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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Camila BARI DE LÓPEZ. Legitimación de la identidad mesti... - Legitimación de la identidad mestiza En Juan de la Rosa: Memorias del último soldado de la independencia por N ataniel Aguirre Camila Bari de López WESTMINSTER COLLEGE ANTES DE COMENZAR la lectura de Juan de la Rosa, el subtítulo de la novela la clasifica como <memorias.> Con ello, el autor responde a la exigencia epoca! de veracidad histórica y le dice al lector que, aunque teñida de subjetividad, su narración es verdadera. Inmediatamente, dos interrogantes inquietan desde el mismo comienzo de la lectura: ¿Por qué se calla la filiación de Juan?, ¿por qué la lucha por la Independencia hispanoamerica- na de la corona de España se inicia al grito de «Viva el Rey»? Intentando contestar los dos interrogantes, hallamos un paralelismo que confirma la tipología histórica y autobiográfica de las memorias: lo que no se dice detrás del histórico «Viva el Rey» a principios del movimiento independentista tiene como paralelo lo oculto tras el apelativo <de la Rosa> que busca llenar el vacío genealógico del hijo no aceptado por la sociedad. Descubrimos así que el temor a aceptar el propósito de independencia oculto tras la fidelidad a un rey prisionero se transpone metonímicamente al temor a legitimar abiertamente la genealogía del niño sin padre legítimo. En el breve prólogo a la novela firmado por Juan de la Rosa, supuesto autor de la obra, y fechado en 1884, el año anterior a su publicación por entregas, el ya envejecido protagonista cuenta cómo se convirtió en escritor para «pedir a la juventud de mi querido país que recoja alguna enseñanza provechosa de la historia de mi propia vida.» (Aguirre, Juan de la Rosa, XVII). Es evidente que el autor de Juan de la Rosa tiene dotes de historiador pero que, sin embargo, no quiere escribir la historia de su ciudad natal. En lugar de escribir un volumen erudito sobre las victorias y desastres que jalonaron los primeros años de lucha por la Independencia del Alto Perú en Cochabamba, para lo cual cuenta con la documentación y el talento necesarios, prefiere crear una novela histórica dentro de los cánones del romanticismo. ¿Por qué toma esta decisión? Es que el centro de su interés no está en las batallas, aunque le apasione la estrategia militar, sino en «algunos detalles interesantes, un reflejo de antiguas costumbres, otras cosillas, en fin, de que no se ocupan los graves historiadores.» (Aguirre, Juan de la Rosa, XVIII). Entre esos detalles, está la defensa heroica de la ciudad de Cochabamba por un grupo de hombres acompañados y 57 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Legitimación de la identidad mestiza En Juan de la Rosa: Memorias del último

soldado de la independencia por N ataniel Aguirre

Camila Bari de López WESTMINSTER COLLEGE

ANTES DE COMENZAR la lectura de Juan de la Rosa, el subtítulo de la novela la clasifica como <memorias.> Con ello, el autor responde a la exigencia epoca! de veracidad histórica y le dice al lector que, aunque teñida de subjetividad, su narración es verdadera. Inmediatamente, dos interrogantes inquietan desde el mismo comienzo de la lectura: ¿Por qué se calla la filiación de Juan?, ¿por qué la lucha por la Independencia hispanoamerica-na de la corona de España se inicia al grito de «Viva el Rey»? Intentando contestar los dos interrogantes, hallamos un paralelismo que confirma la tipología histórica y autobiográfica de las memorias: lo que no se dice detrás del histórico «Viva el Rey» a principios del movimiento independentista tiene como paralelo lo oculto tras el apelativo <de la Rosa> que busca llenar el vacío genealógico del hijo no aceptado por la sociedad. Descubrimos así que el temor a aceptar el propósito de independencia oculto tras la fidelidad a un rey prisionero se transpone metonímicamente al temor a legitimar abiertamente la genealogía del niño sin padre legítimo.

En el breve prólogo a la novela firmado por Juan de la Rosa, supuesto autor de la obra, y fechado en 1884, el año anterior a su publicación por entregas, el ya envejecido protagonista cuenta cómo se convirtió en escritor para «pedir a la juventud de mi querido país que recoja alguna enseñanza provechosa de la historia de mi propia vida.» (Aguirre, Juan de la Rosa, XVII).

Es evidente que el autor de Juan de la Rosa tiene dotes de historiador pero que, sin embargo, no quiere escribir la historia de su ciudad natal. En lugar de escribir un volumen erudito sobre las victorias y desastres que jalonaron los primeros años de lucha por la Independencia del Alto Perú en Cochabamba, para lo cual cuenta con la documentación y el talento necesarios, prefiere crear una novela histórica dentro de los cánones del romanticismo. ¿Por qué toma esta decisión? Es que el centro de su interés no está en las batallas, aunque le apasione la estrategia militar, sino en «algunos detalles interesantes, un reflejo de antiguas costumbres, otras cosillas, en fin, de que no se ocupan los graves historiadores.» (Aguirre, Juan de la Rosa, XVIII). Entre esos detalles, está la defensa heroica de la ciudad de Cochabamba por un grupo de hombres acompañados y

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estimulados por el coraje de sus mujeres que sucumbieron junto a ellos en el cerro de San Sebastián combatiendo con pequeños cañones de estaño de fabricación precaria.

Para dar cuenta de su historia incluyendo esas «cosillas,» el narrador adopta la forma de las memorias escritas por el mismo protagonista desde un espacio y tiempo ajenos a la acción y alternando el punto de vista único del observador <in situ,> que era él mismo cuando niño, con el omnisciente que le otorga el uso de otras fuentes de información histórica que aparecen intercaladas en el texto. Este narrador está cerca de los cincuenta años y nos refiere los hechos que ocurrieron en su niñez cuando contaba apenas once de edad. Su perspectiva es más bien la de un historiador y desde ella la narración se centra en las batallas, en los desplazamientos de los ejércitos patriotas, en las arengas y discursos memorables de los líderes de la Independencia. Dialoga muchas veces con el lector y describe su relación familiar con su esposa, Mercedes, y amigos. Cuando la narración se fija en el punto de vista del niño, generalmente el protagonista cincuentón se aleja y nos permite oír la voz del pequeño que relata en detalle, y desde una distancia temporal y espacial cero, sus acciones y las de los personajes vivos de su historia personal enzarzada en la historia nacional. La vida del niño no es secundaria para la narración histórica. Por el contrario, el aspecto biográfico de la novela es el que brinda dimensión volumétrica a la plana escritura histórica. Un tercer narrador es Fray Justo, el fraile agustino tío y maestro del niño, que interviene repetidamente a través de diálogos y escritos por los que educa a Juanito en el pensamiento liberal crítico del sistema colonial en los aspectos políticos, sociales, económicos, religiosos y educativos. Paso a paso, Fray Justo se encarga también de ir revelando a su sobrino su filiación por parte materna con antepasados mestizos que lucharon heroicamente en defensa de sus derechos amenazados por la corona española y, póstumamente, es quien le devela en su cuaderno de notas la identidad de su padre criollo cuya vida y talento artístico se perdieron tristemente por el orgullo y ambición del abuelo peninsular.

Al damos cuenta de su vida de expósito sin padre conocido, Juanito está desplegando ante el lector una metonimia de la historia patria en varios niveles 1. En general, la relación metonímica se establece entre la crítica descripción por Fray Justo de la situación del pueblo colonizado y su vívida y detallada ilustración en el relato del niño protagonista que describe primero su condición de hijo de padre desconocido y, en segundo lugar, de huérfano <botad0> en casa de ricos sin saber que son sus parientes, para luego, en tercer lugar, tener la experiencia de sentirse como un miembro más de su familia materna extensa (Aguirre, Juan de la Rosa, 171 ). Se establece también una relación metonímica entre la situación del país ya republicano después de la Independencia y las breves descripciones de la familia nuclear del coronel Juan de la Rosa, ya adulto y casado con

1 Ahondamos en este trabajo un párrafo del ensayo de Guillermo Mariaca Iturri, Nación y narración en Bolivia: Juan de la Rosa y la historia, (La Paz, Bolivia: Cuadernos de Literatura, 1997) 11-12: «La novela simplemente cambia la perspectiva del narrador pasando de Juan (casado en familia nuclear) a Juanito (huérfano mestizo y bastardo de familia mayorazga!) usando ambas relaciones de parentesco como metonimias de situaciones nacionales, es decir, demostrando las transformaciones de las relaciones de dependencia y de las relaciones sociales con el paso de la monarquía a la nación republicana.»

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una mujer que discurre con él sobre su manera de escribir historia y ficción2•

Comparando las cuatro familias presentadas podemos analizar el sentido de la situación social que representan metonímicamente.

La familia encabezada por madre soltera El grado de discriminación social contra todo lo que no fuera originario de España

en las colonias era tan grande que toda la vida de los americanos transcurría en medio de disimulos y estrategias para evitarla. La opresión de la condena social se hacía tanto más insoportable en cuanto no era posible revertir sus causas puesto que se basaba en el lugar de origen y en la etnia3

.

A partir de 1750, se produjo en Hispanoamérica un enorme crecimiento demográfico que desajustó la organización social bipolar, españoles e indios, de principios de la colonia. Los mestizos habían sobrepasado en número a los españoles y criollos y vivían generalmente en las ciudades aunque constituían también buena parte de la población rural junto con los indios. La sociedad elitista de españoles y criollos los separaba y clasificaba peyorativamente según la proporción en que se mezclaban las sangres: tercerones, requinterones, salto atrás, etc. La tasa de nacimientos ilegítimos era de un 25 % predominando en la ciudad ( Lucena Salmoral, 28). Buscando formas de evitar la discriminación social, esa mayoría mestiza urbana negaba su propia etnia mimetizándose con quienes los humillaban. Esta actitud de disimulo se ha encamado de tal manera en la raza mestiza que se la señala hoy como uno de los rasgos definitorios de su carácter. Su origen ha sido, en cambio, estratégico y defensivo como lo fue el de la consigna que impulsó a los primeros patriotas que difundieron la idea de la Independencia de América bajo el lema<¡ Viva Femando VII!> ocultando sus verdaderas intenciones. La historiogra-fía confirma que las Juntas de gobierno fueron creadas por algunos que ya pensaban en un gobierno propio aunque la tradición las avalaba para conservar la autoridad del rey cautivo en la crucial circunstancia histórica que ayudó a generar la Independencia. Fray Justo es el encargado de explicar estos rasgos sociológicos de las colonias y la forma en que la ideología independentista comenzó a triunfar en Hispanoamérica:

Esos vivas que oyes a Femando VII están diciendo a los oídos de la mayor parte de

2 Alba María Paz-Soldán en su tesis doctoral «Una articulación simbólica de lo nacional: Juan de la Rosa de Nataniel Aguire,» diss., University of Pittsburgh, 1986, y en su Foreword, Juan de la Rosa: Memoirs of theLast Soldier ofthe Independence Movement, por Nataniel Aguirre, Transl. S.G. Waisman, New York: Oxford University Press, 1998, xviii-xix, discute el tema de los distintos tipos de familia en relación con sistemas económico-sociales. La familia mayorazga! la relaciona con l~ colonia y la familia nuclear con la república independiente.

Fray Justo describe de la siguiente manera los grupos que conforman la sociedad colonial a principios del siglo diecinueve: [Los españoles peninsulares] «que vienen de allí se consideran, cual más cual menos, nuestros amos y señores. Los que nacemos, de ellos mismos, sus hijos, los criollos somos mirados con desdén, y piensan que nunca debemos aspirar a los honores y cargos públicos para ellos solos reservados; los mestizos, que tienen la mitad de su sangre, están condenados al desprecio y a sufrir mil humillaciones; los indios, pobre raza conquistada, se ven reducidos a la condición de bestias de labor, son un rebaño que la mita diezma anualmente en las profundidades de las minas.» (Aguirre Juan de la Rosa, 37).

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los hombres del cabildo ¡abajo el rey! ¡arriba el pueblo! Pero el intento oculto de esos hombres no es nuevo ... (Aguirre, Juan de la Rosa, 40-41)

Pero lo que Fray Justo expone con claridad racional, la ficción lo presenta poéticamente. Las máscaras sociales que usan los personajes son metonimias de la máscara política con que los independentistas difrazaron sus intenciones al comienzo del movimiento. Llamar <el niño> a Juanito, como si fuera puro criollo, negando su etnia y negando su bastardía, como si Rosa no fuera su madre sino sólo su nodriza, equivale a gritar «¡Viva el Rey!» en lugar de «¡Viva la Patria!» escondiendo el verdadero afán de independencia que ya había nacido en las colonias. El relato autobiográfico del niño nos da los detalles de esta visión poética de la realidad nacional. Rosa vive con su hijo en una pequeña casita en el barrio de los ricos de Cochabamba. Su situación social está en vilo entre la esfera de los españoles donde se crió y la de sus parientes lejanos mestizos, la mayoría campesinos, que la ayudan discretamente. Los prejuicios raciales de la sociedad colonial, llevan a quienes aprecian a Rosita a aparentar que es ella criolla de pura sangre. Eufemísticamente se la describe como criolla, bella como una perfecta andaluza, pero con «algunas gotas» de sangre india en sus venas. Este giro eufemístico es tan socorrido en los países andinos como el que agrega que esa sangre proviene, en todo caso, de la nobleza incaica. Su origen es el prurito español de la «pureza de sangre,» resabio de la Reconquista cristiana contra los moros. Los <cristianos viejos> peninsulares se jactaban de no tener en sus venas «gota de judío ni de moro» (Aguirre, Juan de la Rosa, 349). Los miembros de la familia extensa de Rosita no la visitan «porque con la susceptibilidad propia de los campesinos creían que da niña> no los halagase o se avergonzara de ellos. Pero la amaban desde lejos; la servían sin que ella misma lo supiese .... » (Aguirre, Juan de la Rosa, 171). <Niña> es el vocativo que se usa para dirigirse a las hijas de criollos. En el caso de Rosa es sólo la máscara social que usan los mestizos urbanos rodeados de blancos para ocultar su etnia mezclada. La misma actitud defensiva los lleva a llamar <el niñ0> a Juanito.

La segunda causa del desamparo y dependencia de Rosa y Juanito es la ausencia de un padre conocido para el niño. El vacío genealógico de Juanito está implícito en su nombre: <de la Rosa> no es su apellido paterno ni materno, es el apelativo que describe su condición de hijo de madre soltera. Sin embargo, nadie lo llama así en la ficción. Ese es el seudónimo adoptado agresivamente por el autor cuando publicó por primera vez la obra en entregas periódicas. El seudónimo implica un rechazo por parte del narrador-protagonista de su falsa identificación étnica como criollo y la aceptación de su identidad mestiza y de su condición de hijo natural que los demás personajes dentro de la novela disimulan.

Desde el principio de la novela, la preocupación central de Juanito es descubrir la historia de su origen que todos, y en especial su madre, se empeñan en ocultar para no ceder ante la discriminación social. Cuando al final de la obra conoce a su padre muerto en su lecho tras una breve recuperación de su cordura y rodeado de los artísticos frutos de su talento desperdiciado, logra por fin integrar su individualidad y asume su identidad que sintetiza la situación social de la época. La carencia de padre conocido y el ocultamiento de su verdadera identidad mestiza en el caso de Juanito, substituyen metonímicamente el

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vacío de poder en la monarquía española al final del ciclo colonial y el disimulo de las verdaderas intenciones independentistas de los patriotas.

La familia mestiza extensa La situación de los mestizos en las colonias españolas de América a comienzos del

siglo diecinueve, se relaciona con el robustecimiento del latifundio que es un fenómeno general para toda Hispanoamérica 4. Desde la época de la conquista, los españoles eran los propietarios de las mejores tierras cultivables que pasaban a sus herederos criollos. Reproduciendo lo ocurrido en la Península durante la Reconquista, la corona distribuía los territorios entre los conquistadores, pero dejando siempre a los vencidos habitando en sus propiedades si aceptaban la dominación cristiana. La disponibilidad de mano de obra indígena incluida en la tierra era, en realidad, el criterio de valoración de la misma. La corona otorgaba sólo una parte de las tierras ocupadas a los vencedores a modo de recompensa. Esta norma evitó el despojo de los indígenas de todas sus tierras hasta la aparición del latifundio en el siglo dieciocho. Por su parte, los mestizos no tenían acceso fácil a la propiedad. La reforma de Carlos III en el siglo dieciocho «se orientó en gran parte a dar cabida a estos mestizos, permitiéndoles el acceso a las tierras. Se estrechó entonces aún más a los indios en las suyas, y se sacaron a remate algunas, pero en vez de ir a parar a las manos de los mestizos, pasaron directamente a los blancos, que hicieron las mejores ofertas en las subastas.» (Lucena Salmoral, 29)5.

En noviembre de 1730, ocurrió en Cochabamba la insurrección de Alejo Calatayud a consecuencia de la llegada de la noticia sobre la creación de un nuevo impuesto <per capita,> las Regalías, que sería cargado a los mestizos de manera similar al Tributo que se cobraba a los indios. La noticia era humillante para los mestizos porque los ponía en pie de igualdad con los indios: se quería «empadronar a los mestizos como a los indios, para que pagasen la contribución personal, el infamante tributo de la raza vencida.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 41 ). Fray Justo explica condescendiente que la noticia en realidad no era exacta, las autoridades españolas «querían únicamente comprobar el origen de las personas, para inscribir, en su caso, en los padrones, a los que en realidad resultasen ser indígenas,» pero en seguida agrega: «Pero de esto mismo era muy natural esperar y temer infinitos males y abusos de todo género.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 41-42). Siendo tan grande la discriminación contra los indios y los mestizos, el temor a una humillación más provocó la sangrienta sublevación de Alejo Calatayud cuya heroica muerte en la Coronilla del cerro de San Sebastián es exaltada en la novela por el narrador de un hecho semejante que ocurrió casi un siglo después: la heroica muerte de una abuela, otras mujeres, niños y hombres cochabambinos en el mismo punto de la ciudad.

Los descendientes de Alejo Calatayud que constituyen la familia extensa de Juanito

4 Las ciudades cada vez más populosas se alimentaban con la producción de los hacendados que controlando los precios y, gozando de los medios para diversificar su producción, competían con vrntaja con los pequeños productores a los que usualmente terminaban comprando sus tierras.

En una nota a pie de página, el narrador protagonista adulto, explica el nombre de la villa del <Chapín de la Reina> que «llamábase así porque los tributos que pagaban con amargas lágrimas los indios de la comarca, solían enviarse a España, <para el calzado de los augustos pies de su Magestad la Reina nuestra señora.> » (Aguirre Juan de la Rosa 259).

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por parte materna son mestizos campesinos sin tierra que cultivan la propiedad de la familia mayorazga! de los Altamira. Esta familia mestiza está cohesivamente comprometi-da con los ideales de la independencia y guardan con reverencia la memoria de su antepasado, cuyo ejemplo heroico se sienten obligados a imitar hasta dar la vida por la causa independentista. Casi todos ellos, incluyendo a viejos y mujeres, mueren en la batalla de Amiraya. Sólo se salvan la abuela, doña Chepa, y sus jóvenes nietos quienes darán la vida pocos días más tarde en el desigual encuentro con el avezado ejército español en la Coronilla del cerro de San Sebastián.

Los acontecimientos que afectan a la familia extensa de Juanito llevándolos a pagar con sus vidas la defensa de sus derechos e ideales son una metonimia de la lucha heroica de un pueblo por su Independencia.

La familia mayorazga! El mayorazgo se practicaba desde antiguo en España, como en muchos otros países

europeos, vinculando en una sola familia la propiedad de los bienes6. En Juan de la Rosa, el orgulloso y ambicioso fundador de la familia en América, don Pedro de Alcántara Altamira fragua un mayorazgo para dar prestigio a su nombre. Compró con dinero los necesarios antecedentes nobiliarios y dispuso que «el mayorazgo debía ser regular, conforme a las leyes de Toro; la línea de sucesión quedaba establecida como la de la corona del reino, teniendo derecho a ella las mujeres, a falta de varones solamente.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 351 ). A la muerte de don Pedro, el mayorazgo recayó sobre la única hija, doña Teresa, por la muerte prematura del primogénito y porque sus otros hermanos estaban impedidos por la demencia uno y por el sacerdocio el otro.

El microcosmos de la familia fundada por el español Altamira reproduce el macrocosmos del reino con sus arbitrariedades e injusticias económicas y sociales. La concertación matrimonial con su esposa criolla responde al más crudo interés económico, por parte de Altamira, y a la búsqueda de prestigio social emparentándose con peninsula-res, por parte de los padres de la novia. La vida de la esposa de Altamira dentro de este matrimonio fue la de una esclava solícita. El matrimonio tuvo cuatro hijos que el padre despreciaba «íntimamente persuadido de la inferioridad fisica, moral e intelectual de sus hijos; creíalos condenados sin remedio a ser enclenques, depravados y tontos por haber tenido la desgracia de nacer tan lejos de Logroño, en otro mundo.» Y, en seguida, agrega el narrador «no os sorprendáis, lectores míos: esto es lo que, como don Pedro, sentía y pensaba la generalidad de nuestros abuelos españoles. Cada uno de los personajes de esta historia de mi vida no es más que un tipo de las especies de hombres de mis tiempos.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 352). Estas últimas observaciones nos dan la pauta de la intención artística del narrador al dar valor metonímico a las relaciones familiares con respecto a las relaciones sociales entre españoles y criollos en la época.

La situación que ocupa cada uno de los personajes en relación con la familia mayorazga! es un reflejo de la situación de su tipo en la sociedad de la época. Doña Teresa

6 Regularmente, el mayorazgo fija la sucesión en los primogénitos varones, excluyendo a los otros hijos y a las hijas mujeres. La institución del mayorazgo ha dado lugar a grandes injusticias y ha hecho la infelicidad de muchos hijos segundos y de las mujeres de la familia.

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responde a las exigencias patriarcales sobre la mujer <en su lugar.> Ella deja transcurrir su vida fumando y conversando con sus amigas <beatas> y con un presbítero indulgente con la riqueza, el ocio y la comida, encerrada en su cuarto predilecto de la gran casona colonial donde vive. Sin embargo, este <ángel del hogar> saca la mayor ventaja posible de su domesticidad. Su matrimonio fue un arreglo de conveniencia mutua y el mayorazgo le dio una seguridad económica que le permite vivir sin preocupaciones. Su religiosidad formalista y ostentosa consiste en apuntalar su posición social con los dogmas de la Iglesia. A su juicio las ideas independentistas son herejías que merecen el infierno. Un cuento sobre la falsa religiosidad de una <beata> egoísta le merece a Juanito una parodia de juicio inquisitorial. Ante la mirada impasible de su tía, Juanito recibe una golpiza propinada por el presbítero a causa de su <herejía,> es declarado <hereje filosofante> y luego encerrado en su cuarto como un fruto podrido que puede descomponer a los demás. (Aguirre, Juan de la Rosa, 239-240).

En la familia mayorazga! se incluyen además los tipos étnicos del negro, el zambo y el indio que sirven a sus amos en la casa familiar. El narrador describe a una sirvienta negra, la anciana Feliciana, como el ama de llaves que lidera «con despótica autoridad» (Aguirre, Juan de la Rosa, 71) a los demás criados de la casa, entre ellos a una mulata, dos «mestizas muy jóvenes todavía» (Aguirre, Juan de la Rosa, 68), su propio marido zambo don Clemente, la cocinera y el indio <pong0>. El narrador sólo se detiene a describir la fealdad de la negra Feliciana, los defectos inherentes a la mezcla étnica del zambo «mestizo de indio y de negra, tenía cuanto de malo puede reunirse de ambas razas: astucia, bajeza, holgazanería, egoísmo, crueldad» (Aguirre, Juan de la Rosa, 72) y la triste situación del indio <pong0> «infeliz indio miserable y embrutecido, que venía cada semana de las haciendas, a cumplir su obligación de servicio personal.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 72).

Cuando muere Rosa, Juanito es llevado a vivir también a la casa de doña Teresa. En esa casa, la condición del niño que no conoce su parentesco con la rica familia criolla es la de un «botado, o sea el expósito» (Aguirre, Juan de la Rosa, 72). Su condición es la de un objeto más en la casa. No le prestan ninguna atención, no se lo hace participar en ninguna actividad recreativa o educativa ni se lo deja jugar con los hijos de la familia. Sólo lo llaman para comer lo que sobra cuando los niños de la casa ya se han levantado de la mesa, o para rezar el rosario al cerrar la tarde. Su jerarquía dentro de la familia es tan baja que, a pesar de ser sobrino de la señora, hasta los esclavos se atreven a maltratarlo y llamarlo «hijo del aire» y «bastardo» (Aguirre, Juan de la Rosa, 122 y 123). Este tratamiento es metonimia del trato otorgado a los mestizos dentro del sistema colonial.

La familia nuclear La familia nuclear está representada por el matrimonio de Juan adulto y su esposa

Merceditas y se la describe en muy rápidas pinceladas a lo largo de la obra. A pesar de la brevedad de su presentación, este tipo de familia cumple una función importante en la novela como metonimia de la vida republicana que se instituyó en los países hispanoame-ricanos después de la Independencia. La situación de la mujer dentro de esta nueva clase de familia representa la situación de los ciudadanos dentro de las instituciones republica-nas que les permiten dialogar en las cámaras legislativas y discutir sus opiniones en

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contraste con la situación de la mujer en la familia mayorazgal y la de los habitantes de las colonias en las que no se les daba ninguna participación en los asuntos de gobierno.

Para ejemplificar mejor la libertad de opinión que debe gozar la mujer dentro del nuevo tipo de familia y, por ende, los ciudadanos en las nuevas repúblicas, el narrador se divierte cargando las tintas en las intervenciones de Merceditas para mostrar su espíritu crítico y su independencia de opinión con respecto a su marido7

.

Así, por influencia de ella copia en su libro una cita de La educación de las madres de Aimé Martin notablemente feminista:

No puede dejar de triunfar la nación en que las mujeres combaten por la causa de la independencia y mueren al lado de sus hermanos y de su marido. Ha de triunfar la nación en que un oficial pregunta cada noche en presencia del ejército: «Están las mujeres de Cochabamba?,» y en que otro oficial responde: «Gloria a Dios, han muerto todas por la patria en el campo de honor.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 302).

No sólo hace el narrador metonimia de la libertad de opinión republicana en la soltura de su esposa para intervenir en serias discusiones sino también de la heroicidad de todo un pueblo en el valor y la fortaleza cívicas de las mujeres que pueden llegar al sacrificio en circunstancias adversas y aun violentas y fatales como la guerra.

Legitimación de la identidad mestiza Cuando el esclavo zambo llama a Juanito «hijo del aire» (Aguirre, Juan de la Rosa,

122), éste lo castiga con un fuerte golpe. No se trata de una venganza, como él mismo lo explica al referir que nunca tomó la vida de un enemigo derrotado, sino de una autoafirmación orgullosa de la legitimidad de su identidad de hijo mestizo sin padre conocido. En ese momento aprende que «no sufriría, ... en lo sucesivo, la humillante ofensa, sin rechazarla al punto, con dignidad.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 123 ). El adoptar conscientemente una posición social que el rígido sistema colonial considera inferior es una actitud de rebeldía y de autofirmación valiente de su identidad frente a una discriminación injusta. Es la misma actitud de Rosa que, cuando alguien intenta adjudicarle a su hijo el apellido <de Altamira,> responde «-De nada, ni de nadie, - .. . con voz fuerte que parece airada» (Aguirre, Juan de la Rosa, 57). La madre no quiere hacer depender la dignidad de su hijo de la pertenencia a una familia criolla rica, lo educa

7 Así salpica sus frases con dichos como: <<¡Espantoso vestiglo! ¡última carroña de los tiempos de la Independencia!» «¡Cállate, cochero borracho!» (AguirreJuan de la Rosaxvii-xviii). También ilustra el tema haciendo comedia de los desencuentros de los esposos cuando se encastillan en posiciones sexistas. Si el narrador dice: «Merceditas ... no me deja en paz ni un momento, y quiere tener parte hasta en la redacción de mis memorias, y viene a leer por sobre mi hombro lo que escribo,» ella le replica cómicamente pegando una pota al escrito enviado al editor, ficticio también, en la que dice: «No le crean al viejo chocho. El es más bien mi sombra, mi moscón .... ¡no me deja en paz! ¡quiere que me esté a su lado mientras escribe sus chocheces!.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 301). Pero si el narrador duda de los conocimientos de su mujer, pronto se retracta de su actitud suficiente y confiesa que tiene «la debilidad de creer que sé más que ella, por más que muchas veces me haya convencido de lo contrario,» y tiene que reconocer: «-¡Tienes razón, y la tienes siempre en todo, mujer de mis pecados!»

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en la afirmación de sí mismo y en el ganarse el respeto social a partir de su identidad. Es un acto de legitimación consciente de la originalidad sin precedentes del ser mestizo que no se valora por sus ancestros, que lo rechazan, sino por sí mismo. Cuando el niño pregunta a su maestro: «-¿Quién soy? ¿puedo saber algo de mi padre?» la respuesta de Fray Justo lo obliga a buscar sólo en sí mismo la fuente de su identidad: «-Tu buena madre quería que tú lo ignorases siempre. Respetemos su voluntad.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 114). La verdadera filiación de Juanito se revela recién en los últimos capítulos. No es falla estructural de la obra sino un indicio más de que la autoafirmación del niño no debía depender de su pertenencia ilegítima a una familia criolla rica y prestigiosa sino de su propio sentimiento de legitimidad y dignidad. Juanito no encuentra a su padre sino después de muerto para cerrarle los ojos. El final abrupto de la novela indica que el sufrimiento del padre del protagonista bajo un régimen que aniquiló su razón pertenece definitivamente al pasado. Su hijo Juan ya ha crecido interiormente lo suficiente como para poner el punto final a la búsqueda de su filiación de esta manera. Su identidad mestiza queda intacta después de esto y lista para seguir creciendo: «Mi vida cambió por completo desde aquel instante, como veréis, si aún os interesa esta sencilla narración.» (Aguirre, Juan de la Rosa, 380)8.

Si leemos también el encuentro final de Juanito con su padre criollo muerto como metonimia de la vida nacional de Bolivia, podemos encontrarle un sentido más amplio. Volvemos a reconocer el hecho autobiográfico como metonimia de la sociedad: la nación boliviana y con ella las demás de Hispanoamérica han crecido hasta alcanzar su identidad independiente de su filiación española. Todavía necesitarán muchos años de lucha por su Independencia política pero su personalidad se ha afirmado valientemente y no necesita de más disimulos para combatir ya sea la discriminación racial o el régimen realista. El niño se convertirá en soldado de la Independencia y la nación se pondrá en armas para seguir combatiendo por ella.

BIBLIOGRAFÍA

Aguirre, Nataniel, El Libertador: Compendio histórico de la vida de Simón Bolívar, 1883; La Paz: Camarlinghi, 1973.

Aguirre, Nataniel, Juan de la Rosa: Memorias del último soldado de la Independencia, Paris: Librería de la Vda. De C. Bouret, 1909.

Castañón Barrientos, Carlos, «Prólogo», en Aguirre, Nataniel, Juan de la Rosa: Memorias del último soldado de la Independencia, Madrid: Cultura Hispánica, 1991, 11-48.

Díaz Machicao, Porfirio, Nataniel Aguirre, 2 e. Cochabamba: Los Amigos del Libro, 1972.

8 La promesa de continuar con la narración en volúmenes subsiguientes quedó trunca. No se sabe si se perdieron o si Aguirre nunca llegó a escribirlos. Uno de los estudiosos de Nataniel Aguirre, Porfirio Díaz Machicao, afirma haber encontrado y transcribe una hoja manuscrita perteneciente a la continuación de Juan de la Rosa que se titularía «Los porteños» (Díaz Machicao, 316-317) y trataría sobre «los ejércitos argentinos que subieron desde Buenos Aires al territorio hoy boliviano a apoyar a los patriotas del Alto Perú en la lucha contra los realistas.» (Castañon Barrientos, 46).

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Lucena Salmoral, Manuel, «Hispanoamérica en la época colonial.» Iñigo Madrigal, Luis ( coord. ), Historia de la literatura hispanoamericna. Tomo!: Época colonial, Madrid: Cátedra, 1982, 11-33 .

Paz-Soldán, Alba María. «Foreword» Aguirre, Nataniel, Juan de la Rosa: Memoirs of the Last Soldier of the Independence Movement, Transl. S.G. Waisman, New York: Oxford University Press, 1998, xviii-xix.

Mariaca Iturri, Guillermo, Nación y narración en Bolivia: Juan de la Rosa y la historia. La Paz, Bolivia: Cuadernos de Literatura, 1997.

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