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Actualidad Litúrgica 233, pp. 15- 18 DISPOSICIONES PERSONALES EN LA LITURGIA Los SENTIDOS Es necesario que los fieles pongan su alma en consonan- cia con su voz (Sacrosanctum Concilium 11). Introducción Apoyado en la llamada que nos hace el Concilio Vaticano II de poner "el alma en consonancia con la voz'; considero como disposiciones necesarias las que implican la corporei- dad, para participar con la máxima atención. Abordo espe- cialmente las disposiciones relacionadas con la vista y con el oído, que son clave para la experiencia pascual: "Lo que ya existía desde el principio, lo que hemos oído y hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y hemos tocado con nuestras propias manos. Nos referimos a aquel que es la Palabra de la vida. Esta vida se ha hecho visible y nosotros la hemos visto y somos testigos de ella. Les anunciamos esta vida, que es eterna, y estaba con el Padre y se nos ha manifestado a nosotros" (1Jn1, 1-2). La liturgia es una celebración pública, social, eclesial, en ám- bitos comunitarios, en los que se trasmite al ambiente, como por ósmosis, la actitud de escucha, recogimiento, atención, respeto, entre los que participan y asisten a las distintas cele- braciones, o por el contrario, la extroversión, la curiosidad, la trivialidad. Es frecuente observar, sobre todo, en actos litúrgicos en los que tienen lugar celebraciones de bautis- mos, primeras comuniones, confirmaciones, bodas, funera- les, fiestas patronales, una excesiva expresividad en las rela- ciones que establecen los asistentes, siendo difícil distinguir, a veces, si el acto está teniendo lugar en un espacio sagra- do, como expresión creyente, o en un salón de convenciones, como reunión social. Se hace necesaria una pedagogía nueva, para invitar a quie- nes desean participar en las acciones sagradas a permane- cer en actitud recogida, receptiva de escucha, de atención, de respeto, por un triple motivo, por la acción sacramental que se celebra, por el deseo y necesidad personal de vivirla lo más profundamente posible, y por la emulación que se produce en los asistentes, según sea la actitud de cada uno de los fieles. El modo de participar lo más conscientemente posible en la liturgia es una responsabilidad personal. Sin embargo, puede haber condicionantes que apoyen o disuadan, que estimulen o impidan el recogimiento interior, la percepción espiritual con los sentidos del alma, a lo que contribuye efi- cazmente el modo de ejercitar los sentidos corporales. Ángel Moreno En la líturgia ... nuestro comportamiento exterior produce en los demás sentimientos que mueven al recogimiento, o a la distracción. Aunque lo que autentifica una acción delante de Dios es la rectitud de intención - "porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones" (1 Sam 16, 7)- si en verdad se de- sea celebrar con atención y aprovechamiento un acto litúr- gico, son necesarias, además, unas disposiciones exteriores que acompañen, estimulen, favorezcan el deseo religioso de participar en los Misterios sagrados, como señala el manda- miento principal: "con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas" (Deut 6, 4-5). Desde esta perspectiva, la implicación de la corporeidad es esencial y todo lo que ayude a que nuestros sentidos queden potenciados, para una mayor vivencia de la acción litúrgica. La corporeidad La Iglesia, en las acciones sagradas, invita al fiel a participar de manera total, con alma y cuerpo, mente y corazón, para que no se convierta en espectador, ni caiga en el riesgo de la inconsciencia, del tedio, de la distracción, del mero cumpli- miento moral o social. Es muy significativo, en este sentido, 15

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Actualidad Litúrgica 233, pp. 15- 18

DISPOSICIONES PERSONALES EN LA LITURGIA

Los SENTIDOS

Es necesario que los fieles pongan su alma en consonan­cia con su voz (Sacrosanctum Concilium 11).

Introducción

Apoyado en la llamada que nos hace el Concilio Vaticano II de poner "el alma en consonancia con la voz'; considero como disposiciones necesarias las que implican la corporei­dad, para participar con la máxima atención. Abordo espe­cialmente las disposiciones relacionadas con la vista y con el oído, que son clave para la experiencia pascual:

"Lo que ya existía desde el principio, lo que hemos oído y hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y hemos tocado con nuestras propias manos. Nos referimos a aquel que es la Palabra de la vida. Esta vida se ha hecho visible y nosotros la hemos visto y somos testigos de ella. Les anunciamos esta vida, que es eterna, y estaba con el Padre y se nos ha manifestado a nosotros" (1Jn1, 1-2).

La liturgia es una celebración pública, social, eclesial, en ám­bitos comunitarios, en los que se trasmite al ambiente, como por ósmosis, la actitud de escucha, recogimiento, atención, respeto, entre los que participan y asisten a las distintas cele­braciones, o por el contrario, la extroversión, la curiosidad, la trivialidad. Es frecuente observar, sobre todo, en actos litúrgicos en los que tienen lugar celebraciones de bautis­mos, primeras comuniones, confirmaciones, bodas, funera­les, fiestas patronales, una excesiva expresividad en las rela­ciones que establecen los asistentes, siendo difícil distinguir, a veces, si el acto está teniendo lugar en un espacio sagra­do, como expresión creyente, o en un salón de convenciones, como reunión social.

Se hace necesaria una pedagogía nueva, para invitar a quie­nes desean participar en las acciones sagradas a permane­cer en actitud recogida, receptiva de escucha, de atención, de respeto, por un triple motivo, por la acción sacramental que se celebra, por el deseo y necesidad personal de vivirla lo más profundamente posible, y por la emulación que se produce en los asistentes, según sea la actitud de cada uno de los fieles.

El modo de participar lo más conscientemente posible en la liturgia es una responsabilidad personal. Sin embargo, puede haber condicionantes que apoyen o disuadan, que estimulen o impidan el recogimiento interior, la percepción espiritual con los sentidos del alma, a lo que contribuye efi­cazmente el modo de ejercitar los sentidos corporales.

Ángel Moreno

En la líturgia ... nuestro comportamiento exterior produce en los demás sentimientos que mueven al recogimiento, o a la distracción.

Aunque lo que autentifica una acción delante de Dios es la rectitud de intención - "porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones" (1 Sam 16, 7)- si en verdad se de­sea celebrar con atención y aprovechamiento un acto litúr­gico, son necesarias, además, unas disposiciones exteriores que acompañen, estimulen, favorezcan el deseo religioso de participar en los Misterios sagrados, como señala el manda­miento principal: "con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas" (Deut 6, 4-5). Desde esta perspectiva, la implicación de la corporeidad es esencial y todo lo que ayude a que nuestros sentidos queden potenciados, para una mayor vivencia de la acción litúrgica.

La corporeidad

La Iglesia, en las acciones sagradas, invita al fiel a participar de manera total, con alma y cuerpo, mente y corazón, para que no se convierta en espectador, ni caiga en el riesgo de la inconsciencia, del tedio, de la distracción, del mero cumpli­miento moral o social. Es muy significativo, en este sentido,

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el diálogo que se establece entre el presbítero y la asamblea en el momento del prefacio. Dice el sacerdote: "Levantemos el corazón'; y responden los fieles: "Lo tenemos levantado hacia el Señor".

La liturgia, a diferencia de la oración personal e íntima, solicita que prestemos obsequiosamente nuestra corporei­dad, como materia sacramental, para que pueda acontecer el Misterio Pascual. Al igual que para celebrar la Eucaristía se hacen imprescindibles las ofrendas del pan y del vino, de alguna manera es necesaria también la presencia activa y consciente de los fieles, lo mismo que la del presbítero. Para ello influye mucho el modo como permanecemos, incluso físicamente, durante la celebración.

Si acudimos a la Sagrada Escritura, sorprende que en varios relatos, en los que el pasaje bíblico se refiere a un banque­te o comida, prefiguración de la Eucaristía, se aluda explí­citamente a todos los sentidos corporales. Por ejemplo, la bendición de Isaac a su hijo Jacob (Gén 27), la parábola del Hijo pródigo (Le 15, 11-32); la comida de Jesús en casa de Simón el fariseo (Le 7, 37-50). En los diferentes relatos de la Última Cena, también se puede apreciar el protagonismo de los sentidos corporales, así como en el lavatorio de los pies (Jn 13).

La recomendación de disponerse para la celebración, no es una llamada exclusiva a lo sensorial, sino a la participación viva, receptiva, consciente, para lo que ayuda de manera muy real el modo como cada fiel se sitúa ante la celebración. Para ello es necesaria una preparación o disposición que fo­mente la participación sensible y receptiva de cada persona en la celebración litúrgica.

Puede parecer exagerada la afirmación de que la liturgia nos pide participar con los cinco sentidos. Con esta exigencia no quisiera herir a quienes por una razón o por otra sufren alguna discapacidad. La apelación a los sentidos tiene tam­bién una interpretación simbólica y espiritual, para decir de la necesidad que tenemos de permanecer atentos y cons­cientes a la hora de participar en la liturgia

Los ojos perfectos

"Oráculo de Balaam, hijo de Beor, palabra del varón de ojos penetrantes; oráculo del que escucha la palabra de Dios y contempla en éxtasis, con los ojos abiertos, la visión del Todopoderoso. Qué bellas son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel" (Núm 24, 4-5).

"El sabio tiene ojos abiertos, mientras que el necio cami­na a oscuras" (Ecli 2, 14).

Como primera disposición necesaria para participar en la liturgia con atención, en el ejercicio de unidad de alma y cuerpo, hacemos una llamada a considerar la importancia que tienen los ojos, la mirada, en relación con el culto divino. Del cuidado que se tenga con el don de la vista, en saber mantenerla centrada en el motivo de la celebración, va a depender en parte el aprovechamiento.

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Tres dimensiones, y tres responsabilidades se concentran en la relación que se da entre los ojos y la liturgia. La dispo­sición del espacio celebrativo, el recogimiento de la mira­da, trabajo personal, el cuidado de las formas de vestir y de actuar en público.

Tu luz nos hace ver la luz

Para apoyar las disposiciones personales de la atención, es también necesario un apoyo que favorezca el noble deseo de asistir y participar en las acciones sagradas con recogimien­to. Las luces del altar, la lámpara del sacramento, los focos del presbiterio, y los de la nave de la asamblea son media­ciones importantes, instrumentos que, además de su posible significado simbólico, ayudan a ver y a mirar, a contemplar y a percibir la presencia de símbolos e imágenes, el taber­náculo, el Crucifijo, y sentir el impacto espiritual e interior que transmiten.

Tanto el lugar sagrado, como quienes entran en él, están muy condicionados por los efectos de la luz. De ahí lo im­portante que es ordenar adecuadamente la iluminación del templo, para llamar al recogimiento, centrar la mirada en los elementos esenciales del culto, especialmente en la Cruz, en el altar y en el sagrario.

No obstante, a pesar de que el lugar de culto no tenga las mejores condiciones luminotécnicas, el creyente conoce que "sus ojos son la luz de su cuerpo" (cfr. Mt 6, 22). Saberlos dirigir hacia lo sagrado, hacia el propio interior, será una disposición valiosa para gustar y gozar de la liturgia. Santa Teresa de Jesús despertaba los ojos del alma, poniendo su vista en estampas e imágenes del Señor, que le ayudaban a combatir su imaginación.

"Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi mane­ra de oración. Si pensaba en algún paso, lo representa­ba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que aun para pensar y representar en mí como lo pro­curaba traer la Humanidad del Señor, nunca acababa'' (santa Teresa de Jesús, Vida 4, 7).

¡Cómo ayuda la estética, la belleza, el orden que esté todo bien dispuesto! El pastor debe ser responsable de atraer la mirada de los fieles hacia lo esencial. Si la arquitectura no ayuda, hoy es muy fácil, sin excesivo movimiento de tramo­ya, ordenar los puntos de luz para impresionar a quienes entran a los lugares sagrados, y por el ambiente que se crea gracias al buen uso de las lámparas, producir una llamada al recogimiento, a sentir la presencia de la gloria de Dios, disposición que se aconseja para participar mejor en la celebración.

La mirada

No es indiferente dónde se ponen los ojos, y menos aún si no se tiene ni siquiera advertencia de que se deben mantener

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fijos en él, en Cristo, en aquello que manifiesta la presencia invisible, pero real del Señor. "No os pido más que le miréis" (santa Teresa de Jesús, Camino de perfección 26, 3).

Para participar en la liturgia con corazón unificado, hemos de controlar la vista. Si en nuestro vivir cotidiano nos domi­na la curiosidad, cabe que hasta la frivolidad, es muy difícil lograr después la serena y receptiva estancia en la hora del culto. Sucede con frecuencia, cuando se acude a la celebra­ción, que se citan todas las imágenes contrarias e impiden el sosiego. En algunas circunstancias, hasta cabe que se presente la tentación de pensar que es mejor salirse de la iglesia o no acudir, que permanecer distraído. Si en el fiel se da el fenómeno imaginativo de malos pensamientos, o de preocupaciones extrañas al deseo noble de orar, ¿será mejor no acudir al templo?

La solución no es ausentarse de la práctica cultual, sino la de vigilar la disposición previa y remota adecuada para poder orar con paz, y celebrar, libres del torbellino de la imagi­nación, los oficios litúrgicos. Santa Teresa, que a su imagina­ción llamaba "la loca de la casa'', "tarabilla de molino'', nos enseña cómo concentrarse, poniendo los ojos en algo que atraiga nuestra atención y devoción.

"Lo que podéis hacer para ayuda de esto, procurad traer una imagen o retrato de este Señor que sea a vuestro gus­to; no para traerle en el seno y nunca le mirar, sino para hablar muchas veces con Él, que Él os dará qué le decir" (santa Teresa de Jesús, Camino de perfección 26, 9).

El testimonio

Jesús nos dijo: "Ustedes son la luz del mundo''. Al igual que al ver lo bueno nos sentimos movidos hacia el bien, nosotros mismos podemos acrecentar la llamada al recogimiento, a la serena y gozosa celebración, que manifiesta comunión, pertenencia, sintonía ... En una cultura en la que impera el estímulo visual, debemos ser conscientes que, de una u otra forma, nuestro comportamiento exterior produce en los demás sentimientos que mueven al recogimiento, o a la distracción.

La mirada interior tiene un doble motivo, el de ayudar a disponerse para la liturgia, y el de apoyar a otros fieles en su deseo de gustar lo sagrado. La participación activa en la liturgia implica los ojos y la potencia la mirada; por ello es necesario saber que, según nos vean los demás, somos mo­tivo de estímulo o causa de dispersión. Nuestra forma de vestir, de estar en silencio, en actitud recogida, orante, en medio de la asamblea ayuda al aprovechamiento interior, tanto propio, como al de los fieles que acompañan.

"Habla, Señor, que tu siervo te escucha"

"Desde la celebración del Concilio Vaticano II la Iglesia católica ha descubierto nuevamente que esta transmisión de la fe, entendida como encuentro con Cristo, se rea­liza mediante la Sagrada Escritura y la Tradición viva de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo" (La nueva

evangelización para la transmisión de la fe cristiana, Li­neamento 13).

La Liturgia, especialmente la eucarística, se define como "mesa de la Palabrá' y "mesa del Pan". La fe entra por el oído, según nos refieren los Hechos de los Apóstoles, "¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie?" (Rom 10, 14). De que se escuche y se acoja la Palabra de Dios depende en parte el fruto de la celebración litúrgica y el acrecenta­miento de la fe.

Precisamente ante el Sínodo que se celebró el mes de octubre de 2012, los llamados "lineamenta" hacen especial hincapié en la relación que debemos tener con la Palabra.

"Transmitir la fe significa esencialmente transmitir las Escrituras, principalmente el Evangelio, que permiten conocer a Jesús, el Señor" (La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, Lineamento 2).

Las Escrituras se proclaman en la liturgia, son una fuente de santificación porque es Palabra viva. Depende de la actitud de escucha el que la Palabra llegue al corazón.

San Benito, el padre del monacato occidental, comienza su regla con la llamada a disponernos a la acogida reverencial de los preceptos del Maestro: "Escucha, hijo, los preceptos del maestro, y préstales el oído de tu corazón" (RB Prólogo).

Una disposición personal que se recomienda es la de haber leído o escuchado la liturgia de la Palabra antes de la cele­bración. Es muy distinto el fruto que se recibe si a la hora de proclamarse la Palabra de Dios ya se había meditado. De manera especial, el presbítero, o el que preside la asamblea, si predica, lo hará con mayor convicción, si antes ha medita­do y orado las lecturas.

Al igual que para obtener la concentración y recogimiento, importa cómo se haya cuidado la vista; del mismo modo, la capacidad receptiva de la proclamación de la Palabra y de su comentario depende de la atención que se ponga en la recepción del mensaje, pero también de la preparación que haya ofrecido quien dirige la celebración.

Es bastante frecuente haber participado en un acto de culto en el que se ha leído la Escritura y, sin embargo, poco des­pués no recordar ni siquiera el texto o el pasaje. Con ello se denuncia la falta de preparación o de receptividad con la que se ha asistido.

En el método de la Lectio Divina, además de los pasos clá­sicos de lectura, meditación, oración, contemplación, se ha añadido otro, previo a todo el proceso, llamado Statio, opa­rada. Sin duda que depende de la hondura a la que llegue la Palabra el fruto que produce. La disposición del oído atento es una actitud necesaria y recomendada.

Para que sea acogida debidamente la Palabra, ayuda mucho disponer de buenos lectores, a la vez que de medios que

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hagan bien perceptible la proclamación. San Benito pide que sean lectores los que puedan edificar. En este sentido, a veces por diferentes razones, no se cuida suficientemente este servicio. Los pastores deberían ser sensibles al minis­terio del lector. Influye mucho de cómo se pronuncie un texto para que atraiga la atención, consiga el afecto y el obsequio de la obediencia.

Conclusión

Respecto a la nueva evangelización, siempre será referen­te el testimonio de los primeros discípulos, que apelan a la

experiencia de lo que han visto y oído, para acreditar la ver­dad de su anuncio.

En la liturgia, los creyentes nos convertimos doblemente en testigos, porque al acudir a la celebración hacemos una confesión pública de pertenencia, y porque de la experien­cia que hayamos tenido en la acción sagrada, saldremos con mayor fuerza y vitalidad para anunciar el Evangelio.

Liturgia y Espiritualidad n. 2, año XLIII

Angel Moreno, presbítero, es doctor en Teologíá espiritual, capellán del Monasterio de Buenafuente del Sistal y Vicario Episcopal para la Vida Consagrada, de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara.