Las Redes de La Violencia en El Agamenon de Esquilo
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Sangre, púrpura, azafrán:las redes de la violencia y la muerte en el Agamenón de Esquilo
El propósito del presente trabajo es analizar algunos aspectos de la construcción de las
imágenes de la violencia y de la muerte en el Agamenón en tanto red de significados, en tanto
subtrama o subtexto que se forma a partir de un vocabulario y una imaginería específicas.
Intentaremos mostrar que las escenas de muerte se corresponden, se relacionan entre sí de una
manera inextricable, conformando una red que se disemina por la obra. Debemos resaltar que
nos limitaremos al Agamenón, sin tomar la Orestía en su conjunto, y las conclusiones que se
alcancen serán válidas, en principio, sólo para esta obra.
Analizaremos centralmente tres escenas que, creemos, son claves en esta tragedia: en
primer lugar, el sacrificio de Ifigenia, la hija de Agamenón, a manos de su padre, tal como es
relatado por el coro de ancianos; luego, el momento del reencuentro entre el rey y su esposa
Clitemnestra; y por último, el relato de la muerte del soberano que la reina homicida expresa
frente al coro. Sin embargo, esta tripartición pretende ser apenas una guía débil porque, en
realidad, debemos estar siempre dispuestos a enlazar estas escenas claves con otros pasajes de la
obra donde también se trate y se describan escenas de sangre.
I. El sacrificio de Ifigenia es cantado en la primera intervención del coro, justo antes de la
entrada de Clitemnestra informando sobre la caída de Troya. Recordemos sucintamente el
episodio: los ejércitos aqueos son retenidos por los vientos contrarios, los hombres se ven
amenazados por el desabastecimiento y la hambruna. Calcante, el adivino del ejército,
interpretando un prodigio, manifiesta la necesidad de sacrificar a Ifigenia para que la flota pueda
continuar su camino. Agamenón, decidido a honrar su alianza con los demás aqueos, accede al
sacrificio pero, y es éste el elemento que concita el horror absoluto del coro, él mismo se
transforma en sacrificador. En este punto debemos detenernos y leer con especial cuidado los
elementos con los que el trágico construye la escena.
Esquilo nos presenta a Ifigenia como un cabrito (es ésa la palabra) que va a ser
sacrificado en el centro del altar: los comandantes aqueos, calificados como “amantes del
combate”, se ubican a su alrededor, como anhelando el festín de sangre. La joven se desespera y
desfallece. Esquilo detalla que la muchacha está “cubierta por sus mantos”. Se aferra, se
envuelve vigorosamente en su peplo. Apenas unas líneas después, el poeta vuelve a centrar su
atención sobre el vestido y describe cómo la joven los deja caer al
suelo:’’(dejando caer al suelo tinturas de azafrán/vestidos
teñidos de azafrán)Esta imagen ha sido interpretada en dos sentidos: o bien es ya la sangre de la
virgen la que es derramada, o son sus vestidos teñidos de azafrán. Según la traducción de
Frenkel, editor del Agamenón, (“And she, as she let fall to the ground her saffron-dyed
raiment…”), los “teñidos” o “tinturas” de azafrán son ya sin duda los vestidos. Los diccionarios,
en la entrada de presentan como autoridad el mismo pasaje de Esquilo, al que
interpretan en el sentido de que son los vestidos de Ifigenia los que caen, y no su sangre. Para
nosotros, sin embargo, si bien coincidimos en que, en efecto, el autor se refiere a las vestiduras,
esta imagen de la caída del peplo azafranado contiene en sí la otra, la de la muerte misma.
En primer lugar, Esquilo elige utilizar el verbo (), cuya acepción principal
(esto es, verter, derramar, vaciar) se vincula evidentemente con elementos líquidos. Los
diccionarios presentan también un sentido vinculado a los sólidos. Pero es que no se trata de
negar ese uso, sino de comprender que la elección del término por parte del poeta ha sido
deliberada, y que naturalmente, el sentido total de la palabra poética está construido con todos
los significados que ésta, razonablemente, pueda permitir: no pierde su primer y principal
valor, éste resuena en él, lo atraviesa y funciona como eco que le permite relacionarse con otras
palabras e imágenes. Los vestidos, entonces, no simplemente “caen”: se derraman, se vierten
hacia el piso. La plasticidad de la imagen es perfecta, y la correspondencia de colores entre el
tejido y la sangre nos permiten pensar a uno como anticipación o símbolo de la otra: el color
azafranado del peplo como signo equivalente de la sangre roja.
Porque, con la caída de las vestiduras, la joven que se aferraba a ellas frente a las miradas
de los hombres sacrificadores, se encuentra indefensa. Ese derramarse de los vestidos desnuda el
cuerpo de la virgen, que inmediatamente es penetrada (y el término no es inocente) por el puñal
del padre. Recapitulando, en este primer momento de nuestra lectura encontramos, entonces, los
atisbos de una unión de sentidos entre el sacrificio, un tejido, y un color.
Analicemos a continuación el segundo de los puntos que consideramos centrales para el
estudio de las imágenes de la muerte y la violencia. Como ya adelantamos, se trata del momento
en que Agamenón es convencido por su esposa de entrar al palacio de Argos pisando una
alfombra de suave púrpura. Una gran parte de esta escena consiste en una esticomitia, ese
procedimiento dramático en el que cada uno de los versos es pronunciado por dos personajes, de
forma tal de conformar un diálogo ágil. Pero antes de entrar en ese importantísimo agón
dialógico, Clitemnestra pronuncia unas palabras que (por lo que hemos señalado anteriormente y
teniendo en cuenta algunos puntos que debemos adelantar) resultan especialmente significativas.
Cuando se refiere a la angustiosa espera que ha debido soportar sola en el palacio, Clitemnestra
dice
(vv. 887/888)
“En cuanto a mí, las fuentes caudalosas de mi llanto se han secado, y no queda ni una
lágrima”. Si tomamos en cuenta el arco argumental completo de la tragedia, sabemos que estas
palabras portan una terrible carga de ironía, por cuanto las lágrimas de Clitemnestra no se deben
a la ausencia del hombre protector del hogar, sino que debemos relacionarlas con la muerte de
Ifigenia que motivará el asesinato de Agamenón. Fuente, corrientes: lo líquido se hace presente
de nuevo. A la sangre derramada por Ifigenia, víctima sacrificial, (y agregamos: al
derramamiento de esos vestidos de color de la sangre), responden estas lágrimas que agotan la
fuente de los ojos y secan el espíritu de Clitemnestra. Pero, en otro notable movimiento del
lenguaje, Clitemnestra deja de referirse a sí misma para describir lo que significa para ella el
retorno a palacio del mayor de los Atridas, y entre una larga serie de comparaciones lo llama
(v. 901) , es decir, “manantial que corre/corriente para el
caminante sediento”. Frente a la sequía de sus lágrimas, Clitemnestra presenta a Agamenón
como un manantial en el que ella puede saciarse. Como veremos en seguida, el sentido de estas
palabras no sólo se torna profético (en verdad, pocas intervenciones de la reina homicida están
libres de profecía), sino, y lo que es más importante para nosotros, se carga de una violencia
atroz.
Y comienza aquí un pasaje central en nuestro análisis, aquél en que Clitemnestra logra
convencer a Agamenón de que penetre en los palacios de Argos caminando por sobre una
alfombra teñida de púrpura. Este tejido, dice la reina, conducirá al héroe, a través de la Justicia, a
una inesperada mansión (que, nosotros lo sabemos, es la de Hades). Recordemos las objeciones
del héroe a cumplir tal camino, acción en la que incluso él mismo (inclinado desde su mismo
nombre a la desmesura) encuentra claros signos de y, por ende, la amenaza de una
condena de los dioses. Dice el Atrida: (“no
transformes mi camino en envidiable con ropajes/vestiduras/tejidos extendidos”). El tejido, y el
color de ese tejido (la púrpura), y el hecho de que Clitemnestra lo interprete como condición
necesaria (¿por qué, si no, tanta insistencia? ¿para qué ese combate dialéctico, ese agón que es la
esticomitia?) para que su marido sea llevado, mediante la Justicia, a la muerte, nos indican que
debemos interpretar esta escena de manera simbólica y, más aún, que ésta se relaciona
estrechamente con la del sacrificio de Ifigenia. Si la caída de los rojos vestidos, la desnudez de
la virgen, era preámbulo y símbolo de su sacrificio, el ropaje extendido de la alfombra púrpura
(en definitiva, otro tejido en el suelo) es el camino por el que Agamenón se dirigirá a su propio
acto sacrificial. Nuevamente, tejidos y sangre: el paralelismo entre ambas escenas nos autoriza a
interpretar esa púrpura como imagen equivalente a la sangre. Los tejidos rojos colocados sobre el
piso son un poco la continuación de aquellos otros que Ifigenia dejó caer en el altar. Agamenón
no hace sino recorrer el sendero que él mismo inició, se planta y camina sobre un tejido que él
dejó caer al sacrificar a su hija.
El cuidado y el detalle con que Esquilo elabora esta escena se confirma si observamos la
manera en que Agamenón decide entrar al palacio. Agamenón pide a las esclavas que descalcen
sus pies y camina sobre esa alfombra, sobre esa púrpura con sus pies desnudos. El destructor de
Troya camina sobre esa púrpura que es sangre. Su calzado lo mantendría separado, impoluto
guerrero que pisa la sangre de sus enemigos vencidos (recordemos que el pretexto para colocar
la alfombra es precisamente honrar con pompa al destructor de Ilión). Sin embargo, al
descalzarse, Agamenón entra en contacto directo con esa sangre, se “mancha” con ella (de igual
modo que sus manos se habían manchado con la sangre de su hija inocente), y desde entonces su
destino (y su papel activo en la tragedia) se cumple: entrará en su palacio para morir.
Será Clitemnestra misma la que relate al coro el asesinato de su marido, con lo que
entramos en el último de los momentos elegidos para nuestro análisis. Nuevamente, los
elementos de la escena han sido elaborados por Esquilo con estricto detalle. Se nos dice que
Agamenón toma un baño, y su mujer, habiéndole arrojado una red, lo acuchilla tres veces. Es
sobre esta red que queremos detenernos. Como se comprueba en una lectura superficial, el tema
de la red recorre toda la tragedia como un motivo que se repite en diferentes circunstancias.
Cuando se refiere a la red con que ha atrapado a su esposo, Clitemnestra la describe como
(verso 1382), es decir, una red “sin final, como de
peces”. En la palabra se destaca el sentido de algo que rodea y cubre
completamente. Sin embargo, resulta especialmente interesante leer el siguiente verso, que es
una expansión de la descripción anterior: ahora Clitemnestra define a la red como
: la mala/pérfida riqueza de un vestido. Es, por lo tanto, un vestido (y,
todavía más, un vestido lujoso) el medio con el que la reina captura a su esposo, de manera tal de
poder asestarle tres puñaladas fatales.. Y es ahora cuando finalmente las líneas que se habían
abierto en las dos escenas que ya hemos analizado, empiezan, al menos un poco, a clarificarse, a
completar su sentido. Porque este vestido, este entramado que cubre y atrapa a Agamenón no es
en definitiva más que la culminación de ese otro tejido que también denotaba riqueza y poder, la
alfombra púrpura, que a su vez era un eco de los vestidos caídos (y de la sangre derramada) de
Ifigenia.
El destino de Agamenón se cierra entonces como un círculo, y la escena de su muerte
funciona de manera especular con respecto a la de su hija. Ambos asesinatos revisten carácter
sacrificial: si Ifigenia era un pequeño cabrito ofrecido como prenda para calmar los vientos
tracios, Agamenón será el toro que Clitemnestra sacrifique en honor a su venganza. Asimismo, a
la muerte de Ifigenia, mujer virgen rodeada de hombres sanguinarios, corresponde la de
Agamenón, asesinado en una bañera de plata por una mujer. Por último, si la imagen que nos
hablaba de la muerte de Ifigenia era la pérdida violenta de unos vestidos (es decir, la desnudez),
para Agamenón la muerte será una prenda que es obligado a vestir (la trampa de un vestido que
es red que lo aprisiona).
Para Clitemnestra, este sacrificio significa no sólo la reparación violenta de una injusticia
anterior, sino también un acto insoslayable para rehabilitar sus energías y volver a la vida.
Hicimos referencia, anteriormente, a las lágrimas derramadas por Clitemnestra por el asesinato
de su hija, y en ese momento sugerimos apenas el carácter terrible de sus palabras al comparar a
Agamenón con una fuente en la cual calmar su sed. Es ahora cuando esas palabras revelan su
significado oculto. Clitemnestra relata para el coro los últimos momentos de Agamenón (vv.
1388-1392):
“Así deja salir su vida cayendo y, al exhalar degüello violento de sangre, me alcanza con
llovizna oscura de rocío sangriento, y me alegré no menos de lo que se alegran los cultivos con la
bendición de la lluvia de Zeus en el nacimiento/florecimiento de los brotes.”
Cuando Clitemnestra se refería a Agamenón como un manantial en el cual ella podía
beber y regenerarse, presentaba apenas una imagen entre otras para expresar la alegría de la
esposa frente al marido que regresa luego de una larga ausencia. Pero ahora, contrastadas con
estas nuevas palabras, esa comparación se revela terriblemente concreta: Clitemnestra en efecto
bebe de Agamenón, y lo que bebe es su sangre. Acaso esta asociación podría resultar
extravagante si no estuviera apoyada por otros fragmentos de la obra en que también la sangre se
torna alimento. Por ejemplo, el verso 1479, en el que Clitemnestra se refiere al daimon maldito
de la casa como el causante de un deseo, siempre renovado, de lamer sangre. Y por supuesto
debemos tener siempre presente (Casandra en esta tragedia se encarga de recordarlo) la mancha
inicial que genera la desgracia de la casa: nos referimos al asesinato de los hijos de Tiestes a
manos de su hermano Atreo, quien ofrece a aquél un banquete engañoso que, en realidad, resulta
ser su propia descendencia.
Destaquemos, por último, en los versos citados de Clitemnestra, la comparación con la
fertilidad y renovación de los campos: la sangre que se derrama del Atrida insemina nuevamente
a Clitemnestra y la hace florecer. Al homicidio de Ifigenia, que fue, en palabras de la reina, el
asesinato de su retoño más amado, Clitemnestra responde con un sacrificio que es la promesa y
la alegría feroz de un nuevo engendramiento, esta vez bajo el signo de la sangre.
Hay muchos otros pasajes en la obra en los que se hace referencia, de diferente manera, a
la sangre, la violencia y la muerte. Relevar todos estos fragmentos y coordinarlos en una única
interpretación sería motivo de un trabajo más exhaustivo, y quizás hasta inútil. Porque, en efecto,
las manifestaciones de la violencia y la sangre inundan de tal modo esta tragedia que parecería
ser voluntad de Esquilo insistir siempre con un único y repetitivo sentido. Nos arriesgamos a
decir que es posible entrar en el análisis de esta tragedia tomando en cuenta la sangre como un
único y global significado, que se manifiesta mediante diversos significantes, lingüísticos y no
lingüísticos (porque no se deben olvidar los aspectos del drama que hacen a su representación, es
decir, la influencia que los significantes específicamente teatrales tienen sobre el
espectador/intérprete y cuyo poder sólo podemos nombrar aquí, sin desarrollarlo).
Hemos intentado, entonces, tomar tres puntos de la obra y buscar elementos, lazos que
nos condujeran de uno a otro. Esos tres momentos se conforman como los nodos centrales de una
red de significados que se expande y contamina el resto de la tragedia y que impone, en cierto
sentido, una dinámica nueva de interpretación.
En definitiva, lo que resulta del Agamenón es una imagen estática y aterradora, donde el
acento está puesto de forma extrema en las múltiples formas del horror. No hay palabras que
capten mejor la esencia del Agamenón que aquéllas de Casandra cuando, con una imagen casi
expresionista, exclama (v. 1309):
(Las casas/los aposentos/el Palacio respira muerte que gotea sangre).