Literatura griega

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Literatura griega La literatura griega es aquella que fue escrita por autores autóctonos de Grecia y áreas geográficas de influencia griega. Estas obras están frecuentemente compuestas en alguno de los dialectos griegos, pero no necesariamente. Se extiende a lo largo de todos los periodos históricos en los que han existido escritores griegos. Literatura griega antigua (anterior al 300 a. C.) Griego clásico La literatura griega clásica comprende aquella literatura escrita en griego antiguo desde los más antiguos vestigios escritos en idioma griego hasta el siglo IV y el auge del Imperio bizantino. Comienzos de la literatura griega Homero, autor de la Ilíada y la Odisea. Se le han atribuido además una serie de Himnos, la Batracomiomaquia y El Margites. Hesíodo (Hacia la segunda mitad del siglo VIII a. C.): Trabajos y días, poema didáctico; Teogonía, exposición de la genealogía de los dioses griegos, El escudo de Heracles. Poesía lírica Nace entre los siglos VIII y VII a. C. Los eruditos alejandrinos hablan del canon de los Nueve poetas líricos como de algo ya establecido: Alcmán de Esparta, Safo, Alceo de Mitilene, Anacreonte, Estesícoro, Íbico, Simónides de Ceos, Píndaro y Baquílides. Pero la nómina es mucho más amplia: Calino, el más antiguo de los elegíacos griegos. Alcmán (en torno al 630 a. C.), autor de los partenios. Arquíloco (712-circa 664 a. C.), que perfeccionó el verso del yambo, que se usaba para la crítica satírica. Safo (c. 650-580 a. C.), con su Oda a Afrodita y Al amado. Tirteo (siglo VII a. C.), autor de Elegías dedicadas a los combatientes en la segunda guerra de Mesenia. Mimnermo de Colofón, del siglo VII a. C.

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Literatura griega

La literatura griega es aquella que fue escrita por autores autóctonos de Grecia y áreas geográficas de influencia griega. Estas obras están frecuentemente compuestas en alguno de los dialectos griegos, pero no necesariamente. Se extiende a lo largo de todos los periodos históricos en los que han existido escritores griegos.

Literatura griega antigua (anterior al 300 a. C.)

Griego clásico

La literatura griega clásica comprende aquella literatura escrita en griego antiguo desde los más antiguos vestigios escritos en idioma griego hasta el siglo IV y el auge del Imperio bizantino.

Comienzos de la literatura griega

Homero, autor de la Ilíada y la Odisea. Se le han atribuido además una serie de Himnos, la Batracomiomaquia y El Margites.

Hesíodo (Hacia la segunda mitad del siglo VIII a. C.): Trabajos y días, poema didáctico; Teogonía, exposición de la genealogía de los dioses griegos, El escudo de Heracles.

Poesía lírica

Nace entre los siglos VIII y VII a. C. Los eruditos alejandrinos hablan del canon de los Nueve poetas líricos como de algo ya establecido: Alcmán de Esparta, Safo, Alceo de Mitilene, Anacreonte, Estesícoro, Íbico, Simónides de Ceos, Píndaro y Baquílides. Pero la nómina es mucho más amplia:

Calino, el más antiguo de los elegíacos griegos.

Alcmán (en torno al 630 a. C.), autor de los partenios.

Arquíloco (712-circa 664 a. C.), que perfeccionó el verso del yambo, que se usaba para la crítica satírica.

Safo (c. 650-580 a. C.), con su Oda a Afrodita y Al amado.

Tirteo (siglo VII a. C.), autor de Elegías dedicadas a los combatientes en la segunda guerra de Mesenia.

Mimnermo de Colofón, del siglo VII a. C.

Alceo de Mitilene (c. Años 630 a. C.-cerca 580 a. C.).

Anacreonte (572 - 485 a. C.), cantor de los placeres de la mesa, el vino y el amor.

Píndaro (518 - 438 a. C.), autor de Epinicios sobre los vencedores de los juegos griegos, divididos en cuatro series: Olímpicas, Píticas, Ístmicas y Nemeas.

Jenófanes, poeta filosófico.

Focílides, poeta gnomónico o sapiencial.

Teognis, cantor de la vida aristocrática.

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Solón, el legislador, quien también escribió poesía moral.

Simónides de Ceos, autor de lírica coral, quien afirmaba que «la poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda»,

Baquílides, autor de himnos a los dioses y epinicios

Íbico, cantor de amores homosexuales.

Estesícoro, el poeta de los mitos.

Tragedia y comedia antigua

Odeón de Mesene: En el siglo V, era clásica, surge el drama a partir de los misterios dionisíacos. De los centenares de tragedias escritas e interpretadas durante la época clásica, sólo ha sobrevivido un número limitado de obras:

Esquilo (525 a. C.-456 a. C.): considerado creador de la tragedia. Obras: Los persas, Los siete contra Tebas, Las suplicantes y la trilogía La Orestíada (Agamenón, Las Coéforas, Las Euménides).

Sófocles (495-406 a. C.): limitó el coro, aumentó a tres los actores, con lo que dio mayores posibilidades al diálogo. Se conservan siete tragedias completas: Antígona, Edipo Rey, Áyax, Las Traquinias, Filoctetes, Edipo en Colono y Electra.

Eurípides (485-406 a. C.): Gran penetración psicológica de los personajes. Obras: Alcestis, Medea, Heraclidas, Hipólito, Andrómaca, Hécuba, Suplicantes, Electra, Heracles, Troyanas, Ifigenia en Táuride, Ion, Helena, Fenicias, Orestes, Las Bacantes e Ifigenia en Áulide.

Igualmente, la comedia antigua surgió del culto a Dioniso, pero en este caso las obras estaban llenas de una franca obscenidad, abusos e injurias. Autor destacado fue:

Aristófanes (444-385 a. C.): Aristócrata, ataca la charlatanería, tanto filosófica como política. Los caballeros, Las nubes (contra los filósofos), Las avispas, Las aves, Lisístrata (contra la guerra), Las ranas, La asamblea de las mujeres.

Historia

Dos de los más influyentes historiadores que florecieron durante la era clásica griega:

Herodoto (484-425 a. C.): Cicerón lo llamó el padre de la historia. Escribió Los nueve libros de historia.

Tucídides (c.460-c. 396 a. C.): General (strategos) durante la guerra del Peloponeso y autor de la Historia de la Guerra del Peloponeso.

Un tercer historiador, Jenofonte (431-354 a. C.), comenzó sus Helénicas donde Tucídides había cesado su narración de la guerra del Peloponeso (alrededor del 411 a. C.), y prosiguió la historia hasta el 362 a. C.. Otras obras suyas son Apología de Sócrates y Ciropedia o Educación de Ciro. Su obra más conocida es la Anábasis: Jenofonte acompañó con un ejército mercenario al príncipe persa Ciro el Joven contra Artajerjes II. Tras la derrota de Cunaxa, dirigió la retirada de los Diez Mil.

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Prosa

Los mayores logros en la prosa del siglo IV a. C. se producen en la filosofía. Entre todos los filósofos, sobresalen tres nombres: Sócrates (470-399 a. C.), Platón (427-347 a. C.), y Aristóteles (384-322 a. C.).

Surgen entonces los grandes oradores:

Isócrates (436-338 a. C.): Fue discípulo de Sócrates. Partidario de la unión nacional frente a los persas. 21 discursos y 9 epístolas.

Iseo (390-340 a. C.): Maestro de Demóstenes.

Esquines (389-314 a. C.): Apoyó la alianza de Atenas con Filipo II de Macedonia para crear un imperio griego contra los persas. Rival de Demóstenes. Contra Ctesifonte, Contra Timarco, De la embajada.

Lisias, (458 a. C.-380 a. C.), maestro de la oratoria judicial.

Demóstenes (384-322 a. C.) Enemigo de Filipo II de Macedonia, contra él dirigió sus Olínticas y Filípicas. Cuando el general macedonio Antípatros tomó Atenas, huyó a la isla de Calauria, donde se suicidó.

Helenismo

En 338 a. C. todas las ciudades estado griegas excepto Esparta habían sido conquistadas por Filipo II de Macedonia. El hijo de Filipo, Alejandro Magno, extendió enormemente el territorio conquistado por su padre. La ciudad de Alejandría en el norte de Egipto se convirtió, desde el siglo III a. C., en el centro destacado de la cultura griega.

Poesía griega tardía

Floreció durante el siglo III a. C.:

Teócrito (c. 310-c. 260 a. C.) con su poesía bucólica o pastoril representada por los 39 Idilios; Epigramas.

Sus discípulos Bión y Mosco.

Calímaco (310-240 a. C.).

Apolonio de Rodas (295-215 a. C.).

Otros géneros

Timeo de Tauromenio (c. 350-c. 260 a. C.). Historiador griego nacido en Sicilia.

Menandro (342-292 a. C.) representa la comedia nueva. Fue muy imitado por Plauto y Terencio. Sólo se conserva íntegro El misántropo.

Eratóstenes (276-194 a. C.). Escribió sobre astronomía y geografía, pero su obra se conoce sobre todo por resúmenes posteriores.

Aristarco de Samotracia (c. 216-145 a. C.), gramático y filólogo. Fue director de la Biblioteca de Alejandría. Destaca por la anotación y corrección de los poemas homéricos.

Luciano (125-181) representa el diálogo de carácter satírico. Diálogos de los dioses, Diálogos de los muertos, Diálogos de las cortesanas. Cuento: El asno.

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Una de las más valiosas contribuciones del período helenístico fue la traducción del Antiguo Testamento al griego. Su redacción se llevó a cabo entre los años 250 y 150 a. C., en Alejandría. Se la llama Septuaginta. Este nombre de Setenta se debe a que la tradición judía, recogida en la atribuye su traducción a 72 sabios judíos (seis de cada tribu) en 72 días.

Época romana (146 a. C.-395 d. C.)

En 146 a. C. Roma conquista Grecia y la convierte en una provincia del Imperio romano primero y del Imperio Romano de Oriente después.

Historiadores

Los historiadores más significativos de la época posterior a Alejandro el Grande fueron:

Polibio (200-118 a. C.).

Diodoro de Sicilia o Diodoro Sículo (siglo I a. C.). Escribió Bibliotheca Historica, en 40 volúmenes.

Manuscrito bizantino del siglo XII en el que está escrito el juramento hipocrático en forma de cruz. Biblioteca Vaticana.

Dionisio de Halicarnaso (fallecido hacia el 7 a. C.). Antigüedades romanas.

Apiano (mediados del siglo II).

Plutarco (c. 46-c. 120). Vidas paralelas.

Flavio Arriano (c. 95-175). Anábasis de Alejandro Magno.

Novela bizantina

Se desarrolló durante los siglos II y III, aunque la datación exacta de las obras es controvertida.

Caritón de Afrodisias. Quéreas y Calirroe. Se considera la primera de las conservadas.

Heliodoro de Émesa (principios del siglo III). Iniciador de la novela bizantina, de amores y aventuras, con las Etiópicas o Teágenes y Cariclea.

Longo. Dafnis y Cloe. Es la más conocida y editada de estas novelas.

Jenofonte de Éfeso. Efesíacas o Habrómes y Antia.

Aquiles Tacio. (C. siglo III). Leucipa y Clitofonte.

Otros géneros

El médico Galeno (131-201) es el personaje más significativo de la Medicina antigua después de Hipócrates, que estableció las bases de la medicina en el siglo V a. C.

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Literatura bizantina (395-1453)

Comienzo del evangelio de Lucas en un manuscrito bizantino de principios del siglo XI.

La literatura bizantina es la escrita en griego medieval, durante la hegemonía del Imperio bizantino. Es expresión de la vida intelectual de la parte helenizada del Imperio romano de Oriente durante la Edad Media cristiana. Combina civilización griega y cristiana sobre el fundamento común el sistema político romano, ubicado en la atmósfera intelectual y etnográfica del Oriente Próximo.

La literatura bizantina parte de cuatro elementos culturales distintos: el griego, el cristiano, el romano y el oriental, cuyo carácter se combinó. La imaginación oriental envuelve las aportaciones de la cultura intelectual helenística, la organización gubernamental romana y la vida emocional del cristianismo.

Romano el Mélodo (siglo V). Poesía religiosa

Jorge de Pisidia (siglo VII). Poesía épica. Expedición de Heraclio contra los persas.

Procopio de Cesarea (siglo VI). Historia de las guerras, Historia secreta.

Teófanes el Confesor. Historiador.

Gregorio Palamás (1296-1359). Teólogo y filósofo. Prosopopeya, Teófanes y las Tríadas.

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Hesíodo

Teogonía (fragmento)

" En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos. Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche a se vez nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo. Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.

Luego, acostada con Urano, alumbró a Océano de profundas corrientes, a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Jápeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemóside, a Febe de áurea corono y a la amable Tetis. Después de ellos nació el más joven, Cronos, de mente retorcida, el más terrible de los hijos y se llenó de un intenso odio hacia su padre. Dio a luz además a los Cíclopes de soberbio espíritu, a Brontes, a Estéropes y al violento Arges, que regalaron a Zeus el trueno y le fabricaron el rayo. Éstos en lo demás eran semejantes a los dioses, pero en medio de su frente había un solo ojo. Cíclopes era su nombre por eponimia, ya que efectívamente, un solo ojo completamente redondo se hallaba en su frente. El vigor, la fuerza y los recursos presidían sus actos. También de Gea y Urano nacieron otros tres hijos enormes y violentos cuyo nombre no debe pronunciarse: Coto, Briareo y Giges, monstruosos engendros. Cien brazos informes salían agitadamente de sus hombros y a cada uno le nacían cincuenta cabezas de los hombros, sobre robustos miembros. Una fuerza terriblemente poderosa se albergaba en su enorme cuerpo. "

El Poder de la Palabra

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Biblia - Análisis de las parábolas de la misericordia

Parábolas de la misericordia

Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris

Tema y estructura:

El tema del capítulo tiene que ver con la redención y la alegría que eso provoca en el cielo. Por el pecado cometido en el paraíso por Adán, el hombre nace perdido, ya que por él, se ha apartado el deseo de estar con Dios, se ha rebelado contra Él. Al darle la espalda a Dios, todos los hombres que vinieron de su simiente también lo hacen. Aquel fruto que como Adán pertenecía al árbol del bien y del mal, su pecado original es la desobediencia, que incita al hombre a creer que puede juzgar las cosas por sí mismo sin equivocarse. La promesa del fruto era el conocimiento “Sereís como dioses” les promete la serpiente que los engaña. El hombre así se aparta del consejo de Dios, y como hijo rebelde, decide no obedecerlo, aún cuando Dios como padre amoroso quiere lo mejor para el hombre. Aunque él se haya apartado, Dios no los abandona nunca y por eso elige mensajeros para que hablen por él.

Este capítulo habla a todos los hombres, publicanos, pecadores, fariseos y escribas, es decir, aquellos que conocían la palabra y aquellos que tal vez no. En su mensaje trata de trasmitir cuán feliz se ponen en el cielo cuando un alma se salva, llega al arrepentimiento y reconoce su falta. Esto sucede porque el hombre reconoce así la grandeza de Dios. Los ángeles se alegran porque ellos no saben lo que significa ignorar a Dios. Los únicos que lo han hecho han sido los que se rebelaron, y su falta es mayor porque sabían de su existencia, y aún así han elegido desobedecerlo, entre ellos está Satanás.

La salvación, el arrepentimiento, la redención es lo más importante de este capítulo y es la enseñanza que Jesús deja en este episodio. Lo hace a través de tres parábolas: la de la oveja, la del dracma y la del hijo pródigo.

Una parábola es un cuento que tiene por principio dejar una enseñanza. Esto cuentos eran sencillos y familiares a quienes lo escuchaban, pero su mensaje es trascendente y lleva a la reflexión de quién escucha, porque no se escucha con el entendimiento sino con el corazón. Los discípulos le preguntaban a Cristo: “ ¿Por qué les hablas por parábolas? Y él respondiendo, les dijo: Por que á vosotros es concedido saber los misterios del reino de los cielos; mas á ellos no es concedido… Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden.”(Mt.13:10-11,13). El mensaje es oculto pero no para quién tiene el corazón dispuesto a oír.

El público (Lc.15:1-2)

Decíamos anteriormente que quienes se llegaban a escuchar a Jesús eran publicanos, pecadores, Fariseos y escribas. Hagamos una distinción en este público que rodea a Jesús.

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Los publicanos, como ya dijimos eran los que recaudaban impuestos para el imperio romano que ocupaba el territorio por estas épocas. Estos eran empleados que obtenían el favor del gobierno, y que por lo general cobraban cuatro veces más de lo que le mandaba el gobierno. Por lo tanto se quedaban con el resto para su propio beneficio. En la época se los consideraban ladrones, porque si bien pertenecían al pueblo judío, explotaban al sus “hermanos”, también los estafaban “legalmente”. Esto era de público conocimiento. Jesús había dicho, de forma muy controvertida para los religiosos, que “los publicanos y las rameras os van delante en el reino de Dios” (Mt.21:31). Esto resulta subversivo si pensamos en la mentalidad de hombres como los Fariseos, pero lo que Cristo quería decir que estos tenían más facilidad para arrepentirse porque sabían que estaban haciendo algo mal.

Así también sucede con los pecadores. Estos son los que más se acercan a Cristo porque su mensaje les resulta esperanzador y amoroso. En su mensaje se presenta a un Dios que ama y perdona, no juzga, si el hombre es capaz de arrepentirse, por lo tanto existe para ellos una posibilidad de redención que los escribas y los fariseos parecían negarles. Cristo se rodea de estos hombres, porque son los que más necesitan escuchar esta “buena nueva”.

Los otros dos grupos que se acercan, no parecen hacerlo realmente por el mensaje amoroso y esperanzador, sino con una mirada crítica. Intentan buscar con qué juzgar a Jesús. No buscan su salvación propia porque ya se creen salvos, sino que critican que quien se dice Hijo de Dios, y Mesías, sea capaz de acercarse y hablarle a estas personas que ellos consideran despreciables.

Estos dos versículos del principio son muy importantes para explicar el tema del capítulo. A todos les habla Jesús, a los publicanos y pecadores, para que sepan que pueden arrepentirse y que eso traerá inmensa felicidad al cielo; y a los fariseos y escribas para que se den cuenta que lo más importante es lo de adentro y no el exterior. Que la verdadera felicidad está en salvar a un alma perdida y no en parecer perfectos.

Los Fariseos eran una secta que cumplía estrictamente todos los mandamientos de la ley de Moisés. Se jactaban de hacerlo a la perfección, y consideraban que ya por eso eran salvos. Pero no se preocupaban por saber realmente cuál era el fondo de esa ley, es decir, qué quería decir realmente. Cristo los llama “sepulcros blanqueados”, porque tienen apariencia de santos por fuera pero por dentro están muertos. Sus ritos no tienen ningún contenido, ya que no han entendido lo principal: Dios es amor, como lo dirá en su epístola Juan, y su interés no es condenar al hombre, sino salvarlo.

Los escribas son aquellos que tenían el propósito de conservar la Biblia, la conocían y la predicaban. Por lo general pertenecían a los Fariseos. La conocían muy bien, lo que no quiere decir que meditaran en ella, sino que más bien exigían que se cumpliera al pie de la letra. Es por esto que estos dos grupos criticaban la forma en que Cristo se comportaba: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. No entendía que era lo que realmente estaba haciendo, porque les daba tanta importancia, si al fin y al cabo, ellos eran quienes creían estar más cerca de Dios, por su comportamiento intachable a los ojos de la ley mosaica. Esta pequeña introducción explica claramente la razón de una parábola como la del hijo pródigo.

Primera parábol: la oveja (Lc.15:3-7)

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Estas parábolas parecen ser una explicación para los Fariseos y los escribas de lo que deberían hacer, y no tanto de lo que hacen. Ellos que creyéndose tan perfectos, no han entendido cuál es el verdadero propósito de su función en el mundo.

Aquí Jesús habla de cien ovejas, por ser estos animales comunes en el entorno en de campesinos. Las ovejas son animales inofensivos, que necesitan de quién las guíe. Muchas veces se ha asociado al cristiano con las ovejas, cuando el mismo Cristo dice: “Yo soy el buen Pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn.10:11). Las ovejas tiene la particular de no poder ver claramente a causa de la lana que tapa sus ojos, por lo tanto se guían por la voz de quien pastorea, de allí la similitud con el cristiano.

Estas son muchas ovejas, pero eso no tiene importancia, basta con que una sola se haya perdido para que el Pastor sienta que debe recuperarla, porque esta puede encontrarse en peligro, por las amenazas de los depredadores. La similitud es clara, la oveja se fue porque escuchó otra voz, o porque no escuchó la del pastor. Recordemos que así se perdió el hombre en el Edén, por no querer escuchar la voz de Dios. A su vez en la epístola de Pedro, al diablo se lo relaciona con un “león rugiente” que “anda alrededor buscando a quien devore” (1P.5:8).

La parábola está planteada en forma de pregunta para que la reflexión los lleve al interior de sus corazones, y los invite a ponerse en su lugar.

Una vez hallada la oveja la felicidad es inmensa para el pastor quien la carga e invita a sus amigos a celebrar con él haberla hallado. Lo que movió al pastor fue la misericordia, que significa “amor a la miseria”. El pastor comprendió el peligro en que la oveja se encontraba y no estaba dispuesto a dejarla así, sin darle socorro. De la misma manera Dios busca a los hombres que se pierden, porque no pretende dejarlos que sufran por las acechanzas del diablo. Así es que la parábola termina con la fiesta, no sólo en la tierra sino también en el cielo. “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que de noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento” (v.7), es el arrepentimiento el camino de regreso a Dios, es la posibilidad de volver a encontrar la tranquilidad que Dios brinda al hombre que elige estar a su lado. Ese sirve a Dios para encontrar a esas almas que se han perdido, y como los vecinos deberían celebrar su regreso al camino correcto.

Segunda parábola: el dracma

La segunda parábola tiene una particularidad, ha bajado el número de los elementos involucrados en ella, ya no son cien ovejas, ahora son diez dracmas. Esto ya nos reafirma que poco importa el número que se tenga, basta una sola para que quien la pierda tenga la responsabilidad de buscarla con ahínco.

Es en esta parábola que se muestra, justamente, el ahínco de la mujer. No acepta la situación fácilmente: enciende la luz, barre, busca con diligencia. La moneda no está acá en peligro, como sucedía con la oveja, pero es valiosa para la mujer. Tal vez su valor no radique necesariamente en lo monetario, sino en lo difícil que es ganarlo. Cada dracma era el salario de un día, por lo tanto, lo que importa no sólo es su cantidad, sino lo que costó tenerlo, ¿cómo puede abandonarse así nomás?, sería como abandonar el esfuerzo propio. La responsabilidad de encontrarla se transforma en una forma de valor el esfuerzo que costó ganarla. Así mismo pasa con un alma que

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se pierde, ya no se muestra aquí el peligro como con la oveja, sino el valor que esa alma tiene, y el esfuerzo que ha costado que se arrepintiera.

La parábola termina igual que la anterior, hay fiesta, tanto en la tierra como en el cielo. Y también es la misericordia la que mueve a esa mujer, porque no le importa tener más dracmas, sino que considera igual de valiosa un dracma que diez, porque todos han sido productos del esfuerzo.

Tercera parábola: el hijo pródigo

Ahora se baja aún más el número, ya no son cien, ni diez, ahora son dos. Esta parábola está más centrada en el público que está escuchando. Recordemos: por un lado los publicanos y los pecadores; por el otro los Fariseos y los escribas. Estos dos grupos podrían identificarse con los dos hijos del padre amoroso. El primer grupo pertenecería al hijo menor que se va, y el segundo grupo al hermano mayor que se queda y reclama la atención que le da el padre a este hijo cuando vuelve. El padre, pues, representaría a Dios.

El menor de los hijos reclama al padre la parte de la hacienda que le pertenece, siendo que habitualmente eso se haría una vez que el padre muriera. Este hijo menor, no sólo lo es por edad, también representa al hijo que flaquea en la fe, como diría Pablo en alguna de sus epístolas. Normalmente es el hijo mayor quien se queda con la mayor parte, una vez que el padre muere, pero en este caso, el padre decide no discutir la decisión de su hijo menor. El tiene libre albedrío, el elige hacer lo que quiera, separarse del amparo de su padre, manejar su vida lejos de sus consejos. Es por eso que elije una “provincia apartada” como metáfora de la condición del hombre de “apartarse de Dios”, de alejarse de sus consejos. Esto lo lleva, obviamente a no tomar prevenciones, sino a vivir “perdidamente”. Dios como un padre, aconseja a sus hijos para su propio bien y felicidad, pero los hombres, y este hijo menor representado en la mayor parte de la humanidad, elige lo contrario, creyendo que la felicidad es lo que a ellos les parece mejor, de allí surge la expresión “perdidamente”.

Las prevenciones que no toma lo llevan a malgastar y curiosamente en aquel lugar en que se encuentra aparece una gran hambre. La elección de esa provincia apartada también es la metáfora de una provincia donde nadie sigue el camino recto, es por eso que ese hijo menor se siente tan a gusto. Esto recuerda al salmo 1 donde se plantea la senda del justo y la de los pecadores.

El hambre lo lleva a buscar trabajo, y uno de los ciudadanos de allí siente, tal vez misericordia de él, pero el trabajo que le da es el de apacentar los puercos, el trabajo que se merece por no haberse prevenido. Este es un trabajo indigno para un judío que consideraba al cerdo un animal inmundo.

Pero el arrepentimiento no es fácil para el corazón humano. A veces es necesaria una gran humillación, por eso la parábola llega más lejos, y el hijo menor desea al menos poder comer la comida de los cerdos. Al menos ellos comían mejor que él. Y aún la comida de los cerdos le era negada.

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Es verse en tal grado de humillación lo que le hace darse cuenta hasta dónde ha llegado. El arrepentimiento debe ser verdadero y comienza con el darse cuenta o lo que los griegos llamaban la “anagnórisis”. Lo primero que se reconoce a sí mismo es lo que ha perdido: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!”. No piensa en que tenía mucho más cuando estaba bajo la protección de su padre, sino que ni siquiera tiene la dignidad de los jornaleros de su padre.

La queja o la lamentación es sólo una parte del arrepentimiento, luego es necesaria la acción: “me levantaré e iré”. Y por último la confesión, el reconocimiento ante el otro de su error, el pedir perdón. Sus palabras son claves: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Contra el cielo porque ha desobedecido uno de los mandamientos más importantes “honrarás a tu padre y a tu madre”, y contra él porque también no ha escuchado los consejos de un padre amoroso que lo trató con los honores que merecía su hijo. A este hijo menor no le faltaba nada. Estaba cómodo en la casa de su Padre, y tal vez lo que lo mueve a salir de su lado es querer conocer una vida diferente, sin la protección de los cuidados amorosos que es padre le daba.

Pero no reclama un reintegro de su condición de hijo, lo que muestra un verdadero arrepentimiento, porque reconoce que no es digno de eso. Ha perdido lo que por ley le correspondía, así que lo único que está dispuesto a pedir es ser uno de sus jornaleros. Este es el verdadero arrepentimiento, ya que está dispuesto a humillarse, aún perdiendo su condición natural de hijo.

La acción no sólo queda en la palabra, sino que se realiza y va hacia su padre. La misericordia se da en el padre que corre y se echa al cuello y lo besa. No necesita explicaciones, le alcanza con verlo vivo, verlo sano, verlo de vuelta. Sabía que lejos estaba en peligro, pero también sabía que había sido una decisión de su hijo y la respetó. Así hace Dios con el hombre que se aparta, respeta su decisión pero está deseoso de que vuelva, de verlo otra vez.

El hijo ni siquiera necesita decir todo lo que había pensado, le dice lo esencial para que el padre comprenda lo difícil que es para su hijo esta acción: “he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Estas palabras no nacen de la conveniencia, nacen de la verdadera humillación del corazón. El padre lo sabe, porque comprende lo difícil que es volver, y lo angustiado que se sentía de no saber nada de él.

Es por eso que el padre actúa de forma inesperada para todos, incluido su hijo: “sacad el principal vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y zapatos en sus pies”. Es su hijo, y aún cuando se haya equivocado sigue siendo su hijo, pero mayor es la alegría de saber que su hijo ha vuelto, que es como si hubiera resucitado, que ha vuelto, por sí solo al amparo de su padre, y ha aprendido la lección. Así mismo lo dice: “porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase pedido, y es hallado”. Volver también implica reconocer a su padre, y todo lo que él le enseñó, aún cuando éste no espere ser reconocido como tal. El último paso, entonces del arrepentimiento, es la humildad.

La segunda parte de esta parábola es la que refiere al hijo mayor, que en realidad representaría a los Fariseos, pero también refleja la parte del hombre que cree en su justicia. La justicia de los hombres no es la de Dios,

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porque el corazón del hombre es egoísta y piensa en sí mismo y en lo que cree que merece, no logra comprender naturalmente que los propósitos de Dios que son otros.

Este hijo mayor, que metafóricamente debería tener mayor espiritualidad que el menor, llega del campo, de trabajar, y no comprende la razón de la algarabía. Escucha fiesta, pero no sabe del arrepentimiento, porque nunca tuvo nada de qué arrepentirse. No osó transgredir las normas paternas, siempre se mantuvo a su lado, por lo tanto tampoco puede saber de la humillación que implica el arrepentimiento, y de la humildad que se necesita para confesarlo.

Ni siquiera se entera por su padre, ni por su hermano, sino por un criado, y se niega a formar parte de esta fiesta. El criado le informa, pero sólo los hechos, no el contenido de los hechos: “tu hermano ha venido; y tu padre ha muerto el becerro grueso por haberle recibido salvo”. Nada puede entender el hermano mayor, quien obviamente se siente celoso. Ese hermano que lo ha abandonado, que lo ha ignorado, es ahora motivo de fiesta, de regocijo. A sus ojos esto es injusto. Así mismo lo ven los Fariseos: nosotros que hemos seguido todos los mandamientos, ahora, cuando el supuesto Mesías llega, en vez de hacernos fiesta por nuestra fidelidad, se dedica a festejar con los pecadores; ¿cómo se puede entender esto?

El padre, una vez más movido a misericordia, no deja al hermano mayor solo en el campo. Lo va a buscar. Le ruega que comparta con él esta alegría. Dios quiere a todos en su fiesta, no sólo al que se arrepiente, sino también al que enojado no comprende la justicia divina.

El reclamo del hijo mayor parece justo a los ojos de un corazón humano: “He aquí tantos años te sirvo, no habiendo traspasado jamás tu mandamiento, y nunca me has dado un cabrito para gozarme con mis amigos: mas cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras, has matado para él el becerro grueso.” (Lc.15:29-30). Es injusto a los ojos del Fariseo, tanta atención a quien ha sido capaz de abandonar el amor paterno y dedicarse al libertinaje.

La contestación del padre es la moraleja de la parábola: “tu siempre estás conmigo”, reconoce la fidelidad y devoción de su hijo, y ya tiene su recompensa por eso, “todas mis cosas son tuyas”. Es heredero de todo lo que tiene, no hay distinción, forma parte de todas las riquezas que goza. Pero ahora tienen una riqueza mucho mayor que merece la fiesta, porque se ha logrado algo que resulta casi imposible: “este tu hermano muerto era, y ha revivido; habíase perdido y es hallado”. ¿Qué mayor riqueza puede haber que volver de la muerte o recuperar lo que ya se daba por perdido?

Esta es la comprensión que Cristo quiere de todos los que lo escuchan, el alma que se arrepiente y vuelve al camino de Dios debe ser motivo de fiesta y regocijo, tanto en la tierra como en el cielo, sin importar qué haya hecho esa alma cuando estaba perdida.

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