Las chicas buenas van al cielo - Biblioteca Virtual Miguel ...

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II. Las chicas buenas van al cielo 14 Con el paso del tiempo, y entre muchas otras cosas, lle- gué a descubrir que los libros de mi infancia y, en general, los libros para chicos, estaban plagados de textos misógi- nos y discriminatorios respecto de la mujer. Pensemos en los cuentos tradicionales. Las protagonistas suelen ser bellísimas, es cierto, pero más tontas que las vacas. Tan tontas como para comerse las cosas envenenadas, pincharse a cada rato con agujas, pei- netas y otros objetos punzantes, abrirles la puerta a los que quieren asesinarlas, confundir a sus dulces abuelitas con bestias feroces. Afortunadamente, siempre logran salvarse de muertes espantosas gracias a la intervención providencial ¿de quién?: de algún Hombre. Un Hombre que ni siquiera nece- sita ser príncipe azul. Porque para salvar a una mujer en pe- ligro, basta y sobra un leñador avispado o un cazador de co- razón generoso.

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II. Las chicas buenas van al cielo14

Con el paso del tiempo, y entre muchas otras cosas, lle­gué a descubrir que los libros de mi infancia y, en general, los libros para chicos, estaban plagados de textos misógi­nos y discriminatorios respecto de la mujer.

Pensemos en los cuentos tradicionales. Las protagonistas suelen ser bellísimas, es cierto, pero

más tontas que las vacas. Tan tontas como para comerse las cosas envenenadas, pincharse a cada rato con agujas, pei­netas y otros objetos punzantes, abrirles la puerta a los que quieren asesinarlas, confundir a sus dulces abuelitas con bestias feroces.

Afortunadamente, siempre logran salvarse de muertes espantosas gracias a la intervención providencial ¿de quién?: de algún Hombre. Un Hombre que ni siquiera nece­sita ser príncipe azul. Porque para salvar a una mujer en pe­ligro, basta y sobra un leñador avispado o un cazador de co­razón generoso.

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Es que, así como las niñas de los cuentos son bellísi­mas, buenas y estúpidas a más no poder, los hombres son vivísimos, leales y valientes, y siempre están dispuestos pa­ra acometer con éxito cualquier empresa.

Los príncipes azules suelen ser, además, hermosos, pe­ro el resto de los varones no lo necesita, porque "el hombre, como el oso, cuanto más feo más hermoso".

Uno de los defectos graves de las niñas de los cuentos es la pereza. No es el caso de la sufrida Cenicienta. Pero, por ejemplo, Caperucita, con esa cara de mosquita muerta, de­ja bastante que desear: para ir a ver a su abuelita elige el ca­mino de los alfileres, en vez de elegir el camino correcto: el de las agujas. (El cuento alude a las malas mujeres que, en lugar de coser lo roto con aguja e hilo, como Dios manda, prenden todo con alfileres, a la que te criaste.)

Caperucita, Cenicienta, Blancanieves, la Bella Durmien­te, son niñas, incapaces aún de engendrar. Todavía no ha lle­gado para ellas -aunque anda rondando- la maldición fatal de la sangre -la de la menstruación, la de la pérdida de la virginidad, la de los par tos- simbolizada en pinchaduras de agujas y ruecas y astillas. Sangre que debe ser ocultada, porque es signo de oprobio, y tiene que ver con la impure­za, con la locura (¿a quién no se le volvió loca una parienta por lavarse la cabeza en "esos días"?), y también con la ma­yonesa que se corta y el vino que se vuelve vinagre. ¡Qué di­ferente de la sangre varonil, exhibida con orgullo porque es capaz de lavar ofensas, abonar los surcos, sellar pactos y ju­ramentos, contribuir como jugo nutriente a la grandeza de las naciones!

En el otro extremo del camino de la femineidad están las mujeres viejas de las que ya huyó la sangre: son las bru­jas abominables, que no pueden engendrar aunque copulen y copulen (¿será por eso que son tan abominables?^).

En el medio, entre las tontas bellas y las brujas abomi­nables, están las esposas martirizadas por sus propios es-

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posos, los cuales, pese a las apariencias, en el fondo -muy en el fondo- las aman con locura (cosa que en general des­cubren cuando el cuento llega a su fin, pero más vale tar­de...)-

Y están las ogresas alimentadas de sangre fresca, las madres desaprensivas que abandonan a sus hijos en el bos­que, las esposas de carácter agnado, capaces de acabar con la paciencia del más santo de los varones.

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Por suerte están las hadas. Siempre y cuando no se tra­te de esas hadas despistadas que se dejan olvidada la vari­ta en cualquier parte, junto con el paraguas. Porque un ha­da sin paraguas, vaya y pase. Pero un hada sin varita es una inútil total.

Se sobreentiende que estamos haciendo burdas simpli­ficaciones de un material riquísimo, de profundo simbolis­mo. Historias y personajes que ejercen su fascinación sobre chicos y grandes porque están hablando de cosas que im­portan mucho: el amor, la muerte, el odio, los celos, la envi­dia, la venganza, el hambre, la justicia. Y la sensación de es­tar solo, perdido en un bosque y rodeado de espantosos pe­ligros, que es como tantas veces se siente un chico. Y tam­bién un grande.

Por eso estos cuentos que, como señala Bruno Bettel-heim, marcan el camino de la dependencia al de la indepen­dencia sin decirle al chico a cada paso lo que tiene que ha­cer, suelen tener que ver mucho más con la realidad inme­diata que algunas historias pretendidamente realistas, ab­surdas paparruchadas en donde nunca pasa nada.

Pero atención: también es cierto que estas dulces y ton­tas niñas son, de alguna manera, modelos de identificación.

Entre los personajes de los cuentos tradicionales no re­cuerdo ninguna sastrecilla valiente que pueda matar siete de un golpe (sean moscas u hombres), ninguna niñita tan animosa como para despanzurrar gigantes, ninguna gata con botas que se las ingenie para conseguirle a su dueña, la marquesa de Carabas, no digamos un reino, con príncipe y todo, sino, aunque más no fuera, un mísero ranchito.

Y decididamente no existe en estos cuentos ninguna princesa rosa o azul -tanto da- de besos capaces de desper­tar a la vida a bellos príncipes durmientes.

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¿y AHORA QUÉ?

Pero ¿qué pasa con la imagen de la mujer en los libros para chicos que se escriben en la actualidad?

Pues que no ha variado en la medida que era de espe­rar.

Desgraciadamente todavía abundan las imágenes de mujeres que, como diría María Elena Walsh, se deleitan cor­tando un tomate o enloquecen de dicha frente a una olla ro­ñosa.

Mujeres -y gallinas, monas, osas, conejas- que friegan, lustran, cepillan, hacen compras, desodorizan, siempre exultantes de alegría porque todo, pero todo, lo hacen por amor. Y mientras tanto ía vida pasa, les pasa, por la vereda de enfrente o por la pantalla del televisor.

Refiriéndose a las ilustraciones de los libros infantiles, Adela Turín15 advierte que, en general, las madres nunca lle­van anteojos. Es comprensible. Los anteojos se usan para leer: tienen que ver, de alguna manera, con la inteligencia. Por eso los que llevan anteojos son los padres, los abuelos, los hombres en general. También pueden llevar anteojos al­gunas mujeres un poco extravagantes, un poco locas, y por qué no decirlo: solteras.

¿Y los gatos? Los gatos parecen acompañar siempre a las figuras femeninas.

Nena, mujer o viejita en casa con gato. ¿A qué se deberá esta asociación? ¿Será, me pregunto,

porque los gatos son traidores -siempre sacan las uñas en el momento que uno menos se lo espera- e interesados -só­lo se arriman, con ronroneos, al que les da de comer-? ¿Se­rá porque son perezosos, apegados a las casas, no a las per­sonas, y porque les encanta dormir entre almohadones mu­llidos, como a las odaliscas?

Lo cierto es que muchos libros para chicos siguen transmitiendo un estereotipo de mujer que es también el

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que transmiten los medios de comunicación. (¿Se acuerdan de "Nada reemplaza a la madre en casa,/nada reemplaza la manteca en casa"?) •

La imagen de mujer que nos muestran es la de una ne­na o mujer dependiente, que vive vidas ajenas, temerosa de riesgos y aventuras, siempre a la espera del varón. Nenas y mujeres incapaces de valerse por sus propios medios, de reírse de ellas mismas, de quererse un poco. Sus mayores méritos: el sufrimiento, el sacrificio, el trabajo, el silencio, la inocencia que llega a ser bobería y, por supuesto, la belleza.

Pueden cambiar decorados, accesorios, detalles, pero el modelo de mujer se parece peligrosamente al de antaño: como en los tiempos de Blancanieves, la belleza es el valor fundamental (belleza que hoy por hoy se centra en la extre­ma delgadez); como en los tiempos de la Bella Durmiente, el final feliz es el del casamiento, con un lugar para cada cosa

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y cada cosa en su lugar; como en los tiempos de la Cenicien­ta, las niñas, las mujeres, deben ser abnegadas, discretas, si­lenciosas, modositas y, sobre todo, muy pero muy trabaja­doras.

Es innegable que, sobre todo en los textos escolares, se están modificando los estereotipos en la asignación de ro­les. Sin embargo, a veces la intención es una y la ideología es otra, y es la ideología la que se filtra a través de las pala­bras -y de las ilustraciones.

Además siguen circulando libros en los que la imagen de la mujer no difiere, mucho de la de antaño. Y atención, que no estamos hablando de excelentes obras literarias co­mo son, en definitiva, los cuentos de hadas, que continúan fascinando a chicos y grandes, sino de libros de intención didáctica, en especial libros de lectura, y seudoliteratura.

Veamos algunos ejemplos.

COCOQUITA, LA GALLINA MAMITA16

"Cocoquita, la gallina mamita, vive ocupada, ocupadísi-ma. Aquí está peinando a su fila de pollitos para que vayan a la escuela." (...) "En seguida hace las camas y saca las te­larañas del techo y lava los platos y la ropa."

¡Madre abnegada, la Cocoquita! ¡Siempre pensando en el bienestar de los suyos y en su casa, que a ella le gusta bri­llante cual tacita de plata!

Después Cocoquita, la gallina mamita, debe pasar la en­ceradora y cortar las flores para el florero y -con su pañue­lo en la cabeza- partir rumbo al mercado.

Vuelta a casa, Cocoquita se mete en la cocina, rapidito y sin chistar... ¡que todavía tiene que preparar las riquísimas

2 lombrices, el sabroso maíz!

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Cocoquita suda la gota gorda, pero ella no es gallina de estarse echada, pata sobre pata: mientras se hace la comi­da, Cocoquita aprovecha y corre al cuarto de costura, a te­jer una larga bufanda que luego dividirá en siete, un pedazo para cada pollito. (Juraría que el gallo ya tiene la suya.)

Por fin llega la hora de la reunión familiar, en torno a la mesa...

"Cocoquita, la gallina mamita, está poniendo la mesa: siete platos chiquitos para los pollitos y un plato grande pa­ra el gallo."

Ahora yo me pregunto: ¿por qué ocho platos? Cocoqui­ta, la gallina mamita, ¿no tiene plato? ¿Come a los apurones, parada al lado del fogón, directo de la olla? ¿O directamen­te no come, hecho preocupante si se piensa que se la ha pa­sado trabajando como una burra? Pero sigamos...

"Mientras pone la mesa Cocoquita piensa: ¡Cómo me gustaría..."

¡Atención! Cocoquita piensa, tiene sueños, tiene pro­yectos... ¿Cuáles serán?

¿Huir para siempre jamás del gallinero, abandonando a sus dulces pollitos y a su marido el gallo?

¿Ir a un taller literario en compañía de la Vaca Estu­diosa?

¿Buscarse alguna gallina amiga (no me atrevo a pensar en otro gallo) para contarle sus cosas?

¿Tirarse panza arriba a mirar la novela de la tarde y de­jar que la cena la prepare Montoto?

¡No, no y no! Como en "Atrévase a soñar", Cocoquita, la gallina mamita, sueña con un sombrero nuevo y un collar y una cartera.

Sin embargo Cocoquita no puede ir y comprárselos

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(por si no quedó lo suficientemente claro, conviene señalar que Cocoquita, la gallina mamita, no trabaja: ella es ama de casa). ¿Y el final feliz, entonces? A no desesperar: da la ca­sualidad de que justo ese día Cocoquita cumple años, he­cho que a ella, sumergida en su mundo de lombrices y tela­rañas y enceradoras, le ha pasado inadvertido. ¡Pero el ga­llo y los pollitos no han olvidado tan magna fecha! Y ahí se la ve a Cocoquita, en la última página, con un lindo sombre­ro nuevo y un collar rojo y una cartera... Lo más chocha se la ve, y bien dispuesta a tira r̂ hasta el Día de la Madre. Por­que aunque es sólo una humilde gallina, Cocoquita sabe que ella también es La Reina.

FinaCarrion
Cuadro de texto
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Y ahora una lectura:

Domingo en el hogar

"Sí, el domingo en familia es un día distinto. No hay apurones para ir a la escuela. Papá se queda una hora más en cama. ¡Qué raro en papá! ¿no? Y mamá... ¡Ah, mamá! ¡Cómo se nota su presencia en

casa! Muy tempranito, la cocina y el comedor se han llenado

con un olorcito especial a tostadas, con un exquisito olor a café con leche y a dulce de ciruelas...

Para nosotros, los chicos, es un día de fiesta. El domingo, ¿será para mamá también un día de des­

canso?"

(En el libro, la abnegada madre, que uno sospecha ha llegado corriendo, tropezándose con todo, secándose las manos en el delantal, se apresura a contestar, orgullosísima, y en blanco y negro:)

-"No, para mí no es un día de descanso... ¡Pero sí lo es de felicidad!"17

Otra mamá de otra lectura nos trae vagas reminiscen­cias de aquella viejita-orquesta de "Trago amargo" (y bien amargo), cuyo hijo le reclamaba:

"¡Arrímese al fogón, viejita, aquí a mi lado! ¡Ensille el cimarrón, para que dure largo! ¡Atráquele esa astilla, que el fuego se ha apagado! ¡Revuelva aquellas brasas y cebe bien amargo!"

Más modestamente, la mamá de la lectura "Un barrio muy unido"18:

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"Mientras... prepara la sopa, lava la ropa y hace los mandados, les ayuda (a los hijos) a resolver el problema."

Una lectura titulada "Los amigos"19 ejemplifica los mo­delos de niña y de varón:

"Este es Ernesto, el dueño de la lupa. Es el investiga­dor del grado, el de las novedades, el de los descubrimien­tos (...)

A Ernesto todo le interesa, todo le admira. Sus ojos des­cubren maravillas que parecen ocultas para nosotros (...) Nosotros creemos que Ernesto será un hombre de ciencia.

Ésta es Rosa, la compañera que colabora en todo y con todos.

Para ella no hay amigos preferidos, siempre está donde alguien necesita una ayuda. ¿Alguien olvidó la caja de pintu-ritas? Allí está Rosita para compartir sus lápices con el olvi­dadizo. ¿Hay un compañero que no puede comprar el libro de lectura? Rosa sabe el modo de conseguirlo más barato. ¿Otro se ensució el guardapolvo? Ya está Rosa ayudando a limpiarlo.

En la escuela pertenece al equipo de la Cruz Roja y es la encargada del botiquín de primeros auxilios.

Rosita es como un ángel guardián para todos sus com­pañeros."

¿QUÉ VAS A SER CUANDO SEAS GRANDE?

En algunas bibliotecas infantiles -escolares, municipa­les- es posible verlos, uno junto al otro, en sendos atriles.

El libro del primer atril se titula Yo seré...20 y está prota­gonizado exclusivamente por varones.

Parece que un varón puede ser: piloto, zoólogo, marino, pintor, astronauta, futbolista, bombero y médico. (De vez en

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cuando se ve una nena que trae o lleva algo, o que mira asombrada lo que hacen los varones.)

En el atril vecino, un libro dedicado a las chicas: Cómo ser una buena ama de casa.21

En uno de los textos, titulado "La habilidad de Susana", leemos:

"Susana tiene las manos limpias y un delantal pulcro para protegerla de las manchas.

Un pañuelo [como Cocoquita, la gallina mamita], para preservar de olores sus cabellos.

Siempre cierra las puertas para evitar los olores y abre las ventanas o los postigos. [Libros enteros se podrían es­cribir sobre las mujeres y los olores.]

Coloca los fósforos quemados en un pequeño tarrito. No deja que la manteca se vuelva rancia. No ensucia demasiado los repasadores y utiliza papel

para los objetos muy sucios."

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Ahora bien: mientras Susana trajina con sus fósforos quemados y sus papeles pegajosos de grasa, ¿qué hace el varón del otro atril? ¿Surca los mares, las rutas aéreas, los espacios infinitos? ¿Opera, investiga, apaga un incendio, mete un gol, pinta "Los girasoles"?

Pero sigamos con la buena de Susana, que se va de pic­nic...

Los autores le advierten: ojo con descuidarse, porque "no se es buena ama de casa solamente entre las cuatro pa­redes del hogar". Y le dan un sabio consejo: "hacer volar la imaginación". ¿Cómo? Negándose a caer en el "tradicional huevo duro o el eterno sandwich de jamón".

También le advierten que cuide su belleza para estar "tan bonita como su casa".

El broche de oro de este libro se titula "Una hora de glo­ria bien merecida", atención:

"El oficio de ama de casa es a veces ingrato. Quitar el polvo..." [larga enumeración de las tareas domésticas], "Pe­ro felizmente también se viven horas de gloria."

Yo, ilusa de mí, imaginé que ahora aparecía el chico del libro de al lado -pintor, marino, astronauta o qué se yo - y se la llevaba a Susana a tomar, aunque más no fuera, un hela­do. Pero no.

Para esta niña modelo, la gloria es algo mucho más es­piritual:

"Cuando todo sale perfectamente bien, el corazón de Susana se impregna de felicidad.

Porque todos la felicitan y le agradecen las incomodida­des que se ha tomado."

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TAMBIÉN LAS MUJERES SOMOS SERES HUMANOS

A la misma colección de Cómo ser una buena ama de ca­sa -y la colección se titula, curiosamente, "La niña moder­na"- pertenece: Cómo ser siempre bonita y coqueta.22

Entre otras cosas, y al mejor estilo de las revistas "fe­meninas", el libro tiene un test titulado: "¿Eres limpia?".

Algunas preguntas del test son las siguientes: "¿Limpias la bañera después de bañarte? ¿Repasas tus

dobladillos? ¿Has limpiado esta semana tu cepillo para el cabello?". (Dando vuelta el libro patas arriba, se encuentran las respuestas correctas.)

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Y veamos el capítulo titulado: "Elegancia y belleza del gesto":

"Si deseas tener gestos suaves y elegantes, debes ejer­citarte. Puedes hacerlo con los objetos corrientes que se encuentren en la casa..." [para no gastar, digo]. Pídele a tu mamá un palo de escoba, un diccionario y pelotas de dife­rente tamaño" [se refiere a las pelotas que usan los malaba­ristas, cosa que no creo abunden en los hogares comunes y corrientes, pero así dice], "Intenta caminar con el libro so­bre la cabeza. Camina también sobre el palo de la escoba. En cuanto a las pelotas, observa cómo debes emplearlas. (...) Pon una debajo delpie derecho y hazla rodar..."

Bueno, llegado este punto, y aunque mucho me pese, debo confesar que, cuando nadie podía verme, intenté prac­ticar este ejercicio que aseguraba un caminar de gacela. Después de todo una es un ser humano y tiene su corazon-cito, y yo ya vengo entrenada con el angelito, el punto som­bra, el mundo de las hadas.

Pero algo falló. Con el diccionario todo iba bien. Con el palo de escoba,

más o menos pero me defendía. El drama fue con las pelo­tas malabares, porque como carecía de ellas, intenté usar las de mi perro, que es el único que me comprende. O me comprendía... Porque esta vez no entendió y creyó que se trataba de un nuevo y divertidísimo juego y yo caí sobre él cuan larga soy y todo terminó horrible: mi perro medio ren-guito, y yo llorando a lágrima viva.

Pero como las desgracias jamás vienen solas, justo en ese momento se abrió la puerta y entraron los varones de la casa. Y entonces uno de ellos, el mayor, el más grosero, re­cordó entre risotadas que nunca había que creer "ni en la renguera del perro ni en lágrimas de mujer".