Lluvia y el árbol de los paraguas lagunas tello, rubén lateru82 arrebossART

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Lluvia y el árbol de los paraguas

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Lluvia y el árbol de los paraguas

Rubén Lagunas Tello

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© 2012

1ª edición

ISBN:

DL:

Impreso en España / Printed in Spain

Impreso por

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A tantos paraguas que me ofrecieron refugio bajo su tela, en todas esas otras tantas tardes de lluvia…

¡a volar,

pajaritos

al mar!

Rafael Alberti

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[C]APÍTULOS

01.- Lluvia y el árbol de los paraguas

02.- Paraguas y paragüeros

03.- La casa de los paraguas

04.- Paraguas de viaje

05.- De paso

06.- Marquesinas

07.- Secretos de lluvia

08.- El vuelo de los paraguas

09.- De bajo coste / Low cost

10.- La papelera

11.- Eclipse de nube

12.- En algún cajón de mi memoria

13.- La plaza de la Cantarera

14.- Un paraguas muy interesante

15.- Peonzas

16.- De cine

17.- Viajes de ida y vuelta

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LLUVIA Y EL ÁRBOL DE LOS PARAGUAS

Justo ahí, junto al banco, en un lateral, apoyado en su

costado, alguien había dejado olvidado su paraguas.

… alguien se lo habrá dejado – pensé en aquel momento –…

Todavía me llevaría algún tiempo el llegar a comprender

cómo una persona, ese alguien, podía haber olvidado algo así, algo tan valioso; algo aparentemente tan preciado, en un lugar como aquél; precisamente, aquel día tan lluvioso…

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La noche estaba al caer. Llevaba horas caminando sin

rumbo, mecido por el rumor de las aceras y el canto de sirenas de la barra de aquel pub. El paseo comenzó a impregnarse del olor a tierra húmeda. Sobre esa misma tierra; la del camino, el paso de las hormigas dibujaba las líneas del pentagrama del concierto de truenos que todavía estaba por venir. Arreciaba el viento y con el viento llegó también la tormenta.

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No sé cuánto tiempo pudo transcurrir desde la última vez que miré el reloj.

Recuerdo el sonido campanil de la lluvia al encontrarse

con los charcos, el tintineo del goteo del pasamanos de la barandilla que rodeaba el patio, el borbolloneo del agua sobre la fuente, el crujir de mis propios pasos avanzando sobre aquella tupida alfombra marrón de hojas también marrones, la sensación del peso húmedo de la camisa empapada sobre los hombros, los bajos del pantalón salpicados de barro hasta el tobillo, el pecho helado y la caricia de aquella gota tan traviesa, casi escarcha, deslizándose por mi frente hasta llegar a toparse con las cejas, resbalando por la cuenca de los ojos, columpiándose en las pestañas, recorriendo la comisura de mis labios hasta precipitarse hacia el vacío desde mi mentón acantilado.

Me acerqué cortés. Con la respiración todavía algo

entrecortada, nervioso, le pregunté si podía sentarme a su lado, compartir asiento mientras amainaba la tormenta. Le importa si…?

Gentil, alargué mi brazo y extendí el paraguas. Con la mano izquierda, empuñando con firmeza, así su mástil, batiéndome contra el azote de la lluvia arrastrada por el viento airado; a un tiempo orgulloso y celoso. La mar aquella tarde era brava y el oleaje intenso, pero desde aquel camarote, en aquel banco varado, los dos juntos, desafiamos a Neptuno.

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Lo cierto es que en aquel momento no buscaba tanto proteger mi cabeza sino más bien, los retazos de mi corazón marchito.

La sensación de cobijo que me produjo el refugiarme bajo su techo fue algo indescriptible. Y es que; saberse “dentro” cuando “fuera” está lloviendo, reconforta el alma, tener esa sensación – aunque sea sólo pasajera, dos o tres nubarrones – de que la lluvia queda al otro lado, de que por una vez, le hemos ganado la partida a la indómita Naturaleza. Qué lujo; saberme protegido, verme resguardado del claqueo de las gotas de lluvia después de la ducha que me había pegado…

A medida que la humedad inexorablemente iba

empapando el haz de su tejido, el color de su vestido se

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tornaba cada vez más vivo, más color, más opaco, más lluvia; dejando atrás lo desvaído de lo vivido, la sequedad de lo viejo.

Seguía lloviendo, sólo que muy a lo lejos, cada vez más

lejos del techo que me ofrecía aquel paraguas mientras asomaba la vista bajo su arcada impermeable.

Fijé la mirada en el horizonte de su costura, seducido por

la fuerza de la rotundidad de su arquitectura nervada, por el ritmo de su cuidada geometría, por la sensualidad de sus líneas.

Por un instante me sentí bloqueado, casi atrapado, allí; a

su lado, aislado en aquel islote sin poder salir. Tenía tiempo por delante, tiempo para pensar o dejar de

hacerlo. Llevaba lloviendo desde hacía un rato. Los cristales de las gafas se empañaban y desempañaban al compás de mi respiración. El vaho cubría las lentes intermitentemente.

Por momentos, creí divisar la luz de un faro. No estoy seguro de si era la luz de la farola la que

centelleaba o el parpadeo de mis ojos cada vez más pesado y quedo intentando huir de las sombras chinescas que se proyectaban sobre la tela del paraguas.

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Ignoro el cómo y el por qué me quedé varado en aquel

banco; absorto en mis propios pensamientos, en aquel no

lugar, a medio camino entre lo consciente y lo inconsciente, donde comencé a echarte de menos; porque sólo se echa de

menos cuando uno tiene tiempo de echar de menos. Con el arrullo del Cierzo, el salitre sobre el cristalino de

mis ojos se hizo roca de sal y la vista se nubló. Sí; fue la tenue luz de aquel faro de ciudad la que me

condujo hasta la orilla de aquella borrosa playa. Me pregunté a mí mismo, - porque caí en la cuenta de que

no había nadie más a quién preguntar - si aquel paraguas habría pertenecido a un hombre o a una mujer.

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La punta sobresaliente del eje central parecía un tanto recortada, todavía conservaba un ribete de pintura, – posos de café, sombra de ojos, besos de vino…, qué sé yo… -.

En la base; un pequeño hoyuelo nos hablaba sobre el

desafortunado encuentro con un algún imprevisto. Su tejido era delicado, una mezcla entre el gris asfalto y el

agua del delta - no me quedó claro si del río o del mar - , un gris marengo un tanto bizarro – me atrevería a decir - salpicado de motivos geométricos de color melocotón. Al entornar la vista, su dibujo ya difuso, se asemejaba al de un damero abstracto de ajedrez topeteado de pétalos. En cualquier caso, más bien discreto, sobrio, sin adornos. Tal vez por ese motivo llegué a la conclusión que se trataba de un paraguas de mujer, por su presencia tan femenina, la vitalidad de su expresión, su look tan coqueto, su aire tan casual, su belleza tan espontánea, la originalidad de su estampado, la soltura con la que se desenvolvía ante el viento…

El sistema de apertura era manual, un resorte curvado, plano y metálico; - lo recuerdo por el frío que sentí al tocarlo; parecía hielo - uno de ésos que has de presionar con el pulgar y luego deslizar hacia arriba con la suficiente pericia hasta que suena un clic; hasta que el paraguas despliega generoso todo su volumen y sientes la tensión de su repentino despertar.

Su gesto me resultó familiar; perezoso, como el de

cualquiera que se levanta por la mañana y se lava la cara con agua fría para borrar las arrugas que las caricias de la funda de

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la almohada dejan reflejadas en tu rostro, se estiró hasta hacer crujir toda su nervadura y crepitar.

La cubierta de tela flexible se desplegó como lo hace la

vela izada del palo mayor de cualquier embarcación, siempre atenta a las órdenes de su capitán.

Aquel sonido tan singular me acompañaría durante años,

hasta el punto que todavía hoy, al cerrar los ojos, mientras escribo estas líneas, soy capaz de recordarlo.

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El mango de madera, muy noble, de una sola pieza, ya cubierto de corteza, presentaba un buen estado aunque; eso sí, la parte inferior se veía algo más lustrosa, desgastada por el uso, por ese ir y venir de la mano al mismo lugar, por la repetición de un mismo gesto lluvia tras otra.

La montura era una de ésas de aire clásico, tallada a mano, con la caña redonda terminada en curva para facilitar su empuñadura, para hacerlo más llevadero, – literalmente hablando – más fácil de llevar – si se quiere -, cómoda, ligera, fácil de asir y porosa; cálida al tacto de la piel, a los ojos del

tocar y también al de la vista, a los ojos del ver.

La parte más sobresaliente de las varillas había comenzado a tornarse marrón, porque marrón es el color del paso del tiempo, la pátina ineludible de la vejez. Entonces reparé en un pequeño descosido zurcido de uno de los gajos del paraguas. Aquello me dio que pensar.

¿Por qué habría decidido repararlo? ¿Por qué no tirarlo y

comprar uno nuevo?¿Por qué… ? Y por otro lado; ¿lo habría reparado ella misma?

De cualquier modo, el resultado era más que impecable, la

precisión del trabajo no dejaba resquicio alguno para la duda; la persona que lo había cosido debía ser muy habilidosa con la aguja, debía de tener muy buenas manos y una buena agudeza visual además de buen criterio; buen oficio, porque lo cierto es que el parche, casi pasaba desapercibido.

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Entonces me aventuré a cerrar los ojos. Aproximé la mano hacia su envés y recorrí su topografía con la yema de los dedos, intentando descubrir alguna nueva sorpresa, relieves, valles… cualquier detalle que en ese primer vistazo hubiera podido haber pasado por alto.

En ese caminar tropecé con el remache encorchetado de

latón que servía para abrochar el paraguas una vez plegado y también con algunos lunares de esos que aparecen en la

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juventud y se quedan ahí, acompañándote en la travesía del vivir.

Me quedé allí dormido; acurrucado, aferrado a su calor, en algún rincón bajo la cúpula sagrada de aquel paraguas, ocupando el espacio de la bóveda de su universo.

Me sentía como un náufrago, a la deriva, desorientado.

Había sobrevivido intacto al diluvio. No recuerdo cuando tiempo estuve allí. Quizás fuera sólo el tiempo que dura un pestañeo, el tiempo que pude tardar en abrir y cerrar aquel paraguas, quizás horas, quizás días, años…

¿Cuánto tiempo había pasado? La tela del paraguas estaba

seca. ¿Qué hora era? Por un segundo, había perdido la noción del tiempo. Volví

a mirar el reloj. La misma hora, el mismo minuto, el mismo segundo; el mismo reflejo de mi rostro sobre su esfera de cristal. Un banco, un paraguas, (¿de nuevo?) un tío tumbado frente a ese Speaker Corner donde las ardillas enseñaban a distinguir entre una y otra clase de árbol sólo con ponerle oído – escuchar - al rumor del coqueteo del viento con las hojas ya prestas a dejarse querer.

Sólo recuerdo los 175 ml de la primera copa, del resto,

hasta completar los 750 de la botella apenas conservo una marca de carmín en los labios. En fin; no doubt, demasiado red wine by the glass, too much.

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[C]2.-

Hay muchos tipos de paraguas, no sé si tantos como personas, pero sí seguramente tantos como tipos de personas.

En un mismo paragüero uno puede encontrarse paraguas muy diferentes entre sí; no sólo por los diferentes materiales – más o menos vulgares - y cuidado con los que se confeccionan, sino también por la pinta que tienen, su look más o menos desaliñado, la caída de sus pliegues – mejor o peor planchados -, su aire más o menos desenfadado, su aspecto más o menos formal, los estampados más o menos atrevidos de sus chaquetas, la paleta de colores que visten, la forma de su nariz, el pie que calzan, la longitud de su tacón… pero también otros pequeños matices como su saber estar, la forma en que te miran o el modo en que se relacionan con los paraguas vecinos.

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Los hay para los que miran al frente, para los que miran al suelo, para los que no miran, para los que les gusta mirar y que les miren; paraguas para los más tímidos, para los que evitan cruzar la mirada con otros, para los que se encierran en sí mismos, para aquellos que prefieren guardar las distancias, para los que se ruborizan al encontrarse con otras miradas, paraguas para los más curiosos; para los curieux du tout, para los que caminan mirando; paraguas para los más ensimismados, para los que se miran a sí mismos o sencillamente para los que ven sin mirar…

Paraguas más o menos afortunados, más o menos difíciles

de ver, paraguas con más o menos gracia, más o menos educados, generosos, galantes, caballerosos, paternales, paraguas más o menos alegres, más o menos divertidos, más o menos serios, más o menos fríos…

Incluso hay paraguas para gente despistada, para los que

como yo, lo llevan colgado del hombro o el bolsillo de la chaqueta, cogido por el brazo o de la mano, incluso días en los que luce el sol, días de esos en los no llueve ni tiene trazas de hacerlo; seguramente, intuyo, porque los paraguas hacen compañía, porque así, la soledad del camino de vuelta del trabajo a la casa vacía en la tarde se hace más corta; o al menos diferente, o quizás porque anhele la lluvia; otros tiempos, recuerdos de otros ayeres…

O puede que; quién sabe, albergue la esperanza de que en

cualquier instante, la lluvia nos deleite con su presencia, el deseo de que vuelva a llover.

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[C]3.-

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Todavía conservo en la memoria la imagen de aquel paraguas de La Casa de los paraguas, aquella vetusta tienda de la Calle

Sastres, a dos manzanas de la Plaza de los Cacharros, dedicada en exclusiva a la venta y arreglo de paraguas. Las personas que lo regentaban eran profesionales duchos en la materia, la tercera generación de paragüeros, expertos en su oficio, elevado casi a la categoría de arte.

Allí se vendían paraguas nuevos y se arreglaban los

viejos, pero me quedé con una duda… ¿Qué pasaba con los paraguas que se jubilaban? Porque los paraguas también se jubilan, se retiran a

descansar, a disfrutar del tiempo de su vejez… ¿no?

Paraguas es uno – singular - pero también dos o más – plural -. El abanico de modelos rozaba casi lo infinito. Abarcaba desde los más tradicionales, los más extravagantes, los de viaje, los infantiles… Me llamó mucho la atención que contaran incluso con paraguas con el puño de plata. Aunque; con toda sinceridad, lo que más me impresionó fue leer sobre una de las etiquetas; paraguas telescópico. Telescópico… ¿ te imaginas? Poder disfrutar en una misma velada de la compañía de las estrellas y la lluvia a un mismo tiempo se me apetecía como algo inalcanzable – al menos hasta ese momento -.

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[C]4.- Hay paraguas que cruzan los mares para conocer otras manos, otros paraguas; otras culturas, otras lluvias; paraguas en busca de un sueño…

Siempre dejo un huequecito en la maleta para aquella canción de cuna que cantaba mamá…

Había una vez un barquito chiquitito,

había una vez un barquito chiquitito,

que no podía,

que no podía,

que no podía navegar.

Pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas,

pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas,

y aquel barquito,

y aquel barquito,

y aquel barquito navegó.

Y si esta historia parece corta,

volveremos,

volveremos a empezar.

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Embarcado como estaba en la búsqueda de respuestas, de un modo un tanto impertinente por mi parte; rayando casi lo descortés, - lo reconozco -, por casualidad, di con una inscripción que rezaba “made in Taiwan”, pero made in, hecho en, es sólo eso; hecho en. Nada decía de su nombre, nada decía de ella. Quizás hubiera nacido allí, quizás hubiera visitado aquel país durante las vacaciones, o por motivo de negocios; o también – se me ocurre -, lo pudo haber comprado en cualquier tienda de New Street.

Hay paraguas que vienen de muy lejos; con visa o sin ella, pero eso no quiere decir que uno sea mejor que otro, que la calidad como paraguas del uno supere la del otro. A menudo; sucede que el lugar de nacimiento de una persona condiciona su esperanza de vida. A priori la longevidad estimada para alguien que nace en cualquier país europeo, de ese antiguo Continente Antiguo, es bastante mayor que la de una persona que nace el mismo día, a la misma hora, el mismo minuto y el mismo segundo en Haití (Cuerno de África) o el Congo, por el mero hecho de que las diferencias económicas entre el Norte y el Sur también se traducen en diferentes expectativas de vida - al decir diferencias económicas quiero decir que uno explota, se sirve de la riqueza material y paragüil de(l) otro, y otro es explotado; que uno abusa y del otro se abusa; - queda para el lector adivinar cuál es cuál -.

Si bien es cierto que en muchas ocasiones, con coltán o

sin él; el condicionante para llegar a viejo no es tanto donde uno nace, donde a uno le han hecho; sino más bien, el lugar

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donde uno vive, elegido o no; las manos que uno estrecha y las manos con las que uno es estrechado.

Así; un paraguas que viva en Harlem (Holanda),

seguramente tenga una esperanza de vida menor que otro que lo haga en Zaragoza (España) – donde llevar paraguas por si llueve es; en buena medida, una cuestión de fe, que en algunos casos puede llegar a tomar incluso un cariz religioso-, sencillamente por el uso permanente que se le da al primero frente al uso más bien esporádico del segundo. Aunque muchas personas coinciden en afirmar que las cosas si no se usan, o si dejan de usarse, terminan por estropearse.

Ni que decir tiene que el mal uso siempre está de más. En cualquier caso, los buenos paraguas pueden llevarse a

arreglar y pueden arreglarse una y mil veces, hasta mil y una veces; siempre que eso sea importante para alguien, siempre que eso, por el motivo que fuere, signifique algo para esa persona, siempre que su corazón de hojalata lo permita.

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Cómo me gustaría saber más acerca de este paraguas que tengo a mi vera y de paso; por qué no, de la persona a la que alguna vez perteneció. Me embarga la curiosidad.

¿Guardarán algún parecido? ¿Tendrán algo en común?

Por el tamaño, no demasiado exagerado o abultado, diría

que es un paraguas para alguien de talla L (large) ó XL (extra-

large), más bien individual, lo que podría aclarar algo sobre la hechura y el tallaje de la persona a la que pertenecía.

Lo que no es; es un paraguas familiar, uno de esos que

ocupan toda la acera y parte de la calzada, ideales para irse de picnic o sestear a su sombra en verano.

Me atrevo a decir que esa persona era zurda, porque el mango tenía un pequeño rayón en el lateral izquierdo, - los paraguas son muy sensibles -, seguramente un arañazo involuntario, aunque también podría ser una persona algo torpe; más o menos diestra, diestra o incluso ambidiestra.

Y es que llevar paraguas, es algo casi innato; pero

llevarlo con gracia, desenvolverse con frescura en el escenario de la calle con la suficiente soltura y agilidad a su lado; sin atisbo de teatralidad impostada, requiere más práctica y horas de lluvia de lo que parece . En esto, como en tantas otras facetas de la vida, para aprender hay que mojarse, o al menos estar dispuesto a ello.

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Una vez, por casualidad; ojeando fotos en flicker encontré

esto… “Don´t sit under an umbrella waiting for it to rain”

Traducido al castellano, algo así como

“No te quedes sentado bajo el paraguas esperando que

llueva”

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[C]5.-

Un paraguas ya viejo, me contó que antaño existía la costumbre de ceder las zonas más protegidas de la lluvia, las más próximas a los edificios, para aquellas personas que caminan sin paraguas; las más expuestas, pero este código de buenas maneras se traspapeló con la irrupción de la prisa y la rentabilidad del tiempo en el escenario de lo cotidiano, en el quehacer diario, en el ajetreo del ver sin mirar y comprar, en la evanescencia de los tres últimos dígitos de nuestra tarjeta de crédito.

Sin duda la mejor pasarela para lucir un paraguas eran las calles de La City, las calles más chic del London más londinense. Esas calles tan abarrotadas de vida, tan vibrantes, tan coloridas…

Como Grape Street; una calle que se encuentra dos calles

más abajo de Neal Street; la calle donde está la tienda en la que trabaja mi amigo Toni. Allí, El color de las aceras tiene algo de garnacha y un puntito de tempranillo con notas de larch joven.

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El mestizaje, la interracialidad, el cruce de culturas, miradas, tiempo y luz es increíble.

Las copas de los árboles, con sus ramas entrelazadas,

abrazando el aire, abrigan el escenario de la mañana londinense. Su liviano follaje aporta el necesario matiz de sombra que propicia el paseo y la conversación en torno al café que aquí; básicamente, es black or white.

La monotonía del pavimento sólo se ve interrumpida por

los charcos ya marrones de hojas que hartas de mirar como meros espectadores el pasar de las gentes, se dejan llevar por el viento hasta posarse sobre el gris de la ciudad para romper con su aburrimiento y de paso; quizás, de nuevo quizás, recordarnos que el tiempo pasa, como las uvas que se dejan secar, que el hombre no es ajeno a ese pasar de las estaciones; que uno también pasa.

Al volver la vista hacia el cuaderno donde tomaba estas notas, por un momento pensé que el otoño se había dejado caer por mi ventana, pero no; tan sólo se trataba una vez más del viento travieso; rencoroso, jugando con sus hojas marrones.

Y es que; a menudo, sucede que en esta ciudad, las

sorpresas se pintan también marrones. Nunca le agradeceré lo suficiente a mi amigo, el haberme dejado tiempo para esperarle; hay esperas que se hacen deliciosas.

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[C]6.-

Aquel paraguas era diferente en muchos aspectos; un paraguas sin goteras, un paraguas de los que sí paraba-aguas, casi tan bueno parando las aguas como uno de esos porteros de fútbol, tan en boga, parando los tiros que les llegan a puerta, del contrario o de su propio equipo.

No era como aquel paraguas que encontré esperando al 37, sentado pacientemente en el banco de la marquesina de autobuses; haciéndome sentir algo más acompañado, aquella tarde en la que de vuelta al hostel donde me alojé durante un par de semanas, cuando aterricé en aquel país, tan cercano pero a la vez tan desconocido, conocí a Nicko y al resto del equipo de la pizzería…

No era como aquel paraguas con aire vencido, derrotado, que encontré frente al Walk About de Five Ways, de camino a las clases en la Brasshouse, el Language Center donde acudía cada mañana a aprender inglés posh (port out starboard

house) Las mañanas allí eran muy frías; tanto que Patricia, una

compañera de pupitre, solía venir abrazando un termo de café

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caliente entre las manos protegidas con manoplas para hacer la travesía de su casa al aula más llevadera.

… Cómo me hubiera gustado haberte conocido antes;

haberme cruzado contigo aquella primera tarde de agosto, cuando de vuelta a casa, aprendí el significado de las palabras heavy rain shower; aunque para ser honestos, tampoco me hubieras podido servir de mucho, porque llovía en horizontal y no sólo desde el cielo, sino también desde la calzada. Acabé empapado, al verme a mí mismo reflejado sobre el escaparate de aquella grocery me vino a la cabeza la imagen del protagonista de Cantando bajo la lluvia (singing in the

rain)…

Durante mi estancia en Birmingham me crucé con no pocos paraguas.

Este paraguas del que hablo tampoco se parecía en nada, a

aquel otro que encontré sentado junto al restaurante donde trabajaba Isabel, una española, otra compañera de la Brass, amiga de Javi.

Creo que a nadie le hubiera importado, - tampoco a mí -,

pasarse las horas allí, en aquella escalinata, en aquella calle tan ajetreada, esperando a un lado hasta que terminara su turno, su part-time de tarde, apurando los minutos para reencontrarse con ella y dejarse apretar por su mano, sentir su piel de ébano sobre las vetas de tu propia piel…

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[C]7.-

Dicen que cuando llega el otoño; algunos paraguas; si se riegan bien, con luna llena y un poco de viento, pueden llegar a florecer…

Recuerdo perfectamente aquel paraguas plantado en la acera, como si de una amapola se tratase. La fuerza del viento lo había doblado, invirtiendo su sombrero; dándole una forma de copa, arrancándolo de las manos de su estupefacto dueño, que inconformista intentó recuperarlo en vano, tratando de arrebatárselo de nuevo al sigiloso ladrón. Fue inútil.

He de decir; no obstante, que nunca tuve la certeza de que

aquel paraguas quisiera seguir perteneciendo a alguien. Por primera vez, desde hacía mucho tiempo, se sentía

libre, podía moverse a su antojo, disfrutar de esa soledad

elegida, - que según dicen, es menos soledad que la soledad sin apellido –, jugando a perderse por las calles de la ciudad

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que tanto amaba, deambulando por las azoteas de aquellas torres de Babel acristaladas, disfrutando de la compañía del sol de mediodía en los jardines de la reina; noche tras noche, hasta la llegada del solsticio de invierno.

Tal y como sucede con las mariposas, miresicoletea –

como dicen en los Países Vascos -, al llegar a su fase adulta, cuentan con el tiempo justo antes de desvanecer, el tiempo suficiente para encontrar nuevas manos a las que legar el secreto de su pulso contenido; siempre oculto bajo su piel de trapo, antes de que cualquiera de los cuatro vientos lo pueda llegar a airear.

Un secreto tan dormido que nadie; ni los antiguos dioses,

ni la fe de la ciencia, ni tampoco mis propios labios - al menos hasta el instante en que termino de escribir estas palabras -, ha conseguido desvelar.

Por eso resulta tan frecuente durante los meses de esta

estación, ver algunos paraguas revolotear nerviosos en el aire, planeando sobre los somnolientos paseantes al romper el día, al punto de la mañana, cuando el rocío despierta sobre el capó

de los coches o cuando sencillamente; está de llover. …

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[C]8.- De vuelta a mi barrio; al barrio donde vivía, Sparkhill, me topé con la sorpresa de ver algunas de esas flores colgadas; o mejor dicho, tendidas de uno de los cables de teléfono; como si fueran banderolas de esas que se cuelgan en las calles de los pueblos en fiestas.

Parecía que el otoño hubiera llegado… Quién sabe; tal vez nunca se hubiera marchado, tal vez

siempre hubiera estado ahí. – pensé-. Una alfombra tupida de paraguas recubría las calles,

cuajadas de varillas secas, ramas oxidadas y confeti. Al parecer; no tenía la menor idea, el árbol de los paraguas es de hoja caduca.

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Mi casa; la casa donde vivía, era muy modesta, pero contaba con un patio trasero donde tenían cabida la alegría y el privilegio del sol y la luna los días claros y las noches de cielo raso.

La línea del tendedero ocupaba uno de los laterales,

protegida de la umbría del norte. Una mañana, al ir a coger el cesto para las pinzas, me encontré con toda una bandada de paraguas tendidos sobre las cuerdas. Me acerqué con sigilo, pero cuando quise atrapar uno de ellos sirviéndome del palo de la fregona, levantaron el vuelo ayudados por una oportuna ráfaga de viento.

El más rezagado, terminó posándose sobre el alféizar de

la ventana de James; un English man, mi compañero de piso, my home-mate, que no reparó en su presencia. James no usaba paraguas, no tanto por el hecho de no tenerlo, sino porque la relación de los ingleses con la naturaleza es mucho más directa.

La lluvia in England, no es sólo algo que tenga que ver

con la climatología, no es sólo un fenoméno meteorológico, sino una cuestión cultural, que trasciende mucho más allá del mero hecho de emplear o no paraguas, de lo que dice el parte del tiempo matutino; el forecast, que allí, es tanto o más, palabra de Dios.

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[C]9.-

La compañía con la que volaba de vuelta a casa era una de ésas de low-cost. Junto al mostrador había un paraguas tumbado un tanto desorientado. Lo había visto desde la sala de espera (waiting room) del aeropuerto, mientras mataba el tiempo, antes de embarcar.

Lo cierto es que había sido abandonado, aunque por su

gesto, cabizbajo, algo apesadumbrado, creo que había empezado a encajarlo, había empezado a asimilarlo. No es algo que deba causar extrañeza; es algo habitual en los aeropuertos. No porque no hubiera sitio para él en la maleta, sino porque – supongo – su dueño se había pasado de peso al hacerla, según la báscula; por otra parte, infalible en su medida, eficaz, exacta, imparcial, ecuánime en su juicio - eso dicen -. Dejar allí el paraguas, o lo que fuera, era una forma de perder lastre y garantizarse el ok de aceptación del equipaje; al menos, desde la distancia de la mampara, eso es lo que parecía.

Desafortunadamente, como en tantas otras repetidas

ocasiones, sencillamente es la prisa lo que le hace a uno olvidar un objeto tan valioso. De camino al mismo aeropuerto, en el tren, había visto una de esas escenas.

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Esta vez fue una chica. Estábamos aproximándonos al andén, el maquinista empezó a reducir la velocidad paulatinamente. La gente ya de pie, se apelotonaba junto a la puerta esperando para desembarcar. Sonó un teléfono. La chica dejó el paraguas de mano que llevaba sobre uno de los asientos para poder atender la llamada. Las puertas se abrieron, una marabunta de gente comenzó a abandonar el tren; fin de trayecto. Nadie miró hacia atrás. Ni siquiera yo me percaté en aquel momento de lo que acababa de suceder. Ojalá hubiera podido reaccionar de otro modo. No entendía la ternura con la que aquel paraguas miraba aquella mano. En fin; uno más…

Las esperas en el aeropuerto son (se hacen) infinitas, a

veces se prolongan durante horas. Haciendo tiempo para embarcar caí en la cuenta de que

nunca vi a nadie llegar con paraguas al restaurante donde trabajé a mi llegada a la ciudad, hacía ya casi siete meses; y eso que el local contaba con un exclusivo paragüero, más bien para los clientes.

Allí aprendí lo complicado, si no imposible, de que a pesar de lo difícil que resulta mirar hacia otro lado que no sea el suelo cuando llueve con fuerza, uno ha de mirar siempre al frente.

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Aquel restaurante del Balti Triangle era todo un crisol de culturas, colores, miradas, estaciones, religiones y especias, conviviendo bajo un mismo paraguas.

Cada noche, ocho días a la semana, después de cerrar, al

despedirme, estrechaba las manos de Akeel, mi primer profesor en el restaurante, un paraguas extraordinario, que después de su double shift, después de haber trabajado durante más de dieciséis horas seguidas, con todos sus minutos y segundos, regresaba a la habitación sin ventana donde dormía, justo al lado del negocio, o mejor dicho, en el otro negocio.

A pesar de no tener las mejores vistas, él siempre me

hablaba de los paisajes de su India natal, del color de las especias, del calor de su hogar…

Como el mismo me contaba, solía irse de putas una vez

por semana y esto era motivo de burla habitual por parte del resto de nuestros compañeros. La chica con la que solía acostarse le cobraba 25 libras la hora de compañía. No porque les pareciera reprochable o censurable, sino porque entendían que era de tontos que alguien se dejara el jornal del día, su jornal; ése que tanto le había costado ganar, en pagar las caricias y la ternura que la vida a cada instante parecía negarle.

Jassy, que siempre le trataba con cariño, decía de él que

estaba un poco loco. Akeel is a foolish man, crazy

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He goes with girls who takes money

Jamás; es decir, jamás, olvidaré la primera pregunta que

me hizo. No me preguntó mi nombre, no me preguntó de dónde venía ni tampoco cómo había llegado a parar allí, me preguntó, sencillamente si tenía amigas.

¿Amigas? Vacilé por un instante. Sí, claro, contesté un

tanto sorprendido por la pregunta. Entonces él respondió a mi silencio con un How much?

How much do you pay for it?

¿Cuánto pagas por ello?

Creedme si os digo que el motivo por el que los

compañeros se mofaban de ello no era menor, porque a nadie como a él, le costaba tanto ganar el poco dinero que ganaba.

… Abraham, el manager del local, quiso que yo supliera el

puesto de Akeel. Desafortunadamente para los dos, casi sin pretenderlo, había sido un buen maestro para mí.

Tras un par de días de ausencia, pasó a ocupar un lugar en

la cocina, como fregaplatos, el puesto más bajo del escalafón,

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el último de la fila, el trabajo más denostado y duro del restaurante. Trabajaba seis días a la semana, 2 pounds la hora. Libraba los martes.

No quise mencionarlo antes, porque no lo consideraba

oportuno, pero ahora sí lo haré. Cuando estrechaba la mano de Akeel, lo que hacía era darme cuenta del grado de exigencia, que rozaba lo inhumano, del puesto que desempeñaba.

Sus manos se movían entre el calor ardiente de las ollas y

el frío gélido del agua del grifo de la calle. Sentir su piel escaldada era algo que me llenaba de rabia, que me hacía sentir impotente frente a aquella magna injusticia.

Aquel paraguas, terminaba cada noche con la tela herida y

las varillas dobladas. Siempre me cedía el grifo de agua fría cuando necesitaba

rellenar una botella; siempre fue un vecino generoso y amable; o al menos, así quiero recordarlo.

Una de las muchas lecciones aprendidas que me llevé, de

aquel y otros paraguas, es que la clave para no mojarse es; sencillamente, moverse más rápido que la lluvia; y eso, como vosotros; estimados lectores, podréis imaginar, es algo al alcance de muy poc@s.

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Akeel fue muy paciente conmigo. Yo acababa de llegar, mi nivel de idioma no era muy bueno, trataba de denfenderme con mi broken English, y él se colmó de la suficiente y necesaria paciencia como para ir enseñándome todos los gajes del oficio que él mismo había aprendido hasta aquel momento.

Con el tiempo, comenzó a interesarse cada vez más por mi

cultura, mi cultura como español, como extranjero que venía de fuera. Me hacía preguntas de lo más curiosas, en una línea bien diferente a aquella primera que tanto me sorprendió.

Una de las cosas que más llamó su atención fue el hecho

de que le contara que en nuestro país se comiera carne de potro. Aquello le chocó muchísimo.

Me preguntó también por mi religión ¿Do you believe in God?

No – le contesté – I just believe in human being (sólo creo

en el ser humano) Entonces él me miró a los ojos con una expresión seria en

su rostro y me dijo You are a good man, a good man

Eres un buen hombre; un buen hombre

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A medida que pasaban los días, su carácter se fue agriando y el modo en que me trataba fue tornando a peor. En aquel momento, me parecía que su comportamiento estaba fuera de lugar, que no venía a cuento. Pronto comprendí que, de algún modo, él se comportaba conmigo como el resto de la plantilla lo hacía con él.

… Akeel – Macanan como le llamaban en cocina - me

enseñó a desconfiar incluso de mi propia sombra, pero también el valor del respeto hacia los compañeros, el valor de la amistad y la capacidad de reconocer y asumir los errores propios.

Hello Romo – como él me decía – Después de la clase de protocolo, pasábamos a la de

idiomas, empezando por el Urdu… /Japti /

/Darjás/

/Achuchutnú /

/Apififdú/

/jole /

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/lore/ Después seguimos con el resto de materias – ya en inglés -

… Matemáticas You have to be sharp¡

Mind it¡

Hurry up¡

We need some more mango chutney¡

Full plaits

16 large plaits ~ 18 small plaits

Geografía

Where is the…?

The funnel for pouring is here…

Tap water is there…

Ok. Right there.

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Biología

The two new workmates are very smart – told me Akeel referring to Vilal and Hassan -.

La noche que le despidieron para después volver a

contratarlo – si es que se puede contratar a alguien sin contrato -, al terminar el trabajo, me pidió que le acompañara a comprar tabaco a la tienda. Dimos algo de rodeo hasta llegar al descampado que limitaba con la carretera que conducía hasta la Afgan grocery donde vendían de todo, donde uno podía comprar y conseguir prácticamente de todo; también tabaco, por cajetillas o por cigarrillos.

Akeel se sentía desorientado, perdido, fuera de su grupo,

rechazado por su propia gente. En el barrio, todo el mundo se conocía. El respeto era algo

que había que ganarse y formar parte de la plantilla del restaurante, te hacía sentir más integrado en la comunidad. Él lo sabía, yo lo sabía; ambos lo sabíamos.

Muchos; algunos desconocidos para mí, me conocían

como the spanish man, - el español -. Esa misma noche, de vuelta a casa, un anciano me abordó

y me contó una historia de una España lejana, desconocida en parte para mí, historias de aquella España de mis abuelos…

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Lo cierto es que, en aquel instante pensé que aquel iba a ser el punto y final de mi vida; pero no fue así, nunca fue así, aunque por un momento, temeroso de lo desconocido, de aquel desconocido, yo lo dudara.

… Al día siguiente vuelta a empezar. Primero, clase de protocolo / salá malecum /

/ malecum salá /

/ im sala /

Segundo las mates - He de confesar que las matemáticas

siempre fueron mi asignatura pendiente…- Casi sin pretenderlo, estaba aprendiendo a contar

popodoms. /un /

/do/

/tre/

/char/

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How are you brother?- me saludo Akeel -

Please, do not forget close the door

El service counter donde pasaba la mayor parte de las

horas de trabajo; quedaba oculto a la sala, separado de la cocina por una puerta de madera con ventanas en forma de ojos de buey, para evitar choques entre los camareros que van a servir y los que vienen de servir. Era un espacio diminuto, lo justo para que cupiera una alacena para la vajilla y una estantería donde dejar a mano los saleros, los pimenteros, las cucharas, un par de paquetes de papel de estraza y algunas servilletas de tela listas para usar.

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Todo el equipo pasaba por allí, entre otros motivos; porque la alineación de cada jornada, escrita a mano sobre una hoja de papel, se dejaba allí, en la corchera de la pared.

Aquella puerta; aunque cerrada, nunca fue una barrera para nosotros.

Al otro lado, lejos de la vista y la mirada del público, con

Akeel, estaban Kahn y el resto del equipo de cocina. Sabía que estaban ahí, porque siempre estuvieron allí, apoyándome, compartiendo sus historias del día a día, en un país donde la lluvia caía de un modo bien distinto al que lo hacía en el de uno.

A Akeel le resultaba gracioso cómo pronunciaba la

palabra /salt /

No doubt. Akeel was one of the best-ones. Always jocking

Hey, you speak Urdu very well…

En aquel desvencijado paragüero, conté siempre con

buenos compañeros, entre ellos, también, Amen. …

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Amen fue uno de mis primeros profesores – concretamente el segundo -. Era una persona extraordinariamente habilidosa con las manos, competente, rápido como ningún otro fregando platos, eficiente, meticuloso, participativo, colaborador y versátil, metódico, perseverante, organizado y decidido, capaz de hacer frente a cualquier imprevisto.

Me encantaba el modo en que movía sus manos; la

perfecta ejecución de cada uno de sus coordinados gestos y la atención que le prestaba a cada detalle en todas las facetas de su trabajo.

Conocía el tempo de las cosas; el pulso del restaurante, ya

que en el tiempo – años – que llevaba trabajando allí, había pasado por casi todos los puestos, empezando; como se suele decir, desde abajo.

Solía estar muy atareado pero a pesar de ello nunca cejaba

en su empeño. Eso sí, siempre con prisas… / Jaldi, jaldi carná /

Cuando estrechamos nuestras manos el otro día me di

cuenta de algo sobre su particular fisonomía. Tenía varios dedos ligeramente deformados; seguramente porque había dedicado demasiadas horas a ese trabajo, demasiadas heridas y demasiada energía en desarrollar su tarea, que consistía

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básicamente en manejar la trastienda del restaurante, la parte del mismo situada entre la sala y la cocina, entre los clientes y los cocineros.

Amen siempre fue un buen profesor, un buen maestro;

alguien capaz de comunicar y trasladar su propia experiencia; adquirida tras años de trabajo duro, corrigiendo errores, paso a paso -, a todo aquél dispuesto a aprender.

Lo que más me gustaba de él, su mejor cualidad, era su

actitud; el respeto con que trataba al resto del equipo y por encima de todo, el respeto que profesaba hacia sí mismo.

Amen era infatigable, ni siquiera hacía descansos; todo

con tal de terminar el trabajo a tiempo. No amusement time

Solucionaba problemas, no los creaba. Era muy intuitivo y

sabía perfectamente lo que cabía o no hacer en cada momento. Era amable, paciente, educado y atento con los clientes. Sin duda, un buen camarero.

Hacía cosas sorprendentes, como aquel día que se enjuagó

la boca con fairy… …

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Un lunes por la noche, no había demasiado trabajo y completamos sólo medio turno. Eran alrededor de las 21.30 cuando abrí la puerta del staff room para coger mi abrigo y volver a casa. Allí, cambiándose de ropa, me encontré con Ebadul, otro de mis compañeros, que normalmente trabajaba en el bar, de cara al público.

Ebadul me preguntó si había salido a tomar algo algún día

por el barrio y yo le contesté que no. Come with me. Let´s have a drink Romo

Llovía y yo no llevaba paraguas. Montamos en su coche y nos dirigimos hacia el lado

opuesto del parque donde se situaba nuestro restaurante. El caso es que terminamos sentados en un restaurant de lo más

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cool – ni más ni menos que el de la competencia, según me dijo -, bastante próximo al nuestro.

Tomamos asiento y Ebadul escogió para mí algunos

dulces típicos y un té llamado masala, /masala-tea/. El té se toma tan caliente que para poder beberlo uno ha

de hacerlo a pequeños sorbos, permitiendo que el aire lo enfríe antes de rozar siquiera los labios de uno.

Me reveló que era de Bangladesh y que había estudiado

Historia en la Universidad. Ebadul era profesor. Ebadul, bilingüe, me contó que Amen llevaba trabajando

allí más de tres años. Él creía que nuestro compañero podía llegar a ser un buen manager, pero que el hecho de que no hablara inglés con la necesaria fluidez era un handicap.

Ojalá – pensé- algún día sea capaz de mejorar el dominio

del idioma y superar las barreras del lenguaje. De Ebadul, me quedo con su capacidad de improvisación

y adaptación a las circunstancias, su capacidad de toma de iniciativa al margen de cualquier otra orden preestablecida.

Pocos como él fueron tan cercanos en el trato conmigo,

respetando siempre mi espacio. …

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Días después de haber abandonado el trabajo me encontré

con Amen en la calle, en Stratford Road,- la que conducía a la ciudad de un tal Shakespeare, aquel inglés que un día escribiera aquello de city is people; la ciudad es la gente -, caminando por la acera nevada, justo en frente de una de las pastelerías del barrio, la sweeterie, junto al semáforo de la esquina, mientras esperaba al otro lado para cruzar.

No iba solo, empujaba un carrito de bebé y dentro de él,

bajo su paraguas, descubrí una pequeña de preciosos ojos turquesa.

Las manos de Amen ya no le pertenecían. La pequeña era

su vida, todo lo demás había pasado a ocupar un segundo plano, incluido su propia tiempo. (Supongo que estar al cuidado de otro ser humano nos exige renunciar a una parte de nosotros mismos en beneficio de ese pequeño otro, quizás porque verse reflejado en su mirada lechosa recompense)

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Desde entonces comencé a ver a Amen de otro modo, con otros ojos, comprendí por qué día tras día intentaba completar su trabajo a tiempo; porque realmente tenía una buena razón para llegar pronto a casa. Entendía su pequeña lucha diaria, era capaz de acercarme mejor a su forma de hacer.

No me importa admitirlo. Sí; siempre confíe en él. Me

gustaba pensar que estaba sentando un buen ejemplo no sólo para su pequeña; sino también para todos nosotros, el resto de sus compañeros.

Estoy convencido sobre esto: esa niña hablará inglés y

tendrá las manos más bonitas del mundo, porque su umbrella

siempre estará ahí, protegiéndola los días de lluvia. …

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Otro de los camareros del restaurante, me propuso contraer matrimonio con una joven India, única y exclusivamente para conseguir los derechos de residente; única y exclusivamente para sacarle dinero.

I ´ve got some links…good business - he told me -

Aunque llegué a preguntarle por los motivos que aquella

chica tenía para venir a Europa, lo cierto es que finalmente me negué a ello, lo que terminó por distanciarnos y complicar nuestra relación.

Al margen de este episodio, he de decir que fue un buen

compañero dentro y fuera del trabajo. Le costó un tiempo encajar mi decisión pero finalmente lo hizo, respetando mi postura; en buena parte, porque de no ser porque realmente necesitaba ese dinero; también él hubiera estado totalmente de acuerdo conmigo.

Easy money it is a bad thing – I answered him - No obstante, su destino estaba lejos de aquel restaurante. El trabajo duro que curte las manos y las miradas de los

recién llegados; se premia y valora con respeto, en la misma medida que se desprecia la falta de escrúpulos de quienes buscan hacer negocio a costa de sus propios compatriotas.

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Ya os he comentado algo sobre Abraham, Thomas, the

boss, pero ahora os lo voy a presentar. Abraham fue la primera persona de aquel país en darme una oportunidad de trabajo. Llevaba 3 semanas de búsqueda incesante sin haber encontrado nada.

How are you?

Is everything fine?

S ab xeriyat he? Th ik he

Tomorrow I ´ ll talk to you…

La necesidad de ganarme la vida me llevó a querer

aprender todo lo posible sobre el negocio, fue un tiempo, que ante todo, dediqué a escuchar a los demás; a todos y cada uno de mis compañeros.

From the first day I was learning all the tricks, the work and the trade, in order to earn my own bread, it was such as an apprenticeship

Con toda seguridad, el hecho de ser de fuera y mi falta de fluidez con el idioma contribuyeron a que me convirtiera – de algún modo – en el cómplice de los secretos de muchos de ellos.

I allowed my selftime to talk with them about their own

personal lives.

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Abraham trabajaba seis días a la semana, unas 75 horas de media. Ésa había sido su rutina durante los dos años y medio que llevaba viviendo allí. Disfrutaba de un día libre de ciento

al viento. Antes de eso, había recorrido medio mundo. Incluso había

llegado a dirigir todo un hotel-rascacielos de Dubai… Dominaba varios idiomas, entre ellos el árabe, el urdú y el

inglés. Se interesaba por todo. Era curioso por naturaleza. También quiso aprender algunas palabras en español. Compartir mesa con él en los descansos era apasionante.

… Era ya tarde, casi la hora de cerrar. Como de costumbre,

antes de apagar las luces, subí a limpiar el staff-room, siguiendo las instrucciones de Osman, otro compañero. Llamé a la puerta. La golpee un par de veces con los nudillos. La abrí. Abraham estaba cenando solo (siempre era el último en hacerlo, por ser la persona con mayor responsabilidad y el encargado de atender las necesidades de los clientes en todo momento; el último en abandonar el barco).

Gentilmente, me invitó a sentarme y compartir mesa con

él. Have you enjoyed your meal?

Leave this. Sit down, please. Take a sit.

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Las lecciones de todo tipo se sucedían en su compañía; también las económicas.

What about the rupia change today?- I asked him… -

La India es un país emergente; y eso, saber que algún día

las cosas mejorarían, les hacía sentirse orgullosos de su propia patria, albergando la esperanza de que la prosperidad económica trajera consigo mejoras en la calidad de vida de sus gentes.

Su cabeza siempre estaba en aquella lejana India, lejos del

ruido del local. Tenía tres pequeños y una mujer a los que no veía desde hacía varios años. Hablaba con ellos a diario, pero aquello se le antojaba insuficiente.

El vuelo UK-India duraba unas 8 horas, pero de algún

modo, no sé cómo, él conseguía viajar hasta allí en el tiempo que el té de su taza tardaba en enfriarse.

I left my home because of…

Trabajaba tanto porque quería compartir con su familia las

bondades que un país rico en divisas y recursos como Inglaterra, ofrecía a sus ciudadanos. Una mejor educación, una casa mejor, una mayor expectativa de vida… en fin, algo diferente. Y lo cierto es que, como él mismo me confesó, estaba a punto de conseguirlo.

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De Abraham me quedo con la frase que le soltó a otro compañero:

Respect: give it, get it

Me impresionó tanto, que al llegar a casa, alrededor de la

una y media de la madrugada, me tomé el tiempo necesario para apuntarlo sobre una de las hojas del libro de Hassan

Fathi que estaba leyendo. Valoraba el trabajo en equipo tanto como yo, incluso me

echaba una mano con los platos, al final de la jornada; no sé si por terminar antes, o sencillamente por solidaridad, por eso; por echarme una mano. Si algún día terminábamos antes, Abraham aprovechaba para reunirnos a todos y contrastar opiniones en torno a la dinámica del grupo y los puntos a mejorar. Su éxito residía precisamente en eso, en su empatía, en ser capaz de escuchar a los otros, en hacer equipo.

… Como en el bar no se vendían bebidas alcohólicas, los

clientes se traían su propio vino – algo que sí estaba permitido -. Mis compañeros sabían que coleccionaba corchos para después hacer cuadros con ellos. Por eso, siempre que descorchaban una botella lo guardaban para mí. Gracias a eso cuento con corchos procedentes de casi todo el mundo conocido, incluso de cepas de países tan remotos que ni siquiera figuran en los atlas de geografía.

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Irfhan y Charlie De Irfán sólo se me ocurre decir que fue un buen

compañero, cordial y respetuoso.

A veces, excepcionalmente, me ayudaba con el trabajo secando varias pilas de platos. Era muy exigente, para consigo mismo y para con los demás, incluido el que escribe.

Charlie era más risueño y algo más resuelto a la hora de

hacer las cosas. Le gustaba fumar y de vez en cuando salía fuera y se

encendía un pitillo para fumárselo a medias con algún otro compañero.

Compaginaba el trabajo con la asistencia a las clases de un

curso para llegar a ser electricista profesional. De Charlie guardaré siempre la imagen de aquel día de

fiesta, en que llegó vestido con un traje tradicional Indio, calzando babuchas, como si de Simbad el marino se tratase.

Ellos, como responsables de la sala, llevaban la batuta del

tempo Romo… are you busy today? Very busy?

Go for dinner¡- they used to say kindly –

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Signa (like singnature) – el otro manager - Una tarde se acercó a mí y me dijo: Estamos contentos con tu trabajo pero tienes que moverte

más rápido.

Speed up¡

; )

En alguna ocasión me contó que mis dificultades con el

idioma le recordaban a los de su propia esposa. Aprender inglés en el barrio no resultaba una necesidad, porque la mayoría de los vecinos eran asiáticos; pakistaníes, afganos, indios… Con toda seguridad, podríamos decir que el inglés en aquella parte de Inglaterra no era el idioma predominante.

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Un día, durante la comida, me acercó una bandeja con snacks. Aquello, que en nuestro menú figuraba como appetisers, era el plato principal de muchas familias de su país, lo único que en épocas de carestía, tenían para llevarse a la boca.

… A veces olvidaba su bolígrafo y yo le dejaba prestado el

mío. Acostumbraba a llevarlo a la vista, asomando tímidamente

la cabeza por el bolsillo de la camisa. El broche era de acero inoxidable, muy brillante; lo que lo hacía resaltar todavía más sobre el negro mate del hilo con el que estaba bordado. Era uno de esos made in Germany, de tinta negra y la punta redonda; uno de esos que hacen fácil la escritura.

Fue un flechazo a primera vista. Yo lo sabía, por eso,

cuando me marché, lo dejé junto a la percha donde colgaba su chaqueta; hacía tiempo que había dejado de pertenecerme.

… Durante aquel viaje aprendí a observar lo inevidente, esa

parte menos visible de lo evidente; aprendí a leer entre líneas, aprendí que no siempre llueve a gusto de tod@s.

Mentiría si digo que despedirme de él fue cosa fácil.

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Jassy Palli Desde el primer momento Jassy siempre estuvo cerca de

mí, preocupándose de que nunca me faltara nada.

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Jassy preparaba el mejor mango-lazzy juice del mundo, o al menos de aquella parte del mundo.

Fue él quien me enseñó todo lo relativo al trabajo de los camareros en la sala, entre otras cosas, a limpiar las sillas y las mesas, o como él decía:

How to clean the table

Me enseñó algunos trucos para mantener siempre la bandeja en equilibrio.

Slowly, slowly…

Please, don´t trough it up

Put this just over there

Come here

Tray (dishes, food, jars, glasses, napkins, kidnape…)

Spray

Put it here and…

No problem

Don´ t worry

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Listen, this is the correct side

Anyway…

Come here…

Bin-box…

Anything you need, please, give me a shut

En aquel momento entraron unos clientes y él mismo fue el encargado de atenderles

What do you recommend me?

How can I help you? What would like for eating?

Let´s have a look together to the menu. We have a huge

amazing variety of courses

Anyway, I would recommend you have some naan bread

with the curry of the day, lentils very spiced and lamb

Also, you can enjoy having a yummy coffe or a cup of hot

tea.

After several minutes…

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Here we go

It is all right?

Everything it is ok?

It is that ok?

What do we need?

Do you want anything else?

No, that is fine

Thank you so much

Cheers, you are very welcome

Can I have the bill, please?

Yes, of course

Here is your bill, Sr

With the compliments of the management

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If it is possible I will pay by credit card

Yes, It is, it is fine. No problem

Would you mind sweep your card…?

Ok.

Now, if you agree push the green key

That is

Thanks a lot

Cheers

Here is your tip, you have been very attentive to me

Thank you, you are very gentle

Good Bye

Bye, see you next time, I hope soon…

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Suddenly, a noise from the back…

Can I get your pardon romo?

Yes, sure. Please excuse me

I do apologize for any inconvenience

It was not my intention

I did it by accident

Hurry up¡Fast¡ Quick, quick¡ Come on brother¡

- sometimes it happens… -

Jasy era diferente a los demás, llegaba hasta donde otros no llegaban, hacía preguntas que se salían de lo habitual…

Do you talk with yourself?

… También fue él la persona encargada de mostrarme cómo

realizar las rotaciones de salsas en la cámara frigorífica. A la izquierda, más a desmano, se dejaban las tablas nuevas que acabábamos de preparar; a la derecha se dejaban las del día

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anterior, listas para consumir; más a mano. Subía y bajaba por las escaleras con cuatro de ellas cada vez. No serían una ni dos veces las ocasiones en que acabarían por el suelo…

Dependiendo del día de la semana y de la afluencia de

público prevista habíamos de dejar preparadas más o menos cantidades:

Monday-Thursday ~ 25

Friday-Saturday ~ 32 - 35

Sunday ~ 25

Jassy me explicó que la prioridad; el orden de tareas a

realizar en mi puesto era el siguiente: Primero: rellenar las jarras y meterlas al frigo (enfriarse

les llevaba un tiempo) Segundo: comprobar que había cucharas suficientes tanto

para el comedor, como para la barra del bar-cafetería Tercero: puesta a punto de las tablas de salsa Jassy era hindú, pero sobre todo alguien que profesaba la

religión de la paciencia, el dogma de la quietud, alguien capaz de pensar antes de hacer o decir las cosas, algo reservado a muy pocos humanos. Era, ante todo, un ser extraordinario; como el mismo decía de mí; a good man

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Ibrahim (The restaurant owner, the gafa) Ibrahim era el propietario del restaurante. Se dejaba caer

por allí en contadas ocasiones. Confiaba en Abraham y había delegado –acertadamente; a mi juicio -, toda su responsabilidad en él.

Recuerdo perfectamente el día que nos presentó. Hello sr. Nice to meet you

Hello. My English is so bad… - contestó Ibrahim - Por algún motivo, creyó que dominaba el inglés bastante

mejor que él. No tardaría demasiado en darse cuenta de que no era así…

Don´t put napkins on the top of the fridge

Don´t scratch the dishes

Don´t use this kind of napkin

Era una persona un tanto autoritaria, algo distante aunque educada y atenta conmigo; cuando le saludaba siempre me respondía con un leve gesto de cabeza.

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Muchos fueron los nombres de las gentes que pasaron por allí durante aquellos casi cuatro meses; / Kmun (Kamary) /

Nazer / Akim / Charlie / Irfan / Irshad / Ebadul / Ammed /

Kassim / Amen / Aleem / Abeed / Vilal / Hassan / Vikas / kahn

/ Zaman / Sarah … y alguno más, como por ejemplo, el mío

propio; Romo.

Por si alguien no se había dado cuenta; el urdú, es otra de las asignaturas que sigo teniendo pendientes…

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Romo (rubí; rubén)

Pensé: ¿Por qué no? ¿Qué pierdes con intentarlo? Why not?

Nothing to loose

Había llegado allí con una nota escrita sobre un post-it por

Abbas, uno de los responsables de la agencia donde había alquilado mi habitación:

Black building

Abraham

Abbas sent you

… Cada tarde, después de comer, me pegaba una buena

ducha, me afeitaba con cuchilla y me engominaba el pelo. Después me ponía el traje de faena, con la camisa bien

planchada y el bolígrafo en bolsillo, con el clip por fuera, cuidando que la corbata quedase bien centrada, con una buena caída.

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Aún con todo; me costaba verme vestido de aquella

guisa…

I didn´t like so much the way I looked, adhered to dress

and behavior job codes… The only different between each

one of us was the belt and shoes…

But as I would learn later, that is part of the trade

Mi trabajo en el back del restaurante consistía

básicamente, en la preparación y presentación de las tablas de salsas, para dipear con los popodom.

The Pickle tray /picaltre/

- Tomato ketchup or tomato sauce

- Sauces / 5 tastes , 5 different colors

1.- Chili Sauce / red – really, really hot -.

2.- Beans, pickle / green or red – apt for travelers -

3.- Mint sauce / white sauce, –made by Khan ´s hands - .

4.- Parsley sauce, pudding / green – vegetarian choice -.

5.- Mango chutney / orange – really juicy –

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También era responsable de la limpieza y secado último de la vajilla, de la puesta a punto de la cubertería, de la reposición de servilletas, de rellenar los sprays, de las rotaciones y suministro del frigorífico y la cámara, de la limpieza del staff-room y también de mi propio puesto.

La limpieza, al final de cada jornada se llevaba un par de horas. Recoger la basura del suelo, vaciar los cubos, limpiar las ventanas de la fachada, barrer, fregar, pasar la aspiradora a la alfombra… - Hasta llegué a cogerle cariño a Hoover… -.

Las tareas se acumulaban y siempre solía ser el último en

terminar, mientras el resto de la plantilla esperaba pacientemente sentada frente a la pantalla de plasma viendo video-clips musicales.

… El frigo contaba con varias bandejas y una puerta de

vidrio transparente, para hacer su contenido más visible y atractivo a la clientela y para facilitar el recuento de suministros.

Como cada jornada, comprobaba las existencias de cada

bebida. Las botellas de champagne y 02 (un refresco de naranja carbonatado) se situaban en la bandeja de arriba, junto con las botellas pequeñas de agua mineral.

En las dos bandejas intermedias se dejaban las jarras

rellenas con agua del grifo. Las que llevaban más tiempo en el

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frigo se traían al frente, quedando más accesibles a las manos de los camareros, mientras que las recién llegadas pasaban a ocupar el fondo. Una vez rellenas, antes de meterlas debía secarlas, comprobando su perfecto estado; que no hubieran quedado manchas sobre su superficie, que no presentaran fisuras o chinazos. Para ello; me ayudaba de dos servilletas de tela. Una la disponía sobre la mesa de trabajo, para apoyarla y secar el fondo – el culo de las jarras -; y la otra la hacía pasar por su cuello y su cuerpo de sinuosas líneas, curvado, adaptado a la geometría de la mano, para facilitar su agarre. El diseño de las jarras estaba muy logrado. El tratamiento ondulado de la base permitía su secado rápido y una mejor adherencia a la bandeja. El otro detalle al que debía prestarle siempre atención era la limpieza y revista de sus labios, de la boca. Con el dedo índice envuelto en el trapo, recorría su contorno, quedando lista para meterla al frigo. Si alguna botella no estaba perfecta, los camareros te lo hacían saber; era lo primero en lo que reparaban los clientes.

Please, take this one to the kitchen again, remove it, and

refill it up

La estantería más baja se destinaba para las botellas de

vidrio grandes de agua mineral (Saka); que por cierto, recuerdo perfectamente, se vendían a 3 libras la unidad. La tarea que se me hacía más llevadera era la de doblar servilletas. No era éste un trabajo menor; entre otras cosas, porque la forma de plegar las servilletas es uno más de los distintivos de cada restaurante, su carta de presentación, casi

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lo segundo con lo que se topan los clientes al llegar y tomar asiento.

En aquella ocasión fue K-mar, el hermano de Omar, otro

buen compañero, el que me enseñó cómo hacerlo…

Today´s lesson: How to fold napkins, step by step I ´ll show you

Leave it

Please pay attention one more time

Look

We are not in a hurry, no rush

Aquello parecía más bien un ejercicio de papiroflexia. Me llevó un tiempo, pero al final conseguí cogerlo.

Sí; definitivamente la solidaridad, también en el trabajo, es el principal pilar de la sociedad.

El color de la servilletas es también un código; forma

parte del lenguaje de la restauración. Así, las servilletas negras y violetas iban para el comedor y la sala respectivamente y las blancas para la cocina. Eran de algodón, amables al tacto, y fáciles de lavar.

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Omar trabajaba en el restaurante sólo cuando había más carga de trabajo; fines de semana y festivos.

Recuerdo que se tomaba las cosas con calma, incluso en

los momentos de mayor actividad en la sala; algo que hacía exasperar a buena parte del resto de la plantilla.

Un guiño le bastaba para entenderse con los compañeros.

El inglés es sólo uno de los idiomas que se hablan en UK.

Yo agradecía mucho su compañía; entre otras cosas, porque trabajando juntos, cada uno a su ritmo, solíamos terminar a tiempo, lo justo como para poder echar una mano a los demás con la limpieza del piso.

Omar y yo llegamos a ser buenos amigos. Incluso

quedamos un par de tardes en el city-centre después del trabajo.

Una de ellas se acercó a buscarme a la biblioteca donde pasaba la tarde libre, leyendo e intentando mejorar my broken

English.

El frío era muy intenso. Omar iba muy bien vestido, aunque tan sólo llevaba un polo en la parte de arriba. Como decía, el frío era frío – también en la Central Library - y él parecía querer ignorarlo.

Yo tenía dos abrigos. El uno; el que llevaba puesto, que

no abrigaba nada, lo compré en una tienda de diseño japonés

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a dos manzanas de la estación de tren, el día que recibí mi primera paga.

El otro, un abrigo más fino; abotonado, una trenca de

vestir, lo había traído conmigo desde España. A Omar le gustaba bromear diciéndome que algún día yo se lo regalaría.

No tuve oportunidad de hacerlo; pero lo cierto es que lo

hubiera hecho con gusto, de no ser porque trabajando como trabajaba y ganando lo que ganaba no podía permitírmelo.

Le habían despedido y estaba buscando otro trabajo. En la

Biblioteca; por unos céntimos, uno podía imprimir documentos desde el ordenador. Sacó varias copias de su CV. Había trabajado en infinidad de puestos, muy diferentes entre sí, aunque aquello no pareció impresionar demasiado a las gentes que luego lo recibieron.

Su currículum fue a parar a una pila de papel, - de otros

currículum supongo -, junto a la plancha grasienta y humeante de aquel home-made food.

Omar era astuto como pocos, pero hacerse valer en aquel

lugar, encontrar un hueco en la cara A de la ciudad, a pesar de haber nacido allí, eso sí; en un barrio de la cara B, - la que no acostumbra a salir en los panfletos de turismo -, le llevaría más tiempo, quién sabe, quizás toda una vida.

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Con el pasar de los días, fui yo el que llegó a enseñar a otros. Los compañeros valoraban mi capacidad de esfuerzo y mi habilidad en el puesto.

I was growing into the job Because of my post was so close to kitchen, I could learn

more about cooking, also about the communal needs of workmates

Recuerdo que un día recibí varias quejas por parte de Akeel, los dos nuevos compañeros no le trataban con el debido respeto. Al principio pasé del tema; le contesté que eso no dependía de mí, pero tras reprocharme de nuevo su conducta decidí tomar cartas en el asunto.

Me acerqué a ellos y les hice enfrentar la situación, exponiendo varios puntos, pidiéndoles que por favor trataran de una forma más educada y amable al resto de la plantilla.

Les expliqué que había varios motivos para ello. El

primero; el simple interés, ser cortés con tu vecino, porque nuestro puesto estaba a medio camino entre la gente de la cocina y los responsables de la sala; o sea; la importancia de mantener una buena relación de vecindad, por conveniencia, trabajar en equipo ahorra tiempo y esfuerzo.

El segundo, que la mayor parte del tiempo nuestro

compañero lo pasaba metido entre cazuelas, trabajando más

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horas que nadie, lo que; como poco, se merecía nuestro respeto.

Do you know what I mean?

En mi mente, el recuerdo impreso de las manos de Akeel,

con la piel tan húmeda que parecía de trapo, porque él, como ningún otro, sabía muy bien lo que suponía dejarse la piel en

el trabajo –literalmente -. Quizá debí haberles mostrado aquella parte de la realidad

del trabajo para despertar su sensibilidad y concienciarles de la importancia de las tareas que desempeñaban el resto de compañeros.

Entonces, me vino de nuevo a la cabeza la frase de

Abraham… Respect: give it, get it / Respeto: ofrécelo, recíbelo

Creo que con eso bastó.

Todavía tardarían un tiempo en ser conscientes de la

importancia del trabajo en equipo, de la importancia de todos y cada uno de los eslabones que conforman esa cadena, de la que en última instancia; el propio cliente, consciente o no, también forma parte; la importancia de que todo estuviera en su sitio; la disposición de las sillas, la vajilla, la cubertería, las servilletas…

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Todo era importante; la calidad y celeridad del servicio, evitando esperas innecesarias a los clientes, explicando; llegando el caso las peculiaridades del menú, el trabajo en la barra del bar, el trabajo en cocina, el trabajo en el back; la presentación y preparación de las tablas, el facilitar el trabajo de los camareros, el servir de puente con la cocina, el secar bien los platos, el llenar hasta el justo nivel las jarras y botellas de agua, el mantener las bebidas frescas… - La comida india; en general, es muy picante, de ahí que el agua sea tan necesaria y demandada por los clientes; y de ahí también la forma de comer, con la boca abierta, para permitir que entre el aire y la refresque; lo mismo que con el té, esos sorbos tan sonoros permiten rebajar su temperatura antes de rozar siquiera los labios… -.

… Comprobaba que todos los implements y demás cooking

utensils estaban en su sitio; bowls, glasses, cutlery (spoons,

forks, knives…), plates (small, big), tin openers, corkscrews,

greaseproof paper sheets, wicker baskets, plastic straw-sticks,

, black plastic bags, blue cotton bags, tappers, spray (water +

fairy), salt, pepper…

Limpio, ordenado; el puesto estaba listo para comenzar al

día siguiente. Por último, sólo restaba desconectar las máquinas y

apagar las luces, quedando sólo las de emergencia. Hora de cerrar.

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Let´s go

Time to go

See you tomorrow

Vuelta a casa; pero antes, mi pequeño premio, parada en

el badulake para saludar a mis amigos, para conversar con T. … Nunca olvidaré aquella primera paga… I won´t forget that first wage…

Abraham me había contratado para trabajar como camarero en el back. Un turno podía durar entre 4 y 12 horas, llegando excepcionalmente a 16; dependiendo de la carga de trabajo; as required

Sometimes from the Morning, or from Noon to Midnight,

usually till later.

Weekends and holidays were very busy days, because of

these I use to have my day off on Mondays, more quiet.

…. Siempre procuraba llevar conmigo cada una de las

lecciones aprendidas en el día; aunque no fueran incluidas en

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mi salario -, y la única forma que tenía, era anotarlas en el dorso de aquellas páginas del libro.

Nunca tuve tiempo para aburrirme, en buena medida,

gracias a mis compañeros. …

El restaurant era muy completo, aunque más que de 4 ó 5

tenedores, era de 2 ó 3 cucharas - la cuchara era el protagonista con más presencia en la mesa -.

Me explico - big spoons (meals, soup, sauces) - small spoons ( yoghurt, tea, coffee..) - large spoons (dessert, puddings, cocktails) La calidad del servicio en general y de los camareros en

particular era bastante buena, por lo que los clientes solían recompensar al equipo con buenas propinas, aunque a veces, las menos, se quedaban en el camino y no llegaban al back.

El local estaba situado cerca una de las arterias principales

de ciudad, bien comunicado, disponía de parking propio y el autobús paraba apenas a unos metros de allí.

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Contaba con una modesta terraza, decorada con mobiliario de exteriores, jarrones de diseño y plantas de jardín, de green

exteriors, que configuraban un pequeño espacio de reunión, donde los clientes solían apurar la última calada de su cigarrillo o hacían tiempo para esperar al resto de comensales.

Contaba con varios accesos, dos para los trabajadores; en

el frente, en un lateral de la fachada y otro en la trasera, en el acceso al courtyard . Por último; el principal, abierto al sur, se situaba en la fachada, en su parte más central.

Al entrar, a mano derecha, quedaba la barra de la

cafetería-bar, que hacía las veces de hall-reception. Unos pasos más allá, se encontraba la zona de espera, con

varios sofás de cuero negro distribuidos formando una C en torno a una mesa de centro baja y la pantalla de plasma del televisor que colgaba de la pared.

Como telón de fondo para la conversación, sonaba música

asiática tradicional, asian folk music. Las escaleras para acceder a la sala de arriba quedaban a

la izquierda. Ese salón se reservaba para los eventos especiales y los días de lleno. Contaba con una zona reservada para el rezo, separada del resto de la habitación por un discreto biombo. Una de las puertas que abrían a ella conducía a la oficina del jefe, que ocupaba el espacio de la buhardilla.

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Los baños se situaban junto a la cocina, en la parte más alejada de la fachada. Recuerdo lo simpático de los letreros de señora y caballero:

M (man) W (woman) – la misma “M”, pero puesta boca abajo - La cocina se abría a la sala, se comunicaban entre sí, para

que los clientes pudieran deleitarse con el espectáculo de los hornos y fogones, agilizando también las órdenes de cocina, como aquí diríamos… el “oído cocina”.

La sala de abajo contaba con dos alturas diferenciadas,

comunicadas mediante rampa. Las mesas eran modulares, de geometría muy variada; las había cuadradas y también circulares; más o menos pequeñas; para parejas, para pequeñas familias, para grupos de amigos y reuniones…

Desde el patio trasero podía accederse a la planta de arriba

y también al almacén de los cacharros, al kitchen-staff, al waiter staff-room , a la cámara frigorífica donde se conservaban los alimentos y a la cocina del piso de arriba, junto al salón de eventos.

… Al hotel de 5 estrellas y 6 paredes donde Akeel dormía

junto con otros semejantes se accedía desde un callejón, al otro lado de la tapia del patio.

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Akeel era una persona generosa. Procuro llevar siempre en mi memoria el recuerdo del sabor de aquel dulce que su hermano, recién llegado al país, le había traído expresamente como regalo y que él, sin dudarlo, compartió con todos nosotros.

Me lo llevé a la boca, cerré los ojos por un instante y

descubrí aquel maravilloso paraje del que Akeel siempre me hablaba.

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Zaman fue uno de los últimos compañeros que tuve ocasión de conocer . Estudiaba un máster de economía en la Escuela más prestigiosa de la ciudad, con una beca del gobierno Indio.

Tenía esposa e hijos. Desde el primer momento hicimos

buenas migas. Le encantaban los deportes, especialmente el cricket y el fútbol.

Era muy forofo y seguía todos los partidos de la liga

española. Se declaraba un enamorado del Barça. Era muy bueno con las quinielas, solía acertar entre 13 y 14 de 15.

Siempre andaba metido en otras historias. Se apuntó a

un programa de capacitación para cuidar a adultos y consiguió sacarlo adelante. Tenía una mentalidad emprendedora y eso le hacía mirar siempre hacia el futuro. Era comercial y su beneficio lo sacaba de los márgenes. Conocía empresarios Indios e intentaba colocar sus productos en el mercado Europeo.

Zaman vivía holgadamente en Inglaterra, incluso le

pagaban un par de viajes de ida y vuelta a casa al año. Su Inglés era muy bueno, había sacado un 7,5 en el AIELS, uno de esos test oficiales de idiomas.

Decía que en Inglaterra hacía mucho frío. Echaba de

menos su país, quería terminar sus estudios y volver a casa, volver a su hogar; a aquel hogar, cerquita de Chennai, del que Akeel también tan bien hablaba.

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ORDER EXEMPLE Table No: …… Appetisers ___________________________________________ Main Course (Mains) ___________________________________ Sundries _____________________________________________ Drinks / Desserts A regular customer talking directly to the waiter:

Excuse me, can I have a tea? Please .Would you mind if I

order another one? You know what? Tea feels good to me

… Never ever, during all the time I was working there I

heard any one asking about the workers salaries and /or their rights, either I did it by my self; things were very clear there.

All the staff has a proper salary? Are all they being well treated?

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To be honest, who on earth matters… Good luck (sense of humor must be last thing to loose) … Several months later, after have abandoned the job, I

visited my old restaurant as a client. It was a truly special situation. Once inside, I didn´t want go away, in some way, that one was one of my favorite places of the city.

Do you want to know what impression left on me? I had spent part of my timelife there.

I was not able to choose any meal from the wide menu. I

found hard to decide. I was trying to keep on my mind the naan bread smell coming from the Tandoor oven which was used for baking it. I felt all my generous workmates effort and illusion was reflected on every single dish. The food was beautifully presented. They were really keen on delight me, so attentive as always.

For a while, I was looking to the opened window kitchen,

remembering how many times I had been working on the other side.

I was holding the stylish silver cutlery, when I realized it

was time to go back home.

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The warm light from the sun was reflecting on the marble floors, and I could see my village landscape reflected on it. At that moment, I understood Akeel´ s words, when he told me that he was able to see his country just closing his eyes.

After all, have been working there, with all these mates

and friends had been a worthwhile, pleasant life-experience.

I can´t explain it, but I was feeling very proud to have been participating in that cricket-team.

How could I pay for this? If you don´t mind I will pay by hand. They refused me to pay. Then, I tried to pay with Scotish money but again, I was

not allowed to do it, just to remind me, that we were something more than workmates, more than collegues, we had become good friends.

I didn´t ask any more. There was no more questions.

The tip Before leaving, I was greeted with their warm handshake,

on the other hand, like always they did. Fair enough. Take care

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[C]10.-

Me cuesta trabajo entender a la gente que hace esto. Dejar abandonado un paraguas en la calle, a su suerte, con la certeza de que tarde o temprano caerá en el olvido; en el abandono, en el contenedor del camión de la basura, en el basurero de nuestra memoria.

¿Por qué nos mostramos tan incapaces de agradecer y

valorar el trabajo prestado? Pobre hombre pobre – como escribía un tal Unamuno -.

Le puede el orgullo. Para cualquier paraguas, esperar algún

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gesto de cariño o solidaridad por su parte sería, sin duda, un craso error. Cuánta hipocresía y desconsideración esconden nuestras manos… Los paraguas son cómplices de nuestras peripecias, siempre se ofrecen prestos y gentiles cuando les tiendes la mano, cuando solicitas su ayuda. Como buenos compañeros que son, se prodigan en muestras de afecto hacia nosotros, guardan secretos e historias personales, comparten muchas de nuestras propias vivencias, la cotidianidad de la visita al mercado o la alevosía con la que uno se pierde de vez en cuando por determinados lares, al amparo de una noche menos noche en su compañía. Son extrovertidos por naturaleza, siempre abiertos a nuevas presentaciones, a otras manos. Nunca bajan la guardia. Son; no cabe la menor duda, objetos muy fieles. Algunos te acompañan por toda una vida, se adaptan a tu forma de caminar, a tu forma de andar, se convierten en una extensión más de tu propio cuerpo, ayudándote a mantener el paso en la vejez, comportándose como un bastón amigo – llegado el caso -, con toda naturalidad, sin perder un ápice de familiaridad, sabiéndose agradecido por el tiempo compartido, adaptándose a las circunstancias de la persona a la que acompañan, adaptándose a su paso. Carlos; un buen amigo, médico de profesión, me escribió este mail el otro día:

No sabes hasta qué punto nos ayudan. (…) Ana; que era

la médico rehabilitadora recién terminada, - jovencica -, les

decía a las personas mayores y no tan mayores que debían

llevar bastón pero eran demasiado coquetas para hacerlo,

que cogieran un paraguas y lo usaran como bastón… ¡ Y a

todos les parecía mejor idea que llevar “gallata”!

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[C]11.-

Siempre he tenido la impresión de que lo de llevar o no paraguas, no es tanto una cuestión de buscar, sino más bien, de encontrar o no. Es difícil dar con ellos.

Los paraguas son increíbles.

Hay paraguas amigos, de ésos con los que uno se

identifica, de ésos en los que uno es capaz de reconocerse, de ésos que cuando los abrazas, casi se diría que te arropan con los brazos; esto es, que abrazan.

Algunos hasta son capaces de silbar – los de la caña de aluminio hueca -. Como a los niños, les encanta jugar, mecerse en las olas del viento, saltar de una mano a otra.

Su educación es exquisita aunque a veces; en contadas

ocasiones, también puedan llegar a perder las formas, especialmente los días de lluvia, días en los que conviene tener cuidado con las puntas; pueden arañar.

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Cuando son todavía niños, en edades tempranas, es importante enseñarles que han de respetar las distancias con los demás, respetar el espacio de cada uno, su propio espacio, incluido aquí también, el de los otros; el espacio ajeno.

… En la ciudad donde vivo apenas llueve y cuando llueve,

llueve sol – los eclipses de nube son muy frecuentes -. Casi se podría decir, que los días de lluvia, por ser tan pocos; uno, en vez del paraguas, se echa las manos a la cabeza. Cuando llueve, el tráfico se congestiona y la ciudad se desconcierta tanto que moverse resulta toda una aventura, sus arterias parecen coagular.

En esta ciudad – por otra lado; como en tantas otras - hay

días que te mojas igual con paraguas que sin él, días que llueve sin nubes, días en los que terminas empapado sin haber abierto siquiera la puerta de casa.

En general, llevar paraguas aquí no es algo que se estile

demasiado, entre otros motivos, como comentaba, porque la gente prefiere moverse en coche antes que disfrutar del paseo en los días de lluvia.

¿Está lloviendo ahora? ¿Sigue lloviendo? …

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[C]12.- Mi padre; Félix, se gana la vida reparando tejados y terrazas.

De vez en cuando le echo una mano en su trabajo. A veces

me recuerda a uno de esos deshollinadores de la película de Mery Popyns, siempre trabajando en las alturas, con las mejillas tiznadas de carboncillo, allá donde se pierde la vista de la ciudad, donde sólo las palomas de barro alcanzan a volar.

Cuenta que es importante no perder nunca la referencia

del borde, no dar nunca la espalda al peligro. Él lo sabe bien, una vez, estuvo a punto de caer. De niño, me habló de un ángel de la guarda, me contó que le debía la vida a un paraguas, pero entonces no fui capaz de comprender…

Afortunadamente, aquella historia todavía sigue latente,

planeando en algún cajón de mi memoria.

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[C]13.- De vuelta a la cotidianidad del barrio, al pasar por la Plaza de

la Cantarera, pienso en lo amable y afortunado del gesto del artista…

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Sí, definitivamente ponerle un paraguas a aquella estatua no fue ninguna gamberrada; ninguna chiquillada, sino más bien todo lo contrario, todo un acto de generosidad y caballerosidad por parte del artista – desinteresado o no -. Un gesto gallardo, galante, que, en mi modesta opinión, dice mucho de las intenciones (buenas) de su autor. Puede que sólo quisiera evitar que aquella Venus de alabastro se costipara; evitar que cogiera una buena trucha…

En el patio, los vecinos comentan la anécdota del fin de

semana. La señora Mari; la del quinto, una de las primeras en llegar a vivir al bloque, murmura que no por casualidad el escultor se inspiró en la mujer del frutero. La gente dice que… Pues eso; que vaya…

Por cierto; hablando de todo un poco, no sé qué hecho con

el mío… ¿Dónde lo habré dejado?

Creo que voy a necesitar un paraguas nuevo. Me voy de

tiendas. No resulta fácil encontrar paraguas en los escaparates de una ciudad en la que apenas llueve, vender paraguas no es un negocio rentable en estas latitudes.

Por fin doy con una; ahí está, todo un ramo de paraguas

esperándome… Tendré que elegir uno, pero… ¿cuál? Estoy convencido de que si él me eligiera a mí, este paso,

sería más sencillo…

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[C]14.-

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Navegando por la red – surfing on the net, como dicen los ingleses -, fui a parar a la web de una revista de moda y allí descubrí un paraguas muy interesante. Tenía de especial su ligereza, su diseño aerodinámico, la asimetría de su forma; su ergonomía, el hecho de que se orientara con el viento, para evitar – decía la etiqueta - que se plegara. Lo cierto es que no lo compré porque lo necesitara, sino más bien, con el deseo de que lloviera y poder llegar siquiera a estrenarlo. La ventaja de este paraguas, es que puedo llevarlo incluso aunque no llueva, como si de una cometa se tratase…

Me ha costado mucho dar el paso pero en fin; que llueva o

no llueva, si te apetece, podemos salir a pasear juntos, así te sacudes el polvo y te pegas una buena ducha, después de los meses que llevas ahí parado, esperando paciente este momento, junto a la puerta, en el paragüero, acompañado de tu cuadrilla.

Anímate, seguro que lo pasamos genial – le dije -. …

Es demasiado fácil olvidarse de un paraguas,

especialmente cuando deja llover, aunque no estoy tan seguro de que los paraguas se olviden, como de que los paraguas se dejan olvidados, sencillamente, porque aunque nos cueste admitirlo, amamos la lluvia. Lluvia; porque ése era tu nombre...

¿Lluvia?

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[C]15.-

Ahí sigue, gira que te gira, como una peonza… Hace un par de semanas fui a visitar a los padres de un amigo. Estaba lloviendo y cogí el paraguas, el que me regalaron por domiciliar la nómina del trabajo - que todavía no tengo - en el banco.

Lo más oportuno me pareció dejarle esperando en el

porche, ni siquiera le invité a pasar, a esperar dentro o en el paragüero. Como había dejado de llover; para que se secará

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más rápido, se me ocurrió ponerle boca abajo y hacerle girar como si de una peonza se tratase, como cuando centrifuga el tambor de nuestra lavadora, la Westing House que heredamos de mi bisabuela.

Me dijo que se sentía algo mareado. Tranquilo; se te

pasará – le contesté -. Por favor, espérame hasta que salga – le pedí

amablemente, no pretendía ser descortés - … Pasé un buen rato hablando con ellos. Al salir, me acerqué

hasta la casa de otra amiga para hablar sobre un proyecto en el que andábamos metidos.

Se me había olvidado el paraguas o lo había dejado allí. El

caso es que había venido sin él. No tuve tiempo de echarlo en falta, sencillamente, porque cuando salí de la casa de Ufe, había dejado de llover. Ricardo, el padre de Ricardo, otro de mis amigos, se acercó a devolvérmelo. El reencuentro fue muy emotivo. Me alegré muchísimo por haberlo recuperado.

Gracias a este hecho casual, tal vez ahora pudiera entender por qué aquel alguien había dejado olvidado su paraguas, aparentemente tan sol@... ahora tendría la oportunidad de acercarme a sus motivos; desde mis propios motivos, el despiste y el desapego; el no echar de menos.

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[C]16.- Aquellos dos paraguas hacían una pareja de cine, quien sabe, quizás sólo estuvieran interpretando un papel; el papel de su vida.

¿Y si diera con la persona que se olvidó de ti? Porque se olvidó de ti; ¿no? Si averiguo el nombre de esa chica… ¿Debería buscarla y llevarte con ella? Ahora que me conoces, que sabes lo que yo te estimo,

hasta qué punto valoro tu compañía…

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¿Querrías volver con ella? ¿Estoy hablando con un paraguas? – ¿? –

Me pregunto si alguien habría dejado aquel paraguas para

mí. Quizás aquel paraguas estuviera esperándome o tal vez;

más bien, aquel paraguas tan distante, nunca hubiera estado allí.

… De todos modos, si fuera tuyo, espero que la vida me dé

ocasión de devolvértelo y darte las gracias por haberlo dejado olvidado allí.

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[C]17.-

Hablando de dejar… Creo que dejé una nota de papel mano-escrita, – siempre he sido algo parco en palabras –, enrollada en una de sus ramas.

Si la memoria no me falla, decía algo así:

Gracias

– sólo por si leyeras esto; con todo mi cariño -

rubén

Te prometo guardar tu secreto, al menos hasta el próximo otoño

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¡Ouhh… ! - Qué paraguazo me acabo de dar -, cuando por fin me decido a dejarlo en el lugar donde lo encontré voy y tropiezo con él.

Me alejo unos pasos, lo suficiente como para que me

embargue la duda, lo suficiente como para que la curiosidad se apodere de mí. Giro la vista atrás. Ya no está. Se ha ido; se han ido.

Se lo habrá llevado el viento – qué oportuno, ahora

entiendo -… Dicen que algunos paraguas vuelan… y regresan al año

siguiente, al mismo lugar del que partieron; a la misma mano, como esas golondrinas que año tras año, emprenden un viaje de ida y vuelta – o de vuelta e ida, según cómo se mire - buscando el sol de las tierras del Sur, sólo que éstos; los paraguas, son especies más ralas, buscan el frío y las nubes de los países del Norte.

Te lo prometo. Volveré al año que viene. Te esperaré ahí

mismo, sentado en el mismo banco, en la misma ciudad, a la misma hora.

Pero por favor; no te engañes, no me engañes, los

paraguas no buscan las nubes, buscan lo mismo que yo; buscan sus sueños, te buscan a ti, Lluvia.

¿Lluvia?

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