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MESTER DE CLERECÍA. SIGLO XIII Libro de Alexandre Libro de Alexandre: ESTROFAS 35-50 […] Al ver a su pupilo estar tan sin color, sabed su maestro sintió un dolor; nunca pesar le vino que fuese a éste peor, pues al ver así al niño, sintió un gran pavor. Empezó el maestro así a preguntar: Hijo mío, ¿qué os pasa?, ¿quién os dio tal pesar? Si puedo yo saberlo, os lo podré evitar; no me debéis a mí todo eso ocultar. El muchacho al maestro no le osaba mirar, le debía respeto, nunca en nada objetar. Solicitó licencia para empezar a hablar; se le otorgó de grado, y le mandó empezar. «Maestro, me educaste, por ti se clerecía; mucho bien tú me has hecho, pagarlo no podría. A ti me dio mi padre, yo siete años tendría, porque entre los maestros grande es tu nombradía. De toda clerecía, sé cuanto es menester, fuera de ti, no hay hombre que me pueda vencer; sé que todo eso a ti lo he de agradecer, pues las artes por ti yo las llegué a aprender. Entiendo la gramática, sé bien toda natura, escribo y versifico, conozco la figura, de memoria yo sé autores y lectura; mas todo eso lo olvido, ¡tan grande es mi amargura! Sé bien los argumentos de lógica formar; los dobles silogismos los sé también quebrar; puedo yo a un contrario poner en mal lugar, pero todo lo olvido, ¡tanto es mi pesar! Soy retórico fino, sé hermosamente hablar, adornar mis palabras y a todos contentar; sobre mis adversarios, mis errores echar, mas ahora todo eso lo tengo que olvidar... Aprendí medicina, soy médico cabal: sé interpretar el pulso y el líquido orinal. Fuera de ti, maestro, no existe un hombre tal; pero ahora todo eso es para mí igual. Sé por arte de música propiamente cantar, sé hacer gustosas notas, las voces concordar, los tonos cómo empiezan, y cómo han de acabar; mas todo eso no puede mi alma contentar. Sé de las siete artes todo su argumento; y sé las cualidades de cada elemento; de los signos solares, o de su fundamento, no se me oculta nada, ni siquiera un acento. Gracias a ti, maestro, poseo gran sapiencia, no temo de riqueza tener nunca carencia; mas viviré amargado, moriré en penitencia, si de Darío el yugo, no libero yo a Grecia. Es indigna de un rey vida tan afrentada; prefiero, por más noble, morir muerte honrada; mas si a ti te parece cosa bien acertada, contra Poro y Darío levantaré mi armada.» Le gustó a Aristóteles aquella explicación; supo que no había sido en vano su misión. Oidme, infante -dijo-, un poco de sermón, creo que ha de valeros para toda ocasión.» Contestó el infante -¡nada oiréis mejor!-, Yo soy tu escolar, tú eres mi doctor, espero tu consejo como del Salvador; oiré lo que digas, con atención y amor.» El muchacho al punto se quitó la capilla; se acercó al maestro, a los pies de su silla, dando grandes suspiros, preso de gran mancilla, ¡el rencor que sentía, mostraba en su mejilla! […] VIAJE DE ALEJANDRO AL FONDO DEL MAR Libro de Alexandre. Estrofas-2306-2329 Dicen que por saber qué hacen los pescados, cómo vivían los chicos entre los más granados, en gran cuba de vidrio con bordes bien cerrados, metióse Alejandro con dos de sus criados. Fueron ésos buscados de entre aquellos mejores, que no tuviesen tacha de malvados traidores, así el Rey dispondría de buenos guardadores, y contra él nada harían malos revolvedores.

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MESTER DE CLERECÍA. SIGLO XIII

Libro de Alexandre

Libro de Alexandre: ESTROFAS 35-50

[…]

Al ver a su pupilo estar tan sin color,

sabed su maestro sintió un dolor;

nunca pesar le vino que fuese a éste peor,

pues al ver así al niño, sintió un gran pavor.

Empezó el maestro así a preguntar:

Hijo mío, ¿qué os pasa?, ¿quién os dio tal pesar?

Si puedo yo saberlo, os lo podré evitar;

no me debéis a mí todo eso ocultar.

El muchacho al maestro no le osaba mirar,

le debía respeto, nunca en nada objetar.

Solicitó licencia para empezar a hablar;

se le otorgó de grado, y le mandó empezar.

«Maestro, me educaste, por ti se clerecía;

mucho bien tú me has hecho, pagarlo no podría.

A ti me dio mi padre, yo siete años tendría,

porque entre los maestros grande es tu nombradía.

De toda clerecía, sé cuanto es menester,

fuera de ti, no hay hombre que me pueda vencer;

sé que todo eso a ti lo he de agradecer,

pues las artes por ti yo las llegué a aprender.

Entiendo la gramática, sé bien toda natura,

escribo y versifico, conozco la figura,

de memoria yo sé autores y lectura;

mas todo eso lo olvido, ¡tan grande es mi

amargura!

Sé bien los argumentos de lógica formar;

los dobles silogismos los sé también quebrar;

puedo yo a un contrario poner en mal lugar,

pero todo lo olvido, ¡tanto es mi pesar!

Soy retórico fino, sé hermosamente hablar,

adornar mis palabras y a todos contentar;

sobre mis adversarios, mis errores echar,

mas ahora todo eso lo tengo que olvidar...

Aprendí medicina, soy médico cabal:

sé interpretar el pulso y el líquido orinal.

Fuera de ti, maestro, no existe un hombre tal;

pero ahora todo eso es para mí igual.

Sé por arte de música propiamente cantar,

sé hacer gustosas notas, las voces concordar,

los tonos cómo empiezan, y cómo han de acabar;

mas todo eso no puede mi alma contentar.

Sé de las siete artes todo su argumento;

y sé las cualidades de cada elemento;

de los signos solares, o de su fundamento,

no se me oculta nada, ni siquiera un acento.

Gracias a ti, maestro, poseo gran sapiencia,

no temo de riqueza tener nunca carencia;

mas viviré amargado, moriré en penitencia,

si de Darío el yugo, no libero yo a Grecia.

Es indigna de un rey vida tan afrentada;

prefiero, por más noble, morir muerte honrada;

mas si a ti te parece cosa bien acertada,

contra Poro y Darío levantaré mi armada.»

Le gustó a Aristóteles aquella explicación;

supo que no había sido en vano su misión.

Oidme, infante -dijo-, un poco de sermón,

creo que ha de valeros para toda ocasión.»

Contestó el infante -¡nada oiréis mejor!-,

Yo soy tu escolar, tú eres mi doctor,

espero tu consejo como del Salvador;

oiré lo que digas, con atención y amor.»

El muchacho al punto se quitó la capilla;

se acercó al maestro, a los pies de su silla,

dando grandes suspiros, preso de gran mancilla,

¡el rencor que sentía, mostraba en su mejilla!

[…]

VIAJE DE ALEJANDRO AL FONDO DEL MAR

Libro de Alexandre. Estrofas-2306-2329

Dicen que por saber qué hacen los pescados,

cómo vivían los chicos entre los más granados,

en gran cuba de vidrio con bordes bien cerrados,

metióse Alejandro con dos de sus criados.

Fueron ésos buscados de entre aquellos mejores,

que no tuviesen tacha de malvados traidores,

así el Rey dispondría de buenos guardadores,

y contra él nada harían malos revolvedores.

2

Con buen betún la cuba fue calafateada,

y con buenas cadenas sujetas y amarrada,

con fuertes ligaduras a las naves atada;

para que no se hundiese quedó de ellas colgada.

Mandó que lo dejasen quince días estar

que las naves con todo comenzasen a andar;

mientras tanto, podría saber y meditar,

y poner por escrito los secretos del mar.

Sumergieron la cuba en donde el Rey yacía:

a los unos pesaba, a los otros placía;

bien creían algunos que de allí no saldría,

mas convencido estaba que en mar no moriría.

Andaba el buen rey en su casa cerrada

-¡gran corazón estaba en angosta posada!-,

toda la mar veía de pescados poblada,

no hay bestia en el mundo que allí no fuese hallada.

No vive en el mundo ninguna criatura

que no tenga en el mar parecida figura;

traen enemistades entre sí, por natura,

los fuertes a los flacos danles mala ventura.

Entonces vio el Rey en aquellas andadas

cómo tendían los unos a los otros celadas;

decía que allí había presas y engañadas,

tretas que también fueron en el mundo usadas.

Tanto allí se acercaban al Rey los pescados

como si los tuviese con armas dominados;

llegaban a la cuba todos muy asustados,

temblando ante él como mozos mojados.

Juraba Alejandro, visto lo allí encontrado,

que nunca fue de hombres mejor acompañado;

de los pueblos del mar túvose por premiado,

y pensó que otro imperio había allí ganado.

Otra acción vio allí en esos pobladores:

notó cómo los grandes comían los menores,

los chicos a los grandes tenían por señores;

los fuertes maltrataban a todos los menores.

Dijo el Rey: «La Soberbia vive en todos lugares,

es la razón de fuerza en la tierra y los mares.

Las aves eso mismo hacen con sus iguales.

¡Dios confunda ese vicio que hay en tantos lugares!

»Nació entre ángeles, hizo a muchos caer,

se extendió por la tierra, dióle Dios gran poder;

la justicia no puede entre ella ejercer;

escondió la cabeza, no osa aparecer.

»Quien más puede, más hace, no de bien, mas de mal;

quien tiene más, más quiere; muere por más jornal;

no mira con agrado que otro sea su igual.

¡Mal pecado!, ¡ninguno es para Dios leal!

»Las aves y las bestias, los hombres, los pescados,

todos son entre sí en bandos separados.

De vicio y de soberbia, son todos contagiados;

los flacos y los fuertes andan desafiados.»

Si como todo esto, el Rey sabía pensar,

y quisiera a sí mismo esa ley aplicar,

bien debía un poquillo su lengua refrenar,

y dejar sus bravatas para otro lugar.

Con gusto hubiera el Rey el viaje prolongado,

pero sus compañeros estaban con cuidado,

y temiendo ocurriese algo desventurado,

sacáronle del mar antes de lo acordado.

Fueron con su señor contentas las mesnadas;

todas fueron a verle, menudas y granadas,

besábanle las manos tres y cuatro vegadas.

Decían: «Ahora estamos, Señor, resucitadas.»

Dejo ahora al Rey en las naves holgar,

quiero de su soberbia un poquillo hablar,

y dejar esta historia un rato descansar,

aunque al fin todo quede en su justo lugar.

3

Libro de Alexandre. Estrofas 2474-2496

[…]

Halló una avecilla que Fénix es llamada,

es única en el mundo, pareja no le es dada;

ella misma se quema en su edad mediada,

de su ceniza entonces sale resucitada.

Cuando se siente vieja, prepara su calera,

allí se encierra y quema dentro de la hoguera;

queda un gusanillo como grano de pera,

de ése nace de nuevo, es cosa verdadera.

Fue caminando el Rey sin torcer su camino,

rico de gran coraje, pobre de pan y vino;

hallaron abundancia de venado montino,

¡quien con señor tal fuese, nunca sería mezquino!

Hallaron un palacio en una isla llana,

era dentro y fuera de obra muy galana;

allí habían vivido el dios Febo y su hermana,

a la que los autores llaman diosa Diana.

Hallaron un buen hombre que esa casa guardaba,

los recibió amable, los llevó donde estaba;

tomó al Rey de la mano, preguntó a dónde andaba,

de qué parte venía y qué cosa buscaba.

Sólo comía incienso aquel hombre cabal,

y custodiaba el templo en medio de un corral;

bien construido el templo, de aspecto natural,

le cercaba una viña de belleza igual.

«Rey -le dijo el fraile-, si te dignas oír,

una cosa te voy a mostrar y a decir:

puesto que acá te quiso tu hado conducir,

podrás de tu futuro seguro de aquí ir.

»Dos árboles del monte te voy a ti a mostrar,

que de cualquiera cosa que puedas tú pensar

ellos van a decirte cómo se ha de acabar;

si te place, ahora puedes irlo tú a comprobar.

»El uno es el sol, de su virtud dotado;

el otro, es la luna, así está encantado

que declara al hombre cuanto éste ha pensado;

verás que los dos tienen su poder igualado.

»Mas si quieres venir a esta romería,

debéis purificaros durante unos tres días,

descalzos os conviene entrar en esta vía,

pues santidad y poder hay allí en mayoría.»

Dijo el Rey al buen fraile: «Capellán, bien sabéis

que muy limpios andamos, de eso no os preocupéis;

si a esas santidades guiarnos nos queréis,

os daremos ofrendas tan grandes cual soñéis.»

Se puso el Rey un traje pobre cual de romero,

guiándolos el fraile los metió en un sendero;

llevaba el Rey consigo, para no andar señero,

a Pérdicas, Antígono, Tolomeo, el tercero.

Entraron en los montes, comenzaron a andar

hasta que aquellos árboles pudieron divisar;

pero antes unas vides vieron en un lugar

que bálsamo e incienso acostumbran a dar.

Cuando hubieron llegado a la gran santidad,

predicóles el fraile de tal comunidad,

díjoles que pensasen en su interioridad

de qué cosa querían saber total verdad.

Alejandro en seguida empezó a pensar

si algo en el mundo se le podría escapar;

si a su tierra podría victorioso tornar,

y cómo estaba ahora y cómo habría de estar.

Repúsole el árbol esta fiera razón:

«Comprendo muy bien, Rey, cuya es tu intención:

Señor serás del mundo en próxima ocasión,

mas nunca volverás a tu natal región.»

Habló el de la luna cuando hubo el sol callado:

«Te matarán traidores, serás envenenado;

muéstrate, Rey, muy firme, no serás derrotado,

el que tiene el veneno, ése es tu privado.»

Dijo el Rey al árbol: «Si me vas a ayudar,

dime el nombre de aquél que me ha de matar;

si no, aunque me digas solamente el lugar,

de algún modo y manera me podría guardar.»

«Rey -le respondió el árbol-, si fueses sabedor,

harías degollar en seguida al traidor;

el astro de tu hado no tendría valor,

y contra mí tendría rencor el Creador.»

«Rey -díjole el fraile-, bastante ya has oído,

si insistieras, por loco serás aquí tenido.»

El consejo del fraile fue muy bien recibido:

volvieron a la casa donde habían salido.

4

Libro de Alexandre: Estrofas2147-2175

[…]

Larga era la ruta, y de muchas jornadas,

seca y peligrosa, y de malas pasadas,

de serpientes rabiosas, de bestias enconadas

de las que soportaron agresiones malvadas.

Marchaba con el ansia de todo allí acabar,

por tal tierra que nadie pudo nunca pasar,

tierra que no podría ningún hombre andar

donde pudiese un vaso de agua limpia hallar.

[…]

En el camino hallaron muchas malas serpientes,

unas con aguijones, otras con malos dientes;

unas iban volando, otras sobre sus vientres;

dañábanle al Rey muchas de las sus gentes.

Tuvieron la fortuna de a un buen hombre encontrar,

que les mostró una fuente en un fiero lugar,

aunque a ella no podría ningún hombre llegar,

pues tenía custodias que la sabían guardar.

Muchas fieras serpientes guardaban la fontana,

donde dicen que no era la entrada muy sana;

mediodía ya era e imposible su entrada,

-¡Que la beba quien quiera, yo de ella no he gana!

Cuando oyeron las gentes de la fuente el poder,

tuvieron mayor queja, queríanse perder;

lanzáronse a la fuente con ganas de beber;

no los podía el Rey por nada detener.

La prisa les hacía el miedo olvidar,

iban todos corriendo hacia aquel fontanar.

Y cuando el buen rey vio que iban a peligrar,

Dios le dio un consejo para aquello atajar.

Como Alejandro era sabedor y letrado,

y tenía ingenio de hombre cultivado,

gran filósofo era y maestro acabado,

y de todos saberes estaba bien dotado,

sabía de las sierpes que son de tal manera

que ante el hombre desnudo huyen a la carrera,

y ante él tienen más miedo que de una gran hoguera,

-en escrito se dice, es cosa verdadera-.

Ordenó el Rey a todos quitarse los vestidos;

quedáronse en cueros, como recién nacidos.

Las sierpes daban silbos, malos y enfurecidos,

pues viéndose burladas hacían grandes ruidos.

El consejo del Rey por Dios le fue enviado;

fue el pueblo protegido, de la sed mitigado.

Siguieron su camino como había empezado,

y el Rey fue tenido por hombre ponderado.

A un río muy amargo consiguieron venir

-no leemos su nombre, no os lo puedo decir-,

ancho era y hondo, no lo podían transir,

todos pedían la muerte que no quería venir.

Se alzaban por doquier, en todas las riberas,

montes grandes y fieros, y fieras cañaveras;

criaban muchas bestias, de diversas maneras,

contra las que lucharon en contiendas muy fieras.

Por enormes ratones fueron pronto asaltados,

eran, los muy malditos, sucios y enconados;

tan grandes como zorras, con los dientes sacados,

los que ellos mordían eran pronto acabados.

También a los caballos hizo el miedo sufrir;

con coces y pezuñas comenzaron a herir.

Por fuerza les hicieron a desbandada huir:

¡Más ratones no osaron contra ellos salir!

Continuando la ruta, ya hacía tiempo empezada,

hallaron los acéfalos, gente descabezada,

que tienen en el pecho la cara allí formada,

¡podrían de improviso dar mala espantada!

Alejandro el bueno, un poder sin frontera,

pensó en una cosa en su ruta viajera:

cómo tener un poyo o una gran escalera,

para ver todo el mundo cómo estaba y qué era.

5

VIAJE AÉREO DE ALEJANDRO

Estrofas 2497-2518

Hizo cazar dos grifos, que son aves valientes,

cebólos bien con carnes saladas y recientes;

túvolos bien cebados con carnes convenientes,

hasta que se pusieron gruesos y muy potentes.

Mandó hacer una casa de cuero bien sobado,

donde cabría un hombre a lo ancho tumbado;

atóla a los grifos con un fuerte hilado

que no se rompería por un hombre pesado.

A los grifos tres días los dejó sin comer

y así ganas tuviesen de se satisfacer.

Entretanto él se hizo en el cuero meter,

la cara descubierta para poder bien ver.

En pértiga muy larga puso carne espetada

en medio de los grifos, pero muy alejada;

los grifos por cogerla dieron pronto volada,

intentaban cebarse, mas no les valía nada.

Cuando ellos volaban, el Rey mucho se erguía;

Alejandro, igual que ellos, siempre lo mismo hacía.

La pértiga alzaba, a veces la subía,

así iban los grifos a donde el Rey quería.

Les apremiaba el hambre en ellos atrasada,

corrían por cebarse, no les valía de nada.

Volaban sin descanso, cumplían su jornada,

mientras el Rey yacía oculto en su albergada.

Alzábales la carne cuando quería subir,

la bajaba si el vuelo quería corregir,

donde veían carne, allí habían de ir.

No les acuso: el hambre es mala de sufrir.

Tanto pudo el Rey las nubes alcanzar,

que vio montes y valles debajo de él estar.

Pudo ver muchos ríos entrar hasta la mar;

mas cómo eran o no no lo pudo apreciar.

Veía en cuáles puertos son angostos los mares,

y vio grandes peligros en aquellos lugares;

veía las galeras chocar en peñascales,

otras, entrar en puerto, preparar sus yantares.

Toda África vio, lo bien hecha que estaba,

y por dónde sería más posible su entrada.

Vio después do podría ser más fácil forzada:

tenía gran salida y muy extensa entrada.

Salieron jabalíes de los cañaverales;

tenían los colmillos enormes, colosales;

a diestro y a siniestro daban golpes mortales,

hirieron más de treinta señores principales.

Aunque, a pesar de todo, pudiéronlos vencer,

e hiciéronlos huir, y fuéronse a esconder,

si, por malos pecados, siguiese el contender,

en apuros los griegos hubiéranse de ver.

Después de aquellos puercos, salieron otros bravos:

vivían bajo tierra cual conejos de campos,

cada uno tenía tres parejas de manos,

-a ésos les llaman monstruos los buenos escribanos-.

Pasado el mediodía, la tarde fue viniendo.

Llegaron grandes moscas y avispas rugiendo.

Con fiereza las bestias se iban entrometiendo,

hasta que hacia los hombres iban acometiendo.

Iban de ruín manera, bestias embravecidas,

haciéndolas más fieras las amargas heridas.

Sus agujas estaban de veneno henchidas,

parecían elosnas en alquitrán metidas.

Al que una vez tan sólo herían los abejones,

era cual si tomase venenosas pociones.

Sentían gran dolor allí en sus corazones,

decían: «¡Malditos sean aquestos aguijones!»

Como no eran cosas que pudiesen parar,

ni de ellas huir, ni de ellas escapar.

al Réy una treta se le ocurrió probar,

con la que Dios le vino al cabo a ayudar:

Mandó a todos sus hombres muchas cañas coger,

reunir cuantos manojos se pudiesen hacer;

cuando muchos reunieron, mandólos encender,

y así consiguieron a las moscas vencer.

[…]

6

Cuanto vio Alejandro largo es de contar,

no podría siquiera todo un día bastar;

pero en sólo una hora supo él anotar

más que cuantos abades podrían sospechar.

Lo solemos leer, dícelo la escritura,

que nuestro mundo tiene del hombre la figura.

Quien meditar quisiera y pensar esa hechura,

verá que es justamente ésa su compostura.

Asia es el cuerpo, para mí eso es patente,

sol y luna los ojos, que nacen en oriente;

los brazos son la cruz del Rey omnipotente

que fue muerto en el Asia para salvar la gente.

La pierna que desciende del izquierdo costado

es el reino de África por ella figurado.

Allí mandan los moros, un pueblo renegado,

que creen en Mahoma, profeta venerado.

La diestra pierna es la Europa afamada,

ésta es católica, de la fe más poblada;

tienen Pedro y Pablo en ella su morada:

con la diestra su obispo la tiene santiguada.

La carne es la tierra espesa y pesada,

el mar es el pellejo que la tiene cercada,

las venas son los ríos que la hacen templada

y que por mil meandros resulta atravesada.

Los huesos son las rocas que levantan collados,

los pelos de su testa son hierbas de los prados.

Se crían en la tierra muy crueles venados,

que son para castigo de los nuestros pecados.

Después que fue la Tierra por el Rey bien mirada,

cuando cumplió a su gusto cuanto él deseaba,

bajó el cebo a los grifos, guióles de tornada,

y en un tiempo muy breve volvió con su mesnada.

La ventura del Rey, que lo quería guiar

antes que este mundo fuese a abandonar,

todo el poder del mundo le quiso allí ofrendar;

mas poco pudo en él Alejandro durar.

Tan grande era su fama por el mundo extendida,

que toda África estaba en gran miedo metida;

teníase Europa por en falta caída

porque a su obediencia no estaba sometida.

Se pusieron de acuerdo -y plació al Creador-,

para aceptar al rey de Grecia por señor;

a prisa le enviaron al buen emperador

parias y homenajes y signos de temor.

Con las parias mandaron ruegos multiplicados,

y de cada región presentes señalados;

los que iban con éstos eran hombres honrados,

hombres de gran prudencia y de saber cargados.

[…]