LAZOS DE JUVENTUD
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CAPÍTULO 1
Desde la mesa de velador se escucha el tic- tac acusador, el que como un
corazón late para controlar mis movimientos más íntimos: despertar, dejar de
soñar, de imaginar; levantarme por fin, a pesar de la modorra que mis profesores
achacan a mi edad.
Soy adolescente. Muchas de las cosas que leas tal vez ya te habrán ocurrido, de
lo contrario no te preocupes, ya te pasarán. Esto es como una peste necesaria
para la teoría de la evolución del hombre. Primero vienen los estirones. No cabes
debajo de la mesa desde donde imaginabas pelear con los guerreros espaciales y
te lleva la mamá de shopping para comprarte la ropa del rincón juvenil. Todo te
cae como si fueras un maniquí más. Tú bajas la cabeza e insistes en que no
necesitas más que tus jeans gastados y tus viejas zapatillas; pero acabas
cargando un montón de bolsas con ropa que nunca usarás y que terminarán en
algún hogar de menores.
- Deberías estar contento, No todos pueden tener lo que tú tienes
Y viene la cachetada por haber dicho: y quién te lo pidió. Olvidaste la regla número
uno, no contradecir a los mayores.
Lo segundo será exteriorizar la explosión de tus hormonas; ésas que inútilmente
tratas de entender en la clase de biología, pero que cada vez que te miras al
espejo te recuerdan que vas camino a ser hombre. Miles de pelillos cubriendo tu
barbilla te llevan a acostumbrarte al contacto diario con la máquina eléctrica.
Porque eso sí que pedirás a mamá. Ya sabes que la gillette es el peor suplicio que
te puedan hacer. Luego vienen las risas de los demás por lo ridículo que te ves
con esos brazos que pareciera que nunca dejarán de crecer y los pellizcos de las
tías hacia el pequeño hombrecito en formación. Si pensabas que eso era todo, te
equivocas. También te acompañarán los signos de la piel, las espinillas y puntos
negros que ocuparán buena parte de tu mesada en cosméticos que como mucho
atenuarán las cicatrices. Seguir contándote los secretos de ser adolescentes sería
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para largo y extenuante. No en vano tú eres uno de ellos y has vivido en carne
propia esta etapa de crecimiento, como dice la profe jefe. Te repito, si aún no has
alcanzado esta edad, no desesperes, pronto te alcanzará.
Giro llevándome toda la ropa de cama con mi cuerpo, luego estiro el brazo y no lo
alcanzo. Esto es lo contradictorio de la vida, por un lado aumentas varios
centímetros y no llegas ni al extremo de tu velador. Termino tomando el cassette
que tiro furiosamente sobre el tic- tac. Y qué crees, se rompe el cassette. Tendré
que comprarle otro al guatón. El reloj derribado sigue sonando desde el suelo.
Pero ahora está cerca. Con mi dedo índice presiono el botón y silencio de nuevo,
por lo menos hasta que llegue mi mamá abriendo cortinas y soltando sus
parlamentos matinales.
- Levántate, que ya es tarde. Tienes prendido el calefont. ¡Vas a llegar atrasado!
Ni soñarlo. Siempre llego antes de que cierren el portón y me deslizo hasta la sala
de clases a terminar el sueño interrumpido por el despertador. Ayer estuve a punto
de no alcanzar el portón, pero Carlitos me cerró un ojo mientras me dejaba pasar y
yo volé hasta la sala. Todos parecía estar igual, como el último día de clases del
año pasado.
Carolina se sentó en el tercer puesto junto a la ventana. Lo primero que supe de
ella, como me dijera después el poeta, fue que tenía un cabello color trigo que se
encendía en miles de colores cuando los rayos del sol cruzaban el ventanal.
- Es muy bonita, sobre todo cuando se pasa la mano por el pelo, me decía el
poeta en la hora de Historia.
- Rivera… Rivera…¡Rivera!
El profesor pasaba la lista, y Gustavo sin comprender, seguía hablándome de
Carolina.
- Levanta la mano, soso.
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El poeta enrojeció y levantó la mano. Los compañeros se dieron vuelta y se rieron
a carcajadas. Carolina también lo miró, pero no se rió. Luego volteó y siguió
escribiendo.
- Me miró, ¿viste?
- Cállate poeta o nos van a echar.
- Pero me miró, ¿cierto?
El poeta no se conforma con mi afirmación.
- Deja de molestarme y toma un lápiz.
Pienso que por fin atenderá la clase, pero me equivoco. Está dibujando a la niña
nueva. Raya y borra varias veces hasta que consigue una imagen que le deja
satisfecho. Me muestra el dibujo y yo muevo la cabeza afirmativamente. Vuelve a
tomar el lápiz y escribe algo que no alcanzo a leer. Cuando me lo muestra me dice
- Mira, son mis primeras palabras para ella.
Vienes toda cubierta de agua, desbordaba en hebras de oro.
Tomo una y he aquí que he creado un lazo entre tú yo
El poeta sigue escribiendo, mientras el profesor explica que la próxima semana
será la prueba de diagnóstico. La materia que entrará es el Romanticismo en el
hombre del siglo XIX.
- Guatón, viste la minita nueva. Se llama Carolina.
- Sí, pelao. El Gustavo la estuvo dibujando toda la clase.
Una carcajada sonó al unísono con el timbre del recreo y los alumnos corrieron a
la puerta para aprovechar los quince minutos de respiro que el sistema les
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otorgaba. Sólo Gustavo se quedó sentado mirando hacia el ventanal. Parecía no
respirar siquiera.
Junto a la cancha de fútbol se reunieron las niñas para ver a sus compañeros.
Carolina fue invitada por Andrea, idea que no fue muy del agrado del grupo. A
ninguna le gustaba que llegaran niñas nuevas. El colegio era mixto, pero no había
muchos alumnos. De manera que una nueva era una posible rival en las
conquistas. Pero como mejor era conocer al enemigo, la interrogaron durante el
recreo.
- Vengo de un colegio de mujeres. He estado en diferentes colegios, porque a mi
papá lo trasladan a menudo. Este colegio queda cerca de la casa que
arrendamos y no es tan caro.
- Eso es lo que crees tú. Ya van a empezar con las rifas, las cuotas, las ventas,
etc, etc. Lo bueno es que aquí están los mejores…
Hizo un gesto que hizo reír a carcajadas al grupo, menos a Carolina. Tuvieron que
explicarle lo que significaba y entonces se sonrojó. Luego se escuchó el timbre.
Terminaba el primer día de clases y las alumnas se acercaron a saludar a los
compañeros que ganaron el partido. Todos se abrazaban alegres por volverse a
encontrar después del verano.
- ¡Qué pesada la nueva!
- Cuidado, mira que es la enamorada del poeta.
Las niñas miraron a Carolina con desprecio, mientras ella ya salía del colegio más
triste de lo que hubiera pensado. Cuando llegó a casa, tomó un vaso de leche y se
retiró a su dormitorio. Mañana será otro día pensó, mientras abría su diario de
vida.
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CAPÍTULO 2
Cuando suena la tercera campanilla me lanzo de la cama y dejo que mi cuerpo me
lleve al colegio. La sala es un chiquero, apesta de naranjas, bombones. Con razón
dicen que somos los reyes de la basura. Tenemos tres anotaciones como mínimo
cada semana y el comité de aseo rota en cada consejo de curso. Ahora el puesto
está acéfalo. Parece que no tenemos olfato, gusto ni vista. Hacemos oídos sordos
a la reprimenda de los profesores y nos conformamos con saber que todos hacen
lo mismo.
El número veinte tomó al quince del cuello. Lo agitó unas cuantas veces y luego le
rayó la mejilla derecha con plumón. El número dieciocho hizo gritar a su
compañera, porque le hace cosquillas. El número cuatro lanza un lápiz al número
tres, que se sienta la final de la sala. Un compañero se cruza y el lápiz se le
incrusta en la frente. Ahora le dicen el unicornio. Ante la llamada de atención se
niega a salir. Se le amenaza con el inspector, pero mantiene su actitud. Debo
dejar constancia de que esta situación es reiterada, pero nada puede hacerse por
este alumno en crisis adolescente.
La hoja de vida sigue interminable. Parece que cada cual quiere dejar su biografía
para la posteridad. Al leerlas con la profe jefe pienso que estamos muy locos.
Solos -me añade la señora Rebeca, y pienso que esa palabra no me gusta. La
dejo y me voy a mi grupo. Ahí se habla de la telenovela, el último CD y de lo que
haremos a final de año. Yo me incorporo a la conversación y me digo: No, yo no
estoy solo. Formo parte de estos cuarenta.
- ¿Y Carolina?
Gustavo tenía que nombrarla. No sé por qué se obsesiona con ella, si es más
desabrida. A mí me cae bien el poeta, pero creo que se pasó la clase pasada.
Ella sale de mis labios
envuelta en palabras florales
es su aroma es su belleza
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la que lleva mi corazón hacia ella
La profesora no hizo ningún comentario. Le dijo que se sentara y llamó a otro para
que leyera el poema que teníamos que crear como tarea.
Gustavo se sentó con esa cara de menso y con el cuaderno entre los brazos,
mirando en todo momento a Carolina. Ella se sonrojó y se puso a escribir. Pero el
guatón tuvo que embarrarla:
- Señora. Dígale a Carolina que lea el suyo
La profesora no hizo caso y todos miramos a Gustavo quien
avergonzadomantenía la cabeza baja, haciendo como que escribía algo.
- Oye Gustavo, no te bastó la vergüenza del otro día.
El más delgado y alto de los jóvenes levantó la mirada y dando un respiro mostró
un cuaderno de croquis que sacó de su mochila.
- Estoy escribiendo un cuaderno de poemas para ella.
Había comenzado el día de la lectura del poema, de la declaración, y ya llevaba
treinta. No pensaba mostrárselos a nadie, por eso les pedía que le guardaran el
secreto. Carolina, sin darse cuenta de lo que ocurría, pasó cerca del grupo
mientras Gustavo nos revelaba su secreto. Luego vino el toque del fin de recreo y
el viejo de Historia entró a la sala.
- La otra semana tendremos interrogación de Historia. El viernes nos vamos
ajuntar en la casa de Andrea para estudiar, ¿quieres ir? No sé por qué la estoy
invitando. Tal vez inconscientemente el poeta me transmitió sus deseos. Bueno, te
esperamos. Ella aceptó. Creo que esta vez el poeta tendrá suerte.
Carolina caminó contenta hacia su casa. La habían invitado a participar en un
grupo y eso le llenaba el corazón de alegría. Lo único que deseaba era poder
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tener amigos. Al llegar a su casa, sacó un libro del estante y se encerró en su
pieza a leer. Las primeras páginas no prometían mucho:
“Era una noche oscura en extremo. A la sombra habitual se
sumaba una espesa neblina otoñal. Los árboles habían
abandonado pronto sus ropas y ésta prometía ser una
estación normal. El frío, la soledad, no asombraban a los
ciudadanos. Tenían muchos sus abrigos, chimeneas, muros
sintéticos, impermeables y suvenires comprados a crédito o
en la liquidación, traídos de la zona franca, recibido para el
matrimonio, o heredados. Daba lo mismo. Para el gobierno
no importaba el origen, sino la satisfacción de las masas,
quienes atestaban el metro, nuevo orgullo nacional, las
avenidas, con sus Ford, Nisán, dos por uno. Bajo el anuncio
de lleve hoy y mañana pague de por vida, se congregaban
los ciudadanos boquiabiertos. La propaganda abría el
camino al paraíso anhelado. Por eso nadie se extrañó de
que fuéramos los felinos del sur. Aquí en la última chupá del
mate había gente ¿Qué redondo era este planeta? Qué
negocio vivir”
Carolina cerró el libro y salió a la cocina. Tomó una fruta y se dirigió al living donde
sus padres veían televisión. La princesa había muerto, y los mismos que
compraban las chismosas revistas que hablaban de su vida, se apilaban frente a
sus restos, para llorar su muerte. Luego vino la propaganda de los juegos de azar
y de los cigarros Live, y la súper oferta para viajar al Caribe. A su lado, sus padres
discutían. Desde que comenzaron los viajes no andaban bien las relaciones entre
ellos. Para Carolina también era difícil adaptarse. Estos meses en este país
habían sido una tortura. Lejos de México, de los amigos, se sentía muy sola.
Aunquesiempre respondía con una sonrisa a las incansables preguntas de los
criollos, sólo causaba risas por el ritmo que tenía al hablar.
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En su pieza pudo ver los cuadernos de la clase pasada. Hojas con letras a veces
ininteligibles, cartas de esos amigos lejanos. Tomó la mochila y se puso a revisar
si tenía tareas para el día siguiente. La distrajo una hoja de color. La tomó y se
sentó en la cama bastante asombrada: era su primera carta de amor.
Yo sé que te sorprenderá, pero tú me impresionaste
desde el primer día. Hablas diferente y tienes unos ojos
que sonríen. Por eso me gustaría invitarte a salir.
Ricardo
No recordó quién era Ricardo; tal vez de otro curso. No sé. Esperaré a que me
hable- se dijo. Tomó su cuaderno de francés y se largó a escribir a su amiga
Ximena:
Llevo dos meses en Chile y ya tengo un enamorado, es muy guapo y
tierno. Cuando salgo al recreo nos juntamos en el patio, él me toma la
mano, hablamos y nos besamos. Al principio me daba vergüenza, pero
todos lo hacen. A la salida me lleva a casa y me llama todas las tardes.
El domingo fuimos al cine y vino a tomar once. A la mamá le cae muy
bien. A papá, no tanto, pero como le dijimos (mamá y yo) que era una
amigo, no se enojó…
Todo suena muy bonito, ojalá fuera verdad, pensó Carolina, mientras rompía
la carta que había escrito.
A medianoche la única luz que se mantenía en la casa era la de Carolina. Había
estado divagando acerca de ese chico, imaginando quién era Ricardo. Cuando se
abrió la ventana no sintió miedo. Afuera los truenos se abrazaban furiosos y
desvergonzadamente bajo los relámpagos, pero el ruido del agua, claro,
constante, la tranquilizaban. Se asomó a la noche y vio un bulto blanco. Parecía
una persona. Su boca se movía, pero no logró entender qué decía. Quiso bajar,
pero él levantó su mano. Luego se dio vuelta y se fue, escondiéndose en el aire.
-¡Espera! ¡Espera!
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Se golpeó la ventana y Carolina se sentó en la cama asustada. Abrió los ojos y vio
que se encontraba sola y en silencio. Todo era un sueño. Puso el despertador y se
tendió a lo ancho de la cama para seguir soñando con lo que la vida aún le
negaba: el amor.
Recordó la sorpresiva invitación de Guerrero. Pensaba que no era bienvenida en
el grupo, por eso había aceptado ir la noche del viernes a la casa de Andrea. De
pronto pensó que tal vez ella conocería a Ricardo. Sí, le preguntaría por él. Nada
perdía al hacerlo.
CAPÍTULO 3
Gustavo caminaba nerviosamente junto a la ventana.
-¿Por qué la invitaste, Guerrero?
Su amigo se encogía de hombros y sonreía, mientras los demás revisaban los CD
en el minicomponente que habían regalado a Andrea para su cumpleaños número
catorce.
- ¿Por qué la invitaste?
- ¡Cállate, poeta! ¡Ya llegó!
Suavemente la hoja de la puerta se movió y apareció con sus jeans azules y su
sweater rosado. Miró a todos con una corta sonrisa hasta que Andrea la tomó del
brazo y la llevó a la esquina donde estaban las muchachas.
Estudiaron hasta las doce. Luego, alguien propuso tomar unas cervezas y ver
películas de terror. Carolina y Gustavo no se hablaron en ningún momento, pese a
que todos trataron de juntarlos, el poeta bajaba la mirada y decía que estaba
cansado.
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A eso del mediodía, la pieza tenía una atmósfera pesada y soñolienta. El humo se
escurría por todos los rincones, donde había brazos y cabezas perdidas. Las niñas
habían ido a la pieza de Andrea, y dormían más ordenadamente según se veía.
Yo quise ir al baño, pero no pude evitar detenerme para mirarla. En realidad, el
poeta tiene buen gusto. Se lo digo y por respuesta obtengo un golpazo en la
puerta de calle.
Es sábado, la calle se ve solitaria y triste. El poeta abre la puerta de su casa y sale
su hermana chica.
- ¿Qué tienes en la mano?
- ¡Ah! El poeta se mira la mano y ve que carga un objeto. Es un reloj que encontré
por ahí.
- Pero está roto, ¿para qué lo guardas?
Trata de pensar en una respuesta lógica, pero tiene la mente en blanco y sólo
atina a decir que lo necesita para un trabajo.
- Pero no dices que lo encontraste en la calle - insiste la hermana. Oye,
oye...Contéstame. Te voy a acusar.
El poeta subió las escaleras y se refugió en su pieza. De espaldas en la cama.
Cierra los ojos, pero no puede dormir. Se pregunta inútilmente porqué no le habló
a Carolina. No lo entiende. Gira a un lado y encuentra un libro. Lo abre y lee:
“En la micro estábamos los cuatro de siempre. El “Pelao”, el chico, el
“Tigrito” y yo. El “Pelao” había estado transmitiendo con conocer a la
colorina del Internado de niñas. Y ahora que estábamos camino a casa,
la teníamos en frente. Iba con tres amigas. Parece que salían por el fin
de semana. Llevaban un bolso cada una y vestían de calle. Habían
subido antes que nosotros, porque habíamos caminado hasta la cancha
para jugar el último fulbolito antes de irnos. Por eso teníamos un calor
enorme. Yo sentía que la camisa se me pegaba al cuerpo, pese a que
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me había sacado la corbata y me había arremangado las mangas. Por
otra parte no olíamos muy bien. Pero el “Pelao” estaba entusiasmado y
no podíamos fallarle. Así que comenzamos a mirando a las niñas y
cerrándoles un ojo. Ellas no nos hicieron caso, pero ante nuestra
insistencia se pusieron a reír despacito. Decidimos entonces acercarnos
a ellas. Estaban bien atrás. Al ver nuestra maniobra, ellas se dieron
vuelta e hicieron como que miraban por la ventana.
- Ahora las tenemos, dice el “Pelao”.
Estábamos a medio metro de ellas cuando ocurrió. La micro frenó de
improviso y todos nos movimos como sardinas en una lata de
conserva. Era ahora o nunca. Empuje un poco al “Pelao” y, como
estaba más cerca, cayó justito encima de la colorina quien dio un
pequeño gritito y luego se puso a reír a carcajadas.
- ¡Cuidado hombre, no llevas animales!, gritó un pasajero.
- ¡Ándate en taxi poh!, respondió cortésmente el conductor.
- Disculpa, ¿cómo te llamas?
Ahí estaba el “Pelao” todo un caballerito entrándole a la minita.
Nosotros aprovechamos para hacer lo mismo con sus compañeras. El
“Chico” con la crespa, el triguito con la morena y yo con la rubiecita.
- Me llamo Paula, ¿y tú?
- Jano, pero me dicen “Pelao”.
El poeta cerró los ojos y entró en el mundo de los sueños. Veía como subía a un
micro y sentada junto a la ventana se encontraba Carolina. Se acercaba al asiento
y cuando pensaba sentarse a su lado, frenaba el chofer y él iba a parar al fondo.
Avergonzado se sentaba al final y desde ahí veía la cabellera larga y rubia de
Carolina.
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-¡Háblale!, ¡Háblale!
Escuchaba las voces del “Pelao” y de sus amigos parados en la puerta de atrás.
Pero cuando iba a levantarse del asiento una campanilla sonó furiosamente.
- Gustavo apaga ese reloj y ven a tomar once.
El poeta abrió los ojos y vio a su madre entrar en la habitación. Como no lo viera
levantarse se acercó al velador y tomó el reloj para detener la campanilla.
- Parece que estuvo bueno el estudio, porque has dormido todo el día. Me dijo tu
hermana que te compraste un reloj. Veo que suena más fuerte que el otro.
- No, me lo encontré por ahí, respondió Gustavo. Parece que no estaba tan
descompuesto después de todo.
CAPÍTULO 4
Las notas de la prueba fueron entregadas a los papás en la reunión de
apoderados, así que ninguno se salvó del castigo. Teníamos que estudiar ahora
en serio y dar una prueba de recuperación. Nos pusimos las pilas y no quedamos
a estudiar después de clase.
- Préstame tu cuaderno que me falta materia
- Oye, te estoy hablando
- ¡Ah!, Toma.
- ¿Viste el nuevo video de U2? ¡Poeta, te estoy hablando!
- No le hables a éste, si está todo el día en la luna.
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El poeta se paró. No podía estudiar ni conversar con sus amigos. Después del
colegio, se fue rápidamente a casa, llevado por un impulso.
Se encerró en la pieza y se tiró en la cama, pero sonó el teléfono y tuvo que
contestar. Era Ricardo, quería hacerle una propuesta.
-He oído que te gusta escribir y bueno, necesito conquistar a una minita. Tú
puedes escribirme cartas para ella ¿no?
Gustavo no lo pensó dos veces; si a alguno servían esos papeles y le hacían feliz,
él también lo era.
Tomó su cuaderno y comenzó su tarea. Escribió cinco cartas, pero sólo dos le
dejaron conforme. Luego se sentó a la orilla de la cama. Frente a él estaba el
velador con su cargamento de papeles, cassettes, lápices. Ahí estaba el
reloj despertador. No sabía de dónde lo había sacado. Lo tomó y vio que estaba
detenido. Intentó darle cuerda, pero el mecanismo estaba totalmente
descompuesto. Pero la otra vez funcionó. De todas maneras sintió deseos de
conservarlo. Debajo de él puso la carta que llevaría a Ricardo, la primera de seis.
Ricardo era de cuarto medio. Más o menos alto, de ojos verdes, un excelente
deportista y alumno regular. Sólo conocía por referencia al poeta, pues nunca
había hablado con él. Sabía que era un niño tímido y solitario. Pero tenía algo que
él no poseía, el don de la escritura.
La primera misiva apareció en la clase de inglés. Carolina volvía del recreo. Al
toque de la campana, subió lentamente, junto con el resto de sus compañeros.
Entró a la sala, cuando la inspectora todavía no llamaba la atención a los que
siempre acostumbraban quedarse en el pasillo. En su puesto, se sentó y abrió el
cuaderno que había dejado sobre el banco. La carta estaba ahí, con el dibujo de
una pareja que camina junto a la playa, se leía su nombre. Lo abrió y al recorrer
cada línea sus mejillas se colorearon intensamente.
- Carolina, ¿tienes corrector?
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El cuaderno fue cerrado bruscamente y la joven estiró el brazo para entregar el
objeto que le pedían. No miró a su compañera ni al profesor cuando entró. Se
sentía observada por miles de ojos, pero sólo una persona se daba cuenta de su
emoción.
Gustavo no comprendía qué ocurría en ella. Pensó que tal vez había recibido una
mala nota o le habían hecho una broma. Preocupado, estuvo toda la clase
mirándola, pero no consiguió más que el llamado de atención del profesor.
- Señor. Ponga sus ojos en el pizarrón.
Dos semanas el poeta escribió aquellas cartas que nunca se atrevería a entregar
a Carolina. Al menos así siento que no pierdo el tiempo, decía cuando sus amigos
le recriminaban que se las entregara a Ricardo.
- Eres un verdadero poeta. Nunca terminaré de agradecerte el favor que me
haces, le agradecía Ricardo cada vez que las recibía.
- Te pasaré otra en el almuerzo. No te preocupes, estoy inspirado, le decía el
poeta.
CAPÍTULO 5
-¿SÍ?
- Aló, ¿está Carolina?
- Con ella. ¿Quién habla?
- Carolina, hola. Habla Andrea. ¿Cómo has estado?
Carolina pensó un momento y se decidió por fin a contarle a Andrea lo que le
ocurría. La amiga la escuchó pacientemente unos veinte minutos. Luego vino un
silencio inesperado.
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- Vamos, dime Andrea, ¿conoces a este chico?
- Sabes, ahora no puedo seguir conversando contigo. Más tarde te llamo, chao.
Algo extraño sucedía con Andrea. Carolina no estaba segura, pero parecía que no
le hubiera gustado que le nombrara a Ricardo. Tomó las cartas y se quedó
leyéndola un rato más. Luego recordó que tenía que leer un libro. Lo sacó de su
mochila y comenzó a leer el primer cuento: La princesa Katya.
“Frente al espejo la princesa pone colorete a sus pálidas mejillas. Suaves pétalos
rosas se posan en sus pómulos, dejando sus colores en la tersa piel juvenil.
-¿Por qué te esmeras frente al espejo, princesa Katya?
-Doncella, disculpa mi insistencia en revestir de color mi rostro. Sucede que hoy el
príncipe Eduardo visita el reino.
Parece que esa respuesta fue suficiente para la princesa Katya, porque no habló
más y continuó sus quehaceres frente al trozo de vidrio. La doncella, en cambio, no
quedó satisfecha con la respuesta de su ama. Quería saber si la princesa Katya
guardaba algún interés por el príncipe o solamente era por cortesía que se
preparaba para recibirlo. Sin embargo, no se atrevió a preguntar más y corriendo
los velos, se alejó de la presencia de la princesa.
-¡Oh, corazón! No te afanes más, que falta poco para que te escapes por mi boca.
La princesa se puso de pie y se llevó las delgadas manos al pecho.
- Hace una hora que me encuentro en esta habitación y la doncella lo ha advertido.
Pero es que quiero estar tan bella para ti. ¡Oh, príncipe! Temo traicionar mi secreto
amor por ti con mi nerviosismo.
Tornó la princesa a sentarse frente al espejo para coger el peine y pasarlo por las
finas hebras rubias de su cabeza. De pronto, un quejido, un sollozo saca a la
princesa de sus cavilaciones. Deja el peine y camina hacia el otro extremo de
cuarto, separado por los velos. Ahí se encuentra la doncella inclinada en un sillón
con la cabeza baja. Con sus manos sujeta un pañuelo azul bordado con oro. Lo
muerde fuertemente con los dientes.
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-Doncella, ¿qué os sucede?
Al verse descubierta la doncella levanta el rostro y trata de esconder el pañuelo.
Pero la princesa se ha acercado, le toma la mano y se lo quita.
- ¿De dónde lo has sacado? Pregunta la princesa, mientras siente un escalofrío
que le recorre la espalda.
- Princesa, gime la doncella. Yo no sabía que él era un príncipe.
La princesa ha confirmado su sospecha. ¡El pañuelo es del príncipe Eduardo! Ella
misma se lo ha enviado como obsequio a su palacio hace un mes, luego de que se
encontraran en el bosque. ¡Cuánta tristeza inunda ahora el corazón de la princesa
Katya! Su rostro joven y hermoso se ha tornado un río colorido de pétalos que no
tocará ningún varón. Mientras abraza a su doncella, tiene el pañuelo en sus manos.
Por un momento piensa llevárselo al cuello y acabar con tanto dolor.
Carolina cierra un momento sus ojos e imagina que es la princesa Katya. Una
lágrima baja por su mejilla y el corazón le late apresuradamente. Da vuelta la hoja
para continuar la historia.
El príncipe Eduardo baja de su caballo por el lado diestro y deja la rienda atada a
un tronco. Es extraño, pero no ha llegado a su encuentro el paje. Descontento, se
para junto al animal fina sangre. Su padre se lo había obsequiado al nacer, pero
sólo pudo montarlo al cumplir los diez años. Bajo su mano podía sentir el suave
pelaje blanco. Siguió la línea de la columna vertebral y decidió retirar él mismo la
cabalgadura. Muchas veces había montado al pelo, pese a los reclamos del padre.
Le parecía más libre el movimiento al desnudo, enfrentando al viento.
De pronto, el caballo alzó las orejas, pateó el suelo e inició un trote ligero. No, no
se escapa. Sabe que vasta un silbido para retenerlo a su lado. Después de un rato,
así lo hizo. Al verlo llegar, le pone la montura sin atarla. El paje no llegará, piensa y
decide caminar hacia las caballerizas.
Cuando la noche cayó sobre el palacio se encendieron pequeñas lucecitas tras las
ventanas. En su recamara la princesa descansa. Todo el día se ha quejado de un
falso dolor de cabeza. Sin embargo, tiene las fundas de la almohada humedecidas
con su llanto. Debajo de ella ha escondido el pañuelo del traidor.
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La doncella se acerca despacio, pues la ha escuchado quejarse. La ve muy pálida,
durmiendo bajo las sábanas de seda. Si no la hubiera sentido murmurar, habría
pensado que está muerta. Le da la espalda entonces y desaparece tras los velos.
A medianoche un ruido en la ventana ha despertado a la princesa. Se para
sonriente junto al balcón y ve un pequeño pajarito. Intenta acariciarlo, pero las
plumas se le caen y el frágil cuerpo queda desnudo. La princesa se lleva las
manos al pecho y siente que un frío intenso la quema. Quiere entrar, pero no puede
moverse. Un grito desgarrador traspasa las paredes del palacio. La princesa está
sentada en la alcoba y su doncella la abraza con ternura.
- ¡Fue un sueño, señora! ¡Un sueño!
La princesa está helada, su cabellera revuelta y sus ojos desorbitados. Tiene miedo
y pide a la doncella que vele su sueño.
Pocas horas transcurrieron y amaneció un nuevo día. El astro rey se alza
majestuoso en un cielo celeste. Los caballos avanzan detrás de la jauría de canes
y más adelante los cervatillos buscan inútilmente donde refugiarse.
-Con su permiso, deseo ser el primero majestad. Quiero ofrecer a la princesa mis
respetos con este ciervo.
El príncipe habló al rey y éste movió la cabeza afirmativamente. El joven golpeó su
caballo y aceleró el trote para lograr su cometido.
El cervatillo corría a unos cien pasos, distancia que pronto disminuyó. Ahí va el
príncipe. Toma una flecha y se dispone a lanzarla al cuello del animal. Sus manos
no tiemblan; muestran habilidad y seguridad. El animal cae bajo su yugo y es
rodeado por los canes.
- ¡Muy bien, joven príncipe! Lástima que sea una hembra, dijo el rey al acercarse al
sitio donde quedara el cuerpo inerte del cervatillo.
De vuelta en el palacio toda la alegría de una jornada se transformó en profunda
tristeza. El paje se acercó al príncipe y arrodillado frente a su caballo clamó:
- ¡Perdonadme, señor!. ¡Yo he sido el culpable de esta tragedia!
Luego se acerca la doncella y se a arrodilla ante el rey.
- ¡Señor, vuestra hija ha muerto!. Con este pañuelo abrigó su cuello blanco y cerró
sus ojos a la vida.
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Al ver el pañuelo, el príncipe sintió un terrible estremecimiento. Pero antes de decir
algo, el paje afirmó:
- Yo robé ese pañuelo a mi señor y se lo entregué como presente a la doncella. Le
dije que la haría princesa en mi reino.
- Es verdad, señor, interrumpió la doncella, al sentirme engañada creí morír de
dolor. Pensé que el paje se burlaba de mí. La princesa se enteró de mi dolor, pero
al ver del pañuelo, creyó que el príncipe me lo había dado.
-¡Abrid las puertas! ¡Encended las antorchas! El pueblo debe conocer la desdicha
del rey. Vos, príncipe, acompáñadme a enterrar a mi hija si es que la amabais.
Habló el rey con voz firme y sus palabras se cumplieron. Sin embargo, afuera el
pueblo murmuraba. Algunos decían que el príncipe había rechazado a la princesa.
Otros culpaban al rey de autoritario y despótico. Tal vez habría negado el amor a
su hija. Alguien se atrevió a decir que el palacio estaba embrujado. Un espejo
endemoniado en manos de la princesa la había enloquecido.
- ¡Tomemos palas, azadones y arrojémonos sobre el castillo embrujado!
- ¡Rebelión! Gritaron los guardias, pero nada pudieron hacer para contener la turba.
Saquearon las habitaciones y encendieron fuego a cada una de ellas. Una gran
llama subió al cielo, haciendo cenizas el reino.
Al otro día unos hombres cabalgaban por el reino. Al ver todo destruido sintieron
inmenso pavor. Sólo había destrucción y soledad. El pueblo había huido al bosque
temeroso de castigo.
El príncipe que dirigía al grupo, bajó de su caballo al ver un brillo extraño entre los
restos. Estiró la mano y recogió un trozo de vidrio.
- ¡Qué extraño! Todo devastado, menos esto. Parece ser un material muy
resistente. Lo llevaré a palacio para que hagan con él un espejo a la princesa
Siannah.
Luego subió a su caballo y ordenó marchar al norte”.
Al llegar al fin de la historia, Carolina sentía que dos lágrimas bajaban por su
mejilla. Dejó el libro y puso su cabeza sobre la almohada.
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CAPÍTULO 6
Hoy me quedé dormido. Creo que estuve hasta muy tarde escribiendo las cartas y
no sentí el reloj. En realidad, nunca sonó el reloj, porque se cortó la luz en la
madrugada. Eso es lo malo de estos aparatos eléctricos. Gustavo tomó el reloj a
cuerda, el que encontrara hace unos días e intentó hacerlo funcionar. Es inútil,
parece que se hubiera detenido para siempre.
- Pídeme un deseo
Una extraña voz estaba saliendo del objeto ovalado. Gustavo, inquieto, tomó el
reloj. Parecía funcionar perfectamente.
- Tic tac tac tac.
Creo que debo tener mucho sueño. Gustavo dejó el reloj en el velador, viendo
cómo se movían perfectamente los punteros y el secundario. Se tiró de espaldas
en la cama y apoyó sus manos detrás de la cabeza. Se sentía muy cansado.
Pensó en Carolina y en Ricardo. Tal vez si hiciera como Ricardo, Carolina al ver
sus poemas, lo querría. Pero el poeta no se atrevía a declararle su amor.
Así también lo pensaba Andrea. Por eso, decidió marcar el número de Ricardo.
- Mira, yo no sé quien te crees tú, pero no voy a permitir que engañes a Carolina.
Tienes hasta la tarde para decirle que es Gustavo el que escribe las cartas. Tú
sabes que él está enamorado de ella y…
- Cálmate, flaquita, yo no sabía que al poeta le gustaba la minita, así que no es
culpa mía que ella se haya enamorando de mí. Él sabía muy bien para qué quería
yo las cartas. Mala suerte pal poeta.
- ¡Eres un caradura! Si no le dices la verdad yo...
- ¿Y tú crees que al poeta le gustaría que ella supiera la verdad?
20
Andrea no tuvo más alternativa que callarse. Conocía al poeta desde la básica y
sabía lo tímido que era. Jamás le habría entregado sus cartas a Carolina, pero qué
haría cuando supiera que sus cartas le han ayudado a otro a enamorarla. Pensó
en Guerrero, a él se le ocurriría algo.
Andrea miró en la cancha, pero no veía a Jorge Guerrero. Se dirigió a la cafetería
y allí lo encontró.
Alto, de tez clara y ojos color miel, Jorge siempre se ganaba la simpatía de todos.
Era el presidente de curso y postulaba este año a la presidencia del centro de
alumnos. No tenía gran inteligencia, pero sí un gran espíritu de trabajo y equidad y
el don de la diplomacia. Podía conseguirlo todo con pocos recursos, dejando
contento a sus compañeros y a los profesores. El había organizado el festival de
mayo, las visitas al hogar de ancianos, la gran rifa de septiembre, y había resuelto
el problema de las salas sucias
- ¡Maldita sea! ¡A mí me va a escuchar ese huevón!, dijo cuando Andrea le contó
lo que sucedía.
Para Guerrero el poeta era más que un compañero y un amigo, era su hermano.
Lo veía tan sensible y permeable a toda influencia. No compartía su
sentimentalismo, pero le conocía ese corazón lleno de amor y humanidad.
- Cálmate, yo le dije lo mismo, pero el poeta... ¿qué hacemos con el poeta?
No era difícil imaginar el escándalo que se armaría si el poeta se enteraba de lo
que ocurría. Cierto es que ya todo el colegio sabía de su amor platónico, pero para
él sería horrible que Carolina lo supiera por boca de algún desatinado. De seguro
no volvería más al colegio.
Esa noche la luz de la pieza donde dormía el poeta permaneció encendida. Sus
padres habían tenido que viajar de urgencia, la tía Javiera no se sentía muy bien
luego de la operación, y por sus años, prefirieron acompañarla.
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-El niño tiene comida para una semana en el refrigerador, mujer. Vamos, no lo
despiertes. Déjale una nota. ¡Hasta cuando lo malcrías!
Los papás partieron rápidamente hacía el norte. Debían recorrer cuatrocientos
kilómetros. Pensaban volver en tres días, pero todo dependía de cómo se
encontrara la tía.
¿Quién será la enamorada de Ricardo?, se preguntaba el poeta mientras contaba
las páginas de la nueva carta que escribía: una, dos
- … a las tres. ¡Ya!
El golpe de la piedra en el vidrio fue breve, pero fulminante. Un pequeño orificio se
dibujo en el ventanal y en una zapatilla quedó el arma utilizada.
Ricardo se sentó en la cama. No escuchó ruido alguno. Se levantó y asomó por
una esquina del ventanal roto. La calle estaba oscura y solitaria. Seguramente
algunos chicos pasaron jugando y le hicieron una mala broma. Se estiró, bostezo y
volvió a acostarse, mientras pensaba:
- Ojalá el poeta no se haya olvidado de escribirme la carta.
- Está lista Ricardo, se dijo para sí el poeta. Ahora apagar la luz y soñar con
Carolina.
CAPÍTULO V7
En el día de hoy haremos un control sin aviso. Van a guardar todo y dejan sólo el
lápiz pasta. No quiero ver estuches ni correctores. Rápido, que voy a revisar los
bancos.
- Esta vieja es más sapa.
- Déjala si igual nos copiamos las alternativas.
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Carolina parecía no haber escuchado el llamado de atención de la profesora. En
sus manos conservaba un papel de color, escrito con pluma. En la parte inferior se
ven pintadas en acuarela unas flores.
- Carolina, trae ese papel inmediatamente, ordenó la profesora
Todos la miramos. No podía ser que la pillaran con un torpedo tan pronto. Estaba
condicional por haber entrado este año, y si era cierto la podían expulsar del
colegio.
Carolina se paró, caminó hacia el escritorio y estiró la mano sin la menor
resistencia. La maestra se lo quitó de las manos y lo abrió. Línea a línea la cara de
la profesorafue enrojeciendo. Cuando terminó de leerlo, lo apretó empuñando la
mano y ordenó a Carolina que saliera de la sala. Al parecer, todo se resolvería en
la oficina del director.
-No creo que sea una falta tan grave
- Claro que sí, señor director. Estábamos en una prueba coeficiente dos y yo había
pedido a los alumnos que guardaran todas sus pertenencias. Ella faltó a la
disciplina del establecimiento e intentó burlarse de mí.
- A ver, déjeme hablar un momento con ella.
- Pero señor, lo mejor es expulsarla de inmediato y no causar mayor revuelo entre
los alumnos.
A pesar de la insistencia de la profesora, Carolina entró al despacho del director
mirando el suelo. Apenas pudo decir buenos días. Cuando él se lo indicó se sentó
en un enorme sillón donde su cuerpo parecía hundirse a cada instante. El ceño del
director le hacía pensar en lo peor.
- Gustavo, supiste que pillaron a Carolina con un torpedo.
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- Ándate huevón, no queremos tus avisos, dijo Guerrero, dando un empujó al que
intentaba burlarse del poeta.
El poeta bajó la cabeza, mientras Guerrero lo llevó a un rincón lejos de los
intrusos. Atrás venía Andrea con nuevas noticias.
- Dicen que tenía un torpedo y que la expulsarán del colegio.
El poeta miró a sus amigos y les dijo: es mi culpa, yo le envié una carta anónima.
Luego corrió hacia la oficina del director, a pesar de que Guerrero le gritaba que
se detuviera. Sólo la baldosa recién encerada pudo hacerlo. El poeta cayó
estrepitosamente.
Gustavo abrió los ojos y reconoció su pieza. Todo era un mal sueño. Intentó
moverse, pero le dolía todo el cuerpo. No se escuchaba nadie afuera. Al parecer
estaba solo en la casa. Esperó un rato y luego volvió a levantarse. Como tenía
hambre se arrastró hacia la puerta. Esperaba ver a sus padres, pero nada. Fue a
la cocina y buscó algo que comer en el refrigerador. Ahí en la puerta vio la nota
que le dejaran sus padres. Ya eran cerca de las diez de la mañana. Se había
quedado dormido. Por suerte hoy día había acto cívico en el colegio. Se dio un
baño y salió rápidamente.
La fiesta de septiembre atrajo a todas las familias, especialmente de los niños de
básica. Todos vestían sus atuendos típicos. Las niñitas tenían sus cabellos
peinados en largas trenzas o chapes amarrados con coloridas cintas. Los
fotógrafos apretaban sus flashes ante cada niñito que orgullosamente mostraba su
traje.
Gustavo llegó a mediodía. Tenía hambre, así que se acercó a los puestos de
empanadas y asados. Ahí estaban sus amigos.
- Poeta, ¿dónde estabas Te llamamos, pero tu teléfono no contestaba. ¿Estás
enfermo?.
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Gustavo les explicó lo que había ocurrido. Les contó el sueño muerto de risa,
mientras Guerrero y Andrea, en cambio, se miraban consternados.
-Poeta, ha ocurrido algo... Carolina se ha ido.
Ésta es la casa que arrendaban. El poeta ha faltado al taller de fotografía, toda
esta semana desde que supo lo noticia. Viene y se para justo enfrente de la casa
sin atreverse a preguntar por ella. Nunca ha llamado, simplemente mira.
Tras la reja, se extiende un césped plano y corto donde reposan dos viejos árboles
coloniales. Al fondo, se yergue la estructura de dos pisos. A la derecha, en un
balcón los ventanales no se han abierto de hace días. Gustavo bien lo sabe. Ahí
descansa Carolina por diagnóstico médico.
- Señorita, hay un joven abajo. Parece que la busca
La pupila azul se alarga tímidamente por el cristal. Es un compañero, déjalo.
Carolina conocía el carácter tímido del poeta. Muchos le habían dicho que él
estaba enamorado de ella. Si fuera verdad, pensaba ella, mientras releía las
cartas que Ricardo le enviara. ¿Escribirá el poeta como Ricardo?
Abajo, apoyado en un enorme árbol octogenario, el poeta había sacado su
cuaderno y escribía a su amada Carolina.
- Joven, ¿Desea algo?
El poeta se puso rojo y medio tartamudeando le explicó a la nana que buscaba
una dirección.
- Este es el número joven. Supongo que es compañero de la niña.
Lamentablemente no puede verla, se encuentra descansando de su asma.
Gustavo le dio las gracias y se marchó a su casa. Era de noche, y sus padres
miraban televisión. Dejó su mochila en la pieza y salió al patio. Pequeñas lucecitas
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brillaban en el cielo oscuro. Era una noche de invierno, fría y silenciosa. Metió su
mano en el bolsillo y encontró el cigarro que le diera Guerrero.
Cuando se acostó, aún sentía el olor del tabaco a su alrededor. Recostó su
cabeza sobre la almohada. Sólo se podía escuchar el monótono compás del reloj.
Esa noche lloró.
CAPÍTULO 8
La campaña política comenzaba en octubre, junto con la llegada de la primavera.
Los alumnos de los cursos de Media podían postular a la directiva del centro de
alumnos. Por eso, cada curso tenía su candidato al cual debía defender frente al
nivel. Luego competirían entre niveles para la designación de los cargos.
- De seguro que los terceros van a mandar. Siempre es igual, prometen igualdad,
pero como ellos se van el otro año les favorecen en todo.
- Yo creo que no deberíamos participar. Estamos puro dando la hora.
En el segundo A Guerrero acaparaba todos los votos. Tenía asegurada la elección
en el curso y por nivel. De todas formas, Andrea, su secretaria y el guatón, su
relacionador público se movían en todos los niveles para conseguir más votos. No
había muro del colegio donde no estuviera la foto de Guerrero, pero no cualquier
foto, sino las más importantes. De delegado en el centro de alumnos, recibiendo
un reconocimiento a nombre del curso, de capitán en el campeonato de vóleibol,
en la fiesta de navidad, en el hogar de ancianos.
El día de la asamblea, se alzaron las manos de los alumnos de segundo en favor
de Guerrero. La algarabía era enorme, sobre todo entre los de primero y segundo
que lo veían como una buena carta frente a los terceros.
- ¡Atención! Vamos a dar el listado de los candidatos para dirigir el centro de
alumnos.
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- A mí, me encanta el Ricardo. Tiene unos ojos preciosos.
- Yo me quedo con el Guzmán, es más huenón.
- Oye, supe que atinó contigo en la fiesta.
Cualquier rumor fue callado cuando el inspector puso en el diario mural el listado
de candidatos seleccionados: De los primeros medios se presenta Macarena
Espinoza. De los segundos medios, Jorge Guerrero. De los terceros medios,
Ricardo Guzmán.
-Demasiado tarde me avisan que tengo que preparar un discurso. Yo pensaba
improvisar…Si te entiendo, pero mira estoy en cama, me duele todo el cuerpo con
esto del partido y no tengo ganas de nada ¡Bah! Al diablo con todo. Si no me
eligen es problema de ellos.
Guerrero cortó el teléfono al guatón y se dio media vuelta en la cama. Frente veía
su equipo de fútbol: la camisa, el pantalón corto y las calcetas enrolladas. Una
zapatilla cerca de la pared y la otra en la pata de la cama. El partido había sido
intenso, los del A la habían dado dura y tenían al árbitro de su lado. El inspector
Miranda les echó a dos jugadores, pero igual no más les hicieron comer pasto.
Eso sí, no volverían a jugar más con estos brutos.
De pronto, la puerta del dormitorio se abrió débilmente. Una cabeza morena se
asomó y dijo hola.
-¿Qué haces aquí?
- Perdona, toqué la puerta, pero no respondiste, así que entré. ¿Cómo te sientes?
Supe que el partido estuvo de muerte.
Andrea se sentó en la cama y escuchó pacientemente el relato que le hiciera
Guerrero. Desde que comenzó la campaña andaba alterado e idiota. Andrea había
notado sus gestos bruscos, y cómo daba órdenes de forma prepotente, lo cual le
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estaba quitando posibilidades de ganar la elección. Guerrero había cambiado,
pero ella sabía que en el fondo era él mismo.
- Y ahora me llama el guatón para que escriba un discurso. De dónde quiere que
lo haga si…
- Yo lo escribo.
Guerrero la miró incrédulo. Era una muchacha común. Tenía eso sí un largo
cabello negro y una paciencia a toda prueba. Recordó la ocasión en que se
juntaron para celebrar su cumpleaños y ella se quedó conversando toda la noche
con él, mientras todos bailaban. Decían que tenía varios pretendientes en el
segundo B, pero no salía con nadie que no fuera del grupo.Le dio las gracias con
una sonrisa.
Cuando se fue Andrea, sonó el teléfono. Era Gustavo
- Aló... Poeta, qué me cuentas. Te escapaste del partido. …¿Ahora? … Bueno,
tráelo.
Tengo tu nombre atrapado en mis pensamientos pensar que te
has ido y por ello debiera olvidarte. Sin embargo, me resisto a
perderte. Si pudiera, iría a donde estás y te diría que te quiero.
Pero si no me quieres, entonces, mejor me olvido de buscarte y
me quedo con tu recuerdo.
El poeta dejó el lápiz sobre la mesa y apoyó su cabeza sobre sus brazos que
descansaban cruzados sobre el escritorio.
- Pídeme un deseo
Levantó la cabeza y miró en su habitación. Se encontraba solo. Tal vez estoy
loco - se dijo en voz alta, y se paró para recorrer la pieza. De alguna parte deben
salir esos sonidos. Al acercarse al velador, el reloj marcaba las siete de la
tarde. ¿Desde cuándo que no le daba cuerda? Se hizo esta pregunta que lo llevó
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de nuevo a Carolina. Fue el día que se quedó dormido y Carolina se fue del
colegio
- Parece que me traes mala suerte. Mejor será que te tire.
Tomó el reloj y se asomó a la ventana. Cuando lo iba a lanzar se escuchó un grito.
(Carolina se sentó en su cama asustada. Había tenido una horrible pesadilla.
Sentía su corazón palpitar furiosamente. Se levantó y acercó al ventanal para
respirar un poco de aire fresco. Desde ahí pudo ver como descendía la ciudad
hasta llegar al mar. Hacía un mes que vivía en Serena y no se aburría de la vista
de la costa. El sol descendía en el horizonte formando colores rojizos intensos. No
supo por qué, pero se recordó del poeta. Nuca había leído uno de sus poemas,
pese a que formaban parte del mismo grupo. Era muy extraño, pero él la había
esquivado todo el tiempo. ¿Se parecerían sus poemas a los de Ricardo? De
seguro eran mejores, por eso le decían el poeta. )
- Te digo que ocurrió cuando estaba despierto. Lo iba a tirar por la ventana y sentí
el grito-
-Vamos poeta, Tienes una imaginación increíble. Pásame ese reloj. Lo voy a
guardar por un tiempo para que te convenzas de que no tiene nada especial.
Después te lo paso y lo botas. Y tienes que olvidarte de Carolina. Ella está muy
lejos y ni siquiera debe acordarse de ti.
CAPÍTULO 9
El salón estaba repleto. Todos los cursos habían ido para escuchar los discursos
de los candidatos que representaban cada lista. Además se encontraban los
directivos del colegio y del Centro de Padres. La primera en hablar fue Macarena
en representación de los primeros. La flaca se defendió bien, pero se dio vueltas
en los mismos argumentos. Sólo la aplaudió su curso entre medio de silbidos. El
presidente llamó al orden y pidió que subiera Guerrero.
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Todo fue ovación. Se pararon los alumnos y sacaron a Guerrero en andas por el
patio. Nadie quería escuchar más discursos. Era perfecto. Dijo lo que querían
escuchar. El presidente, llamó al orden, pero se quedaron sólo los de tercero. Los
de primero se habían retirado, porque vieron que estaban derrotados. Entonces
Ricardo levantó las manos e improvisó algunas palabras, entre medio de las
ovaciones de los alumnos y los aplausos de los directivos.
- Se fue en la onda del colegio, la tradición y eso que le gusta a los maestros
- Sí, pero Guerrero tendrá el voto del resto del colegio, dijo el guatón para dar
seguridad a sus compañeros. Y agregó: Vamos a la fiesta de cierre de campaña
en la casa de nuestro nuevo presidente. ¡Viva Guerrero! ¡Viva!
Toda la noche estuvimos de farra. Sus viejos andaban de fiesta así que teníamos
de todo, comete y música. Fue un carrete fenomenal, no se cansaba de repetir el
guatón a quien se lo preguntara.
Al amanecer comenzaron a salir, dejando el rastro de botellas vacías y envases de
comida chatarra por todas partes.
- ¡Viva Guerrero! ¡Viva! … Hola muñequita, llegaste tarde a la celebración.
Andrea cerró la puerta sin contestar a los últimos que salían y se encontró con el
panorama de la fiesta. Fue a la cocina y trajo un basurero. Ahí depositó las latas
de cerveza, las botellas de bebida, los envases, y barrió las colillas de cigarro.
- ¿Queda algo que tomar? ¡Andrea! ¿Qué haces aquí?
Guerrero apareció vestido con un short y apoyándose en la pared. Tenía una cara
terrible. Al ver a Andrea, se sorprendió y sintió vergüenza de su aspecto. Ella no
hizo caso y siguió limpiando el living.
- ¡Deja eso y ándate! ¡Yo no te he pedido que limpies mi casa!.
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Andrea soltó la escoba. Corrió a la puerta y salió llorando.
Muy temprano comenzaron a llegar los alumnos al colegio ese día lunes. Todos
querían ser los primeros en votar y retirarse pronto a festejar el triunfo de su
candidato. A las ocho de la mañana los alumnos sufragaron en cada sala bajo la
supervisión del profesor jefe. Luego un delegado de cada curso llevó la urna a
inspectoría donde se procedería a contar los votos.
Guerrero se sentía triunfador. Su grupo de seguidores aumentaba de acuerdo al
informe de su jefe de campaña. Tenía el voto asegurado de los de primero y
segundo. Todos querían derrotar a los terceros.
A las diez de la mañana, el inspector general reunido con los apoderados de las
respectivas listas, interrumpía la jornada de clases para dar un aviso:
- ¿Qué está pasando?
- ¡Cállate, que van a dar los resultados!
Por los parlantes del colegio se escuchaba la voz clara y firme del inspector: El
resultado de la elección de presidente para el Centro de Alumnos es el siguiente: 5
nulos, veinte en blanco, 90 para Macarena Espinoza; Jorge Guerrero, 150;
Ricardo Guzmán, 350. En consecuencia, La lista C es la triunfadora y Ricardo
Guzmán el nuevo presidente del centro de alumnos para el próximo año con el
56% de la votación. Repito, Ricardo Guzmán…
- ¡Hurraaa!
La algarabía se expresó con golpes en las mesas y gritos en las salas del segundo
piso donde se ubicaba a los terceros.
En su pieza Guerrero permanecía sentado en la cama. Tenía una botella de pisco
que cada ciertos minutos llevaba a la boca. Se sentía muy cansado. No había
dormido en toda la noche. Miraba la pared, mientras afuera se escuchaban los
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gritos del poeta, llamándolo. Había descolgado el teléfono. Se sentía derrotado y
humillado. Quería estar solo.
Al mediodía sonó el reloj despertador. ¡Maldita sea. Intentó apagarlo, pero el
cuerpo no le respondía. Sintió que tomaba un objeto con su mano y lo lanzó hacia
el velador. La botella se rompió estruendosamente. Le saltaron unos vidrios a la
cara. Sintió que corría un líquido espeso por el rostro. Cerró los ojos y se dejó
llevar por el sueño.
- ¡Abajo Guerrero! ¡Abajo Guerrero! ¡Abajo Guerrero!
- Compañeros, yo les prometí ganar, pero...
- ¿Por qué te hacen los discursos las mujeres? ¿No te la pudiste?
-¿De dónde había salido la noticia? Andrea no parecía ser una traidora. Me
equivoqué, de seguro les contó a todos que ella lo hizo. Por eso vino a verme,
quería disculparse. Como supo de la fiesta, se enojó más porque no la invitamos y
decidió abrir la boca. Todas las mujeres son así. Se lo he dicho siempre al poeta.
- Mira, ahí viene Andrea con Ricardo. Se han hecho muy amigos. En todo caso, yo
no estoy enamorado como tú, poeta. Si quieres los invitamos a tomar una
cervecita. ¡Ven poeta! ¡No te vayas! ¡No te vayas
Confusa y larga fue la pesadilla que se apoderó de Guerrero. Veía imágenes del
colegio, donde sus compañeros lo aclamaban y luego lo abucheaban. En todas
siempre aparecía Andrea con Ricardo. No hablaban, sólo lo miraban con pena. El
poeta también estaba, pero caminaba hacia atrás eludiéndolo.
Cuando despertó era de noche. Trató de incorporarse, pero la cabeza le
reventaba. Giro a un lado y vomitó. No podía moverse y necesitaba levantarse.
Quería ir al baño. Además debía arreglar la casa. Sus padres llegarían por la
mañana.
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- Pide un deseo.
Pensó que además alucinaba, Se estaba volviendo loco como el poeta que
escuchaba hablar al reloj. Apenas pudo tomar el teléfono y dar el tono. Llamó al
poeta, pero nadie contestaba. Colgó y se resignó a su suerte. Pensó en
Andrea. Fui una bestia con ella, se dijo y marcó el número de Andrea.
- Perdóname, por favor. Creo que hice un montón de leseras por la campaña. Por
favor, ven. Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero te necesito.
Claro que no debía ir. Una mujer debe valorarse en todo momento. No somos
esclavas de los hombres. Es cierto que son como niños durante toda su vida y que
no podemos vivir sin ellos, pero yo también soy persona y merezco respeto. No sé
para que me digo esto, si de todas formas iré. Estoy agarrada y él lo sabe.
Media hora después Andrea estaba en la puerta de calle. La noche estaba fresca
y había dejado su chaleco. Cuando Guerrero le abrió no se asombró del estado en
que se encontraba. La casa estaba peor que el día de la fiesta. Le dijo que se
fuera a la cama. Ella le prepararía café y le desinfectaría las heridas del rostro.
¿Qué herida?- dijo él. Había olvidado la botella rota.
Como se sentía pésimo, a todo dijo sí, dejando que Andrea pusiera todo en orden.
- Esto te va a doler, pero evitará que se te infecte.
Tomó el algodón y suavemente fue tocando los cortes. Guerrero se mordía los
labios para no gritar.
- Pobrecito, estás temblando.
- ¿Por qué viniste?
Andrea se acercó más y le dio un beso. Luego salió y revisó que la casa estuviera
en orden. Una hora después, Guerrero dormía plácidamente.
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CAPÍTULO 10
Como nuevo presidente del centro de alumnos me siento orgulloso de
representarlos. Créanme que sabré desempeñar mi labor y llevar acabo los
proyectos que me he planteado.
- Ya se tomó en serio el cargo el Ricardo.
- Guerrero, ¿qué te había pasado? Fui a verte, te llamé, pero nada.
- Me tomé un descansillo, pero ya se acabó. Mis padres llegaron por la mañana y
aquí me tienes. ¿Has visto a Andrea?
- Mejor no la busques. Está saliendo con Ricardo.
Me sentí mareado cuando me lo dijo. Sin despedirme caminé a la sala mientras
por los parlantes seguía escuchando la voz del nuevo presidente. No podía ser,
me repetía. Si había estado en mi casa y nada me había contado. Y yo pensaba
pedirle pololeo. Debo haber quedado loco con el golpe. De otra forma no se me
hubiese ocurrido.
Se escuchó el timbre y los alumnos comenzaron a entrar lentamente a la sala.
Guerrero miró hacia la puerta y vio a Andrea abrazada de Ricardo. Este se dio
cuenta de que los miraba, le tomó el rostro y lo besó. Luego miró a Guerrero y le
cerró un ojo. Andrea bajó la cabeza. Parecía muy pequeña, como si quisiera
hacerse invisible. Se sentó en su puesto y hojeó sus cuadernos.
- Poeta, dime qué hiciste para olvidar a Carolina. Dime cómo se olvida.
- Lo siento Jorge, pero yo todavía no la olvido.
Guerrero le había contado todo al poeta, lo mal que la trató cuando ella fue la
única que la ayudó sinceramente en la campaña. Los demás sólo iban a las fiestas
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y luego se hicieron los lesos. Más encima él se había puesto orgulloso y por eso
perdía al grupo. Sólo le quedaba el poeta como amigo. Se había enamorado de
Andrea ahora que ella andaba con el Ricardo. Eso no lo entendía y se preguntaba
si acaso también ella lo traicionaba.
- No es traición, es la vida.
- Silencio, jóvenes. Van a recibir la prueba global. Ponen su nombre, curso y fecha
con letra clara y manuscrita. Desarrollan la prueba durante esta hora. Quien
termina, la deja sobre el banco. En la otra hora, vendrá el presidente del Centro de
Alumnos a darles una información.
La primera parte son alternativas ¡fenomenal! Con la Francisca tenemos unaclave
secreta. Estudié, pero no entendí nada. ¿Qué más voy a hacer?
Vendrá en la segunda hora. De seguro me va a cerrar un ojo y me enviará un
beso. Es tan cargante. Creo que el poeta va a tener que saber la verdad, porque
yo no puedo seguir con Ricardo.
La Francisca le está soplando a la Marcela. Estas son más descaradas. Así dicen
que las mujeres son más inteligentes que los hombres. ¿Por qué la Andrea desvía
la mirada cuando la miro? Le pesa haberme traicionado.
- ¡Tiempo! Recogeré las pruebas inmediatamente.
La profesora no permitió que siguiéramos respondiendo la prueba. Guardó las
hojas en su carpeta y pidió a un alumno que fuera a buscar a inspectoría a
Ricardo.
Entró golpeando fuertemente sus zapatos contra el piso. La mano izquierda en el
bolsillo de la chaqueta y la derecha sujetando una hoja tamaño carta. Se había
cambiado el peinado. La melena hasta las orejas había sido transformada en un
peinado con partidura al lado derecho. Algunos decían que se ponía gel en el
pelo y maquillaje en el rostro para tapar las espinillas. Cuando se detuvo junto a la
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profesora, volteó hacia el curso. Con la mirada buscó a Andrea, pero ella leía un
cuaderno. En el puesto de atrás estaba Guerrero con cara de burla. Al encontrarse
sus miradas, Ricardo hizo una mueca, se apoyó en la pierna derecha y miró a la
profesora.
- Hemos recibido una invitación para participar en una olimpiada de computación
que se realizará en la Universidad de La Serena. Cinco son los alumnos que irán
de este curso: Jorge Guerrero, Andrea Abarca, Gustavo Rivera, Marcela Medina y
José Miguel Reyes.
-¡Buena guatón!
CAPÍTULO 11
- Mi vieja va a ir a clases de computación. Imagínate, a su edad va a dar bote con
los Programas. Yo creo que es para no quedarse en la casa, pero si no lo hace, se
va a apolillar en la casa. Es una lata llegar a viejo. Yo espero vivir mi vida hasta el
final. A mí nadie me mata la onda. No voy a dejar que los años se me caigan
encima. Claro que tendré arrugas y el pelo canoso, pero me puedo hacer una
cirugía y teñir el pelo.
- Lástima que existan enfermedades como la artrosis de mi tía Javiera, replicó el
poeta. Lleva dos meses en silla de ruedas, luego de que la operaron de las
rodillas.
- Eso es lo más duro creo, el dolor de los huesos. En realidad, es una ventaja ser
joven. Te sientes con fuerza y ganas para carretear toda la noche, contestó
Guerrero mientras instalaba el DOOM.
- Pero Carolina era joven y a pesar de ello se enfermó. Gustavo se puso de pie y
se acercó a la ventana.
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- Mi vieja es valiente. No sé si cuando tenga su edad, sería capaz de estudiar de
nuevo. Lo único que quiero es salir del colegio. Creo que apenas podré trabajar
veinte años y tendré que tomar una de esas jubilaciones anticipadas.
- Yo creo que le va a ir bien …
- Pero si le duelen las manos por la artritis y le falla la memoria. ¡Maldita sea!-
¿Por qué no seremos siempre jóvenes?
- Pero Guerrero, Carolina era joven y se enfermó por culpa de este maldito aire.
- ¡Niños, vengan a tomar once!
- Vamos poeta, ya la olvidarás.
El poeta se encogió de hombros y dio media vuelta para salir de la habitación.
Guerrero le dio una palmada en el hombro y lo siguió. Al cerrar la puerta miró
hacia el escritorio e imaginó a su mamá sentada frente al computador. Tal vez ella
también vaya algún día a una olimpiada, se dijo a sí mismo y sonrió.
CAPÍTULO 12
- Mañana me voy de viaje, me voy para el norte. Tengo mi bolso listo y la guitarra
afinada.
- Suenas muy desabrido, Guerrero. Parece que tu vocación de cantante es peor
que la de político.
Jorge miró risueñamente a su amigo. Tomó la guitarra, la apoyó en la pierna
izquierda y con la mano derecha punteó las cuerdas, obteniendo una hermosa
melodía de moda. A medida que avanzaba en la letra de la canción, sus dedos se
soltaban y la voz suave y armónica llamaba al silencio de quienes se encontraban
en el Terminal. Al terminar todos se miraban asombrados.
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- Oye, no sabía que tocabas tan bien. ¿Cuándo aprendiste? ¿De quién es esa
canción?
- Yo la compuse poeta. ¿Tú acaso no escribes? Bueno, pues yo canto.
- ¿Y a quién le hiciste esa canción?
- ¡Ya arriba, jóvenes!
La voz del inspector grave y fuerte hizo moverse a los alumnos y comenzar a subir
al bus que los llevaría a estas sorpresivas vacaciones, como decían ellos. Nadie
pensaba en que iban a concursar en representación del colegio. Eran las once de
la noche. Tenían seis horas por delante bajo una leve llovizna.
- ¡Hasta cuándo llueve! Se supone que estamos en primavera y todavía tenemos
que andar con sweater
- Es por la corriente del niño. El otro año echarás de menos esta lluvia, cuando
tengamos a la niña.
- Ya salió el sabihondo.
Los jóvenes se acomodaron en sus asientos como les indicara el inspector, pero
tan pronto como partieron se pararon y comenzaron a cantar, conversar y hacer
cualquier payasada que se les ocurriera.
-Yo pensé que te sentarías con la Andrea.
- Anda con el Ricardo, que más da, poeta. No tenemos suerte en el amor.
- ¿Qué tienes Andrea?
La joven trataba de acomodarse para dormir, pero Ricardo insistía en abrazarla.
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Por toda respuesta ella daba media vuelta y quedaba frente al vidrio empañado.
Llovía a cántaros.
A las dos de la madrugada cuando terminó la película, el ayudante pasó por los
asientos entregando almohadas y frazadas.
- Mira poeta, quizás cuántos han dormido sobre estas almohadillas. Por que no
escribes una oda a los sueños. Creo que es mejor tema que las mujeres.
El poeta esbozó una leve sonrisa, puso la almohadilla bajo su cabeza. Los sueño,
pensó. Para qué queremos sueños si la vida misma parece uno. Cuando
queremos algo se esfuma y cuando lo tenemos nos hace sufrir.
- Oye, qué me metieron en la mochila. Le dije a mi vieja que no se preocupara.
Mira, tengo unas manzanas. Toma una. ¿Y esto? Ah, es el reloj que me pasaste.
Debió echarlo pensando que estaba bueno.
El poeta tomó el reloj y de inmediato pensó en Carolina. La última vez que estuvo
en su casa tampoco pudo subir a despedirse. ¡Qué tonto! Ahora quizás donde se
encontraba. Debió haber aprovechado la fiesta, el estar en el mismo grupo, y en el
mismo curso. Si hubiera estado todavía en el colegio la podría ver sentada
adelante, junto con Andrea, peinándose el pelo o riendo.
- Oye, tengo una idea. Aprovechemos que el reloj funciona y hagamos una
broma… Pásame ese reloj. Pondré la alarma a las cuatro. A ver qué cara ponen
¡Ja! ¡Ja!
El poeta no objetó la idea de su amigo y una vez que éste arreglara el reloj, lo
guardó en el respaldo del asiento. Apoyó la cabeza en la almohadilla y pensó
en Carolina.
-¿Hasta cuándo te ríes Carolina? No te muevas y deja que te cepille el cabello.
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- Pero “nanita”, como no quieres que me ría si acaba de decir algo muy cómico.
Como se te ocurre pensar que el poeta estaba enamorado de mí.
- Mira mi niña tú eres muy joven y no sabes de estas cosas. Los jóvenes como él
son tímidos. Míralo que ir a ver la casa sin entrar, y no dices que algunos
murmuraban que tú le gustabas.
- Pero nunca me lo hizo saber.
- Claro que no. Jamás te hubiera dicho nada porque …
No alcanzó a concluir. El tío Arturo entraba gritando al cuarto: ¡Un accidente! ¡Un
bus se volcó antes de llegar al puente El Teniente! Dicen que si no es por la
barrera, caen al río.
- ¡Dios mío! Dijo la “nanita”, soltó el peine, y se llevó las manos al rostro.
Carolina se quedó helada. Sin saber por qué. Se asomó al balcón. Miró la lluvia
que caía intensamente. Recordó al poeta. Lo imaginó abajo, mojado tendiéndole
las manos.
CAPÍTULO 13
El joven permanecía tendido en la cama con los brazos cruzados detrás de la
cabeza. Tenía la piel tostada por el sol de enero y la patilla con el largo de dos
semanas. La lesión en la pierna derecha le impedía levantarse y correr la cortina
del ventanal. Eran las tres de la tarde y los rayos del sol entraban descaradamente
a la habitación. El joven llevó su mano derecha a los ojos y luego giró la cabeza
para evitar el contacto con el sol. El velador se le presentó a la vista. Una libreta
negra, las llaves, un vaso con agua y los antinflamatorios recetados por el doctor.
La mujer entró en el dormitorio abriendo lentamente la puerta. Vestía una colorida
solera de brazos descubiertos y unas sandalias de pita. Se acercó a la cama y
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comprobó que el joven dormía. Sobre su mejilla bajaba un chorro de luz. Miró
hacia el ventanal y comenzó a avanzar al balcón. Su pelo negro lo llevaba atado
en una cola que caía por su espalda descubierta. Levantó el brazo derecho y tiró
del cordoncillo. De inmediato la cortina comenzó a desplazarse, dejando la pieza a
oscuras. Luego volteó para mirar al joven que descansaba en la cama y satisfecha
se dirigió a la puerta.
- Espera, ven y siéntate a mi lado.
- Pensé que dormías. ¿Cómo te sientes?
La joven se sentó en la cama y con su mano derecha sacudió el pelo que caía por
la frente del joven. Él movió la cabeza como un gato mimado y puso su mano
derecha sobre la mano de la joven.
- Andrea, estoy tan feliz de tenerte conmigo.
Carolina se sentó frente al peinador. Frente tenía las cremas de tratamiento
nocturno: de limpieza y humectación. Abrió el primer pote y se untó una pequeña
cantidad en los dedos. Con movimientos giratorios fue dejándola en su rostro.
Luego tomó una toallita húmeda y procedió a retirar los residuos de crema.
Nuevamente sus dedos se deslizaban por su frente, bajaban a las mejillas y por
último avanzaban por el delicado cuello. Después abrió la loción que le dio una
sensación de frescura y elasticidad. Satisfecha se miró en el espejo y sonrió. Soltó
su cabellera rubia, dejándola caer sobre sus hombros. Se mordió los labios para
ver cómo enrojecían, causando un contraste con su cara blanca y los sintió
resecos. Tomó un poco de mantequilla de cacao y con el dedo índice se la puso
en los labios. Saboreó la mantequilla como cuando era niña y se sintió contenta.
Hacía cinco años que vivía en La Serena. El aire de mar le hacía bien a sus
pulmones y el asma había retrocedido bastante. Le gustaba vivir ahí. Sus padres
se habían trasladado a México y a veces viajaban a visitarla. Luego del colegio,
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ella era una mujer que podía decidir y ella había decidió quedarse aquí y preparar
su entrada a la universidad. Quería ser psicóloga.
Vivía en un departamento de la Avenida Larraín. Hasta el año pasado la
acompañaba su “nanita”, pero había muerto de un infarto. Ahora vivía sola, pero
no le importaba. Se sentía joven, hermosa, segura de sí misma. Los tiempos del
colegio, llenos de inseguridades, de viajes, de adaptaciones le había ayudado a
formarse un carácter independiente y autónomo. No tenía resentimientos con su
pasado; salvo con algunos recuerdos que siempre le acompañaban.
El teléfono sonó tres veces. Carolina lo escuchó una vez más y contestó. Era
Francisco.
- Te parece que vaya a verte para que estudiemos juntos. Tienes que preparar la
prueba especial.
Francisco tenía veintitrés años. Estaba en su tercer año de periodismo. Se habían
conocido en la universidad. Carolina había ido a buscar información acerca de las
carreras y Francisco trabajaba en la semana del postulante, un servicio que daba
la universidad a los alumnos novatos. Vivía con su madre y con un hermano
chico. Sentía una fuerte atracción por Carolina, pero no había conseguido más
que su amistad.
- Está bien. Pero ven temprano, porque mañana tengo que ir a una entrevista.
- ¿Entrevista de qué?
- De trabajo, me voy a ofrecer para cuidar niños
Carolina se puso de acuerdo con Francisco para estudiar en la tarde. Juntarse
para estudiar, pensó y recordó aquella vez en que se reunieron en la casa de
Andrea para preparar una prueba. Le habían dicho que uno de los chicos estaba
interesada en ella, pero no ocurrió nada. Ella había estado toda la noche curiosa y
asustada a la vez. ¿Quién sería su enamorado? Pero nada. Mientras todos
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bailaban ella se quedó sentada con el poeta. Por suerte él no bailaba y se había
quedado conversando con ella. Así ya no se preocupó más de su posible
pretendiente. Aquél tiempo quedó atrás se dijo, junto con su timidez y las risas que
causaba ella en los demás. La extranjera se había nacionalizado de país y de
carácter.
CAPÍTULO 14
En la cocina, Andrea lavaba las tazas de la once. El contacto del agua caliente le
producía una extraña sensación, más bien de agrado. Se acordaba de sus idas a
la piscina temperada. Ahí Jorge le había enseñado a nadar. No tenía un estilo,
pero el hecho de flotar y avanzar unos metros le producía gran satisfacción. Ahora
salían juntos a caminar por la Avenida del Mar. Ella recogía su cabello en la
espalda, pero al meterse al agua se sentía tan libre, que olvidaba su pelo, el sol y
se dejaba llevar por el movimiento del agua. Estás hermosa, le había dicho un
atardecer Jorge. Caminaban por la bahía de Guanaqueros. Ella lo había mirado a
los ojos y segura de lo que hacía, había puesto sus brazos alrededor de su cuello.
Sólo faltaba que él avanzara un poco más, pero no lo hizo. No te merezco, dijo
Guerrero. Ella no hizo ningún comentario, sacó sus brazos de su cuello, lo tomó
de la mano y siguió caminando por la orilla del mar.
Una vez terminado el colegio habían dado la Prueba de Aptitud. Los resultados no
les alcanzaban para estudiar en Santiago, por lo que decidieron postular en el
norte. Arrendaban una pieza en el Barrio Universitario de La Serena. Ahora tenían
planes para casarse el próximo año.
- Eres el amor de mi vida.
- Desde cuanto te has vuelto un poeta, Jorge.
- No digas tonteras, dijo Guerrero mirando con nostalgia por la ventana.
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Esa misma ventana que le había servido de escape en las horas de tedio, donde
el amanecer y el ocaso se confundían entre los recuerdos, estaba frente a él. Las
cortinas estaban cerradas y él quería ver el paisaje. Llamó a Andrea y le pidió le
abriera las cortinas. La joven estiró sus brazos y le dejó a la vista un paisaje
esplendoroso. El sol hacía bullir el agua, encendiéndola en colores y chispas
sobre las cuales las gaviotas volaban.
- Hoy se cumplen cinco años del accidente.
- Lo sé.
La joven contestó y se acercó a Jorge. Tomó su cabeza y la hundió en su pecho.
Lloraba como un río suelto, se abandonaba a sus brazos para calmar su dolor.
Ella también lloraba, pero era distinto. Una mujer puede llorar a solas, mientras un
hombre... un hombre necesita ser acariciado por una mano maternal.
- Te quiero Andrea.
- Yo también te quiero Jorge.
Carolina se dirigió hasta la puerta. Vestía un traje azul ajustado al talle y su
cabellera rubia caía sobre sus hombros. Miró por el ojo mágico y luego abrió la
puerta, segura de quien se trataba.
- Hola Carol, ¿lista para estudiar?
Francisco vestía un traje verde musgo, con corbata y todo. Traía en la mano
derecha unos cuadernos y en la izquierda un ramo de margaritas.
- Sé que son tus preferidas, dijo el joven y dio un beso en la mejilla a su amiga.
Tres horas estuvieron charlando. Primero se interrogaron. Luego respondieron test
y finalmente vieron una película “Cyrano de Bergerac”. Carolina entonces cambió
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de humor. A medida que avanzaba la trama la invadía una gran tristeza. Al final,
no podía contener las lágrimas.
-¿Qué sucede, Carol? Dime qué pasa contigo.
Carolina avanzó a la puerta y se la abrió indicándole que se fuera.
- No, dime qué ocurre.
Inútil fue hacerla hablar. Carolina se fue al dormitorio y se encerró con llave.
Francisco pensó que lo mejor era irse. Mañana, se dijo, mañana hablaremos.
CAPÍTULO 15
Los jóvenes dieron cuerda al reloj y lo guardaron en el bolsillo qué
está en el respaldo del asiento de adelante. Luego se pusieron a
charlar un rato más hasta que se quedaron dormidos. La película
acabó a eso de la una. Entonces el asistente pasó por los asientos
corriendo las cortinas y entregando frazadas. Afuera, la lluvia caía
fuertemente.
- No, primero vimos la película, después se nos ocurrió lo del reloj.
Cuando llegó la hora indicada, el reloj estalló en un agudo sonido
que hizo saltar de sus asientos a los alumnos. No podían creer lo
que escuchaban.
- ¡Ya poh! ¡Apaga esa cosa!
El bus se llenaba de griterío y reclamos de todos. Entonces
sucedió.
- Sigue, ya escribí eso.
- Tal vez no hubiese pasado si a mí no se me ocurre la bromita.
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- Sabes que sí, Jorge. La SIAT dijo que si todos hubiésemos estado durmiendo el
choque nos mata a todos. La broma nos salvo…Vamos, nos falta poco para
terminar la novela.
Así era, cuando el poeta abrió los ojos sentía en su cabeza el
retumbar del reloj y las voces de sus compañeros quejándose. A
oscuras metió las manos en el bolsillo del asiento tratando de
coger el reloj. El impacto del bus con la barrera le dejó atrapado
debajo del asiento. Luego el bus se dio vuelta
- ¡Gustavo!, ¡Gustavo! ¿Estás bien? ¡Chocamos! ¡Tenemos que
salir rápido!
Guerrero lo levantó. Sangraba horriblemente su rostro.
- ¡Ayúdenme!, ¡el poeta está herido!
En ambulancias y helicópteros trasladaron a los heridos. La radio
describía el accidente como un milagro, pues sólo había tres
muertos: el conductor, el asistente y un alumno.
- Cuando lo sacamos ya estaba muerto.
- Lo sé mi amor, yo misma te ayudé a bajarlo.
Andrea dejó el computador y se paró para acercarse a Jorge. Lo abrazó desde
atrás. Él volteó y le dio las gracias.
- Sé que es difícil para ti recordar, pero ya nos prometimos escribir este libro.
- Sí y lo haremos.
Carolina se quedó sobre la cama mirando el techo, mientras la televisión daba su
programación de trasnoche. Quizás qué pensaría ahora Francisco luego de la
escenita. Que era una loca, de seguro. No le importaba. Dentro de sí tenía una
gran angustia que no podía desahogar con nadie. Estaba sola, su nenita no
estaba ya para consolarla. Ni pensar en sus papás, nunca la habían escuchado,
menos ahora. Intentó dar un orden a sus ideas, pero no consiguió nada. Habían
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pasado cinto años del accidente, pero era inevitable recordarlo. Por qué se
preguntaba. Qué significaba Gustavo para ella.
Una llamada sorpresivamente la sacó de sus cavilaciones. Una voz familiar
preguntaba por ella.
- Aló, ¿se encuentra la señorita Carolina Martínez?
- Sí, con ella. ¿Quién habla?
- Soy Andrea… Andrea Abarca.
Qué bueno era tener al lado una voz cálida, que traía a la memoria el recuerdo de
una gran amiga.
- Estamos viviendo cerca de la U. Por un primo de Jorge supimos de ti.
- ¿Francisco?… Sí, es un buen amigo.
Después de eso, vino el darse las direcciones, teléfono y acordar una cita.
Carolina colgó el teléfono y respiró hondo. No sabía por qué, pero se sentía más
aliviada- Se levantó, apagó el televisor y bajó para esperar a Andrea. Ella la
ayudaría, como en el colegio, pensó si poder evitar que una lágrima cayera
nuevamente por su mejilla.
El golpe en la puerta la despertó súbitamente. Al abrirla puerta se encontró con
una mujer delgada, morena que sonreía amistosamente. Sin dudarlo, la abrazó
largamente.
- Jorge me trajo, pero le pedí que no subiera. Anda un poco bajoneado y además
tenemos que conversar cosas de mujeres, dijo Andrea, mientras con su dedo
limpiaba una lágrima en el rostro de su antigua amiga.
- Sentémonos Andrea. ¡Qué bonita estás! Dime, ¿tú y Jorge son pareja?
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Andrea respondió afirmativamente, agregando que entrarían a Tecnología médica
y que el próximo mes se casaban.
- ¿Y tú Carolina, vives sola?
La joven empujó su cabello hacia atrás y contó a Andrea cómo se había
independizado de sus padres y sus deseos de comenzar una carrera.
- ¿Y estas lágrimas, Carolina? ¿Tienes algún problema?
Andrea tomó de la mano a la amiga y se calló para escucharla.
Al cabo de una hora, Carolina dejó de hablar. Lo había dicho todo, sus temores, su
infancia, su frustración como extranjera y ahora su soledad. Pero Andrea podía
entrever que había algo más.
- Sí, Andrea. El otro día vi a Ricardo con una niña. ¿Te acuerdas que el me
enviaba cartas?
- ¿A ti te gustó alguna vez? Preguntó Andrea.
- No sé. A veces creo que sí, pero otras veces creo que no, que sólo me gustaba
que me escribiera cartas.
Andrea pensó que debía decir la verdad a Andrea, hablarle del poeta que había
llenado varios cuadernos con poesías para ella y que Ricardo era un impostor,
pero se contuvo. Le explicó que era natural que recordase a Ricardo. Habían
compartido bonitos momentos, pero ahora debía hacer su vida, buscar amigos,
tener otra pareja.
Carolina pensó que su amiga estaba en lo cierto. Era joven, tenía poder de
decisión y debía hacer de su vida algo hermoso. Le habló entonces de su amistad
con Francisco.
- Quiere ser periodista y sabes, también escribe.
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Andrea sabía que ese también escribe se refería a Ricardo, pero no le dio
importancia. Hablaron un rato más y luego Andrea se despidió con la promesa de
volverse a ver, esta vez con Jorge también.
-Como conoces a Francisco, podemos salir los cuatro supongo.
CAPÍTULO 16
La fila se extendía por un pasillo de baldosas recién enceradas. Los postulantes
vestidos de jeans y short, esperaban que se abriera la ventanilla para la entrega
de formularios. Luego debían llenarlo, pagar el derecho a dar la prueba especial y
pedir la hora para la entrevista personal. Carolina estaba en el lugar número doce.
Miraba ansiosamente hacia el final de la fila, pues Francisco le había dicho que la
acompañaría a estos trámites. Seguramente se ha atrasado, o tuvo algo urgente
que hacer, pensó la joven.
Al llegar a la ventanilla, pidió los papeles sin hacer caso a las indirectas del joven
que atendía.
- Ojalá seas mi compañera el próximo año. Te puedo enseñar algunas materias si
quieres.
Carolina dio la vuelta y se dirigió por otro pasillo hacia la caja. La fila única ya
contaba con treinta personas, se puso al final y esperó su turno.
Al retirarse del establecimiento se encontró con un chico que corría anunciando
que estaban los paneles con los resultados de la prueba especial. Carolina se
detuvo y regresó al patio central.
Con el dedo índice recorrió el listado buscando sus apellidos, mientras que otros
jóvenes hacían lo mismo. En un enredo de manos se encontró con su nombre:
Carolina A. Martínez P. APROBADA. Miró nuevamente para comprobarlo una vez
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más y retrocedió para salir del montón de alumnos que se reunía frente a los
listados. Entonces lo vio.
- ¿Carolina?
Era el mismo rostro del colegio un poco más gordo. La sonrisa de oreja a oreja y la
actitud de un hombre que maneja bien las situaciones. Ricardo se
encontraba solo, moviendo el brazo para llamar su atención.
- ¿Qué haces aquí?, preguntó Carolina
- Vengo a estudiar. No pude quedarme en la capital así que me vine para acá. Mis
viejos querían que me metiera a la Armada, pero eso no va conmigo. Quiero
estudiar Derecho.
Los jóvenes se alejaron del tumulto y se sentaron en una banca a conversar.
- No quedé acá tampoco, así que me meteré en una privada. Tengo una tía
solterona que me adora y que me ha prometido pagarme la carrera que quiera.
Pero tú ¿qué me cuentas?
No había mucho que decir pensó Carolina. Después de todo fue él quien nunca
más volvió a buscarla cuando ella se retiró del colegio.
- El otro día te vi muy bien acompañado
- ¡Ah! Te refieres a Yolanda. La conocí aquí. Recién llevamos una semana juntos.
Pero háblame de ti, ¿qué te parece que vayamos a tomarnos una cerveza?
- No… espero a alguien.
Carolina no estaba segura de que apareciera Francisco, pero era una excusa para
separarse de Ricardo.
- Vamos, si es un rato no más. ¿Has visto a alguien del colegio?
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Carolina movió la cabeza negativamente. No quería de ninguna manera seguir la
conversación
- ¿No? Pero ¿supiste lo del accidente?
Carolina miró hacia la entrada como si esperara a alguien
- Pobre chico. Su vida fue muy corta ¿no? Pensar que no se atrevía a decirte
cuánto te quería. A mí me ayudó mucho con eso de las cartas, tú sabes…
- ¿De qué estás hablando? Dijo Carolina mirándolo por primera vez a los ojos.
- De las cartas. Él me las pasaba para que yo te las diera como mías. Te lo dijo
¿no?
Ricardo vio palidecer a Carolina.
- ¡No te lo dijo! … Perdona Carolina, pero yo pensé que cuando supo que te ibas
te lo había dicho. Por eso no te busqué más.
Pero toda respuesta fue inútil. Carolina se sentía muy liviana. Veía que el patio se
nublaba y que todo daba vueltas. Ricardo la sostuvo mientras gritaba que alguien
le trajera agua.
- Carolina, Carolina… me escuchas…
- Déjenla. Va a dormir un rato más. Ha tenido una baja de presión importante. Hay
que dejarla descansar. Le dejo los remedios y el horario. Lo demás corre por
cuenta de ella, cuanto ánimo tiene para mejorarse.
El médico salió de la habitación y dentro quedó Carolina tendida en la cama, Su
rostro pálido se iluminaba por su cabellera rubia. A pesar de su estado se veía
bellísima.
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Francisco se sentó junto a la ventana. Tomó una revista y se puso a hacer un
puzzle. Un quejido lo distrajo de repente.
- ¿Carol?
- Gustavo, Gustavo...
Francisco se sorprendió al escucharla. Se sentó en la cama y le tomó la mano.
Parecía que soñaba con alguien. ¿Quién será ese Gustavo? Se preguntó
Francisco cuando la puerta se abrió.
- ¿Cómo está?
- Bien, adelante.
Andrea y Jorge entraron y se sentaron al otro lado de la cama.
- Está bien. Parece que sueña. Nombró a Gustavo, ¿saben ustedes quién es?
Andrea miró a Jorge, quien le asintió con la cabeza. Carolina entonces se paró y
pidió a Francisco que la acompañara al pasillo.
Francisco soltó la mano de Carolina y salió con Andrea. En una banca se
sentaron. Francisco miró a Andrea pidiéndole una explicación.
Era nuestro compañero en el colegio comenzó Andrea y narró a Francisco todo lo
que había ocurrido hasta la muerte del poeta.
La conversación se interrumpió cuando Jorge salió para avisarles que Carolina
había despertado. Francisco se levantó, dio las gracias a Carolina por hablar con
él y avanzó hacia la salida del hospital. Jorge abrazó a Andrea
-Estará bien. Vamos, entremos a verla.
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Carolina les sonrió y abrazó a Andrea al verla. Jorge decidió salir para dejarlas
conversar.
- ¿Por qué no me lo dijeron? dijo Carolina.
- No queríamos hacerte sufrir. Además el poeta nos hizo prometerle que no lo
haríamos. La otra noche casi olvido la promesa, pero Ricardo finalmente te lo dijo
¿no?
Carolina respondió afirmativamente. Luego preguntó por Francisco.
-Andrea miró entonces a Carolina y le dijo: Él te quiere Carolina. ¿Por qué no te
das la oportunidad de ser feliz?
La joven miró hacia la ventana y dijo: Tengo miedo.
CAPÍTULO 17
En el primer banco junto a la ventana se sentó Carolina en su primer día de
clases. Le tocaba psicología I con el profesor Gazmuri. Su compañera de banco le
decía que no tenía muy buena referencias. Solía ser barrero con los hombres y
rajar a las alumnas, especialmente si eran bonitas.
Pronto la sala se fue llenando con los alumnos nuevos que trataban de tomar los
primeros lugares.
- Ahora el estudio es en serio. Si te descuidas, pierdes el año. Y no es ninguna
gracia sacar en ocho o más años una carrera.
- ¿Trajiste la grabadora?
- Sí, Mira ya llegó.
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El profesor entró en el salón y dejó sus libros sobre el escritorio. Miró a los jóvenes
con un aire de indiferencia y se acercó a la puerta para cerrarla y dar por iniciada
su cátedra.
- Perdón, señor.
- Pues, cuídate de no tardar otra vez. Pasa.
El joven entró en la sala y miró para buscar un asiento libre. Luego sonriendo se
ubicó detrás de Carolina.
- ¡Francisco!
- Sí, dijo el joven. Quiero estar cerca de ti, así que pedí permiso para tomar
algunos ramos de psicología y diciendo esto besó a Carolina en los labios.
El profesor ensimismado en su retórica, levantó y bajó los brazos una y otras vez
enfatizando los puntos en que se diferenciaba la mente del hombre y de la mujer.
Ambas están hechas para llegar algún día a complementarse, entonces
tendremos la unión perfecta. Mientras tanto debemos conformarnos con la
imperfección de la humanidad, especialmente de los novatos como ustedes. ¡Ja!
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
Moviendo su enorme barriga el profesor detenía sus juicios para escrutar por
primera vez a los jóvenes. Al ver a la pareja de la mano, esbozó una mueca.
Ilusos, pensó para sí y luego siguió hablando. Le quedaban cuarenta minutos de
cátedra.
- Te amo, Carolina.
La joven sonrió. Luego un celular comenzó a sonar ruidosamente. El profesor dio
la espalda al curso y contestó.
- Te amo, Carolina.
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Esta vez la joven respondió.
-Éste es el precio de la modernidad. Bueno, en qué estábamos. ¡Ah! Es inútil que
piensen que llegarán lejos. Un psicólogo jamás sabe ni lo que ocurre en sus
narices. ¿Puede usted decirme que hace aquí?- dijo el profesor, indicando con el
dedo a un joven delgado y pálido, que había estado anotando en una hoja todo lo
que el catedrático decía.
- Vengo a estudiar
- ¿Qué dices? Preguntó Francisco.
La joven movió los labios nuevamente, pero Francisco no pudo escucharla. La
clase chiflaba ruidosamente.