Los niños santos y el mara'akame

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Los niños Santos y el Mara’akame. “¿No hay centro? Sacudido por la ráfaga de la mezcalina, chupado por el torbellino abstracto, el occidental moderno no encuentra a qué asirse. Ha olvidado los nombres, Dios ya no se llama Dios. Al azteca o al tarahumara le bastaba con pronunciar el nombre para que descendiese la presencia divina, en sus infinitas manifestaciones. Unidad y pluralidad de los antiguos. Nosotros a falta de dioses: Pululación y Tiempo. Hemos perdido los nombres. Nos quedamos con “las causas y los efectos, los antecedentes y los consecuentes”. Espacio repleto de insignificancias.” Henri Michaux, Octavio paz. Cuando se tiene la oportunidad de conocer una tradición religiosa donde los enteógenos juegan un papel importante, se hace evidente que es una medicina la que se usa o al menos la que se conoce mejor. Muy distinto es para los profanos que nos acercamos en búsqueda de la experiencia enteógena fuera de las tradiciones. Puesto que en la mayoría de los casos se tienen experiencias con distintas plantas y fármacos visionarios, si bien no se les llega a conocer del modo como los conocen los chamanes, sí se logra cierta familiaridad ¿Será esto suficiente?. Con lo anterior no quiero establecer un juicio de valor, sino sólo una descripción experiencial que sirva de fondo al interesante suceso en el que estuve involucrado en agosto del año pasado. Hace ya años que tuvimos la oportunidad de conocer a Neuheme (Don Julio), un Mara’akame del pueblo Waxaritari. Su peregrinar por el mundo nos permitió cruzarnos en el camino. Sobra ampliar las descripciones de su poder y de su trabajo. Cualquiera que conozca a un buen Mara’akame siente esa presencia indescriptible. Nosotros lo comprobamos en varias ceremonias de Hikuri Neuheme siempre contaba una historia de cuando comió hongos –los niños santos– decía él, reconociendo la influencia Mazateca de esa medicina. Había tenido una experiencia corta y sin mucha profundidad. Los testigos de ese día, decían por su parte, que él había cantado una canción muy distinta a las que cantaba en ceremonias de peyote, una canción que hizo temblar la tierra. Un día de agosto en el que él se encontraba en la ciudad, fuimos a visitarlo con mi hermano. En la plática salió el tema de la temporada de hongos y de las experiencias que habíamos tenido ese año. Don Julio muy interesado preguntó por la posibilidad de llevar hongos a su casa. De inmediato le dijimos que sí, aparecía ante nosotros la oportunidad única de comer hongos con un maestro del peyote. Pusimos fecha y quedamos de llegar a su casa con los hongos temprano por la mañana.

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Los niños Santos y el Mara’akame.“¿No hay centro? Sacudido por la ráfaga de la mezcalina, chupado por el torbellino abstracto, el occidental moderno no encuentra a qué asirse. Ha olvidado los nombres, Dios ya no se llama Dios. Al azteca o al tarahumara le bastaba con pronunciar el nombre para que descendiese la presencia divina, en sus infinitas manifestaciones. Unidad y pluralidad de los antiguos. Nosotros a falta de dioses: Pululación y Tiempo. Hemos perdido los nombres. Nos quedamos con “las causas y los efectos, los antecedentes y los consecuentes”. Espacio repleto de insignificancias.”Henri Michaux, Octavio paz.Cuando se tiene la oportunidad de conocer una tradición religiosa donde los enteógenos juegan un papel importante, se hace evidente que es una medicina la que se usa o al menos la que se conoce mejor. Muy distinto es para los profanos que nos acercamos en búsqueda de la experiencia enteógena fuera de las tradiciones. Puesto que en la mayoría de los casos se tienen experiencias con distintas plantas y fármacos visionarios, si bien no se les llega a conocer del modo como los conocen los chamanes, sí se logra cierta familiaridad ¿Será esto suficiente?. Con lo anterior no quiero establecer un juicio de valor, sino sólo una descripción experiencial que sirva de fondo al interesante suceso en el que estuve involucrado en agosto del año pasado.Hace ya años que tuvimos la oportunidad de conocer a Neuheme (Don Julio), un Mara’akame del pueblo Waxaritari. Su peregrinar por el mundo nos permitió cruzarnos en el camino. Sobra ampliar las descripciones de su poder y de su trabajo. Cualquiera que conozca a un buen Mara’akame siente esa presencia indescriptible. Nosotros lo comprobamos en varias ceremonias de HikuriNeuheme siempre contaba una historia de cuando comió hongos –los niños santos– decía él, reconociendo la influencia Mazateca de esa medicina. Había tenido una experiencia corta y sin mucha profundidad. Los testigos de ese día, decían por su parte, que él había cantado una canción muy distinta a las que cantaba en ceremonias de peyote, una canción que hizo temblar la tierra.Un día de agosto en el que él se encontraba en la ciudad, fuimos a visitarlo con mi hermano. En la plática salió el tema de la temporada de hongos y de las experiencias que habíamos tenido ese año. Don Julio muy interesado preguntó por la posibilidad de llevar hongos a su casa. De inmediato le dijimos que sí, aparecía ante nosotros la oportunidad única de comer hongos con un maestro del peyote. Pusimos fecha y quedamos de llegar a su casa con los hongos temprano por la mañana.Cuando llegó el día, no todo salió como lo planeábamos. Neuheme nos pidió que dejáramos una vela en el lugar donde cortaríamos los hongos, no lo hicimos al amanecer como él nos lo indico. Con la tarea hecha a medias llegamos a su casa a la una y media de la tarde. El Mara’akame estaba algo molesto, aun así aceptó comer los hongos. En la casa nos encontrábamos 7 personas en total: Don Julio, su hijo Remigio, mi hermano, otro amigo, mi novia Sarahí, yo y un amigo de Don Julio que llegó en el momento indicado por decirlo de alguna manera.Teníamos suficientes hongos para todos. El Mara’akame acomodó cinco hongos en cada plato y comenzó a rezar en huichol. Después nos repartió los hongos y el comió los suyos hasta el final.Durante la primera hora estuvimos todos sentados en una plática cotidiana. Remigio, mi hermano, Juan Pablo y yo, estuvimos fumando mota mientras esperábamos lo inimaginable. Don Julio estuvo platicando con el señor José Luis de los últimos eventos de la Sierra. El señor José Luis tuvo la oportunidad de vivir con los Wixaritari por varios años, por lo tanto conocía muy bien a la familia y los amigos de Neuheme y de Remi. Mientras tanto los niños santos subían y bajaban como sólo ellos saben hacerlo. Tal vez a la hora y media después de la ingestión, Don Julio estaba platicando de la reciente muerte de su hermano, cuando mi pareja comenzó a reír a carcajadas, no por la historia que se contaba en ese momento, sino por el efecto de los niños. Al principio me sentí muy incómodo, puesto que la seriedad de la plática contrastaba fuertemente con las risas de Sarahí. Analizando mejor la situación , recordé que probablemente sería posible entenderla puesto que todos habíamos comido hongos o Hikuri y sabíamos que hay veces que las risas son incontrolables. El momento perdió tensión cuando terminada la plática seria comenzaron algunas bromas. Ya habían pasados dos horas de la ingestión, Remi se paró e inició un agradecimiento a los dioses y a

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nosotros por esa oportunidad. El tono del discurso parecía indicar que estaba dando por clausurada la experiencia, tal vez influenciado por lo que el Mara’akame decía de los hongos en cuanto a la duración del efecto.Sarahí y yo salimos del cuarto a disfrutar los juegos mentales, los colores y los movimientos de la realidad que nos estaban regalando los hongos. Remi continuaba su discurso ahora envuelto en lágrimas y gritos. Los hongos recién empezaban a trabajar dentro de él. Mi pareja y yo decidimos esperar para volver a entrar. Ella estaba profundamente embriagada. Yo sentía los hongos en mí, pero la embriaguez no era tan fuerte. Podía percibir en ella la disolución de su subjetividad, podía percibir el espíritu de los hongos jugando con ella. Pensé en advertirle del peligro de dejarse disolver sin más; los hongos son muy traviesos y no es posible anticipar un resultado. En ese momento el consejo me pareció muy pretensioso y no le dije nada.Mientras tanto la lluvia cambió nuestros planes y tuvimos que regresar al cuarto. Ese fue el principio del vértigo psilocibio.Hay veces que el efecto de los fármacos visionarios provoca la sensación de un equilibrio entre el lugar y las personas que están dentro de él. En este caso el Mara’akame, Remi, José Luis, Juan Pablo y mi hermano habían alcanzado un equilibrio al que ni Sarahí ni yo pertenecíamos. Desde el momento que entramos al cuarto, sentí esa sensación de miedo en el corazón que sólo he experimentado con los hongos, sabía que algo iba a pasar. Por no saber comunicarme con los niños santos, esto solo se quedó en la intuición.Lo que pasó inmediatamente después que entramos al cuarto me resulta un poco confuso, no sé muy bien cómo empezó todo. La sensación de desequilibrio se desvanecía en los primeros momentos de nuestro regreso. Remi estaba más calmado, nos dio las gracias y nos abrazó. Sarahí pidió también un abrazo, esta petición fue mal interpretada. Lo supe porque el Mara’akame algo le dijo en Huichol a Remi y ambos rieron. Unos minutos después me doy cuenta de que Neuheme mira fijamente a mi compañera, hace gestos y movimientos con las manos, tocando de tanto en tanto la estrella bordada en su pecho. Estábamos frente a la danza de defensa de un verdadero chamán. Volteo y veo a mi novia totalmente disuelta en el poder de los hongos, no percibe lo que está pasando. La sensación de miedo regresa inmediatamente.Remi se percata de la situación y le pide a su padre que detenga el ataque. Lo que confirmó mi miedo. Don Julio argumentaba que Sarahí lo estaba atacando. Al parecer el poder de los hongos también estaba jugando con Don Neuheme y con todos los asistentes. La discusión entre ellos siguió. Mi compañera se recuperó un poco y me preguntó que es lo que pasaba, yo traté de no asustarla y le contesté que no sabíaLa tensión continuaba. Don Julio se levantó y se paró enfrente de ella, lanzando una amenaza sobre su poder y las consecuencias de enfrentarlo. Inmediatamente lo interrumpí y le pedí que la curase. Él me contestó que no, que esa mala mujer no me convenía, que era necesario que me alejase de ella. Sarahí rompió en llanto. Remi se alteró y comenzó a decir que él no era un símbolo sexual, que la energía femenina perturbó las cosas. En ese momento me doy cuenta de que todo es confusión. Entre tanto, mi novia continúo llorando. Remi y Don Julio discutían en huichol y todos los demás asistentes permanecíamos en silencio, sólo observando.Me acerqué a ella y le dije que lo mejor sería salir del lugar. Aunque me encontraba molesto por la situación, le pedí a Don Julio por última vez que la curase. Aceptó con la condición de que fuera hasta el día siguiente. La tensión era visible por lo que fue preciso salir en silencio. Sarahí y el cielo no paraban de llorar. Juan Pablo, mi hermano y yo seguíamos preguntado por el sentido de los eventos anteriores. El viaje no había terminado, sólo se había convertido en un malviaje. Salimos los cuatro rumbo a un terreno que tienen mis padres para las fiestas familiares. El camino no fue fácil. Tras una hora que pareció eterna, entre tráfico, lluvia y confusión logramos llegar.Sarahí temía que el Mara’akame la atacará. Yo no sabía qué pensar después de lo acontecido. Le decía que Don Julio tenía que responder ante el Venado, ante el Sol, ante el Fuego y la Madre

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Tierra cualquiera de sus acciones y que éstas no eran arbitrarias. Ninguna de mis palabras lograron darle un poco de tranquilidad.Ya que el sol caía y los hongos comenzaban a disiparse decidimos regresar a nuestra casa. La invité a pasar la noche conmigo y a ir con el Mara’akame en la mañana para su curación. Su cara me preocupaba, parecía triste y poseída. No podía reconocerla cuando la veía. En la mañana, justo antes de salir rumbo a casa de Don Julio, ella salió de mi casa y huyó. En ese momento pensé que se había quedado en el viaje. Salí a buscarla sin éxito. Con mi hermano fuimos a ver al Mara’akame, tenía una actitud seria. Le comenté lo de Sarahí. Él seguía en su posición de ver en ella algo malo, pero me dijo que si de verdad la quería el le iba a hacer varias curaciones. Le pregunté qué había visto. Su respuesta fue sorpresiva. Había visto cómo el espíritu de mi compañera se convertía en un felino salvaje y que este felino lo había querido atacar. No sólo eso, también me dijo que ella tenía mucho poder y eso fue lo que lo había alertado. En ese momento recordé lo que mi compañera había dicho en cuanto llegamos al terreno de mis padres: “No debí dejar que me viera” frase que ella no recuerda y que aún hoy sigue siendo un misterio para mi.Por la tarde, Sarahí me comentó que quería verme y que quería ver a Don Julio, puesto que sentía la misma intranquilidad del día anterior. La llevé con Don Julio y le hizo la primera de varias curaciones.Ese mismo día en la mañana, nuestra plática no se centró solamente en el tema de mi novia. Don Neuheme nos habló de la experiencia en general. Por primera vez pude ver que el Mara’akame no menospreciaba a los niños santos. Reconoció su poder e incluso afirmó que pertenecían a la misma raíz que Hikuri. Nos comentó la necesidad de ir a dejar ofrendas y una flecha de poder al lugar donde los habíamos cortado. La ofrenda se tenía que dejar cinco días después de la experiencia. Ya con el tema de mi compañera un poco más calmado y con toda la intención de dejar la ofrenda, fuimos a Cuto de la Esperanza, el poblado donde habíamos cortado los niños santos. Aunque el cielo estaba nublado y caía lluvia intermitente, Don Julio dirigió el rezo de agradecimiento: con sus plumas y la cola de venado cantó a cada una de las cinco direcciones. Dejamos chocolate, maíz molido, sangre de venado y una flecha apuntando al Este.Concluía una de las experiencias enteógenas más fuertes de mi vida. Había sido una experiencia límite. No tanto por el efecto, que por las circunstancias quedó en un plano secundario. Fue una experiencia limite en el sentido de que nuevamente los fármacos visionarios me habían puesto en la posición de cuestionar mi construcción de sentido del mundo, el germen de preguntarme por mi experiencia en el mundo. Mientras yo fui un mar de cuestionamientos que se perdían en la nada, para Don Julio la experiencia limite fue el reconocer el poder de los niños santos, tuvo un tropiezo y creo que también fue presa de la confusión psilocibia. Pero cuando tienes a la Madre Tierra, al maíz azul y todas las fuerzas que conocen los Wixaritari, los tropiezos son menores y el conocimiento que poseen les permite no perder del todo el centro, la posibilidad del nihilismo está conjurada.