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GIOACCHINO VOLPE De la Academia Real de Italia

HISTORIA DEL MOVIMIENTO FASCISTA

Traduccin de A. DABININOVISSIMA - ROMA - 1940-XVIII

CAPTULO PRIMERO

MIRADA RETROSPECTIVA

Nuevas orientaciones polticas. I. No hemos de buscar muy lejos los orgenes del Fascismo, pues todo hecho, en lo que tiene de esencial y de propio, pertenece a su propia poca. Dejemos en paz a los precursores, llmense ellos Juan de las Bandas Negras, Juan Galeazzo Visconti o Julio Csar. Si es que realmente queremos basarnos en antecedentes, echemos una mirada a toda la historia italiana, para destacar en ella determinadas cualidades, actitudes y tendencias de nuestro pueblo, de nuestras masas y de nuestros individuos; miremos con un poco ms de detenimiento el siglo XIX, vale decir el Resurgimiento, con su esfuerzo por dar a Italia plena conciencia de nacin y de crear su Estado unitario, con su ardiente aspiracin a un porvenir digno de su pasado, con su inquietud idealista y sus mitos de primaca y de misin de mazziniana y giobertiana memoria, con sus elementos de socialismo nacional representados por Carlos Pisacane, con su garibaldinismo y su voluntarismo. Y ms an, miremos los veinte o treinta aos que anteceden a la guerra, o, en otras palabras: los partidos polticos, la vida constitucional, los grupos sociales, las ideas, los ideales, que predominaban, y que eran herencia ya envejecida del pasado o b formacin nueva. Data de ese perodo una cierta elevacin de la gran masa del pueblo italiano, que iniciaba al fin su propio Resurgimiento, mientras que se haba mantenido quieta, desconfiada y a menudo hasta hostil durante el primer Resurgimiento del siglo XIX, que fu de ndole ms burguesa y urbana. Los progresos de la economa, la gran industria, el despertar agrcola, el desarrollo de las ciudades, las agitaciones de carcter social, determinan o acompaan dicha elevacin, la cual es ms econmica e intelectual que poltica en el verdadero sentido de la palabra, pero que, precisamente por ello, comienza a originar un desequilibrio entre la Italia de hecho y la Italia de derecho, entre el pueblo y el Estado, entre el pueblo y el gobierno, entre el pueblo y la clase dirigente o clase poltica. Tambin contribuy a provocar la susodicha elevacin el movimiento socialista, que, si bien formado y orientado, en gran parte y en proporcin mayor que en otros pases, por burgueses cultos, encuadr y anim a una parte de las masas obreras, y, a pesar de que impulsara a stas en contra del Estado y de la nacin, en realidad, al unificarlas, al sacarlas de la cerrada vida local, al comunicarles alguna pasin o inters poltico, las predispona a sentirse parte integrante de la nacin y del Estado. El socialismo, adems, impone nuevos problemas a las clases dirigentes, ejerce una influencia excitante en la cultura italiana, acrecienta el descrdito de las ideologas del '89, ya tan envejecidas, como la abstracta libertad e igualdad de los democrticos y el republicanismo de los republicanos, que ya slo se relacionaban con la letra, pero no con el espritu, de Jos Mazzini. Y si realmente se quiere hacerse un concepto claro sobre algunos progresos sociales y espirituales del pueblo italiano despus de la unidad, tampoco hemos de olvidar las consecuencias acarreadas por la emigracin, aunque sta diera sus beneficios tan slo a cambio de una seleccin feroz y de un enorme dispendio de energas humanas. Con el nuevo siglo, se enuncian progresos nuevos, ms vastos y ms evidentes, trayendo tras s su relativa decadencia: fortalecimiento de la burguesa y a la vez del proletariado; mayor riqueza y bienestar, ideas ms elevadas, y mayor insatisfaccin acerca del estado presente de la vida italiana, mayor reaccin as contra el socialismo como contra el viejo Estado liberal y parlamentario, y contra los restringidos grupos polticos que lo encarnaban, un esfuerzo ms consciente de renovacin, ms ambiciones y esperanzas para la nacin. Es la poca en que se trata de reavivar el cansado liberalismo, mediante un retorno a sus fuentes y orgenes, o sea, a Cavour, con miras a fortalecer el Estado, a practicar una poltica exterior con objetivos ms amplios, a comunicar a la nacin un impulso ms vigoroso. Es la poca de la democracia cristiana, que surge en contra del socialismo y del clericalismo, es decir, en contra de la democracia materialista y clasista , con el propsito, s, de elevar a las plebes, pero tambin de templar con espritu cristiano los contrastes sociales, infundir una corriente de religiosidad en el movimiento proletario, combatir la mentalidad jacobina y masnica de la democracia. Un siglo antes se haba tratado de conciliar el catolicismo y el liberalismo; ahora, el catolicismo y la democracia. Tambin se pronunci en contra del socialismo, que evolucionaba hacia el reformismo y pareca degenerar y renegarse, un movimiento sindicalista, que cont con sus propios teorizadores y sus peridicos. Sus centros estaban en las zonas de proletariado industrial y agrcola ms evolucionado e inquieto, especialmente en el bajo valle del Po y en la regin de Ferrara, que durante la primera dcada del siglo fueron teatro de grandes y clsicas huelgas. El movimiento sindicalista entenda ser un socialismo ms socialista, es decir, ms radical, antidemocrtico y tendiente hacia una nueva democracia, antiparlamentario y fautor de la accin directa, creyendo en la virtud de las minoras. Proponase libertar las organizaciones obreras de las ideologas de los partidos, comunicarles un verdadero impulso revolucionario, inspirarles la conviccin de que tenan su porvenir en sus propias manos: filosofa de la voluntad , idealismo revolucionario , se dijo. Y, tambin, filosofa de la accin. Haba un poco de Sorel, y un poco de Bergson, quien vea el mundo animado por un impulso vital, por una fuerza creadora inmanente que acta sin ley. El movimiento sindicalista confiaba en el proletariado; pero tambin juzgaba necesario fortalecer a la burguesa, a fin de crear condiciones ms propicias para la nueva sociedad de trabajadores. Por lo tanto, no exclua las conquistas o empresas coloniales, ni tampoco exclua la guerra, a la cual reconocale una cierta influencia creadora. Y contemplaba la nacin con ojos diferentes de los que hasta entonces haban tenido los socialistas de tipo marxista. Ms an: este sindicalismo quera sacar a la clase obrera de las estrecheces de sus categoras, capacitndolas para elevarse al nivel de la nacin. Breve fu la vida del sindicalismo italiano. Alrededor de 1910, extenuado por su mismo frenes de huelgas, desalojado de las filas del socialismo, se disgreg; pero algo de ese movimiento revivi ms tarde en otras formas, en combinaciones con otras ideas y otros movimientos polticos. Justamente en esos aos cobr cuerpo, como actividad prctica, el nacionalismo, que desde haca alrededor de una dcada sentase en la atmsfera como sentimiento y tambin como doctrina o semi- doctrina. El nacionalismo se opona al igualitarismo de la democracia poltica y aspiraba a devolver autoridad y finalidades ticas al Estado, por sobre los partidos, el parlamento y la burocracia. Afirmaba el espritu y la individualidad de la nacin ante los distintos internacionalismos, como el socialista, el masnico, el capitalista, el clerical, y favoreca la unin interna de las fuerzas en el sentido de llevar la lucha ms all de los confines. Reclamaba una seria poltica colonial, una seria poltica de emigracin, para que el fenmeno emigratorio no redundase en empobrecimiento de la nacin. Era algo muy distinto del sindicalismo revolucionario, que haba nacido del seno mismo del socialismo, aunque luego le mostrase los dientes. Pero no dejaba de existir alguna afinidad entre el nacionalismo y el sindicalismo; lo cual es un fenmeno propiamente italiano, pues en Francia, por ejemplo, los dos movimientos eran diversos y el nacionalismo era conservador. Los dos movimientos italianos eran igualmente antidemocrticos y antiparlamentarios, antipacifistas y antihumanitaristas. El movimiento nacionalista representaba la renovada conciencia del valor de la burguesa productora; pero no se mantena ajeno a la idea de fundar sindicatos obreros inducindoles a colaborar en la nacin, y de organizar a la nacin misma como una sociedad de productores, necesariamente solidarios; y ello, no solamente a fin de orden interior y de conservacin, sino tambin a fin de podero y de imperio. De aqu se originaba, sobre todo en algunos nacionalistas, algo as como un presentimiento de que tenan mucho camino que recorrer junto con los sindicalistas. Su punto de partida es, bajo ciertos aspectos, el nuestro mismo. Es la primera doctrina sincera y vigorosa nacida de entre las filas de nuestros adversarios : esto escriba en abril de 1909 Enrique Corradini, al saludar la aparicin del Tricolor, que era un pequeo peridico nacionalista o imperialista del grupo turins, el cual tambin aspiraba a libertar al mundo obrero de la tirana demaggica, democrtica y socialista, para atrarselo luego como aliado en la gran empresa de la nacin imperialista ; aspiraba a fortalecer a la burguesa y al proletariado, induciendo a ambos a entenderse directamente entre s a los fines de la nacin. Si ante una burguesa rica se levanta un proletariado unido y revolucionario, la sociedad capitalista habr alcanzado su perfeccin histrica. Lenguaje clasista , pero tendencia a encuadrar, equilibrar, equiparar, superar a las clases en la nacin, concebida sta como un organismo viviente, productor de riqueza, factor de historia en el mundo. En resumen, eran movimientos diversos, que en parte chocaban, y en parte convergan, contrarios al socialismo como doctrina, pero no desde el punto de vista de los problemas sociales y del trabajo; contrarios a la democracia poltica, pero con miras a una democracia ms substancial; contrarios al rgimen parlamentario y a sus alharacas; contrarios a ese modo particular de gobernar, hecho de transacciones, de acomodos, de mezquino empirismo, de corrupcin electoral, de contaminacin entre los asuntos y la poltica, de desconocimiento o menosprecio de los valores ideales, que responde al nombre, poco glorioso, de Juan Giolitti, que fu casi ininterrumpidamente jefe del Gobierno italiano por espacio de ms de diez aos, antes de la guerra. El sindicalismo y el nacionalismo traan un sentimiento ms elevado de la vida, una fe mayor en las fuerzas creadoras del espritu, en oposicin al materialismo histrico. De todas partes procedan impulsos innovadores, de intensidad y naturaleza distintas, alimentados por la conviccin de que la nacin era ya superior a su gobierno, de que sus clases dirigentes estaban agotadas, de que era preciso cambiar de hombres y de sistemas de gobierno. Esta conviccin obraba como un fermento revolucionario. Y como quiera que estaba difundida entre gentes de todos los partidos, vena a determinar una cierta solidaridad y una posibilidad de accin comn, independientemente de los partidos, con miras a finalidades de magnitud mucho mayor que los fines particulares de los distintos partidos.

La guerra: comienzo de una revolucin. 2. Llegamos, as, a 1914. La guerra europea, provocada por otros, fu inmediatamente levantada como una bandera, y no tan slo por los manpulos ms batalladores del irredentismo, sino por todos los que manifestaban su oposicin a la Italia burguesa o falsamente liberal, o parlamentaria, o giolittiana. Comenz la crisis de los movimientos pro intervencin o pro neutralidad, crisis que dur diez meses: fu causa de una ulterior corrosin de los partidos, cada uno de los cuales cont con sus propios intervencionistas y sus propios neutralistas; y asimismo fu causa de nuevas formaciones polticas, determinadas por ese hecho nuevo que se denominaba guerra, y que era demasiado grande para poder caber en el cuadro de esos partidos. Benito Mussolini, que era por entonces el batallador director del Avanti!, diario del partido socialista, y el inspirador y jefe de la tendencia de izquierda del socialismo, desdeando colocarse al lado de los reformistas, de los republicanos, de los democrticos y de los masones intervencionistas, y confiando quizs en que podra hallar en la oposicin socialista y popular a la guerra una plataforma revolucionaria, permaneci, durante los primeros momentos, con el partido y por la neutralidad. Pero cuando vio que la neutralidad lo acomunaba a la parte ms conservadora de la burguesa italiana y a esas corrientes del socialismo contra las cuales l combata desde haca ya tiempo; que, mucho ms que la paz, la guerra traa elementos de revolucin entre sus pliegues; que la neutralidad habra tenido por consecuencia el colocar fuera de la accin y de la historia al partido socialista y a las masas que dicho partido encabezaba, pas al intervencionismo, provoc su expulsin del partido en octubre de 1914, en noviembre lanz su diario Il Popolo d'ltalia y se consagr enteramente a la propaganda en favor de la guerra. Quizs esperaba arrastrar tras s masas de compaeros y, por qu no?, volver a ser el jefe del partido mismo convertido al intervencionismo. Pero nada de esto acaeci. As nacieron, en enero de 1915, los Fascios de accin revolucionaria , compuestos de elementos de extrema izquierda, socialistas y sindicalistas y casi anarquistas, todos ellos pequeos burgueses, obreros o ex obreros, que se hallaban en desacuerdo con sus mismos partidos o grupos. Esos fascios representaron el intervencionismo popular o revolucionario, que no era muy grande numricamente, pero moral y polticamente era importante, porque rompa la solidaridad neutralista del socialismo italiano; ensanchaba la brecha, que haba abierto el socialismo reformista en las ideologas de clase e internacionalistas de ese partido, y daba nuevos motivos para la formacin de un socialismo de tendencia nacional; enriqueca con elementos, ideas y voces nuevas el intervencionismo de los nacionalistas, liberales, republicanos y democrticos; y ello a pesar de que, por entonces, no haba gran diferencia entre las razones intervencionistas de Mussolini y de sus fascios y las de un Bissolati, de un Barzilai o de otros hombres de la democracia. Pero haba diversidad de nimo. Siguieron algunos meses de spera inquietud cvica; cosa que, por cierto, no result totalmente beneficiosa, en vsperas de tener que realizar un gran esfuerzo que requera la mayor concordia entre los corazones; pero que tambin tuvo una influencia benfica. Como quiera que sea, esa guerra, que nosotros de un modo o de otro hubiramos debido hacer inevitablemente, cobr caractersticas de voluntariedad que la elevaron, la ennoblecieron, acrecentaron sus posibilidades revolucionarias. Fu querida en contra de los socialistas y de los conservadores, tuvo un contenido fuertemente antisocialista y anticonservador. El parlamento, el parlamentarismo y el mundo parlamentario recibieron una gran herida, cuando se vio a partidos, grupos polticos y masas populares moverse al margen o contra la representacin legal del pas, para dirigirse al Rey y al Gobierno de Salandra pidiendo la guerra; y el Gobierno, que ya haba decidido la intervencin en la guerra, cont con la fuerza de este movimiento popular para imponerse en el Parlamento, que era contrario a la guerra. Ya entonces hubo algunos hombres que tuvieron la clara visin alegrndose o sintindolo de que terminaba una era de la vida italiana y otra nueva se iniciaba, as en las relaciones internas como internacionales. Y vino la guerra. Esta, por un lado, excit pasiones patriticas, an cuando el viejo partido socialista acentuara exasperadamente su internacionalismo; dio plena y sentida actualidad al Resurgimiento y a sus hombres ms representativos, especialmente a aquellos que de manera ms visible encarnaron el espritu voluntarista y la iniciativa popular, a saber, Mazzini y Garibaldi; reuni y refundi, en la figura del combatiente, a burgueses y proletarios, o sea, a elementos sociales que hasta entonces eran espiritualmente poco menos que extraos entre s; atrajo dentro de la esfera ideal de la nacin a clases y grupos sociales todava ignaros o indecisos y avalor con la muerte en el campo de batalla el nuevo ideal de una clase obrera que ya no se mantena encerrada en su egosmo y en su materialismo, sino que era capaz de sentir y comprender la patria (entre los tantos muertos, cobr proporciones de figura representativa un joven marquesano, que vena del pueblo, del socialismo y del sindicalismo revolucionario, Felipe Corridoni); dio a la burguesa culta una nocin ms viviente de los problemas del trabajo, a los fines de la elevacin general de la vida nacional; en las plazas pblicas y en los campos de batalla, dio relieve, a la vez, a la fuerza de la masa y a la fuerza de los individuos aislados, as como tambin a la de pequeas fracciones selectas, de minoras enrgicas, compuestas de hombres dispuestos a osarlo todo, despertando y avivando en la nacin el sentimiento del valor de esta fuerza de individuos y grupos audaces; impuls hacia lo alto de la escala de valores militares a gente del pueblo y de la pequea burguesa que, ms tarde, no resignndose a volver a sus antiguos rangos, haba de actuar como enrgico fermento revolucionario en la sociedad italiana, todava tan movediza. A todo esto, agrguense los trastrueques de la riqueza y la formacin de nuevas estratificaciones sociales de trabajadores que comenzaban a elevarse por encima del pueblo (obreros especializados, artesanos convertidos en pequeos industriales, aparceros convertidos en propietarios, en directos cultivadores o en arrendatarios, etc.) Estos nuevos estratos sociales, despus de la guerra, aspirando a conquistarse una posicin incluso en el orden poltico, se mostrarn dispuestos a seguir esta o aquella bandera, o a pasar de una a otra, segn las creyeran aptas para guiarse por ellas hacia el propio triunfo. Agrguense tambin los ilimitados poderes que se atribuyeron al Estado, incluso en las relaciones econmicas de la produccin y de los intercambios: lo cual, por un lado, alent al partido socialista italiano, por ms que haba sido contrario a la guerra y despreciara esa especie de socialismo de Estado, aunque reconociendo en l un aporte eficaz para el socialismo verdadero; y por otro lado, estimul las diversas reacciones de post-guerra contra el Estado monopolizador paternalista, y vigoriz el esfuerzo hacia una nueva y diversa construccin estadual, a base de descentralizacin y de rganos perifricos, enmarcados y contenidos dentro de un Estado de estructura sencilla y rico de energas morales. Al mismo tiempo, la guerra fu una gran prueba a que debi someterse la vieja clase de gobierno, que substancialmente haba cambiado poco durante los sesenta aos de unidad nacional. Y esta clase sali de la prueba, agotada y desacreditada, a pesar de la victoria final: y ello, ya sea porque pareci que no haba sabido preparar bien al pas, militar, moral y, por ltimo, diplomticamente, para la terrible aventura: ya sea porque result incapaz de adaptar el espritu, la mente, los sistemas de gobierno a las necesidades de la hora. Frente a la masa de hombres nuevos que la guerra haba movilizado, valorizado y educado tan enrgicamente, se mostr cada vez ms dbil y floja esa oligarqua de dirigentes, especie de trust para el ejercicio del poder, reservado a los varios grupos personales, adversos aunque solidarios, que desde haca cincuenta aos se alternaban en el gobierno de Italia. No menos agotado y desacreditado apareca el sistema parlamentario, en s, como funcionamiento y como rendimiento. Ya le haba infligido una grave herida el movimiento intervencionista, que se ali con el Gobierno para imponer al parlamento la guerra. Los cuatro aos sucesivos agravaron la herida. Encontrndose la Cmara en el caso de tener que legislar sobre las cosas de la guerra, en tanto que la mayora de ella, o una fuerte minora, eran contrarias o estaban mal dispuestas hacia la guerra, el Parlamento ocasion al gobierno ms estorbo que ayuda, y dio al pas ms motivos de escndalo que alientos para resistir.

El drama de post-guerra. 3. As se lleg a la terminacin de la guerra, que concluy victoriosamente a orillas del Piave y en el Monte Grappa. Pero comenz entonces otro drama, que es un poco el drama de todos los perodos posblicos. Mas ahora era un drama de magnitud proporcional a una guerra tan grande y, en Italia, resultaba ms hondo que en los dems pases triunfantes: casi igual que en los pases derrotados, porque tambin nosotros salimos de la guerra con la psicologa de un pueblo vencido. Los desengaos amargaron el alma de la nacin. Desencadense el resentimiento en contra de los aliados, que trataban de reducir a la nada nuestros mritos y los frutos de nuestra victoria y todo lo que era para nosotros lo midieron avaramente, y en todo cavilaron para quitarnos lo ms posible: indemnizaciones de guerra, marina mercantil de los italianos de Trieste, territorios adriticos y compensaciones coloniales que nos prometa y garantizaba el pacto de Londres. La persona que estudie la Italia actual, si es que quiere encontrar la razn de tantas actitudes italianas y de un cierto nacionalismo italiano exasperado, debe recordar esta derrota diplomtica que nos infligieron los Aliados, esta desilusin sufrida por quienes crean que con 708.000 muertos haban conquistado el derecho de ser tratados con espritu de amistad y de justicia por las potencias que se decan liberales y democrticas , esta amargura de hallar, al cabo de tanta guerra, casi intactos determinados problemas del comienzo de la guerra, esta reaccin vastsima del espritu popular contra los amigos de ayer. Tambin precipitaron en el descrdito, dejando vacos y desorientados a los espritus, los idola de la guerra, es decir, las ideas y los principios animadores de la guerra, que un poco fueron nuestros y otro poco venan de afuera, que haban sido objeto de crtica y de burla por parte de pocos, pero que la gran mayora de los italianos haba honrado y venerado sinceramente. Ante los problemas de la reconstruccin interna y de las relaciones con el extranjero, se rompi el frente nico de los antiguos intervencionistas; y a la colaboracin, aunque fra y acondicionada, sucedi una violenta polmica entre los que se mantenan firmes en las posiciones del Pacto de Londres, y los que se inclinaban a transigir y a renunciar ; entre los que abandonaban en manos de los eslavos la Dalmacia en cambio de Fiume, y los que pretendan la Dalmacia y Fiume, y algo ms todava, comprendido o no en el Pacto de Londres, pero que era cosa que los otros nos deban, por el esfuerzo grandsimo que habamos realizado en inters general de la coalicin, esfuerzo muy superior, por cierto, al previsto en 1915, al firmarse el Pacto de Londres, y merecedor, por lo mismo, de ms compensaciones que las prometidas por dicho Pacto. En seguida se manifest, abierta y violentamente, la irritacin de los ex neutralistas de parte liberal o conservadora, parlamentarios, periodistas, hombres de letras, que reprocharon a los adversarios la inutilidad de los sacrificios hechos, esparcieron irona y sarcasmo sobre los entusiasmos, esperanzas e ilusiones de los intervencionistas, se burlaron de las radiosas jornadas , como los otros llamaban las de mayo de 1915, cuando la minora intervencionista, con tanto mpetu idealista, hizo pesar casi revolucionariamente su voluntad de guerra. A raz de estas internas escisiones de la burguesa, se alzaron con mayor jactancia los cabecillas socialistas, como si creyeran llegado el momento de su guerra, no ya en la frontera, sino en el interior del pas. Se volvan hacia Rusia, como maestra y amiga; enarbolaron la hoz y el martillo; deliberaron uniformar la actividad del partido a los principios de Lenin y Trotzki; invocaron la dictadura del proletariado , que era lo nico capaz de dar el triunfo al socialismo. Consideraban el rgimen burgus como ya liquidado. Alguien, es decir, las clases trabajadoras, deba recoger su herencia. El momento decan poda no ser el ms indicado; el capitalismo an no haba concluido su ciclo, y, adems, la vida econmica estaba deprimida. Pero la guerra arrastraba rpidamente el sistema capitalista hacia el derrumbe, y los trabajadores, necesariamente, deban hacerse cargo de la direccin de la vida nacional. El socialismo italiano atraves una fase de verdadera embriaguez. Esperaba el milagro, la solucin totalitaria y definitiva. Tambin estaban ebrias las masas. Se acrecentaban las aspiraciones y se enardecan las expectaciones, as en la gente que haba permanecido al resguardo en las fbricas, saturadas de propaganda antiblica y subversiva, como en los combatientes, que volvan del frente cansados, inquietos, desengaados de lo viejo, ilusionados con lo nuevo que pareca estar preparndose. Cedan con facilidad al engao de los anzuelos que arrojaban en las turbias aguas los politiqueros, sobre todo los nuevos politiqueros, harto peores que los antiguos; por su parte, los politiqueros hacanse intrpretes de. estas expectaciones apocalpticas, repitindolas y amplificndolas, y, bajo la apariencia de preceder y guiar, seguan a la zaga, halagndolos, de los peores instintos de las masas, en lugar de apelarse a los sentimientos superiores. Y as prevalecieron las fracciones extremistas del socialismo, y no las ms templadas y mejor dispuestas y preparadas para una colaboracin eventual. Por otra parte, estas no reaccionaron gran cosa contra las primeras. No correran el riesgo, en caso de hacerlo, de perder todo contacto y crdito entre las masas? Y en tal caso, no se habran inclinado mayormente las masas hacia el bolchevismo? As decan los socialistas de derecha, justificando su doblegamiento, que era complicidad, ante el extremismo. Y as, de buena o mala gana, tambin los socialistas moderados se tieron un poco de ese color rojo encendido, que era el color de la atmsfera en aquellos momentos. Ellos tambin condenaron la guerra y aquellos que la haban querido. Ha llegado proclamaba en la Cmara el diputado Claudio Treves ha llegado para la Italia intervencionista e intervenida la hora de la expiacin. Y sus palabras tenan vasta resonancia. Durante muchos meses, a pesar de haber salido victoriosa de la guerra, se empe gran parte de Italia en volver despectivamente la espalda a la guerra; perdi la nocin del valor de la guerra para la vida de la nacin y para la fortuna del mismo proletariado; renunci, ms an, reneg de todo ttulo de gloria que derivara de la guerra y de la victoria para la colectividad y los individuos. Es preciso tener bien en cuenta estas vicisitudes italianas que llenaron el perodo de 1914 a 1919: crisis de viejos partidos, intervencionismo revolucionario, descrdito de categoras sociales y de instituciones, violenta polmica de socialistas pasados al intervencionismo contra el partido, el sentimiento ms profundo de los problemas nacionales y sociales que la guerra haba suscitado en los combatientes de espritu superior, desengaos y exasperacin nacionalista, as contra los ex aliados, como contra el gobierno que tan mal administraba el patrimonio de la victoria, renovada y enardecida ofensiva de los socialistas contra la guerra, jactanciosas esperanzas de una inminente y total revolucin de tipo ruso: es preciso tener en cuenta todo esto, y algo ms todava, para explicarse el fascismo. El cual fascismo comenz a vivir en el sentimiento y en el pensamiento del mismo creador de los Fascios de accin revolucionaria , Benito Mussolini, un romaolo de sangre clida y de voluntad clarividente, joven an, pero ya aleccionado por variadas y dolorosas experiencias. Haba en l un indomable espritu combativo, fuerza de voluntad, instinto de caudillo, de que ya haba dado ms de una prueba durante los aos turbulentos del comienzo de la guerra; haba en l una pasin poltica, que dominaba toda otra pasin, siendo en esto verdadero hijo de Romaa; haba en l afn de accin, intolerancia e incontentabilidad de las posiciones logradas, capacidad de renovarse y de adaptarse al mudar de las circunstancias, y ninguna preocupacin de mera coherencia formal. El intervencionismo y el abandono del partido socialista no haban sido para l simplemente el trnsito desde un campo a otro campo opuesto, sino manifestacin de tedio por una espera demasiado prolongada de invocada revolucin; desprecio hacia el espritu de acomodo y la incapacidad revolucionaria del viejo socialismo, que haba cado en manos de politiqueros de mentalidad burguesa y parlamentaria; esperanza de realizar, con otros hombres y por otras vas, tomando como punto de partida la guerra, tan preada de fermentos revolucionarios, esa revolucin que los otros, por ineptitud y por acomodo, demostraban ser incapaces de acometer, visin de la guerra como revolucin contra la burguesa parasitaria, escptica y neutralista, contra la monarqua juzgada germanfila y triplicista, contra los Imperios Centrales, que representaban la autocracia. La campaa en favor del intervencionismo haba sido para l, que ya por ndole tenda al individualismo a pesar de la doctrina socialista, una buena experimentacin de lo que pueden hacer individuos y minoras, siempre que estn armados de voluntad y de audacia. La guerra complet su experiencia en este sentido. Creo que es urgente introducir cada vez con mayor decisin el elemento cualitativo en esta enorme guerra cuantitativa ; transformar la guerra de esfuerzo y sacrificio de masas resignadas que era, en guerra de guerreros conscientes y dispuestos a todo. Colocad una voluntad de acero contra una masa, y lograris agrietar la masa. Es preciso hallar un punto de apoyo en el espritu. No es fatal que la guerra sea masa, inercia, numero, cantidad. Es preciso valorizar el individuo As escriba Mussolini, en junio de 1918, despus de la gesta de Rizzo, el temerario conductor del M.A.S. que en pleno Adritico haba hecho frente, con su cascarn de nuez, a toda una flota austro-hngara, hundiendo al acorazado enemigo San Esteban : hazaa que result posible, porque ha sido intentada, porque exista la voluntad de intentarla . Y reclamaba de los gobernantes un grano de locura, de inteligente y racional locura . Ahora, Mussolini sacar gran provecho de estas lecciones de la experiencia: ahora que, habiendo abandonado el viejo ensueo de una revolucin de masas, intentar una revolucin de minoras, de guerreros conscientes y dispuestos a afrontarlo todo . Naturalmente, la guerra tambin significaba patria, nacin y valores nacionales, solidaridad de clases, etctera. Y Mussolini acept mayormente estos valores, que, por lo dems, ya haba comenzado a sentir y a revivir en Trento, cuando se hall combatiendo, en compaa de Csar Battisti, en las batallas del socialismo trentino que, en un pas amenazado por el germanismo, era tambin principio de nacionalidad y afirmacin italiana. Pero as como el socialismo de Mussolini se haba abierto a la aceptacin plena de los valores nacionales, as estos valores no ofuscaron ese socialismo: el cual, rechazado enrgicamente como partido, rechazado tambin como doctrina y como filosofa de naturaleza materialista, se conserv como sentimiento, perdur como simpata hacia el mundo del trabajo, como aspiracin a libertar a las masas del yugo del partido y de la corrupcin de la poltica, con el fin de promover su autoeducacin, de convertirla en artfice directa de su propia fortuna, como, por otra parte, proclamaba la concepcin de los sindicalistas. De este modo, acercando entre s la nacin y el pueblo, Mussolini poda esperar de la guerra, as el triunfo de la libertad y la justicia contra los imperialismos y las autocracias; como la liberacin del proletariado italiano y su pleno ingreso en la historia, participando en la historia, es decir, en la guerra; como tambin la elevacin del pueblo italiano todo, su mayor compenetracin con el Estado, su avaloramiento como nacin y como fuerza internacional. Era en cierto modo casi la refundicin, o la recproca fecundacin en la elevada temperatura de la guerra de problemas, sentimientos e ideas que hasta entonces haban estado poco menos que separados en Italia, esgrimidos por diversas agrupaciones polticas, diferentemente innovadoras, que se haban formado durante las ltimas dcadas, como socialistas, sindicalistas, nacionalistas, nacional-liberales, etc. Durante los cuatro aos que dur la guerra, Mussolini, en su diario, Il Popolo d'Italia, afirm y reafirm que la clase obrera no poda prescindir de la nacin; que las condiciones del proletariado italiano estaban en directa dependencia del crdito y de la fuerza del Estado al que perteneca; que era preciso dar a la guerra un contenido social, concebirla como planteamiento de los problemas sociales y como impulso hacia la solucin de los mismos; que el trabajo haba de desempear un papel importantsimo en la reconstruccin poltica, econmica y moral de la nacin. Y durante los das del armisticio escriba que era preciso marchar al encuentro de los trabajadores que volvan de las trincheras, ayudarlos, mantener despejada en ellos la conciencia viril de sus propias fuerzas y vivo el orgullo de la victoria.

CAPTULO SEGUNDO

EL "MOVIMIENTO FASCISTA

El "antipartido, o sea los fascios de combate.I. Al terminar la guerra Mussolini se nos presenta con su intervencionismo fieramente custodiado en el corazn, defendido y levantado como una bandera, en tanto que en otros vacilaba o caa; con su aversin contra los socialistas del partido, exasperada por la polmica y tambin ya ms personal; con ese su espritu de substanciosa democracia, que la guerra, hecha y sufrida en medio de los soldados, haba acentuado en l, y que, ya de formas socialistas, tenda a concretarse en una concepcin sindicalista, como les ocurra, por lo dems, a todos los ex socialistas que haban pasado por el intervencionismo. Intervencionismo, y, ahora, defensa de la victoria y de todos sus bienes, de todas sus posibilidades, ninguna excluida; antisocialismo y democracia a base de sindicatos: he aqu las ideas, o, mejor dicho, las pasiones que impulsaron a Benito Mussolini; he aqu no solamente los elementos constitutivos de un programa poltico, sino tambin, y sobre todo, los estmulos a la accin, concebida sta como maestra y gua, como fecunda creadora de realidades que se ocultaban en el misterioso porvenir. Haban pasado poco meses desde la firma del armisticio, cuando Mussolini comenz a reunir en torno de s a los intervencionistas de 1915. Un artculo suyo del 3 de enero de 1919 tena el siguiente ttulo: Hacia la constituyente del intervencionismo italiano : como si a l, y solamente a l, correspondiera trazar las lneas del nuevo orden poltico e institucional italiano. A principios de marzo anunci que entenda fundar el antipartido , vale decir, los fascios de combate , rganos de accin y agitacin en toda la Pennsula, destinados a luchar as contra el misonesmo de las derechas como contra las veleidades destructoras de la izquierda leninista. El antipartido se colocar, ante todo, contra el partido socialista, pero tambin contra los dems partidos: y no solamente por el contenido doctrinal especfico de los mismos, sino tambin por el hecho de ser partidos, es decir, conjuntos de frmulas, de programas bien definidos, de principios o dogmas. Mussolini perciba en Italia gran voluntad de renovacin, compartida por tantos hombres y partidos, por el partido popular , que acababa de fundarse por grupos de liberales, por los combatientes que se venan organizando en asociaciones, etc. De todas partes vena la ofensiva contra los viejos hombres y las viejas instituciones; por todos lados se anunciaban programas que, en el fondo, se asemejaban mucho entre s. Pero lo que caracteriza a un partido piensa y dice Mussolini no es su programa; es su punto de partida y de llegada, vale decirles el espritu que lo anima. Ahora, para l, el punto de partida es la intervencin. Este es el hecho caracterstico y distintivo, no solamente con respecto a los socialistas oficiales, sino tambin con respecto a aquellos hombres que, mal dispuestos desde un principio hacia la guerra, o arrepentidos, ms tarde, de haberla promovido, o, de algn modo, pesimistas o escpticos ante sus resultados, pretenden ahora hacer caso omiso de ella. Mantenindose firme en el terreno del intervencionismo, Mussolini reivindica para s y para sus compaeros de lucha el derecho y deber de defender la guerra y la victoria y de transformar la vida italiana segn la orientacin de las idealidades que animaron al interventismo . No se excluir, de antemano, ningn medio que pueda servir para lograr este objetivo, uno y mltiple: ninguno, tampoco la revolucin. Pero ser revolucin italiana, i-ta-lia-na , y no moscovita. Por lo dems, la revolucin ya ha comenzado en 1914-15; ha proseguido, bajo el nombre de guerra, hasta 1918; y entiende ahora cumplirse plenamente. Se inicia en la historia un perodo que puede definirse de poltica de las masas . Nosotros no podemos oponernos a las masas; slo debemos dirigir sus movimientos, indicarles determinados caminos a seguir. Ante todo, es preciso libertarlas del partido socialista, substraerlas a la fascinacin de los mitos bolcheviques, orientarlas hacia una democracia econmica (reivindicacin de las clases obreras en cuestiones del trabajo, pensiones y jubilaciones, contralor de las industrias, y ello tambin a objeto de darles capacidades directivas, ayudndolas a exprimir de su propio seno los ncleos inteligentes y volitivos que sepan trabajar para la grandeza del pas, etc.) y hacia una democracia poltica (participacin ms directa en la vida pblica, legislacin y gobierno encomendados a las competencias tcnicas, transformacin del organismo del Estado mediante la institucin de Consejos tcnicos nacionales elegidos por las organizaciones de oficios y profesiones y por las asociaciones culturales, etc.) No est, acaso, en crisis el actual rgimen italiano ? Todos pudieron comprobar, durante la guerra, la insuficiencia de la gente que nos gobierna, la insuficiencia del parlamento y del sistema del que el mismo parlamento es expresin y fulcro. Abierta la sucesin, debemos evitar que otros nos sobrepasen, sean socialista u otra cosa; nosotros debemos conquistar la sucesin, imponiendo nuestro derecho, que es el derecho de los que impulsaron al pas a la guerra, lo condujeron a la victoria, y sabrn conducirlo por los rumbos de sus destinos superiores. En resumen: lucha contra el partido socialista por recoger una sucesin; slo que no se trataba de la sucesin del capitalismo y de la burguesa, sino de un determinado rgimen poltico y de determinadas categoras directivas, ntimamente vinculadas con ese rgimen; y no ya en vista del colectivismo y de la internacional, sino para buen pro de la nacin italiana, social y polticamente renovada, e internacionalmente acreditada, puesta en condiciones de expandirse y de pesar en el mundo, por derecho y por deber derivados del nmero de sus habitantes, de su civilizacin, de su actuacin en la guerra. Tena este antiguo emigrado que haba vivido miserias y humillaciones en tierra extranjera, en este perenne revolucionario y hombre de batalla, una concepcin de la vida y de la poltica que tenda derechamente al imperialismo, en el que vea una ley eterna e inmutable de la vida , es decir, esa necesidad, ese deseo, esa voluntad de potencializarse a s mismo, que son propios de todo individuo y de todo pueblo viviente y vital. Tambin poda no ser un imperialismo aristocrtico y militar, sino democrtico, pacfico, econmico, espiritual . Tales eran las ideas y las palabras que Mussolini expresaba o bosquejaba en su ferviente actividad de periodista, en II Popolo d'Italia (que, de Cotidiano Socialista que era, se convirti en el Diario de los combatientes y de los productores) y, a veces, de orador, durante los meses que siguieron inmediatamente a la guerra, cuando comenzaban a denotarse la desorientacin de las ideas, la incertidumbre de los nimos, la vasta y amenazadora inquietud del mundo obrero, que ya no se hallaba sujeto por el freno de la disciplina de guerra. Pero de este mismo mundo obrero tambin provena alguna voz que poda ser de aliento para los pensamientos y las palabras de Mussolini. Como ocurri, por ejem-plo, en marzo de 1919, cuando los obreros de Dalmine, localidad de la industriosa regin bergamasca, en lugar de abandonar las mquinas y las fbricas durante un conflicto con los propietarios, cerraron sus puertas, enarbolaron el tricolor nacional, prosiguieron el trabajo por cuenta propia, votaron una orden del da que, aduciendo como finalidad de esa huelga de manos a la obra , que haban emprendido, el inters propio y, sobre todo, el inters de la industria italiana y el bien del pueblo todo de Italia . Pareci a Mussolini que el hecho tena importancia histrica y que abra un camino nuevo y diverso del que sola recorrer el socialismo huelguista, egosta, clasista, fascinado a la sazn por la Rusia leninista. Mussolini se traslad a Dalmine, habl a los obreros, los elogi por el hecho de que la clase no les haca olvidar a la nacin. Por la clase, podan hacer la huelga al estilo viejo, es decir, negativa y destructora; por la nacin, hacan la huelga creadora, que no interrumpe el ritmo de la vida productiva. Cmo habran podido, por lo dems, negar la nacin, ellos, que haban luchado y sufrido por ella? En un porvenir ms o menos lejano, haban de llegar a desempear funciones esenciales en la sociedad moderna; ahora, acababan de abrir una brecha hacia ese porvenir. A travs de ellos hablaba el trabajo, y no el dogma idiota ; el trabajo que en las trincheras consagr su derecho a no ser ya slo fatiga y desesperacin, porque ha de convertirse en orgullo, creacin, conquista de hombres libres en la patria libre y grande dentro y fuera de sus confines . En Miln, la ciudad que haba sido el mayor centro dinmico de la guerra, con su intervencionismo de 1914-15, sus diarios vastamente difundidos, sus obras asistenciales, sus industrias blicas, y que ahora era tambin el mayor centro de propaganda revolucionaria, la mayor esperanza de la soada revolucin , Il Popolo d'Italia organiz, el 3 de marzo de 1919, una reunin de colaboradores, corresponsales, lectores y amigos del diario. Nacern de esta reunin los fascios de combate, cuyo programa est contenido en su mismo nombre . Llegaron algunos centenares de adhesiones de las provincias, incluso de las ms lejanas, de ciudades y de aldeas, a comenzar por Gnova, que tambin haba desempeado un rol notable en la lucha por la intervencin; adhesiones de individuos y tambin de grupos, que haban sobrevivido a la guerra o que se haban formado despus de la guerra con programas de propaganda y de orden interno o relativos a las cuestiones adriticas. Aqu, eran asociaciones locales de combatientes, de arditi y voluntarios de guerra. All, era una Liga patritica , un Fascio de accin patritica o de defensa nacional , una Unin popular antibolchevique , una Liga de la juventud latina , un Fascio Nueva Italia o Italia Redimida , una Pro Fiume o Pro Dalmacia , etc., etc. En Mussolini y en su diario, unos vean, sobre todo, las reivindicaciones territoriales (Fiume y Dalmacia), amenazadas en Pars; otros la afirmacin del derecho de los combatientes a gobernar a Italia; stos, idealidades mazzinianas y hasta republicanas; aqullos el arreglo de la situacin prctica de los que acababan de volver de las trincheras; otros ms, la libertad y justicia de los buenos tiempos 1914-15, o la esperanza de nuevas luchas. Pero, en medio de tanta diversidad, haba un sentimiento comn, y era el de que era preciso defender la guerra y los valores ideales que la animaron, como si se tratara de una riqueza que guardar: y, en verdad, era la nica riqueza, para muchos. La personalidad de Mussolini ya comenzaba a obrar como fuerza de atraccin y como cemento. Y, ms que por sus ideas, por su fuerza animadora, por la fe que saba inspirar, por la certidumbre que daba a los vacilantes, por su capacidad de querer tenazmente y, sobre todo, de realizar lo que quera. Ya durante la guerra su nombre haba llegado a todas partes. Tena muchos enemigos, pero tambin haba mucha gente que crea en l: fundador del Popolo d'Italia, combatiente y herido, gran flagelador de socialistas, buen sembrador de nimo y valor en los momentos infelices de la guerra, siempre el primero en reclamar al Gobierno actos de energa y a los italianos disciplina. Ya en ocasin del penoso revs de octubre de 1917, que los ms atribuyeron a deficiencias del gobierno de Boselli, alguien hubo que, sin siquiera concebir todava a Mussolini en el gobierno, pens y dijo que un Mussolini habra sabido arreglar muchas cosas. Y ahora concordaban con Mussolini, aunque de maneras diversas, muchos de aquellos que haban dado a la guerra no solamente su material fatiga, sino tambin un poco de sus almas, y que, por lo mismo, podan considerarse, en cierto modo, como voluntarios. El 23 de marzo de 1919, en una reunin a que asistieron alrededor de cien adheridos de toda Italia, se constituy el fascio de Miln. Rpidamente se constituyeron otros fascios, en Gnova, Turn, Verona, Brgamo, Treviso, Cremona, Npoles, Brescia y Trieste, que fu la primera ciudad rescatada que tuvo un fascio para combatir a un enemigo que all era uno y dplice: el comunismo y el eslavismo asociados. No se enunciaron programas detallados, ni listas de reformas. Mussolini, como todos los que se dirigen al sentimiento ms que a la mente, y que con ese medio entienden estimular la accin, que siempre clarifica las ideas, se mantena preferentemente en lo vago. Aceptaremos y promoveremos deca todo lo que sea til a la nacin y rechazaremos todo el resto. No tenemos ninguna premisa, monrquica ni republicana, catlica ni anticatlica, socialista ni antisocialista. Hasta estamos dispuestos deca a aceptar al socialismo, siempre que demuestre responder a los intereses de la nacin. El fascismo cesa de ser fascismo en cuanto se atribuye una premisa. No tenemos ni queremos tampoco estatutos ni reglamentos: tan slo una cdula personal, nada ms. Aceptamos contactos con otros grupos constituidos y con hombres vinculados a dichos grupos: pero nada de estipulaciones, nada de acuerdos formales y protocolizados. Lo esencial consiste en saber que estas fuerzas puedan utilizarse para un fin comn. En resumen el fascismo era un movimiento , y no un partido. Movimiento sanamente italiano; antidogmtico y, por lo tanto, revolucionario; contrario a toda premisa, y, por lo tanto, fuertemente innovador. Movimiento de realidades y verdades ajustadas a la vida . Juventud, mpetu, fe. El fascismo proclama ser pragmtico. No se propone finalidades remotas, sino la organizacin tempornea de todos aquellos que aceptan determinadas soluciones para determinados problemas actuales. Por ahora se limita a volver a dar movimiento a las fuerzas revolucionarias de la intervencin, a mantener unidos mediante una forma de antipartido o de superpartido a los italianos de todas las fes y de todas las clases productoras, para impulsarlos hacia las nuevas y fatales batallas que han de librarse, como complemento y valorizacin de la gran guerra revolucionaria . Recordando quiz la dificultad de desviar una corriente de hombres de un camino demasiado trazado, dificultad que l mismo experiment en 1914-15, cuando quiso encauzar a los socialistas italianos hacia la intervencin a despecho de la vieja doctrina y de la acostumbrada predicacin, Mussolini no quiere ahora cerrar ningn camino ante s y ante los suyos, quiere sentirse libre y desvinculado, entiende conservar ntegros el derecho y la posibilidad de dirigir y rectificar cada da la ruta, adecuar cada da las ideas de detalle y las acciones a las exigencias del momento, en vista de fines ltimos que a sus mismos ojos, quizs, se presentan an velados en nebulosa lejana, tiene idea clara de su actual momento negativo. Hay en programa un gran anhelo de libertad: libertad para los productores, eximindoles del peso del Estado paternalista e intervencionista, experimentado durante la guerra; libertad para las masas obreras con respecto a toda influencia descarriadora de los partidos polticos; libertad con respecto a toda dictadura, de tiara o de cetro, de sable o de capital, de cdula o de mitos. En resumen, despojar de todo revestimiento las fuerzas vivas de un pueblo y dejar que acten con la mayor espontaneidad para la solucin de los problemas que la realidad de cada da plantea. Hasta parecera que el fascismo es concebido como un pequeo, pero poderoso fermento que debe penetrar y obrar en la masa, incitndola, animndola, dndole conciencia de s. El fascismo ser siempre un movimiento de minoras (II Popolo d'Italia, 2 de julio de 1919). Y minoras esencialmente urbanas. No puede difundirse fuera de las ciudades. Dirase que el fascismo naciente, que conoce muy bien a las masas obreras urbanas, y hasta dirige algn amistoso llamado a la Confederacin General del Trabajo, con la esperanza de separarla del partido socialista y acercarla a s, ignora a la poblacin rural. Y se comprende. Mussolini viene de ese socialismo que, si bien se apoy en la mano de obra rural, que vive cerca de la tierra, pero no con la tierra y de la tierra, se haba sentido impotente ante los pequeos propietarios, los aparceros, es decir, ante la verdadera gente del campo, ante los verdaderos campesinos. Adems, como intervencionista, el fascismo era igualmente urbano. Valores de la guerra eran, por lo menos en esos momentos, no ya los valores de los campesinos que, en su gran mayora, slo haban soportado y hecho la guerra con resignada disciplina, sino los valores de la media y pequea burguesa de las ciudades, que Haba sido fautora del intervencionismo.

"Nosotros los fascistas hemos de afirmarnos donde podamos2. Desde marzo en adelante, puede asistirse al desarrollo de la accin fascista, que se viene individualizando cada vez ms en medio de la accin de los otros grupos afines. Dicha accin se manifiesta en dos direcciones principales. Ante todo, resistencia y contraofensiva a las agitaciones obreras provocadas por los socialistas y que tenan, por lo tanto, fines de subversin poltica y espritu de irreducible aversin hacia todo hombres y cosas lo que recordaba la guerra. Socialista es anttesis absoluta de intervencionista . A mediados de abril tiene lugar un choque sangriento en el centro de Miln. Por un lado, manpulos de fascistas, oficiales que acababan de ser desmovilizados, de oficiales, estudiantes, vale decir, autorizados a seguir cursos universitarios (y eran casi todos del Politcnico); por el otro lado, una numerosa turba de huelguistas. Estos ltimos se desbandaron, los primeros asaltaron al diario Avanti!, penetraron por la fuerza, lo devastaron. Primer episodio de guerra civil, dijo Mussolini. Los fascistas no haban organizado esta pequea batalla, pero se tomaron su responsabilidad. El Popolo d'Italia qued bajo la vigilancia de obreros y soldados, adheridos o simpatizantes. Se acentuaron las relaciones y los vnculos entre el fascio y los otros grupos polticos, sindicales, que lo flanqueaban. Apareci claramente que a las fuerzas callejeras, en las que se apoyaban los socialistas, venan a contraponerse no ya votos platnicos, rdenes del da, propaganda oratoria o solamente polica y soldados, sino otras fuerzas capaces de salir a la calle y pelear, guiadas por hombres que tenan costumbre y conocimiento de la calle. Y apareci claramente, tambin, qu nimo nuevo haba infundido en la juventud la guerra, la guerra combatida con plena adhesin espiritual. Y la otra actividad: participar, junto con las diversas asociaciones irredentistas , con los ardid de guerra, con los voluntarios, etc., en las agitaciones por Fiume y la Dalmacia, contendidas a Italia por los aliados, que mandaban en el Mare nostrum, favoreciendo abiertamente las aspiraciones eslavas. En mayo apareci en la escena Gabriel D'Annunzio, con su discurso del Capitolio, dirigido a la multitud reunida en la plaza homnima, en Roma, y con su grito Memento audere semper: que fu, en cierto modo, la nueva palabra de orden, el nuevo lema de los italianos, y en setiembre tuvo lugar la empresa de Fiume, preparada por un grupo de oficiales de granaderos que buscaron y encontraron en D'Annunzio a su jefe, despus de haberse visto constreidos a abandonar la ciudad a causa de sangrientos incidentes que se produjeron entre soldados coloniales franceses y ciudadanos de Fiume, y del veredicto dado por una comisin investigadora interaliada. La empresa tuvo carcter de protesta, as contra los aliados como contra el gobierno italiano, asertor demasiado dbil de los derechos de la nacin en las reuniones interaliadas. Y signific tambin que la marcha ms all de los confines de Italia, que despus del triunfo de Vittorio Vneto haba quedado interrumpida, volva a reanudarse: volva a reanudarse por iniciativa de los combatientes mismos. A las secciones de tropa regular que entraron con D'Annunzio en Fiume, se sumaron rpidamente otras: y unidades enteras. Y naves y marineros, al lado de soldados de infantera y artilleros. En resumen, se trataba de un principio de disolucin de las fuerzas armadas del Estado. Y despus, muchedumbres de voluntarios que acudan de todas las partes de Italia, casi todos jvenes y muy jvenes, ex combatientes y adolescentes, en cuyos pechos se agitaban recuerdos garibaldinos, amor de aventuras y de riesgos. Fiume o la muerte! Pareci entonces que el centro de la agitacin irredentista por las tierras adriticas, se trasladaba a la atormentada ciudad del Carnaro. Ms an, pareci que la Italia de la guerra estaba representada por Fiume y por quienes defendan el destino italiano de esa ciudad. Se proclam que las milicias dannunzianas eran el ejrcito victorioso , Fiume la verdadera Italia , el Gobierno de Fiume el verdadero Gobierno de Italia , en oposicin al que en Roma usurpaba este nombre y vale decir, al Gobierno de Nitti, que era a la sazn objeto de rudos ataques, sobre todo despus de que Nitti hubo deplorado en la Cmara el gesto de D'Annunzio y de sus secuaces, considerndolo inspirado por insanos deseos de nuevas guerras, oponiendo los obreros y campesinos a los voluntarios fiumanos, como solicitando la colaboracin de los primeros en contra de los segundos. Tambin se dijo: el gesto iniciado en Fiume, debe tener trmino en Roma . La de Fiume no fu, pues, iniciativa fascista y mussoliniana. Pero madur y se desarroll en la misma atmsfera de pasin poltica, de exasperado patriotismo, de reivindicacin de la guerra, de prosecucin de la victoria. Los fascios se mantuvieron en estrechas relaciones con los legionarios; y Mussolini con D'Annunzio. El Popolo d'ltalia organiz una suscripcin nacional pro Fiume, patrocin la afluencia de voluntarios, fu poco menos que el rgano del movimiento fiumano en la pennsula. Durante un ao, que fu, por as decir, el ao de la infancia del fascismo, el fascismo aliment al dannunzianismo, y el dannunzianismo al fascismo. Y Mussolini debi sentirse reconfirmado en su conviccin de que las fuerzas vivas del hoy y del maana eran las que idealmente partan de la guerra; debi acrecentar su experiencia acerca de la capacidad de las minoras audaces para crear situaciones nuevas; debi de tener en cuenta la fuerza de arrastre de D'Annunzio. Comenzaron a proyectarse ya por entonces planes de marcha sobre Roma . Los abrig Mussolini, los abrig D'Annunzio. Acaso no haba all diez mil y ms voluntarios, dispuestos a todo? Acaso no se dispona de armas abundantes? Ciertamente naci entonces la idea de que Roma deba y poda ser arrebatada, aunque fuese con un acto de fuerza, a los hombres del viejo rgimen que desde all gobernaban a Italia, dbiles y pvidos ante el bolchevismo interno y ante la plutocracia internacional. Entre tanto, aumenta el nmero de los fascios. Su programa, de realizaciones inmediatas y mediatas, vena determinndose y especificndose; y ello debido tambin a la circunstancia de que se acercaba la fecha de las elecciones. El Comit Central de los fascios , residente en Miln, dio a conocer su programa el 28 de agosto. Contena, en el orden institucional, social, militar, financiero, el sufragio universal a escrutinio de lista regional, con representacin proporcional, con derecho de voto y elegibilidad para las mujeres; disminucin del lmite de edad de electores y elegidos; supresin del Senado; convocacin de una asamblea constituyente que determinase la organizacin que haba de darse al Estado; Consejos tcnicos del trabajo, de la industria, de los transportes, de las comunicaciones, etc., elegidos por las colectividades de profesiones y oficios, dotados de poder legislativo y con derecho a designar comisiones extraordinarias con poderes de ministros; legislacin del trabajo, jornada de ocho horas, mnimos de salario, participacin de representantes de los trabajadores en la gestin de industrias y servicios pblicos, eventual concesin de la gestin industrial o de servicios pblicos a las organizaciones proletarias capacitadas para ello; milicia nacional de servicio breve y con funcin defensiva tan slo; nacionalizacin de las fbricas de armas; poltica exterior que en las competiciones pacficas valorizara en el mundo a la nacin Galiana; fuerte impuesto extraordinario sobre el capital, que tuviese forma de verdadera expropiacin parcial de todas las riquezas; confiscacin de los bienes de las congregaciones religiosas y abolicin de las Mesas episcopales; revisin de todos los contratos inherentes a aprovisionamientos de guerra y secuestro del 85% de las correspondientes utilidades. Este programa fu debatido en Florencia, el 9 de octubre, al reunirse en dicha ciudad el primer congreso fascista, en medio de la curiosidad un tanto malvola de los mordaces y un poco escpticos florentinos. All se habl tambin de reforma inmediata de la burocracia, segn el principio de la descentralizacin y de la directa responsabilidad de los empleados; de reforma escolar, entendindose convertir la escuela en seguro instrumento de conciencia nacional y en palestra de fuerza, audacia, herosmo individual ; de poltica exterior, la que habra debido manifestarse dinmicamente en contra de los imperialismos extranjeros y en contra de la hegemona de las potencias plutocrticas. Semejantes reformas se dijo son base indispensable para toda otra reforma sucesiva, para toda solucin de problemas particulares, como el de la tierra, el de la explotacin minera e hidrulica, el de la marina mercantil, etc. Tambin hubo alguien y ste fu F. T. Marinetti, representante y jefe del futurismo, que se adhiri desde un principio a los fascios que propuso la expulsin del Papa de Roma, es decir, la desvaticanizacin de Italia. Todo sumado, se trataba de un programa de radicalismo extremado, con no pocas vetas de socialismo, anticlericalismo, etc. Mussolini aludi tambin al problema de la monarqua, para comprobar solamente comprobar que durante los dos meses de setiembre y octubre, manteniendo en el poder a un demagogo negador de la victoria como Nitti, habase realizado, de hecho, una propaganda republicana ms grande que la que se haba hecho durante cincuenta aos de polmica de peridicos y libros; lo cual no significaba confesar una premisa republicana, pero s revelar de manera franca las inclinaciones del joven fascismo. Tales inclinaciones no podan sorprender a nadie: bastaba recordar de qu partes venan los ms entre los primeros fundadores e inspiradores del fascismo. Como se ve, los fascios ya dirigen sus ojos hacia todas las actividades nacionales y tratan de definir: Nosotros los fascistas debemos afirmarnos donde podamos; debemos salir de lo indistinto que nos rodea . As dijeron en Florencia. No cabe duda de que la lucha contra el bolchevismo y la misma reivindicacin de la victoria, deben de haber dado impulso a este movimiento fascista; pero ste ya comienza a mostrar en s, fuera de los motivos contingentes y ocasionales, una razn propia de ser: de aqu su perduracin y su acrecentamiento, an cuando esos motivos desaparecen. Sin embargo, un programa como el de Florencia no era indicado, por entonces, para recoger muchas adhesiones. Antes bien, oposiciones e ironas, sin contar la guerra a fondo de los socialistas, hecha de aversin profunda y de temor. Los socialistas vean en Mussolini un trnsfuga y un rival peligroso, capaz de luchar con sus mismas armas. Y es cosa sabida que Lenin, en 1920, ech en cara a los compaeros italianos el haber dejado que se les escapara un hombre como Mussolini. As, en las elecciones de noviembre de 1919, que pusieron fin a la Cmara elegida en 1913, y renovaron profundamente la representacin nacional, los fascistas milaneses, con Mussolini a la cabeza, debieron contentarse con pocos miles de votos; magro resultado que, empero, no asust al jefe, ni le quit la fe de la revancha, ms an, la certidumbre, hija en parte del orgullo y en parte de la visin proftica del porvenir. En cambio, las elecciones constituyeron un triunfo para el joven partido popular, que vio salir triunfantes a un centenar de los suyos. Este partido conservaba en cierto modo la herencia del viejo socialismo cristiano; slo que, bien pronto, por su espritu y sus mtodos demostr ser ms socialista que cristiano. Triunfo an mayor lograron los socialistas. Entraron en la Cmara 156 diputados socialistas, con gran jactancia, con fortalecida fe en el porvenir y, tambin, con muchas ganas de aplastar al pequeo pero fastidioso enemigo' que le haba salido al paso al partido socialista. El partido popular se mostr inmediatamente dispuesto y deseoso, ms an, impaciente, de subir al poder: y bien pronto tuvo sus representantes en el gobierno. No as el partido socialista, en el cual seguan prevaleciendo las tendencias polticamente extremistas e intransigentes. Cuanto ms las agitaciones econmicas producan resultados escasos o negativos, tanto ms se dirigan hacia objetivos polticos, proponindose finalidades de subvertimiento total, a ejemplo de lo que haba ocurrido en Rusia. Esos fueron, en Italia, los momentos del socialismo: 1919 y parte del 1920. Durante dicho perodo el socialismo dio la inspiracin, el nombre, el favor, o cuando menos el pretexto y la ocasin, a todo lo que se hizo o trat de hacerse en contra del orden poltico y econmico existente: huelgas industriales, huelgas agrarias, huelgas de los servicios pblicos, huelgas generales. Trat de tomar en sus manos los instrumentos de la produccin, de aduearse de todos los resortes de mando. En setiembre de 1920, al cabo de un largo conflicto entre obreros e industriales, se produjo la ocupacin obrera de las fbricas: casi un mes de malgobierno de los establecimientos, no sin que se verificaran episodios de salvaje violencia; un mes de malgastamiento o substraccin de materiales, de pnico en el mundo de los negocios y de fuga de capitales, de desorientacin entre el personal tcnico que, si bien estaba dispuesto a considerarse a s mismo como elemento trabajador , retroceda ante la torpe mentalidad igualitaria de las masas. Verificbanse manifestaciones extremistas semejantes en los campos. Invasin de tierras, especialmente en el Sur del pas, donde era antiguo este anhelo como de reivindicacin de derechos propios, usurpados por otros, pero no prescriptos. Y fueron invasiones tumultuarias, de gentes sin capitales y sin experiencia tcnica, y a veces hasta sin ninguna prctica de vida campestre, porque muchos procedan de las tiendas y de los oficios sintindose atrados por el espejismo de la tierra. Tambin en el Norte hubo invasin de fincas y Consejos de fincas ; aqu la inspiracin vena de los populares, pero los socialistas miraban los hechos con simpata, juzgando que esas multitudes campesinas, aguijoneadas por los populares, iban a convertirse en excelente material humano para el socialismo. Multiplicronse las ligas de campesinos, sumamente inquietas, incluso en regiones que, como la Toscana, se haban citado hasta entonces como ejemplos de edn social. Los extremos se verificaron en la llanura baja de la regin de Ferrara y Bolonia, que eran zonas de saneamiento y braceros, vale decir, de trabajadores poco o nada vinculados a la tierra, pues no se trataba de cultivadores, sino de constructores de tierras. Aqu la vida result imposible para los propietarios, circundados, insidiados, amenazados en sus personas, en sus ganados, en sus cosechas. Hasta esa menuda burguesa que se vena constituyendo y acrecentando desde haca pocos aos, formada de aparceros, arrendatarios y pequeos propietarios labradores, debi entrar en las ligas, con o sin ganas, someterse a su disciplina niveladora, aceptar el monopolio de la mano de obra, ejercido por intermedio de oficinas de colocacin, todas ellas en manos de las ligas. Cmo resistir a las tallas, a la violencia personal, al boicot, a sistemas semejantes a la antigua interdiction aquae et ignis o a la medieval excomunin? La lucha poltica ya no tena nada de legal. La organizacin obrera campesina, despus de haberse asegurado el monopolio de la mano de obra, tenda, a apoderarse de la produccin, de la tierra y de las mquinas, empujando al pas hacia el comunismo agrario. Y no basta: adems de la usurpacin creciente de poderes pblicos por parte de los organismos sindicales, manifestbase tambin la tendencia a transferir, incluso formalmente, los poderes de las administraciones pblicas a las organizaciones econmicas; en resumen, se produca el fenmeno de un Estado en formacin, dentro y contra del Estado, el cual pareca estar ausente o malamente presente. Se verific, adems, en todas partes, un sistemtico asalto a las administraciones municipales y provinciales: y miles de municipios, decenas de provincias, pasaron a manos de los socialistas que, desempeando su gobierno, entendieron poco menos que abolir el Estado y la monarqua con sus leyes y smbolos. En otras palabras, llevaron hasta el extremo aquellas tendencias autonomistas que por entonces, aunque con fines diversos, eran comunes a todos los partidos, en mayor o menor medida, pero que, para los socialistas, se resolvan en tctica envolvente para apoderarse de aquellas posiciones perifricas, para luego circundar, derrotar y expugnar al Estado burgus. Todo esto no se disimulaba mnimamente, durante las elecciones municipales; los socialistas proclamaban que en la administracin de las municipalidades tenan por mira la disolucin de la burguesa, como poder de clase; que entendan obrar slo en inters del proletariado; y que no tenan en consideracin alguna los lmites impuestos por las leyes burguesas a la actividad de las comunas. El hecho de hallarse las comunas y las provincias en manos de los socialistas, signific, naturalmente, un gallardo punto de apoyo para todas las organizaciones subversivas. Signific la administracin de las Obras Pas dirigida a fines polticos. Signific fiscalizacin de clase. Y, como consecuencia, pletrica burocracia en las municipalidades, en las Obras Pas, en las cooperativas socialistas; ruinosas financiaciones de empresas econmicas; a menudo, finanzas alegres.Mal haca frente el Gobierno a esta ofensiva socialista. A menudo, as en cuestiones grandes como en cuestiones menores, dirase que no la afront para nada, sino que la dej avanzar. Y ello, en parte, poda ser de propsito. Nitti, que fu jefe del Gobierno desde mediados de 1919 hasta mediados de 1920, vea a la Italia del maana en manos de los socialistas y de los populares, es decir, de los grandes partidos de masas. Giolitti, que sucedi a Nitti hasta principios de 1921, era el mismo que veinte aos atrs, con su famoso mtodo , mezcla de libertad o de dejar hacer , de atraccin o corrupcin de los partidos, haba logrado suprimir roces y asperezas a las agitaciones obreras. Pero era tambin, y no menos, verdadera impotencia. El Parlamento slo serva de estorbo a la obra de gobierno. Crisis y manejos continuamente. Los grupos parlamentarios se mostraban inquietos y vidos. El partido popular tena la ambicin de ser rbitro de la situacin. Don Sturzo, jefe de este partido, mostrbase cada vez ms entrometido y exigente, hasta el punto de tornarle la vida difcil a hombres de consumada experiencia y astucia poltica, como Giolitti, a quien por ultimo indujo a dimitirse. El ventarrn revolucionario tambin arrastraba a los empleados y turbaba los servicios pblicos, los ferrocarriles sobre todo. Ya no se trataba solamente de huelgas, por cuanto stas eran frecuentes, ya fuesen anunciadas o efectuadas: todo el servicio estaba cotidianamente subordinado al arbitrio de los ferroviarios. De aqu, lgicamente: desorganizacin plena de la Administracin; robos ferroviarios a la orden del da; y perjuicios para el Erario por valor de decenas de millones cada mes. Y ms de una vez sucedi que Nitti, o los prefectos, contestaran que no haba nada que hacer, a aquellos que venan de las provincias invocando desesperadamente ayuda. Era como el abandono de territorio ante una invasin enemiga. Y sucedi que Giolitti asisti casi pasivamente a las agitaciones que precedieron la ocupacin de las fbricas, y luego a la ocupacin misma. Solamente a hecho consumado, hizo algn esfuerzo en el sentido de inducir a los obreros a retirarse, mediante promesa de concederles el control de las empresas. No era totalmente de condenar, en su sustancia, esta poltica que tenda a desarmar al socialismo revolucionario, dando acogida a aspiraciones y necesidades de las masas trabajadoras. Pero se pareca demasiado a una liquidacin en estado de quiebra. De ese modo, se alentaron las pretensiones de los agitadores, se dio la impresin de que el Estado se renda y de que ya no tena capacidad para defender los bienes y las libertades de los ciudadanos. Y ello debido tambin al hecho de que lo que suceda en las relaciones con los partidos subversivos, suceda igualmente en las relaciones con los sbditos de otra nacionalidad comprendidos en las zonas rescatadas y anexadas, a los cuales se daban motivos para creer que el nuevo confn de Italia era cosa provisoria. Y lo que suceda en el interior, tena su equivalente en lo que acaeca en el orden de la poltica exterior. Nitti fu debilsimo con los ex aliados, temiendo que Italia, ponindose en conflicto con los pases abastecedores de productos y materias primas, pudiera morirse de hambre. Tittoni, su ministro de Relaciones Exteriores, lleg al punto de renunciar casi a Rodas, replegando ante los griegos. En el verano de 1929, Giolitti no slo abandon a Albania, donde se haban invertido miles de millones, sino que tambin a Valona, donde, sin embargo, los italianos nos habamos propuesto permanecer: y todo esto, ante la presin de bandas rebeldes y, peor an, a raz del pequeo amotinamiento de los bersaglieri de Ancona, destinados a embarcarse para Albania, no sin connivencia con el subversivismo civil, al que se debieron jornadas de sangrientas violencias en esa ciudad, en las Marcas y en la Romaa. El crdito italiano en el extranjero no se hall jams a nivel tan bajo como en aquel perodo. Y cuando, poco despus, sobrevino la ocupacin obrera de las fbricas, se difundieron mayormente el temor o la esperanza de que Italia se derrumbara de un momento a otro. Muchas voces se levantaban contra este estado de cosas. Principalmente la de los fascistas y de Mussolini, desde la cotidiana tribuna del Popolo d'ltalia. Pero esta voz era diversa de las otras, proclamaba la defensa del buen derecho de Italia, la resistencia contra los ex aliados, la segura ocupacin y defensa del Brnero; pero no lloraba, como los nacionalistas, por cada escollo perdido en el Adritico; no rehua de acomodos y transacciones a propsito de la cuestin de Fiume. Demostraba, adems, constante inters y atencin simpatizante hacia el movimiento sindicalista. Ni dio escndalo tampoco en ocasin de la ocupacin de las fbricas, acontecimiento en el que Mussolini vio un poco de su revolucin. El control de las fbricas figuraba en el programa de los fascios . Ms an: para Mussolini, el triunfo de los obreros significaba la fin de una relacin jurdica plurisecular, la fin de los contrastes entre el capital y el trabajo y el acercamiento recproco de estos dos necesarios factores de la produccin. Segn l, Giolitti slo merece reproche por el hecho de haber hecho poco o nada en el sentido de prevenir la invasin de los establecimientos, y luego para impedir la degeneracin poltica, socialista, bolchevique de ese movimiento sindical. Este deba demostrar la potencia, y no la impotencia del Estado. Puede ser agregaba que esta abdicacin se repita. Por esto, nosotros invitamos a los ciudadanos, y particularmente a los fascistas, a prepararse con todos los medios para desbaratar los planes bolcheviques del partido socialista . En otras palabras: ninguna tregua con respecto al partido socialista, pero los brazos abiertos a las organizaciones obreras. Y en cuanto al Gobierno, aut aut: o el Gobierno se opone a la accin de ese partido, o los ciudadanos y los fascistas suplantarn al Gobierno.

La marcha del Fascismo: burgueses, proletarios, campesinos.3. - Era, precisamente, lo que ya estaba ocurriendo un poco en todas partes. En las Puglias, en la Toscana, en el Bajo Po, etc., producanse reacciones individuales y colectivas. Ncleos de ciudadanos y fascistas entraban en accin. En el otoo de 1920, el fascio de Ferrara, ciudad sta que era centro de una zona fuertemente dominada por el partido socialista, ya comienza a irradiarse por la campaa, con rpidas incursiones, como en territorio enemigo, a objeto de proteger a trabajadores libres o a propietarios amenazados; expediciones punitivas o de represalia, contra ofensas o violencias cometidas por los socialistas; golpes de mano para arrebatar alguna bandera roja excesivamente ostentada; rondas nocturnas por la ciudad; tentativas de crear fascios en las aldeas. Armados, encuadrados, al mando de ex oficiales, gallardetes al frente y entonando himnos de guerra y nuevas canciones, los fascistas se hallan presentes dondequiera sea preciso reanimar la resistencia de los amigos y poner freno a la jactancia de los adversarios. En noviembre y diciembre se verifican hechos decisivos en Bolonia y en Ferrara. En Bolonia, en pleno Concejo comunal, es asesinado el abogado Julio Giordani, ex combatiente y mutilado, concejal de la minora liberal, y fascista. Esta muerte provoc en la poblacin de la ciudad un movimiento de irresistible indignacin. Bolonia era la ciudad ms roja de Italia, algo as como la capital del bolchevismo italiano, del nuevo Estado en formacin. Y hasta entonces, el fascio bolos haba vivido en forma muy modesta y difcil, contando apenas con un centenar, o poco ms, de jvenes, no pareciendo sino una especie de bohemia romntica. Pero a raz de ese hecho, en pocas semanas lleg a tener ms de mil afiliados, y pudo llevar a cabo la primera gran accin de fuerza: que fu el asalto, la toma y el incendio de la Cmara del Trabajo, a las rdenes del fascista Leandro Arpinati, un joven que tena su origen en el pueblo. En Ferrara, el 20 de diciembre, una columna de fascistas fu blanco de adversarios armados y en acecho desde lo alto de la loggia del Castillo estense, sembrando de muertos la plaza. Y en Ferrara, lo mismo que en Bolonia, el hecho ocasion la enrgica insurreccin de la poblacin, el rpido desarrollo del fascio , e intensific la accin fascista en la campaa. Tuvo comienzo el ataque sistemtico a todas las organizaciones rojas, polticas o econmicas, ligas, cmaras del trabajo, cooperativas, etc., vinculadas entre s. Surgieron los primeros fascios en los campos, estrechamente unidos al de la ciudad. Algunas ligas comenzaron a enarbolar la bandera nacional. Otras, abandonadas por sus jefes, y disueltas, fueron reconstituidas sobre nuevas bases.Tuvironse as los primeros sindicatos adheridos a los fascios , formados por elementos que, de buena o mala gana, haban pertenecido a ligas rojas. La vieja sede abre sus puertas a la patria , dice una placa colocada en el frente de la casa que dio cabida al primero entre estos sindicatos de nuevo color. En la regin haba un material hombre muy suelto y movedizo. No haba sido difcil a los socialistas, en el pasado, organizado. Pero tampoco resultaba difcil ahora, una vez que se haba producido el primer choque y que el hechizo se haba roto, desorganizarlo y volver a organizarlo bajo otra ensea. Y no fu solamente cuestin de violencia fascista, que, por cierto, no falt, si bien era ms franca y abierta que la otra, como de guerra en el verdadero sentido de la palabra. Se dej entrever, tambin, una gran esperanza: la distribucin de tierras a los campesinos. La cual ya era una esperanza de los combatientes, durante la guerra. Despus vinieron a sumarse factores de diferente naturaleza, emociones y sugestiones diversas, sin excluir el arrastre personal de algn jefe, con buenascualidades de condotiero, y capaz, ahora, de dar una cierta unidad a esta amalgama de gente que, vindose entre dos tendencias, expuestas a dos atracciones opuestas, se senta indecisa y desorientada. Tal fu, por ejemplo, en Ferrara, Italo Balbo, que a la sazn contaba poco ms de veinte aos, que haba sido voluntario de guerra y alpino, mazziniano y fascista, hombre nuevo, en una palabra. Y tal, en Bolonia, Dio Grandi, que antes de la guerra haba simpatizado con los grupos nacional-liberales. En la breve historia del fascismo, que va desde el marzo milans de 1919 hasta el octubre italiano de 1922, debemos sealar este momento, romaolo y emiliano, con Ferrara y Bolonia por protagonistas. No sola-mente ha ganado a su causa el fascismo una regin vasta y central, sino que tambin se dio comienzo a la organizacin militar de los fascios , a la organizacin sindical adherida a los fascios , y empieza a manifestarse el fascismo rural, en que tambin forman parte campesinos y braceros. El movimiento fascista, que durante todo el ao 1919 y gran parte de 1920, no pudo realizar grandes progresos, saliendo muy poco de los mayores centros urbanos, en los cuales, por lo dems, chocaba contra masas obreras que se mantenan firmes en sus viejas organizaciones y que no le prestaban odos, comenz a tener expansin en la campaa, hallando un buen terreno de accin y de experimentacin, un slido punto de apoyo, entreviendo la perspectiva de posibilidades que quizs sus iniciadores mismos no esperaban que se les presentaran. Y el movimiento se aliment de enemigos del socialismo enemigos por motivos diversos y de gente que hasta entonces haba credo en el socialismo, pero que ahora comenzaba a creer en otras banderas. Una vez que hubo conquistado las regiones de Ferrara y Bolonia, la result ms fcil al fascismo penetrar en la Toscana, regin que tambin estaba fuertemente agitada y que a principios de 1921 fu teatro de salvajes episodios de violencia subversiva: como, por ejemplo, la matanza de una decena de marineros y carabineros que prestaban servicio de orden pblico en Empoli. Estos hechos alimentaron el espritu de reaccin. El fascismo hizo su aparicin en regiones que hasta entonces haban permanecido cerradas ante l; como la Lomellina, tierra de campesinos, dominada por los populares; la Lunigiana, pas de rudos excavadores de mrmoles, que solan dar numerosos adeptos al anarquismo. Se fortaleci en el Piamonte, en las Puglias, en los Abruzos, donde muchas secciones de la Asociacin de ex Combatientes albergaron a los fascios en sus propios locales. En las regiones rescatadas por la guerra, el fascismo haba echado buenas races en Trento, en Trieste, en Zara y en Fiume. Ha de subrayarse el hecho de que en Trieste, gracias a la iniciativa de Francisco Giunta, secretario poltico del fascio local, ya en el verano de 1920 se haban constituido formaciones escuadristas de Voluntarios pro defensa ciudadana , que dieron prueba de s en el asalto e incendio del Balean, centro de actividad comunista y croata; instituyse adems, en Trieste, una Oficina Italiana del Trabajo, que fu una de las primeras tentativas de organizacin sindical nacional. De Trento el fascismo se esparci por el Alto Adigio; y en febrero de 1921, se fund un fascio en Bolzano. Aqu, como en otras partes, se trataba de suplir la accin deficiente del Estado en la defensa de los intereses nacionales e italianos. As pues, en el espacio de pocos meses se constituyeron fascios en todas partes, sin contar los que comenzaban a surgir entre las colectividades italianas residentes en el extranjero. Y en todas partes, los fascios iban dando cuerpo a su rudimental organizacin militar. Cada fascio contaba con una o varias escuadrillas de combate. Comenzaban a difundirse los lemas, los ritos y gritos de guerra que vinieron identificndose totalmente con el fascismo. Se difunda el uso de la camisa negra , elemento esencial de la divisa del fascista. Significa el color negro, quizs, que el fascista libra batalla por la vida o por la muerte? Pero tambin eran negros la corbata y el fez de los arditi de guerra, de las tropas de asalto y de los legionarios dannunzianos. Estos, a la sazn, habiendo sido desalojados de Fiume despus de la ocupacin de la ciudad por las tropas italianas, se venan dispersando por Italia, apartndose con un poco de despecho hacia el fascismo, poco menos que acusado de traicin a la causa fiumana, o mezclndose con los fascistas y aportando a los fascios su propia contribucin de lemas, colores, ritos, como de sociedad guerrera. Audacia, mpetu, no rehuir ante la burla a los adversarios, afrontar la muerte con indiferencia: tales son las caractersticas de esta milicia. Me ne frego (es decir, no me importa morir ) es el lema, vulgar, pero eficazmente expresivo, de tal estado de nimo. Los jvenes sienten grandemente la fascinacin de esas rpidas acciones de guerra, de esas canciones, de esa osada, de ese sacrificio cruento y serenamente afrontado, de ese religioso recogimiento en el momento de pasar lista de los cados. No siempre es necesario indagar las finalidades ltimas de todo esto. En buena parte, se trataba, para muchos, de la aventura por la aventura, de la accin por la accin: especialmente para los ms jvenes que, habiendo crecido al lejano tronar de la guerra, sentanse inclinados a concebirla y a desearla como un hermoso juego, y que, no habiendo podido hacerla a su debido tiempo, trataban de hacerla ahora, como y donde pudieran. Hay en el fascismo, sobre todo en sus orgenes, algo que trasciende de la poltica y de sus problemas y que es, sin ms, juventud que rebosa, y que representa casi un rejuvenecimiento general de la nacin. La mitad de la revolucin fascista puede considerarse como obra de esta juventud; no slo, y no tanto, obra de los combatientes, sino principalmente de los hijos de los combatientes. Es todo esto burguesa , clase burguesa , intereses burgueses ? Innegablemente, tambin hay intereses burgueses en accin. Innegablemente, en el centro de esta reaccin hllase la burguesa, deprimida y discorde inmediatamente despus de la guerra, pero que ahora ya viene recobrando alma y sentimiento de unidad. Enrique Corradini, fundador del nacionalismo italiano, bien poda alegrarse, durante aquellos meses, comprobando en Italia el promisor despertar de la burguesa, clase abierta, mudable, siempre capacitada para rejuvenecerse y enriquecerse, clase dirigente por derecho y por deber. En este despertar vea Corradini el mejor fruto de la guerra. Pero haba que tener en cuenta que se trataba de burguesa agraria antes que de burguesa de industrias y de negocios (esta ltima, aunque contrastaba con el socialismo en las cuestiones internas o de clase, concordaba con l, en cierto modo, en cuanto a orientacin internacionalista o supernacional). Ms que de gran burguesa, se trataba de pequea y mediana burguesa; y sta, que simpatizaba grandemente con las ideas del nacionalismo, aport al fascismo un poco de sus inclinaciones nacionalistas, cosa que le atrajo el sarcasmo de liberales y filosocialistas como A. Tilgher y L. Salvatorelli, dos escritores muy ledos, para quienes esa clase representaba el parasitismo social y el patriotismo retrico. Era una burguesa de la que formaban parte los ms numerosos elementos de la cultura, que no tenan riquezas que defender. Era, por fin, una burguesa que haba pasado por la guerra, eficaz disolvente de egosmos de clase; y, en la medida en que ahora se arrojaba a la lucha y entraba en el fascismo, estaba representada, principalmente, por ex combatientes y jvenes, mejor dispuestos a apasionarse por una idea y a perseguir fantasmas de grandeza, que no a obrar con miras de intereses econmicos determinados. Muy justamente pudo decir Mussolini, en setiembre de 1921, ante los restos de los cados de Mdena, que la Italia invocada por estos jvenes no era la burguesa o el proletariado, la prosperidad privada o colectiva, sino que era una historia, un orgullo, una pasin, una grandeza, una esperanza. As pues, burguesa, s: pero sobre todo como suma de valores espirituales, que tambin podan ser aceptables para los que no eran burgueses. Y en 1921 el pueblo menudo, cada vez ms numeroso, comienza a entrar en el fascismo o a moverse dentro de su rbita, o hacia l tiende a gravitar por intermedio de los nuevos sindicatos, aportando al movimiento, naturalmente, su mentalidad, sus problemas; en resumen, todo eso que muchos de sus componentes ya haban llevado al socialismo y que ste haba fomentado y alentado, dentro de los lmites de sus toscas ideologas, de su materialismo, de su estrecha concepcin clasista. Esta vasta introduccin de pueblo en el fascismo hace de contrapeso a la no menos vasta introduccin de burguesa. El fascismo comienza a aparecer conscientemente como una gran revolucin de pueblo, ms an, como la primera revolucin verdadera del pueblo italiano, despus del esfuerzo de las minoras burguesas, autoras del Resurgimiento nacional. Despus de la guerra, que haba acercado considerablemente a las clases entre s, el movimiento fascista, que cuenta igualmente entre burgueses y proletarios con amigos y enemigos, crea nuevas agrupaciones, por fuera de las clases, y sobre otras bases. Problemas diversos se acumulan, tendiendo hacia una sntesis que los supere y resuelva. A pocos das de distancia, Mussolini puede reivindicar, frente al socialismo, la funcin del capitalismo, que no es solamente una mquina de explotacin, sino que tambin constituye una jerarqua, una elaboracin, seleccin, coordinacin de valores; puede proclamar que el mundo no marcha hacia el comunismo, sino hacia el anti-comunismo, es decir hacia una creciente diferenciacin de valores y plenitud de libertad y de vida (El Congreso del P. U. Socialista, artculo publicado en el Popolo d'ltalia del 14 de enero de 1921); y, al mismo tiempo, puede anunciar que con el triunfo del fascismo se realizar la nica revolucin posible en Italia, la revolucin agraria, que dar la tierra a los que la trabajan, en las maneras diversas que aconsejarn los diversos ambientes.

El Fascismo en el Parlamento. 4. - No es de sorprender, pues, el hecho de que a principios de 1921 el partido socialista y todo el movimiento que en l se apoyaba se mostrasen ya en su fase de fuerzas declinantes. Segn la estadstica, era una organizacin grandiosa: 156 diputados, 2.500 comunas, 36 consejos provinciales, 1.800.000 votos obtenidos en las elecciones, 3.000 secciones del partido, 250.000 inscriptos, 3.000.000 de obreros organizados. Pero su alma se debilitaba. El socialismo se haba incorporado demasiados materiales de calidad inferior, demasiada resaca, ponindoles solamente una etiqueta. Haba alimentado demasiadas esperanzas, y stas ahora demostraban ser solamente ilusiones. Haba construido, o crey construir, sobre instintos demasiado bajos, sobre exceso de negaciones, y sobre todo sobre la negacin de la guerra. Es propio de una psicologa mediocre el pensar que un pueblo puede seguir renegando largamente los esfuerzos que ha realizado, de cualquier naturaleza que sean; los sufrimientos soportados, cualquiera sea la causa por la cual los haya soportado; porque esto sera renegarse a s mismo. Fu sntoma de esta crisis la facilidad con que el edificio comenz a resquebrajarse y a desmoronarse; al choque de las escuadras fascistas, los cabecillas socialistas huyen y grandes muchedumbres se dispersan. El partido mismo est profundamente minado por tendencias diversas. En el Congreso de Liorna, la izquierda, o sea, los comunistas, se separan y constituyen un partido independiente. El socialismo y el comunismo han fracasado, comenta Mussolini. Estamos en marzo de 1921. Recae el segundo aniversario de la fundacin de los fascios : y Mussolini puede proclamar, sin ms, que el fascismo, gran movilizacin de fuerzas morales y materiales , se propone gobernar a la nacin , para darle grandeza y prosperidad. Nuestro programa, agrega, desde el punto de vista de la organizacin tcnica, administrativa y poltica, no se diferencia gran cosa del programa socialista. Pero nosotros agitamos valores morales y tradicionales. Dentro de algunos meses, toda Italia ser nuestra. Fascismo e Italia, seremos una sola cosa. Esa es la poca en que surgen diarios fascistas en casi todas las regiones. El Popolo d'Italia presta sus columnas a una serie de discusiones, que representan la contribucin dada por los intelectuales del fascismo a la aclaracin de los problemas planteados por el fascismo mismo o que su mismo desarrollo y acrecentamiento le imponen; discusiones que en enero del ao siguiente tuvieron su rgano especial en la revista Gerarchia (ttulo significativo), fundada y dirigida en Miln por Mussolini. Tambin se discute en congresos regionales, como en los de Liorna y de Bolonia: Fascismo y Estado, Fascismo y poltica exterior. Poltica exterior y economa nacional, vistas segn sus nexos. Revisin de tratados, desvincularse gradualmente de las naciones plutocrticas, desarrollo de las fuerzas productoras del pas, porque no puede haber autonoma en poltica exterior mientras haya servidumbre hacia quienes suministran cereales, hierro, carbn. Valorizacin de las colonias; expansin pacfica en el Mediterrneo y ms all del Mediterrneo; renovacin de la representacin diplomtica italiana, introduciendo en ella a jvenes preparados en escuelas especiales. Todo esto constituye el anuncio de lo que ms tarde har el fascismo en el gobierno. Y adems: