LOS CAMINOS DE LA PAZ: EL CONCEPTO DE EQUILIBRIO DE …

50
1 LOS CAMINOS DE LA PAZ: EL CONCEPTO DE EQUILIBRIO DE PODER EN BOBBIO Y MORGENTHAU JORGE JIMÉNEZ BURITICÁ UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA BOGOTÁ 2012

Transcript of LOS CAMINOS DE LA PAZ: EL CONCEPTO DE EQUILIBRIO DE …

1

LOS CAMINOS DE LA PAZ: EL CONCEPTO DE EQUILIBRIO DE PODER EN

BOBBIO Y MORGENTHAU

JORGE JIMÉNEZ BURITICÁ

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA

BOGOTÁ

2012

2

LOS CAMINOS DE LA PAZ: EL CONCEPTO DE EQUILIBRIO DE PODER EN

BOBBIO Y MORGENTHAU

JORGE JIMÉNEZ BURITICÁ

Monografía de grado

Director Felipe Castañeda Salamanca, Ph.D.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA

BOGOTÁ

2012

3

A mi familia: a mi papá, por la disciplina. A mi mamá, por la incondicionalidad. A

mi hermana, por su amistad. A susda, por la fuerza. A Ash, por lo aprendido. A

pacho y Muñoz, por el aguante.

4

Agradecimientos: Felipe Castañeda y Juan González

5

CONTENIDO

pág.

INTRODUCCIÓN 7

CAPITULO 1 EL EQUILIBRIO AL BORDE DEL ABISMO 9

¿LA GUERRA COMO CAMINO BLOQUEADO? 10

PACIFISMO PASIVO: ESPECTADOR DEL ERROR 13

EQUILIBRIO DE PODER: ¿PAZ O TREGUA? 16

LA IMPOSIBILIDAD DE LA GUERRA NUCLEAR 19

CAPITULO 2 LA PAZ A TRAVÉS DEL EQUILIBRIO DE PODER 21

INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA REALISTA DE MORGENTHAU 21

LA CONFIANZA DEL REALISMO EN EL EQUILIBRIO DE PODER 25

EL EQUILIBRIO DE PODER NO ES UN PACIFISMO PASIVO 30

LA PAZ NUNCA ES ESTABLE 35

EL PELIGRO DE LA GUERRA NUCLEAR 39

CAPITULO 3 CONCLUSIÓN: UNA NUEVA VISIÓN DEL EQUILIBRIO DE

PODER 42

BIBLIOGRAFÍA 49

6

7

Introducción

En el penoso contexto de la guerra fría la preocupación principal de los analistas de

la política internacional de la época era la posibilidad de que se librara una guerra

nunca antes vista, una guerra nuclear que acabaría con todos los objetivos e

ilusiones humanas dada la inmensa capacidad destructiva de las armas con que se

llevaría acabo. El terror y la angustia, sentimientos globalizados, se hacían a cada

momento más difíciles de soportar porque con el transcurrir del tiempo parecía

acercarse la fecha limite en donde se desataría finalmente el primer ataque, la

primera bomba que indicaría el camino de no retorno que concluiría en la

destrucción total. No había quien lograra exceptuarse a este par de sentimientos

que hacían de la acción meditada el camino ineludible para la salvación. La paz,

más que una obsesión, se convertía en el tópico obligado a ser analizado para una

generación que enfrentaba un peligro abismal pero completamente desconocido. La

manera en que se podía abordar un tema tan recurrente en la tradición del

pensamiento político occidental era totalmente distinta: la urgencia de estudios y

certezas aplicables a la exigente situación hacían de la reflexión sobre la nueva

guerra una carrera en donde no era posible sacrificar la calidad de las conclusiones.

Las viejas disputas en filosofía política no sacrificaron sus lineamientos básicos

frente a la terrible eventualidad del conflicto atómico, y, por el contrario, se

reavivaron y radicalizaron las posiciones debido a las distintas soluciones propuestas

para salir de la crisis.

En el espectro de propuestas frente a la problemática nuclear dos sobresalen por su

discrepancia pero también por la claridad de su análisis: por un lado se encuentra la

propuesta del filósofo italiano Norberto Bobbio, pensador preocupado

principalmente por los fundamentos de la filosofía del derecho y el futuro de la

democracia en los países occidentales, que una vez topado con la crisis de la guerra

atómica, no encaminó sus esfuerzos, a pesar de su pesimismo, a otro objetivo

diferente al de tratar de hacer consciente a la humanidad del peligro latente al que se

condenaba con la guerra. Con una vida casi por completo dedicada a la academia,

Bobbio no encontró un motivo más apremiante para la reflexión filosófica que el de

la guerra, llegando incluso a afirmar que la filosofía no comprometida con la

formación de una conciencia atómica era un ocio estéril1. Para el filósofo italiano, se

vivía en un periodo en el que era indispensable aplicarse de lleno a la filosofía de la

guerra y descubrir los elementos que hacían de la guerra atómica una particularidad

histórica sin precedentes. Por el otro lado se encuentra la propuesta de Morgenthau,

politólogo alemán que huyendo del régimen Nazi, se refugió en la academia

estadounidense, haciéndose una de las más influyentes figuras de la escuela del

realismo político. Al igual que Bobbio, consciente del cambio cualitativo que

marcaba la guerra nuclear, analizó el sistema de las relaciones internacionales,

buscando reconocer las causas que ponían en peligro la estabilidad mundial bajo el

1 Bobbio, Norberto. El problema de la guerra y las vías de la paz. Barcelona. Gedisa:

2008, p 92.

8

nuevo manto de la amenaza atómica. Su propuesta, ajena a las soluciones elevadas

y totales, se centraba en la explicación de las dinámicas presentes en la política

internacional, considerando que la mejor manera de abordar la tarea de tratar de

pacificar las relaciones entre estados era a través del riguroso análisis teórico que

derivaba en pequeños pero efectivos mecanismos de acuerdo y conciliación, capaces

de prolongar los siempre precarios momentos de paz.

En este trabajo pretendo centrarme en el análisis del concepto de equilibrio de

poder, concepto del que parten las criticas y las propuestas de ambos autores,

cuando se ocupan de la crisis nuclear. Por el lado de Bobbio, es posible encontrar

una denuncia basada en la desconfianza de cualquier política que aspire a conseguir

la paz basándose en una política de equilibrio de poder. Por el lado de Morgenthau,

la meta obligada de toda política internacional que pretenda alcanzar algún grado de

paz, es necesariamente la de la búsqueda de las políticas que apuntan a conseguir y

afianzar las balanzas de poder internacionales. Es en el distinto entendimiento del

concepto de equilibrio de poder que se marcan a su vez las distintas aproximaciones

que tiene cada uno de los autores hacia el fenómeno de la guerra y en general hacia

la política: Morgenthau, ante la posible guerra nuclear propone como fórmula de

solución el equilibrio de poder junto con el fortalecimiento de una diplomacia

aristocrática. Medidas como la transformación completa de la naturaleza humana, o

la eliminación inmediata de los poderes existentes, son formulaciones que para el

alemán son insustanciales y abstractas, y que resultan sólo útiles para el placer de la

imaginación antes que para la práctica política. Bobbio propone el pacifismo activo,

basado en la adquisición de una conciencia del peligro atómico, junto con la

necesidad de actuar en la vía de la consecución de la paz absoluta, a pesar de la, por

él mismo reconocida, improbabilidad de la meta. Con un pesimismo abiertamente

expresado desde el inicio, la propuesta de Bobbio se niega a dejar cualquier medio

sin probar para alcanzar la paz. Alentando siempre a la acción transformadora

radical, el pacifismo activo se permite proponer incluso transfigurar universalmente

una naturaleza humana que para muchos, entre ellos Morgenthau, es esencialmente

ambiciosa de poder.

Teniendo al concepto de equilibrio de poder como lente a través del cual observar el

análisis del fenómeno de la guerra hecho por ambos autores, me propongo evaluar

las criticas elaboradas por Bobbio a la escuela realista en su ensayo “El problema de

la guerra y las vías de la paz” (desde ahora P.G.V.P). Me centro en este ensayo

(publicado en 1979) porque considero que en él se sintetizan las reflexiones de

Bobbio sobre el asunto de la guerra y la paz, y, además, porque en él se expresan

concretamente los argumentos que manifiestan el desacuerdo frente al realismo

político. En la primera parte de este trabajo distingo los cuatro argumentos de los

que se sirve el filósofo italiano para criticar el uso y la confianza que al parecer

mantendría la escuela del realismo político en el concepto y la política de equilibrio

de poder. Trato de complementar estos argumentos con los estudios hechos por

Bobbio en otros textos en los que no se refería exactamente a la crisis atómica, pero

que considero útiles para aclarar y enriquecer la crítica y el debate entre los dos

9

autores. Cabe aclarar que las críticas de Bobbio no se enfilan directamente a la

propuesta de Morgenthau, de lo que el italiano se ocupa es de realismo político en

general como un conjunto de políticos y teóricos que comparten un grupo de ideas

para abordar la eventualidad de la guerra nuclear.

Una vez analizados los cuatro argumentos en contra del realismo político, en la

segunda parte del trabajo me dedico a hacer una evaluación de las críticas de Bobbio

a la luz de las posibles respuestas que se podrían encontrar en la teoría política de

Morgenthau. La fuente principal de la que me valgo para extraer los componentes

más importantes de las respuestas es el libro “Política entre las naciones: La lucha

por el poder y la paz” (desde ahora P.E.N), obra capital de Morgenthau, en donde se

formula su explicación de la política internacional y las formas en las que se puede

llevar acabo una acción política capaz de sobrellevar la amenaza de la guerra

nuclear.

En la última parte del texto me ocupo de concluir el debate estudiado, formulando la

necesidad de revaluar la posición que en principio se tenía del realismo: lo que

inicialmente parecía ser una posición inconsciente, cínica e incluso cruel frente al

fenómeno de la posible guerra nuclear, termina siendo en realidad, como pretendo

demostrarlo, un análisis más preocupado, más preciso y más útil para las

condiciones reales del mundo de la política internacional amenazado por la

tecnología nuclear.

Cap. 1 El equilibrio al borde del abismo

Llego la mañana: sobre las negras profundidades

Se mece una barca y reposa y reposa…

¿Qué sucedió? Así llamó uno, pronto

Así llamaron cientos: ¿Qué hubo? ¿Sangre?-

¡Nada sucedió! Dormíamos, dormíamos

Todos- ¡ah, tan bien! ¡tan bien!

Friedrich Nietzsche. La ciencia jovial, 1882

10

¿La guerra como camino bloqueado?

La pregunta planteada inicialmente en el ensayo de Bobbio “el problema de la

guerra y las vías de la paz” apunta a tratar de esclarecer si existe o no una

función social del filosofo. Una tentativa de respuesta a este cuestionamiento

parece tener que empezar por esbozar una posición frente a las características

básicas de la naturaleza de la existencia humana. Tres son las imágenes usadas

por Bobbio para ejemplificar las condiciones de nuestra vida bajo la mirada de

diferentes filosofías de la historia: en primer lugar, y retomando a Wittgenstein,

la tarea de la filosofía sería la de enseñar a la mosca a salir de la botella. El

filósofo estaría en un lugar privilegiado (por fuera de la botella) debido a su

conocimiento particular, que le permitiría indicar a la humanidad la manera en

que debería conducirse para solucionar sus problemas. Esta imagen, además de

atribuir una posición favorecida al filosofo, otorga también a la condición

humana una posibilidad de “salida”, un momento de liberación de los males que

históricamente lo han venido afectando.

En segundo lugar está la imagen del pez en la red. En este caso el animal trata de

salir de su apresamiento, desconociendo que una vez se abra la trampa, lo único

que le resta es la muerte. Bajo esta figura, el papel del filosofo, que es también

un observador externo, es el de pregonar la sabiduría de la cura, del desapego

por todo lo terrenal pues no hay motivo para mantener ninguna clase de

sufrimientos. No existen razones para que el animal, así como la humanidad, se

agite y luche contra un destino irrevocable, lo único que resta es la resignación.

En tercer lugar, la última imagen propuesta por Bobbio es la del laberinto. En

esta analogía la humanidad transita caminos que, creyendo que conducen a la

escapatoria, terminan mostrando el error cometido al escogerlos. Esta imagen

también plantea que existe una salida, pero varía con la primera de las imágenes

en que el filósofo se encuentra también dentro del laberinto, no tiene una

posición de espectador, él mismo comparte la suerte de las decisiones tomadas

con el resto de individuos. En este caso la labor del filósofo es la de asesor

prudente que recuerda los caminos transitados erróneamente, promueve la

cautela necesaria para actuar lo más racionalmente posible y aboga por el

cambio cuando se reconoce que una vía tomada conduce a un final bloqueado.

Cada una de las anteriores analogías expuestas por Bobbio plantea una relación

particular entre medios, fin o finalidad. Para el caso de la imagen del laberinto,

los medios son, entre otros, la prudencia, la paciencia y la capacidad de

aceptación y cambio de los caminos tomados, lo que significa que se piensa la

historia humana como un proceso que puede ser progresivo, en la medida en que

esa historia tiene, más que un fin, una finalidad.

Esta idea progresista de la historia, basándose en la imagen del laberinto

propuesta por Bobbio, plantea que el fenómeno de la guerra, uno de los

fenómenos de principal importancia para el análisis de cualquier filosofía de la

11

historia, puede ser entendido como un camino bloqueado. “Por camino

bloqueado entiendo un camino sin salida, que no conduce a la meta propuesta y

que como tal debe ser abandonado”2. Concebirla así, como una vía sin salida,

sin la salida a la que aspiramos como humanidad, es pensar que el objetivo que

buscábamos tras el ejercicio de la guerra—la solución de los conflictos

políticos3—no puede ser ya alcanzado a través de ella. Pero hay dos maneras de

afirmar que la guerra es un camino bloqueado: por un lado se puede mantener la

posición de que la guerra es una institución abocada al fracaso, destinada a

desaparecer por su inutilidad. Por el otro lado, se puede entender la guerra como

un camino bloqueado producto de su carencia moral para solucionar los

escenarios problemáticos a los que la vida en sociedad nos lleva continuamente.

Este segundo camino considera a la guerra como una institución injusta,

maligna, inútil y por todo esto despreciable, de allí que todas estas características

hacen que la guerra sea entendida como un fenómeno que debemos acabar,

antes que una eventualidad que está condenada por sí misma a la extinción.

La postura de la inevitabilidad de la muerte de la guerra por su propia condición

es la creencia característica de los pacifistas pasivos: la pasividad está en la falta

de acción motivada por el deseo de extinguir una institución inadecuada para

una humanidad con el nivel actual de desarrollo moral y tecnológico; su postura

es la de un espectador que espera que el resultado se dé por sí solo. “El

pacifismo pasivo habría agotado su tarea cuando lograra demostrar que la guerra

no era necesaria para el desarrollo de la humanidad”.4 En esta línea de

pensamiento se ubica el realismo, dice Bobbio, y su creencia en el equilibrio de

terror, “corresponde a la fe en el llamado equilibrio de terror, por el cual la paz

se confiaría no al tradicional e inestable equilibrio de poder sino, por el

contrario, a una nueva y más estable forma de equilibrio, el de la impotencia

(terror paralizante)”5. El peligroso desarrollo tecnológico de los armamentos y

de su capacidad de destrucción habría llevado, según los realistas, de acuerdo

con Bobbio, a un equilibrio de poder que, reconociendo la catástrofe que

implicaría una nueva guerra, garantizaría un estado de ausencia de hostilidades

marcado por el miedo y el terror a iniciar cualquier acción bélica. Sin embargo,

y a pesar de aceptar la peligrosidad de la situación en la que las armas nucleares

han dejado a la humanidad, la posición rígida y expectante del realismo estaría

2 Ibid.,p 25.

3 Guerra es definida según el “diccionario de política” escrito por Bobbio, Matteucci y

Gianfranco como “a) un conflicto; b) entre grupos políticos respectivamente independientes o que se consideran tales; c) cuya solución se asigna a la violencia organizada.” Esta violencia, de acuerdo con lo precisado por Bobbio en “el filósofo y la política. Antología” es “el uso de medios capaces de infringir sufrimiento físico, y, en consecuencia, no incluyen ni la violencia psicológica (…) ni la violencia institucional o estructural(…) No existe sólo la violencia física, pero sólo ella es la que distingue a la guerra de otras formas de ejercicio del poder del hombre sobre el hombre”. 4 Bobbio, Norberto. Diccionario de política. Ciudad de México: Siglo XXI, 2005. p 1160.

5 Bobbio, Norberto. El problema de la guerra y las vías de la paz. Gedisa: Barcelona.

1979. p 45

12

jugando al borde del abismo. Lo que se podría ver como el desarrollo

tecnológico que da inicio al fin del cruel y repetitivo fenómeno de la guerra a lo

largo de la historia es, en cambio, la amenaza de la posibilidad de la nada, del

vacío de nuestra ausencia.

Pero, ¿cuáles son las razones que tiene Bobbio para juzgar la confianza en el

equilibrio de poder actual, el equilibrio de terror, como una confianza ciega e

irracional? Son dos los argumentos del pensador de Turín que se pueden resaltar

a este respecto: en primer lugar, la confianza en el equilibrio de poder estaría

basada en la creencia de la estabilidad, que ese mismo equilibrio de poder puede

brindar, en el proceso de finalización de la guerra. El equilibrio de terror estaría

marcado por ser entonces la etapa última del camino bloqueado en el que se

convirtió la guerra; y en tanto camino bloqueado, podemos reconocer que,

independientemente de cuanto tardemos en transitarlo, llegará un momento en el

que sin duda nos daremos cuenta que es un camino sin salida, un camino que

nos muestra la imposibilidad de la guerra. Ahora bien, lo que es particular en el

caso del equilibrio de terror es que la creencia en la imposibilidad de la guerra

que se presenta cuando ese equilibrio existe, no hace otra cosa que revelar,

según afirma Bobbio, precisamente lo contrario, es decir, su absoluta

posibilidad. “Quienes hoy se manifiestan partidarios del equilibrio del terror

fundan sus previsiones sobre el fin (o suspensión prácticamente ilimitada) de la

guerra, por paradójico que parezca, en su posibilidad, me refiero a su posibilidad

positiva, o sea a la posibilidad de que ocurra”6. La posibilidad positiva a la que

se refiere Bobbio es la que se mantiene cuando cada una de las partes, en medio

de ese equilibrio de terror, amenaza y paraliza a la parte contraria.

Reconociendo la efectividad de la amenaza, es decir, su posibilidad de

inmovilizar al otro bando del conflicto y mantener un estado de aparente “paz”,

también se puede aceptar que la posibilidad de que se desate una guerra con

armas nucleares es real. Si no se considerase posible que se desatara una guerra

nuclear, entonces ninguna de las partes renunciaría a actuar, y también en ese

caso se confirmaría la realidad de la posibilidad de la guerra atómica. El

equilibrio de terror no es de ninguna forma la salvaguarda de la paz, por el

contrario, es la expresión de la amenaza de muerte más real y dramática que el

equilibrio de poder antiguo nos ha heredado.

En segundo lugar, la confianza en el equilibrio de poder se basaría en una

hipótesis de la que también partiría la analogía del laberinto: la concepción

progresista de la historia. El punto criticable del equilibrio de terror, según

Bobbio, sería el de considerar que en esa vía hacia el progreso el equilibrio es un

fenómeno que mostraría uno más de tantos caminos bloqueados en la historia. Si

se parte de la imagen del laberinto, la equivocación estaría en que la confianza

en el equilibrio de terror termina mostrando a la guerra como un camino

bloqueado, pero no reconoce que, en el caso especial de la guerra nuclear, más

6 Ibid., p 49.

13

que un camino bloqueado nos enfrentaríamos a un abismo. La concepción

optimista y progresista de la historia del equilibrio de terror considera que la

humanidad en un continuo ejercicio de ensayo y error va a poder descubrir la

salida, pero este optimismo, cuando se niega a emprender medidas para encausar

la historia, deja todo el curso de las acciones humanas al vaivén de los

cambiantes deseos de la naturaleza. Pero como afirma Bonanate: “Nada

garantiza que la guerra no pueda desatarse de nuevo, la confianza mal cimentada

en esta esperanza no tendrá otro efecto más que aumentar esa pasividad popular

que es, precisamente, uno de los objetivos de los detentadores del poder

nuclear”7. De esta manera, dado que frente a la guerra nuclear no es

posible devolverse en el camino ya emprendido, la labor del filósofo,

advirtiendo el despeñadero que avizora con anterioridad, enseña que de ninguna

manera la actitud optimista del progreso puede ser la solución para poner el

freno en el camino hacia la nada: creer en el progreso histórico no asegura que

estemos encaminados hacia él.

La figura del laberinto utilizada por Bobbio se desvanece entonces bajo la nueva

tecnología existente para la guerra. No se puede hablar de la guerra como un

error remediable sino como final absoluto, no podemos hablar de la guerra como

opción discutible sino como mal radical. La guerra no es un camino bloqueado,

es el abismo. La única confianza que habría que mantener es la confianza

esmerada en nuestra posibilidad de cambiar el rumbo que se dirige a la guerra, y

esta confianza se niega al estatismo, porque la pasividad en este caso es

fatalismo, nihilismo o misticismo8.

Pacifismo pasivo: espectador del error

Como hasta aquí hemos visto, la creencia en el equilibrio de poder parte de la

confianza en que esta medida puede llegar a garantizar la paz, por lo menos

temporariamente. Pero una vez se reconoce el peligro de la balanza de poder,

debido a las condiciones de desarrollo tecnológico actuales, sus defensores se

mantienen en una posición expectante, y al margen de lo que pueda suceder, y

simplemente se limitan a afirmar la imposibilidad de la guerra, reafirmando el

presupuesto base del que parten: debemos conocer el mundo para adaptarnos de

la mejor manera a él; puesto que la política internacional se comporta de acuerdo

a la dirección de los equilibrios o desequilibrios de poder existentes, debemos

tratar de conformarnos a esta realidad, buscando la estabilidad y armonía que

puede partir solo de nuestro ajuste a ella.

7 Bonanate, Luigi. El pensamiento internacionalista de Bobbio. Ciudad de México:

Fontamara, 2009.p 37 8 Estas son tres de las posturas que Bobbio considera como posturas límite ante el

fenómeno de la guerra en “el problema de la guerra y las vías de la paz” y en “el tercero ausente”.

14

De acuerdo con su descripción de lo que es la realidad de las relaciones

internacionales, los realistas se aferrarían a la idea de la capacidad de adaptación

humana a las regularidades que la historia política ha demostrado en su

desarrollo. Sin embargo, esta defensa del equilibrio de poder es ejemplo de una

de las dos actitudes humanas posibles frente a un contexto problemático:

“ el hombre arrojado a un mundo hostil (el hombre alienado en su

sentido más amplio del término) ha tenido siempre ante sí dos caminos para

reconciliarse con el mundo, y ha seguido ambos alternativamente: 1)

explicarse de algún modo el mal que lo rodea a través de una

transfiguración puramente representativa de la realidad: es el proceso que va del

mito a la filosofía como intento de dar una explicación racional de la realidad;

2)actuar para modificar o transformar la realidad para someterla a sus propios

deseos, de convertirla en dócil instrumento en sus manos: es el proceso que va

de la magia a la técnica. Con la primera operación el hombre busca adaptarse al

mundo; con la segunda, al contrario, procura adaptar al mundo a sus

necesidades. El primer proceso culmina en el esfuerzo de racionalización total

de la realidad (uno de cuyos máximos ejemplos es la filosofía de Hegel); el

segundo culmina en la inversión práctica, en la revolución (Marx, discípulo y al

mismo tiempo subversor de Hegel).”9

Siguiendo a la segunda de las posiciones citadas, Bobbio criticaría el pacifismo

pasivo por pretender adaptarse a una situación completamente inestable, que

depende fundamentalmente del azar y que inevitablemente tiende a la

desaparición. No se crítica la vía teórica y especulativa de la realidad, sino que

en este caso, y siguiendo el camino de Marx10

, la acción se vuelve indispensable

para salvarnos.

Incluso las viejas justificaciones de la guerra se han vuelto obsoletas cuando se

ponen a prueba con la posibilidad de la guerra nuclear11

: 1) la teoría de la guerra

justa, que justifica la acción bélica cuando se realiza con ella una acción

defensiva, pierde su validez al enfrentarse a la masacre indiscriminada generada

por las bombas atómicas. Sólo hay guerra defensiva cuando el castigo es

equiparable con el delito cometido, y en caso de que se desatara una guerra

9Bonanate, Op. Cit.p 71

10 En la introducción de “Ni con Marx ni contra Max” Carlo Violi muestra como Bobbio

resalta la obra del filosofo alemán por ser capaz de dar, a través de la filosofía de la praxis que lo distingue de Feuerbach, una visión de la realidad que denuncia la explotación y la alienación que nos permitió sobrevivir. Dice Bobbio en este libro: “si no hubiéramos aprendido del marxismo a ver la historia desde el punto de vista de los oprimidos, ganando así una nueva e inmensa perspectiva del mundo humano, no nos habríamos salvado”. 11

En la pagina 69 de el problema de la guerra y las vías de la paz “la guerra atómica ha dado por tierra con la mayor parte de estas teorías justificadoras. No hace falta, pienso, una demostración pormenorizada”.

15

nuclear, lo más importante sería el “primer golpe”12

, el que incapacita al

enemigo a responder de manera medianamente parecida al ataque recibido. 2) La

guerra como mal aparente es la justificación providencialista de la guerra, la que

considera que puesto que la guerra se ha presentado con regularidad en la

historia, un fin último al que apuntaría el decurso de los hechos sería el motivo

que nos permitiría entender que, detrás de este mal(la guerra) -medio, siempre

hubo un bien-final mayor. Sin embargo, una guerra nuclear, saliéndose de

cualquier consideración de medios y fines, ya que implica una destrucción total,

o a menos que se tome una posición cínica, una destrucción con cifras

absurdas13

, impide que se la pueda llegar a pensar como un sacrificio que

promete una recompensa en el futuro. El enfrentamiento atómico es el final, no

es posible o es de una dificultad muy alta recuperarse de una guerra con estas

armas. 3) La guerra como mal necesario, otra de las justificaciones que se basan

en la regularidad con que se ha presentado este fenómeno en la historia humana,

afirma que la guerra es un mal necesario para el progreso moral, tecnológico y

cívico de la humanidad.

Como es evidente, con armas nucleares en donde se pueden asesinar miles de

millones de individuos, no se puede reportar ningún beneficio técnico

(independiente del desarrollo tecnológico de armas), moral o civil, ya que lo

único que pueden generar estas guerras son temores y destrucción total o casi

completa. Si no existen ahora justificaciones válidas para la guerra, y si el

peligro de que se desate es inminente, aceptando como medida para prevenirla al

equilibrio de poder en su variante de equilibrio de terror, la posición que

necesariamente hay que tomar frente al grave riesgo que se corre no puede de

ninguna manera ser entonces el de la contemplación teórica y adaptación

realista. Al fenómeno de la guerra como se nos presenta hoy en día no nos

podemos adaptar, porque pasó de ser un medio que permite solucionar nuestros

conflictos para convertirse en la amenaza que puede negar nuestra existencia.

El pacifismo activo, reconociendo la imposibilidad de limitar la institución de la

guerra, tiene la necesidad negarla; la responsabilidad de enfrentarse directamente

a ella proponiendo caminos de solución. Entrar en acción en este caso significa

tomar conciencia de la amenaza atómica y enfrentarla a través del pacifismo

instrumental, pacifismo institucional y/o pacifismo finalista. El pacifismo

instrumental, considerando que la guerra se presenta porque existen los medios

para realizarla, apela a la eliminación de las armas o su disminución. Este tipo de

12

David Solar, Terror H, 1954, comienza la carrera, nº 65 de La aventura de la

Historia, Arlanza Ediciones, marzo de 2004 13

“Los minimizadores son espíritus fuertes, que no se ponen nerviosos por las nuevas dimensiones de la guerra y conservan el pleno control de sus facultades mentales. Sólo ellos son personas razonables entre los exaltados y los inconscientes. Demuestran su habilidad calculando los muertos que podría provocar un ataque atómico, seguido de un contraataque inmediato. El numero no ascendería a miles de millones, sino solo a decenas de millones.” En la pagina 55 de “el tercero ausente” de Norberto Bobbio.

16

pacifismo tiene como ejemplo principal los acuerdos de desarme que buscan

limitar al máximo la capacidad de acción bélica de las partes concordantes; El

pacifismo institucional, partiendo de la creencia en que es gracias a la variable

efectividad de las instituciones directrices de nuestra sociedad que se presentan

los conflictos que desencadenan en guerras, propone dos alternativas: por un

lado la eliminación completa del Estado, pues considera que la institución estatal

asegura y promueve las contradicciones sociales capaces de generar violencia y

guerras. Por el otro lado, apunta a la consecución de un estado mundial que logre

solucionar la situación anárquica de las relaciones entre estados, conformando

un poder que pueda dirimir los conflictos de intereses en el plano mundial,

asegurando así la paz que sólo un derecho universalmente aceptado puede

brindar 14

; Por su parte, partiendo de la dificultad para justificar la recurrencia de

las guerras en la historia, el pacifismo finalista tiene como objetivo la

humanidad misma, ya sea porque se considera que la condición humana ha sido

siempre pecadora o tendiente al mal moral, o bien porque la compleja relación

de sus distintos instintos naturales produce una preferente inclinación a la actitud

hostil, que sirve de engranaje primario para el desencadenamiento de las

guerras*.

“Pero la apuesta es demasiado fuerte como para que no debamos tomar

posición, cada uno por su parte, por más que las probabilidades de victoria sean

pequeñísimas. A veces ha sucedido que un pequeño grano de arena lanzado

al aire por el viento ha detenido a una máquina. Aunque existiera un

millonésimo de millonésimo de probabilidad de que ese grano, lanzado por el

viento, vaya a parar al más delicado de los engranajes para detener su

movimiento, la máquina que estamos construyendo es demasiado

monstruosa como para que no valga la pena desafiar al destino” 15

Equilibrio de poder: ¿Paz o tregua?

Pero si aceptamos la ineficacia del equilibrio de poder, ¿qué se puede decir

frente al cese de hostilidades ocurrido en la época de la guerra fría? ¿Cómo no

preferir estos momentos preciados de relativo reposo, antes que revolucionar la

política internacional con medidas que desconocemos y que pueden volver a

traer el temible caos del conflicto? Las respuestas a estas preguntas se pueden

avizorar con lo dicho anteriormente: el equilibrio de terror no es una situación

de paz, aunque se muestre como ella, sino que es una momentánea suspensión

de la guerra. No se puede hablar de una época de paz gracias a las amenazas

*Posición defendida por biólogos, psicólogos y médicos según Bobbio. También es la creencia de Morgenthau. *Posición defendida por biólogos, psicólogos y médicos según Bobbio. También es la creencia de Morgenthau. 15

Bobbio, Norberto. El problema de la guerra y las vías de la paz. Gedisa: Barcelona. 1979. pag 93.

17

existentes entre los diferentes bloques de poder nuclear, en ese caso se

confundiría la paz con la ausencia de uso bélico de las armas. La búsqueda y el

deseo de preservar un equilibrio de poder no puede ser una política de paz, el

equilibrio de poder tiende a desaparecer, su consecución sólo es parcial, y una

vez termina, la estabilidad que por algún momento logro asegurar se convierte

equivalentemente en destrucción y guerra 16

.

Sin embargo, al considerar los momentos de paz a lo largo de la historia de la

humanidad, se podría llegar a pensar que sólo hemos podido alcanzar estos

pequeños períodos de “suspensión” de la guerra, más que una paz verdadera.

Ante esta suposición, es necesario precisar qué es lo que Bobbio entiende por

“paz”. La definición que encontramos en el “diccionario de política” tiene dos

acepciones que vale la pena aquí mencionar: la primera es la de paz entendida

como no guerra, “el estado en el que se encuentran grupos políticos entre los

cuales no existe una relación de conflicto caracterizado por el ejercicio de una

violencia durable y organizada”17

. La segunda, que considera que hay una “paz

negativa” y una “paz positiva” define “paz” como “un concepto no genérico sino

especifico, con el cual se entiende no tanto la ausencia de guerra (paz como no

guerra) sino el fin, la conclusión o la solución, jurídicamente regulada, de una

guerra(…) en su sentido positivo la paz es un estado especifico, previsto y

regulado por el derecho internacional, un estado que se determina

posteriormente a un acuerdo con el cual dos estados cesan las hostilidades y

regulan sus futuras relaciones. “Hacer la paz” significa no sólo cesar las

hostilidades y no hacer más la guerra sino también instaurar un estado

jurídicamente regulado que tiende a tener una cierta estabilidad (…) entre guerra

en sentido positivo18

y la paz en sentido positivo hay una zona intermedia, como

puede ser la de una tregua o la de un armisticio, que no es ni guerra ni paz, vale

decir no es más una guerra pero no es todavía una paz”19

.

Si se define paz como la ausencia de guerra, los momentos en los que no hubiera

hostilidades, como en la guerra fría, serían entendidos como reales momentos de

paz. Pero si se le da primacía a la segunda acepción, se podría entender la

situación existente en la guerra fría no como una época de paz sino como una

época de tregua, de armisticio. En el ensayo el P.G.V.P Bobbio critica la

creencia en el equilibrio de terror, tildándola de ingenua al creer que éste es

capaz de garantizar la paz, cuando en realidad solo es un momento de

suspensión de la guerra, un momento de tregua. La crítica se ubica entonces

desde la segunda definición para considerar como ingenua una posición que se

basa en la primera, ¿Cuál es el criterio de Bobbio para hacerlo así? ¿Por qué

adopta la segunda acepción desechando a la primera? Creo que una tentativa de

16

Polanyi, Karl. La gran transformación. Madrid. Ediciones Endymion. 1989. pag 43. 17

Bobbio, Norberto. Diccionario de política. Ciudad de México: Siglo XXI, 2005. p 1165. 18

Guerra siempre se define en sentido positivo. Ver cita número dos donde se define guerra. 19

Aquí la cita de pagina 1165 de diccionario de política.

18

respuesta la podemos encontrar en “El filosofo y la política. Antología”, allí

Bobbio afirma:

“Ciertamente la paz es el fin mínimo del derecho, pero precisamente porque es mínimo

puede ser considerado como un propósito común de todo orden jurídico, que al no

alcanzarlo no podría ser llamado propiamente orden jurídico. En el ámbito de un orden

jurídico pueden perseguirse otros fines, paz con libertad, paz con justicia, paz con

bienestar, pero la paz es la condición necesaria para el logro de todos los demás fines, y

por lo tanto se convierte en la razón misma de la existencia del Derecho”20.

Bobbio parece privilegiar el Derecho por tener como fin mínimo garantizar la

paz. La esencia del Derecho radica en el cumplimiento de ese objetivo, y por

eso, el derecho internacional, por ejemplo, tiene un carácter precario dado

precisamente por su incapacidad de mantener y asegurar un orden jurídicamente

establecido conducente a la paz.

Ahora bien, el que para el derecho la paz sea su objetivo primario no quiere

decir que sea él mismo el mejor medio para conseguirla, y que por ello fuera

licito considerar una concepción de paz, como la de no guerra, que carece de una

definición concreta basada en un ordenamiento jurídico, como ingenua. A pesar

de lo anterior, Bobbio parecería tener otra razón para privilegiar al derecho: la

identificación de Derecho y 2orden. Siguiendo el análisis de Abbott: “Hablar de

orden es lo mismo que hablar de paz, o más precisamente, de paz social. El valor

positivo del Derecho viene asumido en función del valor negativo que se

atribuye al desorden, a la guerra. […] El orden tiene un valor por sí mismo y

cualquiera que éste sea, es ya un bien digno de ser perseguido (…) Por eso en

Bobbio coinciden Derecho y paz, porque para alcanzar la paz se requiere un

orden, lo que presupone una regulación jurídica amparada en la fuerza -única

manera de hacerla eficaz-, gracias a su aparato coactivo.”21

Bobbio cree en la

necesidad del derecho para poder configurar la paz, el orden social. El orden se

entiende generalmente no como ausencia de desorden, como ausencia de caos,

sino positivamente, como la existencia de un conjunto de normas que regulan un

espacio y un tiempo determinados. De esta manera, la paz como orden social

debe consistir en el conjunto de normas que regulan un espacio ( los territorios

pertenecientes a los contratantes) y un tiempo (duración del pacto establecido)

definidos, antes que la ausencia de agresiones organizadas y violentas entre

grupos políticos contrapuestos, pues sin la existencia de normas concretas que

regulan el uso de la fuerza, la pregunta obligatoria ante el fenómeno de la guerra

no sería cómo evitarla, sino cuando esperar su aparición.

20

Bobbio, Norberto. El filósofo y la política: Antología. Ciudad de México: Fondo de cultura económica. 2002. p 142. 21

Silva Abbot, Max. Derecho, poder y valores: una visión crítica del pensamiento de Norberto Bobbio. Granada: Comares, 2008.p 330.

19

Una vez definido el concepto de paz para Bobbio y las razones que parecen

inclinarlo a mantener esta definición, se hace más clara la oposición frente a la

defensa de una medida como el equilibrio de poder para garantizar la paz. El

equilibrio de poder es una tregua, una medida que se encontraría en medio de

una verdadera guerra y una verdadera paz. Aunque mejor que la guerra, por no

presentar los ataques y las contiendas entre los enfrentados, no puede

convertirse al equilibrio de poder en el objetivo ideal para las relaciones

internacionales. Si la meta a conseguir es la paz, el equilibrio de terror sólo es el

defecto producido por la carencia de una verdadera conciencia atómica.

Mientras el objetivo sea mantener un equilibrio de poder existente, el terror

posibilitado que es defendido es comparable con el nivel de riesgo al que somos

capaces de someter a nuestra existencia.

La imposibilidad de la guerra nuclear

La última de las críticas que Bobbio le hace al realismo en el P.G.V.P se centra

en cuestionar la confianza en el equilibrio de poder como medida para impedir,

no todas las guerras, sino solo las guerras nucleares. La utilidad de la balanza del

terror está en que impide que se puedan desatar enfrentamientos bélicos con

armas nucleares, pues partiendo de la racionalidad de los agentes al mando de

los intereses políticos de las naciones, se hace evidente que entrar en una

conflagración con bombas atómicas es contraproducente para cualquier

ambición política. La guerra nuclear se vuelve imposible, mas no la guerra con

armas convencionales, lo que quiere decir que tampoco los enfrentamientos

locales de pequeña escala podrán de alguna manera derivar o concluir en un

enfrentamiento nuclear. Bajo la mirada del realismo, el llamado “escalation” de

las armas nucleares es un fenómeno que no puede servir de referencia para

considerar una amenaza real de uso de armas nucleares. “Las armas nucleares se

paralizan mutuamente. La amenaza de la guerra nuclear impide sólo la guerra

nuclear. De modo que tras la aparición de las armas más mortíferas de la

historia, que han supuesto quizás un giro decisivo para las relaciones

internacionales, la situación ha vuelto a ser exactamente la misma de antes”22

.

La guerra nuclear no representaría un cambio significativo para la historia. Las

diferentes potencias alrededor del mundo entran en la carrera armamentista

siguiendo los lineamientos de una política de prestigio, es decir, su fundamental

propósito de acción no sería realmente la guerra, sino simplemente mostrar su

capacidad destructiva, aparentando un poder que por su riesgo se torna

impracticable.

Sin embargo, el equilibrio de poder sería inútil para custodiar la paz

internacional cuando se trata de conflictos con armamento convencional. La

acumulación continua de armas tradicionales no es capaz de generar el peligro

que sí pueden provocar las bombas atómicas. El poder generado por la

adquisición de armas de uso común puede ser practicado sin comprometer la

22

Bobbio, Norberto. El tercero ausente. Catedra: Madrid. 1997.p 84

20

existencia misma de la humanidad, haciendo de la guerra tradicional una

eventualidad no solo practicable sino incluso elogiable y deseable23

. A este

respecto, suponiendo que el equilibrio de poder no es inestable y no juega con la

imprecisión del calculo de la fuerza contraria, se demostraría que es inútil para

alcanzar el objetivo de la paz, cuando incluso supuestamente ha logrado

contener el peligro de la guerra nuclear. Teniendo en cuenta además que la

conservación del punto de equilibrio en la balanza de poder se mantiene con la

tendencia al aumento de armamento24

, las guerras desatadas cuando los

equilibrios se desajustan implicarían niveles de destrucción cada vez mayores,

equiparables a la cantidad de tiempo en que se mantienen estos equilibrios de

poder o carreras armamentistas.

Hasta aquí se ha mostrado que la critica al equilibrio de poder se ha centrado en

un argumento basado en su lógica inestable e imprecisa. Sin embargo, en

defensa de su creencia, los realistas, para la época de la guerra fría, consideraban

que una prueba incontrovertible de la utilidad del equilibrio de terror, por lo

menos para garantizar el no uso de armas nucleares en las confrontaciones

internacionales, eran los treinta años sucesivos a la segunda guerra mundial, en

donde no se habían presentado ataques haciendo uso de estas armas. El llamado

“argumento histórico” es criticado por Bobbio con dos razones: la primera

afirma que el periodo del que se sirven los defensores del equilibrio para probar

su posición es muy corto. Aunque apreciables, treinta años de paz no son una

cantidad considerable como para contarla como prueba que sirva para justificar

una política de este tipo. Defender el equilibrio de poder, porque por ahora ha

podido mantener la “paz” entre las naciones, no excluye el que mañana se pueda

hacer uso de estas armas, mostrando que la confianza depositada en esta medida

era errónea. La segunda razón cuestiona la relación causal entre la política del

equilibrio de poder y la relativa “paz” de los treinta años. El hecho de que se

presente esta estabilidad y ausencia de hostilidades, aparejada con la existencia

de una política de equilibrio de terror, no significa que sea la segunda la causa de

la primera. Pueden haber muchos factores otros que estimularon continuamente

la existencia de esta estabilidad, más que el solo factor del equilibrio de poder.

“¿Es el equilibrio del terror una causa suficiente de la paz entre las grandes

potencias?, ¿no podría ser una causa secundaria? Una pregunta de este tipo,

perfectamente legítima, obliga al historiador a plantear un condicional no menos

legítimo, ¿habría estallado inevitablemente la tercera guerra mundial si no se

hubiera instaurado, gracias a las armas nucleares, el equilibrio del terror?”25

. El

problema se centra en evaluar la eficacia de políticas públicas como ésta: aunque

en una época determinada podamos afirmar que es una medida útil en tanto

consigue los resultados que esperamos, puede que una época distinta permita dar

23

Hegel, Nietzsche y Von Humboldt. Como lo muestra Bobbio en P.G.V.P 24

Como es afirmado en la pagina 266 de “El tercero ausente”. 25

Ibíd. pag 84.

21

cuenta de la insuficiencia e ineficacia de la misma medida para afrontar un

idéntico problema.

De esta manera, de acuerdo con Bobbio, no es posible una confianza certera en

el equilibrio de poder, incluso cuando solo pretende contrarrestar la posibilidad

de una confrontación nuclear. Pensar entonces que del mal mayor (la invención

de armamento atómico) naturalmente puede surgir el bien por excelencia (la

pacificación de las relaciones internacionales) es la característica típica de la

posición optimista e ingenua frente a la amenaza atómica; pero parece ser más

ingenuo aun pensar que la utilidad de la construcción de las armas atómicas está

en su no utilización, en detentar la posibilidad de amenazar con amenazas

irreales. Por esto el equilibrio del terror no puede ser la meta de la política

internacional, o el fenómeno aceptable y digno de ser contemplado: “el terror no

conoce equilibrios”26

.

Cap. 2 La paz a través del equilibrio de poder

Solo el poder puede frenar el poder.

Es imposible escapar al mal del poder

independientemente de lo que uno haga.

Simone Weil. Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social,

1995.

Introducción a la teoría realista de Morgenthau

Como señala Morgenthau al inicio de “Política entre las naciones”, la teoría

realista tiene sus raíces en una tradición de pensamiento difícil de sintetizar.

Indicando lo que serían los seis principios básicos de esta teoría, a partir de la

lectura de autores como Hobbes o Maquiavelo, el alemán estaría señalando lo

que habría entendido como doctrina realista. Sin embargo, aunque es posible

pensar que con Morgenthau hay básicamente una formalización de los

contenidos ya expresados por otros filósofos de la política, con el análisis de su

obra se evidencia la existencia de una marca distintiva, un rasgo original que

proporciona los elementos metodológicos de una visión particular de las

relaciones internacionales. De este modo, no se puede justificar una

consideración del realismo de Morgenthau como un apéndice a una línea de

pensamiento, por el contrario, se afirma como una línea de pensamiento que

expresa su deseo de pertenecer a una tradición.

26

Titulo de un artículo publicado por Bobbio.

22

Antes de dar una breve introducción a la aproximación de lo que entiende

Morgenthau por “realismo”, es necesario explicitar la manera como esta teoría

pretende ser validada como herramienta útil para el estudio de la política

internacional. En primer lugar, “El modo en que debe validarse una tal teoría

debe ser empírico y pragmático antes que apriorístico y abstracto. En otras

palabras, la teoría no debe ser juzgada mediante algunas nociones abstractas y

preconcebidas, y conceptos desligados de la realidad, sino por su propósito:

aportar orden y significado a una masa de fenómenos que, sin ella,

permanecerán desasidos e ininteligibles.”27

Una teoría válida será aquella capaz

de racionalizar el conjunto de fenómenos que parecen no tener un sentido ni una

manera de ser abordados. La metodología que plantea cualquier teoría deberá

tener los elementos suficientes como para que la realidad que pretende analizar

pueda ser abordada y organizada. Sólo mientras demuestre su utilidad en la

práctica podrá catalogarse como una teoría adecuada. Pero además, “se debe

hallar un doble sistema de comprobación, lógico y empírico a la vez. Los hechos

tal como se presentan, ¿asimilan la interpretación que de ellos ha hecho la

teoría? Y con respecto a las conclusiones, ¿podemos sostener que son

consecuencia directa y necesaria de sus premisas? En suma, ¿podemos sostener

que la teoría es compatible con los hechos y consigo misma?”28

Una teoría sobre

la política sólo puede ser comprobada mediante dos criterios: el primero es el de

la coherencia entre sus elementos. Ninguno de sus conceptos puede derivar en

una relación que provoque una contradicción interna. El segundo es el de la

capacidad de evaluar la realidad, de explicarla e indicar los rumbos de acción

más convenientes. Mientras la teoría carezca de eficiencia en el abordaje de la

situación política, es decir, si no logra elaborar conclusiones benéficas para la

explicación y actuación en el ámbito político, no se podrá considerar como una

teoría aceptable.

Basándose en esta manera de validación, el realismo de Morgenthau tiene como

bases seis principios. A continuación me ocuparé de resaltar las ideas principales

de estos. El realismo supone que todas las sociedades se encuentran regidas por

leyes que, a través del estudio de la historia humana pueden ser reconocidas.

Estas leyes se encuentran en la naturaleza humana, y se ven expresadas por

medio de ella.

“Esta teoría es hecha posible por los dos, el rol del poder en la delimitación del campo y

la naturaleza del objeto de estudio, y los recurrentes patrones de actividad entre Estados

producidos por la lucha de poder presentes a lo largo de la historia (…) A la base de su

interpretación de la evidencia histórica Morgenthau afirma que todas las políticas

27

Morgenthau, Hans. Política entre las naciones: la lucha por el poder y la paz. Buenos Aires: Latinoamericano, 1986.p 11. 28

Ibid., 12.

23

internacionales tienden a conformarse a, y reflejar, uno de los tres patrones de actividad:

mantener la balanza de poder, imperialismo y lo que él llama las políticas de prestigio.”29

Existen además otras leyes o patrones de actividad de la política, por ejemplo las

que regulan el gobierno interno o las limitaciones del poder nacional. Lo

resaltable es que, producto del estudio de las distintas sociedades, se pueden

encontrar un conjunto de características, existentes independientemente de los

cambiantes contextos que implica la particularidad de cada cultura, que

demostrarían ser los rasgos distintivos del comportamiento político humano. “El

realismo cree tanto en la objetividad de las leyes de la política como en la

factibilidad de elaborar una teoría racional que explique, aunque sea imperfecta

y parcialmente, estas leyes objetivas”30

. Dado que estos rasgos característicos se

han presentado desde la antigüedad, la formulación que pretende lograr el

realismo no buscará ser innovadora ni tampoco concluyente, simplemente

apuntará a alcanzar la mayor precisión, sin dejar de lado el hecho de la

imposibilidad de elaborar una teoría exacta y perfecta, que haría más parte de

una visión científica de la política antes que de una de poder31

.

Una de las ideas más importantes que formulan estos principios es la del uso del

concepto de interés definido en términos de poder. Es éste el concepto central

para limitar el análisis de la política internacional, porque permite descartar los

criterios de otras ramas de estudio que no se ocupan estrictamente del análisis de

la política. “Cuando hablamos de poder nos referimos al control del hombre

sobre las mentes y las acciones de otros hombres. Por poder político

significamos las mutuas relaciones de control entre los depositarios de la

autoridad pública y entre estos últimos y la gente en general.”32

Una vez se aplica

el concepto de poder se restringen los campos de estudio de las diferentes

disciplinas: el poder sería la motivación característica de la práctica política,

convirtiéndose en el objeto de estudio de la ciencia política; en economía el

objeto de estudio sería el interés entendido en términos de beneficio, mientras

que en el plano ético el objeto de estudio sería el interés definido en términos del

bien o de lo bueno. De acuerdo con la limitación especifica para la ciencia

29

Griffiths, Martin. Fifty key thinkers in international relations. New York. Routledge. 2009. pag 52. 30

Morgenthau, Hans, Op. Cit. p12 31

La idea central del libro de Morgenthau “Scientific man vs Power politics” es la de criticar una forma de entender la política como objeto de estudio medible y precisable bajo formulas y metodología científica. Bajo la concepción científica, los problemas de la guerra, la pobreza y la injusticia pueden ser solucionados definitivamente, mientras se apliquen las medidas dictadas por una teoría que pretendería saber con precisión y exactitud todos los fenómenos y consecuencias pertenecientes al ejercicio de la política. La política, entendida como política de poder, encuentra la solución a sus problemas no a través de fórmulas o mecanismos supuestamente eternos y siempre eficaces, sino a través de los equilibrios precarios de poder, que parecerían reconocer las difícilmente controlables fuerzas del escenario político. 32

Morgenthau, Hans. Op, Cit. p43

24

política, el segundo principio del realismo afirma que debe analizarse toda

acción política presuponiendo que hay un interés de poder que la motiva.

“Debemos suponer que los estadistas piensan y actúan movidos por un interés

que se traduce en poder, ya que todas las evidencias de la historia confirman esa

suposición. Ella nos permite historiar y predecir los pasos que cualquier hombre

de estado-pasado, presente o futuro- haya dado o esté dispuesto a dar en la

escena política”33

. Entender la manera como los agentes de la política llevan a

cabo sus acciones, por medio del concepto de poder, le otorga un orden al

oscuro y difícil escenario político, le permite al analista hacer mejores

predicciones, enfrentar de mejor manera los problemas y proponer soluciones

más eficaces a ellos.

La consecuencia principal del uso del concepto de poder para analizar la política

es el de la capacidad de distinguir entre las motivaciones morales de cualquier

estadista, frente a los medios y los objetivos que él mismo se puede llegar a

plantear. Al estudiar las acciones de cualquier político podemos reconocer si, de

acuerdo con el objetivo de alcanzar una mejor situación de poder, utiliza y tiene

la habilidad para aplicar las cualidades de acción y voluntad necesarias para

alcanzar el objetivo trazado. Al reconocer las capacidades de un agente

especifico, distinguimos en primer momento sus motivaciones morales, su

ideología política y su calidad moral, y en segundo momento el plan de acción,

la manera como ejecuta esas medidas y la meta a conseguir, llevando al analista

político a centrarse únicamente en este segundo, ya que del primero no es

posible concluir o predecir hechos de manera certera. “No se puede concluir de

las buenas intenciones de un estadista que su política exterior será moralmente

loable o políticamente exitosa. Al enjuiciar sus motivaciones, podremos decir

que no llevará adelante, de modo intencional, políticas moralmente censurables,

pero no estaremos en condiciones de decir nada sobre las posibilidades de éxito

que tiene”34

. Cuando el estudio de la política se desprende del estudio de las

afiliaciones políticas o tendencias filosóficas de los agentes políticos, y se ocupa

de evaluar las acciones, los medios y los objetivos, puede hacer de su evaluación

un ejercicio más preciso y más adecuado para solucionar problemas y proponer

soluciones. El politólogo no se tiene que ver enfrentado a debates que no tienden

a tener efectos sobre las reales condiciones políticas de una situación específica,

y que de acuerdo con el uso del concepto de poder propuesto por los realistas, le

competería a otras disciplinas.

El realismo pretende enfrentarse a la superstición que domina comúnmente el

análisis de la política nacional e internacional. Cuando, sirviéndose de la

herramienta del concepto de poder, el analista pretende apreciar la realidad,

puede evadir la posibilidad de caer en el error de considerar que tiene la

capacidad de plantear soluciones últimas para toda la infinidad de problemas con

33

Ibid., p 13. 34

Ibid., p 14.

25

especificidades completamente distintas, que siempre se presentan en el

complicado escenario de la política. “Un concepto central como el de poder

provee un mapa del escenario político en la interpretación de Morgenthau. Sin

embargo, este mapa no contiene una completa descripción del paisaje político

como es en un particular periodo histórico (…).”35

Para el realista se hace

explicita la necesidad de acercarse a cada situación (por el uso del concepto de

poder), evaluar los factores que intervienen en cada caso y plantear estrategias y

medidas para alcanzar cada objetivo particular. Al estudiar el mundo político, las

observaciones típicas de las relaciones internacionales, en donde se da una

mirada abstracta de la política, junto con una aproximación superficial y general,

no pueden ser útiles. El idealista (que se caracteriza por esa aproximación

abstracta) es, para el realismo, quien siempre efectúa un análisis insuficiente e

inadecuado, porque se niega a pensar en los problemas reales siempre existentes,

piensa que el mundo es un lugar en el que pueden llegar a darse arreglos

definitivos y pierde de vista las pequeñas y reales soluciones para darle prioridad

a los pomposos remedios basados en la imposición de una realidad ficticia.

Frente a la común visión supersticiosa del ejercicio de la política, el realismo

propone el análisis que pretende ordenar de la manera más racional posible,

reconociendo la precariedad de tal pretensión, una realidad turbulenta y

complicada. Es por medio del concepto de poder que se aspira a alcanzar esa

organización.

La confianza del realismo en el equilibrio de poder

En la primera parte del libro P.E.N, Morgenthau se ocupa de enunciar los seis

principios de los que parte su teoría realista de la política. La formulación de

estos principios lo lleva a distinguir entre dos corrientes que se han enfrentado

en la trayectoria de la historia del pensamiento occidental. Por un lado, estaría la

escuela que cree en la bondad esencial y en la maleabilidad de la naturaleza

humana para alcanzar un orden social justo y digno acorde con el desarrollo

moral presente. Los llamados “idealistas de la política” consideran que los

problemas sociales se deben a la falta de instituciones eficaces capaces de

modelar los instintos humanos, y por ello proponen, como solución definitiva a

estos problemas, la creación de instituciones acordes con el deseo de

transformar los condicionamientos, siempre sujetos al cambio, de nuestra

naturaleza.

Por el otro lado, la escuela realista considera que el mundo es imperfecto en

términos racionales, lo que ocasiona que las medidas tomadas como soluciones

35

Neacsu, Mihaela. Hans J. Morgenthau´s theory of international relations: disenchantment and re- enchantment. New York: Palgrave Macmillan, 2010.p119.

26

últimas y definitivas sean vistas como construcciones abstractas e inadecuadas

para las reales condiciones del mundo. La realidad, y en especial la realidad

política, carecen de esa precisión y exactitud lógica que puede encontrarse en

las ciencias naturales, por lo que en el plano moral, a pesar de los buenos

sentimientos que nos lleven a pensar lo contrario, las soluciones que

supuestamente erradican definitivamente el sufrimiento y la miseria en el mundo

son inútiles. “Al ser el nuestro un mundo de intereses opuestos y conflictivos,

los principios morales nunca pueden realizarse plenamente (…) esta escuela

recurre a que ocurra el menor mal posible antes que el bien absoluto”36

. Para el

realismo no se trata de luchar contra las fuerzas inherentes a la naturaleza, pues

es imposible tratar de escapar a sus condicionamientos, de lo que se trata más

bien es de trabajar con estas fuerzas, tratar de encausarlas para poder conseguir

los objetivos que como humanidad esperamos conseguir, aprendiendo de los

precedentes históricos y desconfiando de los modelos abstractos cargados de

emotividad.

Si se parte de la aceptación de una naturaleza humana conflictiva, existente en

un mundo caracterizado por su imperfección en términos racionales, se hace

posible la distinción entre lo deseable y lo posible. Lo deseable es que se pudiera

dar una armonía completa en las relaciones humanas, que la paz reinara en las

relaciones internacionales y que todos pudieran gozar de los elementos que

hacen a la vida digna y feliz. Lo posible, por el contrario, y aunque este por

definir, debe tener en cuenta, a manera de limitación, que no ha existido tal

armonía sobre la tierra y que la pugna por el poder es universal en tiempo y

espacio37

, como dato innegable de la experiencia, y esto hace que los hombres se

subordinen mutuamente, sujetándose a situaciones degradantes entre sí. La paz

en el caso de las relaciones entre las distintas naciones no se ha producido por la

voluntad general, movida por los más altos, respetables y dignos sentimientos de

libertad, igualdad y paz. Por el contrario, los periodos de ausencia de

hostilidades se han debido a la contraposición de ambiciones, deseo de

beneficios materiales, vanidades y prestigios38

de los hombres que detentan el

poder de la guerra, y por ello es que cualquier deseo de paz deberá encaminar

esos motivos y no tratar de cambiarlos. En el caso de los recursos capaces de

satisfacer la búsqueda de vidas dignas y felices, es generalmente conocida la

escasez de riquezas y su inequitativa distribución, por ello, la búsqueda de

sociedades justas deberá enmarcarse en el reconocimiento de la precariedad de

realización completa del ideal que la motiva.

Partiendo de la distinción entre lo deseable y lo posible, Morgenthau puede

responder a los cuestionamientos hechos por Bobbio sobre la institución de la

guerra: ¿Se puede hablar de la guerra como camino bloqueado con la aparición

de las armas nucleares? ¿Es el respaldo a una política de equilibrio de poder la

36

Morgenthau, Hans.Op. Cit. p12 37

Ibid.,48 38

Ibid., 288

27

muestra de que se considera la guerra como un evento imposible? De acuerdo

con Morgenthau, pensar que la institución de la guerra es una eventualidad

desactualizada, indeseable y por ello condenada a la extinción es pensar de

acuerdo con lo que deseamos, es pensar idealmente. La pugna continua entre los

diferentes intereses presentes en las sociedades pueden derivar en la

materialización de la guerra; es una posibilidad que se mantiene intacta gracias a

los instintivos impulsos naturales que, a pesar del desarrollo de la capacidad

destructiva de las armas, no se ven limitados ni coaptados por los valorables

sentimientos que buscan la paz. La política internacional, al igual que la política

doméstica, se caracteriza por el deseo continuo de búsqueda de poder de los

agentes que intervienen en ellas. Es una situación de por si conflictiva que

necesita una aproximación que reconozca sus características. “Cuando la mente

humana se acerca a la realidad con el propósito de emprender una acción- y la

acción política es una de las instancias más conspicuas-, a menudo suele

despistarse en algunos de estos cuatro fenómenos mentales: (…) negativa a

aceptar la existencia de un amenazante estado de cosas, que es negado mediante

la verbalización ilusoria; confianza en la infinita maleabilidad de una realidad

ciertamente turbulenta”39

. La naturaleza humana, así no lo quisiéramos, se ha

mostrado violenta e imperfecta en términos racionales. Esta condición

abigarrada de nuestra existencia, obliga a que las acciones que queramos

emprender para afectar esta realidad se deban ajustar a la irracionalidad de la

situación. Una vez se reconoce la falta de perfección lógica de nuestra

coexistencia, se puede también hacer claro la limitación que las pretensiones

racionalistas deben tener en cuenta cuando pretenden amoldar la realidad a

nuestros intereses.

La idea de la institución de la guerra como un camino bloqueado parte de una

aproximación al fenómeno puramente histórica y reformativa. La analogía del

laberinto le impone a la realidad un esquema de caminos transitables que pueden

llegar a llevar a una solución total de las situaciones problemáticas por las que

ha venido atravesando la humanidad. El realismo de Morgenthau, por el

contrario, se niega a considerar que exista ese momento último de redención de

nuestra existencia, y se atiene a los repetitivos escenarios de conflicto y

violencia que caracterizan nuestra vida. No considerar la guerra como un camino

bloqueado es entonces negarse al enfoque histórico de la realidad, es decir,

reconocer en ella un conjunto de condiciones que se han venido presentando con

anterioridad, sin la pretensión de que por ese reconocimiento podemos negar los

condicionamientos que afectan el presente. Se puede aprender de la historia el

reconocimiento de las fuerzas que siempre afectan la realidad política, pero

pretender obtener de ese conocimiento las formulas para irrumpir y reformar de

repente con el continuum de los impulsos naturales es pensar banal y

superficialmente. Ni la visión histórica, ni la legalista (la que considera que la

39

Ibid., p 16.

28

política internacional es igual a las normas legales e instituciones) y tampoco la

reformativa se han ocupado realmente de las relaciones internacionales.

“La política internacional comprende más que la historia reciente y los acontecimientos

contemporáneos. El observador se ve asediado por la escena contemporánea con su

énfasis y perspectivas siempre cambiantes. No encuentra un piso firme sobre el cual

apoyarse ni parámetros de evaluación objetivos a menos que se interne en los principios

fundamentales, que solo surgen de la correlación entre los acontecimientos recientes y el

pasado más distante con las permanentes cualidades de la naturaleza humana

subyacentes en ambos términos. (…) En lo que tiene que ver con los esfuerzos

orientados a introducir reformas en la política internacional sin haber hecho previamente

el esfuerzo para tratar de entender lo que es la política internacional, compartimos el

punto de vista de William Graham Summer: el peor vicio de las discusiones políticas es

ese dogmatismo que se basa en grandes principios o en hipótesis en vez de apoyarse en

un preciso examen de las cosas tal como son y de la naturaleza humana tal como es…

Todo el método de especulación abstracta sobre tópicos políticos se encuentra viciado.

Se ha hecho popular porque no es demasiado difícil. Es más fácil imaginar un mundo

nuevo que aprender a conocer el que tenemos”40

Las relaciones internacionales no son solo la acumulación de datos históricos o

el conocimiento del funcionamiento de las leyes en la política internacional y

menos la imaginación de organizaciones sociales completamente desligadas de

la realidad. Como reza el segundo principio del realismo, “debemos suponer que

los estadistas piensan y actúan movidos por un interés que se traduce en poder,

ya que todas las evidencias de la historia lo confirman”41

, de lo que se desprende

que las medidas adecuadas para tratar de alcanzar la menor cantidad de violencia

en el mundo no pueden ser aquellas que nieguen la condición de la pugna por el

poder.

La creencia en la balanza de poder, como lo demuestra Hume en su trabajo “Of

the balance of power”, era defendida por los antiguos como máxima del sentido

común y razonamiento lógico, para tratar de guardar la estabilidad en las luchas

entre las polis. Cuando se generaban guerras, la mayoría de los dirigentes

formaban alianzas con el ánimo de respaldar a la parte más débil y así tratar de

preservar su existencia y aminorar los violentos resultados de una guerra sin

restricción para la parte más poderosa. Desde la Grecia antigua hasta nuestros

días se ha mostrado que el conflicto por dominar se presenta sin remedio alguno,

pero lo importante ha sido crear los mecanismos que han llevado a que esos

deseos de poder se encaminen hacia los objetivos útiles para las sociedades. Lo

significativo del ensayo de Hume es que logra mostrar que lo que en la

modernidad se oficializó como política que habría que preservar, para los

antiguos era algo implícito en todo buen gobierno, no era un punto de discusión

40

Ibid. p 29. 41

Ibid., p 13.

29

la máxima prudencial de la balanza de poder. Ahora bien, para su momento

Hume no podía contemplar el cambio cualitativo en la guerra producido por la

entrada en escena de las armas nucleares (cambio cualitativo que de por cierto

Morgenthau no niega42

), capaces de la destrucción completa. Sin embargo, el

hecho de que exista este cambio cualitativo por la tecnología del armamento, no

implica que haya por ello un cambio en la naturaleza ambiciosa de poder, que

permita que los mecanismos para encausarla puedan ser intercambiados por

otras medidas negadoras de esa naturaleza. La apuesta por el equilibrio de poder

hecha por Morgenthau radica en la tendencia también natural hacia el equilibrio,

debido al instintivo impulso por alcanzar el poder. Citando a Cannon, quien hace

una analogía entre el cuerpo humano y el cuerpo político, Morgenthau afirma:

“A primera vista es preciso observar que el cuerpo político muestra algunas

manifestaciones de un proceso de estabilización automático no del todo acabado.

(…) Un despliegue de conservadorismo incita a una rebelión radical que, a su

vez, será seguida por un retorno al conservadorismo. Un gobierno ineficaz allana

el camino al poder para los reformadores, pero los férreos controles de estos

últimos pronto provocan intranquilidad y el deseo de un mayor relajamiento”43

.

El cuerpo político estaría encaminado continuamente a alcanzar su armonía y

estabilidad, así como lo hace el cuerpo humano. Cuando hay factores que

enferman el cuerpo humano, rápidamente se hacen ajustes de tal manera que se

pueda volver lo antes posible al equilibrio y a la estabilidad. De forma parecida

pasa con el cuerpo político. Los momentos caóticos y de falta de orden siempre

tienden a su propia extinción, y los elementos que en unos periodos son

destructores y reformadores, si alcanzan el poder, buscan la calma y la firme

tranquilidad. Aunque siempre haya pugna por el poder, los cuerpos políticos

siempre han tendido a su ordenamiento, a su propia balanza.

Partiendo de la tendencia a la estabilidad y al orden de las unidades políticas en

pugna, la llamada “fe irracional” en el equilibrio de poder parecería quedar sin

fundamento. Si irremediablemente las sociedades tienden a su equilibrio, el

concepto de equilibrio de poder se puede entender de dos maneras: como

política que busca un estado de cosas y como estado de cosas al que

continuamente propende la naturaleza de las unidades políticas en pugna.

Bobbio le criticaría a los realistas su confianza en la primera forma de entender

el equilibrio de poder, por desconocer la amenaza latente de la destrucción total;

sin embargo el propio Bobbio no estaría reconociendo el hecho de que el

equilibrio de poder como decisión política se formula producto del elemento

violento aparejado a la tendencia natural por el orden y estabilidad, es decir, por

la perenne amenaza de una situación de caos para cualquier orden político,

existan o no armas nucleares. No es una confianza ciega e irracional la que

busca alcanzar la balanza de poder en la política internacional con el nuevo

42

Thompson, Kenneth. Masters of international thought, Baton Rouge and London Louisiana State University Press, 1982, pp. 80-91. 43

Morgenthau, Hans. Op.Cit. p 210

30

factor de las armas nucleares, pues es una medida que parte del hecho de la

conciencia del peligro eterno. No hay momento de solución final, siempre existe

el riesgo porque todos los poderes capaces de otorgar un orden son inestables

mientras el mundo continúe siendo regido por la pugna por el poder. La única

manera de tratar de preservar la estabilidad y la paz es buscando equiparar los

pesos en la balanza. No se trata de quedarse al margen, expectante del orden al

que siempre propende la naturaleza de las unidades políticas, y más ahora

cuando está latente el peligro de las armas atómicas, se trata de intentar analizar

de la manera más precisa la política internacional, con el ánimo de crear medidas

encaminadas a alcanzar un equilibrio conservador de la existencia de las

diferentes naciones y de la estabilidad de las relaciones entre ellas.

El equilibrio de poder no es un pacifismo pasivo

El elemento principal del que se sirve la teoría realista es el del concepto de

interés definido en términos de poder. Es gracias al uso de este concepto que se

pueden analizar los distintos fenómenos de las relaciones internacionales,

posibilitando juzgar las acciones de los políticos como racionales o irracionales,

según su capacidad de conducir a la situación de poder esperada. El esquema

realista logra dar una explicación de las acciones ejecutadas por los agentes en el

escenario político, partiendo de la presuposición de que ellos desean alcanzar la

mejor situación de poder posible. Es porque se parte de este principio que se

puede dar una explicación a los fenómenos políticos, pero también, gracias a él,

se puede distinguir un plano normativo de la teoría realista. Derivada la

normatividad de la distinción entre acciones racionales e irracionales, se

desprende con ello el criterio para juzgar qué tan adecuados pueden llegar a ser

diferentes planes de acción que, aunque racionales, pueden ser menos o más

útiles para alcanzar una deseada situación de poder.

Una vez se reconoce la importancia del aspecto normativo de la teoría realista,

se hace evidente la manera en que Bobbio habría pasado por alto la forma en que

el realismo patrocina y condena ciertos tipos de acciones. Es cierto que para

Morgenthau lo más importante es tratar de entender la convulsionada situación

de la política internacional contemporánea; pero el hecho de que la mayor

atención del realismo se centre en la explicación y en el entendimiento, no

significa que por ello se deje de lado la importancia de la transformación,

contención y cuidado de ciertos eventos que se presentan o que se pueden llegar

a presentar. La necesidad principal a la que atiende la teoría realista es la de

explicar lo que ocurre con un determinado grupo de fenómenos políticos

disgregados. Una vez el esquema elaborado por el realismo (el esquema de la

perenne y universal búsqueda del poder) logra organizar esos fenómenos, se

ocupa de buscar las medidas para tratar de adaptarse de la mejor manera a esa

realidad. La adaptación, sin embargo, no es solo la aceptación pasiva de las

condiciones que puede llegar a presentar esa realidad, es también la acción

consciente que trata de encaminar las fuerzas presentes en la naturaleza humana,

31

de tal manera que se pueda obtener el mejor provecho, reconociendo las

posibilidades que permiten las limitaciones del mundo político.

Dado que el principio del poder sirve de esquema útil para evaluar la realidad, se

torna necesario preguntar qué es lo que con su uso logra evidenciar sobre ella.

Aunque como resalta Morgenthau en P.E.N, “la más formidable dificultad que

se opone a la indagación teórica en la naturaleza y en las modalidades de la

política internacional consiste en la ambigüedad del material con que debe

trabajar el observador. Los hechos que se procura entender son, por una parte,

sucesos únicos (…). Por otra parte, son análogos en tanto implican

manifestaciones de determinadas fuerzas sociales.”44

La teoría realista apunta al

análisis de hechos específicos, pero de ese análisis puede extraer conclusiones

que se pueden llegar a generalizar más allá de una época determinada, porque

los eventos particulares se concretan gracias a ciertas fuerzas sociales existentes

a lo largo de la historia de la humanidad. Es gracias a esas fuerzas, como el

impulso de vivir, de procrear y de dominar45

que se puede llegar a elaborar una

explicación general sobre la política internacional.

Una vez el realismo logra identificar las fuerzas inmanentes a todos los tipos de

asociaciones humanas, puede proceder al análisis de, por ejemplo, la situación

específica de la problemática actual surgida por la existencia de armamento

nuclear. Si el deseo de dominar es una fuerza perenne en la naturaleza del

hombre, ¿de qué manera se combina ese impulso con el nuevo fenómeno de las

armas nucleares? Una primera indicación de respuesta la da Morgenthau cuando

distingue entre poder aprovechable y poder no aprovechable. El incremento de la

capacidad militar a través de las armas atómicas no necesariamente trae

aparejado, como sí lo había echo anteriormente con armas tradicionales, un

incremento de poder. El aumento de la capacidad de destrucción de una nación

por incrementar el numero de armas totales no implica la transformación de la

relación de poder de una nación frente a otra, ya que la amenaza (en la que se

sustenta el poder con ese armamento) por poseer mayor numero de estas armas,

se ve anulada por la amenaza de la contraparte al poseer al menos una de ellas.

Bajo el nuevo contexto de las condiciones materiales para la realización de la

guerra, la carrera armamentista con armas nucleares deja de tener justificación,

no se hace necesario tener más de un arma nuclear para eliminar al atacado.

“Desde que la destrucción nuclear de una nación, puede traer aparejada la

destrucción de otra, ambas comprueban que semejante elemento de presión

carece de eficacia: esto en el supuesto de que las dos actúen racionalmente”46

.

Puesto que se parte del hecho de que todos los agentes tienen un interés de

alcanzar una determinada situación de poder, los representantes de cualquier

nación, al decidir atacar a otra con armas nucleares, estarían actuando

44

Ibid., p 29. 45

Ibid., p 49. 46

Ibid., p 44.

32

irracionalmente porque ocasionarían también su propia destrucción. El ataque es

irracional porque no puede satisfacer ningún interés de poder, y también lo es la

amenaza, pues resulta de un poder militar que no se puede aprovechar a menos

que se esté dispuesto al suicidio nacional.

Sin embargo, la crítica de Bobbio se centra precisamente en la posibilidad

existente y completamente irracional del suicidio nuclear. La consideración del

realismo como una postura pacifista pasiva, que se limita a contemplar el

abismo, indicaría precisamente la carencia que supuestamente tendría una

propuesta como la de Morgenthau, para afrontar la eventualidad de la acción

irracional de los agentes al mando de los intereses de poder nacionales. ¿Qué

hacer entonces frente a la posibilidad de la acción irracional? Conociendo las

fuerzas que rigen nuestra naturaleza, ¿cuál es la propuesta del realismo de

Morgenthau para afrontar el riesgo de la irracionalidad nuclear? La propuesta de

acción del realismo, que la aleja de las consideraciones de un pacifismo pasivo,

comienza por el deseo explicativo de su teoría. Reconoce que, a partir de las

pugnas por el poder, la única forma de alcanzar estabilidad y paz ha sido lograda

por la contraposición de los diferentes intereses.

“Las aspiraciones de poder de varias naciones, cada una de ellas tratando de mantener o

de quebrar el statu quo, llevan necesariamente a una configuración que se denomina el

equilibrio de poder y a las políticas que procuran preservarlo. Usamos el adverbio

necesariamente en forma deliberada. Nuevamente nos enfrentamos aquí con el concepto

erróneo que ha impedido la comprensión de la política internacional y nos ha llevado a

ser victimas de ilusiones. Este error supone que los hombres pueden elegir entre una

política de poder y su necesaria consecuencia, el equilibrio de poder, por una parte, y

diferentes y mejores modalidades de relaciones internacionales, por la otra. Insiste en

que una política exterior basada en el equilibrio de poder es una entre varias formas

posibles de políticas exteriores y que sólo hombres estúpidos y malvados podrían elegir

la primera en desmedro de las segundas”47.

La política esta marcada por el deseo de poder que es universal en tiempo y

espacio, y también por los diferentes equilibrios que tienden a constituirse,

cuando la contraposición de poderes equivalentes en nivel logra darle

estabilidad a la lucha por el dominio. Dado que la balanza de poder es tan

connatural al hombre, la política internacional esta obligada a tratar de confluir

con las fuerzas innegables de la naturaleza, de tal manera que se puedan

consolidar también los naturales equilibrios de poder.

Una vez se acepta esta doble característica natural de la política, la teoría

realista propone dos medidas para tratar de alcanzar la estabilidad y la paz por

más precarias que estas sean48

. Por un lado se encuentra la idea del equilibrio de

47

Ibid., p 209. 48

Ver cita diez (de esta parte).

33

poder, entendida en sus dos dinámicas49

: el equilibrio de poder como dinámica

de los diferentes poderes que naturalmente pretenden alcanzar la hegemonía, y el

equilibrio de poder como la dinámica de la reflexión teórica sistemática ocurrida

en Europa a partir del siglo dieciséis. La primera como la descripción de la

naturaleza de toda organización humana que por su búsqueda de dominio tiende

a la desestabilización y conflicto, la segunda como el conjunto de creencias,

ideas y factores materiales que aminoran los efectos desestabilizantes de la

primera dinámica, ayudando a los poderes que se contraponen a guardar un

equilibrio. Dado que hemos reconocido que la primera dinámica es natural a la

existencia humana, es la segunda dinámica la que se considera como la

propuesta de acción o medida política que pretende posibilitar la estabilidad y la

paz. “Desde la visión de Morgenthau, la fuerza de la tradición europea ha sido el

hecho de que ha habido intentos conscientes de regular y restringir las

ambiciones de poder que de otra manera hubieran terminado en la mutilación de

la sociedad (…). Los estados confrontados tienen que restringirse a ellos mismos

con la aceptación del equilibrio de poder como el marco común de sus

esfuerzos”50

. El realismo no cuestiona los mecanismos que tratan de encausar el

deseo de poder para buscar la paz, por el contrario fomenta el equilibrio de

poder, entendido como política de acción frente al peligro de una irrestricta

lucha por la dominación, porque entiende que debe impulsar la seguridad que no

garantiza una realidad conflictiva. No es paciente ni pasivo; el realismo conoce

el peligro que se corre con las armas nucleares, y partiendo de la base conflictiva

de la naturaleza, apunta a conciliar la fluctuante y peligrosa ambición de poder

con los equilibrios a los que naturalmente tiende. A pesar de la puesta en

práctica de formas de limitar la lucha por el poder, es fácil percibir que los

diversos Estados deben mantener, previamente a la negociación de cualquier

acuerdo de paz, consensos sobre el conjunto de normas restrictivas para la

acción. A pesar de esto, los consensos sobre las acciones permitidas sobre las

normas que limitan la lucha por el poder, de ninguna manera son una garantía

total frente al posible desencadenamiento de la guerra. Como principio base, el

realismo plantea la imposibilidad de la realización completa de los valores

morales en una realidad ciertamente imperfecta en términos racionales, lo que

provoca que, incluso a través de las medidas que pudiésemos llegar a considerar

como absolutamente efectivas, el riesgo de la acción irracional, aun cuando

existan las bombas atómicas, se mantenga latente.

Por el otro lado, el realismo de Morgenthau se abstiene de una posición pacifista

pasiva cuando propone como medida para buscar la paz al correcto ejercicio de

la diplomacia. En el siglo diecinueve la institución diplomática para Morgenthau

termina de perder su capacidad para salvaguardar la seguridad de la Europa de la

49

Las dos dinámicas del equilibrio de poder son señaladas por Richard Little en el articulo “the balance of power in politics” 50

Williams, Michael. Realism reconsidered: the legacy of Hans Morgenthau in international relations. New York: Oxford University press, 2007.p 104

34

época, debido a que los representantes de la política internacional empezaron a

ser elegidos en democracias y basados en criterios propios de una meritocracia,

sin reconocer el conjunto de tradiciones y creencias que se mantenían gracias a

la elección que tenía en cuenta la distribución de clase, y sobre todo a los

intereses aristocráticos. Con esta nueva configuración del oficio diplomático, se

genera una ruptura en la moral internacional compartida por todos los

embajadores de la época, quienes mantenían en común un conjunto de

ambiciones y los medios de satisfacerlas51

. Destruida esa moral internacional,

surge entonces la llamada moral nacionalista, fragmentando la estabilidad

mundial y ocasionando el conflicto por el deseo de universalización de las

creencias nacionales. La situación que se impone a la política internacional con

las armas nucleares se torna crítica, porque además de la inmensa capacidad de

destrucción de estas armas, se añade el deseo irrisorio de imponer sin restricción

los valores propios de cada Nación.

Sin un consenso moral aristocrático que por momentos garantizó la armonía

internacional, se hace indispensable la acción de una diplomacia eficaz y

consciente del real funcionamiento actual de las relaciones entre las naciones,

para alcanzar momentos de paz como los conseguidos en 1648 con el tratado de

Westphalia, o la paz de los cien años conseguida previamente a la primera

guerra mundial. El propósito de Morgenthau es tratar de recuperar la relevancia

que tuvieron las empresas diplomáticas en el pasado, en donde los representantes

de los intereses aristocráticos velaban por el interés individual, al igual que los

representantes de las otras naciones, haciendo confluir sus propios deseos con el

bienestar y estabilidad europeo. Sin embargo, la propuesta de la diplomacia se

enfrenta con una responsabilidad especial: hoy no puede fallar, tiene el llamado

a enfrentarse a cualquier posibilidad de guerra y tiene que asegurar la

supervivencia de todas las naciones.

“La diplomacia debe estar siempre alerta ante la transformación radical a la que la

seguridad nacional ha sido sometida bajo el impacto de la era atómica. Hasta el

advenimiento de esta época, un Estado podía usar su diplomacia para comprar su

seguridad a expensas de otros estados. Hoy, salvo un cambio radical en el equilibrio de

poder atómico a favor de un estado particular, la diplomacia para salvaguardar a un

estado de la destrucción atómica, debe hacerlos seguros a todos.”

La labor de la diplomacia se eleva hasta un máximo nivel: tiene hoy la

responsabilidad más alta sobre la paz y la seguridad de todas las naciones, debe

procurar por todos los medios alcanzar los equilibrios de poder naturales a los

que tiende el conflictivo escenario político. Pero el hecho de que Morgenthau le

otorgue esta máxima responsabilidad a la diplomacia no significa que por ello

sea ésta la solución total a los posibles enfrentamientos. Es la mejor solución

que se puede promover de acuerdo con la difícil situación actual pero eso no

significa que acabe con el fluctuante ambiente provocado por la pugna por el

51

Morgenthau, Hans. Op. Cit.p 294

35

poder. “La diplomacia es el mejor método para mantener la paz que nos ofrece

una sociedad de naciones soberanas, pero y especialmente bajo las condiciones

de la política mundial contemporánea y de la guerra moderna, aún no es

suficiente”52

La responsabilidad de la diplomacia es total y apunta en su labor a

la reconstrucción del consenso necesario para el respeto de la seguridad de cada

nación “como primer requisito para la creación de tales condiciones sugerimos

la mitigación y la minimización de esos conflictos políticos (…). Este método de

establecer las precondiciones de una paz permanente lo llamamos paz por medio

de la conciliación. Su instrumento es la diplomacia.”53

Ahora bien, la medida de

la diplomacia no acaba con el peligro de la acción irracional pues es una

posibilidad que se mantiene inmutable para la naturaleza humana, a pesar de los

limitantes que se le quieran oponer.

Teniendo en cuenta la propuesta de buscar los equilibrios de poder naturales y

fortalecer la institución de la diplomacia para armonizar las relaciones

internacionales, se hace entonces imposible considerar que el realismo de

Morgenthau puede ser considerado como un pacifismo pasivo. Es fácil

reconocer que el ofrecimiento de sus proposiciones puede no ser tan consolador

como el de los pacifismos de Bobbio, pero de acuerdo con su teoría, en donde el

mundo político se muestra lleno de inseguridad y contradicción, su propuesta

trata de ser lo más efectiva y pragmática posible.

“Hay algo de espectacular en la simpleza radical de una fórmula que con un brochazo

parece disponer de una vez por todas del problema de la guerra. Esta ha sido la promesa

de las soluciones tales como el comercio libre, el arbitraje, desarme, seguridad colectiva,

socialismo universal, gobierno internacional y el estado mundial. No hay nada de

espectacular, fascinante o inspirado, cuando menos para la mayoría de la gente, en la

diplomacia”54.

La paz nunca es estable

La crítica de Bobbio a la concepción de paz de los realistas se centra en

considerar el cese de hostilidades, producido por el equilibrio de poder, no como

un estado de paz sino como un estado de tregua. De acuerdo con el filósofo

italiano es indispensable la existencia de un ordenamiento jurídico que regule la

relación entre dos partes, para poder considerar tal relación, en donde hay una

ausencia de actividad bélica, como una relación pacifica. Mientras no exista una

normatividad positiva, establecida para una determinada situación en donde la

violencia aparenta estar controlada, lo máximo que se puede pensar sobre ella es

52

Ibid., p 646. 53

Morgenthau, Hans. Escritos sobre política internacional. Madrid: Tecnos, 1990.p 66 54

Morgenthau, Hans. Op. Cit. p 751

36

que es un estado de tregua. Es por esto que para Bobbio el papel del Derecho

puede ser de gran importancia en las relaciones internacionales (el pacifismo

jurídico convierte al derecho en la manera de alcanzar la paz mundial a través

del Estado universal), importancia que comparte sólo parcialmente Morgenthau.

Para el alemán, sería ilusorio desconocer el fundamental papel que ha jugado el

derecho a la hora de preservar las armónicas relaciones entre los diferentes

estados, “Si existió al menos, y en cierta medida, paz y orden en las relaciones

entre tales entidades que poseían autoridad suprema dentro de sus territorios,

relaciones que, por otra parte, fueron continuas, ello se debió inevitablemente a

la existencia de ciertas normas legales que ordenaron esas relaciones”55

. Desde

el siglo dieciséis, periodo en el que se inicio la configuración de lo que hoy

conocemos como nuestro sistema de derecho internacional, los estados en

muchas ocasiones han observado respetuosamente los contenidos de este

derecho. Los periodos de paz, a lo largo de los cuatrocientos años de duración

del derecho internacional, se han caracterizado por la elaboración de una

inmensa cantidad de tratados cuidadosamente acatados, en los que se estipulan

las conductas a seguir de los Estados. Morgenthau, al igual que Bobbio,

reconocería también el supremo valor del derecho para la paz, basándose en la

evidencia histórica que lo confirmaría56

.

Pero la posición de Morgenthau ahonda más en el análisis de la función del

derecho en la política internacional. Partiendo del hecho de que el derecho

internacional es un derecho primitivo, es decir, es un derecho no centralizado en

lo jurídico, en lo legislativo y especialmente en lo ejecutivo, sus fundamentos

deben ser distintos a los del derecho nacional. “El derecho internacional debe su

existencia y funcionamiento a dos factores, ambos de carácter descentralizado:

intereses idénticos o complementarios de cada uno de los Estados y la

distribución de poder entre ellos. Donde no hay comunidad de intereses ni

equilibrio de poder no hay derecho internacional.”57

Dado que no existe una

unidad que cree, juzgue y sancione el derecho internacional, la única forma de

establecer un conjunto de normas entre las naciones es a través del consenso de

intereses entre los diferentes Estados. Siempre que haya una comunidad de

intereses sobre algunos objetivos se pueden establecer acuerdos; cuando no

existe esta comunidad, dado que no existe una entidad superior a la de los

estados, ninguno de ellos se ve obligado a pactar con ningún otro sobre algún

asunto en el que no se vea interesado.

Pero junto a los intereses idénticos o complementarios capaces de crear el

derecho internacional, se encuentra la distribución de poder entre los estados,

quien es la que se encarga de preservar el cumplimiento de este derecho. Es

gracias al grupo de balanzas de poder que se han establecido en las relaciones

internacionales que el derecho internacional ha sido cuidadosamente observado.

55

Ibid., p 324. 56

Ibid., p 325. 57

Ibid., p 326.

37

Sin la existencia de los equilibrios de poder, grandes potencias, no viéndose

obligadas por ningún poder superior que las constriña, tienen la libertad de

desconocer el derecho que puede regir su relación con los demás Estados. De ahí

que a la base de cualquier derecho internacional deban existir los equilibrios de

poder que lo hagan efectivo. “El equilibrio de poder actúa como fuerza

descentralizada sólo bajo la forma de disuasivo general contra las violencias del

derecho internacional y en los casos excepcionales en que una violación reclama

una acción que refuerce la norma.”58

Sin la existencia de la fuerza

descentralizada de los equilibrios de poder, no existiría razón alguna para que un

Estado, enfrentándose a una situación en donde le es desfavorable acatar las

normas, mantuviera un actuar legalmente permitido. Es precisamente porque las

balanzas de poder logran constituir la esencia del poder coercitivo del derecho

internacional, por lo que se puede afirmar que son estas balanzas los

fundamentos del derecho. Sin equilibrio de poder no hay derecho internacional,

es gracias a esa particular distribución de la fuerza internacional que se pueden

constituir sistemas jurídicos capaces de salvaguardar los estados de paz.

Una vez se parte de la idea de los estados de paz basados en los inestables

equilibrios de poder, la idea de paz, como afirmaba Bobbio, entendida como un

consumado y continuo escenario de armonía internacional, tiene que ser

cuestionada. Si es cierto que los equilibrios de poder son inestables y tienden a

su desaparición, y son estos equilibrios los que están a la base del derecho

internacional, quien a su vez permite consolidar los momentos de ausencia de

acciones violentas como verdaderas situaciones de paz, se debe aceptar que es

falsa la existencia de escenarios estables y perpetuos de concordia entre las

naciones, garantizados por el mismo sistema jurídico. El escenario pacifico se

encuentra sustentado en las variables relaciones políticas y de fuerza entre los

diferentes Estados, por lo que pretender que una vez se instaura un conjunto de

normas legales en determinada situación hace de ella una situación de constante

paz y estabilidad, desconoce los fundamentos materiales del derecho.

“El camino hacia una distinción clara entre la guerra internacional y la paz, que en el siglo XIX y

principios del XX parecía identificar la situación interna con la internacional, fue superficial y de

naturaleza técnica, concomitante con los métodos cambiantes de la guerra y con la política

internacional en general, y no afectó a la amenaza siempre presente de la violencia real, que en la

esfera internacional es inherente a lo que llamamos estado de paz”59

.

Al igual que Bobbio, el Derecho para Morgenthau guarda íntima relación con el

uso de la fuerza, pero para el segundo el derecho se relaciona de tal manera con

ella que, un sistema de normas legales concreto, para una situación específica,

nunca es capaz de garantizar el uso de la violencia estipulado legítimamente. La

amenaza de un uso de la fuerza de manera desmedida se mantiene siempre,

incluso en los periodos de paz delimitados por el derecho. El derecho no es

58

Ibid., p 326. 59

Morgenthau, Hans. Op. Cit. p 21.

38

capaz de eliminar esa amenaza continua, no se puede entender como la última

etapa del proceso de pacificación en el que la estabilidad se ha consumado; por

el contrario, es en defensa del derecho que el ejercicio de la fuerza se libera para

garantizar que el equilibrio de poder entre ciertas potencias se mantenga estable,

para conservar aquello que, conseguido en la letra (en los estipulado en las

normas), debería tener continuidad en la realidad. El sistema jurídico es

expresión de los conflictos de poder internacionales, por ello el derecho no

puede salvaguardar la paz, no puede ser la eliminación del peligro de la guerra.

El poder y la fuerza solo pueden ser controlados por el poder y la fuerza

equivalentes, es de ese empate de posibles violencias de donde se desprende el

respeto por el derecho.

El estado de tregua, criticado por Bobbio como estado insuficiente para la

consecución de una definitiva paz, no puede ser entendido como el estado

intermedio entre un real estado de paz y un estado de guerra. La tregua

considerada por Bobbio, a pesar de lo estipulado por el derecho internacional, es

la situación más parecida a lo que consideramos una situación de armonía entre

naciones. El peligro nunca deja de estar latente, la amenaza no puede eliminarse,

es por ello que un estado de paz como el de Bobbio no pertenece a la historia, tal

vez pueda ser un ideal, pero es un ideal inalcanzable. Por el contrario, el estado

de tregua, en donde se reconoce el peligro perenne de la guerra, es uno de los

dos polos reales de la situación entre los diferentes estados: o estamos en un

escenario de violencia desatada, en el cual los Estados despliegan el monopolio

de su fuerza sin restricción alguna, o nos encontramos en una situación en donde

los Estados, producto del equilibrio de poder existente entre ellos, optan por

crear unas normas que busquen mantener el statu quo. En las relaciones

internacionales la búsqueda del equilibrio de poder no es una medida temerosa o

austera frente a las ambiciones que supuestamente deberíamos tener para tratar

de eliminar el peligro. Es precisamente porque se reconoce que la paz nunca es

estable que se busca tratar de consolidar los fundamentos de la concordia

internacional; es porque no existen soluciones definitivas y completamente

satisfactorias que los equilibrios de poder son las metas y los periodos a

conservar.

Cuando la política internacional se ve amenazada por el peligro de los ataques

con armas nucleares, es más temible esta pavorosa contingencia cuando se es

consciente de los endebles basamentos de los periodos de paz en los que hemos

vivido. Sin embargo, con ánimo de entender mejor la realidad y actuar más

prudentemente frente a los problemas que ella nos provoca, como humanidad

debemos tratar de descorrer el velo de las ilusiones y esperanzas, y atenernos a

los hechos que son los que verdaderamente marcan nuestro camino. El consuelo

que plantea la paz del derecho frente a una conflictiva realidad, es precisamente

lo que niega la posibilidad de aprender a actuar correctamente frente a los

peligros de una nueva guerra como la que se nos presenta. Una vez conocemos

39

la precariedad de nuestra paz, estamos mejor dispuestos a luchar continuamente

por ella.

El peligro real de la guerra nuclear

La última crítica de Bobbio se ocupa de mostrar como la posibilidad de la guerra

nuclear, posibilidad al parecer negada por los realistas, es una posibilidad real

que, tratando de ser remediada con una política de equilibrio de poder,

ocasionaría que las guerras convencionales se conviertan en enfrentamientos

más destructivos, debido a que se llevan a cabo peligrosas carreras

armamentistas mientras duran estos equilibrios. Dado que las confrontaciones

nucleares supuestamente estarían controladas, la creación de estas armas,

ingenuamente se creería, se debería al deseo simple de no utilizarlas, es decir,

para los realistas simplemente se crearían armas con el propósito de no valerse

de ellas para la obtención de poder con su uso.

La respuesta de Morgenthau, en primer lugar, como ya se mostró anteriormente,

parte del acuerdo con Bobbio en que la guerra nuclear no es una posibilidad

irreal. El hecho de que existan las armas atómicas, junto con la eventualidad de

la acción irracional de quien toma la decisión sobre ejecutar o no un ataque

nuclear, hacen de la guerra atómica un peligro existente incluso bajo las medidas

más efectivas para contrarrestarla. Ahora bien, una vez se anula la posibilidad de

la guerra nuclear exceptuando el desastroso incidente de la acción irracional, la

posibilidad más acorde para el responsable de cada nación parecería ser la de

aumentar su poder acrecentando el numero de armas convencionales bajo su

posesión. Esta vía libre a la carrera armamentista aparentaría ser patrocinada por

el equilibrio de poder que (partiendo de la dificultad de medición del poder de

otras naciones que las obliga a aumentar sus armamentos para no quedar

rezagadas en la lucha por el poder), caracterizado por su inestabilidad y

tendencia a la desaparición, y siendo en ocasiones defendido como ideología que

oculta intereses de poder nacionales60

, como supuesta solución a la destrucción

mundial con el armamento nuclear, estaría encaminando a la realidad

internacional a niveles de destrucción muy elevados.

El peligro de las carreras armamentistas desbordadas, provocadas por el

equilibrio de poder, es un peligro aceptado por Morgenthau. Sin embargo, es

sólo un tipo de equilibrio de poder el capaz de originar estas competencias

desmedidas. “La carrera armamentista mediante la que una nación A trata de no

verse relegada, y si es posible sobrepasar, los armamentos de una nación B y

viceversa, es el típico instrumental de un equilibrio de poder dinámico e

inestable (…) Ante situaciones como éstas, desde fines de las guerras

napoleónicas se han hecho repetidos intentos por crear un equilibrio estable de

poder, ya que no por establecer una paz permanente, mediante el desarme

60

Esto en el numeral catorce de “Política entre las naciones” titulado “Evaluación del equilibrio de poder”.

40

proporcionado de las naciones en competencia.”61

. De ninguna manera, como

también afirmé anteriormente, el equilibrio de poder puede ser la medida única y

definitiva que permita alcanzar situaciones estables de armonía internacional. El

equilibrio de poder funciona mientras existan mecanismos que logren

aprovechar las fuerzas naturales del hombre para la paz. Cuando se presentan

estas carreras armamentistas, ellas se deben al anhelo de conseguir equilibrios de

poder caracterizados por su poca estabilidad, por su poca durabilidad. En su

mayoría los equilibrios de poder expresados en la carrera armamentista

terminan en fracasos y en guerra62

.Por el contrario, cuando las distintas naciones

se ocupan de crear alianzas contra una nación que emerge como posible

dominadora mundial, o cuando se generan alianzas para contraponerse a otra

alianza que parece alcanzar un poder que separadamente sería difícil de

enfrentar, los equilibrios de poder que surgen son más firmes y estables. Son las

alianzas las expresiones por excelencia, históricamente hablando, del equilibrio

de poder63

.

Las consecuencias de los equilibrios de poder no siempre son las mismas, en

ocasiones pueden significar carreras armamentistas, pero también pueden

traducirse en la creación de alianzas o también en la generación de acuerdos

sobre compensaciones. Los equilibrios de poder, en sí mismos, no son los

causantes de las carreras armamentistas. Como hemos visto, junto con

mecanismos como la diplomacia, un equilibrio de poder tenderá favorablemente

a la formación de alianzas, antes que a la resolución insegura de la acumulación

continua de armamento. De esto se desprende que los equilibrios de poder no

sólo son útiles para aminorar la posibilidad del enfrentamiento con armas

nucleares, sino también para enfrentar la eventualidad de aquellas guerras con

armas convencionales, siempre que se tenga conciencia de la necesidad de

acompañarlos con los mecanismos (como la diplomacia) que apunten a

realizarlos.

En segundo lugar, la postura de Morgenthau frente a la creación de las armas

nucleares no sería la misma que la de Bobbio. Es cierto que con la elaboración

de las armas de destrucción masiva las naciones no tienen como objetivo nada

más que desecharlas o prescindir de su uso; sin embargo eso no significa que

por ello su construcción tenga como objetivo atentar contra un posible enemigo.

A raíz de la distinción hecha por Morgenthau entre las distintas maneras en que

cada nación efectúa su política internacional64

, ya sea como política del statu

quo, o como política imperialista, o bien como política de prestigio, se puede

determinar a su vez de qué modo hace uso del armamento del que dispone. Bajo

una política de statu quo o imperialista, existe la posibilidad de que una nación

pueda llegar a hacer uso de su armamento, ya sea para mantener la distribución

61

Ibid., p 224. 62

Ibid., p 224. 63

Ibid., p 224. 64

Política entre las naciones. De 63 a 115.

41

de poder existente o bien para transformarla. En el caso de la política de

prestigio, y partiendo de la suposición de la acción racional de los agentes, la

elaboración de las armas nucleares se debería a la búsqueda de una obtención de

un determinado nivel de prestigio otorgado por el resto de naciones. “Una

política de prestigio logra un verdadero éxito cuando ofrece a la nación que la

persigue una verdadera reputación de poder que la exime de tener que emplear el

poder que realmente tiene. En este éxito intervienen dos factores: una

indiscutible reputación de poder y la reputación de restringirse en cuanto a su

empleo”65

. Es cierto que las naciones, detentando armas nucleares, tienen la

capacidad real de atacar con ellas a otras naciones; sin embargo esa capacidad,

partiendo del deseo de una mejor situación de poder truncado por el uso siempre

irracional de armas nucleares, no es la finalidad cuando de lo que se trata es de

alcanzar un determinado grado de reputación. “El compromiso de los

superpoderes de usar la fuerza en defensa de sus intereses se halla paralizado por

el temor de tener que usarla, y la estrategia nuclear se empantana en su intento

de ser un mecanismo construido no para hacer la guerra sino para evitar las

consecuencias predecibles de la guerra nuclear”66

. Es precisamente porque se

adelantan políticas de prestigio por lo que se crean armas que con su uso

implicarían una acción completamente irracional. Estas armas no pretenden

muchas veces ser usadas, o por lo menos no a la manera en que harían de ese

hecho una absoluta catástrofe, sino que su construcción obedece al más

moderado movimiento político que busca, desplegando, ostentando o

simplemente informando sobre la posesión de ellas, impresionar al resto de las

naciones a través de la amenaza, del prestigio que trae la posibilidad de

amenazar.

Las armas nucleares son instrumentos de indiscriminada destrucción masiva y por lo

tanto, no pueden ser empleadas para propósitos militares racionales. Pueden emplearse

para disuadir de una guerra mediante la amenaza de la destrucción total, pero no pueden

usarse para librar una guerra de modo racional. Una nación armada tan sólo con

proyectiles nucleares obtiene muy pequeño poder político de su posición militar, ya que

carece de otros medios que no sean los militares –es decir, la amenaza con la destrucción

nuclear – para imponer su voluntad sobre otra nación”67.

No es entonces tampoco cierta la afirmación de Bobbio según la cual el

realismo, en este caso defendido por Morgenthau, ingenuamente creería que las

naciones poseen armas nucleares para no hacer uso de ellas. El realismo cree que

esas armas implican un peligro y realmente pueden llegar a ser empleadas, pero

también deja claro que hasta ahora su elaboración se ha debido más al deseo de

usarlas para obtener un prestigio internacional, antes que el deseo de hacer del

mundo un escenario de destrucción absoluta.

65

Ibid., p 1109. 66

Morgenthau, Hans: "The Four Paradoxes of Nuclear Strategy", American Political Science Review, Vol 58, No. 1, 1964, p. 23 67

Morgenthau, Hans. Op. Cit. 158.

42

Cap. 3 Conclusión: una nueva visión del equilibrio de poder

Tras evaluar los argumentos formulados por Morgenthau para responder a las

críticas hechas por Bobbio al realismo político, quisiera formular la conclusión del

debate en tres puntos: como primer punto quisiera mostrar que tras haber precisado

los elementos principales del análisis del realismo planteado por Morgenthau, se

hace claro que Bobbio, considerando la aproximación realista al equilibrio de

poder, habría dejado de lado elementos importantes que hacen que entender la

propuesta de la balanza de poder, como un elemento fundamental para la política

internacional, no pueda ser considerado como una creencia ingenua. El equilibrio

de poder no sólo es un horizonte normativo que debería guiar la práctica de las

relaciones entre Estados, además es una política que sirve como uno de entre otros

elementos para la lucha contra la consolidación de poderes que se podrían tornar

muy difíciles de restringir en el escenario internacional, ayudando a mantener y

consolidar de esta manera los periodos de paz.

Cuando Bobbio considera que el equilibrio de poder es una medida peligrosa cuando

nos enfrentamos a la eventualidad de la guerra nuclear, no está reconociendo la

antigüedad de una medida que se ha logrado conservar gracias a la utilidad que le

brinda a la estrategia política mundial para preservar la seguridad de muchas

naciones que se ven amenazadas por la consolidación de grandes poderes. Es cierto

que una política que afirme buscar el equilibrio de poder internacional podría estar

escondiendo un uso ideológico del equilibrio68

, pero si se reconoce que los

momentos de paz se alcanzan es gracias a esa política de balanza, es necesario

apuntar a su consolidación real antes que a su negación completa. Para el caso

especifico de la crisis atómica, la pretensión de Bobbio es alcanzar y practicar,

debido a la magnitud del riesgo, una medida que asegure la consecución absoluta de

una paz perpetua. Como vimos, sin embargo, esta posición parte de la situación que

se pretende alcanzar antes que de la que se quiere transformar, es decir, para Bobbio

la realidad existente es una realidad supremamente complicada, de ahí su

pesimismo, pero afirma que el equilibrio de poder no es una propuesta útil para

contrarrestar esa difícil situación porque no tiene el grado de perfección, debido a su

inseguridad, que sí tiene el pretendido estado de paz absoluta. Se juzga el equilibrio

de poder desde la armonía total de las relaciones internacionales, pero no se concibe

que la única manera de conseguir esa armonía completa, o por lo menos apuntar a

conseguirla, sea a través de mecanismos que busquen paulatinamente trasfigurar la

condición de cosas existente. Una pacificación instantánea, un cambio repentino y

absoluto en las relaciones entre todos los estados, no podrá de ninguna manera ser

exitosa porque no se reconoce precisamente la complejidad de la situación que se

intenta transformar. El pacifismo activo de Bobbio parecería proponer la

transformación de la realidad, abstrayéndose de ella.

Pero dentro de la propuesta del pacifismo activo hay un criterio de distinción entre

las diferentes formas de llevarlo acabo: “la practicabilidad, donde debemos entender

68

Ibid., p 257.

43

por tal la posibilidad y facilidad de realización y la eficacia, entendiendo por tal el

poder del medio, una vez llevado a la acción, para obtener los resultados esperados.

Mientras que para juzgar la practicabilidad se debe tener en cuenta la complejidad,

para juzgar la eficacia se debe tener en cuenta la profundidad.”69

Los tres tipos de

pacifismo activo se distinguen precisamente por el tipo de relación que existe entre

practicabilidad y eficacia. La relación entre estas dos variables es inversa en este

pacifismo activo. Entre más practicable es una medida, menos eficaz es para

alcanzar la paz. Así, el pacifismo instrumental es el más practicable, pero el menos

eficaz, el pacifismo finalista es el menos practicable pero el más eficaz y el

pacifismo institucional es medianamente practicable y medianamente eficaz.

Quisiera, como segundo punto de esta conclusión, evaluar los tres tipos de

pacifismos activos para corroborar la idea de un pacifismo abstracto en Bobbio.

Iniciando por el pacifismo instrumental, el objetivo de la reducción o eliminación de

armamentos se muestra como el más practicable pero también como el más

ineficiente. Su ineficacia se debe, como reconocen Bobbio y Morgenthau, a que con

la eliminación de las armas no se elimina con ello la capacidad para reconstruirlas.

Además, existe la presuposición errónea en la filosofía del desarme que considera

que la humanidad se enfrenta gracias a que tiene armas disponibles para hacerlo. La

humanidad no hace la guerra porque existan los medios para realizarla, los medios

son creados porque son considerados necesarios para hacer la guerra.

“Quítenles las armas e igual pelearán ya sea a puño limpio o conseguirán nuevas armas con las que

pelear. Lo que lleva a la guerra son las condiciones que están en las mentes de los hombres,

quienes hacen aparecer a la guerra como el menor de los males. En esas condiciones debe

encontrarse la enfermedad de la que el deseo – y la posesión- de armas no es más que el

síntoma”70.

Tanto Bobbio y Morgenthau consideran que es gracias a una capacidad o una

disposición de la mente humana que los hombres hacen la guerra. No es útil acabar

con las armas existentes para alcanzar la paz, porque se desconoce el fondo

psicológico fuente del ejercicio de la guerra. Las políticas del desarme sólo tratan

con la consecuencia de ese fondo, por eso sólo muy pocas veces han logrado ser de

utilidad71

. El pacifismo instrumental resulta inadecuado para alcanzar la paz

perpetua pretendida por Bobbio: es un pacifismo que puede ser practicado, pero no

puede lograr la meta que se traza.

En el caso del pacifismo institucional, hay dos maneras de llevar a realización el

pacifismo activo: el pacifismo social y el pacifismo jurídico. El primero es el que

apunta a ala eliminación del Estado, el segundo a la consecución de un Estado

mundial. En el caso del pacifismo social,

69

Bobbio, Norberto. Op. Cit. p 85 70

Morgenthau, Hans. Op Cit. p 476 71

Política entre las naciones 461.

44

“el remedio por excelencia es la transformación del orden social capitalista, o bien el pasaje del

capitalismo al socialismo; no la eliminación de los Estados, sino la destrucción de un tipo de

Estado. (…), por otra parte, la fase de formación de Estados socialistas contrapuestos a los Estados

capitalistas es, para el marxismo inspirador de este movimiento por la paz, intermedia y

provisional, y por lo tanto antecesora de la parte definitiva de la extinción del Estado (…)”72.

Pero junto con la aspiración de eliminar el Estado, viene un elemento aparejado

señalado por Bobbio en “¿Qué socialismo?”: “El problema de la extinción del

Estado- tal como fue planteado por la teoría marxista- se halla indisolublemente

ligado al problema de la extinción del sistema de los Estados, o sea, de la

comunidad, tal como hasta hoy ha estado constituida.”73

Con la aspiración a la

eliminación del Estado se encuentra el problema de cómo eliminar el sistema

interestatal, pues de acuerdo con Bobbio, es necesaria la consideración de que el

Estado hace parte de una comunidad que lo define, y sólo cuando se reconoce la

pertenencia a una comunidad, característica básica para la concepción del Estado, se

puede entender que para que la formación estatal sea eliminada definitivamente, es

necesario que la comunidad o sistema de estados también lo sea. Sin embargo, en la

formulación hecha por Bobbio del pacifismo social en P.G.V.P no se propone

ningún camino para alcanzar la eliminación del Estado y la comunidad interestatal.

Más que un camino para conseguir la paz, el pacifismo social se postula como uno

de los objetivos de un tipo de pacifismo. La formulación de Bobbio no ahonda en las

maneras de generar practicas conducentes a cuestionar y reformular la realidad

social, su análisis se limita a nombrar la situación en la que no habría estado de

guerra para una corriente de pensamiento político (el marxismo) sin ocuparse, como

sí lo hizo Morgenthau, de proponer mecanismos para tratar de conseguir la meta de

la paz.

Pero con la falta de medios propuestos para alcanzar el objetivo de eliminar el

Estado, también se hace evidente la carencia fundamental del pacifismo activo.

Siendo necesaria la eliminación de la comunidad interestatal para acabar con el

Estado, Bobbio no reconoce la realidad y el conflicto de fuerzas existentes que

motivan la consolidación de esa comunidad. Como el mismo Bobbio afirma, de

acuerdo con lo que se ha venido observado en la historia, antes que una eliminación

del Estado, la comunidad internacional ha tendido a la consolidación de Estados más

fuertes, o grupos de Estados con mayor poder74

. Los elementos que conforman esa

comunidad internacional, hacen de las relaciones internacionales un conjunto de

fenómenos bastante complejos de explicar y de entender con precisión, por lo que

afirmar que la solución al problema de la guerra se encuentra simplemente en la

eliminación del Estado, es la presuposición de una disposición para la paz, por parte

de todos los intereses que se encuentran en la comunidad internacional, que debido a

la conflictiva situación, es evidente que no existe. Partiendo del conocimiento de

una difícil situación internacional que obliga a la urgente tarea de crear una

72

El problema de la guerra pag 80 73

¿Qué socialismo? 42 74

Morgenthau, Hans. Op. Cit. p 622

45

conciencia atómica en la humanidad, considerar que la situación mundial se

solucionará con la eliminación del sistema de estados, niega precisamente, cuando

no hay una evaluación de los medios para alcanzar la supresión de ese sistema, la

conciencia de la inmensa cantidad de factores que repercuten en la comunidad

internacional. Es gracias a la falta de entendimiento de la lógica de las relaciones

internacionales, gracias a la falta de conciencia de la política de poder que rige el

sistema internacional, que se hace tan difícil también una conciencia atómica.

Mientras no se busque entender de manera exhaustiva y detallada las relaciones

internacionales, afirmaciones como las de Bobbio sobre el peligro inminente de la

destrucción total, sólo son avisos de alarma incapaces de señalar la gravedad y las

posibilidades del peligro. Para emprender la acción que facilite buscar la paz, se

necesitan caminos reales y no solo abstractos puntos de llegada.

El caso del pacifismo jurídico no dista mucho del pacifismo social. Aunque

aparentemente menos eficaz y más practicable, la propuesta del pacifismo jurídico

carece de mecanismos concretos que apunten a su consecución. Bobbio afirma:

“Para el pacifismo jurídico el remedio por excelencia es la institución del Superestado o

Estado mundial, puesto que en lo que una determinada fase de un conflicto internacional

hace inevitable el uso de la fuerza es la falta de una autoridad superior a cada uno de los

Estados, con poder de decidir quién tiene razón y quien no y de imponer su decisión por

la fuerza, es decir, el único camino para eliminar las guerras es la institución de esta

autoridad superior, que no puede ser otra que un Estado único y universal por encima de

todos los existentes”75.

Para esta propuesta Bobbio tampoco formula ninguna vía que permita alcanzar ese

Estado mundial, simplemente se limita a formularlo como la situación en donde los

motivos de los conflictos se solucionan y la paz se logra. Sin embargo, el pacifismo

jurídico es tal vez el único de los pacifismos que, ateniéndose a los criterios de

practicabilidad y eficacia, puede ser aceptado por Morgenthau. Con el pacifismo

jurídico Bobbio propone precisamente el objetivo a conseguir privilegiado por la

diplomacia en el caso de Morgenthau. “La diplomacia puede hacer de la paz algo

más seguro que la actual y el Estado mundial podría hacer la paz más segura si las

naciones cumplieran con las reglas de la diplomacia. Si embargo, como no puede

haber paz permanente sin un Estado mundial, no puede haber un Estado mundial sin

los procesos diplomáticos para preservar la paz y construir esa comunidad”76

. El

objetivo de Morgenthau con la diplomacia es alcanzar una comunidad capaz de

compartir el deseo y la decisión de crear un Estado mundial que busque preservar la

paz y la estabilidad de las relaciones humanas, pero la construcción del Estado

mundial no puede ser considerada como un pacifismo en sí, sino el objetivo de un

tipo de pacifismo. De acuerdo con Morgenthau, sería un pacifismo guiado por los

objetivos de la diplomacia, para la cual las soluciones no interrumpen ni transforman

radicalmente las realidades, sino que consolidan procesos continuos y progresivos

75

Bobbio, Norberto. Op. Cit. p 679 76

Morgenthau, Hans. Op. Cit.p 646

46

de negociación que pueden brindar resultados muchas veces desconocidos

públicamente77

. Es porque no se pueden dar soluciones radicales, y a menos que

consideremos que el análisis de Bobbio se queda en la superficialidad, que el

pacifismo jurídico se confina a la abstracción del resultado esperado. Dado que no

hay un riguroso análisis del papel de la diplomacia, o de otros posibles mecanismos

capaces de guiar el curso de acción para alcanzar la paz, la propuesta del pacifismo

jurídico es la abstracción de los procesos reales para alcanzar la armonía de las

relaciones internacionales.

Por último, el caso del pacifismo finalista, que se propone el cambio de una

naturaleza humana particularmente perjudicial para la paz, vuelve a caer en el

desconocimiento de la complejidad de los factores que intervienen en la vida social,

proponiendo medidas que, aunque por Bobbio reconocidas como muy difíciles de

llevar a la acción, se muestran como las más eficaces. Hay dos maneras en que se

origina ese pacifismo finalista, o bien por la creencia en que la humanidad padece de

un defecto moral originario, o bien porque biológicamente la naturaleza humana

tiende a la corrupción y hacia la violencia contra los otros. De estas dos fuentes se

derivan las soluciones de los moralistas o de los psiquiatras y psicólogos. Los

moralistas estarían encargados de mostrar la carencia moral de las personas, tratando

reformarlas. Para los moralistas, “el problema de la guerra y la paz es un problema

de conversión”78

. Se trata entonces de convencer a la humanidad entera de su

condición pecadora y amoral, buscando que a partir de ese reconocimiento cambien

su actitud y se tornen más solidarios y pacíficos. En el caso de la causa biológica de

la guerra, los encargados de brindar la solución son los psicólogos y psiquiatras. El

objetivo en este caso sería la curación de una naturaleza enferma, que provoca las

grandes catástrofes y violencias. Del par de soluciones propuestas por el pacifismo

finalista, es fácil reconocer que, apuntando supuestamente al origen del problema de

la guerra (la disposición de la mente humana), se desconoce la lucha política por el

poder que se encuentra detrás de esa imposición de una buena moral o de la salud.

La paz completa en las relaciones internacionales, que pretende alcanzar la medida

de la transformación, acude a la posibilidad de la armonía completa de todas las

relaciones humanas, en donde, gracias a una tendencia hacia la no violencia, todos

los conflictos se resolverían pacíficamente. Sin embargo, la realización de tal

medida debe enmarcarse en una planeación rigurosa a menos que desee terminar

únicamente como imagen de lo deseable y no de lo posible. Es así que plantear

como medida para la paz internacional la transformación radical de todos los seres

humanos hasta el punto de cambiar su naturaleza, no debe prescindir del necesario

análisis de las condiciones, si es que existen, que posibilitarían tal transformación.

Mientras solamente se indique que la paz se consigue haciendo a los hombres

pacíficos, el análisis de Bobbio vuelve a caer en mostrar no los caminos para la paz,

sino escenarios ya pacíficos.

77

Ibid., 536 78

Norberto, Bobbio. Op.Cit. p 83.

47

Como tercer punto de esta conclusión, se hace indispensable reformular el valor del

llamado pacifismo activo. La abstracción de la realidad hecha por Bobbio en su

análisis, que lo lleva a plantear los tipos de pacifismos que propuso, son medidas

que simplemente se contraponen a la realidad (pues son metas donde se plantean ya

las situaciones pacificas), sin ocuparse de conocer los medios que permitirían

adentrarse en ella para lograr verdaderas modificaciones. En palabras de

Morgenthau, “El realista no logra convencerse de que esa transformación (del

mundo contemporáneo) puede lograrse a través de una simple confrontación de la

realidad política, regida por sus propias leyes”79

. Los procesos necesarios para una

transformación son obviados por Bobbio, cuando el problema principal frente a la

crisis de la guerra son precisamente los caminos indispensables para evitarla. El

pacifismo activo resulta ser un pacifismo abstracto: un pacifismo que se abstrae de

la realidad y en esa medida necesariamente plantea también abstracciones para su

solucionarla. Se resalta, de esta manera, dada la carencia de los distintos tipos de

pacifismo activo, la importancia del concepto de equilibrio de poder: mientras no

logremos ocuparnos en un estudio concienzudo de lo que ocurre en las relaciones

internacionales, el equilibrio de poder como horizonte normativo, como practica

natural a la que tienden los poderes consolidados o como política buscada para

estabilizar las relaciones y buscar la paz, es el único camino, acompañado de la

diplomacia, presentado en este trabajo como camino para alcanzar la paz.

Sin embargo, antes de finalizar, habría también que hacer una salvedad sobre el

trabajo de Bobbio en P.G.V.P. Si no buscásemos, como sabemos ahora

indispensable en cada texto que hable sobre la paz, los reales caminos para

alcanzarla, tal vez podríamos observar de manera distinta el ensayo de Bobbio. Si

bien no se plantean las maneras en que se podría alcanzar la paz, y más que “vías” el

titulo del ensayo del italiano debería optar por utilizar la palabra “escenarios”, puede

que el objetivo de la reflexión hecha por Bobbio se centre en una función de

recopilación, mas que en una indicación para guiar la acción. Puede que Bobbio con

el pacifismo activo hubiera querido mostrar los objetivos de los distintos tipos de

formas de actuar ante la guerra, arrojándose al pesimismo no porque hubiera

desconocido la realidad, sino porque creía muy difícil poder transformarla hasta el

punto de alcanzar cualquiera de los tres escenarios pacíficos. Es posible que al

adoptar esta posición frente al trabajo del italiano logremos valorar más su

propuesta, pero algo que no debemos dejar de lado es que, como el mismo Bobbio

reconoce, si lo importante ante el problema de la guerra es actuar para afrontarla, es

necesario pensar los mecanismos concretos de los que se puede servir el pacifismo.

De acuerdo con lo estudiado en este trabajo, el difícil objetivo de la paz se niega a

ser considerado como una meta fácil y alcanzable de una vez y para siempre. La paz

es un constante transito que se consolida en conflictos continuos y negociaciones

constantes entre los poderes que se fortalecen y se desmoronan en procesos algunas

veces invisibles. Se requiere de un trabajo arduo para entender lo complicado de las

79

Morgenthau, Hans. Op. Cit. p 21

48

relaciones humanas y los factores que intervienen en ellas. La conciencia atómica

reclama, a su vez, una conciencia del rigor que exige el problema. La paz, en época

de tan grave peligro, ahonda en su condición distante y se necesita de mayores

esfuerzos para atraerla, pero a menos que dejemos de apreciar las soluciones

facilistas y los mundos felices de inmanencia y completitud, una paz verdadera, con

su carácter precario, no podrá ser vislumbrado en los caminos de la política entre

las naciones.

49

BIBLIOGRAFÍA

Bobbio, Norberto. Diccionario de política. Ciudad de México: Siglo XXI, 2005. 2 v.

________ El filósofo y la política: Antología. Ciudad de México: Fondo de Cultura

Económica, 2002. 140 p.

________ El problema de la guerra y las vías de la paz. Barcelona: Gedisa, 1982.

204 p.

________ El tercero Ausente. Madrid: Cátedra, 1997. 309 p.

________ Ni con Marx ni contra Marx. Ciudad de México: Fondo de cultura

económica, 1999. 283 p.

________ ¿Qué socialismo? Barcelona: Plaza & Janes, 1986. 173 p.

Bonanate, Luigi. El pensamiento internacionalista de Bobbio. Ciudad de México:

Fontamara, 2009. 140 p.

Griffiths, Martin. Fifty key thinkers in international relations. New York. Routledge,

2009. 404 p.

________ Realism, Idealism and international politics. London: Routledge, 1992.

206 p.

Hume, David. Ensayos morales, políticos y literarios. Madrid: Trotta, 2011. 584 p.

Polanyi, Karl. La gran transformación. Madrid: la piqueta, 1989. 470 p.

Morgenthau, Hans. Escritos sobre política internacional. Madrid: Tecnos, 1990. 166

p.

________ Política entre las naciones: la lucha por el poder y la paz. Buenos Aires:

Latinoamericano, 1986. 718 p.

50

________ Scientific Man vs Power politics. Chicago: University of Chicago. 1974.

255 p.

________ The four paradoxes of Nuclear Strategy, American Political Science

Review, Vol 58, No 1, 1964, 23.

Neacsu, Michaela. Hans J. Morgenthau´s theory of international relations:

disenchantment and re- enchantment. New York: Palgrave Macmillan, 2010. 190 p.

Silva Abbot, Max. Derecho, poder y valores: una visión crítica del pensamiento de

Norberto Bobbio. Granada: Comares, 2008. 456 p.

Thompson, Kenneth. Master of international thought. Baton Rouge and London

Louisiana University Press, 1982.

Weil, Simone. Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social.

Barcelona: Paidós Ibérica, 1995. 150 p.

Williams, Michael. Realism reconsidered: the legacy of Hans Morgenthau in

International relations. New York: Oxford university press, 2007. 278 p.