Los huespedes

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LOS HUESPEDES POR: GUILLERMO ENRIQUE PALENCIA MENDOZA * El viejo caserón tenía esa grave propensión a los sueños, cualquiera que entraba en esta casa y ese era mi caso se encontraba atrapado, había cierto magnetismo que me unía como un ancla a los mástiles en un embriago atardecer, yo salía por la mañana y siempre recorría el bosque con un paseo casi calcado por el mismo camino, recorría la misma rivera por donde creció mi infancia y donde el mágico signo de la adolescencia mostraba su suave alegoría, aun lo recuerdo el coleccionar en mi boticario los coleópteros, y jugando como un joven Lineo clasificaba hojas por formas, estructuras y números de salientes, si eran onduladas, dentado, lobulado etc, gracia a esas pobres nociones de botánica y esas primarias ideas de taxonomía, podría decir que mis nociones se las debía a la vieja biblioteca del caserón que era mi segunda estación después del desván donde iba bueno por decirlo de alguna forma morir un poco, y digo morir porque cuando uno se entra en ese otro bosque donde las hojas se transmutan por el dulce danzón de la palabras, se tiene a veces la sensación de estar en otro mundo y uno se aparta tanto de las cosas y el mundanal ruido, eso es sin duda y bien podría decirse “morirse un poco”. La casa por cierto siempre era espaciosa, yo por decirlo así le tenía memoria, sabía que los cuartos de la izquierda del gran pasillo tenía una distribución más espaciosa de esas que ya no se ven en las casas contemporáneas, unos 6 cuartos de 7x7 y a la derecha del corredor 6 cuartos de 5x5, y al fondo una espaciosa cocina digna para ejercer el arte culinario, en el segundo piso precarios en cuartos pero interesante en la organización del espacio habían dos

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LOS HUESPEDES

POR: GUILLERMO ENRIQUE PALENCIA MENDOZA

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El viejo caserón tenía esa grave propensión a los sueños, cualquiera que entraba en esta casa y ese era mi caso se encontraba atrapado, había cierto magnetismo que me unía como un ancla a los mástiles en un embriago atardecer, yo salía por la mañana y siempre recorría el bosque con un paseo casi calcado por el mismo camino, recorría la misma rivera por donde creció mi infancia y donde el mágico signo de la adolescencia mostraba su suave alegoría, aun lo recuerdo el coleccionar en mi boticario los coleópteros, y jugando como un joven Lineo clasificaba hojas por formas, estructuras y números de salientes, si eran onduladas, dentado, lobulado etc, gracia a esas pobres nociones de botánica y esas primarias ideas de taxonomía, podría decir que mis nociones se las debía a la vieja biblioteca del caserón que era mi segunda estación después del desván donde iba bueno por decirlo de alguna forma morir un poco, y digo morir porque cuando uno se entra en ese otro bosque donde las hojas se transmutan por el dulce danzón de la palabras, se tiene a veces la sensación de estar en otro mundo y uno se aparta tanto de las cosas y el mundanal ruido, eso es sin duda y bien podría decirse “morirse un poco”.

La casa por cierto siempre era espaciosa, yo por decirlo así le tenía memoria, sabía que los cuartos de la izquierda del gran pasillo tenía una distribución más espaciosa de esas que ya no se ven en las casas contemporáneas, unos 6 cuartos de 7x7 y a la derecha del corredor 6 cuartos de 5x5, y al fondo una espaciosa cocina digna para ejercer el arte culinario, en el segundo piso precarios en cuartos pero interesante en la organización del espacio habían dos cuartos principales, una biblioteca monumental que aun conserva libros que podría tener más de una centuria y una gigantesca sala con la que uno podría organizar una inmensa fiesta e invitar a muchos personas sin ningún problema, la sala conducía tenía tres escaleras hacia un tercer piso donde se salía una vieja pero bella terraza en un tercer piso, acompañado de un espacioso desván con un pequeño pero acogedor jardín botánico.

Diría que la casa por dentro tenía un pésimo diseño de espacio, una pésima distribución, porque a quien se le ocurre colocar una terraza en el tercer piso con un jardín botánico, una locura absoluta en términos arquitectónicos.

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Afuera la casa tenía un majestuoso aspecto a claras pinceladas del arte arquitectónico neoclásico con suaves detalles del rococó, una verdadera obra de arte anclada en este bello bosque de abedules alternados con medianos y pequeños arbustos florales. Yo también creo que la casa extraña mi presencia porque ella no es la misma cuando estoy, los huéspedes que se quedan por temporadas no saben apreciar el maravilloso valor para mi y para mi ancestralidad y porque no vale decir el mundo entero, si no fuera por esa terraza y ese jardín botánico la casa fuera un patrimonio histórico estoy casi seguro. El mes pasado han intentado modificarla, el arrendatario que aun no se ha dado cuenta de que en las noches yo la hábito, ha mandado darles unos toques del minimalismo Japonés con el más pragmático minimalismo Estadunidense que cosa más aborrecible. Sin piedad y por mi parte he saboteado en la clandestinidad todos los intentos de hacer esta reliquia arquitectónica una casa más de la selva de cemento. Siempre he creído que el arte no debe sacrificarse, en aras del progreso comercial. Por eso que bueno los trabajadores no soportan tanto sabotaje y no regresan y pueden que contraten otros que yo simplemente me escondo y en el momento oportuno simplemente saboteo. Nadie acaso sabrá de mí, de mis pasos ocultos por esta casa, de que soy un intruso pero también la persona que creció aquí y también la persona que más ama cada uno de sus rincones, yo siempre juego al intruso clandestino.

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Ahora deambulo en el desván mi lugar favorito, y el que sella mi rutina diaria, aquí sencillamente cesa mi alma por la eterna labor matutina, desde aquí veo por la ventana como se van los últimos huéspedes, se van como se van los últimos obreros que vinieron a desarmar este caseron, se van sin mirar atrás. Allá están los adultos mirando desde el carro de mudanza con desden a la casa que por estos meses le dio posada, y que sin percances perpetuo por un instante su existencia, sus miradas están pobladas de desconcierto y de asombro y cierto desdén. Uno de los niños fue subiendo paulatinamente la mirada hasta fijarla sorpresivamente sobre la ventana de este desván, y me vio y me sonrió, con un rostro fingido se despide de mí, agitando suavemente la mano izquierda mientras que con la derecha agita el saco de uno de sus familiares, quizás el padre y le dice algo que no logro leer en los labios pero por precaución me oculto entre las cortinas. El adulto mira fijamente como buscando mi existencia pero ya me había apartado. Ahora la casa volverá a estar sola y yo su intruso preferido el que entra por las noches a las mismas horas y roba ciertos pedazo de pan y algunos vegetales y jamón para armar un emparedado, el mismo que desordena la biblioteca y a media noche se sirve

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alguna de las bebidas que traen los huéspedes, y se baña por el noctambulo viento del claro de luna, ahora siente cierta nostalgia porque a pesar que cada temporada trae nuevos huéspedes, la nostalgia de tropezarse la soledad con mi existencia es irreparable, escuchar las voces de los otros, saber que alguien diferencia de mi impertinencia la habita, ya es saber que existe el mundo.

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Tengo la recurrente pesadilla, y la misma pesadilla vuelve una y otra vez como un duende macabro sobre la ya frágil paciencia. Me vuelve las imágenes de esta misma casa en llama y yo quedando atrapado en medio del fuego, que sensación de calor ciento, y lo curioso es que en mi paladar que una sensación de ceniza, un sabor a madera quemada que vuelve a pesar del brusco despertar. Ya me estoy impacientando, desesperando, sino fuera porque amo tanto esta casa fuera al psicólogo y porque no me gusta dejarla sola para que otro intruso semejante a mi, ocupe la casa con los mismos privilegios del que yo por golpes de azar he aprendido a sortear a pesar de la llegada de nuevos huéspedes. Algo me aferra a esta casa, y no estoy dispuesto a perder ese hilo del recuerdo que aquí en esta fracción del tiempo y en este espacio he conseguido todo sin necesidad de salir a comprar nada. Lo peor que me da la casa es la pesadilla de una fantasia que se repite, sino esta instancia aquí fuera el paraíso

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Papa, papa – dijo el niño- lo has visto, allí en el desván, he visto al fantasma, mira hacia el desván, el que murió hace muchos años quemado en esta casa. yo no le veo – dijo el papa – es el mismo que nos mostró en la foto la señora que cuidaba esta casa?. Si papa el mismo, pero no parece aterrador. No me importa- replico el padre- ya no soporto estar en una casa así, llena de macabras historias y mucho menos de alma en pena.