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LECTURAS 1. De las dos primeras lecturas detallar de cada una de ellas el recorrido realizado por los viajeros, indicando fecha y lugares o enclaves que se visitan. Además de cada obra destaca aquellos aspectos más relevantes que a tu juicio los autores aportan de la realidad social y económica de ese momento. También extracta y señala aquellos párrafos del texto original que te hayan parecido interesantes para la descripción del paisaje y la vida en El Hierro en el momento en que la isla es visitada.

LECTURA 01. DIARIO DE VIAJE A LA ISLA DE EL HIERRO EN 1779

La estancia de Juan Antonio de Urtusáustegui en El Hierro se prolongó entre el 9 de agosto y el 16 de noviembre de 1779. Posteriormente volvió a visitar la isla por segunda vez entre el 19 de diciembre de 1784 y el 4 de enero de 1785. Durante su viaje escribió este diario en donde, de una forma sencilla y directa, describe entre muchas otras cosas los paisajes, los poblados, la dramática carencia de agua, la ganadería y la identidad cultural de los herreños.

Al amanecer del día 9 de agosto de 1779 tomó tierra Juan Antonio de Urtusáustegui en la Punta Grande, para posteriormente ir a hospedarse a Frontera hasta las doce, que se trasladó al barranco de Vergara, a una hora y media de camino de Punta Grande, donde desembarcó. Allí describe las casas construidas de piedra seca y con techos de paja, pues la tierra propia para el barro se encontraba más allá de dos o tres leguas; además esto se trata de un hecho común en lo que a viviendas se refiere en la isla, a excepción de algunas en la villa que son de teja. Se encuentran muchas casas cuyos suelos son de vigas, y a éstas, como son muy desiguales, le dan un barniz de estiércol o bostas de vaca amasado con ceniza para remediarlo.

Ya el mismo día de su llegada, el 9 de agosto, hace mención a la peculiar morfología que posee la isla de El Hierro. Así, afirma que supone un peligro al arrimar la lancha a los riscos rodeados de bajas y peñas a flor de agua, y narra que desde los dos grandes Roques de Salmor, que hace punta en el Cabo que mira al norte hasta la punta de La Dehesa, forma un arco o ensenada abierta de al menos cuatro leguas.

El día 18 bajó a ver el pozo del Roque, del que se proveen los habitantes y ganado de El Golfo hasta los Llanillos. Cuenta que este pozo se abrió en el año 1705, pero que su agua es muy salobre y por ello los vecinos deben mantener dos guardas en seis meses del año para extraer el agua que se necesita desde madrugada hasta medio día. La única ermita del valle es la de la Candelaria, situada al pie de una montaña de volcán; y a poca distancia del pozo se encuentran las ruinas de una ermita, de piedra seca y muy reducida, que tuvo la advocación de Santiago. En los Llanillos también hay otro pozo, pero éste no es tan salobre y utilizan el agua para lavar la ropa. Aquí se puede apreciar otro rasgo característico de esta isla que es la escasez de agua, por ello debido a la dificultad que suponía subir el agua a las casas fabricaban también aljibes.

Durante los 40 días de su estancia en Vergara se percató de la diferencia que había en la forma de cultivar las tierras y las viñas, afirmando que rendían mucho más.

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LECTURAS El día 20 comenzó su marcha a la desembocadura de Jinama, donde describe al monte como un “monte divertido”, formado en su mayor parte por brezos, viñátigos, barbusanos, hayas y mócanos. Posteriormente fue a los Llanos de Nisdafe, el terreno más unido de la isla y propio para la labranza, y, finalmente, tras tres horas y media de camino, llegó a la Villa de Valverde, la capital.

La villa, un pueblo de menos de 300 vecinos, se encontraba rodeada de muchas colinas y cortada de laderas y barrancos. El autor la describe como agria, fría y cubierta de niebla regularmente por estar situada sobre lomadas, en donde los vientos, especialmente en invierno, son violentos y molestos. También visita la única parroquia que hay en la isla, afirmando que es grande y de fábrica nueva, pero sin embargo no muy aseada. Dentro de la villa y sus inmediaciones pudo visitar las famosas cuevas que antiguamente fueron casas de los que allí llaman “bimbaches”. Aquí describe las cuevas como grandes y cómodas, y resalta una, que a su modo de ver debía pertenecer al capitán o señor de la isla, y a su alrededor se encuentran otras menores, donde posiblemente habitarían sus cortesanos.

El 4 de octubre narra que a las ocho comenzó a incendiarse poco a poco desde el mar una lomada en frente de su casa, con dirección de oriente a poniente, que pudo ser vista por toda la isla, desvaneciéndose en la punta de La Dehesa, que aterrorizó a todo aquel que la vio.

En el año de 1785 se dejó ver otro fenómeno: “a las siete de la mañana del día 2 de abril, estando el día muy oscuro, aunque despejado de niebla, pasó rápidamente por encima de esta villa, y al parecer muy cerca, un globo de bastante bulto que representaba la figura de una bola negra; y al tiempo de deshacerse dio un estampido semejante al de una pieza de artillería gruesa, que se oyó en toda la Isla, dejando un olor muy fuerte de azufre”. El día 11 del mismo mes visitó El Pinar, de poco más de 100 vecinos, y Taibique, en donde está la ermita de San Antón Abad, y por la tarde el Puerto de Naos. Aquí afirma que aunque no haya cañones que dificulten el desembarco de los enemigos no se atreverían a subir el risco, donde solamente existe una senda que no permite el paso sino desfilando uno a uno, con unas alturas muy elevadas; y puede divisar el Puerto de Orchilla, más occidental y poco conocido. Entre los puertos de Naos y Orchilla hay un paraje en medio de un volcán, que apenas es transitable para pastores y orchilleros.

De camino de Taibique al puerto, observa restos de fragmentos calcinados donde probablemente los bimbaches celebraban sus fiestas y sacrificios, ya que eran dados a la superstición; así mismo, se ven molinillos de mano y piedras de corte que utilizaban y que también vio en El Golfo, y de camino a los Llanillos a Sabinosa.

Esa noche del día 11 la pasó en casa del sargento y narra que la gente, para expresar su regocijo, le obsequiaron con una huelga de bailes a su modo, que desempeñaban con mucha agilidad, tanto hombres como mujeres. En especial hace mención a una contradanza muy peculiar de la isla a la que llaman “cruzar” o “el baile de los tres”, compuesto de un hombre, que debe ser ligero y robusto, y de tres mujeres, disfrazados y cantando con mucha gracia al son de tambores y flautas.

Al día siguiente marchó para Sabinosa, lugar más occidental de la isla, subió a la cumbre y bajó a pie aquella altitud de arena de volcán hasta llegar a los Llanillos.

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LECTURAS Desde la salida de Taibique a tres leguas y cuarto se camina por El Pinar, que se encuentraba muy despoblado de pinos por un huracán que los destrozó hacía 50 años, y por todas partes se ven árboles derribados para poder ser utilizados. Cuenta que no hace mucho tiempo se replantó una colina y lograron un monte hermoso, pero que ya han comenzado a talarlo con igual vigor. En Sabinosa hay 27 o 30 vecinos y los viñedos que se han plantado son recientes y dan muy buen vino. Al final del día marchó a Las Lapas, donde nuevamente la gente le festejó con aquellos bailes y máscaras.

El día 13 revisó las demás dotaciones de El Golfo, “ un valle que cierra desde la punta de La Dehesa que está al occidente hasta los Roques de Salmor al norte, una eminente y disforme montaña en forma de herradura, cuyas crestas en declive corren del oriente hasta el poniente y de aquella parte hasta el norte, casi siempre cortadas o escarpadas, que se extienden por uno y otro lado de la costa, que como las demás de esta isla, según he advertido, es de volcán muy áspero; pero el resto del terreno es arenoso y excelente para las viñas : así la aprovechan sus habitantes”. El vino es reducido a aguardiente y es embarcado por la Punta Grande con mucho trabajo y peligro a su vez.

El 14 fue a la capital, y el día 17 a San Pedro o Lugar de Barlovento, y en el risco encima de los Roques de Salmor divisó un enorme precipicio, donde está colocada en una cueva una imagen de la Nuestra Señora de la Peña. El autor relata con asombro como hombres y mujeres muestran su habilidad y ligereza andando y saltando sin temor en los filos de aquel despeñadero. En esta banda del norte hasta el puerto, al oriente, se encuentran cardones y tabaibas dulces.

El día 22 paseó por el Charco de Tamaduste, a una legua de la villa, y el 24 fue a Azofa, con una población de 200 vecinos aproximadamente. Al pasar por Tejegüete le mostraron una piedra de molino, se sabe que allí estuvo construido un molino para moler la yerba pastel para el comercio. Dos días después, el 26, fue a registrar el paraje en donde estuvo el árbol santo, y nuevamente reitera en la infinidad de lomadas, cortaduras y barrancos que se atraviesan. Estas laderas, altísimas y con mucha inclinación, se cubren de hierba desde que empieza a llover y es un pasto excelente para los ganados.

El día 29, con un día bastante tormentoso, con una espesa bruma, llegó a la ermita de Nuestra Señora de los Reyes, que está en medio de muchas montañas que son otras tantas erupciones de volcanes y es una imagen de gran devoción para los herreños. Por encima de El Pinar, se encuentra la fuente de Binto, repartida en dos manantiales y de muy buena y fresca agua. “No solamente es de mucho aprecio en esta isla cualquier escasa fuentecilla, sino todo hueco con que se pueda mantener agua”, afirma el autor; por ello hace tanta mención en esta obra a los depósitos de agua que ha visto y hay en la isla, ya que es preciso saberlos todos, tanto para remediar la necesidad en los años secos, como por ser también el recurso cuando tarde el invierno y el ganado haya consumido mucha agua de los charcos.

En su caminata hacia la capital, Urtusáustegui señala como un golpe de vista hermoso el hecho de poder observar desde varios parajes de la cumbre ambos mares y costas del sur y norte. En la cima del Time que rodea El Golfo observa una caldera que

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LECTURAS llaman Fireva fruto de un volcán, que, según describe, causa su profundidad temor y respeto.

El 8 de noviembre, bajó de paseo al puerto y fue en un barquillo de pesca a las salinas que fabricó don Felipe Bueno, desde donde ve un estanque y el pozo de Timijiraque, bastante hondo y con agua abundante y dulce. Aquí ofrece otra descripción de la isla que confirma todo aquello que ha ido narrando a lo largo de su viaje: “Esta isla es muy empinada, quebrada y compuesta de multitud de lomadas, montañas y barrancos que la hacen agria desde la costa,…”. “Todo esto, el carecer de un puerto bueno, y no tener sino tres o cuatro desembarcaderos muy malos, forma una defensa incontrastable, y lo que no es poco, ser muy bravo y soberbio el mar que la circunrodea. Apenas se ve tierra que no sea de jable o arenosa. Tal es la causa de no encontrarse aguas vivas, y con todo es a propósito para toda criazón de ganado. Las frutas son excelentes, y las produce de todas suertes, redituando en abundancia cuanto se planta”.

A continuación narra la mala situación en que las mujeres dan a luz, siendo tratadas con crueldad por las parteras, y cuenta que vio dos partos en donde fue testigo de horribles situaciones a las cuales no se aplicaron castigo alguno.

El pescado que se coge es abundante y exquisito en comparación con las demás islas, y algunos animales que encuentra son palomas, conejos, ovejas, perros, pardelas, lagartos y tahoces. Así mismo, apunta que el único género de veneno en la isla son unas arañas que se crían en las costas y campos, con una barriga ovalada, llena y muy negra y que producen una gran hinchazón; y menciona una especie de moscas que resultan muy molestas tanto para las personas como para los animales causando un ardor que dura varios días.

El autor describe la vestimenta de los herreños y encuentra peculiar la simple economía por el modo en cómo se manejan para abatanar sus tejidos de lana, siendo un modo muy violento y que suele causar enfermedades muy peligrosas, además le causa mucha impresión verlos tejer, pues desperdician a su modo de ver mucho tiempo a fuerza de un imponderable trabajo.

En el siguiente párrafo habla de las ferias que tienen lugar en la isla por dos ocasiones al año, conocidas con el nombre de apañada en donde concurre mucha gente que está aguardando a la seña y voz del alcalde. Esta feria es a su parecer muy divertida y se ejecuta con prontitud y arreglo.

Los terrazgos para viñas son todos los de El Golfo y Barlovento hasta cerca de la villa, de cuya cosecha se destila más de la mitad; por otro lado, en El Golfo, El Pinar, Barlovento y otros parajes hay muchos y grandes cercos de higuerales de diversas especies que, señala el autor, ese año de 1785 le admiró ver lo adelantado que tenían el plantío. La población se dedicaba también al cultivo y aumento de morales, para los cuales había un terreno muy adecuado en Barlovento, El Pinar y El Golfo, cuyas hojas, al igual que la de la higuera, son para pasto de sus carneros y vacas.

Durante las siguientes páginas el autor habla sobre otras producciones de la isla, tales como el ganado de cabras y vacas, las colmenas, las legumbres, cosecha de trigo, la yerba pastel o la orchilla, de bastante consideración aunque perteneciente

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LECTURAS exclusivamente al señor de la isla. Los isleños usan la orchilla para dar tinte a los foles o borrachetas, que es la piel de un becerro o cabrito.

El autor también hace mención a la conquista de esta isla, afirmando que al tiempo de su conquista apenas contenía habitantes y que vinieron poco más de 40 familias de conquistadores a establecerse en ella, entre éstas varias distinguidas como los Espinosas o Martelos, y en menos de un siglo casi creció más de la mitad de la población. Define a la gente, como robusta y bien complexionada, y a su milicia, que hacen, entre otras cosas, vigilancia por turnos desde una montaña muy elevada. Estos milicianos no tienen armas de fuego que, según el autor, sería conveniente poseer para evitar cualquier invasión, a pesar de su característica inaccesibilidad a la isla que le proporciona bastante seguridad.

“Los herreños no son cultos en aquellas palabras de nuestro idioma, que se adulteran fácilmente cuando falta trato con personas, que lo hablen sin defecto; pero no tanto como lo imaginan algunos. Naturalmente usan de unas frases muy propias para explicarse; y sus respuestas son muy agudas y prontas, en particular se admira en el otro sexo; cualquier muchacho sabe dar a los pensamientos mil giros que en nada son estudiados. Todos tienen una especial viveza e ingenio, con grandísima aplicación a leer y escribir, y la felicidad de salir aventajados en aquellas cosas a que se inclinan”. Por su parte, también ofrece una descripción de las mujeres que habitaban en la isla, con un genio festivo y alegre, con gran propensión a la piedad. Comúnmente las mujeres andaban descalzas, lo que le llama la atención pues la mayor parte del piso de la isla es de jable y volcanes muy ásperos, y admira como caminan sobre él sin percibir la menor incomodidad. Además, son incansables en el trabajo, más que en cualquier otra parte, afirma, y realizan conjuntamente con los hombres la dura labor del campo. Las jóvenes tras recorrer varias distancias de camino, con carga en la cabeza, a su llegada sin descanso se ponen a bailar tres o cuatro horas seguidas, con lo que recompensan la fatiga de la caminata y satisfacen su pasión al baile; y a continuación pasan con serenidad a trabajar en su casa o en el campo.

El autor describe con detalle la fiesta de Nuestra Señora de los Reyes, en donde aguantan horas y horas bailando a pesar de estar descalzos y en la cumbre, y dice que jamás ha gozado procesión más festiva, tan vistosa, ni de igual concurrencia. Por otro lado, otro acontecimiento que llama su atención son los entierros, en donde los más inmediatos parientes acompañan al cadáver exponiendo a gritos sus acciones loables y todo lo que pasaba con el difunto en particular y secreto, y posteriormente es costumbre llevar luto riguroso el año entero.

LECTURA 02. LA ISLA DE EL HIERRO VISTA POR TRES VIAJEROS INGLESES

En esta obra se ofrecen las visitas a El Hierro de tres viajeros ingleses: Olivia M. Stone, John Whitford y Alfred Samler Brown.

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LECTURAS Tenerife y sus seis satélites. Olivia M. Stone

Olivia Stone llegó a Canarias en 1883, acompañada de su esposo, para recorrer meticulosamente todo el Archipiélago. La autora acerca Canarias al lector inglés a través de una síntesis de paisajismo urbano y natural y la observación de la vida cotidiana de sus habitantes.

EL HIERRO-VALVERDE-SABINOSA

El martes 25 de septiembre parten de la Gomera hacia la isla de El Hierro, en la que afirman no ha pisado otro inglés desde la época de Colón, por lo que se muestran con cierta sensación de ser descubridores y exploradores en esta isla más occidental del archipiélago canario.

Como no tenían brújula a bordo los marineros simplemente navegaban hacia occidente hasta que divisaban El Hierro y entonces se dirigían en línea recta hacia ella. Por ello se desplazaron demasiado al norte de la isla y pudieron divisar los Roques de Salmor, y a su derecha, la Punta de La Dehesa.

Navegando en su llegada cerca de la costa ya pueden apreciar los altos acantilados que forman la línea de costa y las cimas rodeadas de nubes, y a las cinco desembarcaron en El Río, situado en un barranco profundo. Observaron los montes cubiertos de lava que dominaban el paisaje y abundantes arbustos de vinagrera (Rumex lunaria), que el ganado come, y posteriormente partieron caminando hacia Valverde, que es la ciudad principal, a cuatro millas y media de El Río.

Narra que hay que acercarse a El Hierro de forma bastante diferente que a las demás islas, pues toda su costa es acantilada y con poco litoral llano. Por esta razón los pueblos se encuentran sobre una meseta en el centro de la isla.

A su llegada cuentan que la gente los miraba con curiosidad ya que no estaban acostumbrados a ver extraños, y fueron a hospedarse en la casa del sacerdote de El Hierro.

Al día siguiente, el 26 de septiembre, antes de partir hacia El Pinar observaron una iglesia por debajo de la casa del sacerdote que les resultó curiosa y describe el paisaje de la ciudad de Valverde, en donde nunca hay más de cuatro casas juntas. Hacia el sureste el valle baja pendiente al mar, hacia donde da la fachada de la mayoría de las casas; y en el noreste una colina circular oculta el paisaje y protege la ciudad por este lado.

La isla no tiene ni una sola carretera, y por consiguiente tampoco hay ningún vehículo de ruedas. Durante el camino se encuentran con La Caldera y otros volcanes que son prueba del origen volcánico de las islas, narran sus creencias y antepasados y observan la vegetación (pinos, brezos…) y el paisaje que se les ofrece.

Pasaron Tiñor, un grupo de casas bajas y con techo de paja, al subir el terreno se va transformando en arena roja y es más pedregoso. Se acercaron a San Andrés, en donde las casas están amuralladas y todas son de colores oscuros. Constantemente pasan junto a estanques de agua de lluvia; ésta es una necesidad en la isla, incluso algunos dicen que la palabra Hero o Herro significaba estanque.

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LECTURAS Posteriormente abandonan el camino principal para ver Las Playas, uno de los lugares más atractivos de la isla. La isla tiene tres vertientes y en dos de ellos hay unos curiosos precipicios; la zona entre estos es una meseta alta. En el extremo más meridional de la bahía había un pequeño trozo de terreno cultivado y con varias higueras, los campesinos bajaban a recoger higos por un sendero empinado que desciende serpenteando por el centro de la pared rocosa donde no es tan vertical; además, en estos acantilados también se recolecta orchilla. A su llegada divisan los oscuros techos de paja de El Pinar y corrales de ovejas y vacas que son prueba de que el pasto abunda por los alrededores, y al ponerse en marcha de nuevo pueden ver el Puerto de Naos, el mejor puerto de la isla, donde desembarcó Bethencourt.

Dejando El Pinar en dirección norte ascendieron a través de pinos: “¡Qué encanto tienen los pinos! Te tranquilizan, sin ser tristes. Sus agujas dejan pasar la luz y el calor y, no obstante, los atenúan. Nada hay de tenebroso en un bosque de pinos y, sin embargo, el silencio es intenso. Las hojas en forma de agujas que yacen sobre el suelo amortiguan casa paso hasta convertirlo en un susurro, y no se escucha el duro roce de hojas rígidas cuando la brisa atraviesa las copas de estos árboles”- describe la autora.

Continúan su camino y llegan a la cumbre de Malpaso, donde les dijeron que alcanzaron el punto más alto de la isla, y después de cabalgar por la parte superior del cerro cambiaron de dirección a la derecha hacia el pie de Tanganasoga, que es un cono montañoso situado cerca del cerro principal. La bajada hasta Sabinosa fue uno de los paseos a caballo más preciosos que disfrutaron de la isla (“Era un perpetuo festín de verdor, una fiesta para la vista, con toda la exuberancia de un clima tropical y el verdor del clima templado”.)

A las 5:50 p.m. la Punta de la Dehesa aparecía a lo lejos, y Sabinosa se extendía a sus pies, esa noche acamparon en un pequeño patio que rodeaba la iglesia.

EL GOLFO-EL RISCO-VALVERDE

El jueves 27 de septiembre, partieron colina abajo hacia el manantial de aguas medicinales que había cerca del mar, y bebieron de un pozo que se encontraba bajo el

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LECTURAS nivel del mar, y desde allí observan La Dehesa como un lugar imponente e interesante.

La escasez de agua es la única dificultad con la que se encuentra la agricultura en el Archipiélago, y si los herreños tuvieran más cuidado con los árboles podrían cultivar cualquier cosa, comenta la autora. El litoral es una magnífica extensión de bahía, con las montañas o acantilados de El Golfo como telón de fondo. Un pequeño grupo de casas con una población muy escasa llamado Los Jaralejos marcaba el lugar donde el camino comenzaba a bajar desde allí hasta Los Llanillos; todas las casas tenían gran cantidad de higos, tomates y pimientos secándose por fuera.

A las 11:30 llegaron a Los Llanillos, que sólo tenía unas pocas casas, y allí les señalaron una sabina que crecía sobre una roca y estaba considerada como un hito importante y una curiosidad a ojo de los isleños. El Hierro es famoso por sus árboles de toda clase, y existió en el pasado un árbol al que se le conocía con el nombre de “árbol sagrado”, un inmenso laurel, en el cual su atractivo residía en que era capaz de producir o destilar agua de sus hojas.

La vid, el centeno y la cochinilla eran los principales ocupantes de la tierra y una gran cantidad de pasto. A las 12:30 llegaron a Tigaday, en donde vieron grupos de mujeres con husos, hilando mientras caminaban o permanecían sentadas. Se encontraban cerca del extremo noreste de El Golfo y tomaban fotografías del Risco mientras observaban el duro sendero que debían seguir. A su derecha, se alzaba una montaña cónica roja, y sobre ella estaba posada la iglesia de La Candelaria, con algunas casas a su alrededor.

Tras una hora a caballo llegaron al pie del Risco y comenzaron la subida, a bajo se encontraba Punta Grande, una pequeña península rocosa con algunas casas y una bahía a cada lado. Después de varias horas de camino llegaron a la Virgen de la Peña, en la cumbre, y visitaron la capilla de la virgen. Una vez más se encontraron en la meseta que recorre El Hierro de un extremo a otro, y durante el camino podían ver la gran cantidad de burros y caballos que había en la isla y que utilizaban para transportar la carga. Describen a la gente con aspecto sincero y con un carácter tranquilo y agradables, capaces de apreciar las bromas y no tan serios desde su punto de vista como los tinerfeños.

Más adelante pasaron por San Pedro y Mocanal, que juntos formaban un pueblo grande, y alcanzaron el pie de la montaña de Tenecedra, donde abundaban las higueras. A las 5:45 p.m. llegaron a Valverde a la casa del sacerdote, y después de la cena celebraron una tertulia.

El viernes, 28 de septiembre, partieron hacia el puerto, donde la llegada y partida de goleta es el único acontecimiento que los mantiene en contacto con el mundo exterior, pues El Hierro es de todas las islas la más aislada, pues se encuentra lejos de las principales rutas marítimas, su comercio es muy reducido y los visitantes son escasos. A las 12:50 p.m. llegaron a bordo y aquí habrá finalizado su viaje. La autora se despide de la isla: “Así que, una vez más, levamos anclas y dijimos adiós a un lugar en el

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LECTURAS océano que nos había proporcionado mucho placer. El Hierro, aislada, feliz, singular y, por lo que respecta al mundo exterior, consagrada al silencio y al solemne mar”.

Las Islas Canarias. Un destino de invierno (1890). John Whitford

“El furioso oleaje se segmenta sobre una costa adusta y rocosa. Es la más pequeña de estas hermosas joyas que reposan en el Atlántico: mide quince millas de largo por nueve de ancho. Tiene forma de codo y está rodeada por una orilla de lava que se prolonga hasta el mismo centro de las montañas. – comienza narrando el autor.

Comienza su diario en Valverde, la capital, en la cara oriental de la isla, que se encuentra cerca del puerto (a cinco millas). Las barcas de los marineros habían sido antiguamente el único medio de transporte entre las islas desde los días anteriores al descubrimiento de Colón, pero en ese momento una línea local de barcos de vapor sustituyó a las viejas embarcaciones.

La cara oriental de El Hierro era inhóspita y árida, y en la línea divisoria de las dos vertientes había vastas extensiones ondulantes destinadas al pastoreo. Al otro lado, la cara occidental, se ensanchaba formando un valle de suma belleza encerrado por dos picos de la isla que conforman la extensa bahía de El Golfo. Ascendieró desde Valverde hasta lo alto de la montaña, por un sendero sinuoso y difícil de transitar, desde allí ve un inmenso cráter con una finca en medio, lo cual es bastante habitual en la isla. Aquí las casas se vuelven más numerosas y las higueras ocupaban una amplia extensión, y se podía divisar el mar a ambos lados de la isla. Muchos campesinos utilizaban largos palos para desplazarse en las elevaciones más pronunciadas del terreno y la habilidad que mostraban le resultó asombrosa.

Al autor le parecía maravilloso escuchar el ruido de los cencerros del ganado, que se confundían con los primitivos cantos que entonaban los campesinos: “Es una ópera pastoril: la música de las montañas. Las naves en el mar, en pleno viaje de ida o vuelta, parecían inmóviles. Todo es excitante en un modo extremo, es el lugar idóneo para desmontar, estirarse en el suelo, sobre la tierra, mirar a lo alto, al cielo, y construir allí un castillo imaginario”.

A medida que asciende de una zona llana hasta el mismo borde de un precipicio se cuelan montañas que se precipitan abruptamente, estos niveles están densamente cultivados y poblados de árboles. Esta zona a su parecer le resulta más placentera que, como él describe, “la desagradable e inhóspita” vertiente de la isla en que se encuentra Valverde. Los bosques se extienden por debajo, y luego, el valle de El Golfo que desciende durante cuatro o cinco millas hacia el mar, contiene las tierras más productivas.

Posteriormente desciende hacia los riscos, acantilados y bosques de debajo, en donde brezales, laureles y pinos junto con la maleza y helechos decoraban la escena.

El viaje de Valverde a El Golfo, unas nueve millas, duró seis horas, y una vez allí permaneció durante la semana santa. Las casas no estaban situadas unas pegadas a otras sino de un modo grotesco, cada una tenía un aljibe debajo para almacenar el

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LECTURAS agua de la lluvia. En la isla no abundaban las fuentes, pero una, de nombre El Paso, era célebre en todo el archipiélago, y el cura le describe sus propiedades medicinales.

El autor afirma que los habitantes de la isla de El Hierro son más devotos y participan más en los ritos religiosos que las demás islas, y la iglesia es, además de un lugar de oración, su lugar preferido de reunión de un modo más evidente que en las demás islas del archipiélago. Cada tarde, los vecinos se reunían frente a la parroquia para tocar la guitarra, cantar y bailar.

A continuación habla de la producción de tabaco y de sus costumbres, y también de la producción de higos, que es una de las producciones más destacables de El Hierro, y los campos de viñedo.

En el norte de la isla aparecen dos imponentes rocas extendiéndose mar adentro y otras más pequeñas dispuestas entre ellas, este peculiar enclave lo conocen como el Puerto de El Golfo, que en realidad se trata de una prolongación de colada de lava que sobresale por la superficie del mar.

El autor abandona El Golfo para regresar a Valverde, que desde su punto de vista es una de las ciudades menos atrayentes, y tomó un sendero a través de una montaña que lo condujo al extremo más septentrional de la isla, una región desprovista de árboles.

Durante su estancia en la ciudad, al autor le seguía continuamente un numeroso grupo de personas, principalmente niños. Las casas estaban agolpadas sobre un par de colinas, dispuestas así para hacer un mejor aprovechamiento de los aljibes y el cementerio de Valverde se encontraba en lo alto de una colina y rodeado de unos altos muros de piedra, protegido por unas puertas de hierro.

Madeira, Islas Canarias y Azores. Alfred Samler Brown

Alfred Samler Brown fue uno de los viajeros ingleses que alcanzó mayor popularidad tanto en Gran Bretaña como en Canarias. Se puede hablar de Brown como verdadero agente promocional del incipiente turismo europeo en las islas.

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LECTURAS La isla de El Hierro es la más cercana al meridiano 0 que cruzaría por la punta de la Dehesa, y la costa es muy empinada y poco acogedora. El interior de la isla lo describe como una especie de altiplanicie por la cual discurre la mayoría de los senderos y donde gran parte de los habitantes posee parcelas de tierra en las que cultivan cereales, alimentan su ganado y donde viven durante la época de cosechas.

El Golfo es un gran viñedo que se extiende desde Sabinosa hasta Tigadaye, propiedad de una familia y cultivado por los dueños. Las montañas, de las que el Alto de Malpaso es la más alta, están cubiertas de bosques sólo parcialmente y el paisaje en general es menos silvestre que las demás islas occidentales, aunque en algunos lugares como la zona de El Golfo hay buena arboleda.

En la isla prácticamente no hay manantiales y dependen del agua de la lluvia, que es conservada en estanques. Cuenta el autor que cuando los españoles llegaron a la isla había un árbol cerca de Valverde llamado El Garoé, que según la leyenda destilaba en sus hojas el agua suficiente para las necesidades de los bimbachos.

Los productos de esta isla son los mismos que los de las demás, pero sin embargo no todos los terrenos son cultivables y la tierra solo soporta un número determinado de cultivos. El principal producto de exportación es el higo, que se cultiva sobretodo en la zona de El Pinar, así mismo el vino producido en El Golfo es de gran calidad.

También hace mención a un manantial de agua mineral muy famoso en Sabinosa que aparentemente es bueno para los problemas de la piel y otras enfermedades. Los enfermos visitan el manantial normalmente en grupos organizados, en mayo o junio, y se quedan dos allí dos semanas.

Con respecto a las costumbres de los habitantes el autor las define como sencillas, y con una vestimenta bastante corriente, y afirma que el deporte más practicado es la luchada, en la que muchos hombres son expertos.

Cuenta que los habitantes de la isla antes de la llegada de los europeos no conocían la guerra y que por tanto resultaron ser una presa fácil para los piratas y gran parte de la población fue asesinada o capturada en pocos años.

Cada cuatro años, a principio de año, se lleva la imagen del santo patrón de la ermita de los Reyes por toda la isla hasta Valverde acompañados de bailarines que no paran de bailar.

Desde su punto de vista, la comida en Valverde está bien, pero la ciudad no merece una visita por sí sola. Fuera de Valverde no hay fondas, pero se podía conseguir algún alojamiento en Sabinosa y Tigadaye con cartas de recomendación.

No existían carreteras, aunque el autor afirma anteriormente que se estaba construyendo una carretera, pero los caminos reales a lo largo de la meseta le parecían hermosos aunque con algunas dificultades. Un sendero llega hasta el sur de la isla por Tinor y a través de la llanura de San Andrés, en donde hay un manantial llamado la Fuente de Azota. Después de cinco horas alcanza el pueblo de El Pinar,

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LECTURAS que tiene vistas al Puerto de Naos, cuyo descenso dura una hora y media aproximadamente.

Al suroeste de El Pinar se encuentra un lugar llamado “Los Letreros”, que debe su nombre a unas escrituras que fueron grabadas en las rocas, al que se llega pasando por los pinos de El Julan a lo largo de un sendero peligroso y difícil. El sendero vuelve a subir al oeste desde El Pinar, a través de un espeso bosque, pasando Los Reyes hasta la cima de Alto de Malpaso. El camino de vuelta recorre la parte baja de El Golfo, pasadas unas dos horas alcanza los Llanillos y, después de tres horas, Tigadaye.

El camino de la costa de Tigadaye a Valverde deja Belgara a la derecha, pasa Los Palos y Güimar, y asciende los acantilados por la parte noroeste de El Golfo por un sendero muy empinado y estrecho, y después de cinco horas pasaron la Virgen de la Peña en la cima. El sendero pasa por San Pedro y Mocanal, y desciende hasta Valverde en siete horas y media, a través de, como describe el autor, “un paisaje bonito pero no demasiado interesante”.

2. De estas dos primeras lecturas, que corresponden a dos momentos distintos de la historia de la isla (siglos XVIII y XIX), realiza una comparación de los aspectos que los autores tratan, similitudes y diferencias de sus descripciones y relatos.

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LECTURAS Estas dos lecturas, ambas literatura de viajes a la isla de El Hierro, narran, desde un punto de vista muy cercano, pues son diarios, la realidad social y económica de la isla, a la vez que describen sus paisajes, caminos y cultura. No obstante, a pesar de grandes coincidencias en cuanto a la apreciación del paisaje y la descripción de los pueblos y caminos de la isla, corresponden a distintos momentos de la historia de El Hierro. Por un lado, “Diario de viaje a la isla de El Hierro en 1779” de Juan Antonio de Urtusáustegui, se desarrolla en el siglo XVIII, mientras que la segunda lectura, “La isla de El Hierro vista por tres viajeros ingleses”, transcurre en el posterior siglo XIX.

A través de ambas recorremos los distintos parajes conociendo datos sobre sus pueblos, sus gentes y su economía. El modelo económico del siglo XVIII era de subsistencia, con unas producciones muy limitadas, que sobre todo eran de higos, orchilla y vino. Ello queda reflejado en ambos libros, todos hacen mención a los higos de la isla con una opinión muy positiva y, en menor medida, a la orchilla. Otro aspecto en el que presentan similitud es el predominio de la ganadería sobre la agricultura, que es un rasgo bastante característico de este territorio.

En el siglo XVIII el poblamiento se consolidó por un aumento de la población y el nordeste fue la comarca más dinámica, a diferencia del sur, y El Golfo seguía siendo de ocupación temporal. Por ello, en relación con el recorrido realizado, Urtusáustegui conoció con exhaustividad el valle de El Golfo y el nordeste de la isla, mientras que al sur y al oeste le dedicó poco tiempo ya que eran las zonas más alejadas, de escaso interés económico y de peor tránsito. Lo mismo sucedió con los posteriores visitantes en el siglo XIX, donde esta situación de despoblamiento en el sur seguía presente.

Tanto el diario escrito en 1779 como la lectura del siglo XIX muestran el aislamiento y atraso económico en el que estaba sumida la isla, y la baja población que habitaba en ella. Así Whitford, en la segunda lectura, refleja la pobreza de la isla y otro rasgo que describen las dos lecturas, que es la mala calidad y sencillez de las viviendas: “La Isla es pobre, las casas son humildes y los nativos carecen de ímpetu”.

Otro de los aspectos en los que se incide mucho en los relatos es en el gusto que tenían los herreños en el arte del baile, en ambas lecturas se aprecia como en sus procesiones, tertulias y celebraciones el baile es constante y se realiza muy hábilmente. También coinciden en la descripción de los herreños como gente tranquila y ágil, capaz de caminar descalzos por suelos y caminos muy difíciles; aunque sin embargo, también se aprecia que las mujeres realizan los trabajos pesados. En este aspecto, Urtusáustegui, que describe esta situación de un modo más crítico, narra historias sobre la mala situación en las que las mujeres daban a luz.

La escasez de agua es otro aspecto que queda reflejado en ambos momentos de la historia de El Hierro, pues, junto con el suelo, ha sido siempre factor indispensable y limitado. “No solamente es de mucho aprecio en esta isla cualquier escasa fuentecilla, sino todo hueco con que se pueda mantener agua”, afirma el autor de la primera lectura, por ello incide constantemente en la existencia de estanques y depósitos de agua de la isla. Es clara también la referencia en ambas obras a la orografía de la isla

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LECTURAS y su elevado gradiente altitudinal; todos hablan de los riscos, de la dificultad de los caminos, de sus suelos y de la forma que tiene la isla de El Hierro.

Por otra parte, a pesar de las similitudes comentadas anteriormente entre ambas lecturas en las descripciones (de los habitantes, los recursos de la isla, su relieve y paisajes, sus costumbres y su modelo económico), hay que tener en cuenta que se encuentran en momentos diferentes en el tiempo. Aunque la isla de El Hierro apenas ha variado en su trazado, en el siglo XIX se producen algunos cambios en éste y se abrieron vías asociadas a los nuevos sectores de ocupación, sobre todo Frontera y Sabinosa. Así mismo, el estado de los senderos mejoró algo, a causa de los nuevos medios y de la mayor preocupación política por su mantenimiento. Aun así, la accesibilidad fue siempre escasa y con bastantes desequilibrios territoriales.

3. De la tercera obra resume cuáles son las características más relevantes o destacadas de la evolución de la red caminera de la isla desde el siglo XVI hasta el siglo XX.

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LECTURAS LECTURA 03. EL HIERRO (SIGLOS XV-XIX). LOS CAMINOS TRADICIONALES DE

CANARIAS

Los nobles europeos llevan a cabo la fase inicial de conquista y colonización de la isla, y con ello obtienen derechos señoriales o feudales sobre las tierras y los pueblos conquistados. Tales derechos condicionan las formas de explotación económica y el control social y político de la isla, y además tienen un carácter hereditario. El proceso de colonización, más que por la acción de factores exógenos, vino dado por la propia actividad ganadera, y la población aumentó ligeramente sobre los núcleos principales ya existentes y se situaron manteniendo muchos sectores de la isla aún poco poblados.

A pesar de que el trazado de la red de comunicaciones terrestre se mantuvo, la introducción de una nueva cultura superior tecnológicamente la modificó, añadiendo nuevos medios de transporte (animales de carga o tiro) y favoreciendo las obras de mantenimiento en los trazados que ya existían y que fueron modificados conforme a sus nuevas exigencias. No obstante, hasta finales de del siglo XVI y principios del siglo XVII no se abrieron, sin embargo, nuevas vías, y esta situación se mantuvo inalterable.

Debido a la escasa potencialidad del territorio los colonos prefirieron las islas de realengo antes que las de señorío, y por ello fueron pocos los primeros pobladores que llegaron a la isla a mediados del siglo XV. Los que ocuparon la isla se asentaron en las llamadas Vegas, en torno a la aborigen Amoco, a la que denominaron Valverde, que ejerció desde ese momento como núcleo principal. Otro asentamiento importante fue el de Barlovento, en los pueblos del norte.

La colonización fue lenta debido a la agreste orografía y los escasos recursos hídricos que dificultaban la implantación de cultivos de regadío o la explotación de la caña de azúcar, como en las otras islas; y no fue hasta la segunda mitad del siglo XVI cuando las circunstancias cambiaron y se produjo verdaderamente la colonización de la isla, que sufrió un fuerte proceso de enajenación de tierras, agua y cuevas que sustituyeron el modelo económico de los bimbaches, en el que todos los recursos eran de propiedad comunal, a propiedad privada.

El hecho de que aumentara la población e incrementaran sus rentas a través del cobro de tributos produjo cambios en la articulación del territorio en el sector nororiental. En la isla existía una desigual proporción entre el espacio ganadero (mayor) y agrícola, y la mayor disponibilidad de recursos como el agua o el suelo provocó que la mayor parte de la población se radicara dentro de la albarrada, y como consecuencia, la red de caminos se densificó en este sector por un mayor movimiento de personas y mercancías.

Durante el siglo XVI aparece un nuevo modelo de comunicaciones que siguieron conservando los ejes estructurales del espacio. Se mantuvo el anillo alrededor de los bosques del norte y oeste, entre las medianías y las cumbres, y la funcionalidad de la

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LECTURAS red insular se modificó, evolucionando mucho más el espacio del polígono del noroeste, que cada vez tenía una densidad mayor.

Nos encontramos así dos sectores bien diferenciados, el noreste, y el resto que se caracteriza por un vacío tanto viario como poblacional.

La Villa de Valverde adquirió un mayor protagonismo en la estructuración de las comunicaciones terrestres de la isla, y de allí partían tres vías principales que se pueden observar en la imagen del libro, y que articularon el territorio en la vertiente norte y nororiental de la isla. Uno de los caminos es el de Barlovento, al norte, que la conectaba con los nuevos caseríos agroganaderos secundarios de la comarca. Otro camino es el camino ancho o del Puerto, que comunicaba por el este con Tejeleita y Afotasa y permitía el acceso a La Caleta y el Puerto Nuevo, para las comunicaciones con el exterior. Y por último, el camino del suroeste que comunicaba la capital, por Tesine, con Tiñor y Azofa (San Andrés e Isora) y con las grandes zonas ganaderas de la isla.

A esta red principal de dentro de la albarrada se le unió una rama de sendas y veredas que dieron acceso a las nuevas tierras roturadas y a los recursos hídricos.

El proceso de colonización territorial generó una red de comunicaciones precaria, pues se trata de caminos estrechos, que siguieron las directrices de las rutas naturales anteriores y que se caracterizaron por su poco dinamismo en su desarrollo.

Las roturaciones de las primeras décadas del siglo XVII originaron un crecimiento de la población concentrada en el norte y nordeste, con un mayor peso en la capital. En El Golfo la población se establecía en el sector oriental. Sólo se originará un foco con ocupación discontinua (San Antón del Pinal), en el área más cercana al pinar lindante con Azofa y el entrante de Las Playas, mientras en el resto de la isla se mantenía el vacío poblacional.

En las Ordenanzas de la isla publicadas en 1705 se aportó una gran información para el estudio y análisis del territorio herreño a principios del siglo XVIII, y también para el estudio de las vías, la actividad ganadera y agrícola, las disposiciones sobre el uso y aprovechamiento del agua y la utilización de los montes. Pero a pesar del paso del tiempo, El Hierro incrementó apenas su población y no diversificó sus producciones, consolidando así su atraso.

Observando la imagen de la distribución de la población en el año 1742 se aprecia como Valverde sigue siendo el nodo principal. El Pinar y El Golfo añadieron suelo agrícola y en torno a esas primeras roturaciones se fijó una pequeña población que abrió estos espacios tan poco comunicados. Durante el siglo XVIII el poblamiento se consolidó debido a un aumento poblacional con respecto a la etapa anterior. El nordeste era la comarca más dinámica, mientras que El Golfo continuaba siendo de ocupación temporal. Los habitantes de Valverde y Tiñor bajaban por el camino de Jinama hasta El Lunchón y Las Lapas, y los del norte bajaban por el camino de la Peña y se dirigían a Las Puntas, Guinea y Los Mocanes.

Por otro lado, los de la comarca de Asofa iban hacia Belgara por el camino de Jinama; y descendiendo por el camino de El Salvador, los de El Pinar se dirigían a las Toscas y

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LECTURAS Tigaday, y los de Las Casas a Los Llanillos y El Chijo. Sin embargo, estos cambios no supusieron una ruptura notable con el modelo adoptado en los siglos anteriores.

El siglo XIX sigue arrastrando la situación de atraso económico y aislamiento, no sólo con respecto al resto del archipiélago sino también entre algunas poblaciones de la propia isla. Valverde se sigue manteniendo como centro agroganadero que polariza la actividad de la isla mientras la población continúa creciendo. En cuanto al modelo de comunicaciones sigue destacando por su escaso desarrollo, por su vocación interior y por su baja capacidad de respuesta ante las necesidades sociales y económicas. Se trata de una red frágil, de caminos estrechos y peligrosos, con apenas obras de acondicionamiento. Es el Ayuntamiento quien asume el coste de la conservación de los caminos, pero tienen numerosas dificultades debido a la mala situación económica.

Es por tanto, en definitiva, una isla con falta de inversiones, que además contaba con grandes obstáculos geográficos y estaba sumida en un gran atraso económico, por lo que no se afrontaban las tareas necesarias de reparación de la red y tampoco se estimulaba la construcción de nuevas vías. A su vez, esta insuficiencia caminera repercutió en una menor cohesión territorial e impidió que se pusieran en marcha iniciativas de desarrollo para las tierras.

La red de caminos en el siglo XIX se estructuraba en torno a tres comarcas que concentraban la mayor parte de la población y la actividad económica; estas son: el Valle de El Golfo, El Pinar-La Dehesa, y la comarca de Valverde-Barlovento-Nisdafe, que concentraba los mejores recursos y el poder político y administrativo y, además, Valverde era paso obligado de entrada y salida de productos de consumo.

Desde la capital salían otros dos caminos principales que la conectaban con el valle de El Golfo; el camino del risco de Jinama, que, saliendo de Valverde, discurría por las aldeas de Tiñor y La Albarrada, pasando por Las Cuatro Esquinas, y continuaba atravesando la meseta de Nisdafe por La Tierra que Suena hasta llegar al mirador de Jinama; y el camino del risco de Tibataje, que unía Valverde con Barlovento y con el valle de El Golfo, pasando por los pueblos de El Mocanal, Tesbabo, Erese y Los Jarales hasta llegar al risco por La Virgen de la Peña.

A parte de estos dos caminos que comunicaban la comarca de El Golfo con Valverde, también tenía otros tres senderos de entrada y salida aunque de menor importancia: el camino de San Salvador, que era utilizado habitualmente por los habitantes de El Pinar para acceder al valle, el camino del Derrabado y Risco de Sabinosa, que los utilizaban los vecinos de Sabinosa para acceder a sus cultivos o a la cumbre, y el sendero que comunicaba Sabinosa con La Dehesa.

Con respecto a la comarca de La Dehesa, ésta siguió ocupándose casi exclusivamente de la ganadería. Su territorio lo recorrían multitud de sendas y veredas, entre las que destacaba la que venía de la meseta de Nisdafe y que pasaba por Las Asomadas, el Bailadero de las Brujas, la Cruz de los Reyes y Binto, bajando por la montaña del Humilladero hasta la ermita de los Reyes.

Esta red principal está complementada con una red de caminos de menor entidad que comunicaban algunos caseríos o las zonas de medianías con los sectores costeros.

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LECTURAS Disponemos de las primeras referencias directas a los caminos y sus características en el siglo XIX. Esta documentación aportó datos como son el número de caminos o los puntos de inicio y finalización, o la morfología que presentaban, pues la intención fiscalizadora de la Administración consideraba fundamental el mantenimiento y progreso de esta red para lograr el desarrollo económico. Pero, no obstante, en esta isla no existió la preocupación por la construcción de obras públicas, y además afectaban las peculiaridades del relieve con unas zonas morfoestructurales difíciles de adaptar al trazado y conservación de los caminos. A ello se le suma que las lluvias en los meses invernales destrozaban constantemente las vías, por lo que el coste económico de las reparaciones subía.

Así pues, en el siglo XIX, nos encontramos con el anillo tradicional que unía Valverde con Isora, El Golfo y los pueblos del norte, que se complementaban con dos ramales, el de El Puerto de la Estaca y el que se dirigía a El Pinar. El resto de los caminos comunicaba la isla poblada con los parajes más alejados y despoblados del sur y con La Dehesa. Cabe destacar que sigue consolidado el mismo patrón de asentamientos y comunicaciones que en los anteriores siglos, como un modelo de escaso dinamismo y funcionalidad.

Según los cuadros de la red caminera de 1866, la descripción del trazado responde a la estrategia de aprovechar las rutas existentes para comunicar la globalidad de la isla, por lo que aparece un camino que vertebra la isla por su parte central, que salía del Puerto de la Estaca y que, pasando por Valverde, la comunicaba con el Cabo de La Dehesa, al oeste.

Aparte de esta vía principal había otras dos: una que comunicaba la capital con Guarazoca (al norte), y otra que cruzaba la isla de norte a sur uniendo Los Llanillos con el Puerto de Naos, pasando por El Pinar. Por lo general estos caminos eran de herradura y entre dos o tres metros de ancho.

Por último, otra fuente que aporta información acerca de los caminos es el Boletín Oficial de la Provincia de Canarias en 1868, en donde se relacionan seis caminos y describen sus principales características. Las vías que unían la Villa con los núcleos de población más importantes del municipio insular y los embarcaderos eran las más utilizadas. Partiendo de Valverde los senderos se dirigían a los pueblos del norte, al puerto de La Estaca al este, a Sabinosa al oeste, y a El Pinar al sur.

La escasa anchura de los senderos, como puede observarse en el cuadro, (entre tres y cuatro metros) muestra la poca funcionalidad económica que tenían, pues el tráfico de carretas o carruajes era especialmente difícil.

Aparte de los datos estadísticos del siglo XIX que aportan información sobre estos caminos, también nos encontramos con relatos de viajeros que realizan descripciones sobre la isla y aportan valiosas observaciones sobre los caminos, además de otros aspectos tanto económicos como sociales. Estos relatos ratifican el aislamiento social y económico de los herreños en esta etapa de su historia.

Como conclusión, podemos apreciar como en el siglo XIX no se producen cambios relevantes, salvo en los sectores de nueva ocupación sobre todo entre Frontera y Sabinosa, donde los asentamientos se consolidaron y fueron perdiendo su carácter

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LECTURAS meramente estacional. Se contaba con un itinerario circular principal que completaba un sistema más denso en el norte y más abierto en las comarcas ganaderas del sur y del oeste, que eran recorridas por caminos secundarios. Esto llevaba a un desigual desarrollo socioeconómico de la isla, facilitando un progreso, aunque muy relativo, en el norte insular, y un atraso en el sur y oeste.

Por lo general este trazado responde a la permanencia de unos ejes históricos que unían los núcleos principales, desde el siglo XVI, y la red proporcionaba una escasa accesibilidad prácticamente desde el siglo XVI hasta finales del XIX, por lo que era mínimo el servicio que la red brindaba al territorio, en especial con referencia a los canales de exportación de ciertos productos que sustentaban el desarrollo económico de la isla.

Así pues, son las peculiaridades del medio físico, la dinámica del modelo de ocupación histórica del territorio, la disponibilidad de recursos (agua o suelo) y el uso que ha realizado la sociedad insular con estos recursos, los principales elementos que caracterizan los trazados y que han sido definitivos para el desarrollo de las vías de comunicación. En consecuencia, El Hierro afrontó la entrada al siglo XX con una red de caminos terrestres poco desarrollada, que sostenía débilmente el desarrollo del mercado interno y que descansaba en un itinerario principal que unía Valverde con San Andrés, El Golfo y los pueblos del norte, y del que partían tres vías internas. Este panorama explica que la primera carretera que se terminó en El Hierro se hiciera muy tardíamente, en 1926.

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