Los plebeyos y el rey

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14 • El Dominical Lima, domingo 7 de setiembre del 2014 HUANTA. En “La república plebeya” se narra cómo las comunidades del norte de Ayacucho gravitaron en las guerras de inicios de la república. Los plebeyos y el rey La historiadora Cecilia Méndez acaba de editar en español “La república plebeya” (IEP, 2014), un libro que narra una rebelión monárquica en las alturas de Huanta, durante los primeros años de la república. A inicios del siglo XIX, Uchuraccay era una extensa hacienda ubica- da a casi 4.000 metros de altura. Estaba rodeada de pequeñas co- munidades campesinas, en cuyos linderos estalló en 1825 una insólita rebelión: un grupo de indios, mestizos y españoles se alzaron contra la naciente república y tra- taron de restituir la monarquía. Este hecho sirve de base a la historia- dora Cecilia Méndez para narrar cómo se gestó el Perú republicano en los Andes ayacuchanos, en ese escenario campesi- no y rural, donde dos siglos después iba a estallar nuevamente la violencia. No es casual que Méndez haya iniciado su in- vestigación sobre la rebelión huantina en 1986, a tres años de la matanza de ocho periodistas en las mismas alturas de Uchu- raccay. “Como historiadora me sentía obligada a escarbar en el pasado en busca de respuestas para el presente”, escribe en las primeras páginas de este libro. LOS REBELDES La investigación de Méndez contradice algunas ideas preconcebidas como la es- casa participación de las masas indíge- nas, supuestamente bárbaras y aisladas, en la construcción del Perú republicano. Por el contrario, “La república plebeya” evidencia el protagonismo que tuvo un arriero indígena de Uchuraccay, Antonio Abad Huachaca, en una rebelión realista, iniciada a solo un año de la Capitulación de Ayacucho. Antonio Abad Huachaca lideró a un grupo de soldados de los derrotados ejér- citos realistas, mestizos, campesinos, co- merciantes cocaleros y hasta sacerdotes, que se alzaron contra la república porque temían perder ciertos privilegios econó- micos y sociales. El propio Huachaca se hacía llamar general, título que decía le había otorgado el virrey La Serna. “Hasta hace un tiempo se ha dicho –ex- plica Cecilia Méndez– que los campesinos fueron manipulados por los caudillos mi- litares. Mi trabajo demuestra que los cam- pesinos tenían intereses en estas guerras. Es más, los militares necesitaban de ellos para pelear, pues requerían tropas, ani- males y víveres. Existía mucho más víncu- lo entre Palacio de Gobierno y las punas andinas de lo que nos hemos imaginado”. JUAN PONCE / ARCHIVO EL COMERCIO Jorge Paredes Laos LA TOMA DE HUANTA La rebelión en las comunidades huantinas creció a lo largo de 1825 y un año después ya era imparable. Las tropas enviadas por Bolívar primero y Santa Cruz después fueron insuficientes para combatirla. “En- señoreados de estas punas y de las mon- tañas cocaleras, los rebeldes instalaron cuarteles generales en el pueblo de Secce y en las haciendas Parayso, Choimacota, Cancaíllo y Uchuraccay”, escribe Méndez. El 12 de noviembre de 1827 los rebel- des asaltaron e incendiaron la guarnición militar de Huanta y redujeron a 170 sol- dados. El siguiente paso era tomar Ayacu- cho. Estas masas actuaron alentadas por un falso rumor: la llegada al Callao de 22 mil hombres leales al rey Fernando VII, al- go que obviamente nunca se produjo. Después de la toma de Huanta, el go- bierno de La Mar movilizó un gran contin- gente que esta vez contó con el apoyo de- cidido de otros indígenas: los morochucos de Pampa Cangallo, expertos jinetes que se habían batido heroicamente en los ejér- citos patriotas. El 29 de noviembre 1.500 campesinos rebeldes fueron derrotados y muchos hechos prisioneros. Sin embargo, los principales líderes insurgentes logra- ron huir. Antonio Abad Huachaca jamás sería capturado. Pero esta historia no acaba aquí. Mu- chos de estos rebeldes, ya perdonados por las autoridades, serían convocados años más tarde, en 1834, por el presidente Luis José de Orbegoso, quien los llamó “bravos iquichanos” y les pidió unirse a su lucha contra Gamarra. AYER COMO HOY Méndez encuentra una coincidencia sor- prendente: en 1827 los campesinos de Uchuraccay, Tambo, Ccarhuahurán, eran vistos en Lima como gente atrasada, que se había rebelado contra la república en- gañada por los godos (término despec- tivo que designaba a los españoles). Y en 1983, siglo y medio después, la Comisión Vargas Llosa repetía prácticamente lo mismo cuando afirmaba que los campesi- nos iquichanos vivían en un atraso inme- morial y que el crimen de los periodistas se produjo por un profundo malentendido. “Efectivamente, confundieron a los pe- riodistas, pero no porque vivían aislados, sino porque estaban en una guerra feroz contra Sendero”, agrega Méndez. La au- tora cuestiona con énfasis los estereotipos repetidos sobre la población indígena. “Mi esperanza –dice– es que puedan ser vistos de otra manera. No como obstácu- los sino como ciudadanos”. El 12 de noviembre de 1827 los rebeldes asaltaron e incendiaron la guarnición militar de Huanta y redujeron a 170 soldados.

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El diario El Comercio reseña el libro "La república plebeya: Huanta y la formación del Estado peruano, 1820-1850", que tiene como autora a la historiadora Cecilia Méndez y que ha sido publicado por el Instituto de Estudios Peruanos.

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  • 14 El Dominical Lima, domingo 7 de setiembre del 2014

    HUANTA. En La repblica plebeya se narra cmo las comunidades del norte de Ayacucho gravitaron en las guerras de inicios de la repblica.

    Los plebeyos y el reyLa historiadora Cecilia Mndez acaba de editar en espaol La repblica plebeya (IEP, 2014), un libro que narra una rebelin monrquica en las alturas de Huanta, durante los primeros aos de la repblica.

    Ainicios del siglo XIX, Uchuraccay era una extensa hacienda ubica-da a casi 4.000 metros de altura. Estaba rodeada de pequeas co-

    munidades campesinas, en cuyos linderos estall en 1825 una inslita rebelin: un grupo de indios, mestizos y espaoles se alzaron contra la naciente repblica y tra-taron de restituir la monarqua.

    Este hecho sirve de base a la historia-dora Cecilia Mndez para narrar cmo se gest el Per republicano en los Andes ayacuchanos, en ese escenario campesi-no y rural, donde dos siglos despus iba a estallar nuevamente la violencia. No es casual que Mndez haya iniciado su in-vestigacin sobre la rebelin huantina en 1986, a tres aos de la matanza de ocho periodistas en las mismas alturas de Uchu-raccay. Como historiadora me senta obligada a escarbar en el pasado en busca de respuestas para el presente, escribe en las primeras pginas de este libro.

    LOS REBELDES

    La investigacin de Mndez contradice algunas ideas preconcebidas como la es-casa participacin de las masas indge-nas, supuestamente brbaras y aisladas, en la construccin del Per republicano. Por el contrario, La repblica plebeya evidencia el protagonismo que tuvo un arriero indgena de Uchuraccay, Antonio Abad Huachaca, en una rebelin realista, iniciada a solo un ao de la Capitulacin de Ayacucho.

    Antonio Abad Huachaca lider a un grupo de soldados de los derrotados ejr-citos realistas, mestizos, campesinos, co-merciantes cocaleros y hasta sacerdotes, que se alzaron contra la repblica porque teman perder ciertos privilegios econ-micos y sociales. El propio Huachaca se haca llamar general, ttulo que deca le haba otorgado el virrey La Serna.

    Hasta hace un tiempo se ha dicho ex-plica Cecilia Mndez que los campesinos fueron manipulados por los caudillos mi-litares. Mi trabajo demuestra que los cam-pesinos tenan intereses en estas guerras. Es ms, los militares necesitaban de ellos para pelear, pues requeran tropas, ani-males y vveres. Exista mucho ms vncu-lo entre Palacio de Gobierno y las punas andinas de lo que nos hemos imaginado.

    JUAN PONCE / ARCHIVO EL COMERCIO

    Jorge Paredes Laos

    LA TOMA DE HUANTA

    La rebelin en las comunidades huantinas creci a lo largo de 1825 y un ao despus ya era imparable. Las tropas enviadas por Bolvar primero y Santa Cruz despus fueron insuficientes para combatirla. En-seoreados de estas punas y de las mon-taas cocaleras, los rebeldes instalaron cuarteles generales en el pueblo de Secce y en las haciendas Parayso, Choimacota, Cancallo y Uchuraccay, escribe Mndez.

    El 12 de noviembre de 1827 los rebel-des asaltaron e incendiaron la guarnicin militar de Huanta y redujeron a 170 sol-dados. El siguiente paso era tomar Ayacu-cho. Estas masas actuaron alentadas por un falso rumor: la llegada al Callao de 22 mil hombres leales al rey Fernando VII, al-go que obviamente nunca se produjo.

    Despus de la toma de Huanta, el go-bierno de La Mar moviliz un gran contin-gente que esta vez cont con el apoyo de-cidido de otros indgenas: los morochucos de Pampa Cangallo, expertos jinetes que se haban batido heroicamente en los ejr-citos patriotas. El 29 de noviembre 1.500 campesinos rebeldes fueron derrotados y muchos hechos prisioneros. Sin embargo, los principales lderes insurgentes logra-ron huir. Antonio Abad Huachaca jams sera capturado.

    Pero esta historia no acaba aqu. Mu-chos de estos rebeldes, ya perdonados por las autoridades, seran convocados aos ms tarde, en 1834, por el presidente Luis Jos de Orbegoso, quien los llam bravos iquichanos y les pidi unirse a su lucha contra Gamarra.

    AYER COMO HOY

    Mndez encuentra una coincidencia sor-prendente: en 1827 los campesinos de Uchuraccay, Tambo, Ccarhuahurn, eran vistos en Lima como gente atrasada, que se haba rebelado contra la repblica en-gaada por los godos (trmino despec-tivo que designaba a los espaoles). Y en 1983, siglo y medio despus, la Comisin Vargas Llosa repeta prcticamente lo mismo cuando afirmaba que los campesi-nos iquichanos vivan en un atraso inme-morial y que el crimen de los periodistas se produjo por un profundo malentendido.

    Efectivamente, confundieron a los pe-riodistas, pero no porque vivan aislados, sino porque estaban en una guerra feroz contra Sendero, agrega Mndez. La au-tora cuestiona con nfasis los estereotipos repetidos sobre la poblacin indgena. Mi esperanza dice es que puedan ser vistos de otra manera. No como obstcu-los sino como ciudadanos.

    El 12 de noviembre de 1827 los rebeldes asaltaron e incendiaron la guarnicin militar de Huanta y redujeron a 170 soldados.