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LECTURA MEDIATIZADA DEL PASCUAL DUARTE M. Anton Rato A hora, en este último tramo temporal del milenio, una de las cosas que le suceden a un estudiante o lector aten- to de literatura española es el en- cuentro, en uno u otro momento de su aventura, con las pánas de La familia de Pascual Duarte, Esta primera novela de Camilo José Cela es lec- tura obligada para todo el que pretenda compren- der por dónde anda la narrativa espola contem- poránea. Como se ha repetido -y se repite-, en estudios, ensayos, exégesis, glosas, trabajos críti- cos... con la apición del Pascual Duarte, en diciembre de 1942, se inaugura una nueva etapa de la novela española. Que nunca es nueva, por otra parte, sino más bien «reciente, o renovada, o dis- tinta, o postreramente añadida, o no vieja» -según escribía el propio Cela en un artículo de 1962, donde, además, añade que «hoy su autor contem- pla, no sabría decir si atónito o amoroso, casi como una pieza de museo». Se refiere, claro, al Pascual Duarte. Y resulta que de las piezas de museo suele hablarse con reverencia, respeto, admiración, un- ción, robo. Así que, ¿cómo abordar hoy Pascual Duarte sin sentirse costreñido por lo mucho que se ha dicho y escrito sobre él, que es precisamente . lo que lo ha encerrado en la vitrina donde se guardan las obras literarias eternas? Dicil, no hay ninguna duda -o eso me está pareciendo. Desde luego, nadie se atrevería (o muy pocos: siempre existe gente la mar de osada), a escribir en la actualidad, como hacía Torrente Ballester en 1951, que su único decto es «para- dógicamente, un exceso, quiero decir las veinte o treinta pánas que le sobran». No, casi nadie dirá cosas así: se analizarían las motivaciones ocultas, los esquemas semánticos ideales, la significación de los aspectos más injus- tificados. La cuestión sería, no tanto descalificar unas cuantas pánas, sino buscarles una integra- ción adecuada -por abstrusa que sea ésta- dentro del corpus narrativo que constituye el libro. En fin, que ya hn pasado cuarenta años desde su primera publicación y la obra sigue tan mosa y celebrada como en sus primeros tiempos cuando la eloaban, y no paraban -se cuenta y consta documentalmente- nada más y nada menos que don Pío Baja, don Ernesto Giménez Caballero, el doctor López Ibor, el también doctor, don Gre- gario Marañón (prologuista, además), don Euge- nio D'Ors, don José María Sánchez Silva, doña Carmen Laforet... en definitiva todas las erzas vivas culturales del momento (admitiendo -y ya es 14 mucho admitir- que todos los citados hayan es- tado vivos alguna vez: se exceptúan los aspectos puramente biológicos). Todo esto pasaba pocos meses después de la apición por vez primera, y como adelanto, del primer capítulo del Pascual Duarte en la revista.E/ español (concretamente en su número 6, del 5 de diciembre). Y más concretamente con una errata: «La letra capital N es errata por Y» -como se encarga de recordarnos Fernando Huarte Morton en su Ensayo de una bibliografía de «La familia de Pascual Duarte »; sobretiro de los Papeles de Son Armadans, Madrid-Palma de Mallorca, 1968. Precisamente en el «Repertorio gráfico» que se incluye al final del libro que acabo de citar, viene una reproducción de la página de la revista El español donde arece ese capítulo. Se trata de la sección titulada «Libros sin abrir», en la que, se nos dice, se anticipan «los agmentos más intere- santes de libros próximos a publicarse». Pues bien, en esa página flanquean al capítulo de Pascual Duarte, por la izquierda, según se mira, unos poemas de doña Paquita Ramírez (en- tonces, al parecer la gente todavía era «doña» o «don», y se trataban todos de «usted»). Esta se- ñora o señorita Ramírez que, cuenta el texto que la presenta, «suió pena de amor» y «se le rompió el corazón de tanto amar», publica tres poemas, dos de ellos en catalán (me pece curioso que sea en ese idioma y en esa cha, pero quizá exista alguna explicación que se me escapa, porque: ¿no era por entonces cuando más se perseguía a la lengua catalana?). Por la derecha -siempre según se mira, claro- flanquea al capítulo de la novela de Cela, un ag- mento del libro de don Mauricio J. Monsuárez de Yoss (y luego dirán que Cela se inventa nombres raros), titulado El extranjero y los toros. En dicho mento de don Mauricio, y pa que no falte el

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LECTURA

MEDIATIZADA DEL

PASCUAL DUARTE

M. Antolín Rato

Ahora, en este último tramo temporal del milenio, una de las cosas que le suceden a un estudiante o lector aten­to de literatura española es el en­

cuentro, en uno u otro momento de su aventura, con las páginas de La familia de Pascual Duarte, Esta primera novela de Camilo José Cela es lec­tura obligada para todo el que pretenda compren­der por dónde anda la narrativa española contem­poránea. Como se ha repetido -y se repite-, en estudios, ensayos, exégesis, glosas, trabajos críti­cos ... con la aparición del Pascual Duarte, en diciembre de 1942, se inaugura una nueva etapa de la novela española. Que nunca es nueva, por otra parte, sino más bien «reciente, o renovada, o dis­tinta, o postreramente añadida, o no vieja» -según escribía el propio Cela en un artículo de 1962, donde, además, añade que «hoy su autor contem­pla, no sabría decir si atónito o amoroso, casi como una pieza de museo». Se refiere, claro, al Pascual Duarte.

Y resulta que de las piezas de museo suele hablarse con reverencia, respeto, admiración, un­ción, arrobo. Así que, ¿cómo abordar hoy Pascual Duarte sin sentirse costreñido por lo mucho que se ha dicho y escrito sobre él, que es precisamente

. lo que lo ha encerrado en la vitrina donde se guardan las obras literarias eternas?

Difícil, no hay ninguna duda -o eso me está pareciendo. Desde luego, nadie se atrevería (o muy pocos: siempre existe gente la mar de osada), a escribir en la actualidad, como hacía Torrente Ballester en 1951, que su único defecto es «para­dógicamente, un exceso, quiero decir las veinte o treinta páginas que le sobran».

No, casi nadie dirá cosas así: se analizarían las motivaciones ocultas, los esquemas semánticos ideales, la significación de los aspectos más injus­tificados. La cuestión sería, no tanto descalificar unas cuantas páginas, sino buscarles una integra­ción adecuada -por abstrusa que sea ésta- dentro del corpus narrativo que constituye el libro.

En fin, que ya h&en pasado cuarenta años desde su primera publicación y la obra sigue tan famosa y celebrada como en sus primeros tiempos cuando la elogiaban, y no paraban -se cuenta y consta documentalmente- nada más y nada menos que don Pío Baraja, don Ernesto Giménez Caballero, el doctor López Ibor, el también doctor, don Gre­gario Marañón (prologuista, además), don Euge­nio D'Ors, don José María Sánchez Silva, doña Carmen Laforet... en definitiva todas las fuerzas vivas culturales del momento (admitiendo -y ya es

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mucho admitir- que todos los citados hayan es­tado vivos alguna vez: se exceptúan los aspectos puramente biológicos).

Todo esto pasaba pocos meses después de la aparición por vez primera, y como adelanto, del primer capítulo del Pascual Duarte en la revista.E/ español (concretamente en su número 6, del 5 de diciembre). Y más concretamente con una errata: «La letra capital N es errata por Y» -como se encarga de recordarnos Fernando Huarte Morton en su Ensayo de una bibliografía de «La familia de Pascual Duarte »; sobretiro de los Papeles de

Son Armadans, Madrid-Palma de Mallorca, 1968 . Precisamente en el «Repertorio gráfico» que se

incluye al final del libro que acabo de citar, viene una reproducción de la página de la revista El español donde aparece ese capítulo. Se trata de la sección titulada «Libros sin abrir», en la que, se nos dice, se anticipan «los fragmentos más intere­santes de libros próximos a publicarse».

Pues bien, en esa página flanquean al capítulo de Pascual Duarte, por la izquierda, según se mira, unos poemas de doña Paquita Ramírez (en­tonces, al parecer la gente todavía era «doña» o «don», y se trataban todos de «usted»). Esta se­ñora o señorita Ramírez que, cuenta el texto que la presenta, «sufrió pena de amor» y «se le rompió el corazón de tanto amar», publica tres poemas, dos de ellos en catalán (me parece curioso que sea en ese idioma y en esa fecha, pero quizá exista alguna explicación que se me escapa, porque: ¿no era por entonces cuando más se perseguía a la lengua catalana?).

Por la derecha -siempre según se mira, claro­flanquea al capítulo de la novela de Cela, un frag­mento del libro de don Mauricio J. Monsuárez de Y oss (y luego dirán que Cela se inventa nombres raros), titulado El extranjero y los toros. En dicho fragmento de don Mauricio, y para que no falte el

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toque patriótico tan necesario en aquellos tiempos de la inmediata postguerra (¿y ahora no? Bueno, al parecer, sólo a veces, como cuando se pronun­cia la gente sobre las islas Malvinas o Falkland), se nos dice literalmente: «en este aspecto [los toros], como en muchos estamos solos [ se refiere a los españoles de la media España victoriosa en la Guerra] en el mundo con nuestra verdad y nues­tra manera particular de entender la vida».

Por abajo, y como base del adelanto de La familia de Pascual Duarte, hay un folletón fir­mado por don Vicente D. Sierra: El sentido misio-

que no quería morir ... »

na! de la conqui�ta de América. Sobran las citas y los comentarios. Basta con el título, me parece.

Y también me parece que esos textos que acompañan al capítulo del libro de Cela en su primera aparición pública son bastante significati­vos y excusan cualquier exposición del siniestro ambiente socio-cultural dentro del que se publicó Pascual Duarte.

Informaciones adicionales pueden encontrarse en un artículo ya citado de Torrente Ballester publicado nueve años más tarde (y me refiero a: « "La colmena", cuarta novela de C. J. C.» , en Cuadernos Hispanoamericanos, número 22, ju­lio-agosto de 1951). En tal artículo, entre otras cosas sensatas y ponderadas, se apunta que «las tintas son pocas y violentas, algo así como verde montado sobre blanco y negro [ ... ] y digo verde por la especial simbología de este color, no en su versión poética -esperanza- sino vulgar sexo». Y también: « ... no creo a Camilo perteneciente a esa turbamulta que tiene al sexo por el eje en torno al cual gira la vida humana». Y, sobre todo: «Casi todo lo que hacen los personajes de La colmena es pecado; las situaciones son escabrosas; las pa­labras, con frecuencia brutales y groseras. No obstante, creo no haber hallado en todo el libro

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eso que los moralistas llaman delectación mo­rosa».

En fin, no sigo. Pero no vaya a creerse que incluyo estas citas de Torrente porque tenga una especial inquina al maestro gallego de lo fantás­tico. Nada de eso; don Gonzalo Torrente me me­rece como novelista todos los respetos posibles, y le agradezco los innumerables buenos ratos -di­vertidos y didácticos- que me ha hecho pasar con bastantes de sus libros. Si añado esas citas es porque las tenía muy a mano, y sobre todo, por­que me parecen reflejar con bastante acierto el carácter de la crítica literaria de aquellos negros tiempos. Una crítica, que después de leer la ci­tada, no deja de recordarme las cartulinas que en mi infancia había a las puertas de las iglesias en las que se daba un juicio moral sobre las películas estrenadas en términos que, creo recordar, no es­taban muy lejos de los que utiliza Torrente. Me estremezco al pensar en eso y en que Pascual Duarte sería calificado de «gravemente peligroso: 4». Pero, bueno, por suerte uno ha conseguido sobrevivir, cree que con bien, a tantas miserias y necedades, y puede seguir contando que ...

Por ejemplo, el libro apareció en la editorial Aldecoa, Madrid-Burgos, 1942, compuesto en «li­notipia. Letra redonda de 12 puntos fundida a catorce (cursiva en la Nota del principio del texto y en las cartas del final); folio 8 puntos. No llevan título ni numeración ... » -como consta en la des­cripción de la edición que hace Huarte Morton en el libro citado, donde en nota señala que intenta «la aplicación a la famosa primera novela de Cela, del método a veces abrumadoramente exigente de Fredson Bowers (Principies of Bibliographical Description, Princeton, 1949)». O que, a partir de entonces todo serían alabanzas -de los ya citados, y de otros muchos, entre los que me cuento-, inclusión en manuales, luces intermitentes de neón diciendo «Exito» , y demás parafernalia habi­tual en estos casos.

Con todo, como se supone que debo decir algo más que me gusta, y mucho, el Pascual Duarte, voy a referirme a dos sensaciones complementa­rias que me produjo su relectura terminada mo­mentos antes de ponerme a escribir esto.

En primer lugar, hay un agobiante clima de tra­gedia que lo invade todo desde el principio. La historia está vista por un hombre de pueblo, pero la escritura de Cela consigue que su voz adquiera dimensiones de ser trágico, noble y poderoso, como es lo tradicional. En efecto, desde el capí­tulo en la celda donde se encuentra encerrado, con las referencias a la muerte del perro, ya se introduce un clima de predestinación, de fata­lismo, de que sobre todos los acontecimientos na­rrados o vividos por el protagonista planea una terrible sombra que llevará a su perdición inevita­ble. Hay un momento concreto donde el ambiente trágico se acentúa, y es cuando Pascual recuerda la muerte de su hijo y relaciona el acontecimiento, dentro de los cánones más rabiosamente exigidos

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por lo trágico, con fenómenos naturales. El viento entre los árboles (creo que encinas), los campos agitándose febriles, expresan también lo que una pérdida semejante supone. Lluvia y llanto se unen metafóricamente, y la muerte se integra en un contexto trágico.

Hay también esa sangre que inunda todo el li­bro; sangre en la que a veces incluso llega a nau­fragar el relato por exceso. Es algo que, me re­cordó de inmediato a las mejores películas de Ser­gio Leone. Eso, y los ambientes de pueblos semi­vacíos y blancos, desérticos, con escasas formas humanas pululando por ellos -música de Morri­cone como fondo.

Y aunque Cela en ningún caso podría haber conocido esto -todavía no se había inventado el viaje en el tiempo-, cuando se refiere a las críticas que en su momento le hicieron de que era «tre­mendista», añade que ese término supone «una sangrienta caricatura de la realidad>�. Pues -bien, ahora nuestra realidad no es natural, sino tecnoló­gica, mecánica, mass-mediática. Y en este sen­tido, los peyorativamente llamados «spaghetti western» supusieron una caricatura sangrienta de la película heróica del Oeste a lo Ford, Walsh, Mann, Vidor. .. No son un sangriento retrato de la realidad -diría más o menos Cela refrriéndose a las obras calificadas de «tremendistas»-, como tam­poco lo son estas películas, a las que en general jamás me refiero peyorativamente. Se basan en ella justamente para suscitar sensaciones de desa­simiento, soledad radical, violencia desmesurada y campesina, horno homini lupus, etc., etc., etc. Siempre buscando el gran efecto, el asombro, el susto, la repugnancia ante lo que es capaz de hacer un ser humano empujado por moscas menta­les que rondan las circunvoluciones de su cerebro y le llevan a la perdición definitiva.

Además, y a pesar de toda la erudición, de todos los juicios laudatorios de fuerzas vivas y muertas que me acosaron durante toda la relec­tura, en el Pascual Duarte sigue resaltando una escritura fresca, llena del joven empuje de una primera novela, que ni siquiera ha empañado su inclusión entre las piezas de museo.

En los tramos declamatorios, visionarios (sin duda antecesores del de Mrs. Caldwell o María Sabina, o sucesores del de Pisando la dudosa luz del día) quizá se pueda encontrar una cierta dis­cordancia con el ritmo general de la obra. Pero justamente eso la convierte en novela con empuje, con fuerza, con la pasión de un escritor novel que se entrega a la composición de su texto de .modo total y no quiere renunciar a ninguno de los acen­tos propios que supone más efectivos y logrados.

También están esas disculpas del supuesto au­tor de las notas que constituyen la novela porque salta de principio a fin, y viceversa, y teme no llegar a construir un relato que quepa dentro de las convenciones establecidas para el género.

Esta duda, la falta de seguridad aparente yn el punto de vista adoptado, me parece que no es

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fruto de una inmadurez, sino que forma parte im­prescindible de la atmósfera del libro -y de casi todos los que posteriormente publicaría Cela. No se trata de que surja como disculpa de un autor que no se arriesga a escribir una frase. porque sí, como apuntó Adorno, al que contrapone a los autores que escriben de modo rotundo, sin nece­sidad de excusarse ante ningún lector. Para nada es eso. La duda, la intromisión de elementos su­puestamente contranovelísticos donde se pone en cuestión el principio de verosimilitud de la ficción, constituye uno de los aspectos casi omnipresentes

«Cuando me levanté, se le fue la cabeza sin fuerza para un lado ... »

en toda obra mayor de Cela. Viene a ser algo así como la expresión de una necesidad sentida de que la novela recoja toda la vida que se propone describir, reflejar o provocar. Una vida que se teme no pueda caber dentro de unos cauces prefi­jados por las convenciones del género, lo que obliga al narrador -en este caso a Cela- a .intentar desbordar las orillas extendiéndose más allá de los límites de lo estrictamente literario.

Por cierto, esta actitud seguía presente en su última obra importante. Y me refiero a su novela de 1973, Oficio de tinieblas 5, la cual -como ya escribí en su día- me parece la mejor de las suyas, la más trágica, la más condenada a la limitación literaria y, al tiempo, la que espolea con más fuerza al lector obligándole a estirar su propia vida y a pasar por encima de las limitaciones que ima pone al asumirlas.

En definitiva -y justo porque no pretendo nada definitivo- seguimos esperando otro gran libro de Cela que explote nuevos caminos, o desarrolle viejos temas. Que haga lo que sea, pero que no nos deje ya para siempre en un segmento ence­rrado entre dos puntos apabullantes: La familia de Pascual Duarte y Oficio de tinieblas 5. No dude el gran escritor de Iria Flavia eque muchos se Jo íbamos a agradecer, y mucho.

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ALEJO CARPENTIER ECUE-YAMBA-0 r>Septiembre

JULIO CORTAZAR Biblioteca de Julio Cortázar FINAL DEL JUEGO r>Octubre

E. E. CUMMINGS LA HABITACION ENORME Traducción de Juan Antonio Santos

r> Noviembre

RENE DAUMAL LA MONTAr-:lA ANALOGA Traducción de Carmen Santos

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CLASICOS

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FERNAO MENDES PINTO LAS PEREGRINACIONES Adonde se escriben muchas y extrañas cosas ue v1ó o ó en los reinos de China, artaria, ornau, ue vul armente se llaman iam, Calamiñan, Pegu, Martaban y otras

muchas de aquellas partes Orientales, de que en éstas nuestras de Occidente hay muy �oca o ninguna noticia. Según la traducciónel Licenciado Francisco Herrera

Maldonado, Canónigo de la Santa Iglesia Real de Arbas, publicada en 1620, revisada p completada por José Aiuslín Mahieu.rólogo y notas de José guslín Mahieu.

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