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Sadeq Hedayat, nació en Teherán en el año 1903 y se suicidó en París en abril de 1951. Autor de obras de teatro, ensayos etnográficos y novelas, es conocido sobre todo por su novela But-e-kur (El buho ciego), su obra maestra, que pudo editar en Teherán en 1941. Se dio a conocer en Europa gracias a la traducción francesa La Chouette aveugle, obra maestra de la literatura persa del siglo XX, que fue recibida con entusiasmo por Breton, quien la comparó con Aurelia de Nerval, Gradiva de Jensen y Misterios de Hamsun. La primera traducción al castellano, El Buho ciego, es de 1992 (Hiperión). El texto que aquí publicamos, Los antepasados del hombre, pequeña fábula sobre el crimen y el poder, es la traducción de la edición francesa Les ancêtres de l’homme (Petite Bibliothèque en mal d’amer), traducida del persa por M.F. y F. Farzaneh. Los antepasados del hombre Sadeq Hedayat, nació en Teherán en el año 1903 y se suicidó en París en abril de 1951. Autor de obras de teatro, ensayos etnográficos y novelas, es conocido sobre todo por su novela But-e-kur (El buho ciego), su obra maestra, que pudo editar en Teherán en 1941. Se dio a conocer en Europa gracias a la traducción francesa La Chouette aveugle, obra maestra de la literatura persa del siglo XX, que fue recibida con entusiasmo por Breton, quien la comparó con Aurelia de Nerval, Gradiva de Jensen y Misterios de Hamsun. La primera traducción al castellano, El Buho ciego, es de 1992 (Hiperión). El texto que aquí publicamos, Los antepasados

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Sadeq Hedayat, nació en Teherán en el año 1903 y se suicidóen París en abril de 1951. Autor de obras de teatro, ensayosetnográficos y novelas, es conocido sobre todo por su novelaBut-e-kur (El buho ciego), su obra maestra, que pudoeditar en Teherán en 1941. Se dio a conocer en Europagracias a la traducción francesa La Chouette aveugle,obra maestra de la literatura persa del siglo XX, que fuerecibida con entusiasmo por Breton, quien la comparó conAurelia de Nerval, Gradiva de Jensen y Misterios deHamsun. La primera traducción al castellano, El Buhociego, es de 1992 (Hiperión).

El texto que aquí publicamos, Los antepasadosdel hombre, pequeña fábula sobre el crimen y el poder,es la traducción de la edición francesa Les ancêtres del’homme (Petite Bibliothèque en mal d’amer), traducidadel persa por M.F. y F. Farzaneh.

Los antepasados del hombre

Sadeq Hedayat, nació en Teherán en el año 1903 y se suicidóen París en abril de 1951. Autor de obras de teatro, ensayosetnográficos y novelas, es conocido sobre todo por su novelaBut-e-kur (El buho ciego), su obra maestra, que pudoeditar en Teherán en 1941. Se dio a conocer en Europagracias a la traducción francesa La Chouette aveugle,obra maestra de la literatura persa del siglo XX, que fuerecibida con entusiasmo por Breton, quien la comparó conAurelia de Nerval, Gradiva de Jensen y Misterios deHamsun. La primera traducción al castellano, El Buhociego, es de 1992 (Hiperión).

El texto que aquí publicamos, Los antepasados

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LOS ANTEPASADOS DELHOMBRE

“En la mina de carbón, vi un fósilque parecía una mano de mono”

(Un obrero de las minas de carbónde Chemchak, al norte de Teherán)

Desde hacía millones de años, la Tierra proseguíael pequeño trayecto que se había trazado. Duranteaquel tiempo, la naturaleza estaba en constanteebullición. Las violentas tormentas, los truenos ylos relámpagos, los huracanes y los terremotos eransu lote diario. De la cima del monte Damavand1

1 El volcán Damavand, con 5.671 m. de altitud, es la montañamás alta de Irán. (ndt)

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LOS ANTEPASADOS DELHOMBRE

“En la mina de carbón, vi un fósilque parecía una mano de mono”

(Un obrero de las minas de carbónde Chemchak, al norte de Teherán)

Desde hacía millones de años, la Tierra proseguíael pequeño trayecto que se había trazado. Duranteaquel tiempo, la naturaleza estaba en constanteebullición. Las violentas tormentas, los truenos y

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vegetación, siendo terreno predilecto de losanimales salvajes, entre ellos un grupo de grandessimios recientemente instalados allí. Estos simiosrelativamente evolucionados (en el procesoevolutivo debían de representar el eslabón que uníalos mamíferos al hombre), vivían en comunidadesfamiliares por miedo a las grandes fieras. Dentrode este grupo había dos comunidades notoria-mente mejor establecidas y que mantenían entreellas una relación más estrecha.

La primera de entre ellas, la de Dahaqui, secomponía de Ritiqui, su vieja esposa, y de sus hijosmás jóvenes, su hija Taqua y su hijo Zizi. El restode la progenitura se había dispersado por la selvay nunca más se supo de ellos.

La otra familia, los Quiçaquiqui, tenía un porteexcepcional: pelo canoso, semblante risueño, lasmejillas hundidas, fuertes mandíbulas, la boca

salía un humo grisáceo que de noche se mudaba enllamas anaranjadas cuyo reflejo centelleaba en lasuperficie del lago vecino. La cadena montañosaque rodeaba este lago estaba tapizada de una densavegetación, siendo terreno predilecto de losanimales salvajes, entre ellos un grupo de grandessimios recientemente instalados allí. Estos simiosrelativamente evolucionados (en el procesoevolutivo debían de representar el eslabón que uníalos mamíferos al hombre), vivían en comunidadesfamiliares por miedo a las grandes fieras. Dentrode este grupo había dos comunidades notoria-mente mejor establecidas y que mantenían entreellas una relación más estrecha.

La primera de entre ellas, la de Dahaqui, secomponía de Ritiqui, su vieja esposa, y de sus hijosmás jóvenes, su hija Taqua y su hijo Zizi. El restode la progenitura se había dispersado por la selva

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venerable extraordinariamente larga, y un morroinferior en exceso tembloroso. Su cuello espeso ymuy corto se hundía en su pecho y sus brazospoderosos y viriles terminaban en unas manos muylargas. Su ancho pecho sobresalía dominando ungrueso vientre abombado como sus nalgas.Caminaba con las rodillas flexionadas apoyándosesobre un bastón, pero erguía orgullosamente sucabeza adornada de un mechón de cabellos rojizo.Su hija la joven Vistsit tan solo se distinguía por elverde de sus ojos.

Antes de la llegada de Quiça, los simios llevabanuna vida apacible: comían y se amaban. Suspreocupaciones cotidianas consistían en combatirel hambre, el celibato, la enfermedad, la vejez, y enluchar contra los otros grandes animales. PeroQuiça les inculcó una nueva noción: la envidia. Suambición era convertirse en jefe de la tribu

amplia, largos dientes, grandes orejas redondas ylos ojos color rojo Burdeos muy hundidos en elcráneo. El patriarca Quiçaquiqui poseía ademásuna nariz aplastada bajo la cual pendía una barbavenerable extraordinariamente larga, y un morroinferior en exceso tembloroso. Su cuello espeso ymuy corto se hundía en su pecho y sus brazospoderosos y viriles terminaban en unas manos muylargas. Su ancho pecho sobresalía dominando ungrueso vientre abombado como sus nalgas.Caminaba con las rodillas flexionadas apoyándosesobre un bastón, pero erguía orgullosamente sucabeza adornada de un mechón de cabellos rojizo.Su hija la joven Vistsit tan solo se distinguía por elverde de sus ojos.

Antes de la llegada de Quiça, los simios llevabanuna vida apacible: comían y se amaban. Suspreocupaciones cotidianas consistían en combatir

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Inválido, tuvo que ceder su posición de jefe a Quiça.

Dahaqui. A pesar de su larga barba, que atraíauna multitud de simios respetuosos, no alcanzó suobjetivo más que el día en que Dahaqui se rompióla mandíbula durante un combate contra dos tigres.Inválido, tuvo que ceder su posición de jefe a Quiça.

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de matar a los tigres. Un día, se levantó temprano,se armó de un buen bastón y, acompañado deQuiça, se fue a la caza de los tigres. Las fieras,vestidas de amarillo con rayas negras, con susenormes y poderosas garras, dormían en unestrecho paso. Al verlos, Quiça se subió a un árbol,mientras Dahaqui arrojaba una enorme piedrasobre los tigres, que golpeó a la hembra e hirió almacho en una pata. Aun herido, el tigre saltó sobreDahaqui, pero éste lo esquivó ágilmente. El tigrecayó aplastado contra el suelo, lo que permitió aDahaqui masacrar a las fieras a bastonazos. Perodurante la pelea Dahaqui se rompió la mandíbula.

Con todo esto llegó la horda de simios jubilososy ebrios de alegría. Uno de los tigres tenía la cabezarota y el otro los riñones destrozados. Sufría tantoque tumbó un árbol de una patada. Quiça,apercibiendo el grupo de simios se dio prisa enbajar del árbol donde se había refugiado durante

He aquí cómo se desarrolló esa historia. Apenascomenzado el invierno, dos tigres irrumpieron enel clan de Dahaqui, descuartizando a una docenade los suyos. Como jefe, Dahaqui se impuso la tareade matar a los tigres. Un día, se levantó temprano,se armó de un buen bastón y, acompañado deQuiça, se fue a la caza de los tigres. Las fieras,vestidas de amarillo con rayas negras, con susenormes y poderosas garras, dormían en unestrecho paso. Al verlos, Quiça se subió a un árbol,mientras Dahaqui arrojaba una enorme piedrasobre los tigres, que golpeó a la hembra e hirió almacho en una pata. Aun herido, el tigre saltó sobreDahaqui, pero éste lo esquivó ágilmente. El tigrecayó aplastado contra el suelo, lo que permitió aDahaqui masacrar a las fieras a bastonazos. Perodurante la pelea Dahaqui se rompió la mandíbula.

Con todo esto llegó la horda de simios jubilososy ebrios de alegría Uno de los tigres tenía la cabeza

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yahouh. ouh. vah, vah!Golpeándose el torso, avanzó al encuentro de

los simios, repitiendo este grito modulado paraatraer su atención. Con gran vileza se volvió haciaDahaqui, el cual, con la boca llena de sangre, yacíaen el suelo. “¡Ya-ou-Kiki… Ya-ou Kiki”, gritaba “yomaté el tigre… yo lo maté!” Su mirada dio la vuelta ala asamblea que le testimonió su admiración, ydesde entonces llamaron al valle “QuiçaquiquiKiki”, “el valle de Quiça, el matador de tigres”.Fue así como Quiça se convirtió oficialmente en elsabio de la tribu.

Zizi se cargó a la espalda el cuerpo de su padreherido para llevarlo hasta un árbol donde lo tendiósobre las hojas, mientras Quiça, de la mano de suhija Vistsit, avanzaba bajo la mirada admirativa delos espectadores, con paso solemne, apoyado ensu bastón, pues cojeaba.

el combate y se presentó como el héroe, haciendoresonar con sus dos puños su pecho como untambor. Con voz potente aulló hasta ahogar losruidos de la selva: “¡Kha-ah-kha-ah-kha-ha-yah,yahouh. ouh. vah, vah!”

Golpeándose el torso, avanzó al encuentro delos simios, repitiendo este grito modulado paraatraer su atención. Con gran vileza se volvió haciaDahaqui, el cual, con la boca llena de sangre, yacíaen el suelo. “¡Ya-ou-Kiki… Ya-ou Kiki”, gritaba “yomaté el tigre… yo lo maté!” Su mirada dio la vuelta ala asamblea que le testimonió su admiración, ydesde entonces llamaron al valle “QuiçaquiquiKiki”, “el valle de Quiça, el matador de tigres”.Fue así como Quiça se convirtió oficialmente en elsabio de la tribu.

Zizi se cargó a la espalda el cuerpo de su padreherido para llevarlo hasta un árbol donde lo tendió

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a voluntad, clima delicioso… Pero los simios presentían que un gran peligro

les amenazaba. Se preveía una erupción del volcánDamavand. Los verdes pastos se volvíanamarillentos y una espesa nube negra escondía elcielo. La tierra temblaba cada día con más fuerza.Con todo, los simios esperaban la decisión de sujefe Quiçaquiqui, sólo él daría la señal de partida.

* * *Pasó el invierno sin que la herida de Dahaqui

curara, y sin que él pudiera probar que Quiça lehabía usurpado su papel en la batalla contra lostigres. Peor aún, mientras su herida en la boca habíacicatrizado, la del cuello se infectaba. Su hija locuidaba, lo despiojaba al sol, le masticaba los frutosque le traía Zizi, alejaba las moscas de la herida yZizi incluso llegó a llevarlo a su espalda hasta la

El valle de Quiçaquiqui era el más fértil de todoslos valles de Damavand. Nueces, avellanas, nuezde coco, caña de azúcar, cacahuetes, frutos dulceso ácidos, ásperos o amargos, plantas comestiblesa voluntad, clima delicioso…

Pero los simios presentían que un gran peligroles amenazaba. Se preveía una erupción del volcánDamavand. Los verdes pastos se volvíanamarillentos y una espesa nube negra escondía elcielo. La tierra temblaba cada día con más fuerza.Con todo, los simios esperaban la decisión de sujefe Quiçaquiqui, sólo él daría la señal de partida.

* * *Pasó el invierno sin que la herida de Dahaqui

curara, y sin que él pudiera probar que Quiça lehabía usurpado su papel en la batalla contra lostigres. Peor aún, mientras su herida en la boca había

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del tiempo en compañía de su hija Vistsit. Ésta,con sus verdes ojos, sus piernas sólidas, su vientreabombado y sus musculosos brazos, eraconsiderada por los demás simios como unabelleza; bastaba pronunciar su nombre para quese les hiciera la boca agua. Pero, dado el poder y laastucia de su padre, nadie osaba aproximarse a ella.

El único en rebelarse contra las leyes de la selvay en mofarse de la autoridad de Quiça era Zizi.

Zizi estaba enamorado de Vistsit y ella harta dela compañía de su viejo padre. De tal manera queexasperada por tener que soportarlo, con la puestadel sol, cuando los simios volvían a sus guaridas,ella huía con su amante de cuello robusto y brazospoderosos al bosque vecino, entregándose a losplaceres del amor, fuera de los gritos interminablesy terroríficos de Quiça. A su regreso, su padre leabroncaba gritando con grandes espavientos.

fuente para refrescarle la cara. Dahaqui esperaba,como todos, su muerte.

Durante este tiempo, Quiça se volvía cada vezmás autoritario. Daba las órdenes y pasaba el restodel tiempo en compañía de su hija Vistsit. Ésta,con sus verdes ojos, sus piernas sólidas, su vientreabombado y sus musculosos brazos, eraconsiderada por los demás simios como unabelleza; bastaba pronunciar su nombre para quese les hiciera la boca agua. Pero, dado el poder y laastucia de su padre, nadie osaba aproximarse a ella.

El único en rebelarse contra las leyes de la selvay en mofarse de la autoridad de Quiça era Zizi.

Zizi estaba enamorado de Vistsit y ella harta dela compañía de su viejo padre. De tal manera queexasperada por tener que soportarlo, con la puestadel sol, cuando los simios volvían a sus guaridas,ella huía con su amante de cuello robusto y brazos

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los demás animales. Y, sin poder dormir, pasabael resto de la noche mirando, a través de las ramas,el cielo donde resplandecían las estrellas. Sólopensaba en Zizi. Intentaba imaginar en aquellasestrellas formas de animales y plantas, ingeniándosepor descubrir sus secretos y, a través de ellos, supropia suerte.

Al cabo de algunos meses, Vistsit se quedóembarazada. Su padre, furioso, le declaró la guerra,pegándola y regañándola día y noche. Quiça seinterpuso entre las relaciones de su hija con Zizi.Vistsit declaraba que su padre la había dejadopreñada. Pero Quiça no se equivocaba, yciertamente era el olor de Zizi el que a su hijaembalsamaba. Así pues los amantes decidieron huira un bosque lejano.

* * *

Vistsit se sentaba delante de su padre, solícita,con lágrimas en los ojos, el semblante hosco; todosu cuerpo desprendía tristeza. Llegó hasta perderla paciencia y hurló a todo pulmón haciendo huir alos demás animales. Y, sin poder dormir, pasabael resto de la noche mirando, a través de las ramas,el cielo donde resplandecían las estrellas. Sólopensaba en Zizi. Intentaba imaginar en aquellasestrellas formas de animales y plantas, ingeniándosepor descubrir sus secretos y, a través de ellos, supropia suerte.

Al cabo de algunos meses, Vistsit se quedóembarazada. Su padre, furioso, le declaró la guerra,pegándola y regañándola día y noche. Quiça seinterpuso entre las relaciones de su hija con Zizi.Vistsit declaraba que su padre la había dejadopreñada. Pero Quiça no se equivocaba, yciertamente era el olor de Zizi el que a su hija

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en fusión, dando un aspecto fantástico a las grandesramas. A lo lejos, extrañas sombras se introducíansubrepticiamente en los matorrales, deslizándosebajo los árboles, y se escondían. Se oía el susurrode las hojas. Se veía como la hierba ondulaba enolas sucesivas. Los chacales aullaban, las hienas reíancon sarcasmo descubriendo sus blancos colmillos,y sus gemidos se transformaban en espantososaullidos. El estrujamiento de las alas óseas de losgrandes murciélagos y el rugido de los tigrescreaban una atmósfera de terror entre los animalesde la selva, particularmente entre los simios, quegruñían. Los predadores salían de caza.

Aquella noche, Zizi traía algunos frutos secosen una mano y una nuez de coco en la otra.Esperaba a Vistsit bajo un árbol a unos cien pasosde la guarida de Quiça. Masticaba sin apetitoalgunas vainas rojas, limpiándose la boca con el

Una tarde, cuando la desigual frondosidad delos árboles dejaba filtrar hasta el suelo el claro deluna, aparecieron de repente pesadas nubes,oscureciendo el cielo como una chapa de plomoen fusión, dando un aspecto fantástico a las grandesramas. A lo lejos, extrañas sombras se introducíansubrepticiamente en los matorrales, deslizándosebajo los árboles, y se escondían. Se oía el susurrode las hojas. Se veía como la hierba ondulaba enolas sucesivas. Los chacales aullaban, las hienas reíancon sarcasmo descubriendo sus blancos colmillos,y sus gemidos se transformaban en espantososaullidos. El estrujamiento de las alas óseas de losgrandes murciélagos y el rugido de los tigrescreaban una atmósfera de terror entre los animalesde la selva, particularmente entre los simios, quegruñían. Los predadores salían de caza.

Aquella noche, Zizi traía algunos frutos secos

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trastornada, avanzaba cautelosamente. CuandoZizi avanzó, la pobre Vistsit se espantó pensandoque no fuera una serpiente o un animal peligroso,pero enseguida, al reconocerlo, se echó a sus brazos.“Kha.ah-yah-yah-ouh-voh-voh”, gritaba.

Un pájaro nocturno emprendió el vuelo. Vistsitpresentía, por su instinto animal, que sus devaneosamorosos durarían poco pues su padre no tardaríaen separarlos.

“¡Wahoû Wahoû!” la consolaba Zizi con vozdulce. “Estoy aquí” le susurraba abrazándola. Estegesto, imperfecto y torpe aún, desvelaba unsentimiento primitivo, una necesidad física, yapoética, romántica.

Zizi soltó a Vistsit para romper la nuez de cococontra el tronco de un árbol y virtió la leche en laboca de Vistsit, que la sorbió con gran apetito,tomando el fruto con las dos manos y enloque-

dorso de la mano y escupiendo los huesos. Estabainquieto y su corazón batía fuertemente. De pronto,muy cerca, las ramas se apartaron y apareció la carasombría de espesas cejas de Vistsit que,trastornada, avanzaba cautelosamente. CuandoZizi avanzó, la pobre Vistsit se espantó pensandoque no fuera una serpiente o un animal peligroso,pero enseguida, al reconocerlo, se echó a sus brazos.“Kha.ah-yah-yah-ouh-voh-voh”, gritaba.

Un pájaro nocturno emprendió el vuelo. Vistsitpresentía, por su instinto animal, que sus devaneosamorosos durarían poco pues su padre no tardaríaen separarlos.

“¡Wahoû Wahoû!” la consolaba Zizi con vozdulce. “Estoy aquí” le susurraba abrazándola. Estegesto, imperfecto y torpe aún, desvelaba unsentimiento primitivo, una necesidad física, yapoética, romántica.

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el fruto, y una vez acabado aulló de placer – !Ziziwahoû… Zizi Wahoû¡ ¡Te amo Zizi¡”– tan fuerte queel eco devolvió su frase. La luna se abrió paso entrelas nubes, iluminando un modesto riachuelo quecorría hacia un pequeño lago al pie de Damavand.Este lago parecía angostarse, la vegetación que lorodeaba se desecaba y los pájaros habían huido.Sin embargo, el cielo despejado hizo nacer en estoscorazones simples una suerte de misteriosa alegríaque no llegaban a comunicarse.

De pronto, un movimiento inesperado agitó lasramas: un uro se acercaba a beber. Para los jóvenesamantes eso fue una distracción. El animal remojósu hocico y el agua le goteaba. Calmada su sed,miró a su alrededor y regresó por donde habíavenido. Zizi y Vistsit salieron despacio de suescondite. Ahora se distinguían perfectamente lasestrellas, el majestuoso Damavand, con la cima

ciendo de dicha. Algunas gotas de leche cayeronsobre sus pechos y Zizi, con su espesa lengua, sepuso a lamerlos, estrechando de nuevo a la hembraentre sus brazos. Vistsit se apartó para mejor gustarel fruto, y una vez acabado aulló de placer –“!Ziziwahoû… Zizi Wahoû¡ ¡Te amo Zizi¡”– tan fuerte queel eco devolvió su frase. La luna se abrió paso entrelas nubes, iluminando un modesto riachuelo quecorría hacia un pequeño lago al pie de Damavand.Este lago parecía angostarse, la vegetación que lorodeaba se desecaba y los pájaros habían huido.Sin embargo, el cielo despejado hizo nacer en estoscorazones simples una suerte de misteriosa alegríaque no llegaban a comunicarse.

De pronto, un movimiento inesperado agitó lasramas: un uro se acercaba a beber. Para los jóvenesamantes eso fue una distracción. El animal remojósu hocico y el agua le goteaba. Calmada su sed,

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brazos y el pecho generoso de Vistsit le parecieronde una extraordinaria belleza. Había comido bien,sus músculos se habían recalentado, su sangre ledevolvía todo su vigor. El perfume de Vistsit loembriagaba de tal manera que sentía la necesidadde brincar, de divertirse.

Entonces tomó a la hembra en su espalda, dioalgunos gritos de gozo, corriendo y saltando altiempo que observaba hacia atrás con inquietud.Su algazara hacía huir a los pájaros. De vez encuando la reposaba en el suelo y se agarraba a lasramas balanceándose con presteza, como si quisieradarse en espectáculo a Vistsit. Luego volvía a ella,le cogía la mano, la forzaba a rodar por el suelocorriendo alegremente. Estos gestos, tanarmoniosos, devolvían la vida a los árboles heladosdel bosque. Todo su esqueleto –sus rodillasflexionadas, sus largos brazos, sus poderosas

cubierta de una espesa humareda de color naranjaque se reflejaba en la superficie del lago. Los ojosde Zizi expresaban una intensa dicha. Laprominente mandíbula, la tez cobriza, los largosbrazos y el pecho generoso de Vistsit le parecieronde una extraordinaria belleza. Había comido bien,sus músculos se habían recalentado, su sangre ledevolvía todo su vigor. El perfume de Vistsit loembriagaba de tal manera que sentía la necesidadde brincar, de divertirse.

Entonces tomó a la hembra en su espalda, dioalgunos gritos de gozo, corriendo y saltando altiempo que observaba hacia atrás con inquietud.Su algazara hacía huir a los pájaros. De vez encuando la reposaba en el suelo y se agarraba a lasramas balanceándose con presteza, como si quisieradarse en espectáculo a Vistsit. Luego volvía a ella,le cogía la mano, la forzaba a rodar por el suelo

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extremidades que le permitían colgarse a las ramascon la ayuda de sus manos– danzaba en ósmosiscon el bosque.

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cruel dormía allí y que dejaban tras ellos los frutosque habían saboreado, un abrigo mullido y elrecuerdo de sus juegos infantiles.

“Quiçaquiqui…” murmuró Vistsit. Zizi la cogióentre sus brazos pero la soltó enseguida; susefusiones sentimentales eran repentinas y de cortaduración. Todo su amor se refugiaba en sus ojos ypor la mirada se lo comunicaban. Prontoreemprendieron sus alegres piruetas dirigiéndosehacia un destino desconocido. Vistsit tenía unaconfianza absoluta en los poderosos brazos de Zizi,el mismo que le procuraba los frutos.

* * *

Así, apreciando el paisaje del Damavand en elclaro de luna, unidos inocentemente uno al otro,se alejaban del valle de Quiça el matador de tigres,el valle del padre de Vistsit. Sabían que este padrecruel dormía allí y que dejaban tras ellos los frutosque habían saboreado, un abrigo mullido y elrecuerdo de sus juegos infantiles.

“Quiçaquiqui…” murmuró Vistsit. Zizi la cogióentre sus brazos pero la soltó enseguida; susefusiones sentimentales eran repentinas y de cortaduración. Todo su amor se refugiaba en sus ojos ypor la mirada se lo comunicaban. Prontoreemprendieron sus alegres piruetas dirigiéndosehacia un destino desconocido. Vistsit tenía unaconfianza absoluta en los poderosos brazos de Zizi,el mismo que le procuraba los frutos.

* * *

Una pálida estrella centelleaba todavía allevantar el día. El horizonte se vestía de un colorlechoso. Los árboles y el volcán se reflejaban en el

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cima subía una humareda ahora negruzca, se erguíaamenazador.

Al despertarse, Quiçaquiqui llamó a su hija conun espantoso rugido. Al no verla, empezó a aullar,apenando a los demás simios sin que por estoninguno viniera en su ayuda, ya que todos temían aZizi y a sus poderosos brazos y sabiendo que estabacon Vistsit ninguno de ellos estaba dispuesto amedirse con él.

Con la tarde llegó un lote de sorpresas: por dosveces consecutivas la tierra tembló y el Damavandtronó, eructando azufre y cenizas. Aterrados, losanimales huyeron hacia bosques lejanos, mientraslos simios se juntaban en el claro del bosque con laesperanza de ser guiados por su jefe Quiçaquiqui aun lugar seguro. Machos, hembras y crías seacurrucaban unos contra otros.

pequeño lago. Una ligera brisa expandía el perfumede las flores y hojas en descomposición. Poco apoco el sol dorado subía al cielo, anunciando undía apacible, sin nubes. Pero el Damavand, a cuyacima subía una humareda ahora negruzca, se erguíaamenazador.

Al despertarse, Quiçaquiqui llamó a su hija conun espantoso rugido. Al no verla, empezó a aullar,apenando a los demás simios sin que por estoninguno viniera en su ayuda, ya que todos temían aZizi y a sus poderosos brazos y sabiendo que estabacon Vistsit ninguno de ellos estaba dispuesto amedirse con él.

Con la tarde llegó un lote de sorpresas: por dosveces consecutivas la tierra tembló y el Damavandtronó, eructando azufre y cenizas. Aterrados, losanimales huyeron hacia bosques lejanos, mientras

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la piel del cráneo arrugada, tan sólo guardaba untalante solemne. Parecía tan espantoso como unloco escapado de una pesadilla.

Se dirigió hacia una roca que escaló con la ayudade su bastón. Batiendo su amplio pecho, gritó:«¡Kha-ah-kha-ah-ouah, ouah, ouah!» Con los ojosinyectados en sangre, rompió una rama de castaño.«Hi hi, ya ou Quiçaquiqui, empezó, Dahaqui ya ou yiyi,kha-ah-ah Zizi Vistsit roukou, Quiçaquiqui, rata you hivig lutic vah, vah…» Le faltaban las palabras. Intentóhacerse entender con gestos, se repetía, babeabaabundantemente y echaba gritos ensordecedores.

«Soy Quiça el matador de tigres, el que os liberó.Mi barba es la más larga. He soportado másinviernos que vosotros. Tengo experiencia.Conozco el lenguaje de las estrellas y el de los ríos.Dahaqui ha desobedecido. Su hijo Zizi ha robadomi hija Vistsit y por esto la tierra tiembla. La tierra

La llegada improvisada de Quiçaquiqui al vallecausó una penosa impresión. Apoyado en ungrueso bastón, hirsuto, la barba gris, los ojos rojosa causa del insomnio, el bezo más caído que nunca,la piel del cráneo arrugada, tan sólo guardaba untalante solemne. Parecía tan espantoso como unloco escapado de una pesadilla.

Se dirigió hacia una roca que escaló con la ayudade su bastón. Batiendo su amplio pecho, gritó:«¡Kha-ah-kha-ah-ouah, ouah, ouah!» Con los ojosinyectados en sangre, rompió una rama de castaño.«Hi hi, ya ou Quiçaquiqui, empezó, Dahaqui ya ou yiyi,kha-ah-ah Zizi Vistsit roukou, Quiçaquiqui, rata you hivig lutic vah, vah…» Le faltaban las palabras. Intentóhacerse entender con gestos, se repetía, babeabaabundantemente y echaba gritos ensordecedores.

«Soy Quiça el matador de tigres, el que os liberó.Mi barba es la más larga. He soportado más

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Dahaqui sigue con vida. Por culpa de Dahaqui laluna viste de rojo, la montaña hace domba domba, latierra tiembla. La tierra matará a todo el mundo…»

Los simios, bajo el efecto del discurso de Quiçay olvidando el ruido sordo del volcán y lostemblores de la tierra, se desenfrenaron.Apoyándose en su bastón, Quiçaquiqui se sentósobre una roca y miró cómo los simios se lanzabana la guarida de Dahaqui y lo sacaban junto a sumujer y su hija. Ciego de un ojo y con la caraensangrentada, Dahaqui gemía de dolor. Su hija serefugió en los brazos de su madre, escondiendo sucabeza entre sus pechos, mientras Quiça,soñoliento, esperaba el fin de su venganza. Derepente estalló un gran tumulto: cuatro enormessimios cogieron a Dahaqui por los miembros y losubieron a los pies de su jefe. Dahaqui intentabadesprenderse de los agresores. Los aullidos de

mata porque yo, que tengo la barba más larga, hesufrido una injusticia. Hay que matar a Dahaqui ytraerme a su hija Taqua. Para mí sus frutos, paramí todas las hijas. Si las fuentes se secan es porqueDahaqui sigue con vida. Por culpa de Dahaqui laluna viste de rojo, la montaña hace domba domba, latierra tiembla. La tierra matará a todo el mundo…»

Los simios, bajo el efecto del discurso de Quiçay olvidando el ruido sordo del volcán y lostemblores de la tierra, se desenfrenaron.Apoyándose en su bastón, Quiçaquiqui se sentósobre una roca y miró cómo los simios se lanzabana la guarida de Dahaqui y lo sacaban junto a sumujer y su hija. Ciego de un ojo y con la caraensangrentada, Dahaqui gemía de dolor. Su hija serefugió en los brazos de su madre, escondiendo sucabeza entre sus pechos, mientras Quiça,soñoliento, esperaba el fin de su venganza. De

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sus entrañas y se abalanzó sobre este enemigo quele había robado todo. Pero lo tiraron al suelo. Conel rostro bañado en sangre y en sudor, se retorcíade dolor bajo los bastonazos que le propinabanlos grandes simios, mientras otros lo lapidaban.Los gritos de Dahaqui se espaciaban y, a cadagemido la sangre corría con más fuerza hacia supecho. Ahora, su pesada mandíbula colgaba consus potentes dientes rotos. Ahogado, escupíasangre, lo cual excitaba a los otros simios. Con esteespectáculo nacía en ellos un sentimientoindefinible compuesto de angustia y de gozo. Taqua,una niña que no había conocido más que diezinviernos se pegaba a los brazos de su madre.Cuando las separaron, brincó a un castaño, aullandopálida y temblorosa. Tenía una espesa cabellera gris,algunos pelos rojizos y el pelo de su dorso era casiblanco. Lo llevaron a la fuerza junto al viejo Quiça.

alegría se juntaban con los gritos de cólera y dedolor. Después dejaron a los pies de Quiça al restode la familia. Fue cuando Dahaqui el tuerto, alapercibir a Quiça, gritó desde lo más profundo desus entrañas y se abalanzó sobre este enemigo quele había robado todo. Pero lo tiraron al suelo. Conel rostro bañado en sangre y en sudor, se retorcíade dolor bajo los bastonazos que le propinabanlos grandes simios, mientras otros lo lapidaban.Los gritos de Dahaqui se espaciaban y, a cadagemido la sangre corría con más fuerza hacia supecho. Ahora, su pesada mandíbula colgaba consus potentes dientes rotos. Ahogado, escupíasangre, lo cual excitaba a los otros simios. Con esteespectáculo nacía en ellos un sentimientoindefinible compuesto de angustia y de gozo. Taqua,una niña que no había conocido más que diezinviernos se pegaba a los brazos de su madre.

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de placer. Su larga barba, su frente saliente y susbuches debajo de los ojos lo volvían grosero yterrorífico. A fin de calmar a Taquia, que se resistía,la gratificó con una bofetada. Asustada, se calló enseco y se puso a despiojarle, mientras el viejo sedelectaba con el suplicio de Dahaqui y su mujer.

Por fin, Quiça había conseguido su objetivo:había aniquilado a su rival y se había hecho con susbienes. No sólo mataban ante sus ojos a su mujersino que su joven hija, dócil le acariciaba tantiernamente como si se tratara de su padre, y lodespojaba de los pequeños parásitos. ¿Qué máspodía pedir? Feliz, le caía la baba. Los gritos deDahaqui eran cada vez más débiles hasta quecesaron definitivamente. Después de unossobresaltos, cayó sin vida junto al cadáver de suesposa. Los simios le abrieron el vientre y learrancaron las entrañas, repartiéndoselas a pedazos.

Al mismo tiempo, ante la mirada de su maridoDahaqui torturaban a Ritiqui con los clamores dejúbilo de los asistentes. Quiça, cogió a Taqua y laapretó entre sus largos brazos. Sus ojos brillabande placer. Su larga barba, su frente saliente y susbuches debajo de los ojos lo volvían grosero yterrorífico. A fin de calmar a Taquia, que se resistía,la gratificó con una bofetada. Asustada, se calló enseco y se puso a despiojarle, mientras el viejo sedelectaba con el suplicio de Dahaqui y su mujer.

Por fin, Quiça había conseguido su objetivo:había aniquilado a su rival y se había hecho con susbienes. No sólo mataban ante sus ojos a su mujersino que su joven hija, dócil le acariciaba tantiernamente como si se tratara de su padre, y lodespojaba de los pequeños parásitos. ¿Qué máspodía pedir? Feliz, le caía la baba. Los gritos deDahaqui eran cada vez más débiles hasta que

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brincando a los árboles se columpiaban. Loscadáveres de Dahaqui y de su mujer, pisoteados yensangrentados yacían con las costillas rotas. Lafiesta duró hasta la puesta del sol bajo los ojoshuidizos de Taqua, que continuaba despiojando aQuiça, el cual, orgulloso de su nueva conquista,observaba el espectáculo.

Cuando acabó el tumulto, Quiça se levantómajestuosamente, y regresó piano piano a suguarida, mientras los otros se dispersaban.

Pero esta gloria duró poco. Justo entonces, elDamavand retumbó con fuerza y la tierra se pusoa temblar. El volcán escupía una humaredanegruzca que cubría el cielo, propagando un gustoa cenizas, vertiendo una lava oscura mezclada conazufre fundido. No se veía más que las llamas quesalían de la boca del volcán, el agua que seevaporaba, los árboles ardiendo, y todo el bosque

Este fue el primer crimen del legislador de la barbablanca y la primera vez que engañó a suscongéneres. Todos estaban ebrios con el olor de lasangre. Los pequeños se dividían las tripas y,brincando a los árboles se columpiaban. Loscadáveres de Dahaqui y de su mujer, pisoteados yensangrentados yacían con las costillas rotas. Lafiesta duró hasta la puesta del sol bajo los ojoshuidizos de Taqua, que continuaba despiojando aQuiça, el cual, orgulloso de su nueva conquista,observaba el espectáculo.

Cuando acabó el tumulto, Quiça se levantómajestuosamente, y regresó piano piano a suguarida, mientras los otros se dispersaban.

Pero esta gloria duró poco. Justo entonces, elDamavand retumbó con fuerza y la tierra se pusoa temblar. El volcán escupía una humaredanegruzca que cubría el cielo, propagando un gusto

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Y durante todo este tiempo, en un bosque lejano,Vistsit y Zizi dormían apaciblemente, abrazadostiernamente a una elevada rama. Habían olvidadohasta el recuerdo del valle de Quiçaquiqui.

parecía una forja. Los ruidos sordos de la montañase mezclaron con los gritos de angustia de losanimales cuando Quiçaquiqui y su horda dehombres-mono fueron engullidos por la tierra.

Y durante todo este tiempo, en un bosque lejano,Vistsit y Zizi dormían apaciblemente, abrazadostiernamente a una elevada rama. Habían olvidadohasta el recuerdo del valle de Quiçaquiqui.

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