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Las lecciones de Jesús

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Laslecciones

de Jesús

UN MENSAJE DE APOYO

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Para más información acerca de los ministerios y servicios de Unity, por favor, mira la contraportada de este folleto.

¡Bendiciones!

En 1915, durante la ceremonia de dedicación de un edificio en Kansas City, Missouri, Charles Fillmore, el cofundador de Unity, dijo:

“La Escuela Unity de Cristianismo es un eslabón en el gran movimiento educacional inaugurado por Jesucristo, quien no sólo enseñó la Verdad, sino que la demostró”.

Unity se dedica a seguir y aplicar las enseñanzas de Je-sucristo, nuestro Señalador del Camino, Gran Maestro y Sumo Ejemplo.

Con ese espíritu, hemos creado este folleto; el cual contiene relatos, artículos y poemas que expresan ex-periencias de la vida real de personas que han buscado poner en práctica las enseñanzas de Jesús. Deseamos que el contenido te bendiga en tu sendero espiritual y te ayude a sustentar la Conciencia Crística que puede cambiar tu vida.

Con amor,

Tus amigos en Unity

Jesús, mi Jesúspor la Rev. Paula Mekdeci

Para mí, tratar de capturar una imagen clara de Jesús es como mirar a través de un caleidoscopio. Hay muchas partes hermosas, muchos aspectos fascinantes

y, mientras más miras y más aprendes, más cambia la imagen. Hay tantas representaciones e interpretaciones de Jesús.

¿Cómo era Jesús realmente? ¿Qué fue lo que verdaderamente dijo e hizo? Yo

siempre he querido saberlo.

Cuando estaba en el seminario, me frustraba la escasez de información histórica sobre Jesús. Ahora no creo que eso sea algo necesariamente desfavorable, porque lo más importante no es

quién fue Jesús basado en hechos ni qué fue lo que hizo

históricamente, sino lo que ha llegado a representar para cada uno

de nosotros.

Cada uno de nosotros crea una visión de Jesús personal y evolutiva. Cambia y se transforma a medida que aprendemos y crecemos. Podemos llegar a ver a Jesús como Señalador del Camino, el Maestro de Maestros, el Salvador, el Hermano Mayor, un amigo amado, el rabino, el sanador de fe, un defensor apasionado, el que consuela o una combinación de estos conceptos. Cada uno de nosotros escoge el concepto de

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Jesús que nos inspira y que resuena con nosotros –el que más apoyo nos brinda en nuestro camino espiritual.

Mi Jesús no es igual a tu Jesús, y no es necesario que lo sea. En el contexto del cristianismo, lo importante es: ¿Tienes un concepto de Jesús que funciona para tu crecimiento espiritual –uno que te ayuda a ser más amoroso, más consciente, de mentalidad más abierta? ¿Acaso te inspira a servir a otros y al mundo? ¿Te ayuda a conocer a Dios? La respuesta para mí es un “sí” definitivo.

Jesús se posicionó en la delantera de mi vida luego de que conocí a Unity en 1980. Yo crecí en un hogar no religioso, así que muchas de las cosas en la Biblia y sobre las enseñanzas de Jesús eran nuevas para mí. En Unity encontré que mientras más aprendía, más quería saber.

Pronto comencé a poner en práctica las enseñanzas de Jesús en mi vida. Por ejemplo, si tenía coraje con alguien y quería devolverle el golpe, me acordaba de “A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, preséntale también la otra” o de “Todo lo que quieran que la gente haga con ustedes, eso mismo hagan ustedes con ellos”. Si me sentía ansiosa o tenía miedo, me acordaba de las palabras “Ustedes son un rebaño pequeño. Pero no tengan miedo, porque su Padre ha decidido darles el reino”, las cuales, al día de hoy, me brindan tranquilidad de inmediato. Si me había perdido entre todas las preocupaciones sobre el futuro, traía a mi mente: “¿Y quién de ustedes, por mucho que lo intente, puede añadir medio metro a su estatura?” ¡Oh, sí!, yo lo recordaba. Toda esta preocupación es una pérdida de tiempo.

Décadas después, mientras yo debatía si debía dejar una carrera corporativa exitosa –que a final de cuentas sería insatisfactoria– para convertirme en ministra, fui guiada por la sabiduría de Jesús en Lucas 9:25: “Porque ¿de qué le sirve a uno ganarse todo el mundo, si se destruye o se pierde a sí mismo?”

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Así que Jesús comenzó a infiltrarse en mi vida –al principio, mediante mi raciocinio y, luego, a través de mi corazón. El asombro y la maravilla crecían en mí a medida que aprendía sobre esta persona que encarnaba al amor incondicional... quien defendió la igualdad y la justicia... quien le extendió la mano a los marginados para ayudarlos a ver su propia luz interior y

dejarla brillar... quien les mostró a los enfermos que tenían el poder de la fe que podía sanarlos. Comencé a relacionar la Conciencia Crística, no con la teología o el dogma, sino con un amor omnipresente. Un amor puro, inclusivo, ilimitado. La enseñanza clave de Jesús parecía ser: Cuando vivimos en amor, experimentamos una realidad diferente.

El amor avivó cada aspecto del ministerio de Jesús y puede avivar nuestras vidas también. De la misma manera en que la belleza de un caleidoscopio se logra utilizando los espejos, el poder del mensaje transformador de Jesús se magnifica a través de nosotros. Somos las manos, los pies, el corazón, la voz, el amor del Cristo, a medida que apreciamos a nuestros seres amados, damos gracias por todo lo que hemos recibido, compartimos nuestros bienes con los menos afortunados, afirmamos nuestra humanidad compartida, y mantenemos en alto una visión de entendimiento global y paz mundial.

De esta manera, le damos el mayor tributo a Jesús el Cristo, cuyo amor, sabiduría, valentía y compasión cambiaron nuestras vidas y el mundo.

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Las lecciones de Jesúspor la Rev. Lesley Miller

Por lo que sabemos, Jesús era judío. Su familia era judía. Él creció como judío, rodeado mayormente por otros judíos. Yo también.

Al crecer como judía, sabía poco sobre Jesús más allá de los villancicos de Navidad y de películas como La historia más grande jamás contada. Pero yo conocía a Dios, o creía que lo conocía, desde la edad de 4 o 5 años. “Él” vivía “allá afuera” en el cielo, siempre observando, haciendo que pasaran cosas buenas si yo era buena, y cosas malas si yo iba en contra de las reglas. Cuando se trataba de la religión, había muchísimas reglas y no todas tenían sentido. Aun así, seguí todas las reglas que pude hasta que, como una buena esposa y madre judía, me encontré en medio de una crisis –adicción, depresión, un matrimonio fracasado, los niños portándose mal. Yo estaba segura de que Dios ya no quería saber de mí.

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Pero tuve suerte. Me dijeron en un programa de 12 pasos que encontrara a un poder superior —a un Dios de mi entendimiento, no el de nadie más. Estaba cansada de un Dios juzgador y punitivo. Estaba cansada de un Dios que podía escoger a una religión sobre otra.

Las divisiones religiosas parecían causar prejuicio, injusticia y excusas para la violencia en todo el planeta. Un Dios que se mereciera mi amor no querría eso.

Identificar a un solo grupo como “mi gente” ya no funcionaba para mí. ¡Todo el mundo era mi gente! Incluso la oración central del judaísmo, la Shema, tuvo un nuevo significado para mí. Claro que había solo un Dios, tal y como me lo habían enseñado cuando era pequeña, pero ahora estaba trascendiendo un mensaje más profundo: “¡Dios es Uno!” y “¡Dios era Todo!” y “¡Todos éramos Uno en Dios!” Esto tuvo más sentido que cualquier cosa que jamás creí sobre Dios. Estaba tan estremecida que hice una cita con mi rabino para preguntarle si la oración siempre había tenido este significado y yo lo había pasado por alto por mi ignorancia. Cuando me dijo que estaba equivocada, me fui decepcionada, pero no convencida. En mi corazón había una verdad y no tenía más opción que seguirla.

Jesús siguió su verdad. Imagino que se sintió de la misma manera.

Yo primero descubrí a Jesús, y luego a Unity, a través de los principios del libro Un curso de milagros. A medida que comenzaba a aprender lo que Jesús enseñó utilizando un acercamiento metafísico de la Biblia, me imaginé a mí misma como una judía del primer siglo. Me imaginé a mí misma escuchando a Jesús predicar en público mientras yo asentía con la cabeza mostrando silenciosamente que estaba de acuerdo con que Dios amaba incondicionalmente, que cualquier persona

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podía ser sanada y podía prosperar por la fe en un Dios de poderes ilimitados.

Escuché mi propia verdad hacer eco de vuelta hacia mí cuando Jesús decía que para Dios no hay diferencias entre los hombres y las mujeres, los judíos y los gentiles, o que el sábado fue hecho para la gente y no la gente para el sábado. Si lo hubiese escuchado cuando estaba vivo, ¿cómo hubiese podido dejar de seguir a un maestro que decía cosas con tanto sentido? Mientras más aprendía, comencé a reconocer el Cristo de mi propia naturaleza divina y la de otros –y sané. ¡Jesús puso en expresión las palabras que había en mi corazón!

Si tan solo fuera tan fácil. Mi amada familia judía no entiende la verdad de mi corazón, y tampoco quieren intentarlo. Es difícil de explicar que siempre seré judía, no importa qué. Jesús siempre fue judío. No fue fácil para él tampoco. Así que, una vez más, él me enseña el camino. Igual que su familia trató de traerlo de vuelta a casa porque estaban incómodos con sus sermones, él les respondió con una pregunta, apuntando hacia una idea espiritual más profunda:

“¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?” —Mateo 12:48

¿Quién, verdaderamente?

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Un hermano mayor por Richard Belous Ph.D.

Yo era un hijo único y siempre anhelé y quise tener un hermano mayor. Cuando yo era niño, a menudo fantaseaba acerca de cómo sería tener un hermano mayor

que me enseñara cómo tirar una bola curva o enfrentarme a los bravucones.

Cuando me convertí en padre, me conmovió muchísimo la cercanía que tienen mis dos hijos. Estos hermanos tienen un lazo muy especial que se ha mantenido increíblemente fuerte a través de los años. De hecho, una vez mi hijo mayor actuó con mucha rapidez y valentía para salvar la vida de su hermano menor.

Durante muchos años, he comenzado mi día orando y meditando temprano en la mañana. A medida que voy al Silencio, casi siempre todo se mantiene así —en silencio. Pero en ocasiones escucho una voz, una introspección y algo más allá que está dentro de mí. Ya sea que lo llamemos el Cristo interno, la naturaleza búdica, espíritu (ruach), Dios, Yahveh (hashem), el atman, poder superior o ser superior; llámalo como le llames, es una fuerza gentil, amorosa y compasiva. Cuando me alineo con esta conciencia, me doy cuenta de que, invariablemente, las cosas marchan bien de maneras que jamás pude haber imaginado.

Una mañana, mientras estaba en el Silencio, llegó a mí la imagen de Jesús y me dijo: “Yo soy el hermano mayor que siempre has anhelado”. Me arropó un sentimiento de completitud, como si me hubiesen dado el regalo que siempre había querido. Era un sentimiento de no solo ser “un hijo de Dios”. Era un sentimiento de ser “hermano” de lo Divino.

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Días después, asistí a un kirtán dirigido por Krishna Das. Él cantó y habló sobre su maestro iluminado, Neem Karoli Baba. La relación entre ambos parecía estupenda, sin embargo, Krishna Das habló de que parecía existir una distancia entre ambos. Me sobrecogí de gratitud, pues me di cuenta de que mi maestro iluminado también era mi hermano, quien era tan cercano a mí como el lazo entre mis hijos.

Yo no creo que mi relación con Jesús es única. Este regalo está disponible para todos y es algo que nos lleva hacia el Cristo interior. El ministro Unity e historiador Rev. Tom Witherspoon dijo que, en ocasiones, la cofundadora de Unity Myrtle Fillmore ponía dos sillas, una frente a la otra, y colocaba una foto de Jesús en una y ella se sentaba en la otra. Entonces tenía una charla con Jesús o iba al Silencio con Jesús.

No me importa si este regalo es real o es un amuleto. Para mí es la “perla del gran precio”.

“Y yo estaré con ustedes todos los días”.—Mateo 28:20

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No hay cuarto en la posada por Joyce Flowers

Todos amamos la historia

del bebé

que nació en un establo humilde

en medio de esas bestias de carga,

el Rey de los Cielos y la Tierra,

el Príncipe de la paz,

pobre bebé.

Y quién no se ha estremecido

al escuchar sobre todas esas posadas que,

tan cerradas e indiferentes, tan llenas de sus asuntos del día a día,

echaron a nuestro Señor

cuando estaba más vulnerable.

Los menospreciamos,

los juzgamos,

negamos con la cabeza en desaprobación

de esos hoteleros antiguos,

esos mercaderes rudos de antaño.

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Pero podríamos, por solo un momento, ver

a ese humilde bebé

en otros

ahora,

crecido, pero aún vulnerable;

o severo, pero aún herido;

torpe y sucio;

despreciable y quebrantado;

quieto y tímido;

bullicioso y fastidioso;

necesitado y tierno.

Y querido,

tan querido,

pobres bebés—todos.

Jamás nos daríamos la vuelta ni diríamos,

“No hay cuarto

—no hay cuarto en la posada”.

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Llevado a la

humildadpor Richard Mekdeci

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Alguien a quien superviso me dijo una vez que él y otro empleado pensaban que a veces era difícil hablar conmigo cuando se trataba de asuntos de trabajo. “¿Yo? ¿Que

es difícil hablar conmigo?” Me quedé pasmado. De seguro que hablaban de alguien más. Apacigüé la voz embravecida en mi cabeza que preparaba ataques y levantaba defensas. Hice una pausa, tomé una respiración profunda y dije calmadamente: “Lo siento. Trataré de hacerlo mejor la próxima vez”.

La persona frente a mí, quien había esperado una reacción de mi parte, quedó completamente desarmada. Después de todo, él también tenía listos sus ataques y defensas. Pero en vez de provocar antagonismo, mi admisión, mi disculpa y mi penitencia autoimpuesta hicieron que él se sintiera escuchado y respetado. Como consecuencia, yo me sentí respetado por él.

Extrañamente, me sentí más fuerte por haber escogido la vía de la mansedumbre —por haberme sometido y rendido en vez de haberme resistido y competido. Las palabras de Jesús en Mateo 23:12 vinieron a mi mente: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Yo había ganado respeto al hacerme humilde. También me di cuenta de que lo contrario es cierto. Cuando alardeo sobre las personas que conozco, lo que he hecho o lo que puedo hacer, pierdo ambos, el respeto de otros y el respeto por mí mismo. Al ponerme por encima de los demás, cualquier cosa que haga no recibirá ninguna atención o elogios. Además, cuando me elevo a mí mismo, establezco un criterio que es imposible de alcanzar. Cuando trato de alcanzar ese criterio y no puedo, eso me hace humilde.

Ser humilde y ser llevado a la humildad son dos experiencias muy diferentes.

En última instancia, mis acciones revelan quién soy. Mientras más humildad y respeto pueda mostrar hacia los pensamientos y las necesidades de otras personas, más me elevo.

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Señalador del Caminopor la Rev. Toni Stephens Coleman

A veces siento que la vida me ha dado una experiencia que se siente como una montaña rusa: una notoria colina ascendente seguida de una caída libre que desencadena

en mí una respuesta de lucha o huida. Me imagino que esto fue lo que sintió Jesús cuando entró al jardín de Getsemaní.

Él había entrado a Jerusalén entre alabanzas, disfrutó de la Pascua con amigos y ahora ocurrían eventos de mal agüero. Aunque ya se había preparado mediante la oración, él era humano, y sabía que no estaba en control de los eventos que estaban ocurriendo. En el jardín de Getsemaní, recibió la seguridad de que él estaba con Dios y Dios estaba con él.

Al igual que Jesús –quien mantenía su salud con comida saludable, compañerismo, oración, trabajo y descanso– yo hago lo que puedo para cuidar de mí mismo. Me ejercito, me alimento sabiamente, equilibro las actividades de mi vida y me hago exámenes de rutina. Como no sé qué revelarán los exámenes, quizás pueda que me sienta como si estuviera en una montaña rusa. Como en el jardín de Getsemaní, este es un punto de giro.

Yo me imagino que, cuando Jesús enfrentaba los puntos de giro en su vida, él tomaba una respiración profunda, convocaba a su fuerza interior y daba el próximo paso adelante. Él sabía que no estaba solo. Él demostró su fe. Yo sigo sus enseñanzas para superar cualquier experiencia que esté ante a mí.

Pienso en Jesús como pensaría en una persona tal como yo. Su sabiduría fue transmitida a través de los siglos para guiarme en mi jornada de vida. Palabras como “Créanme que yo estoy en el

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Padre, y que el Padre está en mí”. Las enseñanzas de Jesús me ofrecen palabras que me sosiegan. A medida que sigo su ejemplo y prosigo con cada decisión y tarea, también le doy ánimo a los demás para que logren su cometido. Sé que Dios está activo en mí y en todos. Tengo fe en que el mayor bien se va a manifestar.

Siempre he apreciado el que Jesús es tan real para algunas personas como lo es un pariente o un amigo. Yo nunca me consideré ser “una persona de Jesús”. Sin embargo, cuando enfrento un reto grande en mi vida, Jesús –el aspecto real y humano de Dios– me da fortaleza, consuelo y cualquier otra cosa que necesite. Mi mente tararea pensamientos de Jesús hechos melodías: “Y Él camina conmigo y Él habla conmigo y Él me dice que soy suya”. Me dan fortaleza a medida que enfrento los retos. Recibo un apoyo emocional profundo en mi relación con Jesús.

Para mí, Jesús representa la humanidad de Dios –un compañero adondequiera que voy, sin importar lo que esté enfrentando. Estoy agradecida por las lecciones de vida de Jesús: mi Hermano Mayor y Señalador del Camino.

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Jesúspor la Rev. Toni Stephens Coleman

No estimo los dulces sentimentalismos.

Denme un Jesús que se para firme

cuando es confrontado con injusticias.

Denme un Jesús con hombros fuertes donde apoyarme,

con mano trabajadora para levantarme

y con sabio juicio para guiarme.

Denme un Jesús que me empuje hacia las aguas

y se sumerja en ellas conmigo;

que me serene cuando enfrente los fuegos de la vida

y me lleve a través de ellos con seguridad.

Con seguridad por siempre, decirlo es una ilusión

y el cielo es la Verdad, aquí, ahora.

Denme un Jesús que se siente al lado de mi niño enfermo

y que me asegure que no hay pérdida, sólo vida

y vida más allá de la vida,

sin importar la apariencia.

La vida y el amor perduran por siempre.

Denme a Jesús.

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Caminar con fepor el Rev. Mark Fuss

Un domingo por la mañana, durante un sermón en la iglesia, yo escuchaba según el ministro compartía un conocido mensaje de la Biblia del Evangelio de Mateo

—cuando Jesús caminaba por las aguas para ir donde estaban sus discípulos, y el miedo que dichos discípulos estaban sintiendo. Recuerdo haber pensado: “Yo también hubiera sentido temor si alguien viniera caminando hacia mí sobre las aguas en medio de una tormenta”.

El ministro continuó:

Mas Jesús inmediatamente les habló y dijo: “¡Ánimo! ¡Soy yo! ¡No tengan miedo!” Pedro le dijo: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya hacia ti sobre las aguas”. Y él le dijo: “Ven”. Entonces Pedro salió de la barca y comenzó a caminar sobre las aguas en dirección a Jesús. Pero al sentir la fuerza del viento, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: “¡Señor, sálvame!” Al momento, Jesús extendió la mano y, mientras lo sostenía, le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”

—Mateo 14:27-31

Yo siempre me había enfocado en la falta de fe de Pedro, su temor y duda.

Mas esa mañana, fue diferente. ¡Me di cuenta de que Pedro había salido de la barca! Él salió de una barca segura, buena y flotante mientras que los demás permanecieron sentados. Jesús dijo “Ven”, y él fue. ¡Salir de la barca demandó valor, fe y determinación!

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Hoy, cada vez que enfrento un desafío, me pregunto: “¿Estoy dispuesto a salir de la barca? ¿Puedo dejar atrás lo que me hace sentir seguro y caminar con fe? ¿Estoy dispuesto a confiar en que, independientemente de lo que llegue a mí, tengo lo que necesito para sobrevivir, para prevalecer, para prosperar?”

A veces, la mejor manera de superar una situación difícil es yendo a través de ella —caminar con fe, hacer el temor a un lado y avanzar. Tienes que salir de la barca y confiar.

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Setenta veces siete, pero sin contarpor la Rev. Elise Cowan

El año era 1976. Yo tenía catorce años y estaba embarazada. En mi casa, ese era el mayor de todos los pecados. El día en el que mi mamá se enteró, pensé que

yo iba a morir del castigo que seguramente me daría.

Mas resultó ser que dos días más tarde me casé con un hombre que me abusó emocionalmente por varios años. Él me decía con frecuencia que yo era una persona terrible. Llegué a pensar que el Jesús en el cual me habían enseñado a creer no había perdonado mi pecado, o más bien mi error.

Sentía mucha rabia: por cómo mi mamá había reaccionado a la situación, porque mi esposo no me apoyaba y porque la iglesia de mi niñez, la cual me había enseñado acerca del amor y el perdón, no me había demostrado ninguno de los dos durante mi tribulación. Llegué a pensar que todo el mundo estaba en mi contra, y hasta yo misma llegué a estar en mi contra. Mi decaer estaba fuera de control, ya que mi vida, mis creencias y mis actitudes eran negativas en su mayoría.

Pasaron quince años antes de que yo encontrara a Unity y aprendiera que Jesús había enseñado: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5:44).

Recuerdo que mi primer ministro Unity una vez preguntó: “¿Qué ocurre cuando amamos a nuestros enemigos?” “¡Que dejamos de tener enemigos!” Esa fue una lección difícil para mí, ¡porque, si mis aflicciones no eran por causa de otros, entonces

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la culpa era mía! Por años había culpado a otros, creía que ellos eran los que habían errado. Encontré que podía aprender a amarlos; mas todavía no había podido perdonar —ni a ellos ni a mí. Yo tenía que aprender a dejar ir y dejar a Dios actuar.

Entonces se le acercó Pedro y le dijo: “Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le dijo: “No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

—Mateo 18:21-22

Esa era la llave que yo había estado buscando. Cuando aprendí a perdonar a los demás y a mí misma, supe cómo vivir en amor. Cuando acepté que probablemente nunca sabré por qué la gente dice lo que dice o hace lo que hace, llegué a ser capaz de perdonarme por cometer errores. Me di cuenta de que “setenta veces siete” representa perdón infinito. Aprendí que si no perdono, yo soy la que sufre. Como reza el dicho: mantener un agravio es como ingerir veneno esperando que la otra persona muera.

Hoy vivo en amor y con fe en Dios —setenta veces siete, pero sin contar.

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El Padre y yo somos unopor el Rev. John Beerman

El período en el que fui estudiante en Unity “Institute and Seminary” fue en contraste el mejor y peor tiempo de mi vida. Unas de las clases fueron difíciles para mí, mas

hubo otras que hacían que mi espíritu se elevara. Incluso tomé unas clases dos veces porque me encantaban: “Las enseñanzas de y acerca de Jesús” y “La búsqueda del Jesús histórico”.

En dichas clases, estudiábamos el contexto histórico, interpretación metafísica y la hermenéutica de las enseñanzas de Jesús. Sin embargo encontré que mi mayor maestro era mi corazón.

Mi corazón claramente me dijo: “El Padre y yo somos uno”. Este mensaje hacía eco en mi mente según tomaba las clases. ¿Qué quiso decir Jesús con esa frase?

Con frecuencia, en Unity hablamos de Unidad; usualmente refiriéndonos a nuestro vínculo con todo lo creado. Mas Jesús fue bien específico: “El Padre y yo somos uno”. Él estaba diciendo: “¡Miren amigos! Cuando ustedes me miran a los ojos, ven a Dios. Y, cuando yo los miro a los ojos, veo a Dios. La única posible separación entre nosotros y Dios es la que la mente concibe”.

Jesús compartió muchas enseñanzas profundas, mas ninguna ha sido de mayor valor para mí. Cuando la vida se torna difícil, y las cosas complicadas, regreso a la conciencia de que “el Padre y yo somos uno”. La Fuente de Todo lo que Es se expresa por medio de mí como belleza, amor y conciencia (y, a veces, como dificultad, dolor y confusión). ¡Sencillamente he de soltar y permitir que sea!

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Una relación personal humilde por el Rev. Stan McNeese

H ace varios años, el facilitador de un retiro que hizo la junta de directores formuló esta pregunta: “¿Tienen una relación personal con Cristo?” Dicha pregunta

propició una oportunidad para la reflexión, especialmente en cuanto a la idea de relaciones personales.

En el Evangelio de Mateo 22:36-40, leemos que Jesús le responde a un fariseo que le pregunta acerca del mandamiento más grande. Jesús le responde usando las palabras en el capítulo seis del libro de Deuteronomio: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Mas Jesús añadió un segundo mandamiento, tomado de Levíticos 19: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

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Para mí, esa es una lección acerca de ser humilde. Hemos de mantener relaciones personales humildes con Dios y con los demás. Las enseñanzas de Jesús, incluyendo El Padrenuestro, nos instan a ser sencillos ante Dios. Si Dios es realmente más grande de lo que yo puedo comprender y comunicar, entonces no tengo otra opción que ser humilde.

Jesús enseña que no sólo debemos conocer a Dios como el “Principio” del amor, sino como el Amor mismo.

Meditando acerca de las poderosas enseñanzas de Jesús, concluí que he de ser humilde para conocer que yo, como lo creado, no puedo ser el creador. Sí, puedo crear mis experiencias por medio de mis pensamientos, mas debo tener presente que existe un poder más grande que yo. Ese gran poder es el Creador de todo. Jesús me enseñó que puedo llegar a conocer un “poder humilde” gracias a la relación personal entre el creador y lo creado, así como lo creado con el resto de la creación.

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Lo posible dentro de lo imposiblepor Frieda King

Cuanto yo tenía ocho años, me sentaba en una mesa redonda en la escuela dominical de la Iglesia Bautista en Millington, maravillada cuando el educador de los

niños leía relatos acerca de un ser de luz llamado Jesucristo. Yo me llenaba de amor según aprendía cómo Jesús trataba a los que acudían a él por ayuda y sanación con tanto afecto.

De niña, me preguntaba: “¿Por qué no hay en el mundo más personas benévolas como Jesús? María, la madre de Jesús, también era una persona amorosa. ¿Dónde habrá más personas amables como ella? ¿Por qué no hay milagros hoy en día como los hubo en el tiempo de Jesús?”

Al crecer, algunas de las cosas que pensé que eran imposibles se tornaron posibles.

También me di cuenta de que sí había personas amorosas en el mundo —aunque pareciera no haber suficientes.

De jovencita, sentada en la banca de la iglesia episcopal a la cual asistía, el Padre Douglas sacudió mi mente divagante la mañana de un domingo cuando dijo: “Para Dios todo es posible”.

Mis pensamientos se aceleraron. Pensé: “¿Cómo puedo alinear lo que pienso con el conocimiento de que lo imposible es posible?” Yo quería que el poder de la declaración que había hecho el Padre Douglas se manifestara a través de mí.

¿Mas cómo?

Tanto el Padre Douglas como el leer los evangelios me despertaron al gran potencial en mí y en toda la humanidad.

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Concluí que hemos pensado y creído limitadamente. Los relatos acerca de Jesús compartidos por los autores de los cuatro evangelios expandieron mi perspectiva. Los contemplé de corazón y mi comprensión de las posibilidades que surgen gracias a las potentes palabras de la Verdad creció.

Determiné crear mi propio sendero para aprender cómo llevar una vida que reflejara: “Para Dios todo es posible” (Marcos 10:27). El sendero me llevó a una especie de escuela dominical para adultos en donde los seguidores de Jesús se reunían en grupos pequeños para discutir sus enseñanzas y el reino de los cielos.

De adulta, mi imagen de Dios como una persona ha cambiado. Ahora, Dios es para mí una energía divina afable, siempre presente, sabia y poderosa; así como el Amor que mora en todos los seres.

Según avivamos el Espíritu divino en nosotros y nos alineamos con nuestra divinidad innata, realizamos nuestro propio potencial —¡y lo aparentemente imposible se torna posible!

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No mi voluntadpor la Rev. Dorothy Pierson

“No se haga mi voluntad sino la Tuya ...”

Jesús dejó que su ser se uniera a Dios

sus palabras, sus caminos,

su vida, sus días ...

Le entregó todo a Dios.

¡Oh Dios, quiero entregarme

enteramente a Ti como lo hizo Jesús!

Quiero darte mi opinión,

mis palabras, mis sentimientos sinceros,

libres y claros sin

las ataduras del crédito personal.

La parte de mí que busca reconocimiento,

esa que les dice a todos:

“¡Lo logré!”

quiere cambiar…

quiero unir mi voluntad con la Tuya.

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¿QHR? ¿Qué haría Richard?por Richard Mekdeci

Jesús dijo: “Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá”. El autor y ministro Unity Eric Butterworth dijo que hemos de pedir esperando recibir.

En otras palabras, podemos pedir, mas sólo atraeremos lo que esperamos.

Y ocurre que sólo esperamos lo que pensamos que merecemos. De manera que nuestras expectativas son un reflejo directo de nuestra autoestima.

¿Podemos pedir creyendo, como lo hizo Jesús? Y si no podemos, ¿por qué no? ¿Qué hizo que Jesús fuera diferente? ¿Qué tenía él que nosotros no tenemos? Tal vez, una expectativa llena de fe es la llave.

Decidí leer el Nuevo Testamento desde una nueva perspectiva, una a la que llamé QHR o “¿Qué haría Richard?” Me puse en el lugar de Jesús e imaginé que estaba frente a la tumba de Lázaro, llamando a un hombre que había muerto cuatro días

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atrás. Si hubiera sido yo realmente quien estaba ante la tumba, probablemente hubiera dicho con confianza las palabras: “¡Lázaro, ven fuera!” Pero probablemente, detrás de mi espalda, yo hubiera cruzado los dedos. ¿Expectativa? Bueno, yo creo que si Lázaro hubiera salido, ¡yo hubiera estado tan sorprendido como los demás!

En la boda en Caná, Jesús transformó el agua en vino, y luego le pidió a los que lo servían que se lo dieran a probar al catador. ¿QHR? Yo hubiera hecho que los sirvientes me trajeran la copa a mí para asegurarme de que no le iban a llevar al catador una buena copa de agua. En otras palabras, yo la hubiera revisado. Mas Jesús no lo hizo. Él sabía que sucedió como él dispuso.

Jesús se identificó de tal manera con el Padre celestial que pudo decir: “El Padre y yo somos uno” (Juan 10:30) y “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Si él creía que Dios podía resucitar a Lázaro, entonces creía que él también podía hacerlo.

¿Acaso podría ser que la única diferencia entre Jesús y yo es lo que yo creo que es verdad acerca de mí? ¿Qué más podría ser? Nos han enseñado que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Yo creo que eso es verdad. Mas sólo puedo creer según la autoestima que tengo.

Jesús reconoció su unidad con lo Divino. Por eso, él es nuestro Señalador del Camino hacia la conciencia de verdad y luz.

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¿Jesús hizo qué?por Elari Onawa

Mi mamá me enseñó a cuestionarlo todo. No creo que lo hizo conscientemente, mas es lo que aprendí de ella. Recuerdo preguntarle una vez por qué no íbamos

a la iglesia todos los domingos. Faltar a misa los domingos me molestaba mucho, ya que me habían enseñado que hacerlo tenía terribles consecuencias. Había oído el término “pecado mortal”. En la mente de una niña de ocho años, eso sonaba muy mal.

La respuesta de mi madre fue algo así: “¿Para qué ir a la iglesia si la mayoría de las personas allí están más pendientes de salir del estacionamiento antes de nosotros que de usar lo que aprendieron?”

Después de 16 años de escuela católica, llegué a conocer a Jesús como un ser interesante, mas con frecuencia me preguntaba si él realmente había dicho todo lo que le atribuían. Tampoco creía que había sólo un camino hacia Dios, y no me gustaba el limitado rol que le daban a las mujeres en mi religión. Por consiguiente, cuando me gradué de la universidad en los 80, oficialmente me identifiqué como “espiritual pero no religiosa”.

Muchos años después llegué a conocer los principios de Unity en su sitio web y pensé: “¡Caramba, he encontrado una comunidad que cree lo mismo que creo yo!” ¡Eso sí que fue una gran revelación! Pero todavía tenía que superar mi resistencia a afiliarme a una religión. Eventualmente, me di cuenta de que había desechado las enseñanzas de Jesús junto con la religión que surgió acerca de él. El libro: Meeting Jesus Again for the First Time, del erudito del Nuevo Testamento, teólogo y autor Marcus J. Borg, me ayudó a percatarme de que existe una diferencia.

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La ironía me sacudió cuando me di cuenta de que la importancia de discernir, de ir a tu interior y de honrar tu propia verdad estaba entretejida en las enseñanzas de Jesús. Jesús amonestó a los escribas y fariseos por asirse tan estrictamente a la letra de la ley que omitían el espíritu de dicha ley. Él retó la manera cómo las mujeres y los indigentes eran vistos y tratados. Jesús enseñó a trascender las tradiciones y conversaciones comunes para nosotros de manera que podamos pensar y escoger por nosotros mismos.

Me parece que Jesús batalló con las mismas cosas con las que yo batallé y reté. Jesús nos enseñó a cuestionar. ¿Cómo podemos lograr la realización propia si no aprendemos a cuestionar y pensar por nosotros mismos?

¡Jesús se las sabía todas!, ¿no les parece?

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En el negocio de Diospor la Rev. Jennifer L. Sacks

Hace cierto tiempo atrás, Jesús fue un adolescente. Por lo menos eso es lo que creo, y el evangelio de Lucas nos invita a creerlo también. Al considerar unos de los

pocos relatos de la temprana edad de Jesús, podemos apreciar que antes de que llegara a ser un gran profeta y Señalador del Camino, Jesús también necesitó crecer y aprender acerca de los caminos de Dios en el mundo.

Según se desarrolla el evangelio, se nos dice que el niño Jesús creció y se hizo fuerte; bendecido por la gracia de Dios y lleno de sabiduría. Con el favor divino, él pareció ir de infante a adolescente. Tal vez su infancia fue una común y típica de los niños de su edad.

Sin embargo, cuando tenía doce años, Jesús ya demostraba una conducta contemplativa y discernidora, la cual definió su ministerio. Cuando Jesús, junto a su familia y una caravana de gente, viajaba hacia Jerusalén para celebrar la Pascua y luego regresar a casa, él se apartó del grupo para ir al templo.

Al principio, nadie sabía dónde él estaba. Entonces, tres días después, María y José descubrieron que estaba sentado entre los maestros —probablemente rabinos— escuchando según leían la Torá, interpretaban las leyes de Dios y describían cómo se ha de vivir en el mundo. Se nos dice que Jesús hizo muchas preguntas, y que su comprensión impresionó a todos los que lo escucharon.

La habilidad que Jesús tenía para cuestionar y discernir tal vez nos recuerde cuando teníamos una gran cantidad de preguntas durante nuestra propia adolescencia —cuando buscábamos

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profundizar nuestro conocimiento acerca de Dios, no sólo intelectual sino espiritualmente.

Temprano en su desarrollo, Jesús pareció conocer la profunda diferencia entre el modo de Dios y el modo humano. Él ya sentía que podemos vivir más apacible y seguramente cuando nos alineamos con Dios, en vez de esperar que Dios se alinee con nosotros. Luego, afianzado en esta comprensión y sabiduría espirituales, él ofreció a las personas de su generación sus conceptos acerca de Dios.

Sin embargo, en este punto de la historia, Jesús no puede explicarles completamente a sus padres lo que él sabe. Es posible que ellos no estuvieran listos para tanta información, ya que leemos que su madre María le dice: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? ¡Con qué angustia tu padre y yo te hemos estado buscando!”

Jesús le responde: “¿Y por qué me buscaban? ¿Acaso no sabían que es necesario que me ocupe de los negocios de mi Padre?”

Entonces, de acuerdo al Evangelio de Lucas, Jesús regresa a casa con sus padres. Él se comporta como sus padres esperan que lo haga y María atesora de corazón todo lo que Jesús hace. Según este capítulo concluye, se nos dice que creció en años y en sabiduría, y en gracia humana y divina.

Muchos otros relatos de Jesús siguen. Sin embargo, este breve episodio nos invita a considerar cuán poderoso Jesús es como Señalador del Camino en nuestras vidas. Al determinar cómo deseamos vivir, podemos recordar: Tiempo atrás, Jesús creció y aprendió cómo funciona el mundo. El nació con la infinita bendición del favor divino, tal y como cada uno de nosotros, creado divinamente para llevar a cabo “los negocios de Dios”. Sin importar cuál sea nuestra edad, en el sendero de la vida, nosotros, también, podemos alinearnos con Dios y escoger llevar a cabo Sus negocios.

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Jesucristo, mi héroepor MaryEllen Davis

Su nombre es Jesús. Para algunos, es Jesucristo, Señor y Salvador, Hermano Mayor y Maestro. Para mí es Jesús. Él llamó a Dios Abba —Padre— reconociendo su linaje

especial. Él significa mucho para mí, pero, más que todo, él es mi héroe.

Lo conocí cuando yo tenía tres años y medio, cuando tuve una experiencia cercana a la muerte y sentí su profundo amor. A esa edad, yo no sabía quién era él. El profundo amor de Jesús siempre ha estado conmigo, aunque yo a través de los años he encontrado maneras interesantes de camuflarlo. Un amor incondicional y profundo es el emblema de mi héroe Jesucristo.

Durante mis momentos de gran reto, pérdida dolorosa, tratamiento infame y desgarradora injusticia, el amor incondicional de Jesucristo me ayudó a sobreponerme. Su

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mensaje continuo para mí siempre ha sido: “Yo te amaré a través de esto” —¡cada vez! No sólo por momentos o ciertos días de la semana o meses del año, sino cada vez, sin importar por lo que yo estuviera pasando. Siempre tuve la fortaleza y la guía que necesitaba para superar el desafío. Jesucristo me reiteraba: “Yo te amaré a través de esto”. Y así lo hizo.

Su amor y el compromiso entretejido en dicho amor, me ayudan a afrontar cualquier reto que se me presente. Sé que no estoy sola. Yo sé que Dios y Jesucristo me acompañan.

Saber que Jesucristo me ama incondicionalmente me bendice con gozo radiante. Este mismo gozo está disponible para todo el que invite a Jesús a su vida con una mente y un corazón abiertos. ¡Qué regalo más preciado es escuchar en tu corazón que Jesús te dice: “Yo te amaré a través de esto”!

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