tabernas del puerto cerca de sus padres o al menos de los que les acompañaban, se sentía orgulloso de aquellas niñas que, aún con sus momentos inoportunos e impertinentes, sin duda sabían comportarse y no tenían maldad ninguna. Su Princesa había aceptado desde el primer momento la situación y sabía de la importancia capital que para Él tenía ése aspecto de su vida. Seguro que con el tiempo y como Ella solía decir “si seguían hablándose” algo, que por otra parte, Él no dudaba, tendrían ocasión de conocerse. Llegaría un momento en el que resultaría inevitable que aquello ocurriera, para entonces se vería, pero seguro que todo sería mucho más sencillo de lo que Él, en ése momento pudiera imaginar.

La tarde la dedicaron al baño y a la habitual búsqueda de conchas y esqueletos de erizos de mar. Había mar de fondo en el Cantábrico y la visibilidad dentro del agua era mínima. Cuando la mar estaba así, en la mayoría de las playas el agua perdía su habitual aspecto cristalino y se enturbiaban de mala manera, habría que olvidarse de las máscaras y los tubos. Ya de vuelta y mientras

se quitaban la sal y la arena que solían portar después del baño en cantidades industriales, salió a correr y por supuesto a realizar ésa llamada que tanto le motivaba. En ese momento del día, el cambiante clima de la costa ya había vuelto a la lluvia. Esta vez buscó una senda que bordeaba a uno de esos maravillosos ríos cantábricos y que trascurría entre robles, avellanos y algún que otro castaño, todo ello entre el verdor intenso del musgo tupido y perpetuo de aquel mágico lugar. En medio de aquel entorno en el que no se veía un alma, con el sutil sonido que provocaba el discurrir del agua y rodeado de vegetación, encontró el lugar para “esconderse” y poder disfrutar de ese pequeño rato de soledad que necesitaba.

El tiempo que llevaba sin ver a su Princesa le había servido para dar el poso necesario a aquella preciosa historia, la distancia le había permitido recapacitar sobre el tiempo que llevaban “hablándose” y de lo que aquella mujer había significado en su vida. Aflojó el ritmo de su carrera para poder disfrutar del fascinante entorno al tiempo que agradecía a “el Universo” el haber cruzado en su camino a la que sin duda era la mujer de su vida y que había motivado un cambio espectacular y muy positivo en Él. Aquella relación, divertida, encantadora y apasionada, había evolucionado a otro nivel. Los dos sabían que aquello no era una mera diversión, una cita más que se había “complicado”, los dos sabían que aunque no les preocupara en absoluto el mañana y no tuvieran planes a largo plazo, sin duda aquella historia ya era decisiva en sus

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existencias. Era algo que sospechaba desde el primer momento, Él nunca supo explicar por qué aquello era así, por qué aquello había sido así casi “desde el primer minuto, primer segundo” como su Princesa solía decir. Tampoco es que importara la razón, siguió correteando por la senda hasta llegar a la carretera de vuelta a su casa. Se emplearía a fondo para resolver las cenas y adecentarse antes de volver a conectar su equipo y ver si hoy “a lo mejor” también podía mantener con Ella una de esas sesiones que le reparaban el alma, sosegada y feliz en ese día y no tanto hacía unas semanas…

Las siete y media, al menos eso decía su despertador y la mirada indolente de su perro al que no se le percibía ninguna gana de levantarse todavía. Le daría los buenos días en un sms y volvería a dormir al menos otra hora, hasta que se fueran despertando sus hijas con el barullo habitual. Su Princesa habría madrugado, navegaría hoy hasta Menorca para pasar el día y volvería en el barco de las nueve de la noche, hoy sería más complicado hacer una de sus sesiones, pero eso no importaba. Acostarse con las sensaciones con las que había terminado la noche anterior le permitiría disfrutar todo el día con una enorme sonrisa. El último intercambio de mensajes con Ella había resultado muy divertido, comenzaron a planear cosas para las tardes de la semana próxima, ya solo quedaban poco más de siete días para volver a verla, la necesitaba, necesitaba aquellos besos y los ratos que pasaba con Ella como ninguna otra cosa. Habían conversado de eso entre otras muchas cosas. Aunque el sexo no era el aspecto decisivo en aquella hermosa historia de amor en la que se encontraban inmersos, como era lógico era un asunto relevante. Se habían hecho algunas bromas a ese respecto, siempre con la sutileza, el buen gusto y por qué no, la guasa habitual. Desde un principio, ésa materia la habían tratado con mucho cariño y con delicadeza, era algo hermoso y tremendamente placentero que culminaba a veces aquellas interminables sesiones de besos que los hacían parecer un par de adolescentes en plena primavera. En ese sentido, en el de la atracción pura y dura, en el de la química entre ambos, la cosa funcionaba extraordinariamente bien. Su Princesa lo atraía y de qué manera, se podría decir que andaba “bebiendo los vientos” por volver a disfrutar de la intimidad de su alcoba con aquella irresistible y encantadora mujer, poder contemplar de nuevo aquella belleza delicada y serena, a ese bombón de curvas perfectas que cuándo lo miraba podía fácilmente derretirlo.

Con mi "hermana" mallorquina, la del "momio" por las calles de Mahón ése día...

Por la mañana, de nuevo gris y fresca, fueron a para hacer algunas compras y regresaron a la hora de comer. Cocinaría su ya casi mítico risotto de morcilla, ese que tanto les gustaba a sus hijas. Comiendo en la casa sacaría un buen rato para

escribir aprovechando el momento de la siesta de los demás. Ya por la tarde se las llevaría a caminar por la senda que había descubierto el día anterior. Aquel lugar debían disfrutarlo y a buen seguro que su magia las cautivaría como lo había hecho con Él aunque a las mayores no las gustaran las caminatas.

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Después del paseo y ya en la finca, estuvieron un buen rato enredando con la fauna local. Los numerosos sapos de todos los tamaños y las siempre fascinantes culebras mantuvieron entretenidas a las enanas un buen rato, especialmente estas últimas. Las resultaban tremendamente divertidas cuando las querían coger, era una gran aventura para unas niñas de ciudad que sólo habían visto reptiles de ese tamaño esporádicamente en los terrarios del Zoo de la Casa de Campo. Aquella tarde salió a correr, ésta vez no llamaría a su Princesa porque sabía que estaría en numerosa compañía y era algo que a Él le parecía una descortesía, hubiera sido una llamada inoportuna. Las carreras fueron espectaculares, hoy había cogido el ritmo desde el principio, regular y concentrado mientras disfrutaba de los acantilados, del sonido de la mar contra las rocas y como no, del recuerdo de Ella. Fueron doce kilómetros de subidas y bajadas constantes, los que separaban la senda del río Ñora de la Providencia por el camino de la costa. Ese camino lo habían realizado a costa, y nunca mejor dicho, del Plan de Costas del año noventa y ocho, cuando el Erario disponía de fondos y siempre había algún paisano al que otorgarle una concesión. Le espantaba como contribuyente pensar en la cantidad de asesores, ingenieros, secretarios y subsecretarios que habrían intervenido en aquella obra, pero tenía que reconocer que el resultado final era realmente un acierto, aunque por allí no transitara demasiada gente era una senda fantástica, especialmente para sus carreras de la tarde. Una fina lluvia le había acompañado durante la mitad del recorrido, tras la reparadora ducha puso en marcha a todas, saldrían a cenar. La elección fue algo ligero en un italiano y un Absolut con tónica inmediatamente después en aquel café con terraza en el que ponían temas de los ochenta y noventa. Las niñas tomaron un Sprite, eso que algunos horteras acostumbraban a mezclar con güisqui peleón y que no dejaba de ser una gaseosa de toda la vida. Una “zarzaparrilla” cómo lo llamaban en los dibujos animados doblados en México de principios de los ochenta, cuando solo había dos canales de televisión, la primera y el “UHF”, y los niños aún jugaban al escondite, el rescate, la pelota y un sinfín de juegos que murieron el día que nació la Gameboy. Le resultó muy divertido que a sus cuarenta años y en compañía de una legión de niñas, todavía le dedicara una lánguida mirada alguna de las muchachas que por allí pululaban en busca de su conquista de la noche. Una de aquellas muchachas le pidió un cigarrillo, fue entonces cuando decidió que era el momento adecuado para retirarse a su casa con sus hijas, además en breve tenía que conectarse a Internet, su Princesa no tardaría en aparecer por el Facebook.

Las niñas se acostaron y el dispuso todo para poder acceder a la red; ordenador, teléfono cómo módem, y la regleta donde podría enchufar los cargadores de ambos. El tabaco de liar, un puñado de nueces y la botella de Solán de Cabras que no podía faltar. Ya estaba dispuesto y deseoso para una nueva sesión con su Princesa, por increíble que pareciera no habían faltado a esa cita ninguno de los dos desde aquella despedida en Madrid, ni un sólo día. La tecnología, a la que Él maldecía de vez en cuando por su falta de paciencia, les había brindado la oportunidad de mantener ese contacto maravilloso sin importar la distancia, por supuesto que ambos lo habían aprovechado. La “sesión” de mensajes estaba resultando complicada, esta vez era el equipo de su Princesa el que se empeñaba en dificultar la comunicación. Él la notó fatigada y supuso que esa noche sería más oportuno dejarse de mensajes y recurrir al teléfono...

Robbie Williams, My Way... Me gusta, un día hablando con Osquitar en el facebook sobre el concierto que dio en el Royal Albert Hall y nos llamó "moñas", pero al día siguiente me regaló el DVD...

La luz que se filtraba por entre las rendijas de aquella persiana le hizo sospechar que de nuevo la mañana sería nubosa, tendría que pensar en el plan de hoy para entretener a las niñas. Otra mañana que se había despertado recordando la mirada de su Princesa, ésa que vería de nuevo en menos de una semana, en "sólo seis días". Parecía que la espera llegaba a su fin, ya se veía el final del túnel. El cielo plomizo no le arruinaría la alegría con la que se había levantado. Decidió llevar a sus pequeñas al Parque de Isabel La Católica dónde se entretendrían entre los columpios y echar pan a la multitud de aves que lo habitaban.

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Como padre experimentado, había llevado todo el pan que sobró los últimos días para que no se aburrieran. Después compraron unos bollitos “preñaos” de ésos que tanto les gustaban, un aperitivo y para casa a comer, tenía intención de continuar escribiendo desde primera hora de la tarde. Esa mañana había podido “mensajearse” con su Princesa antes de salir de casa y después de los habituales buenos días. No tenía el día especialmente fluido para escribir, andaba un poco atascado, pero después de la reacción de su amada ante el párrafo que la había adelantado sobre lo que estaba escribiendo en aquella maravillosa tierra, se le antojaba imprescindible continuar con la tarea.

Se puso a la faena, comenzó a hilar frases que no terminaban de encajarle, no había manera, el esfuerzo parecía no merecer la pena. Entró en Facebook esperando el rescate de su Princesa, al poco tiempo asomó, Ella nunca fallaba, siempre estaba allí cuando la necesitaba aunque fuera tan sólo para servir de tenue candil en ésos momentos en que la bombilla parecía fundida. Esos ratos conversando con ella a través de la distancia, le seguían pareciendo un milagro impensable hacía tan solo una década. Aquella tarde su Princesa se había conectado desde la habitación de una clínica donde estaba ingresada una amiga. Salió a correr como cada tarde, hoy tampoco la llamaría, no era plan mientras acompañaba a una persona convaleciente. Desde el primer momento cogió el ritmo, concentrado y alegre, sobre todo muy concentrado. Andaba dando vueltas en su cabeza, mientras corría como alma que lleva el demonio, enfrascado en esa hermosura que le había dedicado Ella... “Cada segundo que pasa, es un segundo menos que queda para vernos”. La sentencia tenía su acostumbrada contundencia, pero además Él encontró en el contexto de la conversación, un guiño de lo más romántico, mucho más sabiendo de lo recatada que solía ser su Princesa cuándo de manifestar sus sentimientos se trataba. Corrió seis kilómetros entre sendas y un pequeño tramo de carretera desierto hasta llegar a una de esas calas que abundan en el Cantábrico asturiano. La lluvia había cesado para entonces y por la arena paseaban un par de mujeres ataviadas con los impermeables y los gorros para la lluvia imprescindibles en la zona, un cachorro correteaba en círculos alrededor de ellas. Se quitó las zapatillas y los calcetines y continuó corriendo hasta el borde del mar. El sol dejaba ver unos tímidos rayos entre aquella inmensidad de nubes, la marea baja y la mar en calma, era el momento perfecto para un chapuzón. Se quitó la camiseta y el soporte donde llevaba los auriculares y el teléfono y en tres zancadas ya estaba dentro del agua. Solo Él, con el silencio atronador de la marea baja y la mar calmada, sólo interrumpido por las ocasionales olas que rompían en la orilla. Cada brazada un poco más lejos de la arena, cuando estuvo a unos cien metros de la orilla se detuvo, aquella playa desierta, de aguas tranquilas y cristalinas, mientras algún rayo del sol que comenzaba su diaria despedida le acariciaba la frente, en aquel momento pensó en los muchos segundos que habían pasado desde que habló con su Princesa, segundos de aquella espera de casi un mes que en algún momento pareció eterna, segundos que

habían pasado para volver a acariciar sus labios suaves y deliciosos.

Esta foto maravillosa con ése cielo y ése mar...

Al salir del mar y mientras se escurría el agua, cogió el teléfono y la envió una foto de aquella desierta cala acompañada de una de sus dedicatorias encendidas, esta vez había sido Ella con el comentario sobre los segundos, la que se la había servido en bandeja de plata. El camino de

vuelta fue algo más fatigoso de lo habitual, la ropa mojada y que había empezado a refrescar no ayudaban,

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pero qué más daba cuando podía disfrutar de momentos como el que terminaba de vivir, apretó el ritmo para llegar a la ducha lo antes posible, las piernas y sus pulmones de fumador aún le alcanzaban para ese último esfuerzo. Unas pizzas exprés y una ensalada para sus hijas, para él un sándwich frío sería más que suficiente. El café para despistar al sueño, cuanto echaba de menos su Nesspreso. La botella de agua, su tabaco y ya podía comenzar a escribir de nuevo en lo que su Princesa se conectaba otra vez. La espera siempre merecía la pena, solía ser productiva como aquellas noches en las que el cambio de uso horario de Ella, lo aprovechó para avanzar en su novela.

Recordó que aquella noche jugaba el Real Madrid, dejó el ordenador en el porche y entro en la casa para ver el partido. Si tenían una pasión compartida desde el primer momento, un vicio común, ese era el Real Madrid, de hecho había sido la excusa perfecta para verse las primeras veces. Aquella primera cita aprovechando una noche de Champions.

Habíamos quedado con Rubén... estaba tan nervioso que no sabía llegar al Bernabéu... jejeje

Recordaba cómo si hubiera ocurrido el día anterior, aquel momento de duda cuando su Princesa salió del portal y Él esperaba fumando fuera del coche. Mientras Ella recorría los escasos treinta metros que los separaban, le asaltó la

duda, no tenía claro como recibirla, con dos besos o con uno sutil en los labios. Esa sensación de nerviosismo se acentuó al verla caminar hacia Él con aquella arrebatadora sonrisa, estaba radiante, bellísima. La mujer de la que estaba perdidamente enamorado a través de un soporte virtual y a la que había conocido hacía apenas un año y por unos minutos, era mucho más atractiva de lo que recordaba. Él se acercó esos dos últimos pasos hacia su Princesa pensando aún en cómo la recibiría, Ella le cogió la mano y con toda naturalidad le besó en los labios, fue un beso de ésos que no se olvidan, el primero de aquellos deliciosos besos que conseguían parar el tiempo.

El tiempo siempre pasaba volando cuando conversaban cómo ésa misma noche en que les dieron más de las tres de la madrugada, ya sólo faltaban cinco días para volver a estar juntos de nuevo...

Contigo Aprendí, la letra de éste bolero está en muchos de tus mensajes... yo también lo aprendí...

Por fin el clima les dio una tregua, el sol asomaba entre las nubes aquella mañana. Hoy no tendría que buscar una alternativa a la playa. Recordó que su Princesa volvería hoy a Madrid, ya sólo quedaban cinco días para que Él hiciera lo propio. La espera llegaba a su fin. Desayunaron, cogieron las toallas y marcharon hacia la playa, no sin antes enviarle a su Princesa los buenos días vía sms. La mañana resultó agotadora entre las divertidas olas que los sacudían en la playa de la Ñora y las expediciones que montaba a dos de sus pequeñas aventureras entre las rocas cercanas. Los desprendimientos habían fabricado toda suerte de

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angostos túneles y pasos caprichosos por donde entraba la mar en aquel momento de subida, el sonido irreal de aquellas cavernas formadas por la erosión del mar terminaban de darle ese toque misterioso que a ellas tanto las gustaba. El único daño colateral fue una herida en su pie derecho, al ayudar a su pequeña terminó raspándose contra una filosa roca en la que no había reparado. Ya era casi la hora de comer cuando recogieron los bártulos y regresaron a casa. Unos Fetuccini a la carbonara las encantarían, para Él con tomate, orégano y anchoa.

Inmediatamente después de comer entró en Facebook para echar un vistazo a sus asuntos, especial y prioritariamente para su asunto, Ella. La dejó un mensaje y pensó que una reparadora siesta de una hora le vendría estupendamente, aquella noche había dormido escasamente cinco horas y necesitaba ése rato de sueño antes de continuar escribiendo.

Después de hacer eso que por Asturias llamaban un “pigazu” salió con las niñas a Gijón, querían comprar unos libros y eso era algo que a Él le encantaba. Aunque lo espantaran aquellas novelillas de medio pelo que acostumbraban a leer, lo importante era que se aficionaran a la lectura. A la vuelta de las compras las dejó leyendo, Él aprovecharía para salir a correr.

Hoy tampoco habría llamada a su Princesa en un intermedio en sus carreritas, Ella estaría volando de regreso a Madrid en ése momento. La tarde dio paso a una enorme masa nubosa, espesa y gris que llegaba por el Cantábrico desde Galicia, tendría agua a buen seguro antes de regresar. Aquella tarde decidió correr rumbo a Gijón, a unos seis kilómetros, ya pasada la Capilla de la Providencia, cuando comenzó a llover decidió darse la vuelta, la

lluvia arreciaría y le quedaba un buen trecho de vuelta a casa. Muy cerca del cabo, en lo alto de la colina, al lado de la Ermita, habían hecho un pequeño hotel de tres estrellas, pensó que era un gran lugar para hacer noche en una futura escapada de fin de semana con su Princesa. Como esperaba la lluvia arreció, lo que unido a las heridas que tenía en los pies le dificultaron el regreso. No podía si no continuar, resultaría absurdo pedir que vinieran a por Él a una senda de acceso remoto en el lugar donde transitaba. Hubiera empleado demasiado tiempo en regresar andando, continuaría corriendo mientras el leve dolor se lo permitiera, era el momento de apretar los dientes y tirar para adelante. Al final pudo con los más de seis kilómetros del camino de vuelta, con la lluvia y con las molestas heridas de sus pies. Su motivación era mucho más fuerte que aquellos pequeños inconvenientes, el poder correr por aquellos parajes completamente desiertos de gente en una tarde semejante, era un lujo para Él, aun no corriendo en condiciones óptimas.

Eran los momentos que aprovechaba para ordenar sus ideas y para planear todas las cosas que tenía que solucionar el próximo mes, y ya de paso para ir pensando en algún plan con su Princesa. Ella le había enviado el día anterior el programa del viaje que tenían pendiente a Egipto pasando por Petra, Ella ya había estado pero quería volver con Él le dijo que vería aquella maravilla de manera diferente porque sería con Él, eso le había hecho recordar las ganas enormes que tenía de viajar con Ella y lo especial de aquel maravilloso viaje que el destino parecía haber querido reservar para que lo hicieran juntos.

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Esta foto en Petra era la que más le gustaba de mis viajes, "Anita Jones"

Tantos planes, teníamos todo el tiempo del mundo...

Ella también “maquinaba” alguna salida de vacaciones para ambos, no quería presionarle y respetaba su situación, el hecho de que Él tenía

hijas y que, necesariamente, tenían que ser lo primero. No era resignación por parte de su Princesa, era respeto y cariño, saber asumir perfectamente un rol sin pretender forzar o anteponerse a las obligaciones de Él. Eso era algo que tampoco había vivido nunca Él, sus anteriores parejas siempre habían sido mucho menos tolerantes con sus circunstancias fueran cuales fueran éstas últimas. Su Princesa era completamente diferente en eso también, era una persona que hacía del respeto una forma de vida y no un eslogan de esos que usa el personal para presumir generalmente y cómo sabiamente dice el refrán español, para decir de qué carecen. Su Princesa, la mujer que le hacía sentirse el tipo más afortunado del mundo, la persona a la que más amaba y que mejor le conocía. En un rato entraría en el Facebook para otra de esas sesiones de intercambio de mensajes, ésas que lo reparaban y le hacían acostarse con una enorme sonrisa. Esa noche no podría ser, el día había sido agotador para Ella y le envió un mensaje citándolo para el día siguiente, hoy se había retirado a dormir completamente agotada. Era otra de las cosas que le encantaban de Ella, no se andaba con poses ni con tapujos, si tenía que decirle que no, se lo decía sinceramente y sin pose de ningún tipo, sin acudir a las siempre crueles excusas. Definitivamente Ella no era como el resto, ése era el principal motivo de que aquel cuarentón siguiera “bebiendo los vientos” por su Princesa...

Solamente cuatro días para volver a ver su preciosa mirada y aquella sonrisa que lo embelesaba. Más de veinte días después de la ausencia, su primer pensamiento de cada mañana seguía siendo el recuerdo encendido de su Princesa, increíble pero cierto. El día amaneció soleado y ventoso, otra estupenda mañana de playa. Hoy elegiría la de Poniente, con ese vendaval en la Ñora ondearía la bandera roja de salvamento con toda seguridad. El refugio del puerto deportivo hacía de la playa de Poniente un remanso de tranquilidad en los días que el viento formaba olas imponentes en playas más expuestas a los elementos. Una estupenda alternativa si el baño era con críos. El viento azotaba la playa y cubría de arena las toallas de los pocos fieles que habían acudido esa mañana a su cita con el Cantábrico. Había que estar un poco locos para entrar en el agua, pero sus niñas con Él a la cabeza, parecían estarlo cuando en una carrera hacia el mar entre saltos y gritos, terminaban lanzándose a las tímidas olas de Poniente cuando el agua les llegaba a la cadera. Lo peor no era el agua, fresca esa mañana, era mucho más incómoda la salida del mar. La fresca brisa relevante que arrastraba la arena lograba eso que los entendidos llaman “sensación térmica” muy por debajo de los apenas veintiún grados que hacían fuera del agua. Viendo tiritar a la pequeña, aún debajo de aquella enorme toalla, la propuso correr la playa ida y vuelta. Las mayores se quedarían mientras enredando con la arena. Fueron tres kilómetros entre la ida y la vuelta, a ritmo pausado para que su hija fuera a gusto. Los suficientes para entrar en calor y que apeteciera otro baño, definitivamente un poco locos si estaban. La escena era de lo más pintoresca, mientras en la playa nadie rozaba el agua, ni siquiera sus hermanas, como si estuviera plagada de tiburones asesinos en busca del desayuno, allí estaba aquella pequeña saltado a las olas desde los hombros de su padre. Ya a la salida de la playa y mientras las niñas intentaban en balde quitarse la arena, Él se sentó en los escalones e intentó

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enviar un mensaje a través de Facebook desde su teléfono móvil, quería saber de su Princesa y hoy tardaría algo más en poder conectarse tranquilamente desde su puesto de mando, ése que montaba en el jardín de la casa, hoy comerían fuera.

De regreso a la casa sacó el ordenador al porche y se puso a escribir, por supuesto que antes echaría un vistazo a ver si Ella estaba conectada. Parecía que hoy si brotaban las ideas y el teclado recibiría el castigo de su propietario, el texto crecía a buen ritmo. A media tarde tendría que bajar de nuevo a la ciudad a por tabaco y a por unos parches que le permitieran salir a correr de nuevo, seguro que en la farmacia le darían algún producto casi milagroso de ésos que incorporan un anestésico para poder olvidarse de las “mataduras” de sus pies.

Juancho ha publicado hoy fotos de su escapada a Lisboa... Los días más felices de mi vida... he recordado cada segundo, cada rincón...

El viento soplaba con fuerza, en San Lorenzo ondeaba la bandera roja e incluso los surfistas abandonaban la mar, las corrientes de resaca y las olas de tres metros eran asumir mucho riesgo incluso para ellos, pasó por el estanco y por la farmacia, paseó un rato por el muro y regresó a su

coche. En aquel momento se sintió mal, la necesitaba, sabía que su Princesa estaba ya por Madrid mientras Él andaba deambulando por Gijón. Necesitaba verla de nuevo, ése ánimo que en Él despertaba su sonrisa. El tiempo pasaba demasiado despacio en su ausencia, todo parecía cuesta arriba ésa tarde. Decidió volver a la casa y prepararse para unas carreras que le hicieran más llevadera la tarde. Salió como todos los días, con brío y a un ritmo alto, pero hoy no salía nada, tuvo que suavizar la cadencia de su zancada, sería el tabaco, su estado de ánimo o todo un poco el caso es que esta tarde no era la mejor ni mucho menos, su organismo no estaba como estos días de atrás. Recibió un mensaje de su Princesa, era el momento de la llamada, los dos intentos anteriores mientras paseaba por Gijón no tuvieron éxito. Al fin pudo hablar con Ella, escuchar su sonrisa le reparó, sólo necesitaba eso para trasformar su ansiedad en tranquilidad. Antes de la conversación con su Princesa no se aguantaba ni Él mismo, pero unos cuantos arrumacos por teléfono le habían sentado mejor que bien y aunque durante la conversación hubo algún momento en el que incluso le tembló la voz, aquella estúpida melancolía que se había apoderado de Él ésa tarde había desaparecido, era su reparadora, en sólo unas palabras y con aquella sonrisa le arreglaba el cuerpo y sobre todo el alma, disipaba por completo la tontería que por momentos le hacía desvariar. La segunda parte de sus carreras trascurrió mucho mejor, aunque evidentemente había tenido días mejores en lo físico, después de aquella llamada se encontraba bastante más entonado, logró seguir un ritmo fijo algo cansino pero que le permitió merendarse otros cinco kilómetros de escarpadas cuestas. Su Princesa, cómo siempre Ella resultaba la

mejor de las motivaciones.

Bebiendo una copita de Oporto, en el Barrio Alto...

De vuelta en la casa se lio con las cenas de las niñas, de nuevo eligió para Él un gazpacho, la

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comida había sido copiosa y tenía que cuidarse. La noche estaba fresca, el viento de levante continuaba soplando con ganas, para el día siguiente los meteorólogos daban sol y ligera brisa en la costa asturiana, pero de momento hacía fresco. Daba lo mismo, sólo tenía cobertura decente en el porche y allí escribiría a la espera de que su Princesa se conectara. Esa noche la técnica se empeñó en jugarle una mala pasada y no pudo usar el navegador de su ordenador, se reiniciaba o se colgaba cada poco tiempo, aún le quedaba el móvil y con eso se “defendió” hasta que sus hijas estuvieron ya dormidas, era el momento de hablar de nuevo con su Princesa, los de Movistar serían muy felices por su necesidad de comunicarse. Otra conversación de más de una hora de ésas que solían mantener, hablar con Ella era el mejor plan de largo si no podía estar a su vera...

El servicio meteorológico lo había clavado, solazo desde primera hora de la mañana. Después de la conversación con su Princesa de la noche anterior, después de haber vuelto a oír su sonrisa a través del teléfono, se había despertado como si le hubieran dado cuerda. Hoy la melancolía pasaría de largo. Preparó los desayunos a toda velocidad y apremió a las pequeñas, la playa esperaba y hoy sin vientos exagerados. Salieron hacia la playa de la Ñora pero al ver la mar revuelta y las enormes olas que rompían con fuerza cerca de la orilla. Cambiaron de dirección al momento y pusieron rumbo a la de Poniente, que al ser artificial y estar protegida por los diques del Puerto Deportivo de Gijón, siempre ondeaba la bandera verde. Una mañana semejante había que aprovecharla. Las habituales zambullidas entre las risotadas de la pequeña y la discusión habitual con su hermana mediana, incluso en el mar encontraban un momento para “buscarse”. Luego jugaron juntas con la arena un largo rato olvidando las rencillas, hasta que de nuevo encontraron un motivo para lanzarse el cubo, el rastrillo y las palas a la cabeza, sin piedad, no había manera. Comieron en casa, el día anterior se había dado una pasadita comiéndose un “cachopo”, un monstruo de ternera relleno de cecina y queso de cabra, hoy tocaba para Él una comida casi escolástica, de convento en día de ayuno. A las niñas les hizo una pasta con bechamel gratinada al horno y una ensaladita con una vinagreta templada. Mientras comían atendió con avidez a las maniobras que hacía aquel genio asturiano con un Ferrari, el resultado le dejó mal sabor de boca, mucho Ferrari pero si no hacía calor los neumáticos no iban. Habría que esperar el desenlace al día siguiente. Una siesta de menos de una hora después y se encontraba de nuevo frente a su ordenador.

Auto fotos que me enviaba en sus mensajes... y que yo esperaba, era tremendo... me hacían mucha gracia...

El relato en el que estaba trabajando últimamente, había llegado a punto en el que le costaba no repetir en exceso y sólo cuándo el considerara oportuno, ideas y expresiones. Esa forma de escribir, como un cuaderno de Bitácora, a diario, no le era familiar e implicaba todo un envite para su

falta de experiencia como escritor. Había momentos en los que las ideas se agolpaban en tropel mientras que en otros no terminaba de hilar un argumento lógico y atractivo. El reto que se marcó en el amoroso y encantador sofá una tarde en casa de su Princesa, ése que consistía en construir una suerte de “diario de a bordo” durante el tiempo que estuvieran separados, había resultado en muchas ocasiones un desahogo. Muy especialmente en algún día en el que le dolía el alma ante la perspectiva de semejante ausencia. En

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otras había sido complicado situarse frente a su ordenador, hacer de tripas corazón y ponerse a la tarea de transformar en palabras y con algo de calidad en el relato, ése torrente de sentimientos que en algún caso se resistieron a salir de aquel lugar tan dentro de Él que sólo su Princesa era capaz de encontrar. Esa tarde logró ponerse al día y escribir con soltura, estaba contento porque brillaba el sol con inusitado brío, había hecho otro agujero en su cinturón y solo le quedaban tres días para poder estar con Ella otra vez. Eran cosas que necesariamente tenían que alegrarle de manera muy especial. No había visto el sol de aquella manera desde hacía casi una quincena, el hecho de haber perdido algo de peso en el paraíso de la gastronomía en contundencia y cantidad, pero sobre todo encontrarse cómo en aquellos fines de semana que, por circunstancias, no había podido quedar con Ella, sabía de sobra que la espera tocaba a su fin, habían pasado muchas semanas, demasiadas quizás, pero como su Princesa con buen criterio solía decir “es lo que hay”.

Quince kilómetros en sólo cincuenta y nueve minutos, era una marca fantástica si consideraba que era fumador, de cuarenta años y que aquellos kilómetros eran un auténtico “rompe piernas” que transcurría entre escarpadas subidas e imposibles y viradas bajadas. Pasó por los caminos que conducían a las playas de La Ñora, Estaño, Peñarubia, Serín hasta alcanzar el extremo este de la de San Lorenzo, ida y vuelta en menos de una

hora y Él sólo. Aquella tarde se encontraba muy bien físicamente y decidió subir el ritmo desde el primer momento hasta que el organismo aguantara, y aguantó, vaya que si aguantó, durante los quince kilómetros. Remató la vuelta a casa con una sesión de estiramientos y unas abdominales, las endorfinas le pedían que continuara, se encontraba orgulloso y feliz por el logro conseguido aquella tarde. Algo de cena ligerita para Él y unos enrollados para sus hijas, inmediatamente después se dispuso a conectarse a Internet en busca de la esperada “sesión” con su Princesa. Esa noche la técnica se empeñó en jugarle una mala pasada, no había manera de usar el ordenador para el acostumbrado intercambio de mensajes, por un momento ni siquiera por medio del teléfono era posible. Daba igual, un contratiempo no le haría desistir, ni mucho menos, estaba decido a comunicarse con Ella costara el tiempo que costara. Finalmente y tras unos ajustes, logró entrar en Facebook y retomar la conversación con su Princesa. Si Ella había logrado conectarse desde un remoto desierto a miles de kilómetros, Él no se rendiría en un lugar de la costa española tan cercano a una ciudad relevante. Aquella noche la rematarían con una de sus conversaciones telefónicas de esas que superaban con mucho la hora y que aún les resultaban cortas a ellos dos, siempre había algo interesante de lo que hablar, siempre...

Un pensamiento le sacó una enorme sonrisa esa mañana soleada de domingo al despertar. Junto al habitual recuerdo de la mirada de su bella Princesa, ese día veía muy cerca el final de la espera, solamente dos despertares más en aquella cama, solo dos mañanas más y llegaría el ansiado momento. Habían pasado ya veinticinco días desde que aquel Taxi se la llevara camino del aeropuerto. Casi un mes sin sus besos y sin ver su mirada se había hecho eterno. Por fortuna las conversaciones y las sesiones desde el otro lado del Atlántico lo habían mantenido como un respirador que le facilitaba el oxígeno preciso para sobrevivir, y es que sin Ella es lo que hacía, sobrevivir. La perspectiva del espacio que les había separado este mes le había

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aclarado que sin su Princesa no era feliz, se limitaba a ir tirando pero con esa sensación de que nada terminaba de satisfacerle, la melancolía y la nostalgia no le permitían disfrutar de la vida estupenda que llevaba, necesitaba a su Princesa. La segunda parte de esa espera había sido más llevadera, al menos pudo hablar muchas horas con Ella y volver a escuchar esa sonrisa que había convertido en el objetivo de su existencia. Ya no quedaba nada, dos días eran un rato, el mes de separación era otro rato que en su caso le había resultado una eternidad.

Otra bonita y soleada mañana que pasarían en la playa, aunque era domingo. En las playas del norte la gente no acostumbraba a bajar temprano a la playa, Él no soportaba tener mucha gente cerca, el ver una toalla a menos de cuatro metros de la suya le ponía frenético, era uno de los motivos por los que le gustaba veranear en el norte, la masificación sencillamente no existía. A las once aún no estaban ni siquiera los de Salvamento. La mar estaba brava aquel día, menos que los anteriores pero olas importantes rompían cerca de la orilla, la marea comenzaba a subir. Fue uno de los mejores baños del verano, allí en la playa de la Ñora tan solo la mediana fue con Él en busca de las olas divertidas. A unos setenta metros de la orilla rompían con fuerza los monstruos de tres metros, esos que te azotaban sin piedad como si te hubieran metido en una lavadora. Era divertido nadar hacia esas olas para subir sus crestas antes de que comenzaran a romper en medio de un espectacular estruendo. Aquello era mar en su versión más pura y salvaje. Después de casi una hora en el agua salieron medio mareados por el zarandeo de las olas pero con esa sensación de gusto que te deja el combatir y disfrutar de una mar tan brava como noble, sin corrientes inoportunas ni peligrosas resacas. Comieron un arroz mientras veían a Fernando Alonso luchar en desventaja contra sus rivales. Terminada la carrera de Fórmula uno, echó un vistazo al facebook, sin noticias de su Princesa por allí, le había dejado un sms en el teléfono explicándole que hoy era Ella la que tenía algún problema con la red social. Se imponía una breve siesta, no había dormido mucho y el mar le había dado un buen repaso, no tenía un plan mejor. Inmediatamente después de la siesta se puso a escribir, ya solo le quedaban dos tardes para terminar su relato veraniego, ese que su Princesa llamaba generosamente “novela” y que estaba hecho por y para Ella. Parecía que aquella tarde si funcionaba su mente, las ideas si salían con facilidad, era el momento de releer y empezar a corregir lo escrito, en apenas un par de días se lo entregaría a su destinataria y habría que cortar, pegar y corregir bastante con toda seguridad.

El resultado de su trabajo en ése relato le sorprendió agradablemente, parecía tener cierto estilo aunque lo encontró falto de ritmo por momentos. En líneas generales no estaba nada mal y menos para ser el primer relato en semejante formato que escribía. A su Princesa le gustaría seguro, ése era el único objetivo, que le agradara y lograra robarle un puñado de sonrisas, incluso

algunos de sus divertidísimos y encantadores resoplidos. ¿Quién tuviera un poco del talento de Delibes en sus fantásticas descripciones o el maravilloso ritmo de las novelas de Pérez Reverte? Él ni siquiera era escritor, solamente escribía por mero placer hasta que unas cuantas personas de su entorno le pidieron más después de leer algunas cosas suyas. En este asunto tampoco se iba a engañar, el hecho de ponerse a escribir todos los días, hubiera ganas o no, con una disciplina inusitada en Él, tenía una única responsable,

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su Princesa. Ella siempre había sido muy generosa y tremendamente cariñosa en la crítica, la gustaban las cosas que le escribía su Chico y lo motivaba para seguir haciéndolo, suficiente para Él. Aunque aquello no lo leyera nadie más, habría merecido la pena siempre que a su Princesa le siguiera gustando leerlo. Era uno de esos regalos que difícilmente se adquieren en ninguna tienda, de los que se construyen a base de cariño e intentando sacar todo el talento que uno posee, con el alma desnuda.

Ella solía escribir alguna opinión, siempre con respeto, elegante y con buen criterio en ese programa deportivo que presentaba Poblaman, como a su Chico le gustaba decir.

Poblaman, en el Partido de la Una el 20 de Abril en Valencia, Final Copa del Rey, tenía el capricho de conocerle y Él lo hizo posible con la ayuda de la "Jefa" de todo, Margot...

En aquel foro se conocieron, Él también solía escribir con retranca y mucha solemnidad para hablar de su Madrid y ya de paso tirar algún dardo medido y guasón a sus vecinos del Manzanares. Aquel fue su punto de encuentro, enseguida detectaron que entre ambos existía una muy

peculiar conexión. Comenzaron entonces a comentar las opiniones del otro sucesivamente y cada vez en mayor medida hasta que una tarde, su Princesa olvidó un pequeño detalle. Ella tenía la costumbre de despedirse cada día que aparecía por aquel foro con unos merengones besos. Aquella tarde se olvidó de rematar su despedida con ellos y Él, a la que salta, se los demandó con gracia y de la manera más sutil. Al momento Ella tuvo la cortesía de enviarlos como solía hacer. Aquello encendió la mecha de lo que “estallaría” meses más tarde, fue probablemente y sin saberlo, el inicio de aquella maravillosa historia de Amor que estaban viviendo. Hubiera sido imposible imaginar que ese pequeño detalle terminara suponiendo el principio de algo tan inmenso y delicioso como en lo que se había convertido meses después.

Con la "JEFA" ése maravilloso día...

Llegó la hora de salir a correr, hoy un poco antes porque su Madrid jugaba a las ocho y aunque no tuviera intención de ver el partido completo, demasiado para sus hijas, podría ver la segunda parte antes de la cena en un Café de Somió, muy cerca del italiano de cabecera, ese que tanto les gustaba a sus hijas. Esprintó el primer kilómetro en busca de cobertura para su teléfono, no había tiempo que perder, su Princesa ya estaba

esperando esa llamada que Él la había anunciado por el Facebook hacía unos minutos. La conversación de aquella tarde tampoco tuvo desperdicio y de nuevo hizo que al terminarla se lanzara como un poseso a por

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aquellas subidas y bajadas que parecían una montaña rusa. Esta noche no podrían comunicarse apenas, Ella madrugaría al día siguiente porque volvía al trabajo después de las vacaciones. Era la penúltima etapa, la siguiente era su regreso y para eso sólo faltaban escasamente dos días. Terminó sus carreras, una ducha rápida y salió raudo con sus hijas a ver la segunda parte del partido, inmediatamente después una estupenda cena para rematar la noche con la copita de rigor. Se despidió de su Princesa desde el Bar de Copas, con un mensaje encendido, ya casi era el día de antes, ya quedaban pocos segundos para el momento que anhelaba desde hacía varias semanas...

REVOLVER, Tu noche y la mía... y la de Valencia fue maravillosa porque estaba contigo... y además ganamos...

Las siete y media. El que había sido ése mes un inseparable y fiel compañero, su teléfono, le despertó con aquella alarma recalcitrante. Su Princesa estaría ya despierta y muy probablemente de camino al trabajo. Con los ojos medio abiertos aún, escribió un sms para que al incorporarse a su puesto Ella tuviera sus habituales buenos días. Debía ser algo especial, tenía que lograr su sonrisa, volver al trabajo siempre daba pereza y aquel mensaje seguro que la hacía sonreír. La mañana había amanecido gris y lluviosa en la Costa, era temprano para sus niñas, seguiría durmiendo hasta las nueve. Continuaría soñando con aquello que lo hiciera habitualmente, nunca recordaba sus sueños mientras dormía. Es probable que soñara con aquel deseado reencuentro, quien sabe si con la preciosa sonrisa de su Princesa o con aquella mirada, ésa que le decía tantas cosas sin palabras.

El día estaba desagradable con aquella llovizna fina y peculiar muy propia del lugar y una brisa del noroeste “gallega” realmente desapacible. Húmedo y fresco, así sería el último día de veraneo si el caprichoso y cambiante clima de la costa no los sorprendía con un cambio repentino. Daba igual, hoy también acudiría a su cita diaria con el Cantábrico, tenía que despedirse de aquella minúscula playa donde pasó tan buenos ratos las

últimas dos semanas, de ese mar noble y salvaje que lo renovaba cada vez que lo visitaba en una suerte de “Fuente de la Vida”, como aquella que buscara y nunca encontró Ponce de León. “Todo llegaba” que diría su Princesa, y había llegado la hora de las despedidas de los conocidos que tenía en Gijón, de los lugares encantadores “con alma” por los que había corrido y soñado durante la quincena que estaba a punto de terminar. Era el momento de escribir el epílogo de aquellas vacaciones, de ir haciendo la maleta y de abandonar definitivamente la nostalgia y la melancolía que le habían acompañado durante la separación. Esa mañana daría el penúltimo paseo por Gijón, compraría los bollitos “preñaos” que tanto gustaban a sus hijas y pasearía junto al Muro de San Lorenzo antes de subir de nuevo a la casa para ponerse con la comida. Algo de pasta gratinada para las niñas y a la “Alfredo” para Él. Hoy no le apetecía una siesta, tenía que escribir, esa última sobremesa veraniega había que aprovecharla y para dormir tenía toda la eternidad. Se acercaba la hora de la salida del trabajo de su Princesa, seguro que le habría ido estupendamente el regreso a la “faena”, más tarde la llamaría, durante las carreras de la tarde. Se sentó una vez más delante del ordenador, tenía que ir concluyendo el relato en el que estaba inmerso, era el momento de rematar

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definitivamente y a la espera de la mañana del día siguiente, lo que su Princesa llamaba cariñosamente “novela”. Debía ir pensando en un título que encajara, tenía toda la tarde por delante para hacerlo.

Había pasado ya, la espera tocaba a su fin inexorablemente, cada segundo que pasaba lo acercaba un poco más a ese beso que dejaría en

ridículo al más intenso de la mejor de las películas. La deseaba con toda el alma, sin medida, como sólo se desea a quien se ama de aquella apasionada, sincera y totalmente entregada manera con la que Él amaba a su Princesa. El mes languidecía junto con la nostalgia que le producía el no poder estar junto a Ella. El comienzo de su nueva vida le esperaba también con su retorno. La impaciencia cotidiana parecía haberse diluido, junto a la melancolía que tantas veces le había acompañado durante el tiempo que duró la separación, en aquella ola inmensa de ilusión por ver a su amada. Apenas quedaban veinticuatro horas más para volver a disfrutar aquella mirada que se había convertido en el compás de su vida.

La tarde era fresca y el viento muy desagradable, no eran las mejores condiciones pero saldría a correr. Le esperaban aquellas escarpadas cuestas, alguna senda casi mágica, una cala donde despedirse del Cantábrico y esa llamada diaria a su Princesa. La llamada que tantas veces lo había reparado, ésa en la que siempre podía escuchar su sonrisa con el mar de fondo, la misma llamada que no sería necesaria al día siguiente. No sería necesaria porque estarían juntos de nuevo. Mientras corría a buen ritmo, iba maquinando el final del relato y ya de paso buscando un título apropiado, era como ponerle ese toque de color a una buena receta después de emplatar la comida con esmero. Pasaban los kilómetros y parecía que podía haber encontrado

el título perfecto para su relato, después de darle varias vueltas ya tenía una idea clara de lo que quería. Llego a una minúscula explanada al lado de la senda, en lo alto del acantilado y se detuvo a disfrutarlo, ya tenía un título para el relato en el que había estado trabajando este mes, a su Princesa le encantaría. Bajo a la playa que en aquel momento estaba desierta, la pleamar mostraba al Cantábrico en todo su esplendor. La mar estaba moderadamente tranquila, nada que ver con el día anterior aunque la ausencia total de personas allí, hizo que se lo pensara antes de zambullirse. Un buen rato después salió a la arena para mientras se secaba, llamar a su Princesa. Era un magnífico escenario para oír aquella sonrisa. Terminó de secarse al viento mientras conversaban, de hecho le hubiera dado tiempo de sobra para darse otro baño y secarse de nuevo en el transcurso de aquella deliciosa conversación. Regresó a casa por el camino más escarpado. Los pantalones Under Armor que Ella le regaló y que servían en un apuro como traje de baño, estaban todavía húmedos y comenzaba a refrescar en serio. Apretó el ritmo para alcanzar la ducha lo antes

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posible, hoy perdonaría la sesión habitual de abdominales, no era cuestión de resfriarse a sólo unas horas ya, de volver a ver a su Princesa.

En la casa ya estaba casi todo dispuesto para la salida del día siguiente, haría un repaso en profundidad antes de abandonarla para asegurarse de que no se dejaban nada allí. Preparó la cena y dejó recogida la cocina, inmediatamente después salió al porche e instaló todo el tinglado necesario para asegurarse el mejor acceso a la red que fuera posible. Sacó toda la parafernalia necesaria para escribir, esta noche esperaría a que su Princesa se desconectara del Facebook para ponerse manos a la obra con el final del relato. El tiempo le exigía ir terminando el reto que se había marcado el mes anterior, aquella tarde de Julio mientras tomaba la mejor limonada del mundo, la que le hacía Ella. La “sesión” de mensajes resultó especialmente divertida y muy romántica. Poco después de la media noche, se despidieron hasta el día siguiente. Fue realmente emocionante para Él despedirse citándola para aquella misma tarde, apenas quedaban segundos para volver a verla.

Segundos y menos de quinientos kilómetros no eran más que una anécdota si volvía la vista atrás, si recordaba aquella sensación de vacío que le embargó aquella tarde de principio de Agosto frente a la casa de su Princesa. La noche era desapacible, tenía los dedos entumecidos por el frío y la humedad, pero no era momento de rendirse, terminaría su “novela” como ella la llamaba, el relato de "Los Segundos de la Princesa"...

REVOLVER, uno de sus grupos preferidos, Faro de Lisboa, y desde el pasado mes de Enero la ciudad de mi vida porque pude recorrerla con ÉL... los días más felices de mi vida...

TE QUIERO MI AMOR

Las siete y media, hora de desearla los buenos días. El sueño no lo dejaría escribirla nada especialmente brillante, pero con desearla una buena mañana y sobre todo con un “Luego nos vemos”, seguro que le haría sonreír. Una cabezada más, hasta las nueve y puso a todas en marcha. No quería salir muy tarde, no viajaba con hora pero prefería salir lo antes posible. Los desayunos, una nueva discusión mañanera entre las dos pequeñas y un repaso general del equipaje le ocuparon un buen rato. No lograba dejar de pensar en los pocos segundos que faltaban para volver a verla, tenía ganas de saltar y ésa bobalicona sonrisa que se les pone a los hombres enamorados con sólo pensar en su amada. Ya casi estaban, metió el equipaje, de nuevo haciendo gala de su dilatada experiencia con el Tetris, embarcó a las mascotas y pidió a las niñas que fueran subiendo al coche, insistiendo especialmente en que no discutieran el lado por el que entraría la pequeña. La menor de sus hijas tenía escuela, había aprendido a defenderse ante sus dos hermanas mayores, manejaba con maestría las lágrimas a la vez que podía irritarlas con una facilidad impropia de sus nueve años, nueve y medio como la canija solía decir.

Con todas ya en el coche, tomó una última bocanada de aire y miró aquel azul inmenso y precioso con el que seguro se encontraría no tardando demasiado. Subió al coche, colocó el asiento, abrochó su cinturón de seguridad, los espejos, el tabaco a mano, comprobó el combustible, todo perfecto. La pregunta obligada a sus pasajeras de si todo estaba correcto, pregunta que la mayor no pudo escuchar aunque asintiera con

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severidad, por los monstruosos auriculares que ya tronaban en sus oídos. Como decía el viejo Código de la Circulación “en orden de marcha”. Ya sólo quedaba disfrutar de cada uno de los casi quinientos kilómetros que lo separaban de su Princesa.

Logró controlar las ganas de llegar casi todo el camino aunque hubo algún tramo despejado de tráfico que aprovechó para probar los ciento cincuenta caballos del coche. Al llegar a Madrid, dejaría el equipaje, y mientras la madre de sus hijas se hacía cargo de ellas, saldría a terminar el viaje, a cerrar el círculo abierto hacía casi un mes. Los escasos nueve kilómetros que lo separaban de la casa de su Princesa, serían para disfrutarlos, algo así como si se tratara de un jugador de fútbol al ser cambiado en el minuto noventa, después de conseguir el gol de la final. Llegó al desvío y no se molestó en buscar sitio, le esperaba la acera de siempre, ésa en la que no había acceso para peatones. Finalmente había llegado a aquella calle, la misma de dónde había salido tocado hacía algunas semanas, el lugar donde dejó atrás su corazón mientras un taxi se llevaba a su Princesa lejos de allí. Allí estaba de nuevo Él, hoy también tenía ganas de llorar, pero

de la inmensa alegría por saber quién le esperaba unos pisos más arriba.

FIN

Loreena Mc Kennitt, Dante's Prayer...

GRACIAS MUSA sin ti no hubiera podido cumplir uno de sus SUEÑOS...

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Cuando asumí este reto durante una deliciosa tarde en casa de la mujer más maravillosa que he tenido el placer de conocer, no lo planteé como una exhibición amorosa, ni siquiera como un recuerdo especial de lo que sería una larga separación obligada por las circunstancias. En ése momento, sólo pensé en que resultaría divertido trabajar en una suerte de cuaderno de bitácora, que me sirviera casi cómo terapia, para llevar mejor el mes en el que no tendría ocasión de verla.

Con el paso de las semanas, el relato se fue transformando en el lugar dónde sacar cada día un poco, y a veces un mucho, de ésos momentos íntimos y generalmente reservados que todos tenemos. Fue delicado separar la realidad de la ficción puramente literaria, confundidas en prácticamente toda la obra, como también resultó complicado sentarse a continuar el trabajo a diario, por el poco tiempo del que dispuse en momentos, o por el frágil estado de ánimo que me acompañó en alguna ocasión. Este pequeño relato no tiene otra pretensión que el lector se entretenga en la hora larga que invertirá en leerlo y, por supuesto... la sonrisa de su legítima propietaria, mi PRINCESA.

Su dedicatoria, mi mayor tesoro... Noche de Reyes, la noche en la que los SUEÑOS se hacen realidad...