Las Calles de Mexico - Luis Gonzalez Obregon

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La obra de Luis González Obregón,gran historiador mexicano, es vastay multiforme. En toda ella, esadmirable la enorme labor deinvestigación y su originalidadevidente, por lo que este autor haejercido enorme influencia en elentendimiento y el corazón de losmexicanos, al hacer de nuestrahistoria algo que sale de la frialdady de la monotonía, para convertirseen materia plácida y familiar.

Sin falsear la historia, sino antesbien, enriqueciéndola, colocándoseen puntos de vista que en otro

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tiempo jamás se tuvieron encuenta, González ha logrado, pues,el milagro de popularizarla.

Mucho debe nuestra patria a estemaestro, que agotó sus energías enarchivos y bibliotecas, o bien enañosas calles y polvorientas plazasde barrio, investigando las huellasdel pasado. Buena prueba de loantes dicho es este volumen detradiciones y leyendas de Las callesde México, donde milagrosamenteresurgen figuras, sucedidos y usosque dieron nombre a las urbanasvías que a diario pisamos.

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Luis González Obregón

Las calles deMéxico

Leyendas y sucedidos. Vida ycostumbres de otros tiempos

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ePub r1.0IbnKhaldun 19.05.15

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Título original: Leyendas y sucedidos.Vida y costumbres de otros tiemposLuis González Obregón, 1922Prólogos: Carlos G. Peña y Luis G. Urbina

Editor digital: IbnKhaldunePub base r1.2

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Leyendas y sucedidos

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Prólogo

Hace veinte años había en Méxicomenos polvo, menos política, y no hacíatanto calor.

¡Con cuánta complacencia viene a lamemoria de quienes aún no arribamos ala cuarentena el México de aquellosdías! Una ciudad no tan grande, no tanpopulosa; bien que ya empezaba a serlo.Un no sé qué de intimidad todavía en lascalles y en las gentes. Por cuaresma,empanadas y rezos. Apertura de losteatros, con gran asistencia de payos, elSábado de Gloria. Meses jovialesdespués —de mayo, de junio, de julio—

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con sus lluvias arrulladoras ypertinaces. Noches de octubre: luna deplata sonriendo en la palidez del cieloazul. Luego, diciembre. Fragancias deheno; gritos de niños celebrando fallidosgarrotazos a la piñata; rumores demúsica saliendo de los vastos patios delas vecindades; ojos húmedos, frentespensativas, labios graciosos que seiluminan respondiendo a la primerasalutación de amor…

Tal es el panorama espiritual quenos forjamos de la ciudad, volviendo losojos al pasado.

¡El pasado! Revive en nuestra mentecon gallardías de cosa única ymelodiosa. Nada se parece a él. Nada

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suele ser mejor que él. Cuanto seanuncie, cuanto llegue, despertará ennosotros, tanto como añoranza, un gestoligeramente despectivo y reflexivamentetriste. —«¡Qué distinto! —exclamaremos—. ¡Qué distinto todo estode lo que era en mi tiempo! ¡Y cuáninferior!».

¿Pero es que al pasado nodebiéramos llamarle «nuestro pasado»?¿El pasado existe realmente, por sí, o esmás bien una sombra, una fugitiva, unaimpalpable, una misteriosa sombra quellega de cuando en cuando con vagosaleteos a nuestra alma, y en ella sealberga, y desde ella canta su cancióndoliente sin que nadie, fuera de

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nosotros, lo perciba ni lo conozca?Yo no lo sé, y, por tanto, no podría

decíroslo.Lo que sí se, en cambio, lo que sí

puedo decir, es que hay hombres en queese misterio atrayente, luminoso,musical —y con algo de gris melancolíade atardecer—, se cifra y condensa, noya por lo que respecta a una vidahumana, a un breve periodo de tiempo;sino, antes bien, a la vida de un pueblo yal lento andar de algunos siglos. Alconjuro de esos evocadores, saltan de lasombra, donde yacían, recias odelicadas figuras. Con su mágica varitade oro hacen ellos florecer leyendas;resucitan episodios cortesanos o

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bélicos; remozan añejos amores; logranque inquietos rayos de luz penetren enlos rincones penumbrosos y olvidados.

Por representar esos seresperegrinos todo el pasado nacional,sentimos que a su contacto nuestra alma,ya de suyo meditativa y evocadora, seensancha. Y el mismo agrado con querecorremos los silenciosos viales en eljardín de nuestro breve o individualpasado, se acrece y multiplica cuandode la mano y bajo la segura guía deaquellos claros varones en quienes latradición encarna, ascendemos acontemplar otras épocas, y nosenteramos de cómo vivieron, cómoamaron, qué pensaron, qué luchas, qué

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penas o alegrías tuvieron no ya nuestrosabuelos o bisabuelos, sino todas lasgeneraciones que forman el recio troncodel árbol de cuyas más altas, verdes ytiernas ramas somos débiles hojas.

Si esos hombres faltaran —pensamos—, los pueblos seríanincompletos: carecerían de memoria; noconocerían la poesía y el encanto y elorgullo de recordar.

Y cuando así hablo, ya supondrá elque lee a quién me refiero.

D. Luis González Obregón es paraMéxico uno de esos peregrinos ingeniosque simbolizan por sí mismos el pasadonacional. («Todo él es una viva leyenda.Es un remedo de las sombras que

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evoca» —ha dicho, en un bello soneto,Rafael López—). Nadie antes queGonzález Obregón había comprendidoentre nosotros que la Historia,mayormente que en los grandes, acaso sela encuentre más viva, familiar ypalpitante, en los hechos pequeños.Nadie tampoco, a semejanza suya, sehabía encariñado tanto, ni tanto habíaconvivido con el pasado, tornándolopunto menos que su feudo y señorío, delcual nos hace a menudo merced no endesmesurados infolios o cronicones depesantez vetusta, sino en la modernacrónica, en el artículo alado y fácil.

Vasta y multiforme es la obra delgran historiador mexicano. Obra que

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comprende desde el breve y jugosoestudio sobre Fernández de Lizardi,publicado en 1888, hasta el recentísimoque, a guisa de cantar de gesta,acompañó a tierras del Brasil lareproducción en bronce de la estatua deCuauhtémoc. Pero en toda ella, con sertan abundante, no hay que admirar, tansólo, la enorme labor de investigaciónque cerca de una treintena de libros yfolletos supone. Hay que sorprender,más bien, el secreto de su originalidadevidente, y, por ella, darse cuenta de laenorme influencia que en entendimientosy corazones mexicanos GonzálezObregón ha tenido por haber hecho de laHistoria nuestra, algo que sale de la

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frialdad y de la monotonía de loscampanudos relatos de esa especie, paraconvertirse en materia plácida y familiara todos asequible y por todos insistentey curiosamente buscada con el mismoafán con que se busca el novelescorelato o el atrayente volumen de versos.

Sin falsear la Historia, sino antesbien, enriqueciéndola, colocándose enpuntos de vista que en otro tiempo jamásse tuvieron en cuenta, D. Luis halogrado, pues, el milagro depopularizarla, y de ser él mismo,historiando, un escritor popular: ¡cosaque nunca en verdad soñaron susascendientes en tal género, y que,felizmente, han secundado algunos de

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sus jóvenes sucesores!En manos del autor ilustre de

México Viejo, el escueto dato, la gélidafecha o el nombre grisáceo cobranvibración y calor de vida. No lo veréisinclinarse curiosamente, tan sólo, antelas grandes figuras que elaboraronnuestros anales militares y políticos; nitampoco, por manera exclusiva, ante losgrandes sucesos que éstos contienen.Más que un Virrey, le interesa, quizás, elchapín de terciopelo verde que calzó ellindo pie de una dama. Y más que unadisertación sobre puntosconstitucionales en vista de losdiferentes textos que nos han regido,considera útil, para revivir el pasado —

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objeto y fin principal de la Historia—,relatamos la evolución de los medios detransporte, del palanquín al automóvil. Yantes que a arengas o discursos desoldados y políticos, verbigracia,consagra su atención persistente areconstruir, con todos sus menudos ycautivadores detalles, la vida de antaño.

Mucho debe nuestra patria a estesolitario, sonriente y bondadoso maestroque, desde los años juveniles, haagotado sus energías en archivos ybibliotecas, hurgando apolillados yamarillentos papeles; o bien en añosascalles y polvorientas plazas de barrio,investigando, por propia contemplación,las huellas del pasado. Pero

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infinitamente más en lo particular ledebe la «muy noble y leal ciudad deMéxico» —como él gusta de llamarla—,a la que, sin disputa, ha consagrado susinvestigaciones más pacientes yluminosas, su más acendrado cariño dehijo y vecino, su admiración honda ycordial, congénita en él, y que —por lorecia, duradera y mexicanísima—aseguraríasela revestida con losazuleños de torres y cúpulas, con eltezontle de las fachadas de antiguospalacios, y con la luz y la inefablegracia que parece vivir y respirar ycantar en esta maravillosa ciudad dondeD. Luis felizmente alienta, fuerte yvoluntarioso todavía, y que tanto como

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dio satisfacción y contento a su vivir,brindará a la postre paz y reposo a suscansados huesos.

Buena prueba de lo antes dicho eseste volumen de tradiciones y leyendasde Las Calles de México.Milagrosamente resurgen aquí figuras,sucedidos, usos que dieron nombre a lasurbanas vías que a diario pisamos. Losángeles, conduciendo a la horca a donJuan Manuel; la Mulata de Córdoba,emprendiendo el viaje enigmático en unbajel que sobre el mar azul llega hasta lacárcel sombría de la Inquisición; laapasionante historia de amor de lahermana de los Ávilas; la campana deMaese Rodrigo, que desde el lejano

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pueblo de España donde una noche tocósola, salió desterrada camino de lasIndias; ¡y tantas y tantas otras siluetas,episodios y raros acaecimientos comoencierran sus páginas, componen enconjunto el cuadro evocador más vivo ypalpitante que de nuestra amada ciudadde México pudiera soñarse!

Con lo que —apresurémonos adecirlo— D. Luis González Obregón nosólo hace obra de historiador y deartista, sino también de patriota. Porquees el caso que esta vieja e imperialciudad, antaño tan respetada y con tantaveneración vista que los siglos pasabansobre ella sin alterar su fisonomíahabitual; de algunos lustros a esta parte

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viene siendo objeto de las dentelladas yprofanaciones de los políticos. Unestulto edil de hogaño se cree en Méxicocon más autoridad que ayer el Sultán enConstantinopla. Su autoritarismoabsolutista y brutal manifiéstaseprincipalmente por la manía —que no deotro modo, por tan repetida, puedellamársela— de cambiar los nombres delas calles, substituyendo los añejos ytradicionales por otros nuevos que nadadicen, y que son producto, bien de unhispanoamericanismo en sí loable, masno por ello autorizado para suplantarse anuestra tradición; bien del afánadulatorio que caracteriza a lospolíticos y que les mueve a considerar

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como héroes y prohombres a cuantos hanmilitado con ellos en las mismas filas,aunque sean éstas las de la más ávidaburocracia; bien de otras causas que noson para recordadas, ni menos aún paradichas, y en las que anda de por medio—¡quién lo creyera!— el sonoro retintínde los doblones que suelen producir lascontratas para la fabricación de nuevas yrelucientes placas destinadas a lasviejísimas calles…

Sólo así se comprende que, porestulticia unas veces, por vileza, otras,algunas por interés, y todas porignorancia y falta de sentimientopatriótico, se haya desfigurado nuestraencantadora ciudad, a tal punto que la

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mayoría de los habitantes ignoramos hoylos nombres de las calles, y ellos nosson tan extraños como podrían sérnoslolos que se estilan para las de Moscú oBelgrado.

Borrados quedaron de la piedra masno de las almas, porque el pueblo losconserva y conservará hasta el día enque se les restituya, nombres de callestales como de Donceles, del Parque delConde, de la Mariscala, de Plateros, delAmor de Dios, de Cordobanes…Nombres eufónicos, evocadores, que ensí contenían una partícula de historia, yque cuadraban bien con las calles quelos llevaron, tanto como disuenan losactuales cuyo lugar estaría, si acaso, en

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las vías flamantes, olorosas aún a calnueva y a frescos ladrillos.

Sea una excepción loable, noobstante, en la tendencia que censuro, elacuerdo tomado por el Ayuntamiento de1923 en cuanto a dar a la antigua callede la Encarnación, en que actualmentevive, el nombre del historiador insigneautor de este libro.

Se ha asociado así, al de la ciudadmagnífica, el de su cronista más fiel. Ypor los muchos que se borraron,inscribióse un nombre que, por artes deevocación luminosa y paciente, supocondensar y revivir aquéllos en páginastan dulces como los relatos de la abuela;en páginas que, como los viejos baúles

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forrados de cuero que vimos en la niñez,exhalan, al abrirse, un olor a membrillosmaduros que entre ropa blanca y bienplanchada prolongaron su primavera.

Carlos GONZÁLEZ PEÑA

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Luis GonzálezObregón

Tras de los espejuelos el ojoobscuro y ledo

recela la mirada de un maliciosooidor

que hubiera acá venido de la antiguaToledo

a estudiar el proceso de algúnconquistador.

Todo él es una viva leyenda. Es unremedo

de las sombras que evoca. Y su

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risueño humoralejara las murrias de Revillagigedocon sus bellas historias de docto

sabidor.

A la hora de nona, como un viejoprimate,

oficia en una jícara ritual dechocolate;

y ya en su lecho de solterónaburrido,

esta buena persona de arraigo ycalidad,

—mientras vuelve la hoja del libropreferido—

oye en la calle el paso de la Santa

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Hermandad…

Rafael LÓPEZ

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Elogio

DEL AUTOR DE «LA MUY NOBLE Y

LEAL CIUDAD DE MÉXICO,SEGÚN RELATOS DE ANTAÑO Y DE

HOGAÑO»

Del bondadoso, del afable y muysapiente don Luis González Obregón,ameno archivo que camina, aseguranmuchos que nació en pleno virreinato,yo, que con mis ojos pecadores he vistosu fe de bautismo, afirmo que apenas

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entró en la vida en el siglo pasado,andados 25 días del mes de agosto delaño de 1865, que como se ve, casi acabade transcurrir. Es mucho y muy escogidoel caudal de noticias que atesora sobrelas cosas más raras y curiosas de nuestrahistoria que para él no guarda secretoalguno, pues se los ha entregado todoscon amante solicitud y, por lo tanto, asus libros, a sus deleitosos y eruditoslibros, tiene que ir quien quiera escribirsobre hechos y cosas de México,

Él ha sabido fijar fechas, identificarlugares, precisar nombres, y todo con lafácil seguridad con que sus manos tomanel oloroso rapé de su caja de carey. Hadestilado sabiamente en la alquitara de

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oro y de cristal de su ingenio, elcontenido de papeles viejos,arratonados y borrosos, y ha sacado elsucedido raro y extraño, la leyendabrillante y frágil o la anécdota llena desutil aroma virreinal.

En el antañón reposo de su viejacasa colonial, la Tradición le canta aloído cosas frágiles y leves como unaflor o bien fuertes y heroicas comoespada de viejo paladín, y él o ponetodo ello en sus escritos, o lleno deapacible cordialidad, con sonrisaacogedora, lo derrama solícito en suestrado, pues siempre hace pródigasdonaciones porque no es avaro de susconocimientos; y si después de perseguir

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afanoso durante mucho tiempo, a travésde libros y de cartapacios, un hecho o undato, y ya cuando le ha dado alcance ylo tiene encerrado en su memoria, sialguien lo ha menester, él se lo entregasin egoísmo, con noble generosidad degran señor. Y así no pocos somos losque hemos sacado de él grandesprovechos.

A la iniciativa de un grupo deescritores, entre los que tuvimos lahonra de contarnos, se propuso alAyuntamiento que a fin de rendir a esteamable y perseverante cronista uncumplido homenaje, se le pusiera sunombre a una de las calles de estaciudad que tanto le debe y que él tanto

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ama, y el Ayuntamiento dio un despachohonroso, y a su calle, a la antigua de laEncarnación, en donde está su casa, lavieja casa donde él ha sufrido y dondetiene sus mansos goces, y en donde en laíntima soledad de su biblioteca traza susescritos llenos de erudición y desencillez, se le puso el nombre de LuisGonzález Obregón. La ceremonia tuvolugar el día 17 de junio del año de 1923.Es al único mexicano que por sus altosmerecimientos se le ha tributado unhomenaje en vida. Y honrando así a suhistoriador, se ha honrado la ciudad.

Artemio DE VALLE-ARIZPE

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Las calles de México

La historia moral y física de una ciudad,ha dicho un escritor, está ligada con losnombres de sus calles.

«Se deben estudiar estos nombres —agrega— establecidos o modificadospor la rutina, reformados por losacuerdos municipales, cambiados porlos acontecimientos, como una lenguamuerta que se corrompe, que se pierdecada día más y que pronto no tendrá talvez un solo intérprete».

La historia de la ciudad de México,como la historia de todas las ciudades,tiene mucha relación con los nombres de

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sus calles, históricos unos y legendariosotros.

La antigua Tenochtitlán ya no existe.Los palacios, casas, santuarios yacueductos de la capital de los mexica,fueron arrasados por los mismosvencidos, parte durante el glorioso sitiosostenido contra los conquistadores, yparte después, obligados los indios unasveces por el azote de los encomenderos,y otras persuadidos por las palabraselocuentes y sencillas de los primerosfrailes, quienes les hacían entender queejecutaban una obra buena al derribarteocallis, para levantar temploscristianos.

En cambio, en los nombres de las

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calles quedan recuerdos arqueológicosde aquella Tenochtitlán destruida. Enefecto, todavía llevaban nombresindígenas las calles siguientes:Cocolmeca, Cuaxomulco, Chiconautla,Huacalco, Mixcalco, Nahuatlato,Necatitlán, Tecpan, Tepechichilco,Tepotzan, Tetzontlale, Titzapan,Tlalcaltonco, Tlaxcoaque, Tlaxpana,Tlatilco y otras. De propósito no hemosmencionado la de Tlacopan o Tacuba yla de Iztapalapan (después calles deFlamencos, Bajos de Porta-Coeli, etc.,hasta las del Rastro, hoy calles de PinoSuárez), porque tienen además un interéshistórico; esta última fue por la que hizosu entrada a México Hernán Cortés con

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sus soldados castellanos y sus aliadostlaxcaltecas, el día 8 de noviembre de1519, y aquella por la que salió huyendoen la memorable jornada de la NocheTriste, el 30 de junio de 1520.

Respecto de la época colonial, lamayor parte de los nombres de las callesrecuerdan sucesos históricos otradicionales, fundaciones piadosas oestablecimientos de beneficencia, y nopocas conservan los apellidos devecinos ilustres.

La memoria de los misionerosfranciscanos, dominicos y agustinos, quevinieron sucesivamente a Nueva Españaen 1524, en 1526 y en 1533, se hallaindeleble en las calles de San Francisco,

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Santo Domingo y San Agustín (hoyrespectivamente Francisco I. Madero,República del Brasil y Uruguay); loshermanos de la Caridad, despuéshipólitos, que se establecieron en 1567 ylos juaninos en 1604, han legado susnombres a las calles de San Hipólito ySan Juan de Dios (hoy Avenida Hidalgo,antes Mariscala, Santa Veracruz, SanJuan de Dios, Portillo de San Diego, SanHipólito y San Fernando); las treinta ycuatro religiosas y dos novicias, quefundaron el primer convento de monjasde México, dieron, desde 1541, nombrea las calles de la Concepción (hoy unade las de Belisario Domínguez), y asíotras muchas órdenes, tanto de hombres

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como de mujeres.Los colegios fundados en aquella

remota época, legaron sus nombres a lascalles de la Universidad, San Pedro ySan Pablo (hoy segunda del Carmen),San Juan de Letrán, San Ildefonso, SanRamón (hoy R. del Uruguay), Colegio deNiñas (hoy cuarta de Bolívar), deInditas y de las Vizcaínas; los hospitalesa las de Jesús (hoy de Pino Suárez),Real de Indios (hoy tercera de San Juande Letrán), San Andrés (hoy primera deTacuba) y San Lázaro; los edificiospúblicos a las de la Moneda, Alhóndiga,Correo Mayor, Montepío, Aduana (hoyR. de Brasil), Acordada (hoy Ave.Juárez), Estanco (hoy R. del Paraguay),

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Rastro (hoy sexta de Pino Suárez),Coliseo (hoy 16 de Septiembre),Apartado y Hospicio (hoy Ave. Juárez).

Y no sólo, como ya dijimos, sepuede recordar la historia de lasórdenes religiosas, de las casas debeneficencia y de los establecimientosde enseñanza; las calles de Chavarría(hoy calle del Maestro Justo Sierra), deVergara (hoy 1.ª y 2.ª de Bolívar), deLópez, de Alfaro (hoy de Isabel laCatólica), de Ortega (hoy 1.ª deUruguay), de Zuleta (hoy 1.ª deCapuchinas), de Alconedo (hoy 3.ª deNuevo México), de Tiburcio (hoy 2.ª deUruguay), traen a la mente hombresilustres por su virtud, por su riqueza o

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por su valor; las calles del Parque delConde (hoy 5.ª de la R. del Salvador),de la Mariscala (hoy Ave. Hidalgo), dela Condesa, y de los Medinas (hoy 4.ª dela R. de Cuba) algunos de los títulosnobiliarios que hubo en Nueva España,y la Quemada (hoy 8.ª de Jesús María),el Indio Triste (hoy primera del CorreoMayor y 1.ª del Carmen), Don JuanManuel (hoy 4.ª de Uruguay), el Ángel(hoy Ave. Isabel la Católica) y tantasotras, las leyendas y tradiciones deaquellos tiempos tan poéticos comolejanos.

Esto relativamente a los nombres delas calles que subsistían hasta hacepocos años.[1]

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Muchos que han desaparecido nosrecuerdan a Cuauhtémoc, en la deGuatemuz (después del Factor y hoy 1.ªde Allende); otras a conquistadores,como los de las que fueron de PedroGonzález Trujillo (ahora de la Moneda),y Martín López (hoy Lic. Verdad); nopocos las acequias que limitaban laciudad española de la indígena y quetuvieron, para ser atravesadas, sendospuentes, que impusieron título a lascalles del Puente de San Francisco (hoyAve. Juárez), Quebrado (hoy 1.ª R. delSalvador), del Espíritu Santo (hoy Ave.Isabel la Católica), de La Leña (hoy dela Corregidora), del Fierro, etc., etc.

Aun los gremios de Artesanos, los

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oficios en que muchos de los buenoshabitantes se distinguían, losconmemoran las calles de Plateros (hoyFrancisco I. Madero), Tlapaleros (hoy16 de Septiembre), Curtidores,Chiquihuiteras (hoy 2.ª y 1.ª de El BuenTono), Cedaceros (hoy Cerrada deTizapán), Talabarteros (hoy del Montede Piedad) y Cordobanes (hoy 4.ª deDonceles).

Y hay calles que no sólo interesanpor sus nombres, sino por los sucesosque en ellas se verificaron, o por laspersonas notables que en ellas tuvieronsus moradas. La de los Donceles dondevivió Antón de Alaminos; la de laesquina de Santa Teresa y la Moneda

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(hoy Moneda y Lic. Verdad), dondeestuvo la primera imprenta del NuevoMundo; la del Reloj y Santa Teresa (hoy1.ª de la R. Argentina y 2.ª de la deGuatemala), donde tramaron unaconspiración los hermanos Ávila, la deSan Agustín (hoy 2.ª de Uruguay), dondehabitó el sabio Humboldt; la del Amorde Dios (ahora Gral. Emiliano Zapata),donde escribió sus obras Sigüenza yGóngora; la de las Damas (hoy Bolívar),en cuya esquina y la de Ortega (hoyUruguay), se hospedó Bolívar; lacerrada de Santa Teresa, donde muriómisteriosamente el Lic. Verdad, mártirde la democracia y de la Independencia,cuyo nombre lleva esta calle.

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Como podrá observarse, un estudiodetallado minucioso, erudito, de cadauna de estas calles, sería, a la vez queinteresante para la historia de la ciudadde México, útil al viajero que altransitarlas, le parecería leer unacrónica animada en tantas calles ycallejas.

La vida colonial absorbería suatención durante las tres centurias dedominación ibérica. Los frailes, lasmonjas, los virreyes, los alcaldes, losalguaciles, le llevarían a los conventos ya los palacios; los inquisidores, loscatedráticos, los doctores, le invitarían apresenciar los autos de fe, las clases enlos colegios y los actos en la

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Universidad; los poetas prosaicos ygongorinos, los prosistas indigestos porsu erudición y estilo, le harían reír enlos certámenes literarios, y lospredicadores gerundianos, hinchados devana ciencia, faltos de unción, leobligarían a taparse los oídos para noescuchar aquellos sermones blasfemosque disparaban desde los púlpitos.

Las entradas de los virreyes, losdías de los soberanos, el nacimiento delos infantes, la muerte de los reyes, lascanonizaciones de los santos, leprestarían pretexto para regocijarse confiestas profanas, religiosas o fúnebres,amenizadas con representaciones en elColiseo, con fuegos artificiales, con

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corridas de toros, de liebres, de perros yde gatos; con carros alegóricos y arcostriunfales, llenos de símbolosmitológicos intrincados jeroglíficos parael vulgo, que se consolaba con la lecturade su interpretación en libros al efectopublicados, por pedantes bachilleres ypoetas chirles.

Recorrería la ciudad, falta delimpieza y ornato —hasta el gobiernodel ilustre segundo conde de RevillaGigedo—; la plaza convertida enmercado inmundo; la horca irguiéndosesobre señores y esclavos; la Catedral amedio concluir; el Palacio convertido encafé, billar, fonda y dormitorio público;las calles sin empedrado, con aguas

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pútridas en el arroyo, sin luces quealumbraran; algunas sirviendo deestablos a las vacas y de zahúrdas a loscerdos.

Y sin embargo, la tranquilidad deaquella vida, reglamentada por lacampana del vecino templo, ellevantarse con el alba, asistir a la misade mañana, desayunarse con espumosochocolate y sabrosos bizcochos; comer alas doce o la una, el suculento caldo, elarroz con pollo, el puchero indigesto yotros platillos por el estilo; dormir lasiesta para merendar después, ir alpaseo en coche de sopandas y acostarsea la hora de la queda; prestarían motivoal observador para formarse idea de una

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vida monótona si se quiere, pero quehacía vivir largos años a aquellasbuenas gentes, lectoras asiduas de lasGacetas de don Manuel Antonio Valdés,y que asistían con positivo fervor ysencilla piedad a las procesiones delCorpus y Semana Santa.

Un libro especial dedicado alestudio de estas costumbres, una obraque se ocupe del origen de nuestrascalles, no la hay completa. Mucho hizoel doctor Marroquí y algo hemosensayado nosotros; pero aún faltamucho.

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La calle del Puente deAlvarado

El origen del nombre de la calle queocupa hoy nuestra atención, data de losprimeros años de la Conquista.

La tradición se refería por losmismos conquistadores, y después fuearraigándose de tal modo, queunánimemente poetas y cronistas larepitieron por más de tres centurias,teniendo por una verdad incontrovertiblelo que no fue sino falsa leyenda.

El caso no es único ni excepcional.La Historia abunda en muchos sucesos

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fabulosos; pero principalmente lahistoria de la Conquista de México estállena de cuentos y consejas. Falso es,entre otras cosas, que Cortés quemarasus naves, falso también que llorara bajoel famoso ahuehuete de Popotla, yfalsísimo que Motecuhzoma sucumbieravíctima de una pedrada. Cortés barrenólas naves, no tuvo tiempo de derramarlágrimas en su fuga de la ciudad, y antesde abandonarla ordenó la muerte deMotecuhzoma.

Dice la leyenda, que en la célebreretirada de los españoles, Pedro deAlvarado, al llegar a la terceracortadura de la calzada de Tlacopan,«clavó su lanza en los objetos que

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asomaban sobre las aguas, se echó haciaadelante con todo el impulso posible, yde un salto salvó el foso».

Hecho tan inexacto como admirable,impuso el nombre a una de nuestrasprincipales avenidas que todavía sellama del Puente de Alvarado, y en laque se conservó por muchos años unpuente y una zanja que corría de Sur aNorte. El señor Orozco y Berra, que lavio en 1834, dice que estaba cubierta «auno y otro lado de la calle», y que por ellado Sur presentaba hacia 1847 unjardín y casa de baños, que después fueTívoli del Elíseo —donde se descubríaparte de la acequia— y que hacia elNorte existía un portillo que se tapó en

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seguida por una pared y reja quecorrespondían a la casa marcada con elnúmero 5, y ahora sin número, frente a lacalle del Elíseo.

Agrega, que el antiguo acueductopasaba por la calle y que el puenteestaba cerca del que fue Tívoli.

Ahora no hay rastros de puente niacueducto; pero subsiste el título que sedio a la calle, y con él, la tradición quevenimos desmintiendo.

Y para que pueda apreciarse laverdad del suceso, vamos a recordar elinteresante episodio conocido en lahistoria por la Noche Triste.

Hernán Cortés, de común acuerdocon sus capitanes, resolvió dejar la

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ciudad en la cual no podría sostenersepor más tiempo, por los continuos yrepetidos ataques de los mexicanos.Asegurando el quinto del Rey, lo que aél tocaba, y abandonados cerca desetecientos mil pesos que no era posiblellevar —todo provenía de los tesorosindígenas— dio la orden de marcha.

Fue a la media noche del 30 de juniode 1520. La obscuridad era profunda yfuerte aguacero caía. La columna deretirada comenzó a salir del cuartel delos españoles, que había sido palaciodel Rey Axayacatl, y que estuvo situadoen la esquina de las calles de SantaTeresa y 2.ª del Indio Triste. Marchabana la vanguardia Gonzalo de Sandoval,

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con los capitanes Antonio Quiñones,Francisco de Acevedo, Francisco deLugo. Diego de Ordaz, Andrés de Tapiay otros que habían llegado con Narváez,acompañados de doscientos infantes yveinte caballos. En esta vanguardia,cuatrocientos tlaxcaltecas conducían unpuente portátil de madera, queemplearían para atravesar lascortaduras, y cincuenta soldados bajolas órdenes del capitán Magarino, leservían de custodia. En medio, rigiendola batalla, iban Cortés, Alonso de Ávila,Cristóbal de Olid y Bernardino Vázquezde Tapia; los cañones arrastrados pordoscientos cincuenta tlaxcaltecas ycincuenta rodeleros que los escoltaban;

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el fardaje en hombros de los indios; loscaballos conduciendo el quinto del oroque pertenecía al Rey, y la yegua quellevaba la parte correspondiente a DonHernando; los macehuales que cargabanen sus espaldas el oro de los capitanes ysoldados, las mujeres del ejército, lassirvientas y mancebas, Doña Marina ydos hijas de Motecuhzoma, todasdefendidas por treinta españoles ytrescientos indios; los prisioneros queno habían sucumbido, de los que eranprincipales Chimalpopoca yTlaltecatzin, hijos del citadoMotecuhzoma, el señor de Acolhuacán yotros muchos. Atrás y a la retaguardia,que venía a las órdenes de Pedro de

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Alvarado y de Juan Velázquez de Leóncaminaba un competente número depeones y un pelotón de caballería. Sietemil aliados, por último, se habíanrepartido en las tres secciones.[2]

Tan extraña comitiva, semejante auna negra serpiente, atravesó en silenciopavoroso las calles de Tacuba, SantaClara y San Andrés.

Llovía a torrentes, y el piso estaballeno de lodo y encharcado. A lasdificultades del terreno se unía el pesode las armas y de los tesoros con que lacodicia había cargado a losconquistadores. Se llegó a la primeracortadura, situada en la esquina de SantaIsabel, y colocado el puente, se hundió

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bajo el peso formidable de aquellamultitud.

De repente, una mujer que iba asacar agua, a la luz de un tizónencendido, contempla a los fugitivos:arroja la tea con que se alumbra a lasaguas del canal, y anuncia a gritos lafuga de los castellanos. Ya no eranecesario: los centinelas mexicanoshabían corrido la voz de alerta.

En un instante los que huían seencontraron acometidos por todaspartes. La lucha comenzó en medio denegrísimas tinieblas, y a la luz de losrelámpagos se podían ver millares decanoas, henchidas de guerreros, a la vezque se escuchaba el lúgubre sonido del

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caracol sagrado, que allá en el teocallimayor convocaba para la guerra.

Parte del ejército fugitivo decastellanos y tlaxcaltecas aceleró elpaso y logró atravesar el puente; pero laotra quedó incomunicada.

Entonces cundió el pánico, reinó eldesorden; todos gritaban, todoscombatían, y cada cual trataba deponerse en salvo.

Frente a San Hipólito, en la segundacortadura, muchos pasaron por infinidadde cadáveres, que habían obstruido elfoso.

Más allí fue la mayor confusión y lomás recio de la pelea. Los guerrerosaztecas atacaban a los castellanos con

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furia, sin tregua y cuerpo a cuerpo.Silbaban las flechas disparadas por

los arcos, caían piedras de las azoteas yresbalaban los caballos en el lodo obajo el golpe mortal de las macanas. Lasespadas chocaban contra los escudos,las lanzas abrían hondas heridas, laartillería no funcionaba y la pólvora delos mosquetes no daba fuego,humedecida por la lluvia torrencial.

Espantables eran las voces de lasvíctimas. Aquí pedía alguien socorro,allá se ahogaba un castellano y acullá untercero imploraba a gritos piedad yperdón por sus pecados. Los ayes de losmoribundos se mezclaban al ronco sonproducido por los huehuetin y caracoles

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aztecas.En la tercera cortadura, junto al

Tívoli del Elíseo, hoy calle del mismonombre, la derrota de los castellanos fuecompleta. El relámpago con su luzfosforescente, alumbraba a lamuchedumbre que huía, a los montonesde cadáveres —entre los que podíandistinguirse cabezas ensangrentadas,brazos que aún empuñaban la lanza o elescudo— y las aguas tintas en sangre,por las que surcaban las canoasvictoriosas de los valientes defensoresde la patria, quienes a grandes vocesvitoreaban a Cuitláhuac y Cuauhtémoc,héroes gloriosos de aquella tremendalucha.

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En aquel momento, Pedro deAlvarado aparece en la terceracortadura. Su yegua alazana ha caídomuerta. Viene a pie, solo, cubierto debarro, chorreando sangre ydefendiéndose hasta la desesperación desus perseguidores. Encuentra una vigaatravesada en la acequia, la pasa, y unavez en el otro lado, monta en las ancasdel caballo de un tal Gamboa, que lopone fuera de peligro.

Como se ve, el famoso capitán, nosaltó ningún foso, ni se apoyó en lanzaalguna, sino que pasó por una viga.

Y así fue, en efecto, pues según diceun testigo ocular, el salto hubiera sidoimposible por lo ancho y profundo de la

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zanja.Por otra parte, en el proceso de

Alvarado, contestó éste al capítulo enque se le acusaba de haber abandonadoa sus compañeros, con estas frases:

«Solo e mal herido, e el cavallomuerto e viéndome desta manera, paséel dicho paso: e no me lo habían detener a mal ni dármelo por cargo, puesfue milagro poderme escapar, e no lopudiera hacer sy no fuera porque uno decavallo estaba de la otra parte, que eraCristóbal Martín de Gamboa, que metomó a las ancas de su cavallo e mesalvó».[3]

¿Pero, cuál fue el verdadero origende la leyenda que dio nombre a la calle?

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El fidelísimo Bernal Díaz del Castillo,testigo ocular de aquellos sucesos, lorefiere en las siguientes palabras:

«Y porque los lectores sepan que enMéxico hubo un soldado que se decíaFulano de Ocampo, que fue de los quevinieron con Garay, hombre muy pláticoy que se apreciaba de hacer libelosinfamatorios y otras cosas a manera demasepasquines, y puso en ciertoslibelos a muchos de nuestros capitanescosas feas, que no son de decir, nosiendo verdad; y entre ellos, demás deotras cosas dijo de Pedro de Alvarado:que había dejado morir a su compañeroJuan Velázquez de León con más de 200soldados y los de a caballo que les

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dejamos en la retaguardia, y se escapóél, y por escaparse dio aquel gransalto, como suele decir el refrán: “Saltóy Escapó la Vida”».[4]

No fue, pues, más que un «sangrientoepigrama» —como ha dicho unentendido escritor—[5] lo que diomotivo a que se le atribuyera a Pedro deAlvarado un salto prodigioso, que porlo demás, a ser cierto, hubiera dejado«más encarecida su ligereza, queacreditado su valor».[6]

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La Llorona

Consumada la Conquista y poco más omenos a mediados del siglo XVI, losvecinos de la ciudad de México que serecogían en sus casas a la hora de laqueda, tocada por las campanas de laprimera Catedral; a media noche yprincipalmente cuando había luna,despertaban espantados al oír en lacalle, tristes y prolongadísimosgemidos, lanzados por una mujer a quienafligía, sin duda, honda pena moral otremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinoscontentábanse con persignarse o

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santiguarse, que aquellos lúgubresgemidos eran, según ellas, de ánima delotro mundo; pero fueron tantos yrepetidos y se prolongaron por tantotiempo, que algunos osados ydespreocupados, quisieron cerciorarsecon sus propios ojos qué era aquello; yprimero desde las puertas entornadas, delas ventanas o balcones, y en seguidaatreviéndose a salir por las calles,lograron ver a la que, en el silencio delas obscuras noches o en aquellas en quela luz pálida y transparente de la lunacaía como un manto vaporoso sobre lasaltas torres, los techos y tejados y lascalles, lanzaba agudos y tristísimosgemidos.

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Vestía la mujer traje blanquísimo, yblanco y espeso velo cubría su rostro.Con lentos y callados pasos recorríamuchas calles de la ciudad dormida,cada noche distintas, aunque sin faltaruna sola, a la Plaza Mayor, donde vueltoel velado rostro hacia el oriente,hincada de rodillas, daba el últimoangustioso y languidísimo lamento;puesta en pie, continuaba con el pasolento y pausado hacia el mismo rumbo,al llegar a orillas del salobre lago, queen ese tiempo penetraba dentro dealgunos barrios, como una sombra sedesvanecía.

«La hora avanzada de la noche —dice el Dr. José María Marroquí, el

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silencio y la soledad de las calles yplazas, el traje, el aire, el pausado andarde aquella mujer misteriosa y, sobretodo, lo penetrante, agudo y prolongadode su gemido, que daba siempre cayendoen tierra de rodillas, formaba unconjunto que aterrorizaba a cuantos laveían y oían, y no pocos de losconquistadores valerosos y esforzados,que habían sido espanto de la mismamuerte, quedaban en presencia deaquella mujer, mudos, pálidos y fríos,como de mármol. Los más animososapenas se atrevían a seguirla a largadistancia, aprovechando la claridad dela luna, sin lograr otra cosa que verladesaparecer en llegando al lago, como si

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se sumergiera entre las aguas, y nopudiéndose averiguar más de ella, eignorándose quién era, de dónde venía ya dónde iba, se le dio el nombre de LaLlorona».

Tal es en pocas palabras la genuinatradición popular que durante más detres centurias quedó grabada en lamemoria de los habitantes de la ciudadde México y que ha ido borrándose amedida que la sencillez de nuestrascostumbres y el candor de la mujermexicana han ido perdiéndose.

Pero olvidada o casi desaparecida,la conseja de La Llorona es antiquísimay se generalizó en muchos lugares denuestro país, transformada o asociándola

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a crímenes pasionales, y aquellavagadora y blanca sombra de mujer,parecía gozar del don de ubicuidad,pues recorría caminos, penetraba por lasaldeas, pueblos y ciudades, se hundía enlas aguas de los lagos, vadeaba ríos,subía a las cimas en donde seencontraban cruces, para llorar al pie deellas o se desvanecía al entrar en lasgrutas o al acercarse a las tapias de uncementerio.

La tradición de La Llorona tiene susraíces en la mitología de los antiguosmexicanos. Sahagún en su Historia(libro 1.ª, Cap. IV), habla de la diosaCihuacoatl, la cual «aparecía muchasveces como una señora compuesta con

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unos atavíos como se usan en Palacio:decían también que de noche voceaba ybramaba en el aire… Los atavíos conque esta mujer aparecía eran blancos, ylos cabellos los tocaba de manera, quetenía como unos cornezuelos cruzadossobre la frente». El mismo Sahagún(Lib. XI), refiere que entre muchosaugurios o señales con que se anunció laConquista de los españoles, el sextopronóstico fue «que de noche se oyeranvoces muchas veces como de una mujerque angustiada y con lloro decía: “¡Oh,hijos míos, que ya ha llegado vuestradestrucción!”. Y otras veces decía:“¡Oh, hijos míos!, ¿dónde os llevarépara que no os acabéis de perder?”».

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La tradición es, por consiguiente,remotísima; persistía a la llegada de loscastellanos conquistadores y tomada yala ciudad azteca por ellos y muerta añosdespués doña Marina, o sea laMalinche, contaban que ésta era LaLlorona, la cual venía a penar del otromundo por haber traicionado a losindios de su raza, ayudando a losextranjeros para que los sojuzgasen.

«La Llorona —cuenta D. José MaríaRoa Bárcena—, era a veces una jovenenamorada, que había muerto envísperas de casarse y traía al novio lacorona de rosas blancas que no llegó aceñirse; era otras veces la viuda quevenía a llorar a sus tiernos huérfanos; ya

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la esposa muerta en ausencia del maridoa quien venía a traer el ósculo dedespedida que no pudo darle en suagonía; ya la desgraciada mujer,vilmente asesinada por el celosocónyuge, que se aparecía para lamentarsu fin desgraciado y protestar suinocencia».

Poco a poco, al través de lostiempos la vieja tradición de La Lloronaha ido, como decíamos, borrándose delrecuerdo papular. Sólo queda memoriade ella en los fastos mitológicos de losaztecas, en las páginas de antiguascrónicas, en los pueblecillos lejanos, oen los labios de las viejas abuelitas, queintentan asustar a sus inocentes

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nietezuelos, diciéndoles: ¡Ahí viene LaLlorona!

Pero La Llorona se va, porque losniños de hoy no se espantan con losfantasmas del pasado y se encaranmuchas veces con las realidades delpresente.

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La Virgen delPerdón[7]

Sucedido de la calle delArzobispado, hoy de la Moneda

I

Las tradiciones son el alimento de laimaginación popular, y es a través de lostiempos como echan hondas raíces y setransmiten de generación en generación.

Nada más hermoso que estos cuentosnacidos al calor del hogar, narrados con

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elocuente sencillez, por nuestrosantecesores a nuestros padres, pornuestros padres a nosotros.

En aquella lejana época, la tradiciónse tomaba por la misma realidad, ycomo hada maravillosa, todo lo podía.Nadie se preocupaba por comprobar loshechos, por averiguar el secreto de lasvaritas de virtud. La mayoría seembriagaba con sus prodigios y pocosinquirían la causa de los llamadosmilagros.

De aquí tantas asombrosastradiciones, tantos cuentos populares,que es preciso purificar en el fuego de laverdad, para que ésta brille como en elcrisol el oro puro.

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Desde muchachos oíamos a nuestrasanta abuela la leyenda de la Virgen delPerdón, que existe en la Catedral deMéxico.

«La imagen que contemplamos en elaltar que está tras del coro —nos decía— que tiene a sus lados al Señor SanJosé y a Señora Santa Ana, cubierta demagnífico cristal y con marco de plata,fue pintada en una puerta muy antigua, yesta puerta perteneció a un calabozo dela Inquisición.

»¿Quién la pintó y cómo? Hacemuchos años ¡pero muchos! tantos, queya nadie se acuerda de ello; allá, cuandono había presidentes, sino virreyes ycapitanes generales, cuando la gente era

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más devota, y más rica y más feliz, huboun perro judío, que por sus malas mañasfue preso por la inquisición.

»Malo como era, sabía pintar,porque Dios es misericordioso hasta consus enemigos y a todas las criaturasdispensa sus favores.

»El judío, preso en su calabozo, sinhablar con nadie, pues únicamente secomunicaba con sus semejantes a la horaen que se presentaba a los jueces, ycuando el carcelero le llevaba de comer,no tenía ocupación ninguna, ni sabíarezar más que las oraciones judaicas.

»Así vivió mucho tiempo. Cierto díapidió pinceles y colores para distraersedel fastidio. No le negaron tan inocente

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diversión, y él, que cuando estaba librevisitaba por curiosidad los templos deEuropa, conoció en las iglesias muchoscuadros de vírgenes y santos, y se leocurrió pintar en la puerta de sucalabozo la imagen de una virgen quehabía atraído su atención.

»Preparó los colores, tomó el pincely recordando aquella santísima virgen,de rostro tan dulce y tan devoto, quesólo el verla un instante invitaba a laoración; impresionado por aquellafisonomía tan cariñosa que conquistabacorazones, comenzó a pintar y a pintarhasta concluir el cuadro.

»Cierto día que el carcelero, parallevarle agua y alimentos, entró al

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calabozo, el judío le mostró su obra conla complacencia natural del que sesiente satisfecho de haber ejecutado unacosa buena.

»Aunque hombre rudo e ignorante, elcarcelero quedó admirado ante lalindísima pintura. Conmovido comunicóa los inquisidores lo que había visto, yéstos fueron al calabozo, y seducidosante la belleza de la imagen,manifestaron al judío que aquél era unpatente milagro, que se arrepintiera desus culpas y le otorgarían el perdón.

»Lloró el judío, confesó suspecados, abjuró de su ley, y puesto enlibertad, fue un buen cristiano.

»La pintura se colocó desde

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entonces en la Catedral, y el pueblo lallamó la Virgen del Perdón».

Con otras palabras, con más o menosdetalles, así nos contaba esta conseja laabuelita que, al par que el vulgo la creíaartículo de fe; conseja popular comootras con que se concilia el sueño de losniños y que cantan los poetas enbellísimos y sonoros versos.

Mas la citada imagen, que existe ennuestra Catedral, ni se llamó así por unmilagro, sino por haberse colocado en elAltar del Perdón que, es costumbreconsagrar a las Ánimas del purgatorioen las catedrales; ni fue obra de judío.

¿Cuál pudo ser el origen de laconseja?, ¿qué preso por las cosas de la

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fe, pintó en la antigua Catedral deMéxico, no una virgen, sino todo unretablo? Lo vamos a ver en seguida.

Es triste despojar a la tradición desus encantos, como es doloroso deshojarlas frescas flores de un jardín; pero lahistoria es, si se quiere, inhumana, lacrítica implacable, y la verdad seimpone porque siempre es más hermosa,aun desnuda de poéticos adornos.

II

Los curiosos datos que ahora aparecenen tipos de molde, los hemos encontradoen un viejo manuscrito, de caracteres

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casi ininteligibles del siglo XVI.Es una causa original, que poseía

nuestro erudito amigo D. José María deAgreda y Sánchez, y que se formó en laépoca del Sr. D. Alonso de Montúfar,segundo Arzobispo de México, quienfungía como inquisidor en NuevaEspaña,[8] aunque se ignora si tuvo taltítulo, pues sólo se sabe que fueCalificador del Santo Tribunal deGranada. Lo cierto es que celebró autosde fe, y que existen procesos de sutiempo, tocantes a este asunto, como elque se siguió a Simón Pereyns, porblasfemo. Simón Pereyns, en sudeclaración rendida a 14 de septiembrede 1568, confesó que era hijo de Fero

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Pereyns y Constanza de Lira, denacionalidad flamenca, natural de laciudad de Amberes, donde sin dudapasó su niñez y juventud. Que de allí setrasladó a Lisboa (sic), después aToledo, lugar en que se hallaba a lasazón la Corte; y tal vez con esperanzade hacer fortuna con su arte, pues erapintor, vino a Nueva España encompañía del Virrey D. Gastón dePeralta, Marqués de Falces.

Estando un día en Tepeaca,conversando amigablemente conFrancisco Morales, también pintor, ycon la mujer de éste llamada FranciscaOrtiz, se movió plática acerca de losamancebados, y Pereyns, a lo que

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parece, afirmó que no cometían pecadolos que así vivían. Contestóle Moralesque no dijese tal cosa; que por menos enEspaña, había visto castigados a otrospor el Santo Oficio, y que eraconveniente se acusara a su directorespiritual. Replicó Pereyns:

—Será pecado venial, y bueno seréyo en contárselo a mi confesor.

Morales, que refirió lo anteriorcomo testigo, dice que el bendito deSimón le aseguró también, que sólopintaba retratos de personas, porquemejor gustaba de esto que de hacerimágenes de santos.

Pero sea que la conciencia leremordiera, sea que las contestaciones

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de su colega Morales lo convencieran,lo cierto del caso fue, que el cándido deSimón Pereyns, estando en México, sedenunció a sí mismo, el 10 deseptiembre de 1568, ante Fr. BartoloméLedesma, Gobernador de la Mitra.

En la declaración que rindió el día14 —ya citada— fuele preguntado «sientre sus ascendientes había tenidojudíos o penitenciados por el SantoOficio», y contestó que no sabíahaberlos tenido. Preguntado si sabía elmotivo de estar preso en las cárceles delArzobispado, contestó que por habersedenunciado él mismo y por haber dicho,según lo interpretaba Morales, que nopecaban los amancebados; pero que

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como no entendía bien la lenguacastellana y se expresaba en ella condificultad, sin duda se habían entendidomal sus palabras. Que respecto a queasegurase que «mejor pintaba retratosque imágenes», declaró que en efecto,así lo había escrito a su padre; pero sinmalicia, pues si daba preferencia aaquéllos sobre las últimas, era porquese los pagaban mejor.

Confesión tan sincera comocandorosa, fue suficiente para que elProvisor D. Esteban de Portillocontinuara la causa, en la quedepusieron muchos testigos, entre ellospintores; y como sus relatos se juzgarondesfavorables a Simón Pereyns, el 1.ª de

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diciembre del mismo año fue sometido ala prueba del tormento.

Se le notificó esto, y dijo que seafirmaba en su «dicho». Mostráronle elpotro y el agua, instrumentos de tortura,y continuó en su «dicho». Desnudado yestando en camisa y zaragüelles, repitiósu «dicho», y en su «dicho» se aferrócolocado ya en el potro. En fin,atormentado, soportó tres vueltas ytragóse tres jarros de agua, sin haberquerido retractarse de su «dicho».Simón Pereyns, como se le decía en lajerga inquisitorial, venció al tormento,pues nada agregó de nuevo a lo quehabía confesado en sus primerasdeclaraciones.

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Tres días después, pronunciósesentencia definitiva; y como documentocurioso e inédito, original por sucontenido, y bárbaro… por suortografía, es digno de que loestampemos a continuación:

«En el pleito criminal, que ante mipende y se ha hecho de officio por lotocante al Sto. Officio, contra simonpereins, flamenco, preso en la carcer deeste Arzobispado, sobre las palabrasque el dicho simon pereins dixo sobreque le está hecho cargo:

»ffallo, atento los autos y méritosdeste proceso a que me refiero, que porla culpa que dél resulta, contra el dichosimon pereins, usando con él de equidad

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y misericordia, que le devo condenar ycondeno, a que dándole todo recaudo aldicho simon pereins, pinte a su costa elretablo de nra. señora de la mrd. destasta. iglesia, muy deboto y a mi contento,y que en el ynterin que el dicho retablopinta, no salga desta ciudad en sus piesny en agenos, so pena que será castigadocon todo rigor, como onbre que noobedece los mandos del sto. officio; yamonesto y mando al dicho simonpereins, que de aquí adelante no seaosado decir ny diga semejantes palabrasquestas sobre que a sido preso, ny semeta en disputas tocantes a nra. santa fecatólica, so pena que será castigadorigurosamente; y más le condeno en las

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costas deste proceso, y por esta mysentencia definytiba, juzgando así, lopronuncio y mando en estos escritos ypor ellos.—El Dor Esteuan de Portillo.

»En méxico en quatro de diziembrede myll y quinientos sesenta y ochoaños, se dió y pronunció esta sentenciadefinitiva, de suso contenida, por eldicho sor. doctor barbosa (sic), provisory vicario general de este Arzobispadode México, por presencia de mi joan deavendaño, notario público apostólico yde la audiencia deste Arzobispado deméxico.—testigos—el bachillervillagomez y juan de vergara.—johande avendaño».

En el mismo día, mes y año, se le

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notificó al reo la anterior sentencia «ydixo que consentía y consintió», aunqueno sabemos si de buena o mala gana,pues el pobre flamenco, a más no podery por librarse de mayores sustos, a todocontestaba amén, con la conformidad delahorcado.

Visto el breve extracto que hemoshecho de la causa de Simón Pereyns, lahistoria disipa con su luz las sombras dela poética tradición.

Como se ve, el artista de la consejano pintó en una puerta una Virgen que lesirviera para que le otorgaran el perdón,sino el retablo de Nuestra Señora de laMerced de la primitiva Catedral, cuadroque aún se conserva en el altar del

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Perdón de la actual metropolitanaiglesia, y no obtuvo su libertad pormilagro de la imagen, sino a costa dedolores en el tormento y previo trabajode su arte.

Por lo demás, la sentencia demuestrala «equidad y misericordia» de aquellosviejos jueces. Que Simón no queríahacer imágenes, pues que pinte elretablo de un altar; que gusta más dehacer retratos porque se los paganmejor, pues que pinte gratis et amore ennuestra Santa Catedral.

¿Y las costas? Apurado debehaberse visto para satisfacerlas. ¡Quétiempos! ¡Qué costumbres!

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Un aparecido

Leyenda de la Plaza Mayor

I

Refrene su espanto el lector, pues no setratará aquí de una alma del otro mundo,sino de un misterioso personaje que seapareció una mañana en la plazaprincipal de México, allá en el sigloXVI.

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El aparecido, es cierto, vino del otromundo, pero con su propia carne yhuesos; caminó, y no por voluntadpropia, sin incomodidad ni fatiga, y enmenos tiempo del que ha gastado lapluma para escribir estas primeraslíneas.

En antiguos pergaminos hemosencontrado este acontecimiento pococonocido, y certificado por muy gravesautores, insignes por su veracidad yteologías. Pero vamos al cuento… estoes, a la historia.

Refiere el Dr. Antonio de Morga,Alcalde del Crimen de la RealAudiencia de la Nueva España yConsultor que fue del Santo Oficio, en

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un libro que intituló Sucesos de las IslasFilipinas, que en la plaza mayor deMéxico se supo por primera vez lamuerte del Gobernador Gómez PérezDasmariñas en el mismo día en queacaeció, aunque se ignoraba cómo y porqué conducto.

Ciertamente, en aquella época enque ni el cable submarino ni la telegrafíasin hilos aun se soñaban, fuesorprendente que en la misma fecha enque se verificó el suceso, se haya sabidodesde una distancia tan grande como esla que separa a México de las IslasFilipinas.

El hecho a que alude el Dr. Morga,de un modo tan superficial y misterioso,

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lo narran otros cronistas con claridad,aunque atribuyéndolo a mediossobrenaturales.

Cuentan que en la mañana del 25 deoctubre de 1593, apareció en la plazamayor de México un soldado con eluniforme de los que residían en las IslasFilipinas, y que el dicho soldado, con elfusil al hombro, interrogaba a cuantospasaban por aquel sitio, con elconsabido y sacramental ¿quién vive?

Agregan que la noche anterior sehallaba de centinela en un garitón de lamuralla que defendía a la ciudad deManila, y que sin darse cuenta de ello yen menos que canta un gallo, se encontrótransportado a la capital de Nueva

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España, donde el caso pareció tanexcepcional y estupendo, que el SantoTribunal de la Inquisición tomó cartas enel asunto, y después de seriasaveriguaciones y el proceso de estilo,condenó al soldado tanmaravillosamente aparecido a que sevolviese a Manila; pero despacito y porla vía de Acapulco, pues el camino eralargo y no había de intervenir, como ensu llegada, el espíritu de Lucifer, a quiense colgó el milagro del primer viaje tanrepentino como inesperado.

II

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Consta el suceso que hemos consignado,en gruesos pergaminos escritos por muyreverendos cronistas de las Órdenes deSan Agustín y Santo Domingo, y lamuerte de Gómez Pérez Dasmariñas larefiere uno de ellos con pormenores queno carecen de interés.

Entre las naciones que másfrecuentaban el comercio con losespañoles en las Filipinas, se contaba ladel Japón, la cual era apreciada tantopor su policía y política, cuanto por susvaliosos géneros y otras ricasmercancías.

Siendo Gobernador de las citadasIslas Gómez Pérez, recibió unaembajada del Emperador Taycosoma.

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«Casi por el mismo tiempo —diceFray Gaspar de San Agustín— llegarona Manila por parte del Rey de CamboxaEmbaxadores, el vno. Portugues,nombrado Diego Belloso, y el otroCastellano, llamado Antonio Barrientos,que truxeron de regalo al Gobernadordos hermosos Elefantes, que fueron losprimeros que se vieron en Manila. Elmotivo de esta Embaxada se reducía apedirle su amistad, y alianza, para que lediesse socorro contra el Rey de Sian suvezino, que pretendía invadirle. Recibióel Gobernador Gómez Pérez Dasmariñasla embaxada con agrado, y el regalo quele traían; y como no se hallase conbastante gente para el socorro que se le

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pedía, despachó los Embaxadores,dándole al Rey de Camboxa buenasesperanzas: y correspondiéndole conotro regalo, se estableció buenacorrespondencia para el comercio entreambas naciones».[9]

Empero, Gómez Pérez reflexionóque aquella era la oportunidad para laconquista del Maluco. Envió al efecto unexplorador, el hermano Gaspar Gómez,religioso de la Compañía de Jesús, yadquirió copiosas noticias de otro, el P.Antonio Marta, que residía en Tidore.

Resuelto a llevar a cabo supropósito, se proveyó de cuatro galerasy varias embarcaciones, con elcompetente número de soldados, y con

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pretexto de impartir auxilio al Rey deCamboxa, dejó a Manila el 17 deoctubre de 1593, acompañado depersonas notables y de venerablesreligiosos.

La Armada se dio a la vela en elpuerto de Cavite el 19 del mismo mes yaño. En la Punta de Santiago y el día 25,el viento del Este estrechó a la galeraCapitana a abandonar a las demás, loque obligó a Gómez Pérez a fondear enla punta de Azufre. Como la corriente delas aguas era impetuosa, había ordenadoa los chinos que llevaba consigo queremasen con fuerza, y éstos, que eran250, alegando disgustos porque loshabía reprendido con severidad el

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Gobernador, resolvieron robar la galeray las mercancías, y para ello matar atodos los españoles, con tanta mayorfacilidad cuanto que los rebeldes eranmuchos e iban armados.

Tramada la conspiración, en lamisma tarde se vistieron los chinos contúnicas blancas para distinguirse entresí, y después de haber degollado a losespañoles, en el mismo instante quesalía Gómez Pérez Dasmariñas de sucamarote, le abrieron por mitad lacabeza, y su cadáver, junto con los delos otros, fue arrojado al mar, lograndolos criminales, de tan pérfida manera,apoderarse de lo que codiciaban.

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III

No faltan cronistas tan sencillos comoseveros, que digan que aquella muertefue un castigo del cielo, pues afirmanque el Gobernador Pérez Dasmariñas,durante su vida, no había caminado deacuerdo con el obispo de Manila, Fr.Domingo de Salazar, y que varias yrepetidas disputas se entablaron entrelos dos con motivo de los negocios delEstado y de la Iglesia.

Sea de esto lo que fuere, lo que síatestiguan los ya mencionados cronistas,es que tanto en Manila como en Méxicola muerte del Gobernador fue anunciada

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por signos sobrenaturales.Que en Manila, entre los retratos de

los Caballeros de las Órdenes militaresque existían en la portería del conventode San Agustín, había uno de GómezPérez, y que en el mismo día de sufallecimiento amaneció cuarteada lapared en que estaba pintado el retrato,en la parte que correspondía a la cabezadel Gobernador, a quien, como se dijo,habían dividido el cráneo los asesinos.

«Es digno de ponderación —concluye Fr. Gaspar de San Agustín—,que el mismo día que sucedió la tragediade Gómez Pérez, se supo en México porarte de Satanás; de quien valiéndosealgunas mujeres inclinadas a semejantes

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agilidades, trasplantaron a la Plaza deMéxico a un Soldado que estabahaziendo posta vna noche en vna Garitade la Muralla de Manila, y fuéexecutado tan sin sentirlo el Soldado,que por la mañana lo hallaronpaseándose con sus armas en la Plaza deMéxico, preguntando el nombre decuantos pasaban. Pero el Santo Oficiode la Inquisición de aquella ciudad lemandó bolber a estas Islas, donde leconocieron muchos, que me aseguraronla certeza de este suceso…».

Ante semejante aseveración de uncronista tan sesudo, nosotros noponemos ni quitamos rey, y nosconformamos con repetir:

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Y si lector, dijeres, ser comento,Como me lo contaron, te lo cuento.

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La casa de losAzulejos

I

Curioso estudio podría hacerse acercade la nobleza mexicana, es decir, lahistoria de los títulos de Castilla que apersonas residentes en México fueronconcedidos por el Rey de Españadurante el tiempo del coloniaje.

Este estudio tendría además uninterés puramente histórico, pues

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muchos de los títulos fueron expedidos aconquistadores por sus hazañas, agobernantes por sus servicios y aparticulares por sus obras meritorias.

Algunos de los citados títulos estáníntimamente relacionados con eldescubrimiento y fundación de pueblos,villas y ciudades; no pocos con elnombre que se dio a las calles deMéxico y de diversos estados de laactual República, y varios con los másricos centros de minería.

Es cierto que la nobleza de NuevaEspaña no fue toda de limpios blasonesy legítimamente adquirida; es cierto quehubo títulos concedidos a losencomenderos que se extremaron en los

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aperreamientos y matanzas de indios;pero también hubo nobles tanfilantrópicos como el Conde de Regla ytan patriotas como el Marqués de SanJuan de Rayas.

Hoy la nobleza está en la virtud y enel talento; hoy aquellos blanquísimospergaminos, prodigios de caligrafía yprimorosos por sus miniaturas debrillante oro y de vivísimos colores, sonobjeto de pura curiosidad; y sólo unoque otro individuo los conserva comorecuerdo y timbre de su pasadagrandeza.

Pero a pesar de esto, para elhistoriador los títulos de nobleza soninteresantes, y muy en particular para el

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que intente hacer una crónica detalladade la ciudad de México.

Varias de las casas y calles denuestra Capital tienen su origen históricoen aquellos viejos blasones. Porejemplo, todavía se levantan con suaspecto nobiliario las casas del Condede Santiago de Calimaya, en la calle deJesús, de la Condesa de San MateoValparaíso en el Puente del EspírituSanto (Banco Nacional), del Conde deMiravalle (Hotel del Bazar), delMarqués de Moneada (ex-Hotel deIturbide), del Conde de Jala y delMarqués de Rivas Cacho (Capuchinasnúms. 12 y 13), (esta numeración es laantigua), del Marqués de Selva Nevada

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(Cadena Núm. 19), del Marqués dePrado Alegre (esquina de la Profesa ycallejón del Espíritu Santo), de losCondes de la Torre Cosío y de laCortina (calle de D. Juan Manuel núms.22 y 23), del Conde de Alcaraz(callejón de Betlemitas núm. 12), casaque desapareció al abrirse las nuevascalles del 5 de Mayo, etc., etc., ytodavía hoy la plazuela de Guardiola, ylas calles de Vergara, Medinas, Factor,la Mariscala, Cadena y otras, recuerdanque allí tuvieron sus habitaciones losmayorazgos y títulos de Nueva España.

Quizás algún día hablaremos delorigen de esas viejas casas y de esastradicionales calles, que ostentaron

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orgullosas escudos y morriones hoyborrados para siempre, y por cuyospavimentos desfilaron señores estirados,de empolvada peluca, calzón corto,casaca, y chinela con hebillas; masahora sólo nos ocuparemos de unpalacio azul, como la sangre de susantiguos moradores.

Allá en el siglo XVI se embarcó,rumbo a México, D. Rodrigo de Viveroy Velasco, descendiente de aquel D.Alonso Pérez de Vivero, que según unosfue arrojado en Burgos desde unaventana por el Condestable de Castilla,D. Álvaro de Luna, y según otros, de loalto de una torre de Valladolid en unmemorable Viernes Santo.

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Llegado a México D. Rodrigo, casócon Doña Melchora de Aberrucia, quetenía una encomienda en Tecamachalco,y era viuda del conquistador D. AlonsoValiente.

D. Rodrigo y Doña Melchorahubieron en su matrimonio un hijo,llamado D. Rodrigo de Vivero yAberrucia, el cual nació en la citadaencomienda.

Este D. Rodrigo, el mozo,distinguióse por su talento e instrucción,pues queda noticia que escribió variosDiscursos, un Tratado de EconomíaPolítica, y una Relación publicada enparte en el tomo V de La IlustraciónMexicana; relación en la que refiere el

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naufragio que padeció al regresar de lasIslas Filipinas, en donde fue Gobernadory Capitán General.

Nuestro D. Rodrigo fue, además,Alcalde de diversos lugares de NuevaEspaña y Gobernador de NuevaVizcaya. En México fundó el mayorazgode Vivero, que después se elevó aCondado del Valle de Orizaba,concesión que le hizo el Rey en premiode sus buenos servicios.

«Comprendía (dicho condado) —dice un escritor— las tierras que esetítulo tenía (sic) en las inmediaciones deaquella población, las que aúnconservaron sus sucesores en el Sabinaly Cañada de Iztapa, y las que formaron

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posteriormente el Marquesado de SierraNevada y el Condado de la Colina,aquéllas en lo más fragoso del Volcán, yéstas en el llano del Sumidero. D.Rodrigo fundó el ingenio o trapiche deOcemepa, uno de los primeros de NuevaEspaña, que hoy es pueblo, conocidocon el nombre del Ingenio o de Nogales,a una legua hacia el Poniente deOrizaba».[10]

D. Rodrigo de Vivero y Aberruciacasó en México, en el siglo XVI, conDoña Leonor Ircio de Mendoza, hija delMariscal de Castilla, y murió por 1636,dejando un hijo, D. Luis de Vivero,segundo Conde del Valle de Orizaba,quien, a no dudarlo, fue el primero de

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los de su título que habitó la famosacasa de los azulejos. ¿Cómo sucedióesto? Lo vamos a decir en seguida.

La casa de que nos ocupamos,aunque reedificada después, esantiquísima, y las primeras y pocasnoticias que de ello tenemos se remontanhasta el siglo XVI.

Entonces la poseía un D. DamiánMartínez, juntamente con la plazuelaanexa de Guardiola; pero concursadopor sus acreedores, se vio en lanecesidad de rematar sus bienes enpública subasta.

El mejor postor a dicha casa, fue D.Diego Suárez de Peredo, a quien seadjudicó en la cantidad de 6,500 pesos y

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tomó posesión de la finca y plaza el 2 dediciembre de 1596.

D. Diego enviudó, metióse frailefranciscano en el Convento deZacatecas, e instituyó un mayorazgovinculado en la casa ya citada y en otrosbienes, que heredó su hija DoñaGraciana, la cual contrajo matrimoniocon D. Luis de Vivero, segundo Condedel Valle de Orizaba, como hemosdicho.[11]

II

Desde entonces la casa fue mansión delos señores Condes, y de ella nada

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hemos encontrado que sea digno de serimpreso.

Sólo a través de los siglos y en alasde la tradición, han llegado hastanosotros dos anécdotas: una referente alCallejón de la Condesa, que tomó sunombre de alguna de las del Valle, y otraa la reconstrucción de la casa.

Cuentan las consejas que cierta vezentraron por los extremos del callejón,dos hidalgos, cada uno en su coche, yque por la estrechez de la vía seencontraron frente a frente sin queninguno quisiera retroceder, alegandoque su nobleza se ajaría si cualquiera delos dos tomaba la retaguardia. Porfortuna, como asienta un grave autor, la

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sangre no llegó al arroyo ni muchomenos, y ni siquiera hirvió en las venasde los dos Quijotes; pero a falta decuchilladas sobró paciencia a loshidalgos, quienes se estuvieron en suscoches tres días de claro en claro y tresnoches de turbio en turbio.

De no intervenir la autoridad, deseguro se momificaban los hidalgos. Elvirrey les previno, pues, que los doscoches retrocedieran, hasta salir unohacia la calle de San Andrés y otrohacia la plazuela de Guardiola.[12]

La otra anécdota, aunque sinfundamento histórico, es tan conocida,que la omitiríamos si no temiéramos a laerudición callejera.

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Se dice, se cuenta y se comenta, queuno de los Condes del Valle tenía unhijo, y que este hijo fue un calaveraredomado.

El heredero, fiado en sus riquezas,más pensaba en derroches que ennegocios. Joven y apuesto, los trajeslujosos, los buenos caballos, los saraoselegantes, ocupaban más su atención quelos librotes de cuentas y que losingenios de azúcar.

El Conde su padre gastó muchasaliva en regaños, hasta que cansado,fue su benevolencia tanta, que sólo ledecía:

—Hijo, tú nunca harás casa deazulejos.

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Santa frase. El joven se preocupó, leescoció lo de los azulejos, y poco apoco cambió de vida, prometiendoedificar la casa que su padre tenía porimposible.

¿Su propósito fue pasajero? ¿Locumplió, cansado o convencido de oír laeterna muletilla del viejo Conde?

La respuesta la tenemos clara,elocuente, en ese gran palacioreedificado y revestido de azulejos porel joven Conde, que dio con esto unaprueba de lo que pueden calaverasarrepentidos.

«Diremos para concluir —dice D.Anselmo de la Portilla— que en estacasa se verificó la renovación del Señor

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de Santa Teresa, según lo cuenta un libroque anda en manos de los devotos deesta imagen».

El S. Portilla incurrió en un error. Laescultura que, según cuentan, setransfiguró y sudó milagrosamente en elentresuelo de dicha casa, no fue la delSeñor de Santa Teresa, sino la del SantoCristo de los Desagravios, que estuvodespués en la capilla de Burgos delConvento de San Francisco de México.[13] Derribada ésta a consecuencia de laexclaustración y de las leyes deReforma, el Santo Cristo milagroso pasóa la iglesia de Jesús Nazareno, donde seencontraba y era venerado por losdevotos.

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III

Consumada la independencia, abolidoslos títulos, los Condes del Valle deOrizaba continuaron viviendo en la Casade los Azulejos.

Así transcurrieron los años hasta el4 de diciembre de 1828, día funestopara México por los robos que cometióla plebe, enloquecida por el motín de laAcordada.

En medio del desorden de que fuepresa la ciudad, aprovechando sin dudaaquellas circunstancias tan propiciaspara consumar los mayores crímenes,

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penetró a la Casa de los Azulejos unoficial, Manuel Palacios, en losinstantes mismos en que el ex-Conde D.Andrés Diego Suárez de Peredo bajabala escalera. Acometióle a puñaladasPalacios, con tal saña, que lo dejótendido y sin vida.

Este horroroso asesinato se comentóen aquella época de diversos modos. Nofaltó quien lo atribuyese a siniestrasmaquinaciones políticas; mas la verdadfue que no pasó de una venganzapersonal de Palacios, porque el ex-Conde D. Diego se oponía a que tuvieserelaciones con una joven de su familia.

Condenado el culpable a la últimapena, se ejecutó la sentencia en la

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plazuela de Guardiola, junto a unacochera que miraba hacia el Poniente yque ya no existe.

Con tan trágico acontecimientotermina la crónica de la casa secular ysolariega.

Empero, cuando ahora penetra unoen su interior, admira la arquitecturasevera, el lujo que reina en las salas,por las que le parece contemplar lassombras de sus antiguos moradores;pero al bajar por la vieja escalera, lafantasía se traslada a otro tiempo, ve elbrillo del puñal del asesino y el cuerpodel buen Conde tinto en el charco desangre; escucha los gritos angustiosos desus deudos, y fuera, allá en el Parián,

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contempla a la Furia de las guerrasfratricidas, desmelenada, con los ojossaltados por la codicia, excitando alpopulacho al más salvaje de lossaqueos.

Esto se escribía allá a fines del pasadosiglo; desgraciadamente hoy la no sereciben las impresiones trágicas deaquellos sangrientos sucesos, sino elambiente de un bazar de drogas, omercado de cacharros y baratijas quehan establecido allí los simpáticosnegociantes, hermanos Sanborn, que hanprofanado aquel palacio artístico y quelo mismo sirven un chocolate que huele

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a oxígeno, que una bolsa de oxígeno quehuele a chocolate.

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La calle de Don JuanManuel

… las consejaspopulares,conservadas portradición, rara vezdejan de traer suorigen de unacontecimientoverdadero.

El Conde de laCortina

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I

Hay cosas viejas que nunca envejecen,porque siempre conservan no sabemosqué de sencillo y original. Esto sucedecon la leyenda de D. Juan Manuel: todosla saben, más o menos adulterada; todosla refieren, y acerca de ella se hanescrito dramas, poesías y artículosliterarios; y sin embargo, cada vez quela cantan nuestros poetas o que la relatannuestros escritores, el pueblo larecuerda con curiosidad y con deleite.

No se nos culpe, pues, queescribamos un capítulo más sobre asunto

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tan conocido; pero, lo repetimos, haysucesos antiguos que siempre sonnuevos, y que agradan al público tantocomo al buen tomador el vino añejo.

Atendamos primero a la historia,para después escuchar a la leyenda.

En la comitiva que trajo a NuevaEspaña el Excelentísimo Sr. Virrey D.Diego Fernández de Córdoba, Marquésde Guadalcázar, vino «un caballeroespañol, muy principal, natural deBurgos, llamado D. Juan Manuel deSolórzano»; el cual poseía cuantiososbienes y fue de muchos respetado,cuando años después empuñó lasriendas del gobierno virreinal D. LopeDíaz de Armendáriz, Marqués de

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Cadereita.En 1636, D. Juan Manuel casó con

Doña Mariana de Laguna, hija de unacaudalado minero de Zacatecas, yambos esposos pasaron a vivir en unacasa que estaba muy próxima a la de SuExcelencia el Virrey.

La vecindad de habitacionesaumentó, como era muy natural, laamistad entre D. Juan y el de Cadereita,al grado de que éste se pasaba granparte del día en la morada de su amigo,no sin murmuraciones y hablillas de losque eran enemigos del Marqués, o de losque envidiaban al primero.

Las malas pasiones llegaron alcolmo cuando el Virrey encargó a su

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privado de la administración de losramos de la Real Hacienda, y porconsiguiente, de la «intervención de lasflotas que venían de la Península».

Hasta entonces la Audiencia habíatomado gran parte en la administraciónde esos ramos, y esto unido a loschismes de los pequeños, dieron origena repetidas quejas y representaciones, aodiosas semblanzas, que pintaban al deCadereita con negros colores, y aun aamenazas de un levantamiento popular;pero «los resortes que el Virrey puso enmovimiento debieron ser muypoderosos, puesto que inutilizaron losefectos de las cuantiosas sumas dedinero que envió a Madrid la Audiencia,

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y consiguieron que Felipe IV aprobasela conducta del Virrey y confirmase a D.Juan Manuel en el goce de sus nuevasconcesiones».

Así las cosas, cierto día arribó aVeracruz un navío en el que llegó, entreotras muchas personas, una españolallamada Doña Ana Porcel de Velasco,viuda de un oficial de marina, muyhermosa y de noble alcurnia, la cual,obligada por una serie de sucesosdesgraciados, había resuelto trasladarsea México, para implorar la proteccióndel Virrey, «que en tiempos más felicespara ella, la había distinguido en lacorte; y aún le había dedicado algunosobsequios amorosos».

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El Marqués, luego que supo lallegada de la de Velasco, demostró a suprivado el gusto que tendría de que sehospedase en una habitación digna deella, y D. Juan Manuel, que se desvivíaen complacer a Su Excelencia, no sólopuso a disposición de Doña Ana sucasa, sino que con gran liberalidadcosteó el viaje que hizo ésta de Veracruza México.

Pasó el tiempo, y la sublevación deCataluña proporcionó a las autoridadesde México un medio de vengarse delVirrey, Marqués de Cadereita, y de suprivado D. Juan Manuel, al grado que alúltimo se le tenía ya preso en 1640 pororden del Alcalde del crimen D.

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Francisco Vélez de Pereira.Sereno y tranquilo sufría su prisión

D. Juan Manuel, cuando supo que el D.Francisco Vélez de Pereira no erasolamente un Alcalde del Crimen sinoun alcalde criminal, pues visitaba a suesposa Doña Mariana de Laguna condemasiada frecuencia y con fines nadahonestos.

En la misma cárcel, estaba con D.Juan Manuel un caballero que poseíagrandes riquezas, llamado D. PrudencioArmendia, quien por su rectitud en eldesempeño de diversos cargos enOrizaba —rectitud que no convenía alos que lucraban con el poder— habíasido llevado preso a México. De él se

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había valido D. Juan Manuel paraarreglar el viaje de Doña Ana deVelasco, y él le proporcionó el modo desalir de la prisión para cerciorarse de laconducta de su esposa.

D. Juan Manuel dejó la cárceldiversas noches, y en una de tantas,ciego de ira, al encontrar a la adúlteracasi en los brazos del Vélez de Pereiralo mató.[14]

Los resultados fueron funestos. LaAudiencia no quería hacer públicos losdetalles del crimen, y el Virrey, que seignora si fue todavía el Marqués deCadereita o su sucesor, hizo esfuerzospoderosos por salvar a D. Juan Manuel,pero cuando ya se esperaba el triunfo,

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amaneció colgado de la horca un día delmes de octubre del año del Señor de1641.

Los oidores, que fueron los queordenaron aquella sombría ejecución, laatribuyeron a los ángeles; pero… aquítermina la historia y empieza la leyenda.

II

Hace muchos años —cuenta la tradición— que vivía en esta Calle un hombremuy rico, cuya casa quedabaprecisamente detrás del Convento deSan Bernardo. Este hombre se llamabaD. Juan Manuel y se hallaba casado con

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una mujer tan virtuosa como bella. Peroaquel hombre, en medio de sus riquezasy al lado de una esposa que poseíaprendas tan raras, no se sentía feliz acausa de no haber tenido sucesión.

La tristeza lo consumía, el fastidio loexasperaba y para hallar algún consuelo,resolvió consagrarse a las prácticasreligiosas, pero tanto, que no conformecon asistir casi todo el día a las iglesias,intentó separarse de su esposa y entrarfraile a San Francisco. Con este objeto,envió por un sobrino que residía enEspaña, para que administrase susnegocios. Llegó a poco el pariente ypronto también concibió D. Juan Manuelcelos terribles, tan terribles que una

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noche invocó al diablo y le prometióentregarle su alma, si le proporcionabael medio de descubrir al que creía loestaba deshonrando. El diablo acudiósolícito, y le ordenó que saliera de sucasa a las once de esa misma noche ymatara al primero que encontrase. Así lohizo D. Juan, y al día siguiente, cuandocreyendo estar vengado, se encontrabasatisfecho, el demonio se le volvió apresentar y le dijo que aquel individuoque había asesinado era inocente peroque siguiera saliendo todas las noches ycontinuara matando hasta que él se leapareciera junto al cadáver delculpable.

D. Juan obedeció sin replicar. Noche

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con noche salía de su casa: bajaba lasescaleras, atravesaba el patio, abría elpostigo del zaguán, se recargaba en elmuro, y envuelto en su ancha capa,esperaba tranquilo a la víctima.Entonces no había alumbrado y en mediode la obscuridad y del silencio de lanoche, se oían lejanos pasos, cada vezmás perceptibles: después aparecía elbulto de un transeúnte, a quien,acercándose D. Juan, le preguntaba:

—Perdone usarcé, ¿qué horas son?—Las once.—¡Dichoso usarcé, que sabe la hora

en que muere!Brillaba el puñal en las tinieblas, se

escuchaba un grito sofocado, el golpe de

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un cuerpo que caía, y el asesino, mudo,impasible, volvía a abrir el postigo,atravesando de nuevo el patio de lacasa, subía las escaleras y se recogía ensu habitación.

La ciudad amanecía consternada.Todas las mañanas, en dicha calle,recogía la ronda un cadáver, y nadiepodía explicarse el misterio de aquellosasesinatos tan espantosos comofrecuentes.

En uno de tantos días muy temprano,condujo la ronda un cadáver a la casa deD. Juan Manuel, y éste contempló yreconoció a su sobrino, al que tantoquería y al que debía la conservación desu fortuna.

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D. Juan al verlo, trató de disimular;pero un terrible remordimientoconmovió todo su ser, y pálido,tembloroso, arrepentido, fue al conventode San Francisco, entró a la celda de unsabio y santo religioso, y arrojándose asus pies, y abrazándose a sus rodillas, leconfesó uno a uno todos sus pecados,todos sus crímenes, engendrados por loscelos y ordenados por el espíritu deLucifer, a quien había prometidoentregar su ánima.

El reverendo lo escuchó con latranquilidad del juez y con la serenidaddel justo, y luego que hubo concluido D.Juan, le mandó por penitencia quedurante tres noches consecutivas fuera a

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las once en punto a rezar un rosario alpie de la horca, en descargo de susfaltas y para poder absolverlo de susculpas.

Intentó cumplir D. Juan; pero nohabía aún recorrido las cuentas todas desu rosario, la primera noche, cuandopercibió una voz sepulcral queimploraba en tono dolorido:

—¡Un Padre Nuestro y un Ave Maríapor el alma de D. Juan Manuel!

Quedóse mudo, se repuso enseguida,fue a su casa, y sin cerrar un minuto losojos, esperó el alba para ir a comunicaral confesor lo que había escuchado.

—Vuelva esta misma noche —ledijo el religioso— considere que esto ha

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sido dispuesto por el que todo lo sabepara salvar su ánima y reflexione que elmiedo se lo ha inspirado el demoniocomo un ardid para apartarlo del buencamino, y haga la señal de la cruzcuando sienta espanto.

Humilde, sumiso y obediente, D.Juan estuvo a las once en punto en lahorca; pero aún no había comenzado arezar, cuando vio un cortejo defantasmas, que con cirios encendidosconducían su propio cadáver en unataúd.

Más muerto que vivo, tembloroso ydesencajado, se presentó al otro día enel convento de San Francisco.

—¡Padre —le dijo— por Dios, por

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su santa y bendita madre, antes demorirme concédame la absolución!

El religioso se hallaba conmovido, yjuzgando que hasta sería falta de caridadel retardar más el perdón, le absolvió alfin, exigiéndole por última vez, que esamisma noche fuera a rezar el rosario quele faltaba.

Que fue el penitente, lo dice laleyenda. ¿Qué pasó allí? Nadie lo sabe,y sólo agrega la tradición que alamanecer se encontraba colgado de lahorca pública un cadáver, era del muyrico Sr. D. Juan Manuel de Solórzano,privado que había sido del Marqués deCadereita.

El pueblo dijo desde entonces que a

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D. Juan Manuel lo habían colgado losángeles, y la tradición lo repite y loseguirá repitiendo por los siglos de lossiglos. Amén.[15]

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La casa del judío

Sucedido de la calle delCacahuatal

Allá por el barrio de San Pablo, casi enlos suburbios de la ciudad, tantas vecesllamada de los Palacios, y en la calleconocida con el nombre indígena de elCacahuatal, existió una casa vieja quedataba de mediados del siglo XVII, y quedespués de tantos años, era casi del todouna ruina.

Carcomida por la humedad y el

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salitre, llena de hierbas nacidas entre lascuarteaduras de sus ennegrecidos muros,destechada, con maderos hendidos yapolillados, que habían dejado vacíoslos claros de puertas y ventanas; aquellacasa que fue derrumbada no hacemuchos años, era fea, triste,melancólica, por la soledad sólointerrumpida en las noche sin luz deaquel barrio, por el chirrido de losrepugnantes murciélagos que azotabanlas paredes, o por el canto de uno queotro desvelado tecolote queabandonando las torres viejas iban avisitar ese sepulcro falto hasta decadáveres.

La casa por lo demás, pertenecía al

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orden usado entonces, y por las cruces,emblemas, letras, grifos y adornos quecasi borrados ostentaba su fachada, másparecía haber sido la tranquila mansiónde un obispo o de un solitario religiosoque huye del bullicio de la ciudad, quela morada de un judío, como quiere latradición.

Empero, aunque sin haberencontrado, a pesar de repetidasinvestigaciones, el fundamento históricode la creencia popular, desde muy niñoshemos oído referir que en la citada casavivió D. Tomás Treviño y Sobremonte,judaizante quemado vivo por la SantaInquisición.

¿Pero quién fue ese célebre

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personaje?, ¿qué delitos enormescometió para incurrir en esa horriblepena, cuya sola mención haceestremecer de espanto?

D. Tomás Treviño y Sobremonte,que por algún tiempo se llamó Jerónimode Represa, era natural de Medina deRío Seco, en Castilla la Vieja, e hijo deD. Antonio Treviño de Sobremonte y deDa. Leonor Martínez de Villagómez.Esta Da. Leonor había sido relajada enestatua por judaizante, en la Inquisiciónde Valladolid, así como otros muchos desus parientes.

Ignoramos cuándo pasó a NuevaEspaña D. Tomás Treviño, o Tremiño,como le apellidan otros. Sólo sabemos

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que a principios del siglo XVII fue presopor la Inquisición; pero entonces,aparentando sin duda arrepentimiento,logró ser reconciliado y puesto enlibertad.

Poco después casóse con MaríaGómez, y de ella hubo dos hijos, Rafaelde Sobremonte y Leonor Martínez, quetambién cayeron en las garras del SantoOficio.

En México, Treviño Sobremonte sededicó al comercio e hizo frecuentesviajes por el interior del país. Ciertotiempo se estableció en Guadalajara,capital a la sazón de Nueva Galicia,donde tuvo una tienda con dos entradas.Bajo de una de sus puertas había

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enterrado un Santo Cristo, y se cuentaque a los marchantes que por allíentraban les vendía más baratas lasmercancías, que a los que entraban porla otra. Se cuenta también que noche connoche azotaba a un Santo Niño demadera, que como la esculturaconservaba después las señales de losazotes, fue tenida por milagrosa y muyvenerada en la iglesia de SantoDomingo.

Vuelto a México, cayó nuevamenteen poder del Santo Tribunal; mas laenumeración de sus crímenes (?) bienmerece ser conocida, y para hacerla, nosvamos a permitir extractar algunostrozos del compendio de su causa, que

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por aquel tiempo circuló impresa.«Fue preso —dice— con secuestro

de bienes por judaizante relapso. Saliótan poco arrepentido después de habersido reconciliado en el Auto particularde la Fee, que se celebró en la iglesiadel Convento de Santo Domingo de estaciudad, a los 15 de Junio de 1625, queapenas se vio en libertad cuandocomenzó a comunicarse de nuevo consus cómplices, con que manifestó laficción y cautela con que procedió en laprimera causa en sus confessiones,encubriendo siempre en ellas propios, yagenos defectos, y con otras personasjudaizantes, dándoles noticias de lascosas que en el S. Oficio y sus cárceles

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pasaban, e instruyéndolas para en casoque se vieran presos del modo con quese habían de portar, haziéndoles creer,que en estar negativo avia consistido elbuen suceso de su causa. Trató yareconciliado, como judío tan de corazón,casarse con la dicha María Gómez, dequien sabía ser también judía y susmayores aviéndose comunicado portales. El día de la Boda combidó paraella a muchos de los de su caduca ley, yla celebró con ritos y ceremoniasjudaicas, poniéndose al tiempo de comerun paño en la cabeza, y dando principioa los demás platos con uno de buñueloscon miel de Abejas, alegando para ellocierta historia apócrifa, que dezía ser de

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la Escritura, en que se mandaba hazerseasí; degollando con cuchillo las gallinasque se avian de servir a la mesa de susuegra Leonor Núñez, conformándose ensemejantes ceremonias con su yerno,diziendo tres veces al degollarlasbueltos los ojos hazia el Oriente, ciertaoración ridícula, labándose este pérfidojudío después de comer tres veces lasmanos con agua fría por no quedar treso,que es lo mismo que manchado».

Se le acusó de haber incitado a sumujer y a su cuñada Isabel Núñez a quese denunciaran ante la Inquisición, porestar ya presos su suegra y otros de suscuñados, Ana Gómez y Francisco Lópezde Blandón; de haberse hecho

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circuncidar por uno de los suyos, lomismo que a su hijo; de practicarcontinuos ayunos, valiéndose paraverificarlo de «fingidas jaquecas ydesganos de comer», de no oír misa y deconfesarse «al modo judaico, puesto derodillas en un rincón con harto feasceremonias…».

Que cuando acababa de comer o decenar, caminando en unión de católicos,al darles los «buenos días», o las«buenas noches», no respondía«Alabado sea el SantísimoSacramento», sino: «Beso las manos deVuestras Mercedes». Que su mujer lellamaba «Santo de su Ley», y que en suprisión se valía de la lengua mexicana o

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azteca para comunicarse con su cuñadoFrancisco de Blandón. Que maldecía, enfin, repetidas veces al «Santo Oficio, asus Ministros, a los que le fundaron y alos Reyes que les tienen en sus Reynos».

«Y hecha la cuenta —prosigue elextracto de su causa— se halla averhecho estos ayunos por espacio de cincoaños, y a no aver acudido con hazerlecomer por fuerza, ubiera muerto desterigor de ayunos. Los delitos suyos si sehubieran de referir pedían volumengrande, basta dezir que la noche que sele notificó su sentencia de relaxación,descubrió el rostro y se quitó la máscarade fingido cathólico, y dijo que erajudío, y que quería morir como tal, y que

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le coxía la muerte aviendo acabado dehazer un ayuno de setenta y dos horas; ydiziéndole que había de morir al díasiguiente, dixo que no, sino en el día queestava, contando el día al modo judaico,de puesta del Sol a Sol…».

Seamos justos. Leyendo las líneasanteriores se pregunta uno:

¿Fue aquel infeliz judío un fanático?,¿sus sectarios no le contarán por venturaen el número de los mártires de sureligión?

El 11 de abril de 1649 celebró laInquisición uno de los más notables ypomposos Autos, y entre otros fuejuzgado y condenado a ser quemadovivo D. Tomás Treviño de Sobremonte.

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No describiremos la famosaprocesión de la Cruz Verde, que salió lavíspera, ni conduciremos al lector altablado que se levantó en la plazuela delVolador apoyado en la fachada de laiglesia de Porta Coeli, ni oiremos lalectura fastidiosa de muchas causasinsípidas y monótonas; sólo seguiremosa D. Tomás Treviño.

«Salió al Cadahalso con Sambenitoy Coroza de condenado, sin cruz verdeen las manos que no la quizo admitir,mordaza en la boca, porque eran tantaslas blasfemias que dezía, que se usódeste medio que no aprovechó, según lasbravuras que hazía, y fué entregado a lajusticia y brazo Seglar…».

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Una vez en poder de la autoridadordinaria, se le montó en una mula quemucho corcoveaba, se le mudó a otra, yen seguida a otras sucesivamente. Elvulgo dijo que «los animales no queríanllevar a cuestas tan perro judío». ¿Porqué no decir mejor que se resistían aconducir a un pobre hombre a tansemejante suplicio? Al fin se le puso enun caballo que era conducido por unindio. El indio exhortaba a Sobremontepara que creyera en «Dios Padre, DiosHijo y Dios Espíritu Santo»; pero a laspalabras acompañaba la acción, dándoletremendos puñetazos. ¡Qué espectáculo!¡Un siervo de la colonia atormentando auna víctima de su dominador!

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El reo en su cabalgadura atravesó laplaza, los portales, las calles dePlateros y San Francisco, hasta llegar alquemadero, situado entre el convento deSan Diego y la Alameda.

Se le amarró al garrote del suplicio.El gentío era inmenso, llenaba todas lasavenidas, las azoteas de las casasvecinas, las torres de las iglesias de SanDiego y San Hipólito, las ventanas ytodas las copas de los árboles de laAlameda. Esa multitud estaba formadade curiosos que iban a presenciar unacto teatral, y de devotos que esperabanganar miles de indulgencias. Lossentimientos humanitarios se escondíanallá en el fondo de los corazones.

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¡Estaba prohibida bajo severas censurasla compasión!

De repente se encendió la llama dela hoguera, chisporrotearon los maderossecos, y el humo se elevó como huyendode aquel horrible espectáculo.

La víctima casi sofocada, mas sinexhalar un grito, ni un gemido, ni unaqueja la más leve, se contentó conexclamar, recordando sus bienesconfiscados, y atrayendo con los pies lasbrasas escondidas:

—¡Echen leña, que mi dinero mecuesta!

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La mulata deCórdoba

Sucedido de la calle de laPerpetua

I

Córdoba es una hermosa ciudad,edificada sobre un pequeño montículo,que surge en medio de cafetales, a los

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que prestan sombra protectora lasanchas y verdes hojas de los plátanos.

Sus huertos son fértiles y fecundosen varias frutas, que materialmentedoblegan con su peso a los árboles quelas producen. Entre estas frutas soncaracterísticas los delicados mangos deManila, y las aromáticas pomarosas.

Su clima es cálido y húmedo, ydurante los meses de febrero, marzo yabril, el viento Sur que sopla eleva latemperatura, mientras que en octubre,los nortes, con su cortejo de menudaslluvias, la hacen descender.

Córdoba fue fundada allá por losprimeros años del siglo XVII.

En esa época, los negros sublevados

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merodeaban por Totulla, Palmillas,Totolinga y Tumbacarretas, teniendo enalarma continua a los pueblos, puesasaltaban a los mercaderes, robaban alos pasajeros y eran un obstáculo para elcomercio y la Real Hacienda alinterceptar el camino de Veracruz.

En vista de tantos atropellos, y pararemediar semejantes abusos, D. Juan deMiranda, D. García de Arévalo, D.Andrés de Illescas y D. DiegoRodríguez, vecinos principales delpueblo de San Antonio de Huatusco,solicitaron y obtuvieron permiso delVirrey, D. Diego Fernández de Córdoba,Marqués de Guadalcázar, para fundar,una villa en la loma conocida con el

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nombre de Huilango.Logrado el objeto, «formóse una

lista de los nuevos vecinos,nombráronse cuatro regidores y éstoseligieron los dos alcaldes ordinarios yse trazó la nueva villa, que se declarófundada en 25 de abril del año de1618».

La villa tomó su nombre de uno delos apellidos del Virrey. En Córdobafueron aclimatados el café y el mango deManila, por el industrioso español D.Juan Antonio Gómez, y la quina por elmalogrado naturalista D. JoséApolinario Nieto.

Córdoba, en fin, está llena derecuerdos históricos.

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En 1821 opuso gloriosa resistencia alos realistas que mandaba el jefeespañol Hevia; suceso perpetuado en laplaza principal en un monumento erigidoa la memoria de sus defensores.

Ahí también fueron firmados loscélebres tratados de Córdoba, ajustadosentre D. Juan O’Donojú y D. Agustín deIturbide, para consumar laindependencia de México.

Por su naturaleza virgen yexhuberante, por su origen y por susrecuerdos históricos, es, pues, Córdobauna ciudad encantadora y célebre, asícomo por haberse mecido entre aquellashuertas, llenas de naranjos y limoneros,la cuna del distinguido escritor D.

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Agustín de Castro, del eminentenaturalista D. Pablo de la Llave, y delelocuente orador D. FranciscoHernández y Hernández.

Más todavía: en Córdoba nació unamujer hermosísima, objeto de unapopular tradición.

II

Antes que nosotros, ya otros escritoresla han referido, ya algunos poetas la hancantado; pero ni los primeros ni lossegundos han tomado sus noticias depolvorientos códices, ni de arrugadospergaminos.

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La fantástica leyenda de la Mulatade Córdoba, ha vivido en la tradicióndel pueblo y ha sido transmitida hastanosotros en miles de ediciones, hechasya al calor del hogar por la abuelita paraentretener a los nietos, o por la pilmamapara dormir a los niños; ya por elcansado caminante para acortar lasnoches, o por el soldado para amenizarlas veladas del campamento.

No hay, pues, constancias en lahistoria, ni datos en las crónicas acercade esa mujer maravillosa: su origencomo su fin lo oculta el pasado y sólo losabe el presente por la tradición, queoculta la verdad, que modifica loshechos, pero que siempre encanta, y

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siempre cautiva.Cuenta, pues, la tradición, que hace

más de dos centurias y en la poéticaciudad de Córdoba, vivió una célebremujer, una joven que nunca envejecía apesar de sus años.

Nadie sabía hija de quién era, todasla llamaban la Mulata.

En el sentir de la mayoría, la Mulataera una bruja, una hechicera, que habíahecho pacto con el diablo, quien lavisitaba todas las noches, pues muchosvecinos aseguraban que al pasar a lasdoce por su casa, habían visto que porlas rendijas de las ventanas y de laspuertas salía una luz siniestra, como sipor dentro un poderoso incendio

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devorara aquella habitación.Otros decían que la habían visto

volar por los tejados en forma de mujer;pero despidiendo por sus negros ojosmiradas satánicas y sonriendodiabólicamente con sus labios rojos ysus dientes blanquísimos.

De ella se referían prodigios.Cuando apareció en la ciudad, los

jóvenes, prendados de su hermosura,disputábanse la conquista de su corazón.

Pero a nadie correspondía, a todosdesdeñaba, y de ahí nació la creencia deque el único dueño de sus encantos, erael señor de las tinieblas.

Empero, aquella mujer siemprejoven, frecuentaba los sacramentos,

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asistía a misa, hacía caridades, y todoaquel que imploraba su auxilio la tenía asu lado, en el umbral de la choza delpobre, lo mismo que junto al lecho delmoribundo.

Se decía que en todas partes estaba,en distintos puntos y a la misma hora; yllegó a saberse que un día se la vio a untiempo en Córdoba y en México; «teníael don de ubicuidad» —dice un escritor— y lo más común era encontrarla enuna caverna. «Pero éste —añade— lavisitó en una accesoria; aquél la vio enuna de esas casucas horrorosas que tanmala fama tienen en los barrios másinmundos de las ciudades, y otro laconoció en un modesto cuarto de

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vecindad, sencillamente vestida, conaire vulgar, maneras desembarazadas, ysin revelar el mágico poder de queestaba dotada».

La hechicera servía también comoabogada de imposibles. Las muchachassin novio, las jamonas pasaditas, queiban perdiendo la esperanza de hallarmarido, los empleados cesantes, lasdamas que ambicionaban competir entúnicas y joyas con la Virreina, losmilitares retirados, los médicos sinenfermos, los abogados sin pleitos, losescribanos sin protocolo y los jóvenessin fortuna, todos acudían a ella, todosinvocaban en sus cuitas, y a todos losdejaba contentos, hartos y satisfechos.

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Por eso todavía hoy, cuando sesolicita de alguien una cosa difícil, casiirrealizable, es costumbre exclamar: —¡No soy la Mulata de Córdoba!

La fama de aquella mujer era grande,inmensa. Por todas partes se hablaba deella y en diferentes lugares de NuevaEspaña su nombre era repetido de bocaen boca.

«Era en suma —dice el mismoescritor— una Circe, una Medea, unaPitonisa, una Sibila, una bruja, un serextraordinario a quien nada habíaoculto, a quien todo obedecía y cuyopoder alcanzaba hasta trastornar lasleyes de la naturaleza… Era, en fin, unamujer a quien hubiera colocado la

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antigüedad entre sus diosas, o a lomenos entre sus más veneradassacerdotisas; ¡era un medium, y de losmás privilegiados, de los másfavorecidos que disfrutó la escuelaespirita de aquella época!… ¡Lástimagrande que no viviera en la nuestra! ¡Dequé portentos no fuéramos testigos! ¡Quérevelaciones no haría en su tiempo!¡Cuántas evocaciones, cuántos espíritusno vendrían sumisos a su voz! ¡Cuántosincrédulos dejarían de serlo!».

III

¿Qué tiempo duró la fama de aquella

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mujer, verdadero prodigio de su época yadmiración de los futuros siglos? Nadielo sabe.

Lo que sí se asegura es que un día laciudad de México supo que desde lavilla de Córdoba había sido traída a lassombrías cárceles del Santo Oficio.

Noticia tan estupenda, escapadaDios sabe cómo de los impenetrablessecretos de la Inquisición, fue causa deatención profunda en todas las clases dela sociedad, y entre los platicones delas tiendas del Parián se habló mucho deaquel suceso y hasta hubo un atrevidoque sostuvo que la Mulata, no erahechicera, ni bruja, ni cosa parecida, yque el haber caído en garras del Santo

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Tribunal, lo debía a una inmensa fortuna,consistente en diez grandes barriles debarro, llenos de polvo de oro. Otro delos tertulianos aseguró que además deesto se hallaba de por medio un amantedesairado, que ciego de despecho,denunció en Córdoba a la Mulata,porque ésta no había correspondido asus amores.

Pasaron los años, las hablillas seolvidaron, hasta que otro día de nuevosupo la ciudad con asombro, que en elpróximo auto de fe que se preparaba, lahechicera, saldría con coroza y velaverde. Pero el asombro creció de puntocuando pasados algunos días se dijo queel pájaro había volado hasta Manila,

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burlando la vigilancia de suscarceleros… más bien dicho, saliéndosedelante de uno de ellos.

¿Cómo había sucedido esto? ¿Quépoder tenía aquella mujer, para dejar asícon un palmo de narices, a los muyrespetables señores inquisidores?

Todos lo ignoraban. Las másextrañas y absurdas explicacionescircularon por la ciudad. Quiénafirmaba, haciendo la señal de la cruz,que todo era obra del mismo diablo, quede incógnito se había introducido a lascárceles secretas para salvar a laMulata. Quién recordaba aquello de quedádivas quebrantan… rejas; y aun huboalgún malicioso que dijese que todo lo

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vence el amor… y que los del SantoOficio, como mortales, eran también decarne y hueso.

He aquí la verdad de los hechos.Una vez, el carcelero penetró en el

inmundo calabozo de la hechicera, yquedóse verdaderamente maravillado alcontemplar en una de las paredes, unnavío dibujado con carbón por laMulata, la cual le preguntó con tonoirónico:

—¿Qué le falta a ese navío?—¡Desgraciada mujer —contestó el

interrogado— si tuvieras temor a Dios,si te arrepintieras de tus pasadas faltas,si quisieras salvar tu alma de lashorribles penas del infierno, no estarías

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aquí, y ahorrarías al Santo Oficio el quete juzgase! ¡A este barco únicamente lefalta que ande! ¡Es perfecto!

—Pues si vuestra merced lo quiere,si en ello se empeña, andará, andará ymuy lejos…

—¡Cómo! ¿A ver?—Así —dijo la Mulata. Y ligera

saltó al navío, y éste, lento al principio,y después rápido y a toda vela,desapareció con la hermosa mujer poruno de los rincones del calabozo.

El carcelero, mudo, inmóvil, con losojos salidos de sus órbitas, con elcabello de punta, y con la boca abierta,vio aquello sorprendido. ¿Y después?Hable un poeta:

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Cuenta la tradición, que algunosaños

Después de estos sucesos, hubo unhombre,

En la casa de locos detenido,Y que hablaba de un barco que una

nocheBajo el suelo de México cruzabaLlevando una mujer de altivo porte.Era el inquisidor; de la MulataNada volvió a saber, mas se suponeQue en poder del demonio está

gimiendo.¡Déjenla entre las llamas los

lectores!

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La hermana de losÁvilas

Sucedido de la calle de laConcepción (ahora 1.ª de

Belisario Dominguez)

Al marqués de SanFrancisco

A vos, mío Marqués,que apreciáis eaquilatáis como es

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debido el oro denuestras antiguallas, osdedico este románticoe verídico sucedido,que es rigurosamentehistórico, salvo losaliños de la forma,pues lo consigna enbreves e sabrosaslíneas Juan Suárez dePeralta, e yo le hecompletado connoticias e documentosque encontré en losarchivos del SantoOficio de laInquisición de la

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Nueva España, en loslibros baptismales dela parroquia delSagrario, y en otrosmamotretos.

I

La última entrevista

La noche obscura e la calle solitaria. Niuna estrella en el nubloso cielo, ni unaluz en la cibdad que estamos en Méxicoa más de mediados de la centuriadecimasexta.

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Apenas se oyen atenuados pasos queperturban por breves instantes elsilencio de la susodicha calle, y lospasos son de un mozo embozado,cubierto con una vieja gorra sin hebilla,ni plumas ostentosas.

E cuando los pasos cesaron de oirse,el mozo estaba al pie de una ventana, decierta casa de bajos que había en laesquina, junto a donde solía estar elviejo monasterio de los frailesfranciscanos; y detrás de las rejasférreas e muy caladas, porque la casaera de ricos hidalgos, se levantaroncautelosamente las celosías, y asomó lafaz de bellísima doncella, vestida conhalda e corpiño de terciopelo verde,

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bordado de seda e oro, y cubierta lacabeza con toca del mesmo género, lacual hacía resaltar el apiñonado tinte delcutis, las encendidas mejillas, el óvalovirginal de la linda cara, e los ojosgrandes e negros, entre amorosos etristes.

Habló el galán, a la vez quedesembozábase la raída capa quellevaba, dexando al descubierto el colormoreno del rostro, la luenga e laciacabellera, el ligero bozo que apenas leapuntaba, e los ojos semejantes a losdella, mas no tan negros; aunque sí tantristes e amorosos.

—Mariquilla —la dixo— mis penase cuitas son inmensas e imposibles de

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sobrellevallas. Mis tristezas son hondas,e mis melancolías continuas, no hallan nidisipasiones ni consuelos. Sospiro día ynoche, porque tú me tienes embargadotodo mi corazón y toda mi ánima; e mispensares son todos para ti, que no te meapartas un momento solo, pues a cadainstante recuerdo tus hechizos, tusgracias, e aquellas tus palabras que,como campanitas de oro, resonaron enmis oídos cuando en estos tiernosamores en que nos hemos enredado, nosficimos promesas de casamiento… Perotus deudos, que son criollos eorgullosos, me tildan de ruin, porque mimadre fué una pobre india, e mi padre unconquistador infortunado, e yo un

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mestizo despreciable. Mas e yo serérico algún día, con las fuerzas de misbrazos, no con los despojos de lasencomiendas, ni esclavizando o matandoindios; y entonces me empinaré sobrelos orgullosos castellanos e sobre losaltivos criollos…

Calló el galán e habló la doncella:—Mis lágrimas, Arrutia —ansí se

apellidaba él— te dirán más que todaslas palabras que decir pudiera milengua… Te amo agora más que nunca, ebien quisiera que mis ternurasquebrantaran y deshicieran las rocas dela altivez de mis hermanos…

En esto, interrumpióse ella mesma,porque se oyeron pasos e voces en lo

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interior del aposento; corrió de prisa lascelosías, y Arrutia, que presumió lo quepasaba dentro, embozóse de nuevo en laraída capa, frunció enojoso las suspobladas cejas, e dirigióse conapresuramiento rumbo a la IglesiaMayor; pasó por el atrio e cimenterio, ybaxando por las ruas de Sant Francisco,desapareció por ellas, quedando todo enel silencio e soledad de aquella nocheobscura e sin luceros.

II

Los Ávilas y el pacto con Arrutia

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E aquella joven era hija delconquistador Gil González Benavides yde Leonor Alvarado; había nacido enesta cibdad de México el año del Señorde 1539 e baptizándose el día 15 deenero, siendo sus padrinos Jorge deAlvarado, Hernán Pérez de Bocanegra,Doña Beatriz, mujer de éste, y DoñaAna de Rivera, esposa del Lic. PedroLópez.

Tuvo María de Alvarado, que ansíse apellidaba la doncella, tres hermanosvarones, Gil, Alonso, e otro que muyniño se ahogó en unas letrinas, e unahermana, Beatriz, que dicen unos que semetió monja e otros que fué casada.

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De Gil González Benavides, supadre, contaban cosas feas, de muertes edespojos, el cual quieren decir que fizocierto agravio y engaño a un hermanosuyo que se nombraba Alonso,conquistador que había sido destaNueva España, a quien dieron unrepartimiento del que fue despojado poraquél, negándole el contrato que entrelos dos hobo, de suerte «que se quedócon los pueblos el Gil González, y elotro murió casi desesperado; e dizen quele maldijo, e pidió a Dios de hazellejusticia y que su hermano ni sus hijosgozacen de su hazienda, e así fue».

E tornando a los hermanos de Maríasobrinos e poseedores de los bienes del

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despojado tío, hobieron en efecto malfin, porque fueron degollados en laPlaza Mayor desta cibdad, por haberseconjurado para levantarse con estosreinos, juntamente con los hijos deHernán Cortés.

Pero a María —antes que estosubcediese— Gil y Alonso la teníansobre los ojos, «y muy guardada paracazalla honestamente e conforme a sucalidad»; mas vino el diablo en formadel Arrutia, e metiendo prenda cada unose juraron amor eterno e cambiáronsepalabras de esponsales.

E como estos negocios de amoríos,por más a hurtadillas que se fagan, noson tan secretos, aquella noche obscura

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e sin estrellas, el Alonso de Ávila vinoa entendellos y sabellos, e sorprendió ala doncella cuando echaba las celosías,la riñó ahincadamente, mofándose deaquel mozo, mestizo, bajo en tantoextremo que aún paje no merecía ser;«con cuyos amoríos —la dixo—mancillas el honor de mis difuntospadres».

E descobierto ya el lío, el dichoAlonso de Ávila y sus debdos, «con elmayor secreto que les fue posible, noquiriendo matar al mozo, y por noacabar de derramar por el lugar suinfamia, le llamaron en cierta parte muya solas e le dixeron, que a su noticiahabía venido, que él había imaginado un

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negocio, que si como no lo sabían decierto lo supieran, le hicieran pedazos,mas que por su siguridad de él lemandaban que luego se fuese a España,y llevase cierta cantidad de ducados(que oí decir —habla el cronista—fueron como cuatro mil), y que sabiendoestaba en España e vivía como hombrede bien, siempre le acudirían, y que sino se iba le matarían cuando másdescuidado estuviese; y que luego desdeallí se fuese, e con el un debdo hastadejallo embarcado, y que naide losupiese, y que el dinero ellos se loenviarían trás él…».

Y así lo hizo, que el mozo seamedrentó o quizá era cobdicioso, o

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pensó regresar rico e cubierto de gloria,si en España le soplaba la Fortuna; perolo cierto es, que se embarcó en el puertode la Veracruz, donde estaban ancladaslas naos de una flota propincua a izarsus velas.

Mas cuanto éstas se hincharon edexó la tierra de sus amoríos en dondehabía nacido, con el dinero que lehabían dado, e las ilusiones que se habíafecho y con todo, sospiró y lloró tanlastimosamente, que conmovió a los másduros marinos, al mesmo Maestre de laNao, al Piloto, y a un grumete que sefizo muy su amigo.

Y aunque soplaron buenos vientospor la mar, e no toparon con gente

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enemiga del Rey, ni piratas e corsarios;no le consolaban en la travesía ni lalectura de la doctrina quecotidianamente se enseñaba sobre lacubierta de la Nao, ni las devotasoraciones que rezaban noche a noche, nilas imagines de santas e santos que ledaban a besar, ni los libros decaballerías e de otros pasatiempos, queiban leyendo los tripulantes paradistraer lo monótono del viaje.

No se le apartaba María de suspensamientos, porque toda su ánimaestaba con ella, y con ella vivía y conella pensaba siempre.

Y recordaba de continuo lo quehabía dicho un poeta conterráneo suyo,

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D. Antonio Saavedra de Guzmán, autordel poema El Peregrino Indiano, enversos malos, pero con sentida verdad:

«¡Oh Amor, tirano Amor!¿qué pretendescon un esclavo ya rendido?con tanto rigor mi vida ofendes,y me ligas y envenenas encrudecido.

»Como seguro en tu red me vesmetido,

mi cuerpo, mi corazón y mi ánimainflamas,

y me haces perecer en el fuego de tusllamas.

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»¿Quién tu rigor y fuerza resisteni quién puede defenderse del ardid

de tus tretasy de tus emponzoñadas flechas?

»Eres hiel envuelta en tósico mortal,dulce muerte, mal de muerte,o muerte regaladaque la dicha en desdicha la

convierte.

»Eres vida, de vida desastrada,brasa envuelta en hielo;traidor pérfido, no me aquejes,libre mi entendimiento he sentido,te ruego me lo dexes.

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»Suspenso he de quedar hasta queceses

de herirme con tus fieros dardos, yno es justo,

injusto Amor, que me persigas eneste tiempo,

con tales ansias e fatigas».

Pero abandonemos al infortunadoArrutia que llegó a Castilla sin másnovedad que las penas del Amor, evolvamos a la Nueva España para decirqué había pasado con la infeliz doncella.

III

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La doncella cuitada

Como no se despidió de María elArrutia, ni ella supo más de él dendeaquella vez en que fueron sorprendidoshablando en la ventana, no hoboconsuelo a sus penas, que ni en lasnoches podía dormir tranquila ni de díaconsagrarse a sus tareas mujeriles, nisiquiera a sus devociones; porque supensamiento estaba fixo en Arrutia, emientras más tiempo pasaba sin verlo nitener noticias suyas, más se avivaba suamor que la tenía inquieta, molesta, ida,desazonada; e la enfermedad del ánimacontagiaba al cuerpo, que de tanto sofrirhabíase adelgazado, hundídose e

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sombreándose sus ojos con obscuras eazulosas ojeras, y desaparecídose elencendido carmín de sus mejillas.

No hallaba distracción en lasdiversiones ni en los pasatiempos quesolían hacerse en su casa, muyfrecuentada de damas y galanes, queraro era el día o la noche en que nohobiese motes, saraos, cantos e músicas,porque los Ávilas eran donceles muyalegres y regocijados; pero nada laconsolaba ni distraía, ni los galanteos degallardos jóvenes, que en más de unaocasión sacaron los aceros disputándoseporque uno la miraba cuando otro laveía, cuando no es lo mesmo que unomire y que otro vea.

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Ni los consejos de sus cuñadas,María de Sosa y Leonor Bello, esposasde Alonso e Gil, sus hermanos, le dabansosiego e consolación a sus tristezas ymelancolías; y de continuo lanzabagemidos o sospiros, con el ansia de nopoder alcanzar lo que anhelaba y haberperdido quizá para siempre lo que pudogozar dichosa.

Ni sus amigas íntimas, ni las dueñase beatas que a su casa iban, ni losconocidos de su amado, naide le dabarazón del Arrutia a quien no había vueltoa ver dende aquella noche nebulosa e sinluceros.

E su dolorida situación e fantasía lehacían imaginar cosas no subcedidas,

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pues a veces antojábase que Arrutia lahabía olvidado por otra mujer máshermosa; otras pensaba que el odio quesus debdos tenían por él, los habíallevado hasta el crimen, dándoleafrentosa muerte; o que se había ido a laguerra para conquistar poderío e gloriay hacerse dino de ser su esposo, ya quelo rechazaban los Ávilas por ruin,villano, pobre y de baja calidad deorigen.

Ni el aire puro y embalsamado delas huertas que poseía en la calzada deTacuba, ni los juegos de cañas e sortijas,ni las lides de toros, que en otrostiempos tanto la recreaban, ni aun lasprácticas religiosas a las que fue

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siempre muy consagrada, le disminuíanlos sofrimientos que roíanporfiadamente su corazón enamorado.Para ella, sin Arrutia, el cielo no teníasol que alumbrase los días, ni elfirmamento luna y estrellas quehermoseasen las noches, ni las floresaromas, ni cantos los pájaros, ni céfiroslas frondas, ni frescura e diafanidad lasaguas; que todo ello lo veía obscuro,insípido, callado, seco y desabrido.

E viendo su grandísima pena quecrecía e no se amenguaba nunca, cuandomás descuidada estaba, cierto día ledixo su hermano Alonso:

—Andad acá, hermana, almonasterio de las monjas de la Limpia

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Concepción de Nuestra Señora, quequiero e nos conviene que seais monja(y habéislo de ser), donde seréis de mí yde todos vuestros parientes muyregalada y servida; y en esto no ha dehaber réplica, porque conviene.

Ella, mal de su agrado, e sabeNuestro Señor cómo, lo aceptó; «y luegola llevó a ancas de una mula, suhermano, y la puso y la entregó a lasmonjas, las cuales le dieron el hábito, yle tuvo muchos años, que no queríaprofesar con la esperanza que tenía dever a su mozo…».

Visto y entendido de sus hermanos eotros debdos esta ilusión y esperanzaque ella tenía de tornar a ver al Arrutia,

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fingieron cartas que desde Castillaanunciaban que era muerto, edijéronselo, e sintiólo gravemente, y a lapostre, domeñado su trabajado espíritucon tanto penar e por tanto tiempo, luegofizo su profesión de monja en aqueldicho monasterio, pero prosiguiótristísima, e vivía una angustiosa vida.

Ya sus cuitas no tenían límites.Lloraba al contemplar las altas paredesdel monasterio; incomodábala, laclausura estrecha; huía de lasconversaciones de seculares e dereligiosas; mostraba tibieza en ayunar, yen comer manjares gruesos, y nosoportaba el vestir hábitos ásperos.

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IV

El drama

Pasados ansi muchos años en aquelencerramiento, no obstante los consejosde su confesor, las penitencias que leimponía, y las recriminaciones a losconsuelos de sus compañeras, ellapermanecía desdeñosa a todo, y cadavez más cruel parecíale aquella suexistencia.

Y agravóse el penar, con lo quecopio del fiel historiador de esteverídico y lamentable suceso:

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«El Arrutia —dice— harto de viviren España y deseoso de volver a sutierra (y ya no le daban nada, y ella eramonja profesa), determina venir a lasYndias y a México, y pone en esecuciónsu viaje, y llega al puerto y a laVeracruz, ochenta leguas de México, yallí determinó estar unos días hastasaber cómo estaban los negocios, y laseguridad que podía tener en su venida.

»Como dice el proverbo antiguoque, “quien bien ama, tarde olvida onunca”, ansi él, que todavía tenía elascua del fuego del amor viva,determina escribir a un amigo, queavisase a aquella señora (la monja)cómo era vivo y estaba en la tierra; y

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luego la avisaron, y como ella oyó talnueva, dizen cayó amortecida en elsuelo, que le duró gran rato, y ella nodixo cosa, sino empezó a llorar y sentircon menoscabo de su vida verse monja eprofesa, y que no podía gozar del quetanto quería…

»Con tales imaginaciones y otras,dizen perdió el juicio…».

En efecto, estaba loca, más loca deamor y desesperación en no poder ver niunirse al único dueño de su vida y desus pensamientos, por el que tanto habíapenado en el siglo y en el claustro.

Hincóse de rodillas ante un Santo yvenerado Crucifixo que había en sucelda; pidióle alivio a sus dolorosos

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sofrimientos y perdón por sus pecados;pero le parecía a ella que el Santo yvenerado Crucifixo la veía solotristemente, y quedaba triste él también,enclavado al madero de pies e manos,escurriendo sangre e coronado deespinas. Se levantó, e hincando de nuevosus rodillas ante una imagen de NuestraSeñora, tan afligida y llorosa de rostrocomo ella, con lágrimas, sospiros ygemidos le rogó que remediase susmales, que le ficiese un milagro, queaquellos altos muros se abajasen o seabriesen para salir e huirse con Arrutia;mas la llorosa y angustiada imagen,parecía también gemir y sospirar sincurarse de sus males…

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Entonces, ya completamentetrastornada, fuera de sí, loca de veras,se fue a la huerta del monasterio, y allí,era una linda noche de luna quealumbraba todo, bebió agua en la fuentede los azulejos, donde pudo contemplarcomo en un espejo lo desmedrada queestaba; enjuto el rostro, hundidos comonunca sus ojos negros, que ya no eranentre tristes y amorosos, sino entreespantables y extraviados; enseguidapoco a poco fue viendo uno a uno todoslos árboles de la huerta, y sacando dedebaxo del hábito un largo cordel quellevaba arrollado en la cintura, contemblor reprimido le tiró hacia una delas ramas de uno de aquellos árboles;

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fizo un ñudo corredizo, e ató el otrocabo a su cuello, y subida en un poyo depiedra que cerca estaba, dio un salto,quedando suspendida e oscilando comoel cadáver de un ajusticiado…

Era media noche y las monjas muyajenas a lo que en la huerta sucedíarezaban muy devotamente los maitinesen el coro del templo de su monasterio,extrañando la ausencia de Sor María,mas pensando que estaría enferma e poresto no había ido.

V

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Epílogo

¡E cuán injustos e cuán crueles somoslos humanos con las debilidades eflaquezas de nuestros prójimos!

La pobre monja suicidada no fuevista con misericordia, que todoshorrorizados la condenaban e decían queestaría ardiendo en vivas llamas; e a sucadáver se le negó sepoltura en tierrabendita, e se le enterró en el muladar delmonasterio…

Pero a pocos días, una voz amiga epiadosa, salió en defensa de la infelizahorcada.

En el mesmo monasterio de la

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Limpia Concepción de Nuestra Señora,en donde aconteció la tragedia dicha,había entre otras una monja nombradaSor Francisca de la Anunciación, hijaque había sido de Hernando de Chávez,conquistador ya defunto, y de Marina deMontes de Oca, viuda a la sazón.

Esta buena religiosa, nacida en estacibdad y joven como de treinta años, enel locutorio del susodicho monasterio, a7 días de diciembre de 1565 años, anteel Señor Provisor, el Padre Maestro Fr.Bartolomé de Ledesma, de la Orden delSeñor Santo Domingo, e que conocía enlas cosas tocantes al Santo Oficio de laInquisición, declaró lo siguiente, queextracto en su parte substancial:

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Que podía hacer un mes, es decir aprencipios de noviembre del dicho añode 1565, estando amasando para hacerel pan con otras religiosas, trataron de laque se había ahorcado en un árbol de lahuerta, pues todas ellas no hablaban deotra cosa, medrosas e espantadas comoestaban, e casi seguras de que se habíacondenado.

Entonces, ella, Sor Francisca de laAnunciación, les dixo, que no podíaacabar de creer que la dicha religiosaque se ahorcó se había condenado,porque la que hablaba llegó a la huertaantes que expirase la suicida, etomándole en sus brazos la dixo quemirase si tenía sentido, que se

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arrepintiese de lo que había fecho epidiese a Dios misericordia; y que aestas palabras le pareció que la dichareligiosa bajó la cabeza tres o cuatroveces, por manera que dio a entenderque se arrepentía de lo que había fecho ypor esto dixo a las otras religiosas quetenía para sí que no se había condenadola dicha religiosa.

Declaró, también, la mesma SorFrancisca de la Anunciación, queestando ella enferma de dolor decostado, la dicha religiosa que se ahorcóse le apareció tres veces hincada derodillas junto a su cama, y al verla diovoces de temor, y con este temor sevolvió al otro lado del que estaba

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acostada.Algunas religiosas de las que se

hallaron presentes a estas pláticas, lareprendieron, e le dixeron que mirase loque decía, porque Nuestra Madre SantaYglesia sostiene lo contrario; y ellacontestó, que creía lo que NuestraMadre Santa Iglesia; e que si aquelloafirmaba, era porque estaba persuadidade los meneos que con la cabeza habíafecho la dicha religiosa, dando aentender que le pesaba haber fecho elmal; pues si no le contestara esto, ellasostendría lo contrario, porque creefirmemente que los que se desesperan yse les sale el ánima de las carnes, sintener arrepentimiento de haberse

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desesperado, que todos se condenan y sevan al infierno…

Y ansimesmo se acuerda que dixo alas demás religiosas, que cómo seentendía aquella Escritura, que decía:«Que había munchos cuerpos enterradosen los muladares que el día del Juicio selevantarían y resucitarían gloriosos, eirían a gozar de Dios, y otros queestaban enterrados en las iglesiascatedrales resucitarían para ir alinfierno», y a esto respondieron algunasde las religiosas que estaban presentes,«que esto que decía la Escritura no seentendía de los que se desesperaban,sino de los Mártires que mataban y losechaban por los muladares, y que éstos

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se levantarían el Día del Juicioglorioso…»; lo cual creían y cree ellatambién, aunque les dixo a las dichasreligiosas, «que los juicios de Dios erandiferentes de los de los hombres»; e poresto ella sostenía, como dicho tiene, quecuando exhortó a la ahorcada a quetuviese dolor y arrepentimiento del malque había fecho y de todos sus pecados,entendió que los juicios de Dios en talescasos eran muy diferentes, porque si ladicha religiosa, como dicho tiene, tuvoarrepentimiento por la exhortación quele fizo, se habría salvado, aunque loshombres habían juzgado que se habíacondenado, y como tal la habíanenterrado en el muladar y ansí, por el

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voto y parecer de la que habla, entoncesy siempre, ella nunca a la dichareligiosa la enterrara en el muladarcomo la enterraron.

Tal fue la defensa sencilla e ingenuaque fizo de su pobre hermana de hábito,Sor Francisca de la Anunciación;defensa justa de aquella infamadavíctima de un amor desgraciado, que notuvo una tosca mortaja que envolviese sucuerpo, ni un blanco cirio que loalumbrase, ni un bendecido rincón en elcamposanto, ni una modesta cruz sobresu tumba, pero quizá sí un lugar en elcielo, por haber amado mucho earrepentídose de sus faltas, como laMadalena del Evangelio.

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La Monja Alférez

Sucedido de la calle espaldade San Diego

Uno de los personajes del Virreinato quemás fama gozó en su tiempo y despuésde su muerte, fue la célebre doñaCatalina Erauso, nacida en SanSebastián de Guipúzcoa, el año de 1592,e hija del capitán Miguel de Erauso y deMaría Pérez de Galaviaga.

Muy joven doña Catalina, metiósereligiosa en un convento, pero no gustó

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de la vida mansa y monótona de la celday huyó del monasterio vestida dehombre, para seguir otra vida turbulentay llena de aventuras, que ha dado temapara autobiografías apócrifas, paranovelas picarescas, tradicionesinfundadas y cuentos imaginados, y aunpara libros eruditos como el que publicóen París, el año de 1829, D. JoaquínMaría de Ferrer en la imprenta de JulioDidot, reimpreso en Barcelona el año de1838 y traducido en parte al francés porel gran poeta Heredia.

Aquí en México aparecieron tresrelaciones en el siglo XVII, sobre la vidaaventurera de doña Catalina, editadassucesivamente por la viuda de Bernardo

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Calderón, calle de San Agustín, y porHipólito Ribera, mercader dé libros,calle del Empedradillo, en el año de1653.

Muy conocidos son los episodios dela vida romancesca de tan célebre mujer,que por haber sido religiosa y despuésmilitado en los ejércitos reales en elNuevo Mundo, llegó a ser más conocidacon el apodo de la «Monja Alférez»;pero en los relatos y obras que la hanhecho tan popular, no se contienen loscuriosos pormenores que consigna la«Última y tercera relación» —impresaaquí en el siglo XVII— en la cual se«haze verdadera narración de susmemorables virtudes, y exemplar muerte

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en estos Reynos de la Nueva España».Refiere el autor anónimo de esta hoy

rarísima «hoja volante», cómo fue laMonja Alférez, al fin de sus múltiplesaventuras, camino de Roma, en donde elPapa, a petición de ella y maravilladode sus hazañas, la concedió pudieseandar en traje de hombre como hasta ahíhabía andado; y de cómo habiéndolereplicado a Su Santidad un Cardenal«que no era justo hazer exemplar paraque las mujeres que avían sidoreligiosas anduviesen en trajeindecente», le respondió el SumoPontífice: «Dame otra Monja Alférez yharé lo mismo».

Con tal licencia, y con cuatro

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láminas del Patriarca San José, otrostantos jubileos, para que hiciese graciade ellos a las «personas que gustase», seembarcó rumbo a España y amparadaallí de un buen valedor, consiguió que elRey, en premio de sus serviciosmilitares en la América, le librase unsituado de quinientos pesos anuales,contra las Cajas Reales del Perú,Manila o México.

Consta, por otros documentos que secitan en el libro del Sr. Ferrer, «que sedespachó a la provincia, de NuevaEspaña, año de 1630, a cargo delgeneral D. Miguel Echazarreta, en 21 dejulio el alférez Doña Catalina deErauso…».

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Presentóse, ya en la Capital, con suCédula correspondiente de pago, alMarqués de Cerralvo, que era entoncesel Virrey, y durante algunos años pasóvida plácida con la cobranza de supensión, hasta que resolvió dedicarse ala arriería, haciendo viajes de México aVeracruz o viceversa.

El Padre Capuchino, Fr. Nicolás deRentería, dice que la conoció siendo élseglar en la Veracruz el año de 1645.Entonces se llamaba «D. Antonio deErauso», y tenía «una recua de mulas enque conducía con unos negros ropa adiferentes partes…; que era sujeto allítenido por de mucho corazón y destreza;y que andaba en hábito de hombre, que

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traía espada y daga con guarniciones deplata…; que era de buen cuerpo, nopocas carnes, color trigueño, conalgunos pocos pelillos por bigote».

Otro de sus contemporáneos que laconoció, dice que fue retratada por elpintor Francisco Crecencio.

«Ella —refiere— es de estaturagrande y abultada para mujer, bien quepor ella no parezca ser hombre. No tienepechos: que desde muy muchacha medijo haber hecho no sé qué remedio parasecarlos y quedar llanos, como lequedaron, el cual fue un “emplasto”, quele dio un italiano, que cuando se lo pusole causó un gran dolor…».

«De rostro —prosigue— no es fea,

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pero no hermosa… Los cabellos sonnegros y cortos como de hombre, con unpoco de melena… Viste de hombre a laespañola; trae la espada bien ceñida, yasí la vide; la cabeza un poco agobiada,más de soldado valiente que decortesano, y de vida amorosa. Sólo enlas manos se le puede conocer que esmujer, porque las tiene abultadas ycarnosas, robustas y fuertes, bien que lasmueve algo como mujer».

Volviendo a nuestra «Última ytercera relación» —impresa en México— se cuenta en ella, que en uno detantos viajes que hizo a la Villa deXalapa, le dio cierto mercader una cartapara el Alcalde Mayor, quien deseaba

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enviar una hija suya a México, con el finde que profesara en un convento de estaCiudad y Corte.

El Alcalde, como leyera en la cartaque «D. Antonio» era «hembra» y no«hombre», para cerciorarse más de elloy confiarle la conducción de su hija conmenos peligro, ordenó a las otras hijasque tenía, dispusiesen un baño yconvidasen a nuestra Monja Peregrina;«hiziéronlo assí, y aviendo acetado,puesto el Alcalde Mayor a donde lasvía, y no podía ser visto, con laexperiencia conoció que era verdad, loque le habían escrito, con que al díasiguiente, le entregó a la dama que habíade ser religiosa…».

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Caminaba con ella, y de suhermosura enamorada, cuando llegaroncerca de Chila, como encontrasen alAlcalde de este lugar, que sólo con uncriado iba también de camino, lepreguntó el Alcalde a nuestra Peregrinaa dónde iba tan cubierta y con aquelladama; le contestó que a México; y comole preguntase si la dama era su mujer, lecontestó «que no era posible serlo».

Entonces el Alcalde le dijo;—Quítese vuestra merced la

mascarilla, que importa al servicio deSu Majestad.

A lo que replicó la Monja Alférez,medio enfadada:

—Ni Su Majestad tendrá noticia de

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nuestro viaje, ni a su Real servicio haceal caso quitarse o no quitarse lamascarilla, que no se ha de conseguirmenos que pasando por dos balas quetiene este arcabuz.

Calmó la cólera, viendo que elAlcalde volvía la grupa junto con elcriado y que picaban recio a lascabalgaduras que montaban, aunque nosin amenazarla con que iba en busca degente que les auxiliase.

Entretanto, la Monja Peregrina y lajoven, con maña y priesa llegaron aMéxico; y antes de que se entrasereligiosa la dama, le cobró afición unhidalgo y la pidió por esposa a losparientes en cuya casa se hospedaba.

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Súpolo nuestra Peregrina, y cuitaday celosa, le prometió a la dama —queparece quería más desposarse con elhidalgo que ser monja— dotarla desdeluego si entrábase al punto en unconvento, y demás de la dote imponerlea rédito un capital de tres mil pesos «ydarle la mitad de lo que cobraba —como pensión— de la real caja…» yprofesar con ella, también como habíaprofesado en Guipúzcoa.

A despecho de la Peregrina, la damase casó con el hidalgo, y éste le permitióa aquélla seguir visitándolos.

Enfermó, no obstante el permiso, decelos de verla casada, y cuando hubosanado tomó a las visitas, hasta que

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excediéndose de celosa con otrasdamas, obligó al esposo a decirle noentrase más en su casa.

Furibunda, entonces, dirigió alesposo este papel o carta de desafío:

«Quando las personas de mi calidadentran en una casa con su nobleza tienenasegurado la fidelidad del buen trato, yno aviendo el mío excedido los límitesque piden las partes de vuesa merced, esdesalumbramiento el impedirme entraren su casa; además, que me hancertificado, que si por su calle paso, mehan de dar muerte, y assí, yo aunquemujer, pareciéndole imposible a mivalor, para que vea mis bizarrías, yconsiga lo que blasona, le aguardo sola

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detrás de San Diego, desde la una hastalas seis.—Doña Catharina de Erauso».

Contestóle el hidalgo, entre serio yburlón, y cerró la epístola diciéndole sesirviese «dejar esso» —el desafío—para los hombres, y que se consagrara«en encomendarse a Dios, que laguardase muchos años».

Volcanes de iracundia echaba porlos ojos la Peregrina Monja, y a nohaber mediado entre ambos, amigos quelos reconciliaron, dejándolos biensatisfechos, ¡quién sabe qué hubieraacontecido!

Mas sucedió que pasado un mes,encontró la Erauso al hidalgo en lancepeligroso, pues con espada y broquel se

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defendía de tres hombres, «y con valorlos ponía en cuidado». Desnudó al puntoespada y daga la Monja Alférez, ypúsose al lado de su reconciliadoamigo, y le dijo:

—¡Señor hidalgo, los dos, a los quesalieren!

Y con ímpetu se arrojó en contra delos tres adversarios, pero con tal coraje,que su compañero hubo de contenerlecon estas palabras:

—¡Señor Alférez, blanda la mano,que importa!…

Otros que llegaron pusieron en paz atodos. Y cuando «el favorecido en lapendencia iba a darle las gracias delbeneficio, oyó que, volviendo las

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espaldas, y envainando el acero», ledijo:

—¡Señor hidalgo, como de antes!Todos celebraron la bizarría de su

despejo; y continuó la Monja Peregrinaen su ejercicio de arriera, hasta queyendo a Veracruz con una carga fletada,adoleció en Cuixtlaxtla «del mal de lamuerte», expirando el año del Señor de1650.

Dióse aviso a los vecinos deOrizaba. Concurrió al funeral lo máslucido del pueblo, pues fue muy amadade presbíteros y religiosos, porqueaparte de sus varoniles arrojos, rezabatodos los días lo que era obligación amonjas profesas; ayunaba toda la

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cuaresma, los advientos y vigilias; tresdisciplinas hacía lunes, miércoles yviernes y oía diariamente misa.

Contaban que el Obispo D. Juan dePalafox, hizo poner en el sepulcro de laMonja Peregrina un honorífico epitafio«y que por prodigio de mujeres, intentótraer sus huesos a la ciudad de laPuebla».

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El Santo Ecce Homodel Portal

Tradición del Portal deAgustinos

En la calle que primitivamente se llamó«de las Canoas» porque éstas venían porel «Canal de la Viga», hasta el «ColiseoViejo», calle después conocida con elnombre de «Tlapaleros», por las tiendasque en ella había consagradas a la ventade pinceles, colores, aceites, barnices y

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otros menesteres anejos al oficio depintor; calle, en fin, que hoy se dice «4.ªde la Avenida del 16 de Septiembre»,junto a la acera Sur, en la cual se levantaahora el edificio del «CentroMercantil», existió casi hasta fines delsiglo pasado el «Portal de losAgustinos», del que sólo queda unaantigua inscripción, que con caracterescoetáneos de la decimaséptima centuria,encerrada en un óvalo, reza así:

«EL CONBENTO REAL DE SN. ||AGUSTÍN CUYO ES ESTE PO- || -RTALTIENE EXECUTORIA DEL SUPE- || -RIORGOBIERNO DESTA NUEBA ESPAÑAPARA || Q. SE PUEDA PONER CAXON(EN) ESTA ESQUINA. || AÑO DE 1673».

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Con ejecutoria y todo, los hermanosAntonio y Cristóbal de la Torre,establecieron en la unión de los dosportales, el de los Agustinos y el deMercaderes, una alacena en que vendíanlibros, novelas y canciones populares,alacena que fue mucho tiempo, centro ycita de platicones desocupados, que ibanallí a echar sabrosos paliques políticos,literarios y escandalosos.

Aquel adefesio, del «Portal de losAgustinos», en los últimos tiempos,estaba casi hundido bajo la mole de losdos pisos superiores que sustentaba. Losarcos se tocaban con las manos. Eraobscuro, y en las tardes lluviosas, lasaguas que anegaban la calle penetraban

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hasta el interior de las casas decomercio.

Mencionaremos los principalescomercios que había en el interior. En laesquina la librería de Rosa, que fue laantecesora de la de Bouret; la cristaleríade «La Jalapeña»; la «Antigua Libreríade Galván», que traspasaron los señoresAndrade y Morales; una fotografía conostentosos muestrarios, en los que podíaleerse: «¡Se garantiza el parecido!» y alfin, en la otra esquina, con la calle de laPalma, la tienda de abarrotes de Cuervo,cuyo origen era inmemorial.

Casi a la mitad del Portal, en elinterior, y en la esquina con el «Callejónde Bilbao» —donde una antiquísima

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tradición afirma que nació el insigneautor dramático Don Juan Ruiz deAlarcón y Mendoza— en el aparador dela librería que fue primero de Galván ydespués de los señores Andrade yMorales, sitio que ocupa ahora unexpendio de tabacos llamado «LaVioleta», había un nicho que selevantaba a poco más de medio metrodel nivel del suelo, pero que, angostocomo era, tocaba su parte superior eltecho del «Portal de los Agustinos».

En este nicho, venerábasepúblicamente desde muy remotostiempos una escultura conocida con elnombre del «Santo Ecce Homo delPortal»; alumbrado durante la noche, y

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aun de día, por la parpadeante luz de unalamparilla encerrada en un farol decristal y armazón de hojalata, al quecuidaban de poner aceite, para queardiera de continuo, los muchos devotosde aquella escultura maravillosa por susmilagros.

¡Y vaya que fue maravilloso el«Santo Ecce Homo»! Como que de élcontaban —y ahora os voy a referir—una milagrosa tradición con su salecitade filosofía ejemplar.

Pues, señor, que allá en el siglo XVII,desembarcó en Veracruz y llegó aMéxico, a la postre de penoso viaje, unaventurero español, de aquellos ilusosque venían de la Madre Patria, preñada

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la mente por encontrar tesoros como losdel Inca Atahualpa o los del aztecaMotecuhzoma.

Pero cuál sería su penar y apuroscuando una vez en la capital del Reinode la Nueva España, vio que pasaban ypasaban días, sin que los soñadostesoros fuesen por él descubiertos; ycansábansen ya de hospedarle gratis ydarle la diaria pitanza muchos de suscompatriotas cuando uno de ellos leaseguró que en el «Portal de losAgustinos», había un «Santo EcceHomo» muy maravilloso, y que a élhabía de acudir para que lo socorrieseen sus necesidades y le tornase enpróspera su hasta allí mísera existencia.

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El advenedizo ibero siguió elconsejo de aquel paisano y amigo; y enla noche del mismo día en que se lodiera, encaminóse después del toque «dela queda», que daban las campanas de laSanta Catedral, al «Portal de losAgustinos», que a tales horas quedabasolitario y silencioso y apenasalumbrado por la vacilante luz delfarolillo que tenían siempre encendidolos devotos del «Santo Ecce Homo».

Llegó el ibero ante el nicho. Quitósela gorra con respeto. Hincó la rodilladiestra, y apoyado el codo de susiniestro brazo en la rodilla levantadade la otra pierna, reclinó la frente en lapalma de la mano izquierda, mientras

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que con la otra mano accionaba y hacíaademanes de orador, al hablarle así a lamilagrosa escultura:

—Señor, Divino Señor, que estásaquí tan desnudo de ropas, cual lo estaréyo pronto si no pones remedio a mispenas; lleno de moretones y cardenalesde tantos golpes que te dieron los judíos,como mi perra suerte; sin más abrigoque tu descolorida clámide, parecida ami desteñido capotillo; ni más calzonesque cubran lo que debe cubrir lahonestidad, que los que tú tienessemejantes a los míos; Señor, postradohumildemente a tus pies, te pidoencarecidamente que me concedas,como a otros paisanos míos, que haga yo

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pronto una gran fortuna…El «Santo Ecce Homo», que aunque

mudo e inmóvil parecía mirarle ycompadecerle, inclinó y alzó dos vecesla cabeza, como si le dijera:

—Concedido… concedido, lo que túme pides.

Maravillóse el ibero, y gozoso, denuevo imploró otra gracia.

—Señor, Divinísimo Señor, permiteque, como tantos paisanos míos aquíresidentes, encuentre yo una joven rica yhermosa entre tantas criollas que hay enesta ciudad, y que me enamore de ella, yque ella me corresponda, y que nosdesposemos muy en breve…

Por segunda vez bajó y levantó la

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cabeza el «Santo Ecce Homo», en señalde que aquella otra gracia estaba desdeluego concedida.

El insaciable ibero, poseído más dejúbilo que de asombro, pues su dicha levedaba darse cuenta de que se dirigía auna imagen y no a un ser viviente,exclamó con sin igual delirio y fervor:

—¡Señor, Misericordioso Señor,pues merezco de ti tantos favores,dándome o prometiéndome dar una granfortuna y una linda esposa, concédemelarga prole que perpetúe mi nombre yherede mis riquezas en este mundo!

Por tercera vez, la milagrosa efigiemovió la cabeza, como la había movidoen los dos actos anteriores…

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El ibero rebozaba contento, ydemasiado ambicioso y no satisfechoaún, imploró una última gracia.

—¡Señor, le dijo, ya que te hanmanifestado tan bondadoso y pródigoconmigo, ofréceme que a mi muerte mellevarás al Cielo para gozar a tu lado dela Gloria eterna…!

El «Santo Ecce Homo» en estaocasión ya no movió la cabeza,coronada de punzantes espinas, ensentido afirmativo; la movió de un ladoa otro, como si dijera: «No, no»; y nosólo con la cabeza indicó su negativarotunda, sino que con la caña queempuñaba en la mano hacía señal en elmismo sentido negativo. Al ibero

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parecióle, además, que de los labios del«Santo Ecce Homo» salía una vozimponente, que le reprochaba aquelladesmedida sed de toda clase de bienes,y que le ponía el dilema de elegir losgoces de la tierra y las dulzuras delCielo; —«pero ambas cosas—figurábase que le repetía no, no»; ¡y queuno y otro «no» lo subrayaba con lacabeza espinada y con la cañaenhiesta…!

Desplomóse el ibero sobre las losasdel pavimento del Portal; pocosmomentos después, la ronda que por allípasaba levantó el cuerpo de aquél, sinvida o desmayado; conducido en brazosde los alguaciles a la próxima Cárcel de

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Corte, pudieron todos observar que elinfeliz no estaba muerto, peroconvinieron también todos en que nohabía tomado en el curso de muchashoras bocado alguno…

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Lo que aconteció auna monja con un

clérigo difunto

Leyenda de la calle de JesúsMaría

El muy sabio varón y célebre anticuariomexicano, D. Carlos de Sigüenza yGóngora, en una obra que intituló«Paraíso Occidental, plantado ycultivado por la liberal benéfica manode los muy Catholicos y poderosos

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Reyes de España Nuestros Señores, ensu magnífico Real Convento de JesúsMaría de México», obra que dio a laestampa el año de 1684 Juan de Rivera,impresor y mercader de libros; a la foja189, vuelta, refiere un espantablesuceso, del cual certifica su verdadcomo testigo.

Refiere el buen varón y sapienteescritor, que en el dicho monasterio deJesús María, y en el curso del siglo XVII,hacía años que en la sala de labor de lasmonjas, en el aposento dedicado a losejercicios, en una escalera y en otroslugares solían espantarse las religiosaspor cosas sobrenaturales que veían uoían.

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Alguna de las dichas monjas,aseguraba haber visto dos Jueves Santosseguidos, a un clérigo que subía laescalera, con gran reposo y en silencio;pero no con señales de estar vivo, sinomuerto: «De lo cual —dice Sigüenza yGóngora— como de efectos de lasoledad y del miedo no se hizo caso».

Los meses pasaron así entre sustos ysobresaltos y a la sazón estaba denovicia en el propio convento una viuda,llamada Tomasina Guillén Hurtado deMendoza, esposa que había sido de unD. Francisco Pimentel, gentilhombre delVirrey Conde de Baños.

Al morir Pimentel, dejó a suconsorte por herencia el ajuar de su

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casa, que era muy bueno, y una dita muymala que montaba a tres mil pesos,«para que cuando la cobrase se entrasemonja».

Tomasina había sufrido mucho allado de su madre desde niña; pues lamadre «era de condición indigente yarrebatada», y la había criado conexcesivo rigor y encerramiento. La teníade continuo entre unas tablas hilandooro, la reprendía muy de continuo y ledaba golpes con el huso hastadescalabrarla.

A los quince años de edad, y nopocos de sufrimiento, la madre la metióde monja en Jesús María, pero ella, másinclinada al siglo que al claustro, volvió

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al mundo a poco. Enfermóse después deun fuerte tabardillo, que la puso a laspuertas de la muerte; prometió, sisanaba, vivir de religiosa, mas cuandohubo sanado, arrepintióse y se contentócon llevar un hábito de Santa Teresa.

Se molestó con esto la irritablemadre y la encerró en el convento deSanta Isabel. Abrigaba la esperanza deque alguna persona pudiente le diera unarica dote para que profesara. Ella,empero, volvió al siglo, y a la postre dealgunos años, casóse al fin con el dichoD. Francisco Pimentel.

Dice Sigüenza y Góngora, que «simala vida tuvo —la Tomasina con lamadre cuando muchacha— no fue digna

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de compararse con ella la que le dio elmarido. Al segundo día tapió lasventanas de la casa; y cuando salía deella, la dejaba encerrada en el últimoaposento con muchas llaves, y aunquecon tan nimia diligencia le quitaba lasocasiones, nunca le faltaron motivos alceloso hombre para andar en pleitos».

Por suerte y dicha de la Tomasina,no duró casada más de un mes y dos omás semanas; y ya difunto el esposo,vacilaba en seguir o no los consejos deuna buena amiga, que le aconsejótornara a encerrarse en un monasterio.Contribuyó mucho a decidirla, el que, encierta ocasión en que fue al convento deJesús María en busca de una moza, al

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despedirse y lamentarse de su malasuerte, una de las porteras le dijo:

—Vuelve a casa «pan perdido»,mira lo que haces.

Palabras que hondamente laconmovieron y la decidieron a profesaren aquel santo monasterio.

Transcurridos algunos meses de sunoviciado, Tomasina soñó que se leaparecía el clérigo que habían vistootras subir pausadamente por laescalera; el cual le pidió determinadasdevociones que le habían de hacer todaslas religiosas en común, a fin de salir delos tormentos del Purgatorio que hacíamuchos años padecía, y sin haberlogrado en todo este tiempo que alguna

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monja le escuchase para referírselos.Comunicó su terrible sueño

Tomasina al confesor, y suponiendo ésteque todo era hijo de la imaginación, lamandó sólo que encomendase a Dios alclérigo.

Pero por muchas noches volvió asoñar lo mismo, y con los mismospormenores, hasta que en una de esasnoches, el alma en pena le dijo:

—¿Es posible, Tomasina, que nohagas lo que te pido, ni te compadezcasde las penas gravísimas que meatormentan? Muy bien haces enobedecer a tu confesor, pero si élexperimentara la más mínima parte demis dolores, no te persuadiera de que

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estás soñando. Las oraciones han de seren comunidad; y el ayuno a pan y agua lohas de hacer tú.

Respondióle la madre sin despertar:—Lo que a mí me pertenece lo haré

de muy buena gana luego al instante,pero en lo que toca a las oraciones no sési me creerán las religiosas, aunque selos diga.

Al contestar lo dicho, teníaTomasina la mano izquierda puestasobre la frente, mas descubierto elbrazo; y al replicarle el difunto: «Sí tecreerán», se lo tomó por la sangradera.

Sintió la monja, conmoverse todaslas entrañas; despertó dando de gritos ya los gritos y al olor de carne quemada,

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se levantaron de los lechos susconnovicias y las maestras, con espantoy con asombro.

Dióse aviso del suceso a D. FrayPayo Enríquez de Rivera, entoncesArzobispo de México, quien nombró asu Provisor y Vicario General D.Antonio de Cárdenas y Salazar, para quese cerciorase del estupendo caso;Cárdenas y Salazar, estupefacto, vio lasquemaduras de los cinco dedos que elclérigo difunto había dejado impresos enel brazo de la novicia; y llamados quefueron varios cirujanos, unánimesdeclararon, bajo juramento, que aquelfuego «no era del usado en el mundo», yque había, además de quemado el brazo,

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encogídolo y contraído sus nerviostodos.

«O por vecino —dice Sigüenza yGóngora— o por curioso, dos díasdespués conseguí ver esto propio en laportería, y aunque como mozueloestudiante no puse todo aquel cuidadoque se debía, acuérdome muy bien elque no se extendían las quemaduras,sino a lo que con las yemas, y parte delos segundos artejos de los dedos sehabía oprimido, y como esto parece quehabía sido con alguna fuerza, eranaquéllos en extremo grandes: quedaronahí estampadas las rayas y mayoresporos de los dedos del difuntodistintamente, y no se veía inflamación

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ni en la circunferencia de las escaras, nien lo restante del brazo; pero de ahí apoco le sobrevino ésta con accidentesgravísimos, para cuya curación nohacían los medicamentos ordinariosefecto alguno».

Cuenta el mismo cronista que sedijeron misas y se rezaron rosarios porel difunto; que Tomasina, por lo pronto,no pudo hacer el ayuno, y que algunasreligiosas se ofrecieron a suplirla.Aparecióse de nuevo, la noche en que deello se trataba, el clérigo a la novicia.Mostróse muy agradecido; díjole quesus penas ya no eran tan grandes, peroque no olvidase el ayuno; que tuviesemuchas esperanzas de que sanaría por

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completo de su brazo, el mismo día enque él subiese al Cielo; y concluyómanifestándole, que supuesto le habíaayudado a salir de los gravespadecimientos que tenía en elPurgatorio, él también prometía ayudarlecon sus peticiones y ruegos cuando seencontrara en la Gloria; que perseveraraen el estado en que se había propuestovivir y morir, esto es, en el de religiosay en el cual Dios la había puesto, y quemirase lo que hacía para que tuviesebuen fin.

En esta vez Tomasina no vio alclérigo en sueños; se le aparecióvisiblemente, en cuerpo y alma, con laspropias carnes y espíritu que tenía en

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vida; y al desaparecerse —al concluir ladicha plática— «le cogió con sólo tresdedos el otro brazo».

Sintió la novicia un dolor agudo yvehementísimo, como era natural, altomarle el clérigo el brazo con susdedos, que le quemaron como ardientesbrasas; pero el dolor que ahoraexperimentó, «no tuvo con el primerocomparación alguna, ni fueron lasescaras que le quedaron tan en extremogruesas como las otras. Con ellas, y conla contracción de su brazo, perseveróhasta “veinte y dos de septiembre de milseiscientos y sesenta y nueve”, en queprofesó, y después de haber hecho lafórmula de los votos al postrarse en

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tierra…».La vida de la religiosa fue desde

entonces austera y ejemplar. En lugar delas delicadas holandas que antesvistiera, se puso ahora una túnica deburda estameña, que le servía a la vezde camisa. En lugar de blandoscolchones y sábanas que antes lemolestaban hasta en sus menorespliegues, dormía en dos toscas tablas sincabezal alguno; «no se cubría más ropaque una delgada colcha con que setapaba el cuerpo sin desnudarlo; en losbrazos, en los muslos, y en la cintura, seamarró cilicios de cerdas y cadenetas deacero, y se cubrió los pechos y lasespaldas con escabrosos rallos; en los

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zapatos ponía de ordinario menudaspiedras y algunas veces (horrorízame lascarnes al escribirlo), esparcía por ellosagudos clavos».

Cuenta también D. Carlos deSigüenza y Góngora que al cabo decuarenta años de Purgatorio —contadossin duda desde antes de sus apariciones— al fin el alma del clérigo subió alcielo; pues cierto día amanecióTomasina completamente sana, sinhuellas de quemaduras ni contraccionesen sus brazos, «de que fueron testigostodas las monjas y el innumerableconcurso que allí asistía».

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La calle de la mujerherrada

Sucedido de la calle de lapuerta falsa de Santo Domingo

(ahora del Perú)

Protesto, bajo mi palabra de honor, y nolo juro por no ser ya costumbre en estostiempos, que el suceso «formidable yespantoso» que voy a referir, estáconsignado en el capítulo octavo,páginas 40 y 41 de la Vida del P. Don

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José Vidal, de la Compañía de Jesús,impresa el año de 1752, en el muyantiguo Colegio de San Ildefonso; Vidaque escribió el muy R. P. Don JuanAntonio de Oviedo, también de la dichaCompañía, y que halló el sucesorelatado por el dicho P. Vidal en losescritos de sus misiones, formados pormandato superior.

Protesto a la vez, que lo propiorefiere en sus Noticias de México, elmuy curioso y erudito vecino DonFrancisco de Sedano, quien escuchó elmencionado «espantoso y formidablesuceso», de los labios de otro religiosojesuita, en sermón que predicó en eltemplo de la Casa Profesa, allá en una

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de las cuaresmas del año del Señor de1760, y que fueron testigos delsupradicho suceso un sacerdote secular,un religioso carmelita y un padre de S.Ignacio, cuyos nombres encontrarán lospacientes lectores en el curso de estaverídica, aunque estupenda narración,que hoy escribo en prosa vil y estilollano; pero que ya han trovadoinspirados vates.

Por los años de 1670 a 1680, según lassesudas investigaciones de DonFrancisco de Sedano, vivía en estaciudad de México y en la casa número 3de la calle de la Puerta Falsa de Santo

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Domingo, ahora número 100, calleatravesada entonces de Oriente aPoniente por una acequia, vivía, digo, unclérigo eclesiástico; mas no honesta yhonradamente como Dios manda, sino enincontinencia con una mala mujer ycomo si fuera su legítima esposa.

No muy lejos de allí pero tampocono muy cerca, en la calle de las Rejas deBalbanera, bajos de la ex-Universidad,había una casa que hoy está reedificada,la cual antiguamente se llamó Casa delPujavante, porque tenía sobre la puerta«esculpido en la cantería un pujavante ytenazas cruzadas», que Sedano viovarias veces, y que decían ser«memoria» del siguiente sobrenatural

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caso histórico que el incrédulo lectorquizá tendrá sin duda por consejapopular.

En esta casa habitaba y tenía subanco un antiguo herrador, grande amigodel clérigo amancebado, item más,compadre suyo, quien estaba al tanto deaquella mala vida, y como frecuentabala casa y tenía con él mucha confianza,repetidas ocasiones exhortó a sucompadre y le dio consejos sanos paraque abandonase la senda torcida a que lehabía conducido su ceguedad.

Vanos fueron los consejos, estérileslas exhortaciones del «buen herrador»para con su «errado compadre» quecuando el demonio tórnase en travieso

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Amor, la amistad es impotente paravencer tan satánico enemigo.

Cierta noche en que el buen herradorestaba ya dormido, oyó llamar a lapuerta del taller con grandes ydescomunales golpes, que le hicierondespertar y levantarse más que de prisa.

Salió a ver quién era, perezoso porlo avanzado de la hora; pero a la vezalarmado por temor de que fuesenladrones, y se halló con que los quellamaban eran dos negros que conducíanuna mula y un recado de su compadre elclérigo, suplicándole le herraseinmediatamente la bestia, pues muytemprano tenía que ir al Santuario de laVirgen de Guadalupe.

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Reconoció en efecto la cabalgaduraque solía usar su compadre, y aunque demal talante por la incomodidad de lahora, aprestó los chismes del oficio, yclavó cuatro sendas herraduras en lascuatro patas del animal.

Concluida la tarea, los negros sellevaron la mula, pero dándole tancrueles y repetidos golpes, que elcristiano herrador les reprendióagriamente su poco caritativo proceder.

Muy de mañana, al día siguiente, sepresentó el herrador en casa de sucompadre para informarse del por quéiría tan temprano a Guadalupe, como le

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habían informado los negros, y halló alclérigo aún recogido en la cama al ladode su manceba.

—Lucidos estamos, señor compadre—le dijo—; despertarme tan de nochepara herrar una mula, y todavía tienevuestra merced tirantes las piernasdebajo de las sábanas, ¿qué sucede conel viaje?

—Ni he mandado herrar mi mula, nipienso hacer viaje alguno —replicó elaludido.

Claras y prontas explicacionesmediaron entre los dos amigos, y al finde cuentas convinieron en que algúntravieso había querido correr aquelchasco al bueno del herrador, y para

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celebrar toda la chanza, el clérigocomenzó a despertar a la mujer conquien vivía.

Una y dos veces la llamó por sunombre, y la mujer no respondió. Una ydos veces movió su cuerpo, y estabarígido. No se notaba en ella respiración,había muerto.

Los dos compadres se contemplaronmudos de espanto; pero su asombro fueinmenso cuando vieron horrorizados,que en cada una de las manos y en cadauno de los pies de aquella desgraciada,se hallaban las mismas herraduras conlos mismos clavos, que había puesto a lamula el buen herrador.

Ambos se convencieron, repuestos

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de su asombro, que todo aquello eraefecto de la Divina Justicia, y que losnegros, habían sido los demoniossalidos del infierno.

Inmediatamente avisaron al cura dela Parroquia de Santa Catarina, Dr. D.Francisco Antonio Ortiz, y al volver conél a la casa, hallaron en ella al R. P. DonJosé Vidal y a un religioso carmelita,que también habían sido llamados, ymirando con atención a la difunta vieronque tenía un freno en la boca y lasseñales de los golpes que le dieron losdemonios cuando la llevaron a herrarcon aspecto de mula.

Ante caso tan estupendo y poracuerdo de los tres respetables testigos,

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se resolvió hacer un hoyo en la mismacasa para enterrar a la mujer, y una vezejecutada la inhumación, guardar el másprofundo secreto entre los presentes.

Cuentan las crónicas que ese mismo día,temblando de miedo y protestandocambiar de vida, salió de la casanúmero 3 de la calle de la Puerta Falsade Santo Domingo, el clérigoprotagonista de esta verídica historia,sin que nadie después volviera a tenernoticia de su paradero. Que el cura deSanta Catarina, «andaba movido a entraren religión, y con este caso, acabó deresolverse y entró a la Compañía de

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Jesús, donde vivió hasta la edad de 84años, y fue muy estimado por susvirtudes, y refería este caso conasombro». Que el P. Don José Vidalmurió en 1702, en el Colegio de SanPedro y San Pablo de México, a la edadde 72 años, después de asombrar con suejemplar vida, y de haber introducido elculto de la Virgen, bajo la advocaciónde los Dolores, en todo el Reino de laNueva España.

Sólo callan las viejas crónicas el findel R. P. carmelita, testigo ocular delsuceso, y del bueno del herrador, queDios tenga en su santa Gloria.

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La Calle deChavarría

(2.ª del Maestro Justo Sierra)

Noche lúgubre, según las crónicas denuestras antiguallas, fue la del 11 dediciembre de 1676 para los buenoshabitantes de la Muy Noble y Lealciudad de México, pues a las siete,estándose celebrando el aniversario dela aparición de la virgen de Guadalupeen la iglesia de San Agustín, se incendióésta, comenzando por la plomada del

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Reloj.¡Considérese la consternación y

espanto de aquellas benditas y devotasgentes al ver que el fuego devoraba untemplo tan antiguo y tan suntuoso!¡Considérese la imposibilidad decontener tan voraz elemento en aquellosremotos tiempos, en que las bombaseran desconocidas, en que las llaves deagua sólo servían para satisfacer la sed,y en los que para sofocar el fuego seacudía al derrumbe y a la presencia delas imágenes, y de las comunidades quellevaban cartas fingidas de los santosfundadores, en las que éstos simulabandesde el Cielo mandar que cesara elincendio!

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¡Qué noche! ¡La gente salía en tropelde la iglesia y empujada por el terror,sofocada por el humo, iluminada por lasllamas! Los frailes agustinos por suparte abandonaban el conventotemerosos de que el fuego devorase lasceldas. En pocos instantes la calleestaba completamente llena de unamultitud abigarrada, que con los ojosabiertos y casi salidos de sus órbitas porel terror, veía impotente que el fuegolamía, se enroscaba y devorabaimpetuoso al templo.

La multitud, repito, era heterogénea.Los curiosos, los devotos que habíanquedado, los agustinos, las órdenes deotros conventos, que habían acudido con

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sus Santos Estandartes y cartas de suspatronos, los regidores de la ciudad, losoidores, y el Virrey Arzobispo Don Fr.Payo Enríquez de Rivera, quepersonalmente tomaba parte activadictando cuantas medidas juzgabaconducentes, para que el fuego no secomunicara al convento y cuadrascircunvecinas, como lo consiguió.

Pero cuando era mayor la confusión,en el incendio, cuando la gente apiñadafrente a la ancha puerta de la iglesia,veía salir de ésta lenguas colosales defuego, gigantescas columnas de humo,infinidad de chispas que arrebataba elviento; cuando el calor sofocante,exhalado como el aliento de un

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monstruo, brotaba de aquella puerta y secomunicaba hasta la acera de enfrente,haciendo reventar los cristales de lasvidrieras de las casas, la multitudpresenció una escena que a todos hizopor lo pronto enmudecer de espanto…

Un hombre como de cincuenta yocho años de edad; pero fuerte yrobusto, que vestía el traje de Capitán yceñía espadín al cinto, se abrió paso conesfuerzo entre la multitud, y solo, sin quenadie se diera cuenta de lo que iba ahacer, penetró en la iglesia cuyos murosestaban ennegrecidos por el humo; subióimpasible las gradas del altar mayor;trepó con agilidad sobre la mesa del ara;alzó el brazo derecho y con fuerte mano

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tomó la custodia del Divinísimo,rodeada en esos instantes de un nueveresplandor —el resplandor espantosodel incendio—, y con la misma rapidezque había penetrado al templo y subidoal altar, bajó y salió a la calle, sudoroso,casi ahogado, aunque lleno de piadosoorgullo, empuñando con su diestra lahermosa custodia, a cuyos pies cayó derodillas, muda y llena de unción, lamultitud atónita…

Pasó el tiempo. De aquel incendio quedestruyó la vieja iglesia de San Agustínen menos de dos horas, pero cuyo fuegoduró tres días, sólo se conservó el

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recuerdo en las mentes asustadas de losque tuvieron la desgracia depresenciarlo.

Sin embargo, al reedificarse una delas casas de la acera que ve al norte, dela calle que entonces se llamaba de losDonceles, situada entre las que llevabanlos nombres de Montealegre y Plaza deLoreto, los buenos vecinos de la muynoble ciudad de México, contemplaronsobre la cornisa de la casa nueva unnicho, no la escultura de algún santocomo era entonces costumbre colocar,sino un brazo de piedra en alto relieve,cuya mano empuñaba una custodiatambién de piedra…

La casa aquella, que con ligeras

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modificaciones se conserva aún en pieen nuestros tiempos, fue del Capitán D.Juan de Chavarría, uno de los más ricosy más piadosos vecinos de la ciudad deMéxico, que había salvado a la custodiadel Divinísimo en la lúgubre noche del11 de diciembre de 1676.

¿Quién le concedió la gracia deostentar aquel emblema de sucristiandad en el nicho de la partesuperior de su casa? ¿Fué el Rey a cuyosoídos llegó el suceso, el Virrey-Arzobispo que lo presenció, o él tuvo talidea como satisfecho de haber cumplidoun acto edificante? Ningún manuscrito nilibro impreso lo dice. La antiguatradición sólo refiere el episodio del

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incendio, y lo que sí consta de todopunto es, que la casa número 4 deChavarría, ahora 2.ª del Maestro JustoSierra, fue en la que habitó durante elsiglo XVII aquel varón acaudalado ypiadoso.

Pocas noticias biográficas tenemosacerca del Capitán D. Juan deChavarría. Nació en México y se lebautizó en el Sagrario el 4 de junio de1618. Se casó con doña Luisa de Viveroy Peredo, hija de D. Luis de Vivero, 2.ºConde del Valle de Orizaba, y de doñaGraciana Peredo y Acuña, de cuyomatrimonio tuvo Chavarría tres hijos.

Fue hombre muy religioso y granlimosnero. A sus cuidados se reedificó

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la iglesia de San Lorenzo, de la cual fuepatrón, y en la tarde del 26 de diciembrede 1652 en ella se le dio el hábito deSantiago, ante lucida concurrencia y conasistencia del Virrey.

Don Juan de Chavarría murió enMéxico y en su mencionada casa el 29de noviembre de 1682, legando unafortuna de unos 500,000 pesos, y como apatrono que era de San Lorenzo, sobresu sepulcro se le erigió una estatua depiedra, que lo representaba hincado derodillas sobre un cojín y en actituddevota.

Hoy ya no existe el monumentosepulcral levantado a su memoria. Subuena fama dio nombre a una calle, y el

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símbolo de su piedad se conserva en elantiguo nicho de la vieja casa de sumorada.

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El crimen de laProfesa[16]

Sucedido de la calle de SanJosé el Real

I

Hace cerca de dos centurias que la MuyNoble Insigne y Muy Leal ciudad deMéxico, amaneció presa de una gran

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conmoción, producida por el espantosoy horrible asesinato cometido en lapersona del P. D. Nicolás Segura,orador, literato, teólogo, y entoncesPrepósito de la Casa Profesa.

El P. Segura había nacido en Pueblael día 20 de noviembre de 1676 eingresado a la Compañía de Jesús el 3de abril de 1695; después habíadesempeñado la cátedra de Retórica enel Colegio de San Pedro y San Pablo, enMéxico, las de Filosofía y Teología enel de San Ildefonso de Puebla, laRectoría en otros Colegios y laSecretaría de la Provincia de su Orden.Nombrado Procurador de la misma,pasó a España y a Roma con este

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carácter en 1727. Vuelto a su patria,ejercía en 1743 el cargo de Prepósito dela Profesa.

Segura había publicado variasobras. Diez tomos de sermonessucesivamente en Madrid (1729),Salamanca (1738), Valladolid (1739), yMéxico (1742). Además, un«Devocionario y culto a la SantísimaTrinidad», en 1718, un «Tractatus deContractibus» en Salamanca (1731), yotro «Tratado Teológico» en Madrid(1731). Imprimió también en Madrid elaño de 1737, una «Defensa canónica porlas provincias de México».

El P. Segura, en fin, fue poeta, ycomo tal concurrió los años de 1700 y

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1701, a los dos certámenes literarios, enlos cuales presentó algunascomposiciones que manuscritas existíanen la Biblioteca de la Real y PontificiaUniversidad de México.

Con antecedentes tan honrosos comopúblicos, puede considerarse laprofunda impresión que causaría lanoticia de su muerte, y más cuando portoda la ciudad se divulgó que habíaamanecido asesinado en su propio lechoy aposento, y según las más verídicasversiones, «muerto a palos, a heridas ysofocado».

El escándalo fue general, e inmensoel sentimiento, como era muy natural deesperarse.

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El crimen había sido perpetrado lanoche del 7 de marzo de 1743 en laCasa de la Profesa, y al amanecer deldía siguiente, cuando con la velocidaddel relámpago se divulgó la noticia,todos los vecinos indignados, inquiríany se narraban el acontecimiento los unosa los otros.

La calle de San José el Real, pordonde se hallaba la portería delconvento de la Profesa, se veía llena degente, entre la que se podían distinguirreverendos padres, humildes legos,oidores, regidores, algunos familiaresde la inquisición, varios alcaldes delCrimen y una infinidad de curiosos, queno pudiendo penetrar al sitio, en que se

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había cometido el delito, se contentabancon ver entrar y salir a los agentes de lajusticia, y en comunicarse palabras ydiálogos que oían y pescaban al vuelo.

Fue entonces aquella calle unverdadero mentidero, en el que tuvieronacogida las más absurdas consejas y lasversiones más alarmantes.

—¿Qué sabe vuesa merced? —preguntaba un vecino a otro.

—Que aquí hay gato encerrado, unmisterio terrible. Contado me han, queanteayer, nuestro buen Padre Segura,refiriéndose a la canonización del Sr.Palafox, dijo que «primero loahorcarían, que ser santo eseembustero».

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—¡Jesús!—¡Fue un profeta!—Hay más —decía otro—; se

asegura que el asesino es uno de lamisma Compañía, y sábese esto, porqueal practicarse las primeras diligenciaspor la justicia, afirman que dijo elhermano lego, Juan Ramos: «En elmonte está quien el monte quema».

—¡Donde el sacristán lo dice,sabido lo tiene!

—Lo que fuere sonará.¡Y en efecto sonó, pero muy recio! A

los cinco días de haberse verificado elprimer crimen, fresca aún la sangre delPadre Segura, se supo con la mayorconsternación que un nuevo asesinato se

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había cometido en la Profesa la nochedel 11 de marzo del mismo año, y queahora la víctima era Juan Ramos, elhermano portero que había dichoaquellas memorables palabras, quedesde entonces pasaron a la categoría deevangelio chiquito. «En el monte estáquien el monte quema».

A Ramos se le había encontradoahorcado en su mismo aposento, como alP. Segura, con la circunstancia deconservar en el cuello un cordel de quese había valido el asesino para matarlo.

La indignación no tuvo límites,aquello fue espantoso, todos a una voz,no sólo pedían castigo, sino venganza.

Las indagaciones se hicieron luego,

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con la mayor actividad y prontitud, y enla noche del día siguiente, 12 de marzo,se echó garra al delincuente, que fueconducido con grillos al ColegioMáximo de San Pedro y San Pablo.

El homicida se llamaba JoséVillaseñor y era Coadjutor temporal dela Compañía de Jesús, en el Conventode la Profesa de México.

II

Hasta ahora, ninguno de los cronistas dela Compañía de Jesús, hanproporcionado noticias acerca delproceso de Villaseñor; pues ni el P.

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Cavo ni el P. Alegre, historiadoresjesuitas, como hace observar D.Francisco Sosa, mencionan el crimen dela Profesa.

Por primera vez nosotrospublicamos a continuación algunospormenores de la causa, que inédita yoriginal, aunque trunca, nos facilitó paraconsultarla, el Sr. D. José María deAgreda y Sánchez, inteligente anticuarioy erudito bibliógrafo.

Encarcelado Villaseñor, comenzó elproceso, fungiendo como Juezeclesiástico D. Cristóbal Escobar yLlamas, Prepósito Provincial, y comoAsesor D. José Messía de la Cerda yVargas, del Consejo de su Majestad, y

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Alcalde decano de la Real Sala delCrimen.

Declararon como testigos quincereligiosos de la Profesa, los padresconfesores de la misma y variosseculares.

El reo presentó sus descargos el 12de agosto de 1743: nombró comodefensor al P. D. Francisco JavierLazcano, y permaneció siempreinconfeso.

Así, pues, la autoridad tuvo queproceder y sentenciar solamente en vistade las graves sospechas que recayeronen Villaseñor.

Los primeros indicios que loacusaron fueron las manchas de sangre

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que «al parecer se hallaron en sucamisa, armador y calzones».

Se averiguó también que Villaseñory el lego asesinado, Juan Ramos,profesaban enemistad al P. Segura y quemuchas veces hablaban mal de él. QueVillaseñor había observado unaconducta sospechosa anteriormente; quefrecuentaba mucho el trato conseculares, que lo visitaban de noche y yarecogida la comunidad; que era «degenio osado, animo doble, cojijoso conlos hermanos, irreverente con lossacerdotes», y que tomaba aguardientecon bastante frecuencia. Estabadisgustado con la Compañía, seexpresaba mal de ella, había dilapidado

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los fondos siendo despensero, y «de tanmalas costumbres que avía dos años queno se confesaba».

Impulsado por no sabemos quémóvil, y teniendo de su parte, segúnparece, al lego portero, Juan Ramos, conquien llevaba estrecha amistad yfamiliaridad, resolvió asesinar al P.Segura la noche del citado 7 de marzode 1743.

Se cree que fue su cómplice JuanRamos, por haber encontrado a éste ensu aposento «el mesmo día de la muertedel Padre, la llavecita de la muestra delrelox», y algunos días después, lamencionada muestra, un pomo debálsamo del uso del Prepósito y varias

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alhajas. Temiendo, sin duda, que Ramoslo denunciase, Villaseñor lo ahorcó.

No fueron éstos los únicos indiciosque hicieron creer que Villaseñor era elculpable. El mismo día de haber matadoal P. Segura, mostró grande tranquilidadde ánimo, a tal grado «que estando almediodía en la mesa todos los padres —dice la causa— hablando y discurriendosobre el caso, sólo dicho hermanocallaba, como si no overa lo que sedecía, ocupado únicamente en comercon algún desenfado, como porque elmesmo día se hizo dicho hermanoVillaseñor arrimadizo continuo a losJueces que de oficio acudieron a la casaProfesa, procurando con muchos

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artificios inclinarlos a quediscurriessen, y creyessen que un mozo,llamado Matheo, que en otra ocasiónavía querido robar, y con efecto avíarobado al mismo padre Prepósito, avíasido el perpetrador del homicidio; yprocurando assimismo apartar a losjueces de que hablassen con el hermanoJuan Ramos (contra quien resultan deestos autos vehementes indicios decomplicidad y consorcio con Villaseñor,en la muerte de dicho padre Prepósito)llegándose (?) a estas particulares lascircunstancias, de que quandohorrorizados todos los padres yhermanos de dicha casa, dormíanencerrados y acompañados unos con

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otros; sólo Joseph de Villaseñor dormíasin compañía y con la puerta sincerradura, ni afiance, como lo notaronlos despertadores que únicamente lehallaron encerrado la mañana queamaneció muerto el Hermano JuanRamos…».

Teniendo en cuenta los anterioresantecedentes, las declaraciones de lostestigos, el examen pericial de la ropa,las alegaciones del defensor, y elparecer del Asesor, el Juez pronunciósentencia el 27 de agosto de 1744, antelos reverendos padres AndrésVelázquez, Alonso Meléndez, CristóbalRamírez, y ante el Notario Público D.Miguel Quixano. La sentencia se firmó

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en el Colegio Máximo de San Pedro ySan Pablo, donde se hallaba el reo, aquien fue notificada.

Dice así en su parte resolutiva:«En cuya consecuencia lo sentencio,

y condeno en la pena de que sirva degaleote por espacio de diez años en lasgaleras de su Santidad; y que seaapartado, y separado del cuerpo de miSagrada Religión como miembrodañado, y encerrado, para que noconsagre e inficione a los demás,expeliéndole, como en lo que es de miparte lo expelo para siempre de laSagrada Compañía de Jhs; de cuya ropa,y de todos, y qualesquiera privilegio,gracias, prerrogativas y exempciones le

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despojo y privo. Reservando comoreservo la execución de la actualexpulsión, y lo demás, al prudente rectojuicio de nuestro Reverendísimo PadrePrepósito General, a quien se le décuenta en primera ocasión contestimonio de esta causa, remitiéndoseassi mismo a dicho hermano Joseph deVillaseñor con toda guarda y custodia,despojado materialmente de la ropa demi Sagrada Religión; y para que assi sepractique y no haya estorvo, niembarazo, y sea la remissión con elseguro correspondiente, se impetre elReal auxilio, que se pida alExcelentísimo Señor Virrey de esteReyno; lo qual por esta mi sentencia

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definitiva en el mejor modo que porderecho pueda, y deva, assi lopronunció, mandó, y firmó con parecerdel Señor Assesor D. Joseph Messía dela Cerda y Vargas.

—Xptoval de Escobar y Llamas.—Rúbricas.—Joseph Messía.—Rúbrica».

Lazcano apeló, pidiendo se dierapor compurgado al reo, con la prisiónque había sufrido.

¿Se le oyó? ¿Fue trasladadoVillaseñor a Roma?

«Lo cierto es que a pesar de lasexquisitas diligencias de la justicia —añade Beristáin— no vio México elcastigo de tamaño delito».

Nuestro citado amigo, el señor

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Agreda, poseía un curioso diario desucesos notables de aquella época,escrito por Zúñiga y Ontiveros, quienasegura que el crimen quedó impune,pues con gran escándalo Villaseñor sepaseaba años después por las calles deesta Muy Noble Ciudad.

Única memoria de crimen tancélebre es la momia del P. Segura,encontrada en el año de 1850 en lacapilla de San Sebastián de la Profesa,donde ahora existe. Dicen los que la hanvisto, que conserva las señales de laextrangulación; y que al contemplarla,recuerda uno con tristeza a la víctima,con horror al asesino.

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La calle de lasCanoas

No sólo deben ocupar nuestra atenciónlos palacios y los templos, losacueductos, los hospitales y losmonasterios, que levantaron en eltranscurso de tres centurias, el gobierno,la caridad y la riqueza; también espreciso que hablemos de las calles cuyoorigen despierta la curiosidad demuchos, y que han merecido quenuestros más populares poetas lesconsagren inspiradas composiciones.

En efecto, los nombres de nuestras

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calles recuerdan casi siempre sucesoshistóricos, como la de Tacuba, quepresenció la famosa retirada de losconquistadores; legendarios, como ladel Puente de Alvarado, en la que, comohemos demostrado, no hubo salto; otradicionales, como la de Don JuanManuel, en la que los ángeles hicieron elpapel de verdugos.

Todos estos orígenes de los nombresde las calles, por su sabor local y por sufantasía, tienen un cierto encantoinseparable y propio de lo que esdesconocido o de lo que ya no existe.

Por una parte, tomando comopretexto el deseo de que desaparecieranalgunos nombres ridículos, y por otra, el

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progreso natural de la ciudad moderna,han borrado, tal vez para siempre,aquellos nombres que se leían en lasesquinas; pero no se borrarán, de lamemoria del pueblo, único legislador enestos asuntos.[17]

Ni por un momento somospartidarios de las ventajas que se alegapueda proporcionar la flamantenomenclatura impuesta a nuestras víaspúblicas; pero sí es oportuno insistir ydecir aquí que los cambios de nombresde las calles, que no tiene derecho dehacerlo la autoridad, no lo llevan a caboen último resultado, como dice un sabiohistoriador, sino «las costumbres, lascircunstancias, el capricho de los

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habitantes, un acontecimiento notable,algún edificio, alguna institución».

Mas nos desviamos de nuestropropósito. Simples cronistas de lopasado, vamos a ocuparnos hoy de lahistoria de una de las calles de MéxicoViejo.

En la ciudad azteca, las calles erande tres modos: de agua, para poder darpaso a las canoas; de tierra solamente, omitad de tierra y mitad de agua.

Hecha la traza que dividía la ciudadpropiamente española de la indígena, yreconstruida poco a poco por losconquistadores, muchas de las calles deagua se cegaron; pero entre ellas quedóuna, célebre por su extensión y por los

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diferentes nombres con que fuedesignada sucesivamente.

Aludimos a la gran calle de lasCanoas, que corría por un costado dePalacio y terminaba en la que hoy es deSan Juan de Letrán. La calle la formabaun largo canal que comenzaba desde elPuente de la Leña.

«Al extender los franciscanos sumonasterio —dice Orozco— cegaronparte de la acequia, resultando elcallejón de Dolores, y otro callejón quesalía con una acequia para la calle deZuleta, y que subsistía en 1782». Laacequia, después de recorrer el callejóny calle de Zuleta, terminaba en la delHospital Real.

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Para comprender lo que decimos, esnecesario advertir que entonces noexistía la 1.ª calle de la Independencia, yque se llamó callejón de Dolores desdela esquina de Gante hasta el Coliseo;que esta última calle se nombró en otraépoca de la Acequia, lo mismo quetodas las cabeceras que seguían hasta elPuente de la Leña; que allá en losprimeros años de la conquista el todoera conocido por calle de las Canoas, yen fin, que el callejón de Dolores estuvocerrado hacia el Oeste hasta que sederribó el convento de San Francisco.

Con el tiempo, la acequia queatravesaba la calle de las Canoas, fuedesapareciendo y convirtiéndose en

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tierra firme. Parte la taparon losfranciscanos para construir sumonasterio; después, gobernando elprimer Conde de Revilla Gigedo, D.Juan Francisco de Güemes y Horcasitas,por los años de 1753 a 54, se cubrió conuna bóveda desde el Coliseo hasta laDiputación, y en septiembre de 1781 (?)bajo el virreinato de D. Juan VicenteGüemes, segundo Conde de RevillaGigedo, se acabó de tapar hasta elColegio de Santos, nombre con que fueconocida la calle que después se llamóde la Acequia.

Así, pues, la de las Canoas sedesignó con este nombre a raíz de laconquista, cuando se construyó el teatro

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primitivo, esa fracción se nombróColiseo; destruido éste y levantado elque es ahora Teatro Principal, se le pusocalle del Coliseo Viejo, y por último, lassiguientes cabeceras tomaron losnombres del Refugio, Tlapaleros,Portales de la Diputación y de lasFlores, Puente de Palacio, Meleros,Acequia (después de Zaragoza), yPuente de la Leña.

A lo largo de la calle de las Canoas,para atravesar el canal de Sur a Norte,hubo una serie de puentes que dieronnombres a las calles en cuyasextremidades estuvieron situados.

Éstos fueron los puentes del EspírituSanto, del Correo Mayor y de Jesús

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María. Según parece, existieron tambiénlos puentes del Coliseo Viejo, de laPalma, de los Pregoneros en la esquinade la Monterilla, y de Palacio, pues coneste último nombre se designó no hamuchos años la acera Norte inmediata alPortal de las Flores. El Puente de laLeña, corría de Oriente a Poniente.

De todas las calles mencionadas,sólo la del Refugio tiene un origentradicional, origen que nos refiereSedano, a quien vamos a copiarliteralmente, pues extractarlo seríaquitarle el mérito a la sabrosa tradición.Dice, pues, el autor de las Noticias deMéxico.

«Imagen de Nuestra Señora, con la

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advocación del Refugio, colocada en lacalle de Tlapaleros, frente a la calle dela Palma. Delante de donde ahora estácolocada esta santa imagen, cuando aúnno estaba colocada, había un granmontón de basura. Yendo de noche a unaconfesión el P. Francisco J. Lazcano, dela Compañía de Jesús, al pasar por allívio que entre dicho montón y la pared seejecutaba cosa que no se puede decir, loque le causó bochorno y mucha pena.Deseoso dicho padre de que NuestraSeñora del Refugio tuviera cultopúblico, y considerando a propósito ellugar, pensó en colocar allí la santaimagen, lo que comunicó al Bachiller D.Juan de la Roca, presbítero, y a D.

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Francisco Martínez Cabezón, mercader.Ofrecieron éstos costear la pintura ycolocación, y se mandó hacer la imagenal maestro del arte de la pintura, D.Miguel Cabrera, y obtenidas laslicencias necesarias se colocó en finesdel año de 1757, haciéndole un nicho demadera forrado en plomo, el quedespués se compuso y mejoró para elmejor resguardo del sol y de las lluvias.En este tiempo había una mesa de trucoen la casa llamada de Maldonado, frentedel callejón de Bilbao, a la queconcurrían muchos sujetos mercaderes ajugar el truco y varios juegos de cartas,y todos unánimes determinaron que sepusiera una alcancía, en la que cada uno

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que ganaba en cada suerte de las queeligieran, echara un real para el culto deNuestra Señora del Refugio que yaestaba colocada, lo que se verificó, yhubo mes que se juntaron hasta 70 pesos.

»Habiéndose experimentado que elnicho se desviaba de la pared, y que porla hendidura entraba el agua de laslluvias y dañaba la pintura; todos losconcurrentes al truco determinaron, quese hiciera un retablo de piedra labrada ala santa imagen, y que se le hicieranvidrieras y puertas para el resguardo. D.Francisco Martínez Cabezón que era unode los concurrentes, ofreció prestar todoel costo para la fábrica, que pasó de milpesos, y que se los fueron abonando

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hasta cubrirse, con lo que mensualmentese juntase en la alcancía. Obtenidalicencia para la fábrica del retablo, sequitó la santa imagen y se depositó en laiglesia de las religiosas capuchinas.Concluida la obra, se cantó en dichaiglesia una misa con la mayorsolemnidad, y después se llevó la santaimagen con una lucida procesiónformada de mercaderes con vela enmano y se colocó en su retablo en el añode 1760.

»Habiendo pasado a otro dueño lamesa de truco, se dispersaron y faltaronlos concurrentes y faltó la alcancía,habiéndose ya devengado lo que prestóCabezón. Después quedó a cargo de los

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vecinos cuidar el culto y aseo de lasanta imagen, y así vino a pasar elcuidado al dueño de la botica inmediata,que cuida de su culto en este año de1800.

»Todo lo referido me consta porhaber estado en una tienda cercana,donde delante de mí concurrían losmercaderes y se trataba de todo lo quese había de hacer, y en dicha tienda y ami cuidado se apuntaba lo quemensualmente se juntaba en la alcancía yde allí se pasaba al poder del que habíaprestado el dinero para la obra».

Hasta aquí la tradición, que nosrevela el buen deseo del P. Lazcano, dehacer de aquel sitio, en que se ejecutaba

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«cosa que no se puede decir», un lugarde reverencia, por la piedad y honradezde los devotos aunque jugadorescomerciantes.

La imagen del Refugio, cuando en1861 se abrió la calle de Lerdo (ahora4.ª de la Palma), se trasladó a «una casaparticular de la calle del Puente de laMariscala; anualmente se llevaba alSagrario para hacerle una función el 4de julio, y hoy está en el templo de SanLorenzo, en un altar provisional, dellado de la Epístola, frente al del Señorde Burgos».

(Nota de Sedano por D. V. de P. A.)Tal es la historia de la Calle de las

Canoas, una de las más antiguas y

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extensas que tuvo México reciénconquistado, y que cambió después sunombre primitivo en otros muchos.

La razón de haberse llamado así esfácil de comprender, pues por ellaentraban multitud de canoas llenas delegumbres, frutas y flores, quecultivaban los indios en las pintorescaschinampas y en los jardines de losalrededores, para venirlas a vender enla plaza y en los portales, cerca de losque pasaba el canal que recorría toda lalongitud de la calle.

Durante los primeros siglos de ladominación española, aquel tráficocomercial fue grande y animado.

Principalmente, en los días de la

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Semana Mayor, y más particularmentedesde el Viernes de Dolores, muy demañana, se veía surcado el canal porinfinidad de chalupas que llegabancubiertas por completo, de toda clase deflores, que se realizaban en grandescantidades. Éste fue sin duda el origendel paseo que se hacía en la Viga, yantes en el Puente de Roldán, y que pocoa poco ha ido desapareciendo, comomuchas costumbres esencialmentemexicanas, que pronto se conservarántan sólo en la memoria de los viejos y enla leyenda popular.

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Los polvos del virrey

Sucedido del Portal deMercaderes y esquina de

Plateros

No refieren las crónicas callejeras, esascrónicas amenas que escuchamos enpláticas sabrosas con los viejos, ni elnombre verdadero del protagonista, ni laépoca cierta en que acaeció el sucedidoque hoy lanzamos a los vientos de lapublicidad.

Pero el hecho fue tan cierto, como

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que todos los hombres son mortales,física, ya que no intelectualmente, puesde los académicos se dice que no lo son.Y el que dude puede consultar lascitadas y verídicas crónicas, tan antiguascomo sus autores.

Allá en el siglo XVII, como ahora,muchos no podían salir de perico-perros.

En la Secretaría de Cámara delVirreinato de Nueva España, había unoficial escribiente, de aquéllos que semomifican en su empleo y que a sumuerte no sirven ni de pasto a losgusanos.

El sueldo apenas le era suficientepara vivir en una casa de vecindad,

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mantener a una esposa, obesa porhidrópica, y a una docena de escuálidosnenes, seis del sexo bello y los otros delmasculino; pero todos extenuados porlos ayunos.

Sentado en un gigantesco banco detres pies, inclinado sobre la papeleradespintada de la oficina, garabateandopliego tras pliego de minutas, nuestrohombre, a quien llamaremos D.Bonifacio Tirado de la Calle, pasaba lasmañanas, las tardes, y aun los díasenteros, de mal humor, aburrido,esperando con ansia la hora de comer yen especial la noche, en la que, con sucara mitad, se consagraba al cultivo dejardines en el aire, tarea tan

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improductiva como inocente.No había sorteo de la Real Lotería

en que no jugara con afán, ¡y con quéahinco desdoblaba el billete para ver sisu número aparecía en la lista, que contoda puntualidad publicaba la Gaceta deD. Manuel Valdés!

Pero nada, la suerte siempre le eraesquiva, y por centenar más y por unidadmenos, el premio gordo caía en númerosde otros más afortunados que el buen D.Bonifacio.

Desesperado de esta situación,resmas de memoriales había escritopidiendo un ascenso en las vacantes, ycalvo se había quedado de arrancarselos cabellos en sus horas cotidianas de

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tribulación.Cierto día en que el destino parece

que se empeñaba en mortificarle más,pues su mujer, su único consuelo, y sushijos, sus futuras esperanzas, se habíandisgustado con él porque no los habíallevado a la feria de San Agustín de lasCuevas, D. Bonifacio, al entrar en laoficina, gruñó sólo un saludo a suscolegas, se sentó en el tripié, se reclinósobre el apolillado escritorio, la cabezaentre las manos y la mirada fija en lasvigas del cedro secular, que sostenía latechumbre de la sala del Real Palacio enque se hallaba.

De repente el banco de tres piesrechinó por un movimiento brusco de D.

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Bonifacio, los ojos del buen calvobrillaron iluminados por la musa queinspira las risueñas esperanzas; tomó lade ave, y en papel sellado para elBienio corriente, deslizó la pluma porespacio de veinte minutos, hasta que elruido especial que produce ésta cuandose firma, indicó que había terminado. Enefecto, puso rúbrica, echó arenilla,escribió la dirección, y después detomar su sombrero, su bastón y dedirigir un amabilísimo «¡buenas tardes,señores!» risueño y como unas pascuasencaminó sus pasos hacia la sala en quese encontraba el Secretario de SuExcelencia.

¿Qué había escrito? Un nuevo

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memorial al Excelentísimo Señor Virrey,Capitán General y Presidente de la RealAudiencia de Nueva España.

Y una tarde, D. Bonifacio Tirado dela Calle encontrábase en la esquina delPortal de Mercaderes y Plateros,precisamente frente al lugar donde secolocaba desde aquellos remotostiempos, el cartel del Coliseo.

Se conocía que esperaba algo conansiedad, pues su vista no se desviabaun ápice del Real Palacio.

Transcurrieron breves instantes. Lospífanos de la guardia de alabarderosanunciaron que el Excelentísimo SeñorVirrey salía a pasear.

Nuestro D. Bonifacio se estremeció.

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Un sudor frío recorrió todo su cuerpo;sintió como un hueco en el estómago ysu corazón latía como si dentro lerepicaran; pero esperó con ansia aunqueresignado.

Ya se acercaba el Virrey seguido delujoso acompañamiento. D. Bonifaciosentíase aturdido. Como relámpagoscruzaron por su mente los desengaños deotros días, y una próxima esperanza lehacía ver color de rosa el lejanohorizonte en que se destacaban el RealPalacio y la comitiva que ya iba adesfilar delante de su persona.

El Virrey, montado en magníficocaballo prieto, al llegar a la esquina delPortal, estiró las bridas del noble bruto,

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que arrojando blanca espuma por entreel freno que tascaba, se detuvo, respirócon fuerza y levantó las orejas de suprimorosa cabecita, al encontrar susojos negros la pálida figura de D.Bonifacio.

El Virrey, con amable sonrisa,saludó a nuestro hombre, sacó con pausadel bolsillo una rica caja de rapé, deoro, con preciosas incrustaciones yofreciéndosela, preguntó:

—Tirado de la Calle, ¿gusta vuesaseñoría?

—Gracias, Excelentísimo Señor;que me place —contestó el interrogado,acercándose hasta el estribo y aceptandocon actitud digna, como de quien recibe

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una distinción que merece.Despidióse el Virrey con galantes

cumplidos que fueron debidamentecorrespondidos; y esta misma escena serepitió durante muchas tardes, en laesquina del Portal de Mercaderes yPlateros.

La fortuna de nuestro hombre cambiódesde entonces. Por toda la ciudadcirculó la voz de que D. BonifacioTirado de la Calle gozaba de graninfluencia con el Virrey, y que éste teníala única, la excepcional deferencia deofrecerle tarde con tarde un polvo enplena esquina del Portal de Mercaderesy la calle de Plateros.

Muchos acudieron a la casa de D.

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Bonifacio en busca de recomendaciones,y muchos también le colmaron deobsequios.

D. Bonifacio Tirado de la Callerepresentaba su papel a las milmaravillas.

Se hacía a veces el hipocritón,diciendo que no valían nada susrecomendaciones, y otras se daba máshumos que el portero de Su Excelencia.

Empero los regalos menudeaban, lafama vocinglera daba más fuertestrompetazos cada día, y uno de ellosllegó a oídos del Virrey quien llamó anuestro hombre y le dijo:

—He comprendido todo. Merecevuesa merced un premio por su ingenio.

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Inútil nos parece reproducir el contenidodel Memorial de D. Bonifacio; el lectorlo habrá adivinado; y sólo añadiremosque el Virrey afirmaba que hubiera sidoun mezquino el que no accediera a estasolicitud; detenerse en la esquina,ofrecer un polvo y marcharse.

Cuentan que D. Bonifacio Tirado dela Calle aseguró el porvenir de sufamilia.

Y ya se ve que lo aseguró, puesagregan las citadas crónicas callejerasque labró una fortuna con los polvos delVirrey.

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La calle del Olmedo

(Ahora 6.ª del Correo Mayor)

En el gobierno del Excelentísimo Sr. D.Juan Vicente de Güemes Pacheco dePadilla, segundo Conde de RevillaGigedo, todos los ramos de laadministración pública fueronconvenientemente reformados yatendidos por este ilustre Virrey, y sobretodo la policía fue organizada, comonunca lo había estado durante el largoperiodo transcurrido desde la Conquista

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hasta entonces.Aparte de las patrullas que recorrían

por las noches las calles de esta ciudadde México, en cada esquina había unvigilante, llamado guarda-farol,encargado a la vez que de encender elalumbrado, de acudir como policíacuando lo hubiesen de menester losvecinos que fuesen víctimas de algúnrobo, asesinato o cualquier otroatentado.

La mañana del 16 de septiembre de1791, los guarda-faroles números 23 y67 dieron cuenta de un caso extraño,sucedido en la noche anterior, que dioorigen a que el insigne Virrey pusiese enmovimiento a ios alcaldes de Corte,

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Mayores y Ordinarios, que tenían a sucargo los cuarteles de la ciudad, dondese suponía haberse cometido un crimenmisterioso, pues así lo daba a entenderel caso extraño comunicado por los doscitados guarda-faroles.

El Virrey solicitó de sus subalternospoliciacos le diesen lista expresiva delos nombres de las plazas, calles ycallejones que cada Alcalde tenía a sucargo, qué casas de altos había vacias,con distinción de los mesones y posadaspúblicas o privadas y el movimiento depasajeros que hubiese habido en ellos;solicitó además, que los señores curasde las parroquias de la Soledad y delSalto del Agua, le informasen quiénes

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habían fallecido la víspera y dónde loshabían sepultado; en una palabra,practicó y mandó practicar toda clase deinvestigaciones encaminadas a descubrirel delito, que mientras más diligenciasse hacían no se podía encontrar suhuella.

Todas las pesquisas efectuadasfueron inútiles. En unas casas resultóque hacía tiempo estaban cerradas y lasllaves en poder de sus dueños o de susapoderados; en otras se halló que,aunque vacías, eran de bajos y la delsupuesto crimen había de ser de altos; ysólo en la calle del Bautisterio de SantaCatarina, frontera de otra que llamabanla Amarilla, pudo percibirse que había

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manchas de sangre como de dedosestampados en la puerta y a manoizquierda del zaguán, y estas manchas sereproducían en el interior en diversoslugares de la casa; pero el escribano queasistió a la vista de ojos, certificó que elperito médico D. Manuel Zivillas,convino en que las dichas manchas eranmuy antiguas, y no podía afirmar si erande seres humanos o irracionales; y estoañadido a la lejanía del barrio donde seobservó el caso extraño, origen delcrimen que se investigaba, hicierondesechar como sitio del suceso aquellacasa.

Los curas en sus informesrespectivos, no dieron luz ninguna sobre

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el crimen, ambos afirmaron que nadiehabía muerto ni había sido sepultado, nien las vísperas ni en el día en quecomenzaron las inquisiciones.

En las posadas y mesones laaveriguación tampoco dio resultadoalguno. Las noticias proporcionadas porlos huéspedes o administradores sereferían vagamente a los arrieros quehabían estado y se habían ido días antesdel suceso, o a los indios quecomerciaban con materiales, pero quetambién habían permanecido conanterioridad en ellos.

En cuanto a lo observado en lasconcurrencias públicas, la gente hablabacon discordancia del suceso, de modo

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que no se podía formar cabal juicio nipercibir nada cierto ni que diese un solorayo de luz para descubrir la verdad entantas versiones y tinieblas.

Hasta llegó a creerse por uno de lospesquisidores que todo había sido unaburla muy pesada, muy injuriosa y muyperjudicial al bien espiritual delprincipal actor del caso extraño quehabían descubierto los guarda-faroles.

Pero ya el lector estará curioso eimpaciente por saber qué caso extrañofue aquel que había dado tanto trabajo alos alcaldes de Corte, Mayores yOrdinarios, para tantas infructuosasdiligencias, practicadas durante tres díassin descanso y con la mayor actividad, y

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con no poco disgusto del celoso Virrey,que en estos asuntos gustaba siempre noquedasen en punto y coma.

El caso extraño fue el siguiente: ElPresbítero D. Juan Antonio NuñoVázquez, Capellán del Marqués deGuardiola, pasaba frente a las puertasdel Coliseo de esta ciudad de México el15 de septiembre de 1791, y como a lasocho de la noche, se le acercó unhombre de capa, que no era de colorsobresaliente, y sombrero tendido, amedio embozo, y le dijo: —Padrecito,¿quiere V. M. ir a hacer la caridad dehacer una confesión? A lo que lerespondió: —¿Está muy lejos? Yentonces le contestó que no, que estaba

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cerca; y oído le replicó: —Mire V. M.que si está lejos es fácil tomar aquí uncoche; y el hombre añadió que no habíanecesidad, que estaba cerca.

Acompañado de tal hombre, dieronvuelta hacia la calle de la Acequia, quefue conocida hasta hace algunos añospor la calle del Coliseo Viejo, y queahora lleva el flamante nombre deAvenida del 16 de Septiembre.

Llegaron al Portal del Coliseo, queya no existe, y el hombre le señaló uncoche, que seguramente tenía prevenido,y a este tiempo se acercaron otros doshombres, con los cuales entró al coche,que era de cortinas, sentándose él a latestera y ellos al vidrio, y el otro

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hombre fue a tomar las mulas, mas comoiba de buena fe no advirtió si eracochero o no.

Inmediatamente —dice el documentoque extractamos— antes de rodar elcoche, uno de los dos hombres le pusoun cuchillo en el pecho y le dijo: «Aquíno se golpea, ni se grita, ni se haceacción alguna, que cualquiera le cuesta aV. M. la vida». Inmediatamente el otro lecubrió la cara con la montera negra quellevaba puesta, bajándosela hasta laboca, y encima de los ojos una fuerteligadura; que en esta disposicióncomenzó a andar el coche, siguiendorecto, según le pareció al sacerdote, ydespués de haber andado largo rato, en

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que le pareció daba vueltas, a lo últimose paró; lo bajaron de los brazos y lointrodujeron en una casa de escalera quesubió, y entrándolo en una pieza ledijeron: «Aquí tiene V. M. a quienconfesar»; a lo que respondió que entretanto no le pusieran en libertad sin lasvendas, con los sentidos expeditos comopide el ministerio, no podía hacer laconfesión; a cuyas razones leconminaron de muerte si no lo hacíacomo estaba; y resuelto a morir dijo queno, reprendiéndoles el atentado ybarbaridad, por lo que volvieron aponerle el cuchillo en el pecho,diciéndole que si decía más lo mataban;y manteniéndose en su primera

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resolución, determinaron quitarleenteramente la venda que le privaba lavista y el oído, dejándole sólo monteraencima de los ojos, volviendo aamenazarle, que si hacía acción dereconocer le matarían; y vístose endisposición de hacer confesión,procedió a ella; fenecida que fue, lopasaron a otra pieza, a su parecerseguida, en donde hizo otra confesión,bajo las mismas precauciones yconminaciones, y finalizada lo volvierona vendar con mucha firmeza y lobajaron, y antes de salir le amarraron lasmanos a la espalda, pendiente el lazocon que le ataron del cuello, dondetambién le echaron nudos, de modo que

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si tiraba del lazo para aflojarse lasmuñecas y bajar los brazos, que se lossuspendieron muy altos, se ahorcaba, yen esta incomodísima postura, losubieron al coche, no bastando repetidosruegos que les hizo y razonesconvincentes de que nada se sabría, paraque le aligerasen o libertasen del modocruel con que lo ataron. Que por últimosiguió el coche su derrotero, y despuésde haber andado un considerable rato lobajaron, y andándolo otro rato a pie, lodejaron sentado en la puerta de la casade una calle, intimándole no hablase nipidiese socorro hasta que diesen lasdoce de la noche, porque de lo contrariole costaría la vida, pues ahí quedaban

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inmediatos. Que en este lugar estuvoalgún tiempo y aunque oía que pasabangentes sólo se quejaba, mas no seatrevía a hablar, temiendo fuesen losmalhechores, hasta que acongojado deverse ahogado se quejó recio, y llamó aquien oyó pasar para que lo desatase, yno atreviéndose éste a hacerlo, volviócon otro, lo desataron y condujeron a laCasa de Moneda, hoy Museo Nacional.

Éste es, en resumen, el caso extrañoy verídico de que dieron cuenta losguarda-faroles a los alcaldes.

La víctima, o sea el sacerdote, a loque parece en el proceso original, fueencontrada en la esquina de la calle delParque de la Moneda, y una vez

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desatada, la llevaron como ya se dijo ala Casa de Moneda, de donde fueconducida después a la calle de Vergara,en la que vivía.

Las autoridades, impotentes parainquirir el crimen misterioso, que sinduda se cometió con las dos personasconfesadas por el sacerdote, lasautoridades, digo, viendo que habíansido inútiles sus investigaciones, conprudencia intentaron que el sacerdoterevelase lo que había oído en el sigilode las confesiones, pero aquel esforzadovarón que había sabido cumplir sintemor su ministerio, cuando loamenazaban hasta con la muerte losmalhechores, selló sus labios ante las

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instancias de la justicia, y prefirió pasarcomo burlado en una pesada broma,antes que descorrer los velos del crimenmisterioso, a fin de no violar el secretoque le imponía su deber sacerdotal.

Pasado el tiempo, el vulgo que noestaba al tanto de las menudasinvestigaciones que había practicado,desde el Virrey hasta el último alcalde;que había oído las muchas y distintasversiones propaladas y alteradas por losvecinos del barrio; que con su naturalperspicacia sí se había dado cuenta dela casa y calle en que había acaecido elsuceso extraño, forjó en la fantasíapopular la leyenda de la calle deOlmedo, aunque haciendo pasar la

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escena años antes en que se verificara elcrimen misterioso, y convirtiendo albuen clérigo en un fraile que habíaperdido el juicio por haber confesado auna muerta, e hizo de dos víctimas unasola.

La leyenda conservada por latradición fue adulterándose cada vezmás y al cabo de un siglo, laimaginación de uno de nuestrosinspirados poetas concluyó por haceruna conseja, que sólo la verdadcontenida en las amarillas páginas delproceso que existe en el ArchivoGeneral de la Nación nos ha permitidodesvanecer, pero sin aclarar el misterioque cubrió para siempre al crimen

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perpetrado en la noche del 15 deseptiembre de 1791 y cuyo secreto sellevó a la tumba el sigilo inquebrantabledel discreto y cumplido sacerdote, D.Juan Antonio Nuño Vázquez.

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La cruz de losajusticiados

Sucedido de la calle de JesúsNazareno (ahora 4.ª de laRepública del Salvador)

La calle de Jesús Nazareno se llamóprimitivamente calle que va del Colegiode San Juan de Letrán al Hospital deNuestra Señora; después era conocidacon el nombre de calle del Arco de SanAgustín; por estar a continuación de la

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que llevaba este nombre y por último sele ha designado sucesivamente por 4.ªcalle de San Felipe Neri, y por elflamante apodo de 4.ª de la Repúblicadel Salvador.

La calle de Jesús Nazareno terminaen su extremo oriente con la iglesia enque tuvo culto público esta advocación ycon el costado norte del Hospital de laLimpia Concepción, fundado allá enprincipios del siglo XVI por el famosoConquistador D. Hernando Cortés, concaudales suyos, que milagrosamente sehan salvado de tantos naufragiossufridos por las institucionesconsagradas a obras pías y a labeneficencia privada.

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La calle de Jesús Nazareno estambién célebre por haberse establecidoen ella la primera casa de comedias, deque hasta hoy se tiene noticia, y por unaCruz que existió en el atrio de la iglesiade Jesús, atrio que formaba parte de laplaza donde se levanta en nuestros díasel Hotel Humboldt.

Pero antes de hablar del sucedidodramático que aconteció ante dichaCruz, es pertinente recordar que multitudde cruces semejantes existían en laantigua ciudad, y que la más célebre araíz de conquistada la tierra, fue la quecolocaron los franciscanos en elcementerio de su primitiva iglesia,labrada con un hermoso ahuehuete de

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Chapultepec, y que era tan elevada —dice un cronista— que sobresalía de lasmás altas torres de la ciudad, siendoalivio y consuelo de los caminantes, quedesde muy lejos la descubrían y lesservía de guía segura para llegar aMéxico.

Cuando se reedificó el templo de losfrailes franciscanos, quizá porque unacruz tan alta constituía un peligro en elcaso de que viniera al suelo, fue quitadade aquel lugar, quedando sólo unrecuerdo en los amarillentos folios deFr. Juan de Torquemada.

La ciudad virreinal ostentaba portodas partes cruces de todas las formas ytamaños. Había cruces rematando torres

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de los templos y las comisas de lascasas; las había en las claves de losmarcos de las puertas, en los muros, enbajo y en alto relieve y figuradas en losaplanados; unas sencillas y otrasdecoradas de las insignias de la pasiónde Cristo, a saber: la escalera, el gallo,la lanza, los clavos, el Inri, la esponja,el farol y la corona de espinas.

Había también cruces en lasesquinas o ángulos de los edificios;pintadas algunas, como la Cruz Verde,que dio nombre a una calle; y las había,en fin, en los nichos, en los centros delas plazas, como la Cruz de Tlatelolco,y en los cementerios de las iglesias y delos conventos, sobre las bardas que

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limitaban los atrios o sobre lospedestales que las sustentaban.

De éstas fueron famosas la Cruz deMañozca, que existió primero en labarda que en el siglo XVII rodeaba laCatedral, y que desbastada después porhaber sido gruesa y corpulenta, secolocó el 5 de marzo de 1803 frente alcementerio del Sagrario, esquinaSureste, y que últimamente ha sidorestituida por otra nueva. El 31 de aquelmismo mes y año, se colocó en el ánguloSuroeste, la otra que le era simétrica,que también fue desbastada y estuvomucho tiempo en el atrio de laextinguida iglesia de San Pedro y SanPablo.

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En los planos antiguos de la ciudadde México, principalmente en losiconográficos que representan las casas,los templos y los edificios públicos yprivados, pueden encontrarse muchascruces, entre otras la llamada en unaépoca Cruz de los Tontos, que existiócontigua a la cerca de la Catedral, unpoco desviada para el Portal deMercaderes, la cual fue quitada de allípor el año de 1788; y la que llamabanCruz de Cachaza, cuya ubicación fue laesquina de la ex Universidad, en laplazuela del Volador, frente al costadoSur del Palacio Nacional. Junto a estaCruz se ponían los cadáveres de lospobres para recoger limosnas y

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sepultarlos.En el antiguo atrio de la iglesia de

Jesús Nazareno, en la esquina de laplazuela del mismo nombre, dondeahora se encuentra el Hotel Humboldt,hubo otra Cruz, que se hizo célebre en elsiglo XVII, por el crimen que se cometióante ella.

Vivían entonces, en la Muy Noble yLeal Ciudad de México, dos individuosde apellido Zazorena, padre e hijo,vizcaíno el uno y el otro criollo, naturalde esta Nueva España.

El hijo había casado con una jovenhermosa, y por disgusto íntimos que norefieren cuáles hayan sido las crónicas,disgustó con su mujer y entabló con ella

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enojoso pleito matrimonial, que sesiguió algún tiempo en la RealAudiencia.

El pleito dio bastante motivo parahablillas y murmuraciones en la ciudad,y la esposa del hijo de Zazorena, fuedepositada en una honesta casa, segúnera costumbre en aquellos buenostiempos.

Un día, en que como resultado decierto auto de la Real Audiencia, eratrasladada de la casa en que estaba lajoven a otra casa; iba ella conducida enuna silla de manos, cuando de repente,le salieron al encuentro los dosZazorena en la esquina de la Cruz delcementerio de la Iglesia de Jesús

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Nazareno, y la hirieron gravemente,hasta privarla con crueldad de la vida,aunque no dicen las crónicas si alinstante mismo; pero es de presumirsepor el castigo que recibieron losasaltantes, pocos días después.

Los dos Zazorena, padre e hijo, seretrajeron en la iglesia de Jesús, esdecir, tomaron asilo, como se decíaentonces; de donde la Justicia Realpretendió sacarlos, mas sin lograr suobjeto, por encontrarse en lugarsagrado, y no hallarlos cuando losbuscaban.

Al fin los asesinos fueron presos.La razón de esto fue, que a poco los

dos asesinos de la dama, habían huido

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de su retraimiento, rumbo a lajurisdicción de Chiapa de la Mota,ocultándose en una hacienda.

La Justicia Real expidió bandos,edictos y pregones para quecomparecieran a dar cuenta de su delito;y como pasado tiempo no lo hicieran,fueron aprehendidos a la postre elprimero de febrero de 1769, en la dichahacienda, y traídos a México,encerrados en la Cárcel de Corte delReal Palacio.

Brevísimo fue el proceso, pues elcrimen era público y notorio, y pocosdías después, el 12 de febrero delmismo año, sobre un tablado o cadalsorevestido de paños negros, en la Plaza

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Mayor, frente a frente de la Cárcel deCorte, padre e hijo, recibieron garrote ymurieron expiando así su cobardecrimen, ante un inmenso concurso degente que presenció la ejecución,horrorizada y espantada todavía por elrecuerdo de aquella joven, tan infelizcomo hermosa.

D. Francisco Sedano, que nosconservó esta memoria sucinta de tancobarde muerte, no dice en su curiosolibro Noticias de México, si las manoscortadas de los criminales fueronenclavadas en la Cruz del cementerio dela iglesia de Jesús Nazareno, pero así esde creerse y así se acostumbró en otroscasos semejantes, pues los miembros

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mutilados de los asesinos se fijaban ensitios públicos, para ejemplo yescarmiento de otros.

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La Plaza del Volador

I

Antes y ahora

Hace años México sufre unatransformación lenta, pero visible. Portodas partes el espíritu modernomodifica lo antiguo. Costumbres, tipos,trajes, monumentos y edificios, cambianpor completo la fisonomía secular de lostiempos coloniales.

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Las costumbres de nuestrosantepasados, mitad españolas, mitadcriollas, desaparecen sustituidas por unamezcla de europeas, y ahora en unamisma casa se reza a la antigua, se vistea la francesa y se come a la italiana; semonta a caballo o en coche a la inglesa,y se trata a la gente a lo yankee para noperder el tiempo.

Las fuentes de agua, aquellas viejasfuentes de la época colonial, se hancambiado por llaves o surtidores encada esquina, y el tipo legendario delaguador se eclipsó triste, melancólico ymeditabundo bajo su carga acuática,para refugiarse allá en los barrios endonde se proyectan las sombras de la luz

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eléctrica y en donde el precioso líquidono sube por sí solo, sino cuando al cielole place inundar las calles y callejas.

La china ha muerto para vivir en losbellísimos romances del popular Fidel;la chiera cede su alegre y pintorescopuesto de aguas frescas, a la cursiseñorita que calza alto tacón y ciñeapretado corsé, para brindarnos bebidasrefrigerantes en vasos de fino cristal; elsereno con su sombrero de lucientecharol, su escalera al hombro y sulinterna en la diestra, retíraseavergonzado delante del gendarme otécnico, y así otros tipos que ahoraúnicamente encontrará el curioso en laslitografías de olvidados libros.

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¿Quién recuerda los hábitos de loshumildes frailes que atravesaban laciudad en medio de los respetuosossaludos de los creyentes?

Los coches de sopandas, las calesas,los ómnibus; todo se va, todo se olvidacon el trajín ruidoso de los carruajesingleses o americanos, el tranvía que sedesliza rápido por acerados rieles y losautos y camiones cotidianos asesinos delos buenos habitantes de la ciudad.

México se transforma,principalmente en su parte material. Lascasas viejas se derrumban diariamente,las fachadas cambian y los techos demadera se sustituyen con láminas dehierro.

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Las calles se prolongan, y susrecuerdos históricos y tradicionales serelegan a los versos de nuestros poetas.

La ciudad nacida entre losescombros de la heroica Tenochtitlán, laciudad capital del Virreinato de NuevaEspaña, que en cada calle tenía unacapilla o un templo, o el retablo siquierade un santo, muestras devotas de lapiedad de sus moradores, ahora serejuvenece, destinando edificiosconsagrados a determinado objeto, aservir a otros muy distintos, desde laépoca de la Reforma.

Lo que fue una iglesia es ahorabiblioteca; lo que fue convento, uncuartel; lo que fue aduana, un Ministerio;

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un corredor se hace galería; un patioalmacén, un refectorio caballeriza.

Antes de que desaparezca porcompleto esta fisonomía especial deaquellos tiempos, antes de que la barretaderrumbe las últimas fachadas, antes deque el andamio se levante frente a lascasas que se desploman, y antes, en fin,de que oigamos al cantero, indiferente atodo, cantar o silbar, a la vez que labracon tesón la nueva piedra que cambiaráel aspecto de lo que vieron nuestrosantepasados, venimos a evocar sucesos,fechas y costumbres que pasaron, paraque las futuras generaciones no tenganque excavar entre las ruinas del olvido.

El asunto no carece de interés: el

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sitio es histórico como otros muchos. Unjuego azteca que le dio el nombrepopular a la plaza; las corridas de toroscelebradas durante el coloniaje; losautos de fe del Santo Oficio; el mercadoprimitivo; los incendios que reflejaronsus devoradoras llamas en los muros delPalacio, de la ex Universidad y de laiglesia de Porta Coeli; el antiguo canalque lo limitaba hacia el Norte; la estatuade Santa-Anna y otros pormenores, sonlos que primero exhumará el cronista,para hablar, por último, de la nuevaconstrucción, que como imagen delpresente, nos oculta allá atrás mucho delpasado.

Estamos seguros que no carecerá de

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interés esta excursión por los tiemposviejos, para asistir a una fiesta primitivaen la que nos daremos cuenta de cómoera el juego del volador; oiremos lasfrancas y alegres risas de los estudiantesde la Universidad; veremos atravesarlas canoas casi hundidas en las aguasdel canal por el peso de las frutas y dela verdura; presenciaremos desde uno delos balcones de Palacio, en la gratacompañía de la virreina, las lides detoros y las corridas de liebres, oescucharemos con paciencia la lecturainterminable de cien causas formadas abrujas, luteranos, judaizantes yblasfemos, por el muy Santo Tribunal dela Inquisición.

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Y por último, iremos a losmercados, nos mezclaremos entre lamultitud, soportaremos tranquilos losgritos de las verduleras, el regateofastidioso de los compradores, paravolver cansados a la casa, cerrar losojos, y figuramos con la imaginación loque será en lo porvenir ese edificio quesurgía ahí, entre el viejo fortín delPalacio y las vetustas casas de laesquina de la calle de Flamencos, hoyPino Suárez.

II

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El juego Azteca

Clío, la Musa de la Historia, haconservado cuidadosamente losantiquísimos sucesos que consignará elcronista de esta ciudad que flotaba en untiempo sobre las aguas tranquilas delextinguido lago.

Reinaba como dueño absoluto elsegundo de los Motecuhzoma, elorgulloso Xocoyotzin, y corría tranquiloel año de Ome Calli, correspondiente al1507 de la cronología cristiana,memorable en los anales jeroglíficos delos aztecas, porque fue el último en quecelebraron la fiesta del fuego nuevo,

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que cada 52 años y al fin de cadaperiodo cíclico acostumbrabanconmemorar.

Fue aquella una fiesta característicaque todos esperaban con espanto paradespedirla con alegres regocijos, puescomo dice el señor Orozco y Berra,«llevaba en sí una mezcla extraña deansiedad, luchando el ánimo entre laesperanza de la vida y el terror de lamuerte».

Podía entonces abrirse una tumbainmensa para sepultar el cadáver de lahumanidad; mas podía también apareceruna aurora que prometiese muchos añosde nueva vida.

En efecto, los aztecas estaban

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persuadidos de que, al finalizar uno desus periodos seculares de 52 años, elmundo acabaría para siempre, y por estemotivo el nuevo sol que aparecía en elsiguiente siglo, era para ellos elanhelado anuncio de que la existencia seprolongaría aún otras tantas primaveras.

La fiesta a que aludimos se llamóToxiuhmolpia, esto es, atadura de losaños, y en ella se verificaba larenovación del fuego de un modosolemne y peculiar.

Desde la víspera, desde la vigilia,como dicen los antiguos cronistas en sutecnicismo religioso, los vecinos deTenochtitlán y de los pueblos limítrofesse consagraban a celebrarla.

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Los dioses penates, los idolillos debarro de los hogares y los utensiliosdomésticos se hacían mil pedazos,arrojando sus fragmentos en las aguas delos pozos, de los canales y del lago.

A la caída de la tarde cuando elúltimo Tonatiuh se hundía en el ocaso,todos subían a las azoteas de las casasen la ciudad, y a las cimas de lasmontañas en los alrededores, por temorde que los Tzitzimes, fantasmas feísimosy espantables, se comiesen a loshombres. Sólo las mujeres grávidasquedaban encerradas en los graneros,cubiertos los rostros con máscaras depenca de maguey, para evitar, si el fuegono se encendía, que se convirtieran en

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feroces animales que devorarían a lagente. Se evitaba a la vez, con estrujonesy pellizcos, que los niños se tornaran enratones si se dormían.

Los sacerdotes, vestidos comodioses, se encaminaban en lenta ysilenciosa procesión hacia el cerro deIxtapalapan, y uno de ellos, el del barriode Copolco, ensayábase en el caminopara sacar el fuego, pues a él tocaba estaceremonia.

La comitiva salía de la ciudad, casia la puesta del astro rey, pero conpausado andar para que llegase al cerroa la media noche. En caso contrario, lainmensa multitud compuesta de nobles yplebeyos, de sacerdotes y devotos,

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esperaba callada y ansiosa que lasPléyades atravesaran por la mitad delestrellado cielo.

Únicamente los rumores misteriososde la tranquila noche interrumpían elsilencio majestuoso de aquellamuchedumbre, de aquel pueblo que,lleno de temor y espanto, con lasmiradas clavadas en la cima de lamontaña, aguardaba el fíat lux de sunuevo periodo secular. Los corazonespalpitaban ávidos de continuar latiendo,y el frío de la muerte helaba la sangre enlas venas de los tímidos.

De súbito, allá en el punto más altode la montaña, se oía el grito sofocadode la víctima a quien arrancaban el

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corazón, y sobre la caliente herida elfrotamiento apresurado de los palillos,que humeantes primero, producíandespués la anhelada chispa, que erasaludada por todas partes con inmensosy prolongados gritos de júbilo.

Se encendía una grande hoguera, elfuego era repartido a todos, y todosposeídos de entusiasmo volvían gozososa los hogares, plenamente convencidosde que aquel fuego renovado sería elsímbolo de cincuenta y dos años defutura vida.

Para celebrar tan fausto acontecimiento,el pueblo se entregaba a toda clase de

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diversiones; pero principalmente alfamoso juego del volador, al queasistían lo mismo nobles que plebeyos,sacerdotes que guerreros.

Procuremos dar idea breve de esteregocijo simbólico y popular.

Elegido el sitio, levantábase en elcentro un altísimo árbol, desnudo deramas y corteza, terminado con unaparato en forma de tambor, del quependían cuatro cuerdas que sostenían unmarco de madera. Enrolladas en el árbolotras cuatro cuerdas que pasaban porotros tantos agujeros del bastidor, setrepaban sucesivamente, un indio en laparte superior del árbol, varios en losbarrotes del cuadro, y cuatro atados a

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las extremidades de las cuerdas,vestidos con el traje característico delos caballeros águilas. Éstos se lanzabanal aire, ponían en movimiento aquellamáquina, describían, al desarrollarse lascuerdas círculos progresivos de menor amayor, entretanto que el primer indioguardaba su equilibrio allá en la puntadel árbol, bailando al son del huehuetl yempuñando una bandera; mientras quelos otros bajaban por las cuerdasapresurados, pasando de unas a otraspara llegar a la vez abajo, al tiempomismo que los atados a las cuerdas.

Las alas extendidas de loscaballeros águilas, el girar vertiginoso,los prodigios de equilibrio y el dar cada

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uno de los atados precisamente trecevueltas, para conmemorar el periodocíclico de cincuenta años, constituían elmérito esencial del juego simbólico, quepor haberse verificado en muchasocasiones, antes y aun después de laConquista, en aquel sitio, éste fuellamado desde entonces la Plaza delVolador.

III

Al través de los tiempos

No están de acuerdo los historiadores

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sobre la extensión que tuvo el Palacio ocasa nueva de Motecuhzoma el menor,pues mientras unos afirman que sehallaba entre las calles de la Moneda yla de Porta Coeli, don Alfredo Chaverolo limita al terreno que hoy ocupa elPalacio Nacional.

Fundábase el inteligente anticuario,en que no podía estar atravesada laresidencia del antepenúltimo monarcaazteca, por el canal que hacia el Survenía desde el Puente de la Leña, y enque se ha dado una mala interpretación alos términos en que fija los límites lacédula de 1529.

No es nuestro propósito entrar enuna disquisición histórica acerca de

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estas opiniones, pues para nuestro finprincipal, nos bastará saber que la Plazadel Volador, haya o no formado parte dela casa nueva de Motecuhzoma, fuecedida a D. Hernándo Cortés por laMajestad Católica del Emperador D.Carlos V.

Los herederos del conquistadorvendieron el edificio que es ahoraPalacio del Supremo Gobierno de laRepública; la venta fue el año de 1562,y se reservaron la parte en que seedificó después la Universidad y elmercado del volador.

Transcurrido algún tiempo,quedáronse también sin el terreno de laex Universidad, a pesar de litigios y

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reclamaciones continuas, hasta quedarlimitada su posesión sólo al lugar de quenos ocupamos.

Aun este sitio, la Plaza del Volador,fue causa de disputas judiciales, porhaber pretendido el Ayuntamientoconstruir allí una fuente pública, contralo cual protestó el apoderado de D.Pedro Cortés, que entonces poseía eltítulo de Marqués del Valle.

Por auto de 21 de febrero de 1620,la Real Audiencia de Nueva Españamandó suspender la obra emprendidapor la Ciudad, continuó el pleito, y nofue sino al cabo de cuatro años cuandoD. Pedro Cortés obtuvo la propiedadlegal, por sentencia pronunciada a 12 de

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enero de 1624 y «confirmada en revista»el 9 de julio del propio año.

Desde esta fecha comenzó a servir laPlaza del Volador para diversos usos.

Allí se verificó el pomposo ycélebre Auto General de Fe de laInquisición de Nueva España, el 11 deabril de 1649, Dominica in Albis.

También desde entonces la Plaza delVolador fue lugar de cita para loscomerciantes de frutas y legumbres, ysirvió muchas veces para las corridas detoros.

Para verificar éstas, los mercadereseran trasladados a otros puntos y selevantaban de madera circos taurinosprovisionales; pero con el preciso

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requisito de ceder lumbreras gratis aljuez conservador del Marquesado delValle, «al Gobernador y a los demásempleados en señal de Dominio».

Unas veces desde palcos construidosen los balcones del Real Palacio, y otrasen tablados que conducían desde éste alredondel, los virreyes de Nueva Españaasistían a los sangrientos espectáculosde los toros, diversión bárbara, perofavorita del pueblo de aquel entonces ydel de ahora.

Las corridas de toros en la Plaza delVolador se verificaron allí desde hacemuchos años, y continuaron hastaprincipios del presente siglo, a pesar dehaberse construido cosos en otros

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lugares.Sería curioso y deleitable,

principalmente para los aficionados,hacer la crónica de cada una de lascorridas que se dieron en aquel sitio;pero tal vez regalaríamos al pacientelector con un capítulo de cuernos.

Hablaremos de dos, que tienencierto interés por sus pormenores; masantes es preciso que conste que lascorridas se hacían con motivos tanplausibles como los desposorios de losmonarcas, los natalicios de lospríncipes, los tratados de paz firmadosentre la Madre España y alguna de laspotencias europeas, o la entrada de losvirreyes y los días del santo de éstos y

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de sus excelentísimas esposas.Para celebrar el feliz natalicio del

Serenísimo Señor Infante Felipe Pedro,hijo de la Católica Majestad del Rey D.Felipe V y de su «muy cara y amadaesposa» la reina Doña María LuisaGabriela, hubo memorables corridas detoros, carreras de liebres y peleas degallos en la Plaza del Volador.

«A este fin, dice un cronistacontemporáneo, se levantó un vistoso ybien formado circo, dejando dentro de élla principal Azequia, por la parte máscercana al Real Palacio; dieron a susestrutura, material los montes enrobustas bigas y fornidos quartones,dióles la forma el arte, en aquella

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antigua disposición, y traza que estaCiudad acostumbra, por la parte inferiorlas barreras, y entre ellas dos torilesseguros, y bien dispuestos, sobre estashazia lo alto primera y segundalumbrera, cuyo techo servía de quartoasiento, en horden, para dar vista a laplaza; en este estrivadas, y afianzadassobre puntales derechos se tendían cincogradas que venían a ser quintos asientos,y siendo lo más eminente del tablado,crecía hasta ellas desde el suelo en diezy siete varas de altura, tan bello theatro,que aun en la pura madera, servía deapacible recreación a los ojos…».

Llegó el día 13 de febrero de 1773—¡cifras fatalísimas!— y desde en la

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mañana se hizo el aseo y compostura deltaurino circo, adornando los tablados de«ricas colgaduras, preciosas alcatifas yvistosos tafetanes». Poco después demedio día una inmensa muchedumbreinvadió las lumbreras, «negociando afuerza de reales los asientos», según laspalabras del cronista; vestidos hombresy mujeres con los mejores trajes yengalanados con las más valiosas joyas.

«Bajó a su tablado por vna puerta oventana desde su Real Palacio, elExcelentísimo Señor Duque de Linares,seguido de la Ilustre comitiva, que entales casos haze lado a semejantespersonas; ya a este tiempo estabanllenos los cosos de generosos brutos y

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valientes toros, de nobles castas yalcuña conocida, por ser todos de losBrabos; dieron las tres, y creciendo elfervoroso rumor de la gente, al sonoroaliento de los templados clarines,esperaban ansiosos el principio delcertamen. Hizo seña el Alguacil de laguerra al torilero, que tan presto, comoobediente abrió la puerta de el coso, y alpunto de su obscuro vientre, como denube preñada se abortó un rayoanimado, que encendió colérico losrelámpagos de sus ojos, formando en susbramidos el trueno; no bien avia olladola caliente arena el animado bruto,quando valiente quadrilla de rejoneros,y lijera tropa de toreadores de capa,

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acordonándole el sitio, le avianembarazado los pasos, provocábanlecon señas, y sylvos, que atendía furioso,reportándose impaciente bramaba alestímulo de su enojo, y airado escarbavala arena, temerosas señas de susmortales iras».[18]

Esta tarde lidiáronse catorce bichos;y las corridas continuaron por seis días,alternándose la del primero con lascarreras de liebres, que eranperseguidas por perros; pero lo curiosodel espectáculo de esa tarde fue, que alverse aquéllas rabiosamente acometidaspor los canes, astutas y ligeras searrojaron a la acequia o canal que habíaquedado, como dijimos, dentro del coso;

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percance que dejó burlados a loslebreles y produjo gran contento entre lachusma popular que asistía a ladiversión. En fin, otro día se alternó lacorrida con pelea de gallos, «Aves delSol», como los llama el viejo cronista.

Para celebrar la toma de posesión delos virreyes, también se daban, comohemos dicho, corridas de toros.Espléndidas fueron las que se hicieronen la Plaza del Volador, en tiempo deDon José de Iturrigaray, para festejarlopor su ingreso al Gobierno de NuevaEspaña.

«La tarde del 21 de febrero (1803)—dice D. Carlos María de Bustamante— se presentó un fenómeno, que aunque

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común, se hizo singular por lascircunstancias que referiré. En el acto departir la plaza los granaderos delComercio, comenzó a ocultarse el solque estaba eclipsando; obscureciósecasi de todo punto: multitud de gentesque no bajaban de doce mil personas,comenzaron a chispar con sus eslabonesdesde las lumbreras, tendido y demásasientos, lo que presentaba un aspectosorprendente; mayor fue cuandocomenzó a aclarar, semejante alcrepúsculo de la mañana: entoncesreapareció el sol brillante, como sisaliera victorioso y ufano de un reñidocombate: este tránsito de las tinieblas ala luz causó una sensación tan agradable

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como pudiera producir su aparición enla Noruega: todos comenzaron afelicitarlo con repetidos palmoteos:sonó la música de la tropa, éstaconcluyó sus evoluciones, y comenzó lacorrida de toros…».[19]

Mas ya el lector estará harto deellas, y es preciso que vayamos a losmercados.

IV

El mercado primitivo

Volvamos algunos instantes a repasar los

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pasados siglos. El lugar en quecombatían toros y gallos estaba enabandono completo, fangoso y sucio. Sele conocía con los nombres de laPlazuela de las Escuelas, Plazuela dela Universidad, porque ya por entoncesse levantaba este edificio hacia la partedel Oriente; pero aquellos nombres nosubsistieron y continuó siendo designadopor Plaza del Volador.

Es muy probable que en el mismositio volviera a efectuarse el juegoazteca, pues antiguos cronistas aseguranque los indios prosiguieroncelebrándolo aún después de laConquista. No falta quien afirme quehasta como costumbre idolátrica y

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supersticiosa, continuó entre losindígenas.

D. Cayetano de Cabrera y Quintero,en su obra Escudo de Armas de México,proporciona curiosos pormenoresrespecto a dicha idolatría y señala ellugar en que se graduaban los volatines.

«La escuela en que se recibe estegrado —dice— por lo que mira a estoscontornos, es una Cueva impenetrable(de que han sacado innumerables Ídolos,e Idólatras) en el Monte que dicen deJoco, o Ajuzco; donde ocurre el que seha de graduar de Volador: llega hasta laentrada sin más compañía que suaudacia: aparécele el Demonio variasveces: la primera a la boca de la Cueva

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en figura de un horrible Ethyope: otra adistancia, en la de un León, y la últimaen la de una Serpiente espantosa. Entodas le rinde adoración, y él le halaga,propiamente para matar al que leadora».

Refiere el citado Cabrera, que enagosto de 1736 y en la Plazuela de SanJuan, murieron nueve infelices porhaberse «tronchado el Palo» del juego,lo que prueba que todavía en el sigloXVIII se acostumbraba la diversión quedio nombre a la plaza que historiamos.

Desde época remotísima comenzóésta a servir de mercado. El 2 de enerode 1659, se ordenó que se trasladaran ala Plaza del Volador las panaderas,

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fruteras y tocineros que se hallabandiseminados en la plaza principal.

El sitio siguió así, sirviendoalternativamente de coso y de mercado;pero el ilustre e inolvidable Virrey, D.Juan Vicente de Güemes Pacheco dePadilla, segundo Conde de RevillaGigedo, deseando despejar la plazaprincipal y aun el mismo patio delpalacio, de los muchos e inmundosmercaderes que invadían estos lugares,resolvió construir de madera unmercado especial en la Plaza delVolador, con cajones de anverso yreverso y tinglados; aquéllos con ruedaspara que se pudieran llevar de un puntoa otro.

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Al efecto, expidióse para éste y losotros mercados un Reglamento que llevala fecha de 11 de noviembre de 1791.

«Se prevenía —habla el Sr. Orozcoy Berra— que la Plaza del Volador erael mercado principal, que los cajonescerrados de 1 al 24 servirían paramantas, rebozos, cintas, sombreros,algodón, y otros efectos semejantes; del25 al 48, dulces, fruta pasada y seca,bizcochos, quesos y mantequillas; del 49al 72 fierro, cobre, herraje y merceríade nuevo y de viejo, excepto llaves yarmas prohibidas; del 73 al 96,especias, semillas y otras cosas de estanaturaleza de los puestos fijos; delnúmero 97 al 144, verduras, frutas y

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flores; del 145 al 168, carnes, avesvivas y muertas, pescado fresco ysalado, y aguas compuestas como dechía y otras; del 169 al 192, loza,petates, jarcia, cueros curtidos y al pelo,zapatos, sillas de montar, etc. Lostinglados se destinaban para puestosmovibles de los pobres y paravendimias en comestibles de todasclases, y por último, del número 194 al205 y del 292 al 303, era para el maízintroducido por los indios. Las casillasde los extremos de los tinglados sedestinaban para barberos, y en las quequedaran vacías se podría vender ropahecha, nueva y vieja: no se consentíanfigones ni tampoco que se hiciera

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lumbre».El 19 de enero de 1792 se estrenó el

mercado, al cual se entraba por ochopuertas, cuatro situadas en las esquinas ycuatro en la mitad de cada lado. Loscajones de madera tuvieron de costo lasuma de 34,307 pesos, y con lo gastadoen empedrado, atarjeas, etc., importótoda la construcción la cantidad total de44,000 pesos.

Al hablar de la inauguración delmercado, lo describe la Gaceta en lossiguientes términos:

«Compónese por la parte exterior denoventa y seis caxones cerrados demadera, que hacen frente a uno de loscostados del Real Palacio y calles de la

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Universidad, Porta Coeli y Flamencos, ypor la interior de otros tantos puestosfixos situados a la espalda de aquellos,todos los quales pueden trasladarse aotro sitio en caso necesario. A más delos expresados, tiene otros ochentapuestos movibles en los tinglados queforman una segunda calle en el centro, yveinte y nueve casillas construidas asemejanza de los primeros puestos paralos Barberos; y en el centro una Fuentedispuesta con tal artificio que soloministre la agua necesaria al que ocurraa sacarla, para así evitar lasconseqüencias de los derrames. Se haasignado a cada clase de efectos, frutosy manufacturas su lugar respectivo para

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evitar confusión y facilitar el comerciodiario; y para que en todo se observe unorden constante y se pueda ocurrir conprontitud al remedio de todo lo que loexija, se ha de nombrar anualmente porJuez de dicho mercado a uno de losindividuos del Excmo. Ayuntamiento, afin de que asistiendo en él a las horasasignadas por mañana y tarde, puedadecidir verbalmente las qüestiones yquexas que se susciten, y en el caso decometerse culpa digna de castigo,providenciar la aprehensión de losdelinqüentes y su remisión a la Cárcelde la Diputación a disposición delSeñor Corregidor. Se abren las puertasde dicho Mercado al amanecer: se

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ilumina todo el centro en las nochesobscuras hasta la retreta, y a esta hora secierra, quedando con la competentecustodia».

Fácil es imaginarse el bullicio yanimación que tendría aquel mercadoprimitivo. Todos los tipos coloniales,principalmente de las clases inferiores,se reunían allí. Los alegres estudiantesde la Universidad, con sus raídosmanteos; los doctores, con sus borlas, ycon su eterno entrecejo, los bedeles; losfrailes dominicos, con sus hábitosblancos y sus capas negras; losbarberos, de chupa y calzón corto,provistos de bacías, sanguijuelas ygallos amarrados a las estacas de las

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puertas; las indias de las pintorescaschinampas, que en canoas surcaban elcanal para venir hasta el Colegio deSantos,[20] daban a aquel mercado unaspecto singular y característico.

Allí podían el filólogo y el etnógrafoestudiar las lenguas y las castas del país,con sus modismos especiales y susdiferentes colores y estaturas. Allíestaban el español, el criollo, el indio,el mestizo, el negro, el mulato, elcoyote, el chanizo, el morisco, el alvino,el tornatrás, el tente en el aire, el lobo,el abarazado, el barcino y el chinocambujo; cada uno con su caló, su trajey su fisonomía distintos, vendiendo ocomprando las cosas de su afición o

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gusto.¡Qué multitud aquella tan

abigarrada! ¡Qué estrujones, qué gritostan especiales para pregonar lasmercancías! Todos los frutos nacidos otrasplantados en la tierra, los génerosimportados o tejidos en el país; todaslas industrias que escapaban a lasuspicacia del gobierno colonial o queno estancaba el monopolio, todos seencontraban allí, en cajones y tinglados.La vista sentíase fatigada con tantadiversidad de objetos; los oídos seensordecían con los pregones en lenguasadulteradas y corrompidas, y el visitanteconcluía por separarse de aquel sitiosofocado por el calor y los olores nada

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gratos de la muchedumbre, para volveral siguiente día al mismo bullicio y a lamisma brega.

Pero nos divagamos. Una de lasaceras de cajones de aquel mercadoprimitivo fue presa de un incendio, a lasnueve y tres cuartos de la noche del 9 deoctubre de 1793, incidente que, unido aque en noviembre de 1798 fuerontrasladados los puestos y mercaderes alcementerio de la Catedral (con el objetode dar corridas de toros para las fiestascelebradas en el recibimiento del Virrey,D. Miguel José de Azanza), contribuyóno poco a que el citado mercadoperdiese mucho de su vida y movimientoanteriores.

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Empero, con corridas y todo, elcomercio continuó efectuándose en laPlaza del Volador, hasta versesustituidos los puestos portátiles demadera, con un edificio de sólidamanipostería.

V

El nuevo mercado

Hemos llegado a los tiempos modernosde la historia de la Plaza del Volador, yaunque suponemos que el lector estarácansado de seguirnos, reclamamos

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todavía su atención para que nosacompañe hasta concluir esta ya larga ypesada crónica.

Consumada la Independencia, elterreno continuó como propiedad delDuque de Monteleone, uno de losúltimos herederos de los bienes delConquistador; pero en 1837 resolviócomprárselo el Ayuntamiento paraedificar un nuevo mercado, y lo adquirióen la cantidad de 32,000 pesos,midiendo la plazuela, al decir delarquitecto de la ciudad, 104 varas deNorte a Sur, y 118½ de Este a Oeste.

Para construir el moderno mercado,se presentó el 30 de abril de 1841, D.José Rafael Oropeza, y discutidas sus

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proposiciones en el seno de laCorporación Municipal, se admitierondespués de los trámites de estilo y deconvenir en que se levantaría el edificioen vista de los planos del arquitecto ydirector D. Lorenzo de la Hidalga. ElCiudadano General D. Antonio López deSanta-Anna, entonces Presidenteprovisional de la República, expidió eldecreto fechado a 16 de diciembre de1841, en el cual aprobaba el proyecto deOropeza, y se comenzó la obra el 31 delmismo mes y año, día en que se puso laprimera piedra.

El Sr. D. Enrique de Olavarría yFerrari, publicó en El Nacional uncurioso e interesante artículo relativo a

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la solemnidad, basado en la relación queinsertó el Diario del Gobierno,correspondiente al 1.º de enero de 1842;y como los pormenores se perderían siextractáramos dicha relación, nos vamosa permitir copiar los siguientes párrafos:

«Después de las cuatro y media dela tarde de ayer —dice el citado Diario— se ha colocado la primera piedra enlos cimientos de la construcción de lanueva plaza del mercado, que va aelevarse en la llamada del Volador deesta capital, conforme al decreto de lamateria.

»El Excmo. Señor Presidente sedirigió al lugar donde se hallaban lasexcavaciones para la fundación, frente a

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la Universidad Nacional, precedido delExcmo. Ayuntamiento bajo de mazas, yel señor Prefecto del Centro, el Claustrode Doctores y los Colegios, lascomunidades religiosas, el Cabildoeclesiástico y el Illmo. SeñorArzobispo, la Excma. Junta y el Excmo.Señor Gobernador del Departamento, ylos señores Generales, Jefes y oficialesde la Guarnición, con otrascorporaciones y empleados, y la másnumerosa y brillante concurrencia,cerrando la marcha los cuatroSecretarios del Despacho y el señorPresidente.

»Desde mucho antes se hallabapreparado un espacioso salón

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provisional sostenido por tres órdenesde hermosas columnas con airosasgaleras y cortinaje, en cuya cabecera sesituaron, bajo un dosel de terciopeloencarnado con flecos y galones de oro,las sillas para el Supremo Gobierno: alfrente se veía el retrato del mismo señorPresidente, que se hallaba siempre en elSalón del Cabildo del Excmo.Ayuntamiento, y a un lado estabadispuesto el lugar donde debía sentarsela primera piedra».

Ocupados los asientos por laconcurrencia, dirigieron la palabra alPresidente D. Antonio López de Santa-Anna, el Síndico del Ayuntamiento, Lic.D. Manuel García Aguirre, y el

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contratista de la obra, Oropeza, en dosdiscursos llenos de frases aduladoras,que deben haber dejado satisfecho alExcelentísimo General.

«Tan luego como concluyó de hablarel Empresario —prosigue el mismoperiódico—, presentó al Excmo. señorPresidente una pequeña caja de zinc,donde S. E. fue depositando lasmedallas y monedas destinadas paraformar el tesoro o depósito de la nuevaconstrucción.

»Las primeras fueron dos medallasde plata mandadas acuñar con esteobjeto en módulo mayor, con la siguienteinscripción latina:

»Anverso:

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ET LIBERTATIS ET DECORIS PATRIAEFUNDAMENTA POSUIT

»Reverso:

SUPREMUS MILITIAE REIPUBLICAEQUEDUX ANTONIUS LOPEZ DE SANTA ANNA

. ANNO MDCCCXLI.

»Traducción:

»Puso los fundamentos de la libertad ydel ornamento de la patria el ilustreGeneral Presidente de la RepúblicaAntonio López de Santa-Anna. Año de1841».

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«Entre las medallas antiguas mexicanasde oro, plata y cobre, había algunas defines del siglo pasado y principios delpresente; la de plata de la proclamaciónaugusta de la Independencia Nacional yalgunas del Sr. Iturbide, y todas lasmonedas corrientes, desde la onza deoro mexicana hasta la nueva moneda decobre.[21]

»Colocó también S. E. uncalendario, las Bases del Planregenerador de Tacubaya, el decreto deconvocatoria al próximo CongresoConstituyente y el que manda edificar elnuevo Mercado. Cerrada la caja, secolocó en otra de madera, cuya llave se

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entregó a S. E., y colocada en el huecode la piedra de mármol labrada paraeste objeto, el Señor Presidente recibióuna cuchara de albañil, de plata, demanos del arquitecto encargado de laobra, D. Lorenzo de la Hidalga, queestaba acompañado de otros dosmaestros de obras. De una cubeta decaoba que contenía finísima mezcla,tomó después S. E. la suficiente parasentar la piedra, y con un hermosopichel de plata derramó encima agua, yen seguida se sentó la piedra,permaneciendo enfrente de ella hastaque se niveló y macizó. Volvió despuéscon los Excmos. Señores Secretarios delDespacho, el Excmo. Cuerpo Municipal

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y séquito de su acompañamiento, que lehabía asistido durante la ceremoniahasta su asiento».

Acto continuo habló en nombre delPresidente, el Secretario de Guerra, D.José María Tornel, manifestando alAyuntamiento y al pueblo mexicano, lasatisfacción que S. E. tenía en colocar laprimera piedra del Mercado delVolador.[22]

«Terminada esta solemnidad,concluye el Diario, la concurrenciavolvió al Palacio en el mismo orden enque había salido. Una compañía degranaderos que estaba en el local hizolos honores a S. E. y otra de caballeríacerraba la retaguardia; una música

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militar tocó selectas piezas en losintermedios y a la salida, y repiques avuelo anunciaron la del Presidente, elacto de poner la piedra, y la terminaciónde la solemne ceremonia. Esto se haverificado en medio de una concurrencianumerosísima, llena toda de satisfaccióny de gratitud al Excelentísimo SeñorPresidente, por mirar realizados losantiguos y reiterados deseos de lapoblación de México, que va a versustituida una construcción mezquina,inmunda, desagradable, tan expuesta alincendio y que tanto afeaba un lugar delos más principales, con un mercadosólido, elegante, hermoso, digno de losotros edificios públicos que embellecen

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esta ciudad, y propio de la civilizacióndel siglo en que vivimos».

El mercado completamente acabadono se entregó sino hasta fines de enerode 1844, pues si bien es cierto que sehabían comprometido a concluir alterminar el año de 1843, «se concedióesta prórroga —dice el Sr. Orozco—por los días que paró la obra aconsecuencia de haberse hecho allí elpaseo del día de todos santos el mismoaño de 43». Es preciso advertir, sinembargo, que los cajones se arrendabana medida que eran entregados.

La plaza —según el mencionadohistoriador—, formaba unparalelogramo: los lados mayores

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corrían de Este a Oeste y los menores deNorte a Sur. Cada lado tenía una entradadefendida con rejas de hierro. Loscajones corrían por todo el perímetro,interior y exteriormente. Cada uno teníauna o dos puertas que correspondían alas ventanas con rejas del segundo piso,que servía para bodegas de mercancíaso habitaciones. Todo el edificio conteníaciento cuatro puertas y otras tantasventanas, «quedando veintiocho en losfrentes más largos, y veinticuatro en losmenores, la mitad a cada lado de lasentradas principales».

La parte interior estaba dividida encalles con tinglados y puestos, y en elcentro se erguía una columna con la

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estatua del general Santa-Anna.La estatua se había colocado allí con

algunos días de anticipación; pero fueinaugurada el 13 de junio de 1844,aniversario del natalicio de Santa-Anna.La descubrió D. Valentín Canalizo,quien pronunció un discursocontestación a otro de D. José RafaelOropeza. En el acto de levantar el velose hizo una salva de artillería, y unatriple descarga de fusiles por unacompañía de granaderos de la guardiade Supremos Poderes. La ceremonia severificó entre doce y una y media de latarde. El lugar estuvo adornado confranjas, banderas y flores, y asistióselecta concurrencia.

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La estatua era de bronce dorado.Representaba al héroe de Tampico consu traje de general, provisto decondecoraciones y cruces, en pie, y conla diestra señalando hacia el Norte. Enel pedestal había dos inscripciones.

La del lado de Palacio decía:

Al ilustre y benemérito General Santa-Anna, cuyas glorias son las de la patria.

Su memoria vivirá con la de laIndependencia y la de la Libertad, elorden y el progreso nacional.

La del lado de Porta Coeli rezaba:

A su amor patrio y a su celo

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administrativo debe México elembellecimiento de sus poblaciones.

Los laureles que ha recogido en susvictorias coronan los monumentos que lagratitud pública le erige sobre estasobras.[23]

No duró mucho tiempo la estatua sobresu pedestal. El 6 de diciembre delmismo año de 1844, el pueblo seencontraba lleno de la mayor excitación.Hizo pedazos la efigie de yeso de Santa-Anna que se hallaba en el TeatroNacional, destruyó el monumentosepulcral que contenía la pierna que sele había amputado al dictador despuésde la victoria de Veracruz, obtenidasobre los franceses, y arrastró frenético

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por las calles el miembro mutilado. Setemió que sucediera lo mismo con laestatua del Volador, y en la noche se labajó del pedestal para encerrarla ensitio seguro.[24] Los albañiles queejecutaban esta operación fueronrodeados de tropa, y como un léperoarrojase a uno de los soldados unapiedra, éste tuvo que disparar, matandoa una pobre mujer y a un niño. Laestatua, arrumbada en una cochera dePalacio, no volvió a colocarse sinohasta por los años de 1852; pero a lacaída del General Santa-Anna, la tuvoque enterrar D. Luciano González,empleado del Fiel Contraste, parasalvarla de las iras populares. Calmadas

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éstas, se sacó de allí y no sabemos suúltimo paradero.

Mas es preciso terminar nuestraprolija historia. El Mercado del Voladorsufrió un voraz incendio la noche del 17de marzo de 1870, y algún otro, aunqueinsignificante, hace pocos años. Ensesión celebrada por el Ayuntamiento el11 de febrero de 1890, se presentó unproyecto para reformar el Mercado yadaptarlo a otra clase de comercio yestablecimientos, es decir, a un bazar. Aconsecuencia de dicho proyecto elMercado se clausuró el 15 del mismomes y año. Entretanto se destinóúltimamente el local a la venta de losobjetos usados que se realizaban los

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domingos en los portales del Coliseo, dela Fruta, de Agustinos y Puente dePalacio y al comercio especial de lastemporadas de Todos Santos y Navidad.

El proyecto para construir un bazaren el ex Mercado del Volador se aprobóel 23 de octubre de 1891; fue formadopor el Director de Obras Públicas, Sr.Torres Torija; se calculó el costo en400,000 pesos y se comenzaron lasobras el 16 de noviembre del propioaño, y sólo se construyó el edificio de laesquina NO. que fue demolidojuntamente con el resto de lasconstrucciones del Mercado, y en sulugar se plantó un jardín que a fines delaño de 1935 se quitó para levantar el

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Palacio de la Suprema Corte de Justiciade la Nación y algunas oficinasjudiciales.

Otras tres construcciones semejantesa la que se edificó en aquella esquina,atravesadas por dos calles centralescruzadas en medio y cubiertas porcobertizos de cristal; y cuatro patios conjardines en el centro de cada uno de losedificios de los ángulos; tal era, enresumen, el proyecto que se proponíarealizar el Sr. Torres Torija.

El cronista de los tiempos viejos seeclipsa ahora y cede la pluma al activoreportero del siglo de las luces.

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El barbero de suexcelencia

Tradición del Palacio Nacional

Invariablemente, desde el día en quetomó posesión del virreinato de laNueva España, el segundo Conde deRevilla Gigedo, tenía la costumbre deque lo afeitasen todas las mañanas, a las7 en punto.

Poco antes de esta hora, entraba elmaestro barbero a la cámara del Virrey,provisto de pichel y bacía de plata

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cincelada y reluciente, paños finos y decambray y bolsa de cordobán, que amodo de estuche, contenía las navajas.

El Conde hallábase ya sentado encómodo sillón, frente a la vidriera deuno de los balcones que caían a la plazadel Volador, y mientras el barberoasentaba las navajas y hacía lajabonadura, leía S. E. las quejas ysolicitudes que la víspera habían sidodepositadas en un buzón, que por suorden se había colocado en la puertaprincipal del Real Palacio.

El barbero, a quien todos conocíansólo por su nombre de pila, llamábaseTeodoro Guerrero, y era un viejecitosimpático, como de setenta años de edad

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enjuto de carnes, color moreno, de ojosverdes y muy vivos, bastante calvo ytodo rasurado.

Vestía el traje de los barberos de suépoca, pero a causa de sus años y tenerque salir muy de mañanita para servir asu clientela, traía siempre puesta sucapa, que sólo se quitaba en el acto de ira afeitar.

Con el Virrey ponía particularcuidado. Colocábale un paño finísimoen el pecho, otro atrás para limpiar lasnavajas, y mientras el Virrey se deteníala bacía encajada en el cuello, Teodorountábale la jabonadura a dos manos,pero con suma pulcritud y habilidad.

En seguida, no sin probar el filo de

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la navaja en uno de los dedos, procedíaa desmontar la barba, y a continuación,previa agua limpia con que enjuagaba elrostro del Virrey y nueva untada dejabón con los dedos, seguía la operaciónde desencañonar, pero sin producirirritación en la piel, ni hacer sangre, nicausar la más mínima molestia.

El Virrey continuaba leyendo, yTeodoro, después de peinar la cabelleraempolvada y tejer la trenza de la coleta,exclamaba satisfecho, sacudiendo lospaños:

—¡Buena salud, ExcelentísimoSeñor!

Y S. E. le contestaba:—¡Gracias, Teodoro!

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El barbero recogía entonces todoslos menesteres de su oficio. Salía comohabía entrado, silencioso, inclinándosecon respeto ante S. E., procurando enesta vez no darle las espaldas, pero sinpronunciar siquiera unos corteses ysecos buenos días.

El segundo Conde de RevillaGigedo, como es bien sabido, fuemodelo de virreyes. La Nueva España ledebió mucho. Durante su sabiaadministración progresaron laagricultura y las industrias, las cienciasy las letras. Los cargos públicos fuerondesempeñados por hombres inteligentesy probos, y destituidos los inútiles, losperezosos, los ignorantes. La ciudad de

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México se embelleció mucho y ganó enlimpieza y en higiene. Calles, plazas,paseos, fuentes, baños, edificios, todofue objeto de particular reforma, puesaquel esclarecido Virrey era infatigable,y trabajaba día y noche para darcumplimiento a las múltiples atencionesinherentes a su empleo y a los milproyectos que a cada paso realizaba.

El Conde, por su misma labor, noperdía el tiempo en vanas y puerilesconversaciones, ni a la hora de afeitarsese permitía con su barbero un poquito depalique.

Y hay que tener en cuenta que losbarberos son tentadores, porque son desuyo comunicativos y curiosos. Hablan

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de lo que no les importa. Saben vidasajenas. En aquellos tiempos todavíamás, pues con excepción de la Gacetaque salía pocas veces al mes, connoticias insípidas y desabridas para elvulgo, el barbero era entonces el únicoórgano de la chismografía y de lashuecas noticias con que se llenan losdiarios de nuestros días.

Así es que Teodoro, el barbero, eraen apariencia la excepción de la reglageneral, y el segundo Conde de RevillaGigedo estaba encantado con él, puesnunca interrumpía la lectura de lascartas, ni despegaba los labios parasolicitar el más pequeño favor, comocualquiera otro lo hubiera hecho,

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aprovechando el cotidiano trato conS. E.

—¡Cuántos me adulan —exclamabapara sí el Conde—, por conseguirempleos o recomendar a parientes oamigos! Mi secretario tan discreto; losoidores tan prudentes; los canónigos tanbuenos; el Arzobispo tan caritativo; lospriores, guardianes y provinciales defrailes tan observantes; las encopetadasabadesas y las superioras de monjas tanausteras; mis alabarderos tan fieles ymis pajes tan serviciales ¡pero qué más!¡los cocineros y los galopines de esteReal Palacio, todos, unos de palabra yotros por escrito, me han pedido cargosy distinciones, recomendaciones y

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favores… sólo mi barbero nada, encuatro años que hace que me afeita!

Pocos días faltaban para que RevillaGigedo dejase al sucesor el virreinato.Una mañana del mes de julio de 1794, ala hora de costumbre, entró Teodoro alaposento del Virrey. Inclinóse, como erade reglamento; preparó los útiles, y congran sorpresa suya el Conde no leía,sino que inició una conversación enestos términos:

—Teodoro, tú has sido el máscumplido de mis criados. Pronto dejaréel gobierno y deseo servirte. ¡Pide loque gustes!

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—Gracias, Excelentísimo Señor, yya que S. E. es tan bondadoso, y que demodo tan franco me abre las puertas desu liberalidad ¡cuán feliz sería si meconcediese seis gracias, una cadamañana de las que venga a afeitar aS. E.!

—¡Concedidas! Comienza hoypidiendo la primera.

—Que en los días que faltan deGobierno a S. E. me permita un ratito decharla. ¡Admiro y quiero tanto a SuExcelencia!

La segunda mañana estaba el Virreyde muy buen humor y Teodoro le pidiósu castellana, alegando que no queríaquedarse sin un recuerdo suyo. La

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tercera el reloj, complementoindispensable de aquella, y ante cuyacarátula había fijado su vista S. E. tantasveces; y aunque el Conde observó que elvalor de las gracias iba en aumento, lopropio que la calidad de los elogios,aguantóse mal de su grado, y esperó, nosin algún temorcillo, pero sí con grancuriosidad, saber las tres gracias que lefaltaban conceder para liquidar cuentascon el rapa-barbas.

—Excelentísimo Señor —dijoTeodoro la mañana del cuarto día—,perdóneme mi atrevimiento, pero estoymuy pobre, tengo un hijo varón quepresto está a recibir el grado delicenciado, y los gastos ascienden a 789

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pesos 5 reales, ni más ni menos.—¡Cómo! —exclamó el Virrey.—Ni más ni menos, Excelentísimo

Señor, he aquí la cuenta detallada —dijoTeodoro, sacando de la bolsa un papeldoblado en cuatro partes.

El Virrey leyó:

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—De modo y manera —agregó el Virrey—, que tenemos por un lado 51 pesos, y688 pesos, 5 reales de la Noche Triste,son 739 pesos 5 reales, y 50 pesos delos convites: exactos 789 pesos 5 reales.

El Conde se levantó del sillón, sedirigió a un pupitre, y sacó de uno de suscajoncillos 49 onzas flamantes y 6escudos nuevecitos, con el busto deCarlos IV, y entregando la suma aTeodoro, dijo:

—Los tres reales que sobran parapuros.

—Gracias E. S. Muchísimas graciasen mi nombre y en el de mi hijo.

Llegó la quinta mañana, y el Virrey,acabado de afeitar, preguntó con sorna:

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—¿Cuál es la quinta merced quetengo que hacer hoy a mi sincero ydesinteresado servidor?

—S. E. —contestó Teodoro—, diráque abuso, pero soy padre, y un padre¿qué no hará por sus hijos? Años hatengo, E. S., desde la edad de doce añosy de criada en el convento de la LimpiaConcepción, de esta Corte, a una hijamía, doncella, tan inclinada a la vidareligiosa, que sólo espera una almacaritativa que la dote para profesar…

—Comprendo —dijo el Virrey—.La gracia de hoy no es tan corta, pero enatención a que ya tenía pensado dotar auna huérfana antes de irme de estosreinos, y a que espero que mañana serás

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más moderado… concedida la dote.El sexto día amaneció S. E. nervioso

y triste. Pocos le faltaban paraabandonar su alto puesto, y a medidaque el tiempo se acercaba, huían losamigos, se eclipsaban los cortesanos, yno pocos ingratos, sordamente,preparaban los capítulos de acusaciónen la residencia, juicio a que eransometidos todos los virreyes después desu gobierno.

El estado de S. E., aquel día, locomprendió desde luego el buenbarbero. Procuró extremar sus respetos,afeitar con el mayor cuidado, de modode no producir molestia alguna. Peinócon igual esmero al Virrey, trenzó

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suavemente los cabellos con la cinta dela coleta y casi en secreto pronunció lafrase sacramental de:

—¡Buena salud, ExcelentísimoSeñor!

El Conde se puso en pie. Sintió esedulce bienestar y frescura queexperimenta uno cuando acaba de serafeitado por una mano hábil. Pensó queel rapabarbas no se atrevía a pedir laúltima gracia, y aunque temeroso, por suparte, de la cuantía, pero picado decuriosidad, interrogó a Teodoro, y éstele contestó:

—Excelencia. Ya soy muy viejo yviudo y no tardaré en morir. Mis doshijos ya tienen, gracias a S. E., un

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porvenir risueño. Yo amo esta tierraporque es la patria de estos hijos y de susanta madre, que en paz descanse. Vineaquí muy joven, con vuestro padre, elaño de 1746. He ejercido en México 48años mi oficio, y a 11 virreyesantecesores de S. E. he afeitado. Conexcepción del Marqués de Croix, queera un poquillo enojón, de todosconservo gratos recuerdos por sustalentos, por sus bondades y por susmercedes.

A los Excelentísimos SeñoresMarqués de las Amarillas, Cagigal de laVega y Marqués de Cruillas, a los treshice sus pelucas, de pita de maguey porcierto, y quedaron contentísimos. Al Sr.

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Bucareli y Ursúa le curé un cáustico ensu última enfermedad. A Don Matías deGálvez, le puse sanguijuelas, y a DonBernardo una ventosa, y lo quise mucho,dicen que se quería levantar con elreino. Al Sr. Haro y Peralta, cuando eraVirrey, como nunca ha querido a losnacidos en América, una vez que lesacaba yo una muela matriculada, en elmomento de darle el jalón, me dijo,escupiendo sangre a borbotones:¡Bárbaro, criollo habías de ser! Al Sr.Flores, vuestro antecesor, lo tratémuchísimo. Su hijo se casó aquí y eramuy alegre y gustaba de que le cantase,acompañadas con la guitarra, coplaspopulares como aquella que dice:

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Tengo la salsa compuestaY me falta el perejil:Dámelo perejilera,Que te lo vengo a pedir.

O aquella otra:

No son todos cazadoresLos que por el monte van:Unos cazan las perdicesY otros las hijas de Adán.

Revilla Gigedo había cambiado dehumor. Serio y reservado de por sí, sinembargo, la charla de aquel viejecillo ysu modo lleno de intención al canturrearlas coplillas, lo hicieron sonreír, y

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preguntó al barbero:—Pero Teodoro ¿a qué hora pides tu

última gracia?—Me divagué, E. S. El Padre de

S. E., a quien tanto debí y con quien vinea la Nueva España donde me hicehombre, me ha traído tantas cosas a lamemoria… Pues bien, E. S., soy paisanovuestro, nací en la Habana, quisieramorir en la tierra de mis padres y servirallá, con mi oficio, los pocos años queme restan de vida.

El Conde contestó:—Eres el más excelente de los

barberos. Has conseguido de mí cuantohas querido. Me has recordado doscosas únicas que me consuelan en los

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tristes días de desengaños: mi padremuerto y mi patria ausente. Ve, preparatus cosas, despídete de tus hijos, que enbreve partiremos juntos. Yo voy aMadrid, pero te dejaré en la Habana.

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El cetro deNetzahualcóyotl

Sucedido de la calle de lacerca de Santo Domingo

(ahora 3.ª de BelisarioDomínguez)

Allá en los buenos tiempos en que era,repetidas ocasiones, Secretario deEstado y del Despacho de Guerra yMarina, el excelentísimo señor generalDon José María Tornel que fue

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elocuente orador, distinguido literato yprotector liberal de los jóvenes amantesde las bellas letras, vivía en la casanúmero 13 de la calle de la Cerca deSanto Domingo, ahora BelisarioDomínguez número 69, y en la ciudad deMéxico, el Lic. Don Carlos María deBustamante, insurgente, patriota,anticuario, historiador y editorincansable de libros inéditos mexicanos.

Tornel y Bustamante habían sidobuenos amigos, pero dimes y diretes departido, y poseídos ambos de laspasiones exaltadas que imperabanentonces, tanto en la rabiosa política delos mochos como en la de los liberales,de un momento a otro se disgustaron:

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Tornel burlábase de lo lindo del señorlicenciado, y Bustamante llegaba a ladiatriba respecto al señor general.

Bustamante era extremoso en susideas; fue de los liberales entusiastas, delos que fulminaron rayos y centellas enlos periódicos y en la tribuna delCongreso, en contra de los retrógrados.

Como historiador es digno de loapor su laboriosidad sin límites, por losgrandes servicios que prestóimprimiendo obras ajenas, como las deSahagún y Alegre, por la multitud dedocumentos relativos a nuestra guerra deindependencia, que sacó del olvido;pero, por otra parte, mutilaba textos,cambiaba títulos, comentaba opiniones y

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ponía notas llenas de lamentacionesimpertinentes.

Afecto como el que más a losindígenas de Anáhuac, deliraba con suhistoria, y coleccionaba en su casahabitación, multitud de antiguallas:ídolos deformes y espantosos, de barroo de piedra; puntas de flecha y cuchillosde obsidiana; metales, molcajetes, ollas,cuentas, pinturas en papel de maguey yotras cosas parecidas, cuya autenticidadél sostenía a puño cerrado, bien que enesta materia las falsificaciones datandesde el mismo siglo XVI, según asegurael Reverendo Padre Fray Toribio deMotolinia.

Un día, el onomástico del anticuario,

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se detuvo delante del zaguán de su casa,un elegante coche de sopandas,brillando como espejo el barniz de lapintura, reverberando con la luz del sollos adornos metálicos; limpísimos losarneses de los caballos, piafando yerguidos éstos, y no menos erguidos elcochero y lacayo, que vestían lujosas ycorrectas libreas.

Saltó el lacayo del pescante, penetró ala casa, e informado de que allí estabael Sr. Don Carlos María, la chistera enuna mano, y la otra mano en la llave dela portezuela, abrióla, bajó el estribo,desdoblándolo como biombo, y

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descendió de prisa —entregando unobjeto al sota— el excelentísimo señorgeneral Don José María Tornel, a lasazón en funciones como Jefe Superiorde la Secretaría de Guerra y Marina, einsigne Mecenas de la JuventudMexicana, como le llamabanagradecidos en sus dedicatorias, losjuveniles y románticos poetas a quienimpartía su protección desinteresada.

Tornel, seguido del lacayo, subió lacerrada y ancha escalera de la casa, y nohabía pisado aún el descanso, cuando yadesde el portón de madera, en pie,risueño, brillándole los miopes ojillostras los cristales de sus espejuelos, debata floreada y birrete con larga borla,

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le esperaba Bustamante; y al subir elúltimo escalón, le abrió los brazosexclamando:

—¡Qué honra tan grande es para mí,Sr. General, verle en esta su humildecasa!

Fue tan cordial el saludo, tanapretado el abrazo, que, por esto ohallarse fatigado con la subida deaquellos escalones altos y numerosos,apenas pudo balbucir un cumplidoTornel, el cual siguió por el corredor allado de Bustamante que le colmaba deatenciones, y detrás de ellos el lacayo,serio y estirado.

Pasaron la antesala, dejando en ellasombrero y bastón el General, y

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habiendo puesto en sus manos el objeto,bajó el sota para unirse con el cochero.

Sentados cómodamente, repuestoTornel ya de la sofocación producidapor el ascenso y los cumplimientos,todavía fue Bustamante quien inició laplática con la pregunta siguiente:

—¿A qué debo el honor de verleaquí después de tantos años?

—Señor licenciado —dijo Tornel enactitud de orador—; ha tiempo que lasenconosas pasiones políticas de nuestrosturbulentos partidos, que tantos maleshan acarreado a nuestra hermosa, cuantodesgraciada Patria, habían roto elcariñoso y dulce lazo de nuestra antiguay sincera amistad; pero mi corazón que

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siempre late emocionado por mi eternaadmiración al talento y la virtud, haechado en olvido nuestras rencillas, yhoy aniversario del fausto natalicio deusted, vengo a reanudar de nuevo nuestraamistad interrumpida y como recuerdo yprenda de esta reconciliación, pongo ensus manos este obsequio modestísimo.

Tornel entregó el objeto que ellacayo había subido desde el coche.Ahora los papeles se cambiaron, pues laemoción se apoderó de Bustamante,embargado por el sentido discurso y laoculta prenda. Casi temblándole losdedos, abrió la caja que contenía elregalo; caja de finísima madera conricas incrustaciones, forrada en el

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interior con raso de seda blanca queperfectamente dejaba destacar el objetoque constituía la prenda, a que habíaaludido el obsequiante.

La prenda más parecía un paloinservible, astillado y picado pordoquiera, que joya digna de encerrarseen aquel elegante estuche; pero losojillos miopes de Bustamante,despidieron fosforescente luz deentusiasmo, y recordando él también susarranques tribunicios, peroró elpanegírico que sigue:

—Señor General: como si no fuerapara mí sobrada honra y sin igualsatisfacción, el soldar de nuevo losrotos eslabones de la cadena de oro que

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nos unía desde la juventud, todavía ustedme colma de singular regocijo en estedía, día en que por vez primera la luzdel Tonatiuh de mis mayores alumbrómis ojos, y no sólo con su presencia meconfunde, sino también con lavaliosísima joya, que, cual piedra desubidísimos quilates, me ha traído en tanpreciosísima caja; ¿y sabe usted, señorgeneral, lo que es esto?

—Bien a bien, lo ignoro —contestósocarronamente el interrogado—. Unode los peones de mi hacienda vecina aTetzcoco, arando la tierra con su yuntade bueyes, sintió que saltaba un palillotorcido y me lo trajo a mi casa,asegurándome que contenía jeroglíficos,

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pues sus abuelos le habían enseñado aconocerlos aunque no a interpretarlos.

—Pues, señor general, las últimaspalabras de usted confirman lo que adecirle iba. Este palillo apolillado, esnada menos que un fragmento del cetrodel gran Netzahualcóyotl, nuestro sabiorey y poeta inspiradísimo de aquellaAtenas del Anáhuac, que se llamóTetzcoco. Aquí tiene usted la cabeza deun coyote, y aquí el signo jeroglífico deayunar, pues el nombre de aquel vatesoberano significa en lengua náhuatl,coyote hambriento.

Tornel estuvo a punto de cometer unaimprudencia y pretextando unaocupación urgentísima en la Secretaría

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de su cargo y prometiendo que decorresponderle su visita Bustamante, levolvería a ver, despidióse, tomó susombrero y bastón en la antesala, y casibrincando de dos en dos y hasta de tresen tres los escalones, atravesó el patio,subió al coche, y partió con velocidad elcarruaje, previa orden de:

—¡A palacio, y pronto! —que dio allacayo el General Tornel.

El licenciado Don Carlos MaríaBustamante enseñó a todos sus amigosíntimos, que comieron en su casa paraconmemorar sus días, aquel cetro rotodel gran Netzahualcóyotl. Les recitó lasendechas sobre las pompas y vanidadeshumanas que al poeta indio hicieron

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inmortal, y pocos días después, enfolleto impreso, y como acostumbrabahacerlo, disertó largo sobre aquella joyade nuestros antepasados.

Entre tanto Tornel reía a mandíbulabatiente, y ya que hubo circulado DonCarlos María el opúsculo, una tardemandó publicar aquél, en El Siglo XIX,diario entonces muy leído, el siguientepárrafo que a continuación se copia:

«Candor estúpido. —El excmo.señor Ministro de la Guerra, Tornel,para demostrar a Don Carlos MaríaBustamante, su crasa ignorancia, suadmiración inmoderada a las antiguallasy su credulidad estúpida, le regaló el díade su santo un palo viejo y podrido con

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unos geroglíficos labrados en él apropósito y el señor licenciado lo hatomado y descrito por un fragmento delcetro de Netzahualcóyotl…».

Bustamante pronunció la mástremenda de sus catilinarias en contra deTornel. Recogió como pudo el folleto,haciendo un auto de fe con todos losejemplares en la azotehuela de su casa ycuando algún malévolo le recordaba elchasco, decía muy serio:

—¡Tornel me tiene envidia!¡Realmente un peón de su haciendaencontró el objeto que me obsequió, yese objeto, a pesar del párrafo del Siglo,es auténtico, verídico y antiguo, y nopuede ser otra cosa que un pedazo del

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cetro de Netzahualcóyotl!Los arqueólogos, son siempre

abnegados mártires, pero nunca, lealesconfesores.

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La campana del relojde Palacio

Leyenda y origen del nombrede las calles del Reloj (ahorade la República Argentina)

El aspecto de nuestros edificios havariado mucho, a pesar de haber estadodestinados a un mismo objeto.

La explicación es natural y sencilla,pues unas veces los temblores, otras losincendios, y las más el gusto que cada

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época ha querido imprimir a laarquitectura, son causas suficientes parajustificar tan distintos cambios.

El Palacio Nacional de México esuna prueba de lo que decimos. Durantesu existencia secular, ha sufridoinnumerables modificaciones, tantas,que sería hoy casi imposible enumerartan sólo las que se han hecho en uno delos patios, porque donde había unaventana se ha abierto una puerta, dondeexistía un corredor se ha levantado unaescalera, y donde se hallaba unentresuelo ahora se encuentra unpasadizo bajo.

No sucede así con la parte exterior.Aunque no son pocas las

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reparaciones que se han ejecutado en lafachada, ésta ha tenido en lo general dosaspectos: uno desde 1562 en que setomó posesión del edificio —hasta el 8de junio de 1692 en que fue incendiadopor la plebe— y otro desde 1693 en quecomenzó a reedificarse, hasta nuestrosdías.

En el primer periodo, es decir,durante la segunda mitad del siglo XVI ygran parte del XVII, el Palaciopresentaba el aspecto de una fortaleza,con torreones en las esquinas, tronerasde trecho en trecho, y dos puertasgrandes que correspondían a las hoysituadas en el centro y hacia el Sur. Elsegundo piso estaba formado, como

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ahora, por una serie de balcones, peromás bajos y anchos, sobre dos de loscuales estaban las armas del Rey y delConde Galve, en sendos escudos.

Durante el segundo periodo, siglosXVIII y XIX, la fachada cambió mucho, ysin seguirse un plan conveniente, lasantiguas troneras del primer cuerpo setransformaron en ventanas, con rejastoscas y feas, y las puertas se fueronconcluyendo poco a poco; la principal,en el reinado de Carlos II (1665 a1700); la de la parte Sur, en tiempo deFelipe V (1700 a 1724), y la del Norte,que fue la última, bajo la presidencia deMariano Arista, por lo que es aúnconocida por Puerta Mariana. A

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mediados del siglo XVIII el Palacioestaba ya almenado y donde estuvieronlos ángeles de bronce, existían escudoscon las armas reales, así como a un ladoy otro de la puerta del centro.

Lo que sí ha conservado siempre eledificio en la fachada, es su aspectopesado, y nada artístico ni en suconjunto ni en sus detalles. Y tambiénconservó hasta 1867, encima del cubodel antiguo reloj y pendiente de un arco,una tradicional campana, cuya historiaserá asunto del capítulo presente.[25]

La campana fue de regularesdimensiones. En la parte superior, amodo de asa tenía una corona imperialsostenida por dos leones. En uno de sus

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lados, en relieve, una águila de doscabezas soportando con sus garras unescudo, es decir, las armas de la Casade Austria, y en el otro un Calvario deCristo, la Virgen, San Juan y laMagdalena. Por último, cerca de loslabios las primeras palabras de la Salveen Latín y una inscripción que decía:

MAESE RODRIGO ME FECIT, 1530

La campana fue, pues, más antigua quenuestro Palacio; y su origen y venida aMéxico son una conseja, que cierta o no,referiremos a continuación, por seroriginal y curiosa.

Y va de cuento.

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Fue el caso, que en un pueblecillo deEspaña, cuyo nombre no consigna lahistoria, había una iglesia con surespectiva torre, y en ésta variascampanas, de las cuales sólo ha pasadoa la posteridad la hecha por MaeseRodrigo.

Pues señor, una noche, por másseñas de la temporada de Pascua,dormía el pueblo cubierto por laobscuridad, sin que el menor ruido lodespertase, cuando de repente, a lasdoce poco más o menos, comenzó atocar la campana susodicha; pero tanrecio como si estuviera atacada de unaexcitación nerviosa la persona que lahacía sonar.

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Tocarse la campana y alborotarse elpueblo fue todo uno. Cantaron losgallos, ladraron los perros, balaron lasovejas y mugieron los bueyes; seencendieron luces por todas partes, seabrieron puertas y ventanas, y losbeatíficos y pacientes vecinoscomenzaron a levantarse y a preguntarqué era aquello.

¡Quién arrojó las sábanas del lecholo más pronto que pudo, figurándose quese trataba de una quemazón, quién sepersignó devotamente creyendo quehabía aparecido en el cielo una culebrade agua, quién por último, conspiradorempedernido, pensó que la causa de lossuyos había triunfado y que entraban

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victoriosos en el pueblo!Sin embargo, el sobresalto y terror

aumentó muchísimo, cuando seconvencieron que el repique no eraproducido por ninguna de esas causas, ycuando escucharon que la campanaseguía tocando, loca, frenética, como sicien legiones de diablos agitaran lacuerda que pendía de su badajo.

Todos, sin distinción de sexos niedades, fueron al cementerio de laiglesia, llevando in capite al señorCura, al señor Alcalde y a sus mercedeslos alguaciles, y cuando hubieronllegado, el señor Alcalde a la cabeza desus esbirros, se dirigió con calor haciala torre, cuya puerta podrida y

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apolillada, cedió a sus primerosempujes; entró, subió la escalera, llegóal cuarto del campanero, y aquí suadmiración fue indescriptible, «al verque ni allí, ni en la torre y bóvedashabía alma viviente, a excepción de ungato que no pudo tocar la campana».Recorrió una y muchas veces aquellossitios sin hallar la causa del repique, ycansado, «replegó sus fuerzas», no sindejar un centinela de vista a la entradade la torre.

Salir la autoridad, interrogarlo losvecinos, no respondersatisfactoriamente, y aumentar el pánico,fueron cosas simultáneas.

El suceso era único, sorprendente,

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maravilloso. Lloraban a lágrima vivalos muchachos y las mujeres,principalmente las ancianas pedían alseñor Cura, postradas de rodillas, queconjurase a la campana, que la rociasede agua bendita, pues estaba posesa deldemonio; y que éste había enviado unacohorte de espíritus malignos para quedieran aquel convulsivo y violentorepique.

Mucha tinta gastaríamos siquisiéramos pintar la agitación de loshabitantes del pueblo en aquellamemorable noche, y para no fastidiardiremos que después del repique yanadie pegó los ojos, venciendo el temoral sueño.

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Al día siguiente, el señor Alcaldecitó a los principales vecinos, y levantóuna información que dio este resultado:que el campanero no había dormido esanoche en la iglesia y que la campanahabía tocado sola.

Para aquellos tiempos el caso eragrave, delicado, trascendental, y seconvino remitir el expediente a la Corte.En Madrid fue inmenso el ruido quecausó la campana: Gacetas, Mercuriosy Diarios no hablaron de otra cosa enmuchos días.

Se remitió el expediente al Consejo,y éste lo pasó al Fiscal para que diera sudictamen.

«El Fiscal —dice un autor antiguo—

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se impuso seriamente de todos lospormenores, registró sus grandesvolúmenes de derecho y algunos de lahistoria nacional y extranjera; escribió,borró y volvió a escribir; y al cabo dealgunas semanas, el formidable dictamentenía una resma de papel. ¡Qué erudicióntan selecta y peregrina!, ¡qué abundanciade citas y leyes!, ¡qué reflexiones tanoportunas y profundas!, ¡qué argumentostan urgentes!, ¡qué estilo tan fluido, tanespontáneo, tan preciso! Basta saber queno hubo campana o esquila de que nodiese el Fiscal la historia más exacta:habló hasta de las campanas de Turquíaen donde, según autores, no se conocen.De todo esto concluyó que el diablo

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tuvo una parte directa o indirecta en elasunto».

Se citó el día para la audiencia. ElFiscal comenzó a leer el expediente: alas cuatro horas tenía la boca seca y losojos bizcos, por lo cual los juecesordenaron suspender la lectura. Duróesta cuatro días y al fin llegó la hora dediscutir entre los magistrados, loscuales, después de seis horas deacalorados debates, convinieron enaprobar el pedimento fiscal en todos suspuntos, y «vinieron los jueces enacordar y acordaron, en mandar ymandaron»:

1.º Que se diera por nulo y de ningúnvalor el repique de la campana.

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2.º Que a ésta se le arrancara lalengua o badajo para que en lo sucesivono osase sonar motu proprio y sinauxilio del campanero.

3.º Que saliese desterrada lacampana de aquellos dominios para lasIndias.

Previas las formalidades del caso, lasentencia se ejecutó en todas sus partes.

La campana, sin lengua o badajo, fueembarcada en un navío de una de tantasflotas que partían a Nueva España.

Llegó a México donde debía deextinguir su condena, y aquí estuvoarrinconada en un corredor de Palacio,

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en el cual todos la contemplaban con«admiración y respeto».

El Virrey, D. Juan Francisco deGüemes y Horcasitas, Primer Conde deRevilla Gigedo, concluyó la reposicióndel Palacio comenzada en tiempo deotro Virrey, La Cerda, y considerandoque aquella campana no podía estarociosa, pero sin atreverse a ponerlebadajo por no contravenir las órdenesde España, la destinó a ser colocadaarriba del reloj, en cuyo sitio muchos laconocieron, pues no fue quitada de allísino hasta diciembre de 1867.

Entonces se mandó fundirla; mas alverificarlo se descompuso el metal, yasí acabó la histórica campana, que duró

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337 años, que dio origen a una célebreinformación y a un originalísimodestierro.

¡Que el fuego le haya sido leve!

Conocida la historia de la legendariacampana, sería injusticia no consignar lade su contemporáneo el Reloj.

La mención más antigua la hizo en1554, el Dr. y Maestro Don FranciscoCervantes de Salázar, en sus exquisitosDiálogos, cuando Alfaro al llegar a laesquina de la calle de Tacuba y la Plaza,pregunta y exclama:

«—… ¿Pero qué significan aquellaspesas colgadas de unas cuerdas? ¡Ah!

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No había caído en cuenta: son las delreloj».

Y su interlocutor Zuazo, agrega:«—En efecto; y está colocado en esa

elevada torre que une ambos lados deledificio, para que cuando da la hora, laoigan en todas partes los vecinos».

El edificio a que aludían en suconversación, Alfaro y Zuazo, era laCasa del Estado que perteneció aHernán Cortés, situada en la calle delEmpedradillo, donde como es sabidoresidieron los primeros gobernantes dela Colonia, las dos primeras Audienciasy los primeros Virreyes, hasta quecomprado el actual Palacio Nacional en1562, por los monarcas españoles, se

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trasladaron las autoridades a él despuésde esa fecha.

Comentando esto el erudito anotadorde Cervantes Salazar, Don JoaquínGarcía Icazbalceta, dice:

«El Reloj estaba, pues, en la torre opieza de la esquina de las calles deTacuba y Empedradillo. En lasOrdenanzas de Audiencia, dadas enMéxico a 23 de abril de 1528, se mandaque para guardar mejor y másordenadamente lo prevenido respecto ala asistencia de los oidores “estécontinuamente un reloj en lugarconveniente para que lo puedan oír”.Acaso a esta disposición se debió lacolocación del reloj en la torre de la

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esquina. Después, cuando la Audienciase trasladó al actual Palacio, pasó conella el reloj, y dio su nombre a seiscalles de las que corren hacia el Norteen la misma línea del frente de Palacio».

Como verdad indiscutible todos loshistoriadores de nuestros días habíanapadrinado la opinión anterior, pero heaquí que nuestro incansable amigo D.Nicolás Rangel, que ha hecho un registropaciente y minucioso de las actas deCabildo de la ciudad de México, seencuentra una que se remonta al sigloXVI, y en la que se menciona una casasituada en una de las calles que llevaronel nombre del Reloj y en la cual sepensó colocar o se colocó uno, que muy

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bien pudo ser el origen del nombre de laAvenida de la República Argentina.

Dice así el documento:

ACTA DECABILDODE 27 DEAGOSTODE 1548AÑOS.

Lizencia al lizenciado pedrolopez. Este día dixeron quepor quanto el lizenciadopedro lopez bezino destacibdad a pedido en ella se lehaga merced e dé lizenciapara que pueda hazer en unascasas que haze en estacibdad en la calle que bienedestapalapa y ba a santiagolinde con casas de antoniode la cadena saque un reloxa fuera en la portada de la

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dicha calle y en toda la obrade las dichas casas en ambascalles por que se ofrecequiere hazer toda la dichaobra en la delantera de lasdichas casas de canteria altoy bajo.

Título delizencia allizenciado

Y bisto por esta cibdad quela dicha obra es policia yornato della le dieron ladicha lizencia para quepueda hazer el dicho reloxconforme y del tamaño queestá comensado a la esquinade las dichas casas con quehaga la dicha obra decantería segun que estáofrecido y con aquel relox

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pedrolopezsobre ladelanterade la obraquequierehazer.

que sacare en la portada nosalga mas del dicho reloxque tiene comensado e conque al juntar que junte ladicha obra con las casas ysolares de las dichas suscasas lindero fenesca ladicha obra borneada biaderecha con las dichas casaslinderos y no guardaddoqualesquier cosa de la susodicho se le quite lo que deotra manera se hiziere acosta del dicho lizenciadopedro lopez y mandaronledar titulo dello en forma.Juan de Carbajal.—Bernardino Bazquez de

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Tapia.—Gonzalo Ruyz.—Ruy González.—Pedro deBillegas.—Gonzalo deSalazar.—Pedro deMedinilla.—García de Bega.—Gerónimo Lopez.—Miguel Lopez.

No he podido comprobar si llegó acolocarse el reloj a que se refiere elacta preinserta, y la duda aumenta con ladescripción que de dichas casas hace elmencionado Cervantes Salazar, puesAlfaro vuelve a preguntar y Zuazo leresponde, lo que contiene en lospárrafos que siguen:

«¿De quién son estas casas cuya

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fachada de piedra la eleva todo a plomo,con una majestad que no he notado enotras? Hermoso es el patio, y le adornanmucho las columnas, también de piedra,que forman portales a los lados. Eljardín parece bastante ameno, y estandoabiertas las puertas, como ahora loestán, se descubre desde aquí.

»Estas casas fueron del DoctorLópez, médico muy hábil y útil a laRepública. Ahora las ocupan sus hijos,que son muchos, y no degeneran de lahonradez de su padre».

Pero sea que las calles que nosocupan hayan tomado su nombre delReloj de Palacio o del de las casas delDoctor Pedro López, lo cierto es que en

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1565 todavía se llamaba a esas callescon la designación primitiva deItztapalapan, que desde a raíz de laConquista tuvieron todas las que corríandesde San Antonio Abad, hasta SantiagoTlaltelolco, y donde según refiere elpropio Cervantes Salazar, ostentaron enambas aceras sus casas, «los nobles eilustres Mendozas, Zúñigas,Altamiranos, Estradas, Ávalos, Sosas,Alvarados, Sayavedras, Avilas,Benavides, Castillas, Villafañes y otrasfamilias…».

Para terminar diremos que tampocohemos podido saber cuándo y cómo fuequitado el vetusto reloj virreinal, yrespecto a la campana de la

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Independencia, que existe ahora encimadel balcón principal de Palacio, no fuecolocada sino hasta el 14 de septiembrede 1896.

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Apéndice I

Nombres antiguos de las callesde México

A

CALLE DEL AGUA. Con este nombre sedesignó cada una de las callessiguientes: Acequia, San Juan deLetrán, Santa Isabel, Puerta Falsa deSanto Domingo y algunas otras pordonde había canales de agua que

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posteriormente fueron cegados.CALLE DE LOS ALGUACILES MAYORES.

Hoy de Bolívar.CALLE DE ANALCO. Hoy de Arcos de

Belem.CALLE DE APELLO. Después de la

Escondida y ahora 1.ª delAyuntamiento.

CALLE DEL ARCO DE SAN AGUSTÍN.Además de la que llevó este nombretambién se llamaron así la de Sn.Felipe Neri y la de Jesús.

CALLE DE LAS ARREPENTIDAS. Despuésde Olmedo, hasta San Pablo y ahora6.ª y siguientes del Correo Mayor.

CALLE DE LAS ATARAZANAS. DesdeSanta Teresa (la antigua) hasta SanLázaro, hoy 2.ª de Guatemala ysiguientes. También las de SantaCatalina de Sena y 1.ª del Reloj, hoyAve. R. Argentina.

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CALLE DE ATEPONAXCO. Después de SanAntonio Abad.

CALLEJÓN DE AVILEZ. Después del Pintoy hoy del 2 de abril.

B

CALLE DE LOS BALLESTEROS. Despuésdel Águila, y también las que van aTlatelolco por el Factor, hoyrespectivamente de República deCuba y Allende.

CALLE DEL BARATILLO DE CABALLOS.Después plazuela de Pacheco y ahorade Ampudia.

CALLE DE LOS BERGANTINES. Después delas Escalerillas hasta San Lázaro yahora 1.ª de Guatemala y siguientes.

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C

CALLE DE CAPIRO. Hoy Callejón deMontero.

CALLE DE LA CARNICERÍA. (1634).Después de la Amargura y ahora deHonduras.

CALLE DE LAS CARRERAS. Después deSan José el Real, y ahora Ave. Isabella Católica; esta misma calle tambiénse llamó por los años de 1605, deLOS PROFESOS DE LA COMPAÑÍA.

CALLE DE LAS CAUSAS. También se llamóasí a la de la Acequia, hoyCorregidora.

CALLE DE LA CELADA. Desde Zuleta hastala Merced, después 1.ª de Capuchinasy siguientes, y ahora de VenustianoCarranza.

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CALLE DEL COLEGIO DE LASDONCELLAS. Después Colegio deNiñas y Coliseo, ahora de Bolívar. Ladel Coliseo Nuevo se llamabaColegio de Niñas antes de laconstrucción del Teatro.

CALLE QUE VA DEL COLEGIO DE SANPABLO A LA PLAZUELA DE SANGREGORIO Y BARRIO DE TOMATLÁN. Comprendía las callesque corren de Sur a Norte desde SanPablo hasta Loreto.

CALLE DEL CONQUISTADOR. Hoy puentede Alvarado.

CH

CALLE DE LA CHICA. Hoy Callejón dePajaritos.

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D

CALLE DE LOS DONCELES. Una de las másantiguas de México, pues data sunombre desde 1524; ahora se hanvuelto a llamar así las que fueronconocidas antes de 1910 con losnombres de Chavarría, Montealegre,Cordobanes, Canoa y Puerta Falsa deSan Andrés.

CALLE DE LAS DONCELLAS. Después delas Damas, y ahora de Bolívar.

E

CALLE DE LA ESMERALDA. Después de laProfesa y hoy Ave. Madero.

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F

CALLE DE FERNANDO VII. Despuésespalda de las Arrecogidas y hoyCallejón de San Miguel.

CALLE DE LA FISCALA DE CASTILLA.Después de Arsinas y hoy 2.ª deBolivia.

CALLE DE SAN FRANCISCO. Además delas que llevaron este nombre, hasta1605 se llamaban así las de Platerosy ahora Ave. Francisco I. Madero.

G

CALLE DE LA GUARDIA. Después Callejón

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del Arquillo o Mecateros y ahoracalle del 5 de Mayo, dando vueltahacia la de San José el Real ahoraAve. Isabel la Católica.

CALLE DE GUATEMUZ. (Cuauhtémoc).Después del Factor hasta Tlatelolco yhoy de Allende.

H

CALLE DE SAN HOMOBONO. DespuésCorpus Christi, y ahora AvenidaJuárez.

CALLE DEL HOSPITAL DE NUESTRASEÑORA. Con este nombre sedesignó en el siglo XVI a las calles deJesús, Arco de San Agustín y SanFelipe Neri.

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I

CALLES DE ITZTAPALAPAN. De las másantiguas de México. Se llamaron asílas que después llevaron los nombresde Flamencos, Porta Coeli, Jesús, delRastro, hasta San Antonio Abad, haciael Sur, y las del Seminario, Reloj,hacia el Norte; ahora de Pino Suárezy Ave. Argentina, respectivamente.

J

CALLE DE LA JOYA. En lo antiguo llevótambién este nombre la de los bajosde San Agustín, ahora 3.ª y 4.ª delCinco de Febrero.

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L

CALLE DE JERÓNIMO LÓPEZ. (1605) hoyde la Palma.

CALLE DE MARTÍN LÓPEZ CARPINTERO.Después acera Oriente, frente al ex-templo de Santa Teresa la Antigua yahora calle del Lic. Verdad. Tambiénse llamó de Martín López a la callede las Rejas de Balvanera, despuésCapuchinas, y ahora VenustianoCarranza.

M

CALLE DE MACUITLAPILCA. Después deNecatitlán, y ahora 8.ª y 9.ª del 5 deFebrero.

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CALLE DE MILLÁN. (1649). Después deSan Bernardo y posteriormente 4.ª y5.ª de Capuchinas, ahora VenustianoCarranza.

CALLE DE LOS MONASTERIOS. Las delReloj, hoy Ave. Argentina, sedesignaron en un principio con estenombre.

N

CALLE NUEVA. Después de D. JuanManuel, luego 4.ª de San Agustín yahora 4.ª de Uruguay.

O

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CALLE DE LOS OIDORES. Después delEspíritu Santo, y hoy Ave. Isabel laCatólica.

CALLE DE OTUZANTLA. Hoy Plazuela delHornillo.

CALLE DE LAS OLLERÍAS. También sellamó así el callejón de Bethlemitas,hoy de Filomeno Mata.

P

CALLE DEL PÁRAMO Y DEL DR. ORIETA.Después de Tiburcio y ahora deUruguay.

CALLE DE LA PELOTA. Hoy de RevillaGigedo.

CALLE DE LOS PERROS. Después de SantaTeresa la Antigua, hoy 2.ª deGuatemala.

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CALLE DE PITZOCALCO. Después de lasPapas, hoy Plaza de Comonfort.

CALLE DE LA LAGUNILLA DE PITZCAOLCO. Después puente de laLagunilla y más tarde 2.ª deAmargura, y ahora de Honduras.

CALLE DEL PUENTE DEL DIABLO.Después Puente de Santiaguito.

CALLE DEL DR. PUGA. Después Quemaday Puente del Fierro, y ahorarespectivamente 8.ª y 6.ª de JesúsMaría.

R

CALLE DE ALONSO RAMÍREZ DE VARGAS. (1650). Después deMedinas y ahora de Cuba.

CALLE DE NUESTRA SEÑORA DEL

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ROSARIO. Después Bajos de PortaCoeli y ahora 2.ª de Pino Suárez.

T

CALLE DE TACUBA. De las más antiguasde México; llevaron este nombre,además de las que hoy lo conservan,las calles de las Escalerillas, SantaClara, San Andrés, Mariscala, y hastael pueblo de Tacuba.

CALLE DE TEPANTITLÁN. Hoy Callejón deLópez.

V

CALLE QUE VA AL TIANGUIS DE JUAN

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VELÁZQUEZ. Después Profesa y 1.ªde San Francisco y ahora Ave.Madero.

CALLEJÓN DE VILLERÍAS. En 1675 sellamaba así el de Tethlamitas, hoy deFilomento Mata.

CALLE DEL VINAGRE. Después las delIndio Triste y hoy 1.ª del CorreoMayor y 1.ª del Carmen.

X

CALLE DE XIHUITONGO. Hoy de SanSalvador el Seco.

Y

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CALLE DE YOPITO. Después deChiquihuiteras y hoy 2.ª y 1.ª de ElBuen Tono.

Z

CALLE DE ZARAGOZA. Por los años de1621 a 1625 se llamaba así la callede la Acequia, que ha tenido tambiénel nombre de calle del Colegio deSantos, después, ¡curiosacoincidencia! se designó también conel primer nombre por haber vivido enella el General D. Ignacio Zaragoza,héroe de la batalla del 5 de Mayo,posteriormente 2.ª de la Acequia yahora 2.ª de la Corregidora.

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Apéndice II

Origen de algunos nombresantiguos de las calles

A

CALLES DE LA ADUANA VIEJA. Hoy 6.ª y7.ª de 5 de Febrero, correspondiendoa la 7.ª a la que se llamó 1.ª de laAduana y la 6.ª a la 2.ª de estenombre. En esta calle estuvo laprimera Aduana, antes que el Tribunal

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del Consulado cediera para ella suedificio de la Plaza de SantoDomingo, donde existió hasta que sehizo la de Santiago.

CALLE DE ALCONEDO. Después 3.ª deNuevo México, y ahora Artículo 123.Tuvo su casa en ella y sus talleresLuis Rodríguez de Alconedo de cuyosegundo apellido tomó nombre lacalle. Alconedo fue platero, pintor,fundidor, y murió defendiendo lacausa de la Independencia de la quehabía sido partidario desde 1808.

CALLE DE ARSINAS. Después 2.ª de lasMoras y hoy 2.ª de Bolivia. Midifunto amigo, el erudito PresbíteroD. Vicente de P. Andrade, averiguóque por el acta de 20 de noviembrede 1719 del Cabildo de la ciudad deMéxico, consta que hacia ese tiempovivía aquí un Coronel D. Antonio

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Alonso de Arsinas, Duque de Estrada,quien quizá tuvo su casa habitación enesta calle.

B

CALLE DE LA BUENA MUERTE. Situada aespaldas de la calle de San Camilo.Los religiosos de esta Orden eranllamados de preferencia por losmoribundos, y por salir a prestarlestales auxilios por la puerta falsa quecaía hacia aquella calle, le puso elpueblo De la Buena Muerte. Hoy es5.ª de San Jerónimo.

C

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CALLE DE CADENA. Por haber tenido enella su casa Antonio de la Cadena,uno de los conquistadores deMéxico. Es curioso consignar que en1538 tuvo un hijo y lo bautizó con elnombre de Gaspar; en 1539 otro y lellamó Melchor, y en 1540 otro más aquien nombró Baltasar. Esta calle sellamó después de Capuchinas y ahoraVenustiano Carranza.

CALLE DE LA CERCA DE SANTO DOMINGO. Hoy 3.ª de BelisarioDomínguez. El nombre primitivo leviene de que en su acera meridionalestaba la barda o cerca de la huertadel convento de los frailesdominicos.

CALLE DEL COLEGIO DE CRISTO.Llamado así a principios del sigloXVII, por el colegio que con esenombre fundó en la casa hoy núm. 99,

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D. Cristóbal de Vargas Valadés.Primitivamente se llamó la calle delos Donceles, como ahora, y despuésde Cordobanes, por haberseestablecido en ella la oficina delestanco de los cordobanes. En la casanúm. 13, actualmente núm. 98, fueasesinado D. Joaquín Dongo y todossus familiares.

CALLE DEL COLEGIO DE NIÑAS. Llamadaasí por el colegio que fundó en elsiglo XVI la Archicofradía delSantísimo Sacramento, con el títulode Colegio de Nuestra Señora de laCaridad, para doncellas y pobres yhuérfanas, por lo que también fueconocida la calle con el nombre deCalle de las Doncellas. El sitio queocupó el Colegio es hoy TeatroColón y la calle se llama ahora 4.ª deBolívar.

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CALLE DE COCHERAS. Las cocheras delos inquisidores existieron muchotiempo en ella y por eso se le llamóasí. Hoy lleva el nombre de 1.ª de laRepública de Colombia.

D

CALLE DE LAS DAMAS. Primitivamente,hasta el siglo XVII, Calle que va delColegio de Niñas al Monasterio deRegina, y ahora 5.ª y 6.ª de Bolívar.Por haber vivido en estas callesalgunas damas, que representaban enel Coliseo cercano, el pueblo lellamó Calle de las Damas.

E

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CALLE DEL EMPEDRADILLO. Llamada asípor haber sido una de las primerasque se empedraron en la ciudad. Hoyse llama del Monte de Piedad, porestar situada en ella la benéficainstitución fundada por D. PedroRomero de Terreros.

CALLE DE LA ENCARNACIÓN. Se llamóasí por la iglesia y monasterioestablecidos en ella en el siglo XVII.Esta calle formaba parte de las que enel siglo XVI se llamaron de losBallesteros, apellido delconquistador Alonso y de sus deudos.En 1632 se le llama de Picazo por elCapitán y Lic. Alonso PicazoHinojosa que fue dueño de las casasnumeradas ahora con los núms. 17,19 y 21. En 1637 se llamaba «calleque baja de la plazuela de Sto.

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Domingo al convento de monjas deSta. Catalina». En 1640 le llamancalle del Águila, después, de Medina,de la Encarnación y 1.ª de SanIldefonso, ahora de Luis GonzálezObregón. (Nota de FranciscoFernández del Castillo).

CALLE DE LAS ESCALERILLAS. Hoy deGuatemala. Unos aseguran que sellamó así por las escalerillas que dansubida al atrio posterior de laCatedral, y otros afirman, que porhaber tenido hacia esta calle,entonces principio de la calzada deTacuba, el templo de Huitzilopochtlilas escalerillas que conducían a suplataforma superior.

CALLE DEL ESCLAVO. Después 2.ª deManrique y hoy de la República deChile. Los señores Medina y Torres,que dieron nombre a la calle de

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Medinas por haber tenido su casa enel núm. 11, antiguo, esquina N. O.con la que nos ocupa, tenían alojada asu servidumbre en el fondo de lacasa, y entre ella figuraba un esclavonegro, que por sus buenos serviciosle dieron libertad. No quiso élabandonar a sus buenos amos, y éstosle fabricaron una casa pequeña aespaldas de la suya, con zaguán parala calle que tomó el nombre de Calledel Esclavo, por haber vivido en ellael liberto. Hoy tiene esta casareformada el núm. 15 y antes era elnúm. 3.

G

CALLE DE LAS GAYAS y no GALLAS como

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aparece en las antiguasnomenclaturas. La llamó así elpueblo porque gaya es mujer públicay en dicha calle existió la primera ouna de las primeras mancebías quehubo en la ciudad, para cuyo efectoen 19 de septiembre de 1542, «losseñores justicia y regidoresseñalaron cuatro solares». Hoycorresponde esta calle a la 7.ª deMesones. (Nota de D. NicolásRangel).

I

CALLEJÓN DE ILLESCAS. Hoy calles 1.ª y2.ª de Pedro Ascencio. Quizá porJuan de Illescas, pintor, dorador yespadero, quien junto con Bartolomé

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Sánchez, imaginario, y FranciscoRosado, espadero, fue nombradoveedor de dichos oficios en Cabildode 8 de mayo de 1556. Es másprobable este origen y no el atribuidoa Mateo de Illescas, como loconsignamos en la edición anterior.(Nota del mismo Sr. Rangel).

M

CALLE DE MELEROS. Hoy 1.ª de laCorregidora y poco antes 1.ª de laAcequia. El nombre primitivo le vinode que en su acera que mira al norte,en los bajos del edificio de la ex-Universidad, que mandó derribar D.Justo Sierra, existían los expendiosde azúcares y mieles procedentes de

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las haciendas, principalmente de lassurianas.

CALLE DE LA CERRADA DE LAMISERICORDIA. Llamada así por unacasa de recogimiento que hubo enella en el siglo XVIII, fundada por laMitra de México, para asilo demujeres casadas a quienes allímantenían sus maridos. Tuvo iglesia,torno, portería y reja para las visitas.En la iglesia se guardaba el SantoCristo de la Misericordia que ibaacompañando a los reos en lasejecuciones de justicia y de estaimagen tomó nombre la calle. Hoylleva el kilométrico de Doña MarianaRodríguez del Toro de Lazarín.

CALLE DEL PUENTE DE MONZÓN. Debesu nombre a haber vivido en ella, enel siglo XVII, el Escribano Real D.Juan Monzón Salcedo. Últimamente

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se ha llamado, primero 9.ª delEspíritu Santo y después Av. Isabel laCatólica.

CALLE DE MONTEALEGRE. Por habervivido en ella durante el primer terciodel siglo XVII el Lic. JerónimoGutiérrez de Montealegre,Corregidor de la ciudad. En 1910 sele impuso el nombre de 5.ª deDonceles y últimamente el demaestro Justo Sierra. (Nota de N.Rangel).

N

CALLE DE NAHUATLATO. Llamada asídesde el siglo XVI por haber vividoen ella Antonio o Alonso Ortiz,conquistador, músico e intérprete de

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los indios, pues nahuatlato en elidioma mexicano equivale a lengua ointérprete. Después de 1910 se llamóa la calle 7.ª de San Felipe Neri yahora es la 7.ª de la República delSalvador. (Nota de D. FranciscoFernández del Castillo).

CALLES DE NECATITLÁN. En lenguamexicana quiere decir esta palabra«junto a la carne» y le pusieron estenombre a dichas calles los indios portener hacia el Oriente el Rastro yMatadero de la ciudad. Hoy se llamaa la que fue 1.ª, 9.ª del Cinco deFebrero y 8.ª de este nombre a la 2.ªde aquél. Sólo la Cerrada deNecatitlán conserva su designaciónantigua.

CALLE NUEVA. Con este nombre ladesignan los autores que han escritosobre la tradición de D. Juan Manuel,

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D. Francisco Fernández del Castillo,que registró los títulos de una de lascasas ubicadas en esta calle,aseguraba que desde 1590 hasta 1628se llamó «calle que va del conventode San Agustín a las Recogidas»(después de Balvanera) y que hastamediados del siglo XVII se lecomienza a llamar «calle del señordon Juan Manuel»; y últimamente sele ha nombrado 4.ª de San Agustín y4.ª de Uruguay.

P

CALLE DEL PARQUE DEL CONDE. Porhaber tenido su parque o jardín elConde de Santiago en el costado Surde su casa, se le llamó así. En

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nuestros días se le cambió el nombrepor 5.ª de San Felipe Neri, y ahorapor el de 5.ª de la República delSalvador.

CALLE DE LA PERPETUA. Primitivamentese le designó con el nombre de Calleque va del colegio de San Pedro y SanPablo al monasterio de laConcepción. Por haberse establecidoen ella los calabozos de laInquisición, donde eran encerradoslos herejes condenados a CárcelPerpetua se le dio este nombre y hoylleva el flamante de 1.ª de laRepública de Venezuela.

CALLES DE LA PILA SECA. Así llamada poruna pila seca que nunca tenía agua yque existió en una de sus esquinas.Antes de llamarse como hoy senombran, 3.ª y 4.ª de la República deChile, otro Ayuntamiento les cambió

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el título por 3.ª y 4.ª de Manrique.CALLES DE PLATEROS. El origen del

nombre de estas calles, queprimitivamente se llamaron de SanFrancisco, consta en una de lasOrdenanzas tocantes al arte de laplatería, dadas por don Lope Diez deArmendáriz, Marqués de Candereyta,el año de 1638, virrey que fue de laNueva España. Dice así la tocante alasunto: «26.ª Ordenanza que todoslos plateros se congreguen en laCalle de San Francisco y fuera de ellano puedan tener sus tiendas conpenas.

»Otro sí, ordeno y mando, que ningúnplatero de oro y plata, batiojas ytiradores, de hoy en adelante nopuedan tener sus tiendas en partealguna de la ciudad, salvo en la Callede San Francisco, adonde se

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congregarán y estarán juntos, desde laboca y esquina de la plaza, hasta la delas casas que fueron del SecretarioXual. Ossorio, que dan buelta alColegio de las niñas, por losynconuenientes que resultan de locontrario y ocasión de defraudarsecon más fazilidad los quintos reales yno poder el veedor, Rector,Mayordomos y Deputados, visitarlos,y requerir sus obras cada y quandoque convenga, pena lo contrariohaziendo, de cien pesos de orocomún, por cada vez que a qualquierade los susodichos se hallare tenertienda y obrador fuera de dicha calle,que aplico por tercias partes a laCámara y Fisco de su Magestad,denuziador y gastos de la festiuidadde Santo y Patrón San Eligio».(Archivo General de la Nación.

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Reales Cédulas. Universidad deMéxico. Años de 1645 a 1673. Notaque me comunicó el Reverendo P.Mariano Cuevas). De las calles deSan Francisco, sólo la 1.ª y 2.ª sellamaron de Plateros, pues lasiguiente se llamó de la Profesa y lastres restantes continuaron con sunombre primero, hasta nuestros díasque se les cambió a todas por el deAv. Francisco I. Madero.

S

CALLES DE SAN FELIPE DE JESÚS. Debesu nombre primitivo a que cuenta latradición popular que en la casa queestuvo antes marcada con el número5, nació Felipe de las Casas, el

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Protomártir mexicano. Hoy se llama3.ª de Regina.

CALLE DE LOS SEPULCROS DE SANTO DOMINGO. Hoy de la República delBrasil. Se llamó de los sepulcros poruna capilla anexa al convento, dondeeran sepultados los frailesdominicos, situada a espaldas de laiglesia principal y con puerta alOriente.

T

CALLE DE TIBURCIO. Se llamó así porhaber vivido en ella D. Tiburcio deUrrea. Sucesivamente ha llevadodespués los nombres de 2.ª de SanAgustín y 2.ª del Uruguay.

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V

CALLE DE VENERO. Hoy 4.ª de Mesones,por haber tenido en ésta sus casas D.José Venero, según consta por elActa de Cabildo de 4 de Septiembrede 1716. (Nota que me comunicó miamigo D. Nicolás Rangel).

CALLE DE VERGARA. Debe su nombre alMaestre de Campo D. AntonioUrrutia de Vergara que vivió en ella amediados del siglo XVII, en la casanúmero 10, antiguo y ahora 15, ydonde murió a fines de la mismacenturia testando $ 200,000.00. Fueuno de los vecinos más notables de laciudad por sus riquezas, por lospuestos que desempeñó, por losbeneficios que hizo y por su amistadcon los virreyes. Hoy se llama 1.ª y

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2.ª de Bolívar.

Z

CALLE DE ZAPATEROS. Llamada así porhaberse establecido en ella muchosdel oficio, como sucedió en otrascalles que se llamaron de Cedaceros,de Curtidores de Sombrereros y deTabaqueros. La calle de Zapateros sellamó hasta hace poco 8.ª del Reloj.Las de Cedaceros y Curtidores sonconocidas ahora con los nombres deTizapán y Misioneros. Sólo loscallejones de Sombrereros yTabaqueros conservan su designaciónantigua.

CALLE DE ZULETA. Por haber vivido enella el Capitán D. Cristóbal de Zuleta,

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llevó mucho tiempo este nombre yhoy se le designa con el nombre deVenustiano Carranza.

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Vida y costumbres deotros tiempos

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A la memoria de mi prima, la señoritadoña Isabel Zapiáin Groth, quienconvivió conmigo gustos y penas y fuemi lectora incansable y abnegada.

L. G. O.

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Prólogo

Sugestiones y evocaciones[26]

Con elegantes y arrogantes prólogos alfrente, a guisa de jóvenes heraldos deempurpuradas y blasonadas dalmáticas,cruzan ante mis ojos, en deslumbradorafiesta, las páginas de este libro, que mehacen el efecto de una suntuosaprocesión de leyendas.[27]

Las narraciones que contiene elvolumen, son para mí harto conocidas yaños ha que fueron gustadas y

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paladeadas, menos quizás dentro delambiente en que las escribió su eruditoautor, que ahora, que vuelvo a leerlas ala luz de un cielo que no es el mío,aunque mucho se le parece. La ausenciaes una sabia delineante. Perfila consutileza extremada, las figuras pretéritas.Nos las acerca para que lascontemplemos mejor, y traza por estearte mágico, en las remotas lontananzasespirituales, los tiempos pasados, confinura miniaturista.

Por esto, hoy me hallo lejos de miciudad, la miro en el pensamiento másclara y precisa, como si la nostalgiahubiese abrillantado los cristales de lamemoria.

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Mientras releo el libro de GonzálezObregón, se me van reconcentrando lasvisiones mexicanas. Un trivial símil mepermite traducir esta impresión. Escomo si en una calle oscura, al caer lanoche, el farolero municipal fueseaplicando el chuzo a los mecheros degas del alumbrado público. Uno, y tres,y diez. Y a un lado y a otro. Y de trechoen trecho, a lo largo de las aceras, seyerguen las llamitas verdes. Son comogusanos de luz. Encienden sus farosminúsculos y decoran con ellos lassombras. La calle queda fantásticamenteiluminada.

Así, dentro de mí, se van prendiendolas lucecitas de la imaginación, los

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lampyris de la remembranza.¡Qué bien dijo Lope de Vega en el

terceto de una de sus famosasEpístolas!:

Del tropel acudieron las memorias,los asientos, los gustos, los favores;que, a veces, los lugares son

historias.

¡Claro que historias son! De las grandes,de las que pintan las vicisitudes de unpueblo, y de las pequeñas, de las querecogen los sucesos insignificantes de unhombre, los individuales incidentes deun existir que pasó por los sitios,dejando en ellos el polvillo dorado de

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la mariposa de Psiquis.Encendida está ya la ruta de la

fantasía. Las lucecitas azules delrecuerdo intensifican su fulgor comoojuelos duendiles que fosforecen en laspenumbras del olvido. Estas Calles deMéxico de González Obregón, son paramí un libro de conjuros. Y como porensalmo van desfilando en el cerebro lashistorietas divertidas de mi juventud yde mi infancia. ¡Deleitable hilera detrasgos!

Cuando, al llegar a la recia edad de lapasión y de la ambición, en la ciegabatalla del periodismo, alguien me

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motejaba y zahería por mi origenburgués, incapaz de sentir las tristezas ylos sufrimientos populares, oponía yo,como suelo, mi fuerte broquel deindiferencia, el que me defendió siemprede las injusticias y de las calumnias; y,para mi sayo, sonreía de satisfacción yde orgullo. Mis adversarios ignorabanque del pueblo, del pueblo bajo, vengo;que en él pasé los años de mi niñez y miadolescencia; y que por mucho tiempochapoteé en las charcas de la laceria yde la incuria. Fuí, en mi primera edad,un «lépero» liliputiense, un pillueloplazolero, casi desnudo, casihambriento. Vagabundeé por lasciudades y por los campos,

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adaptándome a las costumbres delmenestral de barrio y del peón deranchería. Supe de todas las miserias yvicios, de todos los rencores ymalquerencias de los de abajo contra losde arriba; y también de todas lasvicisitudes y abnegaciones, anhelos yestoicismos que se ocultaban en el fondopantanoso del subsuelo, como diamantesen el fango. Conozco al pueblo, porquepueblo soy; y mi ascenso social y moralno ha podido quitarme —¡Dios me loconserve!— lo poco plebeyo que haquedado, como sedimento indestructible,en el seno de mi conciencia. Desperté aldolor y al placer en la inmensa caravanade los parias y de los humildes. Mis

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adversarios hacían del pueblo unapalabra retórica. Yo, una realidadvivida. Ocasión tendré de pergeñaralgunas desconsoladas páginas de estamisma historia. Pasemos.

El libro de González Obregón —dicho queda— ilumina mis estampasinteriores. Y, gracias a él, torno a ver lascalles de mis avispadas correríasinfantiles. El Callejón de Cantaritos. LaCalle de la Tecomaraña. La Calle de lasMoscas. La Calle de la Santísima. LaCalle de la Escobillería. La de los SietePríncipes. El Puente de Palacio. LaAlhóndiga, Roldán, Curtidores. Y laplazuela de San Sebastián. La deMixcalco. La de la Aguilita. La de San

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Pablo. Rúas torcidas unas, ampliasotras, con sus tapices de basura, suscasas bajas, sus puestos ambulantes, sustenduchos abigarrados, su tránsito deaquelarre, su hervidero de imágenes. Y,de cuando en cuando, en medio de estaalgarabía de gentes desenfadadas, unbalconcito abierto en la pringosafachada; en el barandal, una fila detiestos recién regados; y dentro un pianoque toca aires románticos. De cuando encuando, una ventana por la que asomauna muchacha vestida con tela tanvaporosa y blanca, que parece deespuma marina. Es el natural enlace del«catrín» con el «meco», de la «peladita»con la «rota».

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Las plazas vastas; algunas con sufuente central rodeada de tres o cuatroárboles, que fingían un oasis en elarenoso desierto. Yo no puedo olvidarmis atardeceres de vagabundo en la deMixcalco. Inmensa me parecía ysolitaria en las horas en que no hacíanallí ejercicio los soldados. Uno de loslados de esta plaza, el oriental, mecausaba miedo y tristeza. Lo constituíaun extenso muro, acribillado en su parteinferior por innúmeros impactos.Semejaban un rostro con cacarañas. Fue,en tiempos antiguos, el lugar de lasejecuciones. Centenares defusilamientos habían dejado allí suhuella fatídica.

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En varias de estas calles, acequiasde agua turbia y corriente o deinmundicias estancadas. Pulular de losindios. Vocinglería de vendedores.Mercados mal olientes. Puestos decondumios infectos. Pulquerías ytabernas de aliento escatológico. Y, portodas partes, las iglesias, cobijando bajosu sombra y sahumando, a estas criaturaspaupérrimas y devotas, como anchos yperfumados cogedores que transportan ala región de la esperanza las desdichas,las aflicciones, los duelos queconservan una brizna de fesupersticiosa.

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Éste es el México que resucita en mipensamiento. Una prolongación del vivircolonial apenas adulterado por eltranscurso de medio siglo.

¿Y ahora? Ahora no, ya no. Vestigiosquedan. Desaseos permanecen. Pero lasperspectivas típicas van desapareciendosustituidas por aspectos menos genuinosy pintorescos. En las barriadas, en lossuburbios, no se ha embellecido laciudad; se ha transformado; se hamodernizado, si se quiere, más, a costade la pérdida de sus reliquiastradicionales. ¿No es verdad, mi queridoLuis? Pocos rincones han sido

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respetados. Pocos edificios conservansu prístina forma. Las piquetasmunicipales no entienden de estéticas,no hacen caso de leyendas. Su programaes otro; higienizar, ensanchar, imitar lasnovedades y barrer, sin miramientos, lasantiguallas.

Las calles de México no han logradoretener en sus plazas, ni los nombresevocadores. Nuestra generación seaferra a ellos todavía. El pueblo aún losrecuerda y se vale de las viejasnomenclaturas. Pero lo natural es que sevayan perdiendo éstas a medida que lasturbulencias se detengan un instante aconmemorar héroes efímeros yglorificaciones de un día.

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Luis González Obregón ha llevado acabo una gran obra de amor y defidelidad a México, a la ciudad que sedesvanece, borrada por las tolvanerasde la vida. Obra paciente, noble, lenta,que descubre con minucias delicadas ysutiles cuanto esconde la tradición enlos pliegues del tiempo. En fuerza dedevorar libros, de estudiar manuscritos,de oír consejas, de desentrañar fábulas,de ver piedras, de sentir ambientes, hahecho las más deliciosas crónicas, loscuentos más exquisitos, las narracionesmás interesantes. Con un estilo biendosificado de arcaísmos, como paraprovocar sugestiones: con una admirablesencillez, en la que se ocultan el rasgo

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docto y la sabia interpretación, correnlos relatos de Las Calles de México,sabrosamente, regocijando nuestraimaginación, despertando nuestraemoción y dejándonos, como cuento deabuelo, alguna provechosa enseñanza. Ytodo ello porque en Luis GonzálezObregón se da el caso adorable de queel poeta acompañe y ayude, de buengrado, al erudito.

Luis G. URBINA

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Pregón

¿Qué cómo he de titular estas líneas?¿Prólogo? ¿Introducción? ¿Preliminar?¿Al lector? ¿Advertencia? ¿Dospalabras?

No. Sobre que todos estos títulosestán muy sobados, pueden hacermequedar mal si no llego a cumplir con loque propóngome en este libro. Mejorserá que ponga yo por título pregón,palabra que expresa con más propiedadla idea de anunciar lo que intento hacer;tanto más, cuanto que en los tiempospasados así se publicaba, así se hacíanotoria alguna cosa, para que llegase a

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noticia de todos aquéllos que conveníala supiesen, como eran las ordenanzas,los aranceles y otras disposiciones queno podían imprimirse.

Los pregones eran muchas vecesaparatosos, con acompañamiento detambores, timbales y trompetas; y deeste modo se promulgaban las pacesentre dos naciones que habían estado enguerra, la jura de los soberanos, loscertámenes universitarios, los autos defe y otras cosas más o menosimportantes.

Los pregones comunes eranfrecuentes, pues la imprenta que aquíhabía traído Juan Pablos, por encargo ycomisión de Juan Cromberger, tipógrafo

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de Sevilla, apenas se bastaba para dar aluz cartillas, catecismos, bulas,vocabularios, artes, gramáticas y otroslibros de doctrinar a los indios o deenseñanza para los escolares en loscolegios religiosos; así es que, paraconvocar a la construcción de obraspúblicas, fijar precios a los comestibles,determinar lo que habíase de cobrar enlas ventas o en las tabernas poralojamientos o bebidas; para informarque se iba azotando por las calles a unreo, caballero en una mula o en un asno,desnudas las espaldas y descubierta lacabeza, atado de manos y con grilletesen los pies, se acudía a la voz delpregonero, que en altas y roncas voces

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anunciaba todo ello montado en unacabalgadura o empinado en el poste deuna esquina o sobre los bordes de unpuente.

Aquí, en México, había sitios ylugares disputados para esto. En losportales de la Casa de Cabildo o delAyuntamiento se hacían los pregones delas almonedas públicas; contiguo a ellosestaba el famoso Puente de losPregoneros que, como otros puentes,servía para atravesar los muchoscanales o acequias de agua que comoreliquias quedaban de la ciudad azteca yera muy común que el primer pregón sediera en la esquina de provincia, quecon tal nombre fue conocido el ángulo

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exterior N.O. del Real Palacio.Respecto a los pregones de justicia,

se iban publicando en las calles pordonde eran conducidos los reoscondenados a tal o cual pena.

Sin embargo, en el siglo XVII elprimer pregón se daba en elAyuntamiento y en otros sitios queconstan en la siguiente acta:

«Pregón. En la ciudad de mexico, endiez y nueve dias del mes de agosto demil seiscientos y cuarenta y cinco años—por voz de pedro pérez, pregoneropúblico de esta ciudad, se pregonó laordenanza de la foja antes de esta, segúny como se acostumbra— junto a lasCasas Reales de esta ciudad, en la

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esquina de la calle de San Agustín,sobre el puente de piedra— en la callede San Francisco, al cabo de losPortales de los Mercaderes —en laPlazuela que llaman de los Talabarteros— y esquina de la calle de SantoDomingo —y junto a los Portales deProvincia, habiéndose convocado a vozde trompeta mucho número de gente, aque fueron particularmente testigos,Diego Díaz Brizuela, Juan Pérez deMata y Diego López Jardón, teniente deAlguacil Mayor de esta Corte y otrosMinistros, de que doy fee. Andrés deSalcedo, escribano Real».

Pero vamos a mi pregón.Protesto que ahora no es mi

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propósito, al escribir esta nueva serie devetustas narraciones y bocetos de viejospersonajes, seguir el orden cronológico,sino que Dios mediante, y si la venia delos que me lean o me oigan leer meprestan atención, iré exhumando poco apoco y separadamente diversosacontecimientos, los que he buscado enlibros y manuscritos, o los que he oídode viva voz, contados por ancianos queen paz descansen.

Y así, con la dicha venia y pacienciay bondad de los lectores u oyentes, unasveces sentados en cómodo sillón forradode vaqueta y ante escribanía deincrustaciones de madera, marfil yconcha; bien o mal tajada mi pobre

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péñola, mojándola en un monumentaltintero de cincelada plata, escribirésobre amarillento papel marcado convariadas filigranas —según los hilos ylas fábricas— tradiciones, leyendas,crónicas y sucedidos de losromancescos tiempos virreinales; y alefecto, vestiré jubón acuchillado,embozaré mi persona en negroferreruelo, me calaré aterciopeladogorro con pluma roja, blanca o del colorque más me agrade, para salir por esascalles o para entrar en casas, templos opalacios, que en un nicho, en unafachada, en un altar o en una saladespierten en mí el recuerdo de pasadascosas.

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Mis evocaciones serán muchas yvariadas; unas veces, como tengoprotestado, de los tiempos virreinales, yotras de los que ya van siendo tan viejoscomo los citados.

En este segundo volumen de LasCalles de México, como en el primero,hablaré del origen de los nombres dealgunas y de una u otra tradición,leyenda o sucedido maravilloso; pero elmayor número de los capítulos estaráconsagrado a presentar la vida ycostumbres de otros tiempos que teníanlas mencionadas calles.

En el Apéndice, insertaré, entreotros, dos curiosos impresos: una Loa yuna Guía, en que se mencionan los

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nombres de las principales calles deesta ciudad de México que existían en laprimera mitad del siglo XVII y aprincipios del siglo XIX, la Loa escritapor un poeta, hoy completamentedesconocido, que llevó en su siglo elnombre y apellido de Pedro Marmolejo,y la Guía escrita por el popularPensador Mexicano, don José JoaquínFernández de Lizardi.

Y para Pregón basta lo susodicho,que al fin o a la postre, cada quienrematará lo que más le guste o le agrade,aunque no faltarán lenguas que conbondad encarezcan unas cosas; y otras,que como es su oficio ingrato, lasdeturpen con hartas feas palabras,

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señalando máculas de que no está exentonada humano.

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La ciudad Colonial

(1521-1821)

Después del heroico y angustioso sitiosostenido por la más pujante de lastribus nahoas en contra de losconquistadores hispanos y de los indiossus aliados, México-Tenochtitlánsucumbió en la tarde del 13 de agosto de1521; tarde triste y tempestuosa, quehizo destacar en el fondo de negras ygrises nubes al vencido y al vencedor, aCuauhtémoc y a Cortés, al que había

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defendido a la ciudad azteca hasta suruina, y al que iba a fundar la capital dela Nueva España.

Así acabó para siempre el llamadoimperio azteca, odiado, pero temido portodas las tribus a quienes habíasojuzgado por luengos años; y comoconsecuencia del asedio, la ciudad delos lagos quedó inhabitable y lostriunfantes conquistadores tuvieron queretirarse a la cercana villa de Coyoacán,donde vivieron algunos meses, antes devolver a habitar aquella poblaciónarruinada y agobiada por los estragos dela guerra y de la destrucción, del hambrey de la peste.

Mucho se discutió entre Cortés y sus

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capitanes el sitio donde había defundarse de nuevo la ciudad, pues unosproponían que fuese en Coyoacán,quiénes que en Tetzcoco y otros que enTacuba, pero prevaleció la opinión dedon Hernando: «Que había de ser dondehabían vencido y donde se había sentadola antigua México».

La ciudad colonial se levantó sobrelas ruinas de la ciudad indígena,removiendo los escombros de losderrumbados palacios y templos,edificando los nuevos sobre suscimientos, y aprovechando aun losmismos materiales.

Se hizo la traza, es decir, la ciudadespañola quedó limitada a un espacio

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reducido que comprendía las principalesmanzanas que hoy rodean a la plazaprincipal, y dentro de este perímetrorepartió don Hernando a sus capitanes ya su gente, los mejores solares yedificios que quedaban en pie,adjudicándose él los palacios deMotecuhzoma.

La ciudad fundada por losconquistadores fue, pues, pequeñaaunque amplios sus edificios, que eransin embargo sólidos, almenados ydefendidos por fuertes torres ybastiones. El Ayuntamiento tuvo casaspropias y la plaza se vio limitada porellas, la carnicería, la fundición, lospalacios de don Hernando, y por los

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portales que también comenzaronentonces a edificarse; levantándose,además, la primitiva Iglesia Mayor, enel atrio de la Catedral actual; y enfrentedel Palacio, se puso el garrote y lapicota, para que allí sufriesen ejemplarcastigo los malhechores o la gentelevantisca.

Más allá de la traza quedaron losvencidos, los indios, en pobres casuchasde adobe o de carrizo, techadas conramas de árboles o de pencas demaguey; y entre estas casuchas, pobrestambién, se levantaron las primerasermitas, consagradas a los santos de ladevoción de los conquistadores o de losprimeros religiosos que las habían

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construido, rematando algunas conalmenas y modestos campaniles, ermitasque se edificaron generalmente en losmismos sitios donde habían sufridoalgún descalabro ios castellanos duranteel sitio, habían obtenido una victoria, odonde antes existían teocalisconsagrados a deidades aztecas.

En aquella ciudad primitiva, apartede los palacios de Cortés y de las casasdel altivo Pedro de Alvarado, que teníancuatro torres, se hacía notar por elrumbo del oriente y a orillas del lago,una construcción a modo de fortaleza,llamada las Atarazanas, donde todavíahasta mediados del siglo XVIguardábanse los trece bergantines

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conque se puso cerco a México.La vida de aquella ciudad fue

característica y no parecida a la de lostiempos posteriores. Vivíase en alarmacontinua, temiendo levantamientos oataques inesperados de los indios.Siempre prestos a la lucha, capitanes ysoldados preparaban expediciones paranuevas conquistas.

Vivían los capitanes en sushabitaciones jugando a los dados, a losnaipes, bebiendo y gozando en compañíade mujeres españolas o indias; lossoldados en los mesones o en lastabernas y no era extraño verlos juntosen procesiones edificantes a fin de lavarsus pecados de la avaricia o de la carne;

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iban azotándose los más, no pocos conlos rostros fieros, pero todoscompungidos y llorosos, oyendo conunción las palabras que en altas vocesprorrumpían los frailes para exhortarlesa la penitencia y al arrepentimiento.

Los indios por las calles y plazas,acudían a los templos abiertos y a losatrios para recibir el bautismo yaprender la doctrina cristiana. Tambiéniban por todas partes cargados conmateriales de construcción para labrarcasas, templos y conventos y traíancomestibles y leña a los hogares de losespañoles y hierbas para sus caballos, ose les encontraba ejerciendo los oficiosque les habían enseñado los primeros

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maestros que vinieron a establecerse aMéxico.

A mediados de la centuriadecimosexta, y algunos años después, laciudad colonial tuvo vida más activa ymejores edificios, tanto particularescomo públicos.

Los encomenderos, los hijos de losconquistadores, los que se habíanenriquecido con el botín de nuevasguerras o con la explotación de lasminas, comenzaron a edificar sus casassuntuosamente, no sólo coronadas demuchas almenas y altas torres, sinoostentando en las fachadas escudoslabrados que pregonaban la hidalguíaheredada o postiza de sus moradores y

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en el interior de las habitaciones podíanencontrarse valiosos muebles depreciosas maderas primorosamentetallados, cinceladas vajillas de plata yaun de oro, pintados o bordadosreposteros, buenos caballos con ricasmantillas y ameses costosos y lujosassillas de manos, en donde eranconducidas por esclavos negros oindios, señoras y doncellaselegantemente vestidas y enjoyadas.

Tenía ya por esos tiempos la ciudad,imprenta, gracias a los cuidados delvirrey Mendoza y del ObispoZumárraga; tuvo en seguida Real yPontificia Universidad, por cuyoscorredores y aulas veíanse bulliciosos

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escolares con sus becas y borladosdoctores con sus ínfulas; y yacomenzaban a invadir y a sombrear lascalles y las plazas los extensos y tristesmuros de los conventos de frailes o demonjas.

En el transcurso de los añosposteriores hubo no pocos coches en quepaseaban los ricos por las calles y porlos paseos, pues ya existía la Alameda,contigua a la traza, las alegres huertas enla calzada de Tacuba y el hermosobosque en Chapultepec, donde el virreyVelasco había construido la casa derecreación y cristalina alberca, de dondesurtíase de agua potable la ciudad pormedio de un acueducto. Tenía también la

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ciudad casa de comedias, donde, comoen los atrios de los templos, serepresentaban autos sacramentales opiezas profanas de autores tan popularesen esos tiempos como Arias deVillalobos. No carecía tampoco laciudad de librerías, que unidas a lasimprentas o formando parte dealmacenes de ropa, vendían los librosestampados aquí o que periódicamentetraían las flotas, predominando, escierto, los de religión, pero sin escasearlos de autores griegos y latinos yabundando los de caballerías y novelas.

En el siglo XVII la ciudad colonialcreció en población y en edificios y lascalles y plazas fueron invadidas por

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nuevos monasterios, iglesias, hospitales,hospicios y colegios; y menos profanaque la ciudad colonial del siglo XVI ladel siglo XVII fue más religiosa, casibeata. Por doquiera olía a incienso; todoel día, campanas y esquilas llamaban amisa o a sermón, repicaban hasta aburriren las grandes festividades, o doblabanen las muertes de los reyes, de susconsortes, y de los príncipes, en las delos canónigos y de prelados y en la dericos vecinos que, en vida o al morir,habían legado a los monasterios, a loscolegios, a los hospitales, cuantiososlegados para mejorar los edificios,fundar cofradías, dotar monjas ohuérfanos, curar enfermos o socorrer a

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los menesterosos.Las imprentas publicaban libros

devotos de toda clase, desde diminutasnovenas, trisagios y jaculatorias, hastagruesos volúmenes de portentosasimágenes, o esculturas que sudabansangre, movían los ojos y se renovabanmilagrosamente; y vidas de venerables ysantos misioneros, ermitaños, frailes ymonjas que habían muerto en olor desantidad. Es cierto que imprimían a lavez, esas prensas, gacetas con noticiasque proporcionaban los tripulantes delas naos o en las que se reimprimía lasque en la Península se daban a lapublicidad; pero en aquella centuriahasta las noticias profanas eran

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maravillosas, porque las gacetas y otrasmuchas hojas volantes anunciabansiempre la aparición de cometas,espantables presagios de guerras,hambres y pestes; la de monstruosmarinos que arrojaba el océano sobresus encrespadas olas; la de brujas ohechiceras que tenían pacto implícito oexplícito con el demonio; anunciabantambién terremotos que acababan conciudades enteras o singulares combatesentre cristianos y turcos.

Por las calles y las plazas es verdadque a veces, o cada año, aquellosbuenos vecinos presenciaban, como losdel siglo XVI, juegos de cañas y sortijas,lidias de toros, alegres mascaradas,

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fastuosas ceremonias como la del Paseodel Pendón en las vísperas y día de SanHipólito, fecha en que se ganó porCortés y sus huestes la ciudad; peropredominaron en el siglo XVII lasprocesiones religiosas, no sólo en laSemana Mayor y en el Corpus, sino enotros días en que salían de los conventose iglesias para desagravio de pecadosmortales, en honor de los santospatrones, para impetrar el favor divinoen las calamidades públicas o en laspestes y guerras, aunque fueranultramarinas, o para hacer rogacionespor las sequías y por pérdidas de lascosechas.

El Santo Tribunal de la Inquisición,

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que habíase implantado aquí desde elaño de 1571, florecía en todo su apogeoy esplendor y en sus persecuciones atoda clase de herejes, principalmenteluteranos, calvinistas y judaizantes, ledieron cebo y pasto abundoso para lospomposos autos de fe que celebró enesta centuria, con todas las ceremoniasque acostumbraba de pregones,procesión de la Cruz Verde, paseo porlas calles de los reos, que iban concorozas en las cabezas, vestíansambenitos pintarrajeados de llamas, dediablos o de cruces o aspas de SanAndrés, y llevaban velas verdes en lasmanos, para rematar en la hoguera oQuemadero cercano a la Alameda,

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donde ardían vivos o ya después dedarles garrote a los infelices relajadosal brazo seglar.

Mas para los religiosos vecinos dela piadosa ciudad colonial del sigloXVII, los autos de fe, lo mismo que lasprocesiones, eran a la par queespectáculos edificantes, recreo ypasatiempo; y llenas estaban las víaspúblicas de varones y mujeres que a pie,a caballo o en forlones, desde la vísperatomaban buen lugar en las bocacalles, ariesgo y sin riesgo de obstruirlas porcompleto. En los antiguos canales oacequias se conservaban muchos puentescomo recuerdo de la antigua México, yen sus aguas infectas flotaban de

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continuo perros muertos, basuras ydesperdicios; en algunas ocasionescadáveres humanos, restos de crímenesmisteriosos o de robos; y sobre esasmismas aguas inmundas y asquerosasnavegaban las canoas en que venían lasflores, las frutas, las verduras, laspiedras, las vigas, las tablas y la leñaque se vendían en la Plaza Mayor,convertida a la sazón en mercadopúblico; y en ocasiones también veíaseal Virrey y a toda su familia, enempavesadas canoas, venir del RealPalacio al Coliseo Viejo para asistir alas representaciones de comediantes ycantarínas, pues uno de aquellos canalesatravesaba la ciudad de Oriente a

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Poniente, desde el Puente de la Leñahasta el convento de San Francisco.

Y la ciudad colonial del siglo XVII, apesar de su extremada beatitud yprácticas religiosas, no era muy honestaen su vida privada y en sus costumbres;un viajero inglés que la visitó entoncesnos ha conservado recuerdo de lasmozas desenvueltas a quienes «el amorles había dado libertad para encadenarlas almas y sujetarlas al yugo del pecadoy del demonio» y nos ha dejadomemoria de un pío varón, granlimosnero de conventos y generosobienhechor de la iglesia, «que llevaba lavida más escandalosa a que puedeentregarse un vicioso sin recato ni

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conciencia, pues casi todas las nochesse iba con dos de sus criados a visitarlas mujeres de que ya hemos hablado,tirando una cuenta de su rosario en cadapuerta por donde entraba y haciendo ensu lugar un nudo, a fin de saber al otrodía cuántas de esas criminalesestaciones había recorrido».

Material y moralmente la ciudadprogresó en el siglo XVIII. Las casas losedificios públicos, las iglesias quefueron reconstruidas, eran de mayorgusto, como lo prueban todavía hoy lasmansiones señoriales de los extítulos deCastilla, así como la del Conde deSantiago y la del Marqués del Jaral deBerrio, la del Marqués de Torre Cosío y

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otras muchas.Los inmundos canales del centro de

la ciudad habían sido cegados poco apoco. El Virrey Marqués de Croix quitóel quemadero y prolongó allí el paseode la Alameda; Gálvez mejoró losempedrados, y el ilustre Revilla Gigedo,transformó en todo el aspecto de laciudad y a él se debió el establecimientodel alumbrado, la apertura de lasatarjeas, la uniformidad de lospavimentos, los baños públicos, lasfuentes de agua de uso común de losvecinos, los nuevos paseos, las placaspara los nombres de las calles y losnúmeros de las casas, la creación deescuelas gratuitas para niños y niñas y la

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inauguración del Colegio de Minería yde las clases de botánica; prohibió eluso inmoderado de los toques decampana, las farsas de gigantes ytarascas en el Corpus, lo propio que lasrepresentaciones irrespetuosas de laPasión en la Semana Santa, que eranverdaderas mojigangas de borrachosdisfrazados de sayones y de prostitutascon trajes de Magdalenas, en fin, aquelincansable gobernante obligó a la plebea vestirse, pues su desnudez era unoprobio de vergüenza para la capital dela Nueva España.

Antes del gobierno de tan ilustradovirrey, la ciudad sólo tenía luz en lasnoches claras de luna. En las obscuras,

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los buenos vecinos se veían obligados,cuando salían por las calles, a irprecedidos de un esclavo o de un criadocon hachones encendidos o a llevarellos mismos linternas para alumbrarseo se contentaban a ser guiados por lasmortecinas luces de alguna lamparillaque ardía en las esquinas ante los nichosde los santos y de las estampas depiedra que existían en los murosexteriores de las iglesias. Hubo unaépoca en que los comerciantes pusieronlamparillas de ocote en las fachadas desus tiendas y otra en que se ordenócolgar faroles en las puertas y ventanasde las casas; pero en la ciudad no hubobuena iluminación sino hasta el año de

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1790.La ciudad colonial del siglo XVIII y

comienzos del siglo XIX ganó mucho enpolicía. Desde 1722, el Dr. Castoreña yUrzúa estableció la primera Gacetanacional que tuvo México, la cualcontinuó Sahagún y Arévalo en 1728, yprosiguió en 1784 don Manuel AntonioValdés. En 1805 apareció el primerDiario, y antes el P. Alzate en 1768 y elDr. Bartolache en 1772, habían dado losprimeros pasos para fundarpublicaciones científicas y literarias. Laciudad tuvo desde el siglo XVIIIinstituciones tan benéficas como elMonte de Piedad, el Hospicio dePobres, la Casa de Cuna, el Colegio de

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las Vizcaínas, y tan cultas como laAcademia de San Carlos, consagrada alas Bellas Artes.

Desde el gobierno del insigne Condede Revilla Gigedo, la plaza principalhabía sufrido una radicaltransformación, pues se había quitado elmercado público y se había trasladado ala del Volador. Habían quedado yacegadas las acequias o canales quepasaban por frente a los portales de lasFlores y Casas del Ayuntamiento; sehabía nivelado el piso, que antes estaballeno de hoyancos, y se quitaron lassombras de petates y los inmundoshacinamientos de basura, que por laaltura que alcanzaron alguno fue

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conocido con el nombre de CerroGordo. Desaparecieron después elgarrote y la picota, y en 1796, con lainauguración del monumento a Carlos IV,aunque conservaba el pegote del Parián,edificio consagrado a la venta demuchas mercancías, la plaza presentó unaspecto más hermoso y artístico.

La vida fue por estos tiempos másactiva y más culta. La gente en generalvestía mejor. Asistía con, frecuencia alos saraos y a las tertulias del RealPalacio, a las representaciones delColiseo Nuevo, a charlar y a discutir enlos primeros cafés que a fines de estacenturia se abrieron en la ciudad y a leeren las bibliotecas públicas, que debido

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a esfuerzo personal se habían fundado enla Universidad y en la Catedral, por elDr. don Manuel Ignacio Beye y Cisnerosen 1762 y por el Chantre don LuisTorres y su hermano don Cayetano.

Así vivió la ciudad colonial en lastres centurias de la dominaciónhispánica, rezando y respetando conigual devoción a los santos y a los reyes;pero no obstante, tuvo periodos deagitaciones producidas porextraordinarios sucesos políticos, porcalamidades o por fenómenos naturales.

Casi a raíz de la Conquista,presenció los disturbios entre losprimeros gobernadores y los oficialesreales, acompañados de ejecuciones y

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de tormentos; las reyertas nadaedificantes entre los oidores de laprimera audiencia y el primer Obispo,que terminaron en públicasexcomuniones; las ejecuciones en 1566de los hermanos Ávila, precursores dela Independencia nacional, y lostumultos de 1624 y 1692, en los cualeslas diferencias entre las autoridadeseclesiásticas y civiles, o la carestía devíveres producida por los acaparadores,provocaron levantamientos quedesataron las iras de indios, mulatos, yotras castas, e incendiaron el RealPalacio y las Casas del Ayuntamiento; lainundación de 1629, durante la cual sedijeron misas en las azoteas y se andaba

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en canoas; las nevadas de 1711, 1767 y1813, que tapizaron la ciudad con unmanto espesísimo de nieve; la sigilosa einesperada expulsión de los jesuitas en1767, que cubrió de luto a la ciudad; laescasez de víveres que causó estragosen 1785 y que hizo llamarse a éste añodel hambre; la aurora boreal de 1789,que infundió tanto espanto por nohaberse visto otra igual, al grado que lasgentes corrían por las calles rumbo alSantuario de Guadalupe, implorandoperdón y misericordia, y el pavorosoasesinato de don Joaquín Dongo y de sussirvientes en este mismo año de 1789; laepidemia de matlazáhuatl en 1736, en laque murieron 40,000 personas, y las de

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viruelas en 1762 y 1779, en queperecieron, respectivamente, 10,000 y8,821 individuos; la prisión deIturrigaray y de su familia en 1808 y lamuerte misteriosa del licenciadoVerdad, por haber conspirado con loscriollos para emanciparse de laMetrópoli.

La ciudad tuvo, además, privilegiosy títulos de hidalguía y de nobleza comolos tuvieron muchos de susaristocráticos moradores. El 4 de juliode 1523 el emperador Carlos V leconcedió escudo de armas. En 1530 sele honró con los privilegios de laBurgos y en 1549 se le concedió el títulode muy noble, insigne y leal ciudad.

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Por Real Cédula de julio de 1680 seproveyó de Ordenanzas a su IlustreAyuntamiento, que fueron de nuevoaprobadas y confirmadas por don FelipeV el 4 de noviembre de 1728.

¡Y contraste extraño! La ciudadcolonial que nació en la tarde triste ytempestuosa del 13 de agosto de 1521,murió en la mañana alegre y serena del27 de septiembre de 1821.

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Los dos quemados

Antes de que el Tribunal del SantoOficio de la Inquisición se establecieradefinitivamente en la Nueva España, losfrailes franciscos o los dominicos,entendían en las cosas tocantes a la fe,como poco después de ellos losobispos.

Los procesos eran muy breves, tanbreves que se contenían a veces en lacarilla de una hoja de papel, pues enellos sólo se ponía la denuncia delfiscal; el acuerdo del que oficiaba comoinquisidor, concediendo tres días al reopara que respondiese a la demanda; la

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confesión paladina del culpable; la citapara primera audiencia; la sentencia,notificación y conformidad del herejecon el fallo; todo ello minúsculo ycontundente.

La mayoría de las causas seguidasversaba sobre hechicerías e idolatríasde indios, y tratándose de españoles,sobre blasfemias; y entre estas últimascausas sobresalió la de Rodrigo Rangel,uno de los conquistadores que vinieroncon Hernán Cortés y a quien se le formócausa más minuciosa que lassumarísimas a que he aludido, pues eltal Rangel o Rengel, como le dicenindistintamente, fue el mayor blasfemode los que hubo en su época; pero al fin

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y al cabo resultó que todos sus reniegosy palabrotas en contra de los Santos dela Corte Celestial, provenían de que eldicho «de cinco años y más tiempo aesta parte (1522-1527), había sido muyenfermo, llagado y apasionado de laenfermedad de las bubas; especialmenteen los tres últimos años había estadotullido, con muy serios dolores; tan flacoy debilitado, que no podía levantarse dela cama por sus pies, si otras personasno lo ayudaban a andar». Así es que,cuando aquellos recios dolores loagobiaban, era cuando sus blasfemiasllegaban al colmo, hijas de suspadecimientos espantosos.

No obstante, Fr. Toribio de

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Benavente, tan conocido en nuestrahistoria por el P. Motolinía, condenó aRangel, el 13 de septiembre de 1527, aoír una misa en cuerpo, descubierta lacabeza y con una candela en la mano; apermanecer haciendo penitencia en unmonasterio nueve meses, de los cualescinco había de dar de comer a cincopobres; a pagar 500 pesos de oro delque corría, destinados para obras pías,de este modo: a la iglesia de SantoDomingo de México, un marco de oropara las obras del convento y un cáliz deplata; a la iglesia de la Villarrica(Veracruz), diez marcos de plata parauna cruz y otro cáliz del mismo metal; yel rescate, a los pobres huérfanos

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vecinos de la ciudad de México;además, de los 500 pesos se darían a lascofradías de Nuestra Señora de losÁngeles y de la Cruz, a cada una diezpesos, y se pagarían los gastos delproceso; y con los indios que tenía a suservicio, terminaría la «hermita de losXI mil mártires, que está comenzada ahacer en la calzada que viene deTacuba»; es decir, la ermita de SanHipólito; y en fin, lo condenó a quediera al convento de San Francisco deesta ciudad de México, tres docenas detablas para su fábrica. (Archivo Generalde la Nación. Proceso de Rangel).

Por el año de 1528 vino a MéxicoFr. Vicente de Santa María, fraile

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dominico, y los franciscanos sedescargaron de la autoridad apostólicaque tenían por Bula de Adriano VI paraconocer en materia de herejías, y porcomún acuerdo de ambas órdenes, la deSan Francisco y la de Santo Domingo,Santa María comenzó luego a procesar ycastigar en delitos de fe, como lo habíahecho antes otro fraile de su orden, Fr.Domingo de Betanzos.

Los dos primeros procesados yquemados por Fr. Vicente de SantaMaría, fueron Hernando Alonso,conquistador, de oficio herrero, naturalde Niebla y vecino de México, yGonzalo Morales, tendero, natural deSevilla y también vecino de México.

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Un domingo del año de 1528,salieron en público Auto de Fe,celebrado en la Iglesia Mayor, donde sehabía levantado dos tablados, en uno delos cuales estaban los reos, y en otro Fr.Vicente de Santa María, el Lic.Altamirano, el Gobernador Alonso deEstrada y varios religiosos y personasdistinguidas. Fue el Secretario Fr. Pedrode Contreras, quien leyó las sentencias ypredicó el sermón. Los sambenitos delos reos eran amarillos con llamas yfiguras de diablos sobrepuestas.

A Hernando Alonso se le acusó dehaber bautizado dos veces a un niño conlas ceremonias judaicas. Lo puso en unlebrillo, le echó agua desde la cabeza —

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vino según otros—, y el líquido queescurría por la natura del muchacho, lorecogió en una taza y se lo bebió,cantando y diciendo a la redonda de lacriatura el Salmo: In exitu Israel deEgipto. Fue esto un Jueves Santo,después de cubrir al Santísimo, y enunión de un tal Palma y otrosjudaizantes, residiendo en Puerto Real,Isla Española. Otro hijo se lo habíabautizado Fr. Diego Campanero, uno delos tres frailes franciscos queanduvieron en la Conquista de México ylo bautizó de nuevo aquí en la IglesiaMayor por manos del cura Juan Díaz«para dar a entender que el bautismo delfraile no valía nada…».

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Como complemento curioso,consigna el proceso que HernandoAlonso y sus compañeros bebían uncaldo prieto, que llamaban boronia.Que Hernando Alonso, «echó hartosclavos en los bergantines que sirvieronpara tomar a México» cuando laconquista; que se le dio por encomiendael pueblo de Actopa, y que fue tresveces casado: primero con Isabel Ordaz,la cual murió durante la guerra de laconquista, después con Ana de Tal, enCoyoacán, la cual murió en México, ypor último, con Isabel Ruiz de Aguilar,mujer hermosa, hija de un Alonso elTuerto. Ya viuda de su marido quemado,casó con Juan Pérez de Gama,

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llevándose a su hija con éste cuando sefueron a la Península.

Consta también, en el documento quehemos consultado y que existe en elArchivo General, tomo 77 del Ramo dela Inquisición, que a Hernando Alonso,como negara todo, hubo que amenazarlecon darle tormento, y aun le pusierondelante el potro y otros instrumentos detortura.

El otro quemado, Gonzalo Morales,fue preso por amancebamiento, y en elcurso de su proceso se averiguó, porinformes del Obispo de San Juan dePuerto Rico, que en esta ciudad se lehabía seguido causa, porque unahermana suya, a quien habían quemado

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allí declaró que ella y Morales azotabana un crucifijo, teniéndolo colgado de unaaldaba y que estando así tras de lapuerta, Morales hacía con él muchosvituperios y lo orinaba. También habíaazotado al Crucifijo en compañía dePalma, el cómplice de HernandoAlonso; y el Palma lo ponía de cabeza ydecía: «Está como merece». Moralestuvo un hermano en Guatemala, que a suvez fue penitenciado en la Iglesia Mayorde México, por haber asegurado que«Dios no tenía hijo».

No dicen los documentos que hetenido a la vista, dónde fueronquemados estos dos herejes, pero esprobable que haya sido en la Plaza del

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Marqués, antigua del Empedradillo, hoycalle del Monte de Piedad.

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La calle de JuanJaramillo

Es una de las calles más antiguas que semencionan en las actas de cabildo de laciudad de México y corresponde a lahoy llamada de la República de Cuba,que llevó el nombre por mucho tiempode Calle de Medinas.

Que a principios de consumada laconquista, hubo en la ciudad de Méxicouna calle que se llamó de JuanJararamillo, se demuestra por el acta decabildo de 27 de octubre de 1527; y queen ella tuvo el dicho Jaramillo su casa,

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consta por el acta fecha de 5 de junio de1528, pues determinado el solar que sedio a Juan de la Torre, asegúrase queestaba «en la calle de Santo Domingo,linde con una parte con casas deBartolomé de Perales, y de la otra partecon la Calle Real, donde vive JuanJaramillo».

Que esta calle correspondía a la deMedinas, está bien demostrado por donLucas Alamán, quien en el tomo II de susDisertaciones, nota a la página 293,dice:

«La casa de Bartolomé de Peralesestaba en la calle que hoy se llama de la“Cerca de Santo Domingo”, porque en elcabildo de 8 de marzo de 1527 se

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expresa que el solar para construir se lodieron en la calle que va de SantoDomingo (que estaba donde después seconstruyó la Inquisición) a salir a lascasas de Andrés de Tapia, y siendoéstas donde ahora está el convento de laConcepción, es claro que la calle quevenía de Santo Domingo a ellas, escomo he dicho la de la Cerca de SantoDomingo. Parece que esta casa dePerales era la esquina de esta calle,pues que la casa de Juan de la Torre enla de Santo Domingo lindaba con ella, ycomo por el otro lado tocaba a la Callede Jaramillo, presumo que es la casa deéste, y por consiguiente en la que viviódoña Marina, no pudiendo ser al otro

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lado, donde está Santo Domingo, porqueallí estaban los solares que fuerondespués del Obispo Garcés».

Pero lo que no fijó don LucasAlamán, ni tampoco a nosotros nos hasido posible averiguar, es la casa dondevivieron Juan Jaramillo y su primeraesposa doña Marina, la célebreintérprete de Hernán Cortés.[28]

Juan Jaramillo, según su relación deméritos nació en Villanueva deBalcarrota, y según Dorantes deCarranza, en Salvatierra. Fue hijo deAlonso Jaramillo y de Mencía de Matos.Estuvo en la conquista de Tierra Firme yde la Española; vino después con Cortésa la Nueva España. Durante el sitio de

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la ciudad de México, fue capitán de unode los bergantines. Posteriormenteacompañó a Cortés a la desastrosaexpedición de las Hibueras; en elcamino lo casó don Hernando con doñaMarina, no faltando un ingenuo peromalicioso cronista, que asegurara nohaber estado en su juicio el Jaramillocuando se desposó con la Malinche.

De regreso de las Hibueras, yhabiendo tomado parte también en otrasconquistas, Juan Jaramillo se establecióen la ciudad de México, donde fueregidor varios años y desempeñó elcargo de Alférez Real, viviendo con sufamilia y ostentando muchas armas ycaballos que poseía; pues por sus

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servicios y los de su esposa, se le habíadado la encomienda del pueblo deXilotepec, un solar para huerta en lacalzada de San Cosme, y en 20 de juliode 1528 se le hizo la merced de otroterreno para que edificase e hicierahuerta o viña, terreno cercado y conárboles que había sido de Motecuhzomay que estaba situado «en término de estaciudad sobre Coyoacán», lindando conel río que venía de Acapulco.

Así vivió Juan Jaramillo junto consu célebre esposa, la india que habíadesempeñado tan distinguido papel en laépoca de la conquista, rico y lleno decomodidades, pasando unas vecestemporadas en su casa de la calle que

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llevaba su nombre, y otras en las huertasy casas de placer que, como se dijo,tenía en los alrededores, o bien en sulejana encomienda de Xilotepec.

Juan Jaramillo, muerta doña Marina,contrajo segundas nupcias con doñaBeatriz de Andrada, y tuvo de ambasesposas sucesión, y a principios delsiglo XVII vivían varios nietos ybiznietos suyos que menciona Dorantesde Carranza.

Y ya que de sus descendientes hablo,voy a citar lo que tuvo de doña Marina,que es cosa digna de recordación.

Todos los historiadores de laconquista de México se han ocupado enreferir los importantes servicios que

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prestó la célebre india doña Marina aHernán Cortés y a sus capitanes ysoldados, ya sirviéndoles de intérpretecon los indios, ya descubriéndolesserias conspiraciones, en que hubieranperecido sin sus oportunos avisos; yaindicándoles las rutas seguras para noextraviarse por caminos largos ypeligrosos; ora, en fin, suministrándolesalimentos para que no pereciesen dehambre, cuando los indígenas lossitiaban y se negaban aproporcionárselos dolosamente.

Doña Marina, por sus amores condon Hernán Cortés y por los serviciosya citados, es muy célebre en nuestrahistoria, ha sido protagonista de

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leyendas y tradiciones populares y sunombre, que le impusieron loscastellanos en el bautismo,«mexicanizado» en «Malitzin» por losindios y estropeado en «Malinche» porlos españoles, se ha perpetuadoponiéndolo a nuestras altas montañas ocristalinas albercas.

Autores del país o extranjeros haninquirido el origen de su familia, supatria y padres; se han escrito novelas,poesías, dramas y toda clase decomposiciones, calificándola de heroínay vituperándola otros de traidora, sinreflexionar que era una hermosa, peropobre esclava, que había sido regaladapor los suyos a los conquistadores de su

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tierra, y sin considerar tampoco quenuestros antiguos pueblos indígenasnunca llegaron a constituir unanacionalidad, sino que quedaron en lacategoría de tribus más o menospoderosas o civilizadas, pues sólo sealiaban entre sí para hacer sus rapiñas oguerras sagradas.

Los mismos que recibieron tantosbeneficios de doña Marina, y quegozaron aun de sus gracias y belleza, lefueron ingratos. El rey de España, quecon su ayuda adquirió tantas riquezas ydominios, no le concedió ni un título enque constaran sus hazañas; y el mismoCortés, que la hizo su manceba, seavergonzó de estampar su nombre en las

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famosas «Cartas de relación» queescribió al César Carlos V,conformándose con encomendarle lospueblos de Jilotepec en México y los deOlutla y Tetiquipaje en la provincia deCoazacoalco, y éstos como dote cuandola casó con Juan Jaramillo.

Pero aun estas mercedes le fueronquitadas a sus descendientes cuando suesposo, viudo, casó en segundas nupciascon la española Beatriz de Andrada.

Dos curiosos expedientes, pococonocidos, nos proporcionan datos yminucias sobre tales despojos y sobre ladescendencia de doña Marina.

El primero es una «Probanza» hechadurante la década de mayo de 1542 a

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junio de 1552, publicada en el tomo XLIde la «Colección de Documentos delArchivo de Indias», en la cual constaque su hija María Jaramillo y el maridode ésta, Luis de Quesada, reclamaban laposesión de dichos pueblos que leshabía quitado el Juan Jaramillo paradárselos a su segunda mujer, lamencionada Beatriz de Andrada, contratodo derecho, pues las cédulas desucesión en las encomiendas, ordenabanque éstas se habían de heredar por loshijos de aquéllos a quienes habían sidoconcedidas. Luis de Quesada, en dichaprobanza, demostró el derecho queasistía a su esposa y enunció todos ycada uno de los servicios que había

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prestado doña Marina sin los cuales,dice «para el buen suceso de estaconquista, e si la dicha doña Marina nofuera, así el Marqués del Valle, comotodos los otros capitanes e españolesque se fallaron en aquella Xornada,padecieran mucho…».

Probaron Luis de Quesada y MaríaJaramillo el derecho que tenían a lo queellos llamaban «grandes mercedes», yque en realidad eran pequeñas, si setiene en cuenta la calidad de losservicios que doña Marina, con muchostestigos jurados y oculares, todos viejosconquistadores que vivían todavíaentonces, pero no consta si los pueblosvolvieron o no a sus legítimos dueños.

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El segundo expediente fue publicadopor mi amigo el P. don Mariano Cuevas,en un interesantísimo volumen queintituló «Cartas y otros documentos deHernán Cortés», Sevilla, 1915.

Este documento es un «Memorial»presentado por Hernando Cortés, enValladolid, probablemente a fines de1605. Por demás desconocidos einteresantes son los datos que consignaen el «Memorial» el dicho donHernando Cortés. Era nieto delconquistador del propio nombre, e hijode don Martín Cortés, el bastardo que, asu vez, había sido hijo de doña Marina yde aquel conquistador.

Los datos pertinentes, aparte de los

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que contiene relativamente a su abuela,son los que voy a mencionar en seguida.

Refiere que su padre, que había sido«trece» y caballero de la Orden deSantiago, «sirvió a Carlos V en todas lasjornadas de Alemania y en las dePiamonte y Lombardía, toma de S.Quintín, cerca de la Majestad Católicadel rey D. Phelipe, como criado de sucasa, y en la guerra de Granada, comocapitán y cabo de un tercio cerca de lapersona del señor don Juan de Austria,donde murió, dexando al dichoHernando Cortés, su hijo, muy pobre,por aver gastado el dicho su padre en elreal servicio su patrimonio y hacienda».

Respecto a él, continúa refiriendo

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que había servido a Su Majestad «másde doce años en Italia, cerca de lapersona de don Juan de Austria, ydespués de alférez, en todas las jornadasde Portugal, hasta que se ganó Lisboa»,por lo que el rey le había hecho mercedde diez escudos de ventaja al mes,demás de su plaza hordinaria en elestado de Milán, «donde tornó a servir aS. M. de alférez, más tiempo de tresaños de una de las compañías de aqueltercio…».

Luego que hubo vuelto a España, conlicencia del Real Consejo pasó, el añode 1585, a los reinos del Perú a«negocios que se ofrecieron en la ciudadde S. Francisco de Quito, donde se

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casó»; y el mismo Real Consejo le hizola merced de una plaza de gentilhombrede la compañía de lanzas de la guardiadel virrey; con más de una cédula paraque fuese ocupado en los oficios ycargos de aquel reino, como aparecía enlos traslados que presentó.

Estando en Quito, el año de 1588,entró por el mar del sur un corsarioinglés, con cuatro naos de armada,causando muchos daños en la costa; yavisado el Virrey, Conde del Villar,envió a mandar a la Audiencia Real deQuito reuniese seiscientos soldados acustodiar la ciudad y puerto de Santiagode Guayaquil, puerto de importancia,porque allí se labraban todas las naos y

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fustas que navegaban en aquel mar; y eldicho don Fernando fungió en esajornada de Maestre de Campo de laInfantería y de la ciudad, nombramientoque le expidieron el Presidente yoidores de la Audiencia, en que gastómás de cuatro mil pesos en sustentarmuchos soldados a su costa, por seraquel puerto de alimentos muy caros acausa de tenerse que traer de muy lejos.Acabada la dicha compañía, solicitó delVirrey, Marqués de Cañete, le hicieseuna merced por sus servicios, pero nohabiendo obtenido ninguna, previalicencia, vino a la Nueva España con sumujer y casa, y en ella estuvo sirviendoal rey en oficios de justicia, entre otros

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como Alcalde Mayor de la antiguaciudad de Veracruz y su partido yasimismo como Corregidor de lospueblos, puerto y ría de Alvarado yCorregidor de Misantla, llanos y puertode Almería, y como capitán y cabo detoda la gente de la jurisdicción, pornombramientos que le hizo el Conde deMonterrey y por mandato de éste, fueencargado de recibir al nuevo Virrey,Marqués de Montesclaros, en la nuevaciudad de Veracruz, siendo JusticiaMayor todo el tiempo que estuvo en ellaeste Virrey hasta que salió para México.Habiendo quedado en Veracruz donHernando con el mismo cargo quedesempeñaba, se lo confirmó el

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Cabildo, pero él no lo aceptó hasta queobtuvo licencia del nuevo Virrey y comopremio de los servicios que hastaentonces había prestado.

Concluía don Hernando pidiendo alrey, en atención a sus méritos y serviciosprestados por su abuela y padre, y porestar pobre, casado y con hijos, leconcediese el gobierno de Chucuyto oPopayán o el Corregimiento de Potosí ola Alcaldía Mayor de la NuevaVeracruz, con jurisdicción de la Antigua,u otro oficio conforme a su calidad; yque en el entretanto le hiciese alguna deestas mercedes, despachase cédulaS. M. a fin de que el Virrey Marqués deMontesclaros le ocupase en algo para

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que pudiese vivir con decencia ydignidad.

El «Memorial» del nieto de doñaMarina contiene también noticias deésta, unas confirmatorias de las yasabidas acerca de su vida, y otras quepor primera vez conocemos ahora.

De las primeras, mencionaremos laque confirma que doña Marina nació enla región de Coatzacoalco, puesclaramente afirma su nieto que ella erahija del cacique de Oluta y Xalipa; y lade que fue la que salvó a los españolesde la conjura indígena que contra ellosse tramaba en Cholula. De las segundascitaremos la parte activa que tomó a finde que Motecuhzoma abandonara, por lo

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menos aparentemente, el culto sangrientode sus ídolos; y la relativa a que fue ellala que descubrió a los españoles laconspiración que en las Hibuerasproyectaban para deshacerse de losconquistadores, los siete reyes queconsigo había llevado prisionerosCortés, durante aquella penosa ydesgraciada expedición.

Es lástima, empero, que el nieto ensu «Memorial» no haya consignadonoticia alguna sobre los últimos años dela célebre «Malinche».

Los autores a este respecto sonobscuros y aun contradictorios. Unos lapresentan feliz y rica al lado de suesposo Juan Jaramillo, poseyendo

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terrenos y huertas en Chapultepec y enSan Cosme, y casas de su morada en lacalle de Medinas y de su propiedad enel sitio donde se edificó el monasteriode Jesús María; y muriendo, sin fijar lafecha, en la ciudad de México. (Alamán,Disertaciones; Sigüenza y Góngora,Parayso Occidental; GarcíaIcazbalceta, Diálogos de Cervantes deSalazar).

Otros aseguran, mas sin exhibirpruebas de su dicho, que «doña Marinapasó con su esposo a la Península, encuya corte fue tratada como una señorade distinción. Se halló colmada por elsoberano de honores en justa retribuciónde sus importantes y señalados

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servicios. No se sabe a punto fijo el añoen que dejó de existir, solo sí, queacaeció en España, después de haberbrillado como una de las primerasdamas de la Corte. De su matrimonio, enel que siempre mantuvo una amistadconstante y firme hacia su esposo, dejóalgunos hijos, a quienes pasó sus títulos,y que fueron el principio de las primerascasas de la Nueva España, si seexceptúa las de los marqueses del Valle,las de los condes de Motecuhzoma,descendientes del segundo monarca deeste nombre, y las de los señores deIxtlilxóchitl, últimos vástagos de ladinastía real de Acolhuacán».

Pero estas últimas, infundadas y

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singulares noticias, corren parejas conlas de otro autor que desposó a doñaMarina con el subdiácono Gerónimo deAguilar, y no se compadecen con lostestimonios de la «Probanza» quehicieron Luis de Quesada y MaríaJaramillo en el siglo XVI, ni con el«Memorial» dirigido a Felipe III, porHernando Cortés a principios del sigloXVII.

Como se ha visto, la hija legítima dela famosa india reclamaba los pueblosde que había sido despojada por supropio padre, para dárselos a lamadrastra; y el niño bastardo, a pesar delos méritos de su ilustre abuela y dehaber él combatido y gastado su

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patrimonio en servicio del rey, vivía delos oficios de Justicia que desempeñabay estaba pobre, casado y con hijos, y sintítulo alguno de nobleza.

Si la abuela había sido colmada dehonores, ¿cómo es que sus descendientespadecían y comían, plebeyos, el amargopan de la miseria y del olvido?

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Fiestas reales en laPlaza Mayor

I

El año de 1538, el rey de España,Carlos V, había ido a Francia, y el reyde Francia, Francisco I, le había hechogran recibimiento en el puerto de Aguas-Muertas, donde se hicieron las paces yse abrazaron ambos; y en el mismo añose supo en México tal sucedido, y coneste motivo, el conquistador Hernán

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Cortés y el Virrey Antonio de Mendoza,celebraron inusitadas fiestas, como severá por la relación que de ellas hizoBernal Díaz del Castillo, en el textoauténtico de su «Historia Verdadera».

Fueron tan grandes y aparatosas esasfiestas, que el mencionado cronistaasegura que otras semejantes nunca lasvio en Castilla, así de fiestas y juegos decañas, como de lides de toros ygraciosas mascaradas.

La Plaza Mayor fue transformada enun bosque, y con aves y cuadrúpedos seimprovisó una cacería, en la quetomaron parte escuadrones de indios,unos con «garrotes añudados yretuertos», otros, con arcos y flechas; y

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todos lo hicieron muy bien, en el soltarlos brutos y los pájaros y en la punteríaacertada al matarlos; y muchas de laspersonas que vieron aquello y quehabían andado por el mundo entero,confesaron no haber visto tanto ingenio yhabilidad.

Pero aparte de la cacería y de lafarsa que en el mismo lugar serepresentó al día siguiente, simulando latoma de la ciudad de Rodas, de la quehablaré después, entre los festejosfiguraron dos opíparas cenas, quedieron, respectivamente, don HernánCortés y don Antonio de Mendoza, elprimero en su palacio y el segundo enlas Casas Reales.

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De la cena ofrecida por Mendozaquedan curiosos pormenores,conservados también por el ingenuocronista.

Los corredores de las Casas Realesse adornaron «como verjeles y jardines,entretejidos por arriba de muchosárboles con sus frutos… que nacían deellos; encima de los árboles habíamuchos pajaritos de cuantos se pudieronhaber en la tierra». Se hizo a la vez unremedo de la fuente de Chapultepec, tanal natural como era, con sus manantialespropios; y cerca de la fuente, «estaba ungran tigre atado con unas cadenas, a laotra parte, un bulto de hombre, de grancuerpo, vestido como arriero, con dos

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cueros de vino cabe él que se adurmióde cansado; y otros bultos de cuatroindios que le desataban el un cuero, y seemborrachaban» y bebían con muchosgestos y visiones.

Las mesas de la cena, en las que sesentaron más de quinientos invitados,aparecieron suntuosamente adornadas, ytodo el servicio era de oro y plata; almismo tiempo que se comía, se cantabay se tocaban músicas de toda especie deinstrumentos, trompetas, harpas,vihuelas, flautas, dulzainas, chirimías; ytocaban especialmente cuando losmaestresalas servían las tazas quellevaban a las señoras. Hubo a la veztruhanes y decidores, que dijeron en loor

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de Cortés y de Mendoza cosas de muchoreír; pero algunos de ellos, ya beodos,hablaban de lo suyo y de lo ajeno con talescándalo, que los tomaron por fuerza ylos llevaron de allí para que callasen.

El «menú», que diríamos hoy, fue tancopioso y tan nutritivo, que a pesar delvigor y glotonería de los estómagos deaquellos hombres de hierro del siglo XVIy de sus damas, que no les iban en zaga,muchos platillos se pasaron por alto; yse comió tanto, que, habiendo durado lacena desde el anochecer «hasta doshoras después de media noche», llegó unmomento en que las señoras dabanvoces, diciendo que no podían estar allímás, y otras se congojaban, y por

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necesidad hubo que levantarse.Y no podía ser de otra manera, pues

he aquí el espantable «menú»:Ensaladas, de dos o tres maneras.Cabrito y pemiles de tocino asado a

la genovesa.Pasteles rellenos con palomas y

codornices.Gallos de papada (vulgo

«guajolote») y gallinas rellenas.Manjar blanco.Pepitoria.Torta real.Pollos y perdices de la tierra y

codornices en escabeche.Al llegar a este platillo, dos veces

se alzaron los manteles —¡qué tal

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estarían de sucios!— y fueronsubstituidos por otros limpios, con lasdotaciones correspondientes de«panizuelos» o servilletas einmediatamente continuó sirviéndose loque sigue:

Empanadas rellenas de diversasaves de corral y de caza.

Empanadas de pescado.Carnero cocido con vaca, puerco,

nabos, coles y garbanzos.Gallinas de la tierra (vulgo

«pípilas») cocidas enteras, con lospicos y pies plateados.

Anadones y ansarones enteros, conlos picos dorados.

Cabezas de puerco, de venado y de

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ternera, enteras.Entre plato y plato tomaban aquellos

glotones ya casi congestionados, frutasde toda clase que estaban en las fuentes,así como aceitunas, rábanos, quesos,cardos, mazapanes, almendras, confites,acitrones y otros géneros de azúcar deIndias; «aloja» —mezcla de agua, miel yespecias— cacao frío con espuma y«clarea», esto es, vino blanco,endulzado con azúcar y perfumado concanela o con otras cosas aromáticas.

La mesa de honor tenía doscabeceras muy largas y en cada unatomaron asiento, respectivamente, donHernando Cortés y don Antonio deMendoza, con sus maestresalas y pajes

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«y grandes servicios con muchoconcierto», y en esta mesa, a las«señoras más insignes» les llevaron«unas empanadas muy grandes, y enalgunas de ellas venían dos consejosvivos chicos y otras rellenas decodornices y palomas, y otros pajaritosvivos…». Sirvieron estas empanadas enun sólo acto, y quitadas las cubiertas,huían los conejos por las mesas y lasaves volaban, en medio de las risas ygritos y burlas.

Separadamente de los servicios dehonor y los consagrados a los demásinvitados, en el patio de las CasasReales hubo mesas «para gentes y mozosde espuelas y criados de todos los

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caballeros que cenaban arriba», a loscuales sirvientes les cocinaron novillosenteros, asados y rellenos de pollos,gallinas, codornices, palomas y carne detocino.

Como pormenor interesante parajuzgar de la personalidad moral de losinvitados —refiere Bernal Díaz—, queen la cena que dio Hernán Cortés lerobaron de su vajilla «sobre cienmarcos de plata»; y en la que ofrecióMendoza, salvo algunos saleros yalgunos manteles, «panizuelos» ycuchillos, no se perdió tanto como en lade don Hernando, debido a que AgustínGuerrero, mayordomo del Virrey,ordenó a los caciques mexicanos que,

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para cada pieza de plata, pusiesen unindio de guarda; y aunque se enviaron atodas las casas de México muchosplatos y escudillas con manjar blanco,pasteles, empanadas y otras cosas deeste arte, «iba con cada pieza de plataun indio y la traía…» es decir, ¡que los«mandaderos» fueron más honrados quelos «comensales»…!

Otras observaciones para terminar.Salvo los cuchillos que servían paratrinchar, no menciona Bernal Díaz delCastillo ni cucharas ni tenedores, y enefecto, todavía en esa época se comíaaquí con los dedos, y esto explica porqué se cambiaron —a la mitad de lacena— las servilletas y los manteles. No

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menciona tampoco Bernal Díaz ni pan nitortillas, quizá porque lo suplieron conlos pasteles y con las empanadas.

II

Las fiestas celebradas en la ciudad deMéxico para regocijarse por las pacesde Aguas-Muertas duraron varios días, ydespués de la famosa cacería en la«Plaza Mayor» y de las cenas no menosfamosas en el palacio de Cortés y en lasCasas Reales, vinieron otros festejosque a todos llenaron de alegría y gusto.

Contribuyeron también aquellasfiestas a modificar las relaciones entre

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el Virrey Mendoza y Hernán Cortés, lascuales habían sido tan tirantes, quesegún refiere Suárez de Peralta, hastahubo necesidad de que ambosconvinieran en estipular el modo desentarse en los lugares públicos, aunqueestas cortesanías quisquillosas eran muyde la época.

El mismo Suárez de Peralta refiereque Mendoza y Cortés, de mutuavoluntad, acordaron darse el uno al otroun tratamiento de señorías; que cuandoel Virrey comiera en casa de Cortés, lecedería éste la cabecera de la mesa, yambos se servirían con salvas ymaestresalas, y que cuando Cortés fuesea comer con el Virrey, no había de haber

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silla en la cabecera de la mesa, sino alos lados, y «en uno estaría uno y en otroel otro, y el señor Virrey a la manoderecha»; que cuando fuesen encompañía por las calles, a pie o acaballo, «ni más ni menos», le dieseCortés la diestra a Mendoza; y sillegasen a oír misa juntos en la iglesia,había de ponerse en medio de la capillael sitial del Virrey, «y junto a la manoizquierda una silla, un poquito atrás,junto al sitial del señor Virrey, y uncojín “en que se hincasen las rodillas”».

A pesar de haber quedado muyconformes en la observancia de estaespecie de ceremonial de mutuascortesanías, la primera desazón que

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tuvieron fue con motivo del sitio en quehabían de sentarse, pues el dicho Suárezde Peralta escribe que cierto día en quehabían de hallarse los dos en el templo,«llevaron los asientos los reposteros, yel del marqués acedió y puso la sillamás adelante, y aun quieren decir “echósitial”; y el repostero del Virrey “se loquitó” y puso la silla como otras veces;de lo cual el marqués se sintió mucho yhubo grandes demandas y respuestas».

Más hondas fueron otras divisionesque alteraron de continuo los ánimos delprimer virrey y del célebre conquistadorde la Nueva España, entre otras: el celoque se despertó entre ambos por lacompetencia en los descubrimientos y

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expediciones terrestres y marítimas: elrecuento de los veintitrés mil vasallosconcedidos por el rey a Cortés, y quecada uno interpretaba cómo se había dehacer a su manera: las mercedes hechasa sus criados y favoritos de alcaldías,corregimientos o encomiendas, y sobretodo, la inconformidad de Cortés en noser él, quien gobernase la Colonia.

Pero aquellas fiestas, aunque en laapariencia, los reconciliaron, y a porfíael uno y el otro, se empeñaron en darlesel mayor esplendor y lucimiento.

Así es que el segundo día, de nuevomuy contentos todos, el Virrey y elconquistador, las autoridades y laspersonas de fortuna, y aun los vecinos

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más humildes, observaron con júbilo ysorpresa la Plaza Mayor, que la vísperahabía sido el ameno bosque, donde sellevara a cabo una divertida cacería,amaneciera al día siguiente transformadaen la Ciudad de Rodas, presta a ladefensa, con su castillo muy coronadode torres y almenas, troneras y cubos, ymuy cercado de trincheras y fosos.

Cien comendadores vestían ricasencomiendas, todas de oro con perlas.Muchos de ellos, cabalgaban a la jineta,portando lanzas y adargas; y otros a laestradiota, a fin de poder romper con lasadargas y lanzas. No pocos iban a piecon arcabuces; pero a todos losmandaba, pues aparecía como gran

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Maestre de Rodas y Capitán General deella, el muy famoso y valeroso donHernando Cortés, ya a la sazón Marquésdel Valle de Oaxaca.

Con mucha admiración de losespectadores, viéronse deslizar, como siflotaran en aguas verdaderas, por lamitad de la plaza, cuatro navíos con susmástiles y trinquetes, mesanas y velas,tan al natural, que eran celebrados portodos con vítores y aplausos.

Tres vueltas dieron las improvisadasnaves por la mar fingida, en medio detremendos disparos de la artillería;mientras, a bordo, unos indios vestidosde frailes dominicos desplumaban unasgallinas, y otros tendían las redes a los

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peces, como para preparar el «rancho»o comida de los tripulantes que no teníantregua en la pelea.

A continuación del ataque naval, sedesarrolló una escena terrestre, nomenos bien representada.

Dos capitanes turcos, con riquísimostrajes a la turca, de seda y carmesígrana, con mucho oro y valiosascaperuzas, como las usaban en su tierra,aparecieron en una como emboscada;todos a caballo y en acecho, y como quetendían una celada para asaltar, robar yllevarse los ganados que cerca de unafuente cuidaban varios pastores; pero heaquí que, de repente, uno de éstos seapercibe de la rapiñadora trama y da

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oportuno aviso al Gran Maestre deRodas —a Hernán Cortés— en elmomento mismo en que los turcosladrones arreaban los rebaños.

Los ánimos se enardecen. Salen loscomendadores castellanos; traban reñidocombate con los turcos, quítanles lapresa del ganado; vienen otrosescuadrones de refuerzo por otro ladopara atacar a Rodas. Nuevas batallas; yhechos muchos prisioneros, pierde lagente turca, con gran regocijo yentusiasmo de los españoles y de losque presenciaban admirados ydivertidos aquella animada farsa, quepor lo bien representada les pareció amuchos cosas ciertas y todos la

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aplaudían y celebraban.Luego, para fin y remate de los

festejos de aquel día, se soltaron torosbravos para lidiar allí mismo, fungiendode toreadores los vencedores y losvencidos que habían figurado con tantoéxito en la «no tomada» plaza de Rodas.

Muchas señoras de losconquistadores y de vecinos de México,estaban en las ventanas de la «granplaza» —así la designa Bernal Díaz—luciendo sedas, damascos, oro, plata ymucha pedrería; y en otros corredores—en las altas galerías de los edificiosdel siglo XVI— estaban las damas «muyricamente ataviadas, a quienes servíangalanes muy corteses; y a unas y a otras,

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las de las ventanas y los corredores, lesobsequiaban mazapanes, alcorzas, deacitrón, almendras y confites; y unosmazapanes llevaban las armas delMarqués del Valle y otros las del VirreyMendoza, muy dorados y plateados, yalgunos con mucho oro. Hubo otrasconservas, frutas, vinos de los mejores,aloja, chaca, cacao con su espuma ysuplicaciones; todo esto servido envajillas de oro y plata; yéndose despuéstodos a sus casas, muy regalados yalegres» y con la perspectiva de lasfiestas de los días siguientes, porquetodavía se representaron nuevas farsas ydijéronse chistes; y nadie se cansaba enaquellas fiestas, tanto que hubo el

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tercero días nuevas corridas de toros yjuegos de cañas, y en estos juegos ledieron «tal cañazo» a Hernán Cortés, enel empeine de un pie, que estuvo cojo ymalo mucho tiempo.

Hubo también carreras de caballos;y corrían los que tomaron parte en ellasdesde la Plaza de Tlaltelolco hasta laPlaza Mayor, dándoles a los vencedorescomo premio, «cierto número de varasde terciopelo y raso para mantillas delos corceles».

Pero las carreras más famosasfueron las que hicieron las mujeres,corriendo desde los portales de la Casade Alonso de Estrada, hasta las CasasReales, obteniendo como recompensa,

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«la que más presto llegó», ciertas joyasde oro.

Y como no todos los lectoresrecordarán el acontecimiento que dioorigen a la celebración de aquellasfiestas, que fueron tan regocijadas aquícomo en España y Francia, daremosbreve idea de cómo se hicieron las talespaces entre Carlos V y Francisco I.

Continuas y porfiadas habían sidolas guerras entre uno y otro, y aunqueambos visitaban al Papa con frecuencia,procuraban no encontrarse, porconsideraciones, etiquetas y respetos.

El Pontífice logró, sin embargo, queajustasen los dos monarcas una treguapor diez años.

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Pasados días, de regreso a EspañaCarlos V, fue invitado por Francisco I auna entrevista en el puerto de Aguas-Muertas, «donde —le decía— seholgaría de verlo».

Acercábase la galera real del César,cuando fue divisada por Francisco I,quien envió a decirle que iba hacia ella;y después de varios cumplidos, sobre«quién» había de ir primero a ver a«quién», a la postre la barca del francésarribó a la galera, y el mismoEmperador le dio la mano para subir abordo.

Al cabo de veinte años desangrientos combates, se abrazaron losdos poderosos enemigos y departieron

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amigablemente cerca de dos horas.Carlos fue invitado a desembarcar;vaciló un poco, pero decidido al fin, sefestejó al Emperador por parte del Rey,de la Reina, del Delfín, de las princesasy de los altos personajes, con lasmayores demostraciones de sinceridad yafecto.

Parecía a todos cosa increíble ymaravillosa que, del extremoaborrecimiento, pasaran los dosmonarcas a la más caballerosa amistad,pero así sucedió; en los días de laentrevista de Aguas-Muertas, «no hubo—dice un historiador— sino muestrasdel más entrañable y cordial cariño».

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Los puentes de lascalles

I

La ciudad colonial conservó oreconstruyó con el tiempo los puentesque en la ciudad indígena, como despuésen la española, servían para el tránsitointerior y la comunicación exterior conlos pueblos de los alrededores.

Los puentes en la ciudad aztecafueron casi todos de madera y muchos

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de ellos continuaron así en los primerostiempos de la dominación hispánica,hasta que se construyeron los de piedrasobre vigas o de bóvedas.

En la época de la conquista muchasfueron las luchas que en ellossostuvieron combatientes españoles eindígenas, principalmente en los queatravesaban las cortaduras de la calzadade Tacuba, que recuerdan la memorablederrota de la Noche Triste.

El buen Bernal Díaz del Castillo,cuando pasados muchos años recordabaen su pintoresca Historia los nombresde cada una de las víctimas de aquellajornada lamentable, siempre decía:«Murió en las puentes».

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Y no sólo en la Noche Triste, sino enotras acciones, los puentes fueron teatrode heroicas y reñidas bregas, como laque sostuvo Diego Valdés en uno deellos para defenderlo y contener así elpaso de los innumerables indiosguerreros que lo acosaban tenazmentedesde las canoas.

Memorable fue también la toma delpuente que conducía a una de las puertasdel Palacio o Casa de Moctecuhzoma,como se le llamaba entonces a esaresidencia real. Recogidos muchosprincipales indios guerreros en dichacasa para hacerse fuertes contra de losespañoles que la sitiaron en su costadosur, «había una acequia, y en ella, de un

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cabo a otro, una viga de anchor depalmo e medio, la cual estaba ardiendoa grandes llamas, y de la otra parteestaba un patio grande, adonde habíamucha gente de guerra para defensa dela casa, y queriendo los españolesacombatilla, llegó allí Juan González deLeón, con una dalla y una rodela, e conánimo determinado se arrojó por ladicha viga ardiendo, y pasó a la otraparte el primero de todos y se metióentre los dichos indios que defendían laentrada, y los desvió de allí buen ratohasta que tuvieron lugar los otrosespañoles que con él estaban, de entrarseguramente, y les tomaron la dichacasa…».[29]

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Tal hazaña y otras de Juan Gonzálezde León, valieron a su hijo, Diego Ordazde León, que en 1558 le concedieran unescudo en que estaba representada «laviga ardiendo» del primitivo puenteincendiado aquel día, y que andados losaños fue reconstruido y subsistió hastael último tercio del siglo XVIII dándoleel nombre de Puente de Palacio a esacalle.

Los puentes de la ciudad colonialdieron nombre a más de cincuentacalles, y a la vez fueron origen de estosnombres los apellidos de vecinosnotables, los colores conque estabanpintados los puentes, los edificiosciviles o religiosos, los gremios de los

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artesanos y otras circunstancias de lascalles contiguas en que estaban situadosaquellos puentes.

Así, por los apellidos se llamaronlos puentes de Amaya, de Garavito, deLeguízamo, de Manzanares, deMonzón, de Roldán y de Solano; porlos edificios de la Alhóndiga, de laAduana Vieja, del Coliseo, del CorreoMayor, de los Gallos y de Palacio; porun título de Castilla se ennobleció elPuente de la Mariscala; un preladoincógnito mitró al Puente del Obispo;los colores blasonaron, como en losescudos nobiliarios, a los puentesBlanco y Colorado; se hicieron famosospor la leyenda, la tradición y la historia,

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el Puente de Alvarado, el Puente delClérigo y el Puente de las Guerras; nopasaron de humildes artesanos el Puentede Curtidores y el de Juan Carbonero;descendieron a la categoría de animaleslos del Cuervo, de los Tecolotes y el delas Vacas; y sirvieron de mercados lospuentes del Blanquillo, de la Leña, delFierro, de Cantaritos, del Marquesote,y el del Zacate.

En cambio las institucionesbenéficas, caritativamente, dieron sunombre a los puentes de Jesús, de SanLázaro, de San Antonio Abad, delEspíritu Santo y de la Misericordia.

Las parroquias bautizaron a lospuentes de Santa María, de Santa Cruz,

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de San Sebastián, de Santa Ana y deSan Pablo; los conventos de monjas yde frailes vivieron en comunidad con lospuentes de Balvanera, del Carmen, deJesús María, de San Francisco, deSanto Domingo, y de la Merced. Uncolegio hizo célebre al Puente de SanPedro y San Pablo. Santos patrones debarrios o de ermitas, canonizaron a lospuentes de San Marcos, San Dimas,Santiaguito y Santo Tomás, y el culto ala Divinidad perduró en el Puente delSantísimo.

En la vieja ciudad de Tenochtitlán,hasta el siglo XVII, subsistió el Puentede Cozotlan, posteriormente llamado dela Leña, y nosotros alcanzamos todavía

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el Puente de Tezontlale y el Puente deTepito.

Sólo el nombre del Puente deChirivitos es enigma que dejamos a losingeniosos etimologistas que, cuando noaciertan, adivinan.

Pero antes de hacer historia de loscanales o acequias que atravesaban lospuentes mencionados y fijar la ubicaciónde ellos en la ciudad colonial,recordaremos la tradición del Puentedel Clérigo y la crónica del Puente delas Guerras, que la leyenda del Puentede Alvarado ya la hemos desvanecido enel volumen anterior de Las Calles deMéxico.

No se sabe qué nombre tendría el

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puente en el siglo XVI, pues sólo cuentala tradición popular que, hacia el primertercio del siglo XVII[30] vivía poraquellos tiempos un hombre de la clasehumilde del pueblo, que era muy celoso,aunque no estaba seguro de lainfidelidad de su mujer; pero como loscelos le tenían de continuo desazonado,resolvió salir de dudas y vengarse si desus averiguaciones resultaba engañado.

Pretextando cierto día ir a ver a unamigo que estaba gravemente enfermo,le dijo a su mujer que lo acompañase,pero que antes pasarían por la parroquiade Santa Catarina, con el fin de llevar unclérigo para que confesara a su amigo,pues la dolencia de éste era mortal y

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tenía necesidad urgente de los auxiliosespirituales.

Todo se verificó a gusto del celoso,y el clérigo, marido y mujer,encamináronse rumbo al puente, queentonces estaba en sitio despoblado,pues no existía la calle que llevódespués el nombre conque se le conoció;apenas una casa solitaria por la parteoriental podía verse en aquel barriotriste y árido.

Bajando el puente, que a la sazón erade bastante altura, detuvo el maridoceloso al clérigo y a su mujer, y sinrodeos ni disculpas les manifestó airadoy amenazante la duda que tenía y lavenganza que pensaba realizar.

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Obligó al clérigo a confesar, comoen efecto lo hizo, a la presunta infiel, yconcluido el acto, con un puñal desnudoy empuñándolo con la diestra mano,quiso obligar al clérigo a que lerevelase lo que en la confesión le habíadicho la mujer, y de no hacerlo así, leaseguró indignado, que lo mataría conaquel agudo puñal.

Vaciló el clérigo entre el deber y lamuerte y entre el temor de no podersalvar a la mujer amenazada y asísalvarse él abandonándola, pues lanoche se venía encima, y en aquel sitiodespoblado nadie acudiría a los gritosde socorro.

Cuenta la tradición popular, que tuvo

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el clérigo un soplo de inspiración divinay comenzó por decir al criminal maridoque a los ministros del altar les estabavedado revelar lo que oían en lasconfesiones; pero que le ocurría unmedio de satisfacer sus deseos sinquebrantar el sigilo a que estabaobligado, y para ello le rogaba lo oyeseen confesión.

Ardía el marido en ansias de saberla verdad y nada objetó al sacerdote.Suplicóle éste se sentase en el antepechodel puente, e hincándose de rodillas elclérigo, en actitud de humilde penitente,cuando el celoso estaba más descuidadoy lleno de ansiedad, tomóleviolentamente de los pies y lo arrojó de

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espaldas a la acequia; y luego, cogiendode la mano a la mujer, huyó a todocorrer rumbo a la ciudad.

Y cuenta la tradición que,divulgando el suceso, el pueblo llamódesde entonces a ese lugar Puente delClérigo.

Sobre la misma acequia deTezontlale en que estuvo el Puente delClérigo, existió también el Puente delas Guerras, cuya historia se remontahasta antes de la venida de losespañoles.

Sabido es el odio que tuvieron losllamados reinos de México y Tlatelolco,que a la postre terminó con la conquistade éste, por aquél; pero los odios no

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concluyeron sino pasados siglos, y losdos barrios, de cuando en cuando, eranteatro de reñidas contiendas a pedradas,principalmente entre los muchachos, eldía de San Juan de cada año, hasta quelas autoridades decretaron penas decárceles y azotes, los cuales dieron fin alos antiguos odios y a los juegos defingidos combates que dieron nombre alPuente de las Guerras.

II

Veamos ahora sobre qué acequias ocanales estuvieron los puentesenumerados, pues como ya no existen en

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la ciudad moderna, es bueno conservarsu recuerdo en este libro consagrado ala historia de las calles de México.

Las acequias que quedaron comorestos de los antiguos canales o acalotesde los indios, fueron muchas, pues lashabía cercando como fosos a lostemplos, a los palacios, a las casas, alos huertos y jardines paralelas a lascalzadas y como límites del recintoamurallado.

Pero las principales acequias quepermanecieron más de dos siglos,sirviendo para el desagüe de la ciudadcolonial, fueron siete, cuyos nombresconque eran conocidas, sus longitudesdiversas, puentes que servían para

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atravesarlas y puntos de origen ytérmino, se consignan en seguida.

Los nombres de las acequias y suslongitudes en 1637 eran:

Acequia Real, con 3,000 varas deextensión,

” de la Merced, con 2,139 varas.” del Carmen, con 1,095 varas.” del Chapitel, con 2,046 varas.” de Tezontlale, con 1,646 varas.” de Santa Ana, con 3,840 varas.” de Mexicaltzingo, con 2,850 varas.

Todas siete tenían su desagüe hacia ellago de Tetzcoco, donde había sietecompuertas que era costumbre abrir por

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las mañanas para efectuar el desagüe dela ciudad, e impedir por las tardes queen ésta metiesen el agua de la laguna losvientos nortes que solían soplar.[31]

El número y nombre de las citadasacequias subsistían hasta 1748, pero noasí su extensión, pues de 16,616 varasque tenían en su totalidad el año de1637, aumentó a 22,363 en la mitad delsiglo XVIII.

Hacia esta época las aguas del lagode Chalco y sus manantiales corrían porlas acequias llamadas Mexicaltzingo; ylas de los ríos de Sanctorum y losMorales, por las conocidas con losnombres de Real de la Merced, delCarmen, del Chapitel, de Tetzontlale y

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de Santa Ana.[32]

La Acequia Real tenía su origenhacia el rumbo S.O. de la ciudad en elcrucero del Calvario; pasaba después deO. a E. por las calles antiguas de laProvidencia, Alconedo, Nuevo México,Rebeldes, hasta la bocacalle delHospital Real; recorría una extensión de1,598 varas, y desde aquí hasta elPuente de la Leña, donde terminaba,1,800, que hacían un total de 3,398varas.[33] La acequia pasaba primero porparte de la extremidad poniente de lacalle de Zuleta, atravesaba por la aceranorte de ésta, una calleja que entonceshabía entre el Colegio de Niñas y elextinto convento de San Francisco, en

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dirección de S. a E.; salía al Callejón deDolores, extremidad oriental de laactual Calle del 16 de Septiembre ycontinuaba de O. a E. por las calles delColiseo Viejo, Refugio, Tlapaleros,frente al Palacio Municipal, Portal delas Flores, costado S. del PalacioNacional, calles de Meleros, y acequia.Los puentes que servían para atravesarlade S. a N. o viceversa, eran de O. a E.los conocidos con los siguientesnombres: Puente del Coliseo, Puente delEspíritu Santo, Puente de la Palma,Puente de los Pregoneros. (Bocacalle dela Monterilla), Puente de losMarquesotes (tal vez bocacalle de laCallejuela), Puente de Palacio, Puente

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del Correo Mayor, Puente de JesúsMaría y Puente de la Leña.[34] En 21 demayo de 1654 se mandó construir de unoa otro lado de esta acequia un pretil devara y media de alto, de cal y canto,desde el Puente de la Merced hasta elColegio de Niñas.[35] Durante los añosde 1753 y 1754, gobernando el virreydon Juan Francisco de Güemes yHorcasitas, primer Conde de RevillaGigedo, se cubrió esta acequia debóveda desde la esquina de la calle delColiseo hasta frente a la Diputación;siendo virrey don Juan Vicente deGüemes Pacheco de Padilla, segundoConde de Revilla Gigedo, por el mes deseptiembre de 1791, se acabó de tapar y

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cegar hasta frente al Colegio de Santos,acera sur de la antigua calle de laAcequia. Más antes, en 1788, bajo elvirreinato de don Manuel Flores, sehabía cegado y cubierto el tramocomprendido desde el Puente delHospital Real, pasando por Zuleta,espalda del convento de San Francisco,Callejón de Dolores, hasta el Coliseo.[36]

Tan principal como la anterior, porsu gran tráfico de canoas y por suextensión, fue la acequia de la Merced,igualmente conocida con el nombre deRegina, que tenía su origen en el puentedel Hospital Real, seguía hacia el O. ySO. para el E., hasta incorporarse en

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uno de sus tramos con la deMexicaltzingo, de que se hablarádespués. La acequia que nos ocupa seinternaba subterráneamente bajo losedificios que sobre ella estabanconstruidos, aunque en algunos puntos sehallaba descubierta, hasta desembocar aespaldas del extinguido convento de laMerced, recorriendo una longitud de2,005 varas.[37] Esta acequia atravesabala manzana N. de la Calle de Zuleta,entre las casas números 6 y 7, el anchode la calle de Ortega y la manzana N. deésta, y continuaba en dirección de losrumbos marcados por las manzanas ycalles esquinas de Mesones, Regina,Puente de Monzón, Puente Quebrado,

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Puente de Balvanera, hasta llegar a laPuerta Falsa de la Merced. Esta acequiase cegó e inutilizó en 1788.[38] Paraatravesarla, en diversas direcciones,además de los puentes mencionados,tuvo los situados en las bocacalles delPuente de la Aduana Vieja, Puente deJesús o de San Dimas y Puente delFierro.

La acequia del Carmen tenía suorigen en la llamada del Salto deAlvarado, que venía del rumbo SO. dela ciudad, seguía hacia el N., dabavuelta hacia el O. en el Puente delZacate, continuando en dirección O. a E.por las calles de la Cerca de SanLorenzo, Estampa de la Misericordia,

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Puerta Falsa de Santo Domingo,Pulquería de Celaya, hasta la compuertadel Carmen, y de aquí a la ex-garita delConsulado, más conocida por barrio deTepito. En su primer tramo medía 1,532varas y en el segundo 2,377, o sean entotal 3,909 varas, desde el Puente deAlvarado hasta la compuerta de SanSebastián, donde desaguaba.[39]

Los puentes que servían paraatravesarla de S. a N., o viceversa,quedaban en las bocacalles del Puentedel Zacate, Puente de la Misericordia,Puente de Amaya, Puente de SantoDomingo y Puente del Carmen. En 1794se tapó el tramo comprendido entre lospuentes del Zacate y del Carmen, parte

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siendo todavía virrey el segundo Condede Revilla Gigedo y parte a principiosdel gobierno del Marqués deBranciforte.[40] En 1886 se cegó el resto.

La acequia conocida con el nombredel Chapitel, tenía principio en el Puentedel Santísimo, seguía hacia el S. por elPuente de Peredo hasta el Salto delAgua, recorriendo en este tramo 2,024varas; y desde aquí 1,493 hacia el E.,por Monserrate, Necatitlán, hasta SanAntonio Abad; así es que su longitudtotal alcanzaba 3,517 varas.[41] Ignorocuándo se cegó esta acequia.

La acequia de Tetzontlale tenía suorigen en el Puente de las Guerras, yseguía de O. a E. hasta la compuerta de

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Chapingo, recorriendo una longitud de1,907 varas. Sus puentes paraatravesarla de S. a N. o viceversa, sellamaban Puente de las Guerras, sindesignación en antiguos planos, Puentedel Clérigo, Puente de Tetzontlale yPuente Blanco.

La acequia llamada de Santa Ana sedividía en dos tramos: el primero, desdesu origen, que era el Puente del HospitalReal, de S. a N., basta el Puente deSantiaguito, medía 2,188 varas; elsegundo desde aquí, y de O. a E., hastala compuerta de Tepito, tenía 1,216varas, los cuales tramos daban unalongitud total de 3,404 varas.[42]

Los puentes que servían para

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atravesarla de E. a O., o viceversa, eranlos del Puente del Hospital Real, Puentede San Francisco, Puente de laMariscala, Puente de los Gallos, Puentede Juan Carbonero, Puente de Villamil yPuente del Zacate, pues en este primertramo seguía la acequia de S. a N., porlas calles de San Juan de Letrán, SantaIsabel, Puente de la Mariscala, Rejas dela Concepción, Puente del Zacate,Calzada de Santa María y calle deMiguel López. Para atravesarla de S. aN., o viceversa, le servían el Puente deSantiaguito, Puente de los Tecolotes,Puente de Santa Ana y Puente deChirivitos; de aquí hasta la compuertade los Cuartos, del citado barrio de

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Tepito, no había puentes. En los años de1792 y 1793 se tapó el tramo de estaacequia, que corría de S. a N., y sederribaron los puentes, entre ellos el dela Mariscala, que estuvo junto a la cajadel agua del acueducto de San Cosme,situado frente a la bocacalle de SanAndrés.[43] El otro tramo, de O. a E.,cegóse en 1882.

La séptima y última acequia fueconocida en la época colonial con elnombre de Mexicaltzingo, y en nuestrosdías con el de canal de la Merced, quese dividía en cuatro tramos, midiendo elprimero desde su origen hasta el Puentede la Leña, 1,072 varas, y 1,323 hasta lacompuerta de San Lázaro, o sean 2,395

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en su longitud total.[44] El punto inicialde esta acequia estaba en el Puente deSanto Tomás, al S. de la ciudad deMéxico, y en su confluencia con el canalde la Viga; seguía hacia el E. por lascalles del Embarcadero, Puente deRoldán y la Alhóndiga, y aquí sedesviaba hacia el NE., prosiguiendo porlas calles del Puente de Solano,Soledad, Escobillería y San Lázaro,hasta desembocar en el lago deTetzcoco. Los puentes de esta acequiapara atravesarla de E. a O. o viceversa,fueron: Puente de Santo Tomás, Puentede San Pablo, Puente de Curtidores,Puente del Blanquillo, Puente Colorado,Puente de Santiaguito, Puente de la

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Merced, Puente de Roldán, Puente de laLeña, Puente de la Alhóndiga, y de S. aN., o viceversa, Puente de Solano,Puente de la Soledad y Puente de laLeña. Esta acequia fue cegada en 1902desde la segunda calle delEmbarcadero, hasta la Escobillería. Lostres ramales que corrían hacia el E.,introduciéndose por los tulares y tierrasde Pacheco, hoy Segunda Calle deAmpudia, medían, respectivamente 960ivaras, 840½ y 297, y tenían tres puentes.[45]

Además de estas siete acequiasprincipales, había otras menores endiversos sitios de la ciudad, y de una deellas queda recuerdo en un plano antiguo

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formado por el P. Alzate,[46] y en losnombres de calles que aún subsisten.Esta acequia corría desde la esquina deSan Pedro y San Pablo, de S. a N.,penetraba desviándose de O. a E. poreste edificio, y seguía por las calles deGirón y del Perro, de E. a N., hastadesembocar en la acequia deTetzontlale, atravesando la del Carmen.Los nombres de los puentes de SanPedro y San Pablo, Puente del Cuervo yPuente de San Sebastián, quedaban hastahace poco tiempo como testimonioperdurable de la existencia de estaacequia.

No es inoportuno mencionar laacequia de Nuestra Señora de

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Guadalupe, comenzada en 23 de marzode 1780 y concluida en 12 deseptiembre de 1781,[47] ni las queformaban la zanja cuadrada, proyectadaen el siglo XVIII, y posteriormentellevada a cabo para evitar loscontrabandos, y que sirvió de defensa ala ciudad cuando se temía fuera invadidapor los insurgentes en tiempo de laguerra de independencia.

De todas las siete acequiasmencionadas, la de Mexicaltzingo y laReal fueron las más concurridas por eltráfico de las canoas, y por ellas elcomercio de los pueblos indígenas delsur era activísimo. ¡Contraste singular!Mientras el canal de la Viga, conectado

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con estas acequias, corría desde lospueblecitos pintorescos de Iztacalco,Chalco y Xochimilco, alegre, gozoso enmedio de hermosos campos sembradosde flores y legumbres, cuajado decanoas y chalupas henchidas demercancías e impulsadas por los remosde los indios, al penetrar a la ciudad porlas citadas acequias todas aquellaspequeñas embarcaciones, tripuladas porsus dueños, que ensordecían con susgritos al pregonar sus efectos, ocultabanlas aguas pesadas, negras y cenagosas,que hacían difícil la navegación yenvenenaban el aire con sus pestilentesmiasmas.

Y sin embargo, por esas aguas

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recibieron nuestros abuelos laslegumbres que se vendían en el Mercadode la Merced, las flores que dieronnombre al Portal situado en la Plaza, ylas frutas que también lo dieron al queexistió en la Calle del Coliseo. Al piede las escalinatas de estos portales, quebajaban a las acequias, nuestros abueloscompraban las rosas aromáticas y lasdulces frutas, productos de los jardinesy chinampas de los pueblecillosmeridionales del valle. Todavía nuestrospadres, en el Puente de Roldán, modelode las calles de tierra y agua de laantigua ciudad indígena, celebraron conlas primeras luces de la aurora elbellísimo paseo del Viernes de Dolores,

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trasladado después al canal de la Viga; ytodavía a mediados del siglo XVIII elvirrey, la virreina, sus pajes y susdamas, se embarcaban en el costado surde Palacio para ir a las representacionesdel Coliseo.

Este tráfico bullicioso y constante;los residuos de los caños de lashabitaciones grandes y pequeñas, quehabía de uno y otro lado de las acequias,entre las que se contaban muchas casasde vecindad; la multitud dedesperdicios, hojas, cáscaras de fruta,etc., procedentes de los tripulantes delas canoas trajineras; las basuras yanimales muertos, perros y gatos, quelos vecinos arrojaban desde los

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balcones y ventanas, contribuían alcontinuo azolve de las acequias, quefuera de las horas en que se veíancubiertas por las canoas, presentaban elaspecto más asqueroso y repugnante y elfoco más propicio de enfermedadesendémicas y de epidemias que reinaronen la Nueva España.

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La vida colonial enlas calles y en las

plazas

El estado de la ciudad colonial fue muydiverso en el curso de las tres centuriasde dominación hispánica, pero engeneral las calles y las plazaspresentaban hasta antes del virreinatodel segundo Conde de Revilla Gigedo,un aspecto asqueroso y poco culto.

Las calles se veían casi siempreencharcadas con aguas sucias ypestilentes, desempedradas, sin aceras obanquetas, casi a obscuras en los siglos

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XVI y XVII, y apenas alumbradas en elsiglo XVIII.

Los vecinos arrojaban desde lasventanas y balcones de los pisos altos, ydesde las puertas de las accesorias delos pisos bajos, basuras, trapos viejos,tiestos rotos, perros y gatos muertos ycuantos desperdicios les estorbaban; nosiendo extraño que en las nochesalgunos vecinos, al transitar por lascalles, recibieran el contenido nadalimpio de vasos reservados.

Las plazas no guardaban mejorescondiciones que las calles. Inclusive laMayor, servían de mercados públicos,de ordeñas de vacas, de chiqueros decerdos y aun de rastros para hacer la

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matanza de los carneros y reses queconsumía diariamente la ciudad. Así,hablando de la Plaza Mayor —dice eldoctor Marroquí—, que «allí se matabany desollaban los animales, sin atender ala molestia que resultaba de lahediondez de la sangre podrida, delcopioso número de moscas que allí seoreaban y de los muchos perros que enpos de los desperdicios acudían almismo sitio».

«Lugar había también destinado paravender los caballos y otro para el tráficode los esclavos… Hacia el lado delEmpedradillo estaba el corral de lostoros, situado de sur a norte, frente alactual Montepío; servía en parte de

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techo o resguardo a este corral, un portalque tenía la ciudad, sin otro destino quepresenciar allí los regidores las fiestasque en la plaza se hacían… Bien prontoconoció el Ayuntamiento el errorcometido en permitir el comercio decerdos en este mercado, y queriendoenmendarle, señaló para él un sitio trasel convento de Santo Domingo, el día 4de enero de 1627. Era ya tarde: lacostumbre y el interés lucharon contraeste acuerdo y le vencieron, siguiéndosea vender los puercos en la Plaza Mayor.La propensión de estos animales a trozarpara formar oquedades en donderevolcarse en su propia suciedad, el malolor que despiden y su número, que

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aumentaba cada día, llegó a hacerloscasi insoportables; al mismo tiempohabía aumentado mucho el número decarneros que se traían al mismomercado, y entre ambos ganadosocupaban no corta extensión de la plaza,que tenían siempre llena deinmundicias».

No menos repugnante es ladescripción que nos dejó en sus«Noticias de México» el librero donFrancisco Sedano sobre el estado de laplaza principal en los dos terciosprimeros del siglo XVIII; por lassombras de petates de los puestos, porlos charcos de agua y lodazales del piso,por el beque público, desde donde

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volaban las moscas para posarse en lasfrutas y en las fritadas al aire libre; ypor la fuente, de aguas siempre turbias,que lo mismo servía de abrevadero a lasbestias que de piscina a la desnuda yharapienta plebe de vendedores ycompradores.

Las ventanas y balcones de las casaseran tendederos al aire libre de ropasrecién lavadas, o de convalecientes queapenas acababan de levantarse de suslechos, después de sufrir enfermedadescontagiosas.

Las tiendas tenían los mostradoresen las mismas puertas, de manera quelos que iban a comprar se detenían enlas calles para proveerse de las

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mercancías, obstruyendo el paso a cadainstante y golpeándose las cabezas conmuestras o letreros colgantes, queentonces no se ponían fijos sobre losmuros, sino pendientes de mástiles, máso menos inclinados. Muchos balconessobresalían de las fachadas, cubiertoscon vidrieras, tejados y celosías; y noera raro que los vidrios rotos o lasmaderas viejas cayeran, descalabrandoa los que atravesaban por las calles.

Las calles, aparte de su malapavimentación, veíanse invadidas porinfinidad de comerciantes ambulantes;pero no pocas eran mansión tranquila decaballos, asnos, mulas, vacas y otrosanimales que comían o rumiaban las

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pasturas que sus dueños les esparcían ala orilla de las banquetas o en medio dela vía.

Abundaban los mendigos: unosciegos, cojos y mancos; otrosarrastrándose o enseñando asquerosasllagas o monstruosas y desnudas piernas;porque en aquella ciudad colonialdotada de hospicios, hospitales, casasde recogimiento y beaterios, la miseriareinaba por todas partes; y la mismaplebe que servía en los amasijos de pan,en los obrajes, en las fábricas de puros ycigarros, y en otros centros industriales,vivía casi desnuda, en la mayor pobreza,no sólo por los cortos salarios quepercibía, sino por sus muchos vicios,

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predominando en ella la embrutecedoraembriaguez y el juego en todas susformas, dando origen muchas veces ariñas callejeras que proporcionabanpresos a las cárceles y cadáveres a loscementerios, pues tales riñas eranfrecuentísimas por la carencia de policíaque había entonces en la ciudad y porfalta de respeto a los alguaciles yalcaldes de Casa y Corte, no obstantesus altas varas y sus enormes golillas.

Al lado de los individuos de laplebe —muchos sin calzones y sóloembozados con mantas, tilmas o simples«ayates»— pasaban por las calles losseveros clérigos con lucientes sotanas ycapas negras; los frailes franciscanos,

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dominicos, mercedarios, carmelitas,dieguinos y betlemitas con sus hábitosde diversos colores, según la religión aque pertenecía cada uno, y consombreros de diversas formas; pasabanlos nobles o los ricos con trajesostentosos, a pie o en coche, a caballo oen silla de manos; pasaban los esclavosnegros, hombres y mujeres, los unos congaloneadas libreas y las otras conchillantes sedas; pasaban también decontinuo procesiones, ya de lascofradías o de los gremios que iban afestejar en una ermita o en una iglesia alsanto patrono de su devoción oindustria, con sendos estandartes,bordados los escudos o las imágenes, e

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izadas en mástiles de madera o de platamaciza; procesiones de penitentes quevestían lobas y capuces, o que desnudosde pechos y espaldas iban azotándosecon fuertes disciplinas, cubiertos desudor, sangrándoles las carnes, fatigadospor el cansancio o la sed; penitentes queexpurgaban así sus pecados o queimpetraban del propio modo lamisericordia divina en las calamidadespúblicas.

Pasaban asimismo con frecuencia,por las calles de la ciudad colonial, losreos que iban a ser ejecutados en lahorca, montados en flacos rocines oescuálidas mulas y azotados por elverdugo públicamente, en virtud de una

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sentencia pronunciada por la Sala delCrimen, por el Tribunal de la Acordadao por la Santa Inquisición, según que eldelito había sido, respectivamente, delorden común, perpetrado en el caminoreal o contra la fe cristiana; pasaban a lavez los pregoneros de bandos o edictoscon sus trompetas; los «convites» paralas peleas de gallos, las corridas detoros, los circos y maromas de barrio,con payasos que iban recitando versos odiciendo chascarrillos; los convites paralos certámenes y vejámenes de la Real yPontificia Universidad; en los cuales elaspirante a una cátedra o el futurobachiller o doctor, caminaba en medio oseguido de alegre turba estudiantil que,

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con los vestidos habituales odisfrazados con máscaras y vestimentasmás o menos ridículas, hacían reír a lospacíficos vecinos que encontraban alpaso, a las recatadas doncellas queasomaban los juveniles rostros por lascelosías de las ventanas, o a las beatasmelindrosas o de caras avinagradas, quesalían de los templos musitando rezos omurmurando del prójimo.

Y entonces también se veían poraquellas plazas y calles mencionadas,muchas costumbres y gentes hoydesaparecidas, como el paso delViático, ante el cual todos searrodillaban y descubrían.

En las plazas, los primeros frailes y

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los clérigos, que predicaban elcristianismo a los indios y que lesrepresentaban ahí, así como en los atriosde los templos, de bulto y muy a lo vivotodos y cada uno de los pasos ymisterios de la Pasión de Nuestro SeñorJesucristo, o los autos sacramentales alo humano y a lo divino en lasfestividades del Corpus; en las plazascelebraba pomposos autos de fe el SantoOficio y después de ellos, por las callestransitaban los penitenciados, durantealgunos meses y aun años, portando lossambenitos de cruces o aspas y lascorazas complementarias; en las plazasy en tablados especiales, se hacían lasjuras solemnes de los monarcas; y en las

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entradas públicas de los virreyes,levantábanse en las bocacalles arcostriunfales, llenos de emblemas yjeroglíficos, de estatuas mitológicas y defiguras simbólicas, con leyendas ysentencias latinas o castellanas y en loasalegóricas compuestas por poetas oanticuarios, como son Juana Inés, oSigüenza y Góngora, se explicabantodos aquellos laberintos, recitando lasloas un niño o dándolas a luz untipógrafo.

La vida colonial hablaba en lascalles y en las plazas por boca de losciegos que declamaban oraciones,pidiendo en verso o en prosa una cortacaridad; por boca de los cocheros y

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carreteros, que prorrumpían en crudasinjurias y en atroces desvergüenzas; porboca de los indios, mestizos, mulatos yde otras castas, que pregonaban susmercancías en variados tonos, cantandoo simplemente enumerando laslegumbres, frutas, dulces y otrasgolosinas.

Y como para imponer silencio a labulliciosa vida diurna, en las nochesdesfilaban los cofrades del «Rosario deÁnimas», que al son del «tilín tilín» desu campanilla, suplicaban se rezara unpadre nuestro y una ave maría por eldescanso eterno de tal o cual difunto.

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Los toques de lascampanas

La vida de la vieja ciudad colonial seregía por los toques de las campanas dela Catedral y de las muchas torres de susiglesias.

Las campanas anunciaban elperezoso amanecer con el toquemelancólico de las «Ave-Marías»;llamaban, nerviosas, a las primerasmisas; después, alegres, a las fiestastitulares, y lánguidas, a las doce, paracomer; hora en que invariablemente sedaba cuerda a los relojes y se sentaban

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todos a la mesa.Solemne era el toque de las tres de

la tarde, dado por la Campana Mayor deCatedral, que repetían con golpesinterpolados todas las campanas de lastorres, altas y erguidas sobre el caseríode la ciudad, recordando la pasión deCristo, en memoria de la cual losdevotos rezaban tres credos, hincadosde rodillas y descubiertas las cabezas,en las calles o en las casas, si ya habíansalido o aun dormían la calurosa siestaconfortada, al despertar, con elespumoso chocolate de la meriendacotidiana.

En los intervalos de tan solemnestoques, se escuchaban las pequeñas

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campanas de los monasterios quereglamentaban la vida de las monjas yde los frailes, así de día como de noche;lo mismo que la de los estudiantes en laReal y Pontificia Universidad y en todaslas escuelas o colegios.

Descubiertas las cabezas y derodillas también, en las vías públicas,en las plazas o en el interior de lashabitaciones, los cristianos habitantesrezaban con mucha unción, al anochecer,la triste salutación del «Angelus»,llamada por el vulgo «las oraciones»,hora en la cual ninguna hembra, joven oanciana, estaba fuera de su casa.

A las ocho de la noche, la mayoríade los vecinos, unos encerrados en sus

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piezas, otros ya recogidos en sus lechosy no pocos en las calles, oían durante uncuarto de hora «la plegaria de lasÁnimas», y en el curso de la novena quepresidía a la conmemoración de losdifuntos, en el día de finados y en suoctava, a continuación de la plegariaseguía «el doble», prolongado casisiempre media hora y a veces más.

Las personas de honestas costumbresque no gustaban de andar en aventurasmujeriles ni en casas de juego, ni enriñas callejeras, se retiraban a sus casasantes del «toque de la queda», que en elsiglo XVI duraba de las nueve a lasnueve y media de la noche, y hasta lasdiez, en los tiempos posteriores.

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Este toque fue antiquísimo, y seregularizó en la ciudad de México amoción que presentaron en Cabildocuatro regidores, para que el toque sediera por los alguaciles o por orden deellos, pues los proponentes se dolían deque la guarda y ronda de la ciudad, en lanoche, no se hacía como era debido, «yque por esta causa andaban muchaspersonas a esa hora con armas, de queresultaban escándalos y robos».Aceptada y promulgada la ordenanzarespectiva, a los que después del «toquede la queda» encontraba «la ronda» enla calle, les recogía las armas si lasportaban y si era gente sospechosa, conarmas o sin ellas, se le conducía a la

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cárcel, con el fin de que justificase porqué transitaba a tales horas,prohibiéndoles también a los mendigosque después de aquel toque de reposopidieran limosna.

A media noche interrumpían eltranquilo silencio de la vieja ciudadvirreinal, las campanitas de losconventos, que congregaban a los frailesy a las monjas para rezar «los maitines»en los coros.

Tristes y dolientes fueron losclamores y los dobles por los muertos, yse abusó tanto, que por la pena quecausaban a los enfermos, a losmoribundos y a las almas afligidas, huboque reducirlos a cuatro toques: uno al

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saberse la muerte de la persona; otro, alsalir de las parroquias los acólitos conla cruz y los ciriales, y los clérigosrevestidos y con sus breviarios, paratraer el cuerpo del difunto; otro, alentrar de regreso a los templos, y elúltimo, al darle aquí sepultura alcadáver, o en el atrio o en elcamposanto.

Las campanas de la Catedralanunciaban las muertes de los reyes o delos virreyes, de los arzobispos o de loscapitulares, con repetidos golpes,pausados y sonoros. Cien tañidos de laCampana Mayor de la Catedral,seguidos por un triple doble de todas lascampanas mayores y menores, eran

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anuncio que secundaban con clamores ydobles los campanarios de lasparroquias, de los conventos, de lasermitas y de los hospitales que había enla ciudad, y que como un ¡ay!prolongado y triste repercutían loscampaniles de los pueblos y aldeascercanos o lejanos; repetido en la mismalúgubre forma nueve días consecutivosdurante media hora, a las doce del día ya las oraciones de la tarde.

Llamábase «toque de vacante» elque avisaba la muerte de los prelados ydignidades eclesiásticas, porque suempleo quedaba «vaco». Según lacategoría así era el número de veces quetañía la Campana Mayor: «sesenta», si

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era el prelado de la iglesia; «cuarenta»,por alguna de las dignidades; «treinta»,por los canónigos; «veinte», por losracioneros; y «diez», por losmediorracioneros; pero solamente a lahora en que morían, en los funerales o enlos entierros.

Por el modo de combinar el toque,se llamaba «de rogativas» el que sedaba a fin de implorar y alcanzarremedio en alguna grave necesidad,especialmente pública, como cuandohabía fuertes granizadas, tremendastempestades de rayos y centellas,sequías angustiosas, epidemiasdesoladoras, guerras sangrientas,terremotos espantosos, o al salir la

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procesión de la «Cruz Verde», lavíspera de los autos de fe.

Pero si había «toques»melancólicos, fúnebres, pausados,solemnes y suplicantes, los había a lavez regocijados y entusiastas, ya fueran«repiques», si los bronces se tocabancon sólo los badajos; ya «a todo vuelo»,cuando se alternaba armoniosamente eltocar de las campanas con el voltear delas esquilas.

Unos y otros pregonabanfestividades o noticias religiosas ociviles: el Año Nuevo, el Corpus, laAscensión, la Trinidad, el día de SanPedro y San Pablo, el de la Virgen deGuadalupe; la salud de los monarcas, de

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los príncipes, de los virreyes, de susconsortes, de sus hijos; las juras, lastomas de posesión, las bodas, losbautizos, la llegada del correo, esto es,de la nave llamada de «Aviso», que erala que conducía la correspondencia delextranjero, tanto para las autoridadescomo para los particulares; y el arribode la famosa «Nao de China» al puertode Acapulco, esperada con tanta ansiapor los ricos comerciantes de aquellaépoca, a quienes los efectos que lesenviaban les producían pingüesganancias y esperada también conalborozo de las señoras y señoritas,pues bien sabían ellas que la célebre«Nao» les traería ricas sedas de la

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China, mantones de Manila, lujosostápalos, calados abanicos de marfil,biombos bordados con figuras de aves yplantas fantásticas, valiosos tibores deporcelana, vajillas expresamentefabricadas para los que tenían títulos deCastilla, con escudos y blasones de susarmas nobiliarias.

Los toques de campanas menosfrecuentes fueron los de «arrebato»,cuando la ciudad recibía una noticiaalarmante o se conmovía por algúnacontecimiento inusitado. Por ejemplo,la toma de los puertos por piratas ocorsarios holandeses, franceses oingleses, que en aquellos tiemposinfestaban los mares por todas partes y

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eran el azote de Acapulco, Veracruz,Campeche y de otros lugares de lascostas; cuando había un terrífico tumultoproducido por un levantamiento popular,como el de 1624 o el de 1692,acompañados de saqueos de casas ytiendas de comercio y de fuego pegadoaun a edificios por todos respetados,como las Casas de Cabildo o el RealPalacio; o para llamar, a fin de queacudiesen a sofocar un voraz incendio,las autoridades, los vecinos y lascomunidades, con sus santos veneradosy reliquias milagrosas.

Entre los toques extraordinarios y nocomunes, hay que recordar lasconsagraciones de las campanas por

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obispos y arzobispos, en las cuales,aparte de ponerles nombres de vírgenes,santos y ángeles, eran saludadas por suscompañeras al bajarse de las torres parafundirlas de nuevo o colocarlas en otrossitios, o al elevarlas por primera vez enlos campanarios.

Así se bajó la campana grande,llamada «Doña María», el 24 de marzode 1654, para llevarla de una torre aotra de la Catedral, y el 29 del mismomes y año, la vieron subir los vecinos,con general clamor de las otrascampanas, «porque no le sucediesedesgracia a la dicha Doña María».

Los toques de las campanas cesabanpor completo, del Jueves Santo al

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Sábado de Gloria, y se tocaban sólo enlos grandes terremotos.

Muchos repiques históricos podríanrecordarse de los tiempos virreinales;pero uno se hizo célebre en el periodode la guerra de insurrección, el del«Lunes Santo», 8 de abril de 1811, alrecibirse la tarde de este día la noticiade la prisión de Hidalgo, Allende ydemás caudillos iniciadores de laIndependencia; repique que llenó degusto a los realistas y que sonó comodoble en los oídos de los insurgentes.

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Las calles del IndioTriste

Las calles que llevaron los nombres de1.ª y 2.ª del Indio Triste (ahora 1.ª delCorreo Mayor y 1.ª del Carmen),recuerdan una antigua tradición que unviejo vecino de dichas calles refería contodos sus puntos y comas, y aseguraba yprotestaba «ser cierta y verdadera»,pues a él se la había contado su buenpadre, y a éste sus abuelos, de quienesse había ido transmitiendo de generaciónen generación, hasta el año de 1840, enque la puso en letras de molde el Conde

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de la Cortina.Contaba aquel buen vecino que, a

raíz de la conquista, el gobierno españolse propuso proteger a los indios nobles,supervivientes de la vieja estirpe azteca;unos habían caído prisioneros en laguerra, y otros que voluntariamente sepresentaron, con el objeto de servir alos castellanos alegando que habían sidovíctimas de la dura tiranía en que lostuviera durante mucho tiempo el llamadoEmperador Moctecuhzoma II oXocoyotzin.

Pero hay que advertir que estaprotección dispensada a esos indiosnobles, no era la protección abnegadaque les habían prodigado los santos

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misioneros, sino el interés de losprimeros gobernadores, de las primerasAudiencias y de los primeros virreyesde la Nueva España, que utilizaban aesos indios como espías para que, en elcaso de que los naturales intentasenlevantarse en contra de los españoles,inmediatamente éstos lo supiesen ysofocaran el fuego de la conjura y asíevitar cualquier levantamiento.

Cuenta, pues, la tradición citada, queen una de las casas de la calle, que hoyse nombra 1.ª del Carmen, quizá la quehace esquina con la calle de Guatemala,antes de Santa Teresa, vivía allá amediados del siglo XVI uno de aquellosindios nobles que, a cambio de su

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espionaje y servilismo, recibía losfavores de sus nuevos amos; y este indioa que alude la tradición, era muyprivado del virrey que entoncesgobernaba la Colonia.

El tal indio poseía casas suntuosasen la ciudad, sementeras en los campos,ganados y aves de corral. Tenía joyasque había heredado de sus antecesores;discos de oro, que semejaban soles olunas, anillos, brazaletes, collares deverdes chalchihuites; bezotes de negraobsidiana; capas y fajas de finísimoalgodón o de riquísimas plumas; caclesde cuero admirablemente adobado o depita tejida con exquisito gusto; esteras opetates de finas palmas, teñidas con

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diversos colores; cómodos icpallis osillones, forrados con pieles de tigres,leopardos o venados. En una palabra,poseía aquel indio todo lo que constituíapara él y los suyos un tesoro de riquezasy obras de arte.

El indio, aunque había recibido lasaguas bautismales y se confesaba,comulgaba, oía misa y sermones contoda devoción y acatamiento, comotodos los de su raza era socarrón ytaimado, y en el interior de su casa, en elaposento más apartado, tenía unsantocalli privado, a modo de oratorioparticular, con imágenes cristianas, pararendir culto a muchos idolillos de oro ypiedra que eran efigies de los dioses que

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más veneraba en su gentilidad.Y así como practicaba piadosos

cultos cristianos a fin de engañar con susfingimientos a los benditos frailes, asítambién engañaba llevando la vidadisipada de un príncipe destronado,sumido sin tasa en la molicie de losplaceres carnales que le prodigaban susmuchas mancebas, o entregado a losvicios de la gula y de la embriaguez,hartándose de manjares picantes eindigestos y ahogándose con sendasjícaras y jarros de pulque fermentadocon yerbas olorosas y estimulantes o confrutas dulces y sabrosas.

El indio aquel acabó porembrutecerse. Volvióse supersticioso, en

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tal extremo, que vivía atormentado porel temor de las iras de sus dioses y porel miedo que le inspiraba el diablo, queveía pintado en los retablos de lasiglesias, a los pies del Príncipe de losArcángeles.

Las golosinas que le indigestaban,las bebidas con que se embriagaba y elabuso de las mujeres que le prodigabanbesos y caricias, lo habían enflaquecidoy aturdido a tal grado, que perdió lamemoria y olvidó el papel que el virreyle había encomendado, esto es, quefuese espía continuo de sus paisanos, ycuando menos se dio cuenta, los suyosestaban tramando una conspiracióntremenda, en la que serían degollados

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todos los castellanos y se habían decomer sus carnes y en la que lesderrumbarían los templos, les quemaríanlas imágenes y al grito de «¡Viva nuestrorey y nuestro señor natural!», que seríaéste alguno de los descendientes de susantiguos príncipes, no había de quedarni sombra de lo que a sangre y fuegohabían implantado Hernán Cortés ytodos los conquistadores que con élvinieron a estas tierras.

El virrey supo a tiempo, por otroespía y traidor, lo de la conjura, yejecutados los rebeldes con todo rigor,resolvió que no se debía de aplicar elmismo castigo al indio descuidado queno le había dado cuenta de la

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conspiración, tal vez porque lo vio flacoy consumido por los vicios y así ordenóque sólo se le secuestraran sus bienes,casas, sementeras, joyas, trajes ymuebles.

El pobre indio, como se dicevulgarmente, se encontró de la noche ala mañana sin hogar ni amparo. Lasmancebas lo abandonaron cuando lovieron sin recursos. No tenía ya con quésatisfacer como antes los apetitos de sudesordenada gula, ni con qué apagar suinsaciable sed de pulque fermentado conyerbas aromosas o almibaradas frutas.Pero a poco, casi desnudo, buboso,hundidos los ojos, enjutas las carnes,que eran ya puros huesos, se mantenía de

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la caridad pública, y solitario,meditabundo, en cuclillas, es decir,sentado como se sentaban los indios,permanecía en la esquina de las callesque limitaban las casas que habían sidosu magnífica morada.

En aquel sitio lo contemplaban, losmás con desprecio, y muy pocos conpiedad y los transeúntes que pasabanpor aquellas calles se burlaban de él atodas horas. Algunos altivos y soberbiosencomenderos, al tropezar con estepobre indio, le escupían y le dabanpuntapiés; pero algunas damas, niños oclérigos, lo socorrían con pan, le dabanagua o almendras de cacao de las quecorrían como moneda en aquella época.

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El indio desventurado, clavado en laesquina de la calle, se pasaba días ynoches enteras inmóvil, sentado a lausanza de los suyos, cruzado de brazos,posados sobre las rodillas, con lamirada vaga; mudo a veces, otrasllorando lastimosamente; pero solo ytriste.

La tristeza le consumía por losrecuerdos de su pasada grandeza. Letorturaba la memoria la añoranza de lasmujeres que le habían fingido amor. Leabrasaba la lengua la sed y sentía aún elansia viva de la gula no satisfecha. Veíapasar ante él gentes indiferentes a sudolor y miseria, o que llenas de caridadlo compadecían, o que entre burlas le

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llamaban el indio triste.Y cuenta la supradicha tradición, que

el indio dejó de comer algunos díashasta dejarse morir de hambre, de sed,de melancolía infinita y de tristezaprofunda; que unos frailes franciscanosrecogieron su cuerpo inanimado deaquella esquina, en donde habían estadolas casas de su morada y que lo llevaronen hombros para darle cristianasepultura en el cementerio de la iglesiade Santiago Tlatelolco.

Y cuenta también la misma tradición,que el virrey, para ejemplar escarmientode sus espías descuidados, ordenó quese labrara en piedra la efigie de aquelindio triste y llorón, que lo representaba

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muy a lo vivo, sentado como élacostumbraba en aquella esquina, conlos brazos cruzados sobre las rodillas,con los ojos llorosos y la lenguasedienta; y que aquella estatua secolocara en las citadas calles; y una vezconcluida cuenta que estuvo muchosaños en aquel sitio, hasta que fue quitadade allí y llevada, primero, a laAcademia de Bellas Artes, donde la vioel año de 1794, el capitán Dupaix, ydespués al Museo Nacional, en donde sepuede ver ahora en el gran salón demonolitos.

Y cuenta, por último, la tradición,que las gentes que conocieron en vida aldesgraciado y sin ventura indígena y

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contemplaron su estatua que perpetuabaen piedra su doliente melancolía,llamaron desde entonces a las dos callesen que vivió Calles del Indio Triste.

La Historia, severa e impía, niega latradición que el viejo vecino aseguraba«ser cierta y verdadera», y que porprimera vez publicó en tipos de molde,el Conde de la Cortina.

Mas lo «cierto y verdarero» es, quela incrédula Historia no se ha puesto deacuerdo en este asunto, pues por boca deuno de sus devotos se dice que enaquellas calles existió el Palacio deAxayácatl, señor de los aztecas, y que

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de allí procedía la estatua del llamado«Indio Triste»; que establecido en eselugar el cuartel de los españoles,durante la conquista, y por la posturaque guardaban las manos de dichaestatua, fue apropiada para colocar entreellas una bandera, como se colocó, enefecto, uno de los guiones castellanos.

Y otros devotos de la escrupulosaHistoria, juzgan con más fundamento queno está completamente probado que enaquel sitio existiera el cuartel de losconquistadores y que la tal estatua erauno de los portaestandartes que seencontraba en el Templo Mayor del diosHuitzilopochtli, como puedecomprobarse examinando las láminas

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jeroglíficas que nos conservó el P. Fr.Diego Durán, en su Historia de lasIndias de la Nueva España.

La escultura, como tantosmonumentos y piedras que pertenecieronal gran Teocalli, fue sin duda a dar enpoder de alguno de los conquistadores ode los primeros pobladores de la ciudadde México, quien como era costumbreentre ellos, la colocaría en la esquina desu casa,[48] donde viéndola el vulgo,comenzó por designarla con el nombrede «Indio Triste» y concluyó por llamartambién a las calles donde estaba con elmismo nombre.

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El descendimiento yentierro de Cristo en

1582

La ciudad de México, cabecera delReino de la Nueva España, en el sigloXVI presentaba un aspecto muy diferenteal de ahora durante el tiempo de laCuaresma y de la Semana Mayor.

Los vecinos, ricos y pobres, noblesy plebeyos, cumplían puntual ydevotamente con todos y cada uno de lospreceptos y mandatos de la Santa MadreIglesia, asistiendo a los templos yayunando desde el Miércoles de Ceniza

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hasta el Sábado Santo, comiendo devigilia los lunes y viernes de cadasemana, y absteniéndose de tomar enestos días no sólo carne, sino toda clasede lacticinios, excepto las personas quecompraban las llamadas «bulas decomposición» y los enfermos que porsus achaques también estabanexceptuados.

Aquellos vecinos, que por sunaturaleza eran de suyo glotones y deestómagos fuertes y envidiables, en estetiempo cuaresmal veíanse con losrostros compungidos por la abstinenciao por el arrepentimiento de sus pecados,por los ayunos y por los azotes ydisciplinas que se propinaban.

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Como entonces no había cantinas,los sedientos iban a refrescar sus secosgaznates en las muchas tabernas quehabía en las calles, y muchos altospersonajes, entre ellos oidores y aun elvirrey y su esposa, recluíanse en losconventos para ayunar a pan y agua.

Desde antes de la Semana Mayor,los sacristanes de los templos, lossacerdotes en los confesonarios y en lospúlpitos, y los «hermanos» en las salasde sus cofradías, no descansaban un soloinstante en adornar y encender losaltares, en oír a los penitentes y predicara los fieles, y en preparar y organizar lasdistintas procesiones que salían de lasiglesias por las calles en cada uno de

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los días santos, y en algunos hasta pormañana, tarde y noche. Desde lasarchicofradías de alta alcurnia, como lade los Caballeros de la Parroquia de laSanta Veracruz, fundada por donFernando Cortés, y la del SantísimoSacramento, establecida por famososconquistadores, como Bernal Díaz delCastillo, hasta las más humildeshermandades fundadas por los gremiosde panaderos, carniceros, zapateros,chapineros, fundidores, talabarteros,sastres, herreros, charamusqueros y deotros individuos que ejercían sus artes ysus oficios en esta ciudad, todas ellas seponían en movimiento, discutiendo en suseno acaloradamente sobre el modo y

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manera como habían de hacerse lasprocesiones; levantaban tablados en elinterior de las iglesias para lasrepresentaciones semiprofanas ysagradas de la Pasión, y en las callespara las «posas», en que hacíandescansos y se predicaban sermones;mandaban confeccionar vestidos paralas esculturas y hábitos para loscofrades; construían varas o astas demadera o de metal, para izar sendosestandartes bordados de seda y oro conlas imágenes de su devoción o de lossantos patronos de sus gremios; pesabanceras, de a libra o de más peso, según lacategoría y los posibles de los quehabían de portar las hachas; y en fin,

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hacían todos los preparativos necesariospara dar mayor lucimiento y emulación alas festividades de aquellos días.

En los conventos los religiosos, enlas parroquias los clérigos,preparábanse para salir en lasprocesiones más solemnes; y en lascasas los seglares hombres, mujeres,ancianos, niños y aun la servidumbre,compuesta en aquel siglo de negrosesclavos, de indios, mulatos y demáscastas, cortaban y cosían los lujosostrajes y las lobas y caperuzas que habíande vestirse en esos días, para asistir alas ceremonias como simplesespectadores o como disciplinantes.

Como no sería posible describir

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todas las solemnes festividadesreligiosas que en el curso de la SemanaSanta se hicieron en el siglo XVI, con lalectura de los capítulos de la «Historiade la Provincia de Santiago de México»,o sea la crónica que de los dominicosescribió el Doctor y Maestro FrayAgustín Dávila Padilla, voy a recordarla tierna y piadosa ceremonia yprocesión que anualmente hacían loscofrades del Descendimiento y Entierrode Cristo.

Tuvo principio en esta NuevaEspaña, tanto la Cofradía como laceremonia, el año de 1582, gobernandoel virrey D. Lorenzo de Mendoza Condede la Coruña.

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En medio de la Capilla Mayor de laIglesia de Santo Domingo, de México,se levantaba un gran tablado de casiveinte pies de largo y doce de ancho,que llegaba hasta las gradas del altarmayor; en este tablado se ponían trescruces que, enclavadas en el suelo,tenían de altura como tres estados. Lascruces representaban el Calvario yestaban rodeadas de algunas piedras yyervas silvestres. En la cruz del centrose veía una devota imagen de Cristo, debulto, de las que hacían de caña en estatierra con mucho primor. Los hombros yrodillas estaban con tal disposición, conunas bolas que tenían bien disimuladas ycubiertas por dentro, que hacían juego

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como goznes, cual si fuesen coyunturasdel cuerpo natural. En las cruces de loslados se hallaban las esculturas de losdos ladrones, Dimas y Gestas, de lamisma factura y artificio que la delcentro. En el resto del tablado podíanverse las otras esculturas, que sesacaban en andas durante la procesión, ya la derecha del Crucificado estaba laVirgen, vestida de negro y con un lienzoen las manos en actitud de llevárselo alrostro para enjugarse las lágrimas; y detal manera dispuesta, que por medio deunas cuerdas que pasaban por debajo delas andas, podía la imagen llevar lasmanos al rostro, inclinar la cabeza ytambién el cuerpo.

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Comenzaba esta devoción el ViernesSanto, poco después de medio día, desuerte que a las dos de la tardeempezaba el sermón, que servía deplática para los que se disciplinaban yde sentimiento para todos.

Proponía el predicador algunasconsideraciones sobre la pasión ymuerte de Cristo, preparando con ellasel acto del descendimiento.

En el momento en que el predicadortrataba de cómo se dio sepultura alSeñor, salían de la sacristía cincosacerdotes y cinco ministros convestiduras sagradas, venían delante dosacólitos, con grandes escaleras quetraían abrazadas y pegadas al pecho,

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simbolizando cuán de corazón hacíanaquella obra; venía otro religioso con unincensario para turibular el cuerposanto; salían después cuatro sacerdotescon albas y estolas para llevar enhombros las andas en que había de ir elcuerpo al sepulcro; los últimos eran elPreste y los ministros, sin capa nidalmática hasta que comenzaba laprocesión.

Estos sacerdotes subían al tabladopor seis gradas y se arrodillaban todos,en espera de que el predicador pidieselicencia a la Reina de los Ángeles paradescender a su hijo.

Dos de los sacerdotes subían por lasescaleras y besaban los escalones,

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haciendo en cada uno una reverencia, ycon los lienzos que llevaban ibanbajando las insignias de la Pasión, laesponja, la corona, los clavos, la lanza,ofreciéndoselas y poniéndoselas en lasmanos separadamente a la Virgen, lacual las llevaba a su boca y a sus ojosafligida y llorosa, hasta que al finbajaban el cuerpo y, puesto en unasábana, se lo presentaban todos losreligiosos a la misma Virgen, quien lorecibía en sus brazos y lo llevaba alrostro con la misma actitud doliente ylacrimosa que las insignias.

Todas estas escenas se desarrollabanen medio del auditorio, que mostrabapena conmovedora, sollozando al

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presenciar todo ello y al escuchar laspalabras piadosas del predicador, quecon su elocuencia despertaba y movíalos ánimos y los sentimientos, aun enaquellos que antes aparentaban ser másduros e indiferentes.

Seguíase inmediatamente laprocesión, precediendo a las insigniasun carro pequeño cubierto de luto, y enel centro una cruz a cuyo pie ibapostrada la muerte, y de cuyos brazoscolgaba un título en latín, que traducidodecía: «¿Muerte, dónde está tuvictoria?» y al reverso: «Muerte, yoseré tu muerte». Acompañaban a estecarro tres individuos enlutados, quetocaban tres trompetas destempladas,

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que al tocarlas de cuando en cuandoimponían por su majestad y sentimiento.

A continuación iban los portadoresdel guión procesional, en medio de otrosdos, que arrastraban por el suelo y erande tafetán negro. Aquí seguían los quellevaban en sus ropas y en las ceras delas manos las insignias de la pasión.

Los treinta dineros, la soga, la túnicadel escarnio, la columna, los azotes, laropa de grana, la caña, la corona deespinas, el paño de la Verónica, la Cruzcon una toalla pendiente de los brazos, ya sus lados la lanza y la esponja; todasestas insignias eran llevadas porcofrades con túnicas negras con falda deluto de tres o cuatro varas de largo, y

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cada uno en compañía de otros doscofrades con sendos cirios blancos enlas manos, encendidos, pero sinhacheros, por requerirlo así el ritual desus hermandades.

Lo seguían dos Reyes de Armas conlas insignias de la pasión bordadas deoro sobre negro en el pecho y espaldade su ropa, y con unas mazas reales alhombro con la propia insignia; luegocuatro sacerdotes, con capas de coronegras, y cetros de plata, y haciendocoro los religiosos, venía en hombros decuatro sacerdotes el cuerpo de CristoNuestro Señor, en unas andas cubiertasde un paño de terciopelo negro bordado,y encima la sábana con que lo bajaron

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de la Cruz; luego el guión con lasinsignias, e inmediatamente la imagen dela Virgen Santísima.

Concluía la procesión con losdisciplinantes, que llevaban en el centrode ellos dos esculturas, una de SanPedro y otra de la Magdalena.

La procesión salía de la iglesia deSanto Domingo, siguiendo las calles deeste nombre, las de la Plaza delMarqués, después llamadas delEmpedradillo, daba vuelta por las queiban al monasterio de San Francisco,donde ya por entonces existían lostalleres de los plateros, cuyos artíficestenían su cofradía que salía a recibir convelas encendidas en las manos al Santo

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Entierro, el cual a la postre de hacerposas en estas calles, en la iglesia deSan Francisco, y en la parroquia de laSanta Veracruz, continuaba hasta llegaral templo de la Concepción, quedandoaquí como sepultado el cuerpo, veladopor las religiosas de este monasterio, yera conducido al de Santo Domingo alos tres días Domingo de Resurrección.

Se verificaron estas ceremonias deldescendimiento por primera vez con talpompa en México, el día 13 de abril,pues según los cálculos de un«Calendario» perpetuo, que tengo a lavista, en esa fecha cayó el Viernes Santode aquel año de 1582; y aquellarepresentación casi teatral y aquel

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fúnebre desfile, deben haberemocionado hondamente a los millaresde espectadores que henchían lostemplos, se apiñaban en las aceras,cerraban las bocacalles, se asomaban alas ventanas y balcones, coronaban lasalturas y gemían, lloraban y gritaban alcontemplar las dolorosas imágenes, deautomáticos movimientos y lospenitentes que sin piedad se azotaban lasespaldas desnudas hasta sangrarse, y aloír los lúgubres sonidos de lasdesafinadas trompetas, los quejidosangustiosos de los disciplinantes, lostristes aullidos de los canes callejeros ylos monótonos y acompasadostraqueteos de las matracas.

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La calle de SantaCatalina de Sena

I

Es cosa curiosa que sólo allá en elremoto siglo XVI tuviera esta calle casasde particulares, pues a fines de lacenturia que acabamos de mencionar, laacera que veía al oriente la ocupaba elconvento de la Encarnación, y la aceraque caía al poniente, el convento deSanta Catalina de Sena, que impuso

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nombre a la rúa.Así pasaron tres centurias. La

Reforma clausuró los dos conventoscitados, pero el de la Encarnación seconsagró a la Escuela Normal deMaestras, el de Santa Catalina de Sena acuarteles, y sólo el templo y una capillaque estaba en la esquina S.O. de esteconvento de monjas dominicas,siguieron abiertos al culto público. Lacalle continuó sin casa alguna, y ennuestros días sucede lo mismo, pues lapropia iglesia, sin la capilla que estabaen la esquina, que es hoy Escuela deJurisprudencia, y el edificio de laSecretaría de Educación, que fue elantiguo convento de la Encarnación, son

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ahora los límites de esta calle.La historia del Convento de Santa

Catalina es poco conocida, y de ella nosdejó algunas interesantes noticias el muyR. P. Fr. Alonso Franco, en la SegundaParte de la Historia de la Provincia deSantiago de México, escrita en 1645.

Refiere, pues, el R. P. Franco, que enlas dos postreras décadas del siglo XVIno pocas personas devotas deseaban conahínco que se fundara en esta ciudad deMéxico un convento de monjasdominicas, bajo la advocación de lacélebre Santa Catalina de Sena, quehabía sido religiosa de la Orden deSanto Domingo.

Entre las más fervientes partidarias

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de la fundación se contaban ciertaspiadosas mujeres llamadas las Felipas,la mayor era Isabel Felipa, quienesofrecieron las casas de su morada parael edificio, sus haciendas para elsustento de las monjas y sus personaspara servirlas.

Desde el año del Señor de 1581, sehabía comenzado a tratar el negocio, yen Capítulo intermedio que celebraronlos frailes dominicos en el pueblo deCuestláhuac, el día 10 de enero del añode 1583, siendo Provincial el PadreMaestro Fr. Andrés Ubilla, se dio aconocer la Bula del Sumo PontíficeGregorio XIII, por la cual concedíalicencia para establecer en la ciudad de

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México un convento de monjasdominicas.

El Capítulo allí celebrado corriótraslado de la Bula, aceptando lo que enella se ordenaba, a la Provincia deSantiago de México, pero pasaron diezaños sin que, por incidentes diversos, sepudiese poner en práctica la deseadafundación, no concediéndoles la suertede llevarla a fin a las buenas Felipas,que tanto habían trabajado en esteintento.

Tocóle a la Provincia de Santiagollevar a debida ejecución la BulaPontificia, cuando era a la sazónProvincial, Fr. Gabriel de San fosé; y alefecto resolvió que del Convento de

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Santa Catalina, de Oaxaca, vinieran aMéxico dos de las más íntegras y gravesreligiosas, que fueron Cristina de laAsunción, gran sierva de Dios, yMariana de San Bernardo, quien a lapostre de haber ejercido Priorato variosaños, una vez que se fundó el deMéxico, volvió a su convento deAntequera por el mes de abril del añode 1612.

Con no pocas contradicciones ytrabajos, que toda obra humana los tieney más si es buena, se realizó lafundación del Convento de SantaCatalina de Sena en esta ciudad deMéxico lográndose así cumplir lospiadosos deseos que habían tenido

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tantas devotas de Sta. Catalina; perotambién es cosa muy común en estemundo que los iniciadores de una ideano la vean consumada, como sucedió alas Felipas, que tanto entusiasmo habíantenido en ello y tanta liberalidad, algrado de ofrecer sus casas, bienes yservicios personales.

Como era costumbre en estos casos,cuando se fundaba un monasterio, sehizo una solemne y lucida procesión,que salió del Convento de SantoDomingo de México, en la cual llevabanlos frailes el precioso Sacramento delAltar.

Las calles por donde pasó laprocesión fueron ricamente adornadas, y

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asimismo las casas en que se habíaconstruido el Convento que, como se hadicho, eran las de Isabel Felipa.

En la procesión iban las dos monjasfundadoras, que habían sido llamadas deOaxaca, en compañía de las que iban aprofesar, y llegadas a la iglesia,celebróse una misa que dijo el P.Provincial Fr. Pedro Guerrero,predicando el sermón el P. Fr. Jerónimode Araujo.

Acabada la misa, recibieron elhábito las religiosas de manos de Fr.Hipólito María de Monte Regali.

Así quedó fundado el convento eldía domingo, 23 de julio del año de1593, en el mismo sitio donde estuvo el

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Hospital de la Misericordia; y allípermanecieron las monjas poco más omenos dos años, con grandesestrecheces e incomodidades, por cuyomotivo, los superiores pensaron setrasladaran a sitio mejor, distante unacuadra del primero, que tampoco fue apropósito, hasta que compraron lascasas de Diego Hurtado de Peñaloza,que eran entonces de las mejores de laciudad, y acomodándolas de manera quesirvieran de oficinas, claustro,dormitorio, sala de labor, iglesia y lodemás que pide la vida monástica,quedó radicado el convento dondeexistió y existe el templo de SantaCatalina.

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Juan Márquez de Orozco, reedificóla iglesia, para cuyo efecto dio grancantidad de dinero, un rico y granderetablo para el altar mayor, una costosalámpara de plata y unas curiosas y ricasandas también de plata, para laprocesión que se hacía al Santísimo.

La primera piedra de la nuevaiglesia se puso el 15 de agosto de 1619,con una fiesta muy solemne. Bendijo elsitio el deán Dr. Juan de Salcedo.

El 7 de marzo de 1623 fue el estrenode dicha iglesia, celebrándose de nuevootra solemne procesión, que salió deCatedral; procesión en que fueron todaslas religiones y clerecía, los doscabildos, el Civil y el Eclesiástico, la

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Real Audiencia, el virrey D. DiegoCarrillo Pimentel, Conde de Priego yMarqués de Gelves y el Arzobispo D.Juan Pérez de la Serna, vestido dePontifical.

La vida monástica de aquellasreligiosas transcurrió tranquila,sobresaliendo entre ellas algunas porsus virtudes y santidad, y celebrandocada año fiestas muy rumbosas alSantísimo Sacramento, con verbenaspopulares que animaban aquella callesolitaria, por no haber tenido desdeentonces, como ya dijimos, ni una solacasa que con sus ventanas o balcones, ysus damas y galanes, alegrara la céntricarúa, donde en el siglo XVI tuvo sus

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cómodas casas el acaudalado señor D.Diego Hurtado de Peñaloza, convecinode otros ricos e ilustres hombres quevivieron en la calle anterior del Reloj,entre los que citaremos a D. Luis deCastilla y más antes, al famoso DoctorPedro López.

II

El primer viernes del mes de marzo decada año, la tristeza y soledad deaquella calle, y aun la de algunas de lascontiguas, desaparecía como porencanto.

Improvisados puestos de frutas, de

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fritangas, de dulces y de otras golosinas,invadían las banquetas de la calle, queera adornada con cortinas y gallardetes,pendientes de los muros de losconventos que la limitaban, conguirnaldas de flores, y cuerdas que, deun muro a otro, columpiaban tápalos decolores, pañuelos de seda o de papel dechina doblados por las puntas.

Contribuía a la animación la multitudque henchía la calle, los cohetes ytoritos que se quemaban desde lavíspera; los acordes de la música deltemplete, que en una de las bocacallesse levantaba, y el tepache, la chicha o elpulque, que se vendía en sendosbarriles; y todavía más, la irrupción

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bullanguera de una turba regocijada ytraviesa de estudiantes, que salíanatropellándose del cercano RealColegio Máximo y más antiguo de SanIldefonso, hoy democrática EscuelaNacional Preparatoria.

La verbena comenzaba en la nocheanterior al primer viernes del mes demarzo, iluminada la calle por losfarolillos de papel o de cristal quecolgaban de puertas, ventanas ybalcones, los vecinos de las callesinmediatas, y por luminarias de ocote,que se colocaban en las azoteas o frentea los puestos de los mercaderes.

Al día siguiente, por la mañana, laconcurrencia de la gente era mayor y

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más heterogénea, pues todas las clasessociales se juntaban en aquel lugar,interrumpiendo el tráfico en la calle ypugnando por penetrar al templo con elfin de postrarse ante la devota ymilagrosa imagen, a la que rezándoletreinta y tres credos y pidiéndole tresgracias, una al fin de cada once credos,concedía por lo menos una de lasgracias.

Por la tarde la animacióncontinuaba; pero era entonces cuandoprincipalmente la invasión de lostraviesos estudiantes profanaba ladevoción de las sencillas y devotasgentes, pues unos gritaban como locos,otros pellizcaban a las timoratas beatas

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y todos, galanes y risueños, chuleabancon floridas palabras a las hermosasseñoritas y jaloneaban, los groseros yatrevidos, a las zalameras gatas queconcurrían a la verbena por la tarde opor la noche.

¿Pero qué imán sagrado atraíaaquella muchedumbre abigarrada ydevota el primer viernes de marzo decada año?

Era una escultura de Jesús Nazareno,inclinada bajo el peso de la Cruz,doliente y hermosa, que de tiempoinmemorial se veneraba en uno de losaltares de la iglesia de Santa Catalina, yque era y es conocida bajo laadvocación de El Señor del Rebozo,

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dando origen a esta designación unainocente leyenda que, con variantesdiversas, nos ha transmitido la tradiciónpopular y se ha conservado en losversos del presbítero D. José Rioverdey de D. Juan de Dios Peza.

Confirmación de la popular leyendaes el relato que hizo a nuestro amigo, elinspirado vate D. José de J. Núñez yDomínguez, una de las últimas priorasdel extinto convento, asegurándole ellalo propio que un licenciado Mayora,«inteligente sacerdote próximo aldoctorado», que al saberse en la ciudadel prodigio que había obrado CristoNuestro Señor con la monja de laleyenda, la curia tomó cartas en el

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asunto; y oidores y escribanos,acompañados de alguaciles y corchetes,se trasladaron al lugar del suceso ylevantando un acta en que constaba elportento, enviaron el rebozo que habíaaparecido en hombros y cabeza de JesúsNazareno, «al Rey Nuestro Señor, deEspaña e Indias».

Nuestro citado amigo Núñez yDomínguez, en su muy eruditamonografía histórica intitulada ElRebozo, editada el año de 1914 en latipografía de Revista de Revistas,resume en galana prosa la versión máshermosa de la leyenda, que en inspiradapoesía consignó Juan de Dios Peza,aunque adulterándola con su fantasía e

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imaginación.«Según esa leyenda —dice Núñez y

Domínguez— hace muchísimos años,tantos que no hay meollo que guarde lafecha exacta, hubo en el convento deSanta Catalina una monja tan humilde,tan fervorosa, tan entregada a lostransportes místicos, que gozaba fama.Unía a esas prendas la de su rarabeldad. Su semblante habría cautivadolos ojos mundanos, de haber vivido enel siglo,

»con la tez fina y brillantecual pétalo de azucena.

»Los garfios de los cilicios signaban sus

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carnes con rúbricas de púrpura; lapenitencia pintaba sus pómulos con elzafiro de las ojeras. Cuando la nochecolgaba sus draperías en los ventanales,la monja entraba a la iglesia y caía dehinojos frente al Nazarenoensangrentado. Siempre le llevabamanojos opulentos de rosas, haces enque los pétalos se mustiaban, y encendíaen su honor ceras benditas que nunca seextinguían. En la paz del recinto, lamonja alzaba sus querellas y renovabasus juramentos de amor.

»Aquel altar seducía por la nitidezde sus manteles, el brillo de los rútiloscandelabros y el cuidado que todo élatestiguaba.

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»Las discretas pláticas entre Jesús ysu esposa permanecían ignoradas, ydurante 30 años noche a noche, sesucedieron las mismas escenas.Agobiada por sus sacrificios, débil lacarne ya para resistir más pruebas,aquella flor de martirio cayó enferma,con una dolencia que le impedía pararsedel lecho.

»Grande fue la angustia al ver queno podría, como lo acostumbraba, ir a laiglesia a llenar su místico cometido.Inquieta, febril, desesperada, clamó alfin, en una quejosa invocación:

»Señor: si pudiera verte,¡qué feliz entonces fuera!

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quiero mirarte un momento,mirarte ¡y quedarme muerta!

»No acababa de pronunciar talespalabras, cuando de pronto, la celda enque yacía se inundó de una claridadsobrenatural. Se abrió el muro y Jesús—el Jesús que adornaba el templo—avanzó hasta la pieza. Como si manaramiel de sus labios, el hijo de Dios ledijo que la había ido a acompañar en susoledad y su pena. Que no pasaracongojas, pues de allí en adelante lasflores tendrían una lozanía perenne, y lasceras erigirían in aeternum losluminosos triángulos de sus flamas.

»Afuera llovía tenazmente. Un

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chubasco deshecho envolvía con sustrémulos cendales de cristal a la ciudaddormida. Jesús se levantó.

»Vio la monja que la imageniba a salir de la celda,y como era noche horriblede atronadora tormenta,

»—Señor, no salgas —le dijo,con voz lacrimosa y tierna.¿Cómo ha de mojar la lluviatu sacrosanta cabeza?

»Nada tengo que ofrecerte,mira cuán pobre es tu sierva;pero toma este rebozo

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de mi santo amor en prenda,

»y que te envuelva y te cubramientras bajas a la iglesia.

»Experimentando un alivio repentino, lamonja saltó ágilmente del lecho yenvolvió la cabeza de Jesús en unrebozo.

»Cuando las otras reclusas, llamadaspor el tintineo del alba se encaminaban amisa y penetraron a la celda de lamonja, que estaba “en olor de santidad”,la encontraron muerta. Su cuerpoemanaba efluvio de rosas del jardín delos cielos y de él se desprendía unresplandor sobrehumano, algo así como

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el halo que nimba las cabezas seráficasde las beatas.

»Extáticas las novicias, azoradas lasprofesas y superioras, lo estuvieron máscuando, por boca del sacristán, supieronque, dentro de su nicho, el Nazarenomostraba sobre sus hombros el rebozode la hermana muerta. Se llamó alcapellán y a varios doctores y clérigosde renombre, se extendió rápidamente lanoticia del portento, y todos, en efecto,vieron

»al Nazareno mostrandodel raro prodigio en prenda,sobre su cuerpo el rebozoque usaba la monja aquella.

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»Desde entonces la imagen es veneradabajo la advocación conocida y escostumbre que

»si ante el Señor del Rebozotreinta y tres credos se rezan,de tres gracias que le pidenuna gracia nunca niega…».

El P. José Simeón Rioverde consignaotra versión de la leyenda en elopusculito: Tradición piadosa enalabanza del Señor del Rebozo,impreso en México el año de 1882, porAguilar y Ortiz.

Puesta en prosa, dice así:«Una noche se presentó en el

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Convento de Santa Catalina de Senacierto anciano mendigo, y de una de lasmonjas fue huésped, aunque por brevesmomentos. El viejo pidió a la religiosaabrigo y sustento, no obstante que lahora era ya avanzada y podíacomprometerla si alguien los encontrabajuntos.

»Fuera del convento, relampagueabay tronaba el cielo. La lluvia copiosacaía recia y tenaz, y el pobre ancianomanifestó que tenía por fuerza queausentarse; pero la buena y caritativamonja le detuvo, manifestándole a suvez, que no era prudente irse mientras nose calmara el aguacero. Indeciso elmendigo dudó entre quedarse o salir; se

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decidió por esto último y, entonces, laingenua monja cubrió al harapientoanciano con su rebozo; quedandoafligida, empero, de que mal lo cubríaaquella prenda de ropa y no lo libertaríade mojarse en medio de aquelladeshecha tormenta.

»Avanzaba la noche. El silencioimperaba en todo el monasterio. Lasaguas furibundas seguían cayendo,azotando las techumbres, chorreando porlas canales y corriendo e inundando lascalles y plazas.

»Sola y tímida la monja, velaba enla soledad de su celda. Meditaba cómopudo entrar aquel mendigo y cómo pudosalir sin que nadie lo advirtiera: y se

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reprochaba a sí misma su candor y sudescuido en haber dado hospedaje alviejo aunque fuere por breves instantes,no obstante que lo había hecho sólo porcaridad. Nuevas dudas y temores laasaltaron al pensar que la Superiorapodría haber impedido la salida delmendigo, o que si todo lo que acontecíapodría ser un lazo que le había tendidoel demonio para hacerla caer en pecadomortal…

»Ante Dios crucificadola monja se echó de hinojosy eran un raudal sus ojospor temor de haber pecado.

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»Fue para ella aquella noche una de lasmás largas y dolorosas de su vida, yhasta que amaneció estuvo de rodillas encontinua oración y sollozando.

»Al día siguiente, las monjasasombradas descubrieron que el JesúsNazareno que con la cruz a cuestas seveneraba en su iglesia, llevaba puesto elrebozo conque la monja había cubiertoal infeliz pordiosero».

Ésta es la versión conservada por elP. Rioverde, algo diferente a la que Juande Dios Peza embelleció con suinspiración y fantasía.

La R. M. Priora que habló con miamigo Núñez y Domínguez, le contócómo era la leyenda que corría en el

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convento, diciéndole que «JesúsNazareno acostumbraba visitar a variasde sus esposas, con predilección a unahermana que estaba en la Encarnación yaquella de Santa Catalina. A veces elHijo de Dios gustaba llegarse hasta elmelancólico huertecillo del convento,bien aliñado por las manos inviolablesde sus monjas y, sentado bajo un olivoque en el patio se erguía, placíase enconversar con algunas de laspredilectas, en tanto que triscaban entrelos aceitunos algunas novicias mozas.Cuando enfermó la hermana de SantaCatalina, que era tenida porvirtuosísima, el Nazareno fue a visitarla,y como cuando se marchaba caían

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gruesas gotas de lluvia, la doliente leenredó su rebozo, que a otro díaapareció sobre los hombros de laimagen guardada en el nicho de laiglesia».

Todas estas variantes de la piadosaleyenda, más o menos adulteradas porlos poetas o por la gente popular, quegusta añadir o alterar el fondo de lasconsejas, tiene todavía una modificaciónnueva, que dejó consignada en un folletoimpreso en el Norte de América, elcélebre D. José Antonio Rojas, cuandoprocesado por el Santo Oficio, aprincipios de la centuria pasada, logrófugarse de las cárceles inquisitoriales.

En este folleto, hoy rarísimo y del

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cual existe un ejemplar en el ArchivoGeneral de la Nación (Inquisición, tomo1357), D. José Antonio Rojas se mofa,como buen volteriano, de variasleyendas que se referían como ciertas enesta ciudad de México, y encarándosecon las personas crédulas, les dice:«Ustedes conservan en Santa Catalina deSena un Jesús de talla, que iba por lasnoches a visitar una niña a la Enseñanza,y guardan el paño del rebozo que lainocente le tapaba para que no le diereel sereno».

A nuestro juicio, esta es la versiónmás genuina y antigua de las que seconocen. Corría por la ciudad en losprimeros años del siglo inmediato al de

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la centuria en que nació la leyenda, puesel convento a que alude Rojas se fundó amediados del siglo XVIII. Además, esmás conforme con los usos de la época.Las niñas que servían a las monjasusaban rebozo, mientras que las monjasno. Lo que contó la R. Priora a nuestroquerido poeta Núñez y Domínguez, deque el rebozo se había enviado al Reyde España, es inexacto. Mi inolvidableamigo, el Sr. D. José María Agreda ySánchez, maestro insigne en todo lo quea la historia de esta metrópoli se refiere,me contaba que cada año se le ponía alJesús Nazareno, el día de la fiestatitular, el legendario rebozo, y que pocoa poco fue desapareciendo esta

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costumbre. Si el paño se hubieraenviado «Al Rey Nuestro Señor», cosaque tenía que haber acontecido en laépoca virreynal, el rebozo no lo habríavisto colocar en la escultura el Sr.Agreda, en plena época de Méxicoindependiente, que fue cuando él vivió.En cuanto a el Acta, que se levantó delprodigio, es otra conseja, pues si sehubiese levantado, se habría conservadoen el Archivo de la Mitra, y no en elArchivo General de la Nación, comocontaban en el convento.

III

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Pero dejemos la leyenda que corre deboca en boca, corregida o enmendadapor la tradición y la poesía, que comotoda leyenda es sabrosa y amena, ypongamos fin a la historia del Conventode Santa Catalina de Sena, que dionombre a una de las calles más viejas denuestro México; calle que hoy esapodada con el pomposo mote deRepública Argentina.

Cuando la ilustre Corregidora deQuerétaro fue traída a México, como essabido, estuvo encarcelada en elconvento de Santa Teresa; pero puestaen libertad algunos meses después porhaberse enfermado, fue de nuevorecluida en el convento de Santa

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Catalina de Sena, donde permaneció tresaños. Las monjas le tomaron tal aficióny cariño, que cuando murió doña JosefaOrtiz de Domínguez, solicitaron quefuera sepultada, como lo fue, al pie delaltar de la Virgen de los Dolores, encuyo sitio permanecieron muchos añossus restos hasta que, en nuestros días,los exhumó uno de sus descendientespara trasladarlos a Querétaro.

En este mismo convento de SantaCatalina de Sena vivió muchos años unahija del caudillo de la Independencia, D.Ignacio Allende, desde 1836 hastadespués de 1862, año en que la JuntaPatriótica trató de premiarla, lo que diomargen a que ella escribiera una carta

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que dice así:«Excmo. Señor General don Ignacio

de Basadre —Convento de SantaCatalina de Sena, México, septiembre 2de 1862—. Muy señor mío: He sabidoque la Junta Patriótica del presente añoha nombrado a usted, en unión de otrosseñores generales, con el fin de querepartan el próximo día 16, memorablede nuestra Independencia, algunascantidades entre las familias de losindependientes.

»Soy hija legítima y única de donIgnacio Allende, y por esta razóndisfruto una pensión de montepío quejamás he recibido, sino sólo encantidades sumamente pequeñas. Las

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atenciones del erario no habránpermitido hacer más, y no es mi ánimoel de quejarme de esto, pero, señorgeneral, mi situación es bien crítica;apenas puedo reunir cada mes la cortapensión que pago en este convento;¿podré esperar que se me auxilie conalguna cosa que alivie mi situación en eldía memorable de mi padre?

»En usted confío, señor, porque hadado usted prueba de ser buenmexicano; porque fue uno de los queluchó en la Independencia, y por ser hoyuno de los individuos que componen laJunta Patriótica.

»No creo que sea necesario dirigirsolicitud alguna, pues usted se dignará

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representarme para todo.»Sírvase usted, señor general,

admitir los testimonios de mi más altaconsideración, y contarme entre elnúmero de sus servidoras.—B. L. M. deVd.—Juana María Allende».

Esta carta y otros documentosaparecieron en El Siglo XIX el día 24 deoctubre de 1862, y todo ello loreprodujo últimamente LeopoldoArchivero, nuestro apreciable amigo, enel diario El Universal.

Al morir Juana María Allende, fuesepultada en el panteón bajo delTepeyac, y en el archivo de la parroquiaexiste su partida de defunción, pero noconsta en ella el nombre de la madre.

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En el año de 1861 fueronexceptuadas de la exclaustración lasmonjas de Santa Catalina de Sena peroel día 1.º de marzo de 1863, se llevóésta a cabo; mas el 8 de junio volvierona su convento, donde estuvieron durantela Intervención y el Imperio, hasta quefueron definitivamente exclaustradas altriunfo de la República en 1867.

El templo, como ya dijimos alprincipio de este capítulo, por decretode 24 de octubre de 1861, ratificado porlos de 3 y 25 de marzo de 1863,continuó abierto al culto. En la épocadel General Díaz se le segregó la torrecaracterística del siglo XVII, en cuyocubo estuvo la Capilla más pequeña que

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ha existido en la ciudad. En el sitio queocupó dicha capilla y la torre y uno delos cuarteles, se levantó el pesado y feoedificio de la Escuela Nacional deJurisprudencia.

El 21 de abril de 1863, el conventose entregó al Cuerpo Médico Militarpara Hospital de sangre, y por orden de14 de noviembre de 1867, una parte sedestinó a cuartel, haciéndose lasreparaciones necesarias. «Días antes —dice Hernández y Dávalos en undocumento anexo al Informe presentadoal Congreso por el Secretario deHacienda en 1874— estuvo ocupadaaquella parte por varias familias», yquedó señalado un local para celebrar

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consejos de guerra y jurados militares.Posteriormente todo fue consagrado ados cuarteles.

Lo referido es la historia del temploy del convento, por sus lados que caíana la calle de Santa Catalina y a SanIldefonso. Del lado de la calle de laCerbatana, hoy de Venezuela, estuvo lahuerta y otras dependencias delconvento, que divididas en lotes fueronadjudicadas a particulares, dondeconstruyeron casas de habitación.

Por último, en el gobierno delpresidente D. Venustiano Carranza, fueclausurada la iglesia, pero debido a lasgestiones de una virtuosa dama muydevota de la orden dominica, volvióse a

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abrir al culto, quedando su iglesia comoúnico recuerdo de aquel convento quedio nombre a la triste y solitaria calle,que sólo se alegraba con las verbenaspopulares celebradas desde antaño.[49]

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La indumentariacolonial

Pintoresca y abigarrada por sudiversidad de trajes era la multitud degente que transitaba por las calles de laMuy Noble y Muy Leal Ciudad deMéxico, Capital y asiento del virreinatode la Nueva España.

La miseria y la opulencia,descubriendo la una su desnudez entrelos harapos de trajes usados o haciendoostentación la otra en la riqueza y lujode sus vestidos.

En el siglo XVI los indios vencidos

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ofrecían por las calles el curiosoespectáculo de ir, unos, vestidos con suantigua indumentaria, sin sombreros, yotros, ya con los trajes españoles que sehabían mandado hacer los ricoscaciques y las indias nobles. Al lado deellos, los conquistadores pobres con suscapas y vestimentas raídas, y losconquistadores poderosos y losafortunados encomenderos con ropas deterciopelo, cadenas y hebillas de plata uoro o con armaduras de repujado aceroen los días de gala o de alardes yrevistas.

Todavía entonces los obisposvestían humildes hábitos de frailes,calzaban sandalias y caminaban a pie o

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en mulas. Los frailes presentabantambién modestia en sus hábitos, perodaban nota de variados matices por elcolor, en las calles y en las plazas,según la Orden a que pertenecían.

En los siglos XVII y XVIII, la miseriay desnudez de criollos arruinados y deindios y castas envilecidas por laesclavitud o por los vicios, arrastrabansus hilachas por las calles y dejaban versus carnes sucias y morenas. En cambio,altivas pasaban junto de ellos las negrasesclavas, deslumbrando por sus sedas yjoyas; y por en medio de las rúasrodaban las carrozas ostentosas,llevando dentro, con diversos atavíos yropas, damas encopetadas, canónigos

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estirados, oidores desdeñosos, virreyesvenerados o tiranos, y obispos yarzobispos, ya por estos tiempos, aunqueno todos, de capas y mitrasdeslumbrantes por sus valiososbordados de oro y pedrería.

I

La historia de la indumentaria colonial,es asunto variadísimo y pintoresco, quepodría formar un libro de amena lecturay de ilustración profusa.

Los reyes de España, para susdominios peninsulares y de ultramar,expidieron Cédulas, Reales

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Provisionales y Pragmáticas que fijabanlos trajes y joyas que habían de portarsus vasallos, a fin de refrenar el lujo quedesplegaban y el derroche que hacíanéstos cuando abundaban las riquezas ysobraba la vanidad.

No poca es la documentación escritay pictórica que, relativamente a estamateria, tenemos en obras impresas, enmanuscritos, en colecciones de cuadrosy de láminas que se conservan en losmuseos.

Los trajes de los conquistadores, lospodemos ver y estudiar en el famoso«Lienzo de Tlaxcala», en el que losindios aliados pintaron con muchaexactitud y colores los vestidos,

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sombreros, armaduras y arneses de loshombres, mujeres y caballos de loscastellanos, con una minuciosidad queadmira por la observación conquereprodujeron lo que ante sus ojos tenían.

Para no citar lo que permanece aúninédito, mencionaremos el precioso«Códice Kingsborough», o sea elmemorial de los indios de Tepetlaztoc,publicado en Madrid, por el Sr.Francisco del Paso y Troncoso, quereproduce admirablemente algunos delos trajes usados, hacia la primera mitaddel siglo XVI, por los oficiales reales ysus sirvientes, así como muchas de lasjoyas indígenas que tan artísticamentelabraban los conquistados.

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De esta primera mitad del siglomencionado y de años inmediatos,debemos recordar el valioso «Códice deOsuna», o sea la Pintura delGobernador, Alcaldes y Regidores,publicado también en Madrid, en 1871,anónimo y en edición de cien ejemplaresnumerados, que contiene los trajes delos Oidores y de sus esposas; y elcurioso «Códice Sierra», o sea elfragmento de una pintura de gastos delpueblo de Santa Catarina Texupan(Mixteca baja, Edo. de Oaxaca),publicado aquí en México el año de1906 por el Dr. D. Nicolás León, en elque pueden verse trajes seglares yreligiosos usados en esa región durante

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los años de 1550 y 1554.El interesante y hasta ahora no bien

estudiado Plano de la Ciudad y Valle deMéxico de mediados del siglo XVI, queformó el célebre cosmógrafo Alonso deSanta Cruz, proporciona materia para elestudio de los trajes de los primerospobladores hispanos de aquella centuria.

En todos estos Códices puedenexaminarse en detalles los vestidos quetodavía perduraban de los que habíanusado los indios en su gentilidad, y quepoco a poco fueron desapareciendo, porla costumbre y aun por haberlosprohibido algunas leyes, pues no sólo alos indios sino a sus descendientes ycastas alcanzaron estas prohibiciones

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como consta por la Ordenanza de 31 dejulio de 1582, en la que se prevenía«que ninguna mestiza, mulata o negraande vestida en hábito de india, sino deespañola, so pena de ser presa, y que sele den cien azotes públicamente por lascalles, y pague de pena cuatro reales alalguacil que la aprehendiere; y que estono se entienda con las mestizas, mulatasy negras que fueren casadas con indios».(Montemayor y Beleña, Recopilaciónsumaria de todos los autos acordados dela Real Audiencia y Sala del crimen deesta Nueva España, etc., México, 1778,tomo primero, pág. 11).

No obstante la excepción hecha en laOrdenanza de 1582 el traje español

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predominó en negros, indios, mulatos,mestizos y sus castas hasta el siglo XVIII,como puede verse en un antiguo lienzo yen una serie de pinturas que representanestos tipos, publicada esta última en los«Anales del Museo Nacional deMéxico», y en otras colecciones decuadritos, en tela o en lámina, queconservan en su poder particulares ymuseos, tanto en México como en elextranjero, y que era muy frecuentepintar en los tiempos coloniales.

La indumentaria mexicana, desde laépoca de la conquista hasta laconsumación de la independencia yretratos de conquistadores, oidores,virreyes, gobernadores, empleados del

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virreinato, misioneros, frailes, obispos,doctores de la Universidad, colegiales,etc., se hallan representados con suspropios trajes de civiles y religiosos, yse pueden ver en muchos cuadros.

Esta documentación se completa conla hermosa galería de retratos de losvirreyes de la Nueva España, que seexhibe en nuestro Museo Nacional y lacolección del Ayuntamiento, que enalgunos retratos supera a la del Museo;con otras dos colecciones de retratos delos arzobispos de México, que seguardan respectivamente en las salasCapitular y de juntas de la Archicofradíadel Santísimo de la Catedral; con lascromolitografías publicadas en el tomo

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segundo de México a Través de losSiglos, que reproducen conminuciosidad y color los hábitosreligiosos de los frailes y monjas de laépoca colonial y con un cuadro degrandes dimensiones, que fue propiedaddel rico coleccionista guanajuatense D.Ramón Alcázar, y que es unacuriosísima reproducción de la granplaza de la ciudad de México, en la quefiguran toda clase de tipos del sigloXVIII con sus trajes propios.

La colección de virreyes, aunque demedio cuerpo, permite reconstruir todossus trajes, escudos, condecoraciones,peinados y sombreros. Los quegobernaron durante los siglos XVI y XVII,

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llevan los sencillos vestidos usados porellos a la moda de las Cortes de la Casade Austria, compuesto en su mayoría dejubones, calzas, gregüescos, calzóncorto, medias, zapatillas, capas yferreruelos, ostentando en sus pechos lascruces de Santiago. Los que gobernaronen el curso del siglo XVIII, visten a lamoda francesa, introducida en Españapor la Casa de Borbón, consistente engrandes casacas y chupas muy bordadas,y medias y calzón corto y chinelas conhebillas. En fin, los que gobernarondespués de la invasión napoleónica,llevan los trajes de capitanes generales.

En tocados, cuellos y peinados, lagalería nos ofrece variados modelos.

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Hernán Cortés está revestido dearmadura a lo Carlos V. D. Antonio deMendoza y D. Luis de Velasco, elprimero, cubren sus cabezas con boinaso gorras de la época, están barbados, ycon cuellos encarrujados. D. Gastón dePeralta, lleva fieltro de alta copa, y D.Martín Enríquez una especie de boneteeclesiástico. Es raro el sombrero de D.Lorenzo Suárez de Mendoza, único en sugénero y que marca la transición entre elsombrero de copa y las antiguas boinas,y en su cuello ya aparece la gorguera,aunque de moderadas dimensiones.Desde el caballeroso D. Luis deVelasco, el segundo, hasta el ceñudoMarqués de Gelves, todos portan altos

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sombreros de copa encarrujada y contoquillas y gorgueras almidonadas, quellegan a alcanzar desmesuradasdimensiones en el Marqués de MontesClaros. Los marqueses de Cerralvo y deCadereyta inician los fieltros de copamoderada y de anchas alas con toquillasy hebillas de metal a la siniestra, einician también los cuellos lisos anchos.Desde el Duque de Escalona hasta elDuque de Alburquerque, llevancabelleras largas, unos lacias, otrosligeramente rizadas, y el Conde deGelves gran peluca, como precursora delas que se habían de usar pocos añosdespués. Casi todos estos gobernantesde las grandes cabelleras, se ven

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afeitados, uno u otro, con bozos obigotes y perillas, que recuerdan aQuevedo, y visten trajes más o menoslujosos de las épocas de los Felipes ode Carlos el Hechizado.

El Duque de Linares, el Marqués deValero y el de Casa Fuerte, llevangrandes pelucones a la Luis XIV y LuisXV, pero desde el Duque de laConquista comienzan las pelucas ypeluquines, los bucles y las coletas yaun los peinados con el cabello natural,y los trajes cuajados de bordados ycondecoraciones, y con grandes bandas,hasta ser verdaderamente ostentosa porsus bordaduras la casaca de D. MiguelJosé de Azanza. Iturrigaray y los que le

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sucedieron portan uniformes militares ysólo el virrey Venegas lleva peinado de«furia».

Las dos colecciones de arzobisposde la Catedral se distinguen porreproducir los hábitos y trajes talares decada uno de los prelados,principalmente la de la Sala de laArchicofradía del Santísimo, pues enella, aparte de ser de cuerpo entero, lasfiguras son de gran mérito artístico, porlos pinceles que las pintaron y por lavida que las anima, entre otras la delseráfico Zumárraga, la del dominicoGarcía Guerra, la del agustino Payo deRivera y la del escuálido y cadavéricobenedictino Lanciego y Eguilaz.

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Las cromolitografías de México aTravés de los Siglos, ejecutadas por elmodesto artista catalán R. Cantó, sonuna fiel copia de los hábitos religiososque mandó hacer exprofeso el general D.Vicente Riva Palacio para que, vestidoscon ellos varios individuos y agrupadosconvenientemente, les tomase del naturalel mencionado artista.

En la primera cromolitografíafiguran un benedictino, con su hábitonegro; un cosmita o descalzo viejo, consu hábito blanco y cerquillo; uncongregante de San Vicente de Paúl, denegro, con sombrero acanalado; unfernandino (Propaganda fide) de caféoscuro con cerquillo; un juanino, con

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hábito semejante; un lego franciscano,de azul con sombrero redondo, alforja alhombro y una alcancía en la mano; unhermano de la caridad, después hipólito,de gris con cerquillo; un dieguino decafé con cerquillo; un agustino de negrocon cerquillo; un franciscano de azul concerquillo (debiendo advertirse queprimitivamente los frailes de esta Ordenusaban hábitos pardos, pero habiéndoseacabado, tuvieron que rehacerlos yteñirlos de azul y continuar aquí en laNueva España vistiéndose de ese color);un dominico, de blanco y capa negra ycerquillo; un betlemita, de café oscuro,con el escudo de su Orden en el ladoizquierdo de la capa, y sombrero; un

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mercedario, de blanco, cruz roja en elescapulario y cerquillo; un carmelita, decafé y cerquillo; y aunque no aparece lacapa blanca, fue costumbre que la usaranlos frailes de esta Orden; un camilo, opadre agonizante, de azul, cruz roja en ellado derecho del pecho y de la capa, consombrero acanalado; un antonino, deazul con cruz del mismo color másclaro, en el hombro izquierdo y caladala capucha; un congregante de SanFelipe Neri, de negro, con sombreroacanalado; y un jesuita, de negro, conbonete de picos encorvados.

La segunda cromolitografíarepresenta a cada una de las monjas consus hábitos, tocas y escapularios; con

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los colores propios de las Órdenessimilares de frailes cuyas reglasseguían; así, en las concepcionistas senota el color azul, en las dominicas elnegro, en las carmelitas el café; yórdenes en que profesaron, y que notuvieron representantes masculinos enMéxico.

Cifra y compendio de todos lostrajes usados por hombres y mujeres enel último tercio del siglo XVIII, es elcuadro que perteneció al Sr. Alcázar. Enél se agrupan y pueden examinarse losvestidos de todas las clases sociales dela Nueva España militares y civiles,religiosas y populares, desde el erguidovirrey hasta el atento alabardero, desde

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la dama linajuda hasta la mujer humilde;desde el caballero orgulloso hasta ellépero timador.

II

Para confeccionar los trajes de lamultiforme y policroma indumentariacolonial, hacer los sombreros, loszapatos, las pelucas y los peinados, seempleaban infinidad de maestros,oficiales y aprendices, quienes formabanasociaciones que llamaban gremios, porlo que se refería a las artes u oficios quese ejercían, y cofradías, por loconcerniente al culto religioso que

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tributaban a los santos bajo cuyo amparotrabajaban.

Los gremios fueron a modo de lossindicatos modernos, exclusivistas,intransigentes; no dejaban ejercer su arteu oficio a individuos que noperteneciesen a sus agrupaciones, quellegaban a constituir verdaderas tiranías,tanto para los artesanos como para elpúblico, pues imponían a su antojoprecios y modas, al grado que lasautoridades tuvieron que intervenir,nombrando alcaldes y veedores, a fin devigilar que se cumpliese lo prevenido enlos aranceles y ordenanzas que hubo queexpedir con este objeto.

A la vez que los tales gremios

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ejercían un monopolio perjudicial paralos compradores, eran una rémora parael progreso de las artes y oficios queestancaban y una servidumbre para losaprendices, que servían gratis a losmaestros durante el aprendizaje,barriéndoles los talleres, haciéndolesmandados y empleándose en otras tareaspoco honestas e indecorosas.

Ya con los conquistadores vinieron ala Nueva España los primeros sastres, yel ingenuo y puntual cronista BernalDíaz del Castillo nos conservó losnombres de algunos de ellos. Dice quecon Hernán Cortés vino Juan Brisca,sastre; con Pánfilo de Narváez vinieronun tal Martín, o Martín Méndez, como le

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llamaban otros; Álvaro Gallego, PedroHernández, Francisco Pérez de Sevilla yJuan Pérez, sastres; y Pedro NájeraMoreno, zapatero; y con Ponce de León,Francisco Comillen, calcetero; fuera deotros que no pertenecían al arte de laindumentaria ahora única en esteartículo.

De antaño estaban, sin duda,constituidos en la ciudad de México lossastres en gremios, pues en el Acta delCabildo celebrado a 5 de enero de1526, consta que «a pedimento deFrancisco de Olmos e Juan del Castillo,sastres e alcaldes del dicho oficio, losdichos señores justicias e regidores, loseligieron de nuevo por alcaldes, e les

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dieron poder e facultad para usar eldicho oficio e para que puedan ponerpena e penas e las executar en losoficiales, que sin ser examinados anteellos pusieren tiendas para usar losdichos oficios».

Pronto también, instituyeron suCofradía, porque en el Acta de 9 deenero del mismo año, se lee: «Estedicho día de pedimento de Francisco deOlmos e Juan del Castillo, Alcaldes delos Sastres de esta Ciudad, los dichosSeñores les hicieren merced de los dossolares que son en esta Cibdad en lacalle que va de las Atarazanas, fuera dela traza, para en que dixeron que queríanhacer una hermita de la adbocación, del

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Señor San Cosme e San Damián e SanAmaro, e un Espital a su costa, donde sealberguen pobres e miserables personasque tuviesen necesidad, e para de dondesaliesen sus oficios el día del Corpus-Cristi, los quales dichos solares dixeronque les daban e dieron sin perjuicio detercero, con tanto en que empiecen luegoa poner por obra la dicha hermita eospital, e les mandaron dar el título deellos en forma».

La construcción de la ermita, se pusoen obra a 23 del propio mes y año, yandando el tiempo se convirtió en laiglesia de la Santísima Trinidad, y elhospital, en el de sacerdotes dementes,estableciéndose ahí además la cofradía

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de S. Pedro y la de los Trinitarios, quesalían en las procesiones de la SemanaSanta.

Las primeras ordenanzas formalesque se dieron por la Nobilísima Ciudadde México, relativas a los calceteros,jubeteros y sastres, fueron expedidas el25 de febrero de 1590, y confirmadaspor el virrey don Luis de Velasco, elsegundo, a 16 de julio de dicho año.

El texto de estas ordenanzas,prevenían la siguiente: «Que ninguno sepueda examinar de sastre, jubetero ycalcetero sin precedente información dehaber estado cuatro años de aprendiz encasa de oficial trabajando, pena de diezpesos a los veedores, para gastos de la

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Cofradía que tiene en la SantísimaTrinidad.

»Que el que hubiese de examinarse,sea de una capa, sayo o ropilla u otracualesquier cosa, y sepa las varas queentran, y lo que hay fraude, y lediferencien por todos tamaños y señal yel que esto no supiere, no se le dé Cartade examen.

»Que el que se examine sea de unalova, capuz, capocete, ropilla, ropa delevantar, herreruelo, balandrán y otrasque se usasen; y den cuenta de las varasen paño, seda; y señale, corte y cosa, yel que no supiere que no se le dé Cartade examen.

»Que dé cuenta de una ropa francesa

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el letrado, de paño y de cualquiera seday la señale.

»Que dé cuenta y señale ropa demujer basquiña, faldellín, refajo,conforme se usare en paño u otracualquier seda.

»Que dé cuenta, y señale sayagrande, de seda o tela, con falda, y entodos tamaños, y basquiña y faldellínfrancés.

»Que dé cuenta, y señale sayagrande, de seda o damasco, u otra telaque tenga labores, siendo laboresencontradas, flores arriba y las sedas allustre y no al través.

»Que señale y dé cuenta de unasotana, manteo de todos tamaños, media

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sotana de paño y cualquiera otra seda.»Que se le pidan todos los géneros

de jubones y demás ropas, coletos encuatro mangas, faldillas y también unjubón de hombre, de labores y sinlabores de mangas de armas y francesa,y lo mismo de mujer.

»Que el jubetero se examine,pidiéndole señale y dé cuenta de todoslos jubones conforme a los usos; de lino,de sedas y telas.

»Que el calcetero se examine entodo género de calcetas, calzas de seda,brocado, terciopelo, etc., y conste habertrabajado en esto, y dé razón y cuenta entodo género de paño y sedas.

»Que al sastre, calcetero y jubetero,

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los veedores les pidan todas las demásropas que quisieren, especialmente lasdel uso que cada día se están mudando.

»Que antes del examen, los veedoreshagan juramento de no estar rogados, ydespués del examen, hagan también eljuramento de haberlo hecho en formasegún conciencia.

»Que no tengan tienda los que nofuesen examinados en esta Ciudad, o enCiudad cabecera del Reino, porquemuchos se van examinando a la Puebladonde no hay tanto uso de vestidos, so ladicha pena, de los que usan oficios sinser examinados.

»Que en los exámenes se lleve, en elde sastre, quince pesos; en el de

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calcetero, doce pesos, y en el dejubetero, doce pesos, pues durando seisdías y en esos días pierden su trabajolos veedores, los seis pesos para laCofradía».

Las anteriores ordenanzas las hemoscopiado de un curioso libro manuscrito,que existe en nuestro poder, y se intitula:«Compendio de los tres tomos de lacompilación nueva de las ordenanzas dela M. Noble Insigne y Muy Leal eImperial Ciudad de México. Hízolo elLic. D. Francisco de el Barrio Lorenzot,Abogado de la Real Audiencia yContador de la misma, N. C.».

Semejantes a las ordenanzas de lossastres, jubeteros y calceteros, inserta el

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Lic. Lorenzot otras relativas a lossombrereros, boneteros, chapineros yzapateros; variando sólo el número delos años de aprendizaje, la cuantía delas penas, que a veces se trocaban depecuniarias en corporales, cuando, porejemplo, los sombrereros porfiaban encambiar las marcas de sus tiendas porlas de otras, o relujaban sombrerosviejos o usados.

Poseemos también el originalmanuscrito de la cuenta o factura de unsastre del siglo XVIII, y es oportunotrasladarla aquí, para que se tenga ideade lo que importaba la hechura ycompostura de algunas piezas de ropa enaquella época. Dice así: (Véase la

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página siguiente.)A medida que las modas francesas

predominaron en los trajes usados en lossiglos XVII y XVIII, los sastres tuvieroncomo colaboradores en la indumentariacolonial a los barberos y peluqueros, alos sombrereros y peluqueros, a lossombrereros y a los bordadores, paracompletar la confección de los vestidos.

Como la moda relegó casi al olvidobarbas, bigotes y cabelleras naturales,los barberos afeitaban los rostros yrapaban las cabezas, y los peluqueroshacían pelucas y peluquines y trenzabanlas coletas.

Los sombrereros no sólo fabricabanfieltros y sombreros de copa, sino

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chambergos y tricornios, con plumasmás o menos airosas, y los adornabancon hebillas incrustadas de piedraspreciosas y los ribeteaban con galonessencillos u ostentosos.

Las casacas y casacones, la chupa yel calzón corto, requerían labor debordadores, pues estaban aquellascuajadas de bordados de seda, plata uoro.

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Pero el trabajo de los sastres superaba atodos. Confeccionaban ellos losvestidos de hombres y mujeres; las togasy garnachas de los oidores; las sotanas y

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capas de los clérigos; los trajes talares ymantos de los obispos y arzobispos; losmantos y becas de los colegiales; lasínfulas y capelos de los doctores y losuniformes de los pajes, lacayos,cocheros y militares de la servidumbre ydel ejército del virreinato.

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Cómo ahorcaron a undifunto

El domingo 7 de marzo de 1649, losvecinos de la ciudad de México quetransitaban por las calles del Reloj ydelante de las Casas Arzobispales,situadas entonces en la que es hoy 1.ªcalle de la Moneda esquina sur este conla del Licenciado Verdad, como a lasonce horas de la mañana, presenciabanadmirados un espectáculo muy frecuenteen aquella época, pero raro por suscircunstancias especiales del que vamosa recordar.

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Caballero en una mula de albarda,con un indio en las ancas de la mula quelo sostenía para que no cayese, iba elcadáver de un portugués; y al son detrompeta y voz de pregonero, se hacíapúblico el delito que había cometido envida.

«—Sepan los habitantes y estantesde esta ciudad de México —gritaba elpregonero—, cómo hoy a las siete horasde la mañana, mientras oían misa lospresos de la Cárcel de Corte, estehombre, que había quedado en laenfermería a excusas de que estabamalo, y que se hallaba allí preso porhaber asesinado a un alguacil del pueblode Iztapalapan, en el ínterin que los

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dichos presos oían la dicha misa, sebajó a las secretas y se ahorcó sin quenadie lo viese ni lo sospechase».

Aquí el pregonero tomó aliento, ycon la misma voz que antes, continuó:

«—Acabada la misa y buscándololos carceleros, lo encontraron como seha dicho; dióse cuenta a los alcaldes deCorte, y hecha averiguación de queninguna persona lo había ayudado niaconsejado a consumar en sí mismo tantemerario delito, se pidió licencia alArzobispado para ejecutar en él la penacapital a que había sido condenado porel homicidio del alguacil de Iztapalapan,pues sin esa licencia no se le podíaejecutar, por ser hoy día del Santo

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Doctor Tomás de Aquino y domingoademás; y vistos los autos, concedió elpermiso la autoridad eclesiástica; y laJusticia ordena que hoy sea ahorcado eldifunto en la Plaza Mayor de estaciudad, para que sirva de escarmiento yde ejemplo».

Poco a poco el número de losvecinos curiosos que seguían al cadáver,creció mucho por la extrañeza delsuceso, pues sabían ellos y habían vistoa menudo que, cuando la SantaInquisición relajaba a los reos, eranquemados en efigie si estaban ausentes,o sus huesos desenterrados si habíanmuerto; pero que la justicia del ordencomún lo hiciera en un difunto, no era

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cosa que se repitiese con frecuencia.Después del paseo por las calles, la

comitiva y el portugués —digo, sucuerpo inanimado—, hizo alto en laPlaza Mayor, y al difunto lo ahorcaronfrente al Real Palacio, en el sitio en quese elevaba la picota pública;ajustándose a las propias ceremoniascon que se ahorcaba a los vivos,excepción hecha de no llevarle al CristoCrucificado, llamado Señor de laMisericordia, que siempre acompañabaen las ejecuciones a los reos que nofueran suicidas o impenitentes como lohabía sido el pobre portugués.

Dejaron colgado el cadáver muchashoras; y como desde en la mañana de

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aquel día se levantó un airetempestuoso, y mucho polvo, quearrancaba los tejados, levantaba losmantos y las faldas de las mujeres, lascapas de los hombres; que arrebatabasombreros, ropas tendidas en lasazoteas; que cerraba y abría las puertasde ventanas, balcones y zaguanes; quehacía volar las sombras de petates delos puestos de la plaza; que silbaba aveces iracundo y a veces quejumbroso;que, en fin, era tan fuerte que habíainstantes en que se tocaban solas ylúgubremente las campanas de las torresde los templos y de los monasterios;todos los vecinos espantadosatribuyeron el huracán que soplaba y el

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polvo que se remolinaba en las calles yplazuelas, al crimen perpetrado por elportugués en el alguacil de Itztapalapany en su propia persona.

Y como era domingo, los muchachosde la ciudad se alteraron en sus juegos; yoyendo las consejas que se contaban ensus casas, dieron y tomaron en que era elmismo demonio el portugués suicida; ycon tan demoniaca idea, fuéronsegritando y pregonándola por las calleshasta llegar a la Plaza Mayor: y aquí lehacían cruces al cadáver del ahorcado,diciendo que era el diablo y que por élrugía el viento y rabiaba el polvo enfuriosos remolinos.

No contentos los muchachos con

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ponerle cruces con los dedos yapellidarle como queda dicho, leestuvieron apedreando por gran rato,hasta que bajaron los ministros de laJusticia el cuerpo de aquel desgraciadoportugués —tan bárbaramenteescarnecido— y lo condujeron a laalbarrada de San Lázaro, donde loarrojaron en las aguas pestilentes de loslagos.

El cronista don Gregorio Martín deGuijo, quien es el autor del relato quehemos hecho, lo cierra con estascristianas palabras:

«Dios nos dé muerte con que loconozcamos».

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La calle del Colegiode Cristo

Fue una de las calles que en el siglo XVIse llamó de los Donceles, queposteriormente era conocida por callede los Cordobanes, y que ahora havuelto a recobrar su nombre primitivobajo la designación de 4.ª calle de losDonceles.

Vivió en esta calle, a principios delsiglo XVII, don Cristóbal de VargasValadés, quien hacia el año de 1602había convenido y concertado con elprior, frailes y consultores del convento

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de San Agustín, de esta ciudad deMéxico, instituir y fundar una capellaníacuya principal renta se consagraría adotar huérfanas para que se casaran.

Ocho años transcurrieron de tiradala escritura respectiva, y en 11 de enerode 1610, estando don Cristóbal deVargas Valadés enfermo y próximo amorir, tan próximo que falleció esemismo día, considerando, según sucriterio, que era de maye utilidad quecasar huérfanas, «fundar en esta ciudadun colegio de estudiantes pobres, dondelos enseñasen y doctrinasen de suerteque de dicho colegio salieran algunossacerdotes y personas doctas, que fuesende mucho servicio y provecho para Dios

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Nuestro Señor», con este propósitorevocó la dotación de la capellanía, y,en efecto, hizo un codicilo a sutestamento primitivo, en el cual secontienen, por decirlo así, lasconstituciones que habían de regir enaquel establecimiento.

Primeramente, consagraba las casasde su habitación, donde a la sazónmoraba, hoy 4.ª de Donceles número 99,para que en ellas se hiciera la fábricamaterial del colegio; casas que en esafecha estaban marcadas con el número 8y tenían por límites, «por una parte, lascasas de Miguel Luis de Acevedo, y porla otra las casas de Juan de Avendaño, yal frente unas casas de los herederos de

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Jerónima de Vargas»; es decir, al orientela casa hoy número 101, al poniente lacasa número 97 y al norte la número 98y parte del lugar donde muchos añosdespués se edificó el convento de laEnseñanza.

Ordenaba en segundo lugar, que lainstitución se habría de llamarperpetuamente Colegio de Cristo, y enél se habían de recibir doce colegialespobres y huérfanos de padre, «queestarían al cuidado de un Rector», quelos había de regir, administrar, doctrinary enseñar otras virtudes; «los cualesdichos colegiales, habían de llevarhábitos morados, con beca verde, y en elhombro izquierdo bordadas las Armas

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del fundador»; que para el servicio delRector y colegiales, se compraran «dosy tres esclavos y un portero» concampanilla, para más clausura yrecogimiento.

En tercer lugar, nombraba porpatrones del colegio al prior delconvento de San Agustín, en unión decuatro consultores de éste, y en caso deque no aceptasen el patronato, nombrabaal Rey de España, y en su lugar ynombre al Virrey que fuese en la NuevaEspaña.

En cuarto lugar, prevenía que elrector del colegio había de ser personade buena vida y costumbres, y docto;que podía ser clérigo, sacerdote y

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religioso de la Orden de San Agustín;que estaría obligado «a decir misa todoslos días en dicho colegio, en su memoriay en la de su esposa doña CatalinaMejía, y por sus ánimas y las de susdifuntos, y por las del Purgatorio, y porlas de aquellos que pudieran haberestado a cargo de algunas cosas, y deotros amigos y bienhechores»; que comoera justo que los estudiantes aprendierana cantar, a fin de que supieran oficiaruna misa, el rector estaría tambiénobligado a decir ocho misas cantadas,en cada un año, en las cinco fiestasprincipales de Nuestra Señora: laprimera a la Concepción; la segunda a laNatividad; la tercera a la Visitación de

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Santa Isabel; la cuarta a la Purificación;la quinta a la Asunción; la sexta a laAscensión del Señor; la séptima el díade Todos Santos, y la octava y última, elDía de Difuntos, con su vigilia; que eldicho rector tendría casa, comida yquinientos pesos de oro común en realesde renta, cada año, pagaderos por sustercias adelantadas; y que el rectorescogería para su aposento la pieza quemejor le pareciera.

En quinto lugar, mandaba quehubiese, además del rector, doceestudiantes, que por todos habían de sertrece, y los estudiantes serían de doce aquince años; habían de saber leer yescribir lo suficiente para poder entrar a

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estudiar; que habían de ser huérfanos depadre, notoriamente pobres, de legítimomatrimonio, españoles de todos cuatrocostados e hijos de padres honrados yvirtuosos; que estarían en el colegio diezaños y no más, cada uno de los dichoscolegiales, y faltando uno, podía entrarotro en su lugar, de manera que siempreestuviera completo el número de losdoce; que no podría ser echado ningunofuera del colegio, hasta que hubieracumplido el término de los diez años, ano ser que fuera de malas costumbres odiera mal ejemplo; estarían obligados arezar por el alma del fundador; y siacaso no se presentase algún deudo deéste hasta el cuarto grado de parentesco,

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pidiendo entrar al colegio, lo prefirierana los demás que no fueran sus parientes;y si fuera deudo de su esposa, doñaCatalina de Mejía, ya difunta,prefirieran a los suyos; y si no loshubiese de parte de su padre, se habíande preferir a los de su madre: y llamabaen primer lugar a los hijos de DiegoValadés, su sobrino, no obstante que nofueran huérfanos, porque tratándose deél, y de todos sus deudos, no se había deentender esto.

En sexto lugar, ordenaba que elsustento que se había de dar a loscolegiales sería el siguiente:primeramente de almorzar por lamañana, y al medio día de comer, y de

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cenar en la noche, a las horas que lepareciere al rector, dándoles su asado,su potaje y olla con vaca, camero, coles,tocino, pan y fruta; y los días depescado, quedaría al albedrío del rector.

En séptimo lugar, ordenaba que a loscolegiales se les había de dar candelaspara el dormitorio y también, a los muypobres, su vestido cada año, de todocumplimiento, zapatos, medias, calzonesde paño, dos camisas, jubón, ropilla,manto, beca y bonete.

En octavo lugar, prevenía quelimitaba a doce el total de losestudiantes, pero que si los productos desus bienes eran suficientes para recibir yatender más, no ponía límite en el

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número.En noveno lugar, ordenaba que al

prior y consultores de San Agustín,como patrones del colegio y paraadministrar sus bienes, les aplicaba desueldo novecientos pesos de oro comúncada año, entrando en ellos loscuatrocientos pesos de renta de unacapellanía que tenía instituida en eldicho convento.

En décimo lugar, mandaba que elprior rector había de ser el presbíteroGaspar de Benavides, y a los cinco añosque le correspondían para regir elcolegio, le acrecentaba tres, por serhombre de mucha virtud y por las buenasobras que de él había recibido, y

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pasados los ocho años, el priornombraría rector a la persona que mejorle pareciera, ya fuese fraile o clérigo.

Al terminar de dictar el anteriorcodicilo, dio fe el escribano Franciscode Arzeo, que no lo firmaba el otorgantepor estar enfermo, y el mismo día 11 deenero de 1610, entre dos y tres de latarde, dio también fe de que habíamuerto.[50]

El albacea de don Cristóbal deVargas Valadés ejecutó lasdisposiciones testamentarias yacondicionadas convenientemente lascasas en que había muerto el testador yque había destinado para la edificacióndel Colegio de Cristo, éste se abrió al

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fin el año de 1612.Vinieron a menos las rentas del

capital que se había destinado para elsostenimiento del colegio, y en 1772sólo había cuatro colegiales, quehabitaban allí casi como los vecinos deuna casa particular, distinguiéndose sólopor su traje, que consistía en un mantomorado, beca verde y bonete.

El rector, que era entonces don JuanIgnacio Aragonés, hizo lo posible porconservar la institución, pero tuvograndes tropiezos para el sostenimiento,entre otros, el principal fue queamenazaba ruina el edificio y carecía derecursos suficientes para repararlo.

Por ese tiempo, la Junta Superior de

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Aplicaciones, que estudiaba la forma enque había de distribuir los bienes quehabían pertenecido a los jesuitas,resolvió dar nueva organización a loscolegios de San Pedro y San Pablo y deSan Ildefonso.

Dicha junta tuvo, empero, muchasdificultades para realizar esaorganización, y procurando arbitrarsefondos que agregar a las rentas de quedisponían, propuso al Virrey, donAntonio María de Bucareli y Ursúa,incorporara a esos colegios el deCristo, pasando a ellos los cuatrocolegiales que quedaban, a fin de queallí concluyeran sus estudios, eincluyendo en la corporación el edificio,

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que podría arrendarse.El Virrey pasó lo propuesto por la

Junta al Oidor Juez en turno de colegiosy al Fiscal de lo Civil, y oídos lospareceres de ambos, que estuvieron deconformidad, decretó la incorporaciónel 3 de marzo de 1774.

En carta dirigida por Bucareli al reyCarlos III, con fecha 25 de noviembredel mismo año, le dio cuenta de loejecutado, y el rey aprobó todo porCédula de 15 de enero de 1777.[51]

Arrendada la casa para viviendas,una vez que fue desocupada por elcolegio, continuó así hasta la época dela Reforma, en que fue adjudicada a unparticular.

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Hoy la casa del Colegio de Cristoestá convertida en despachos yviviendas, pero a pesar de haber sidobárbaramente pintada en su interior,conserva todavía su bella y típicafachada, que se destaca entre lasmodernas de las casas contiguas.

En esta calle que, como dijimos, hallevado sucesivamente los nombres delos Donceles, del Colegio de Cristo yde Cordobanes, y que ahora lleva el de4.ª Calle de Donceles, existen casas máso menos reedificadas que recuerdansucesos históricos.

En 1754 se compraron en esta calledos casas para fundar el Convento de laEnseñanza, que es hoy Palacio de

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Justicia; por esa misma fecha ya existíaen esta calle el Estanco de Cordobanes,que le dio nombre desde entonces hasta1910; en la casa núm. 7, ahora núm. 97,se reunían a principios del siglo XIX losindividuos que conspiraban para hacerla independencia, y en la casa de laesquina, dando vuelta a la calle deSanto Domingo,[52] vivió el célebre donGabriel Yermo, jefe de los conjuradosdel Parián, llamados chaquetas, por elsaco corto que usaban, y que depusierondel virreinato de la Nueva España a donJosé Iturrigaray, la memorable noche del15 de septiembre de 1808.

Pero el acontecimiento histórico másdramático, fue el que tuvo lugar en la

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noche del 23 de octubre de 1789, en lacasa número 13, ahora núm. 98 de estacalle.

En dicha casa vivía don JoaquínDongo, rico hacendado y almacenero,prior del Real Tribunal del Consulado yalbacea que había sido del difuntoVirrey don Antonio María de Bucareli yUrsúa.

A las 6 y tres cuartos de la mañanadel 24 de octubre de 1789, se dio avisoal señor Alcalde de Corte, don Agustínde Emparán, que en la noche anteriorhabía sido asesinado y robado el citadoDongo y toda su servidumbre.Inmediatamente se trasladó a lamencionada casa, y encontró muertos y

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tirados en el patio a don Joaquín Dongo,a un lacayo de nombre José, y a sucochero Juan. El cadáver de Dongoestaba cerca de la escalera, detrás el dellacayo, y el del cochero en la parteopuesta del patio. Además halló en lacovacha, debajo de la escalera, elcadáver de un portero jubilado, JuanFrancisco, y en la portería de la casa losde otro portero llamado José y el de unindio correo que había venido de lahacienda de Dongo. Subió en seguida elseñor Alcalde al entresuelo, y encontróen la tercera pieza, muerto en su cama ycasi desnudo, a don Nicolás Lanuza,padre del cajero de la casa. En lavivienda principal, halló también

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muertas a la galopina, a la cocinera, a lalavandera y a la ama de llaves; laprimera en el pasadizo de la cocina, lasegunda en ésta, la tercera en la ante-asistencia y la última en la asistencia.

Aquellos once cadáveres habíansido horriblemente maltratados; todoslos cráneos hechos pedazos y la saña delos asesinos no había perdonado ni a unpobre perico, que también mataron.

Difícil sería pintar el pánico y laindignación que produjo aquel espantosocrimen, raro en verdad en aquellostiempos; como sería también difícilencarecer la suma actividad quedesplegaron las autoridades, entre lasque se distinguió mucho el ilustre Virrey,

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segundo Conde de Revilla Gigedo.En breves días se averiguó quiénes

habían sido los asesinos, que alprincipio se mantuvieron negativos; peropoco a poco confesaron todo. Dijeronque habían entrado a la casa la nochedel 23 de octubre, fingiéndose miembrosde la ronda; que asesinaron primero alos porteros, al indio correo, a Lanuza ya los cuatro criados; que despuésbajaron en espera de Dongo, quien llegóen su coche a las nueve y media de lanoche; que lo mataron en seguida, lomismo que al lacayo y al cochero; quesacaron a continuación en el coche $22,000, que produjo granestremecimiento la salida del carruaje;

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que se fueron en él por las calles deSanto Domingo y Medinas, hasta laaccesoria número 23 de la Calle delÁguila, en donde se repartieron cerca decuatrocientos pesos, ocultando el restodebajo de las vigas, y que el coche lofueron a dejar abandonado porTenexpan.

Los asesinos se llamaban, BaltasarDávila Quintero, natural de lasCanarias; Felipe María y Bustamante yJoaquín Blanco, españoles.

Quince días después de cometido elcrimen, el 7 de noviembre de 1789,fueron llevados al suplicio.

Se les condenó, como nobles queeran, a la pena de garrote y a ser

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llevados por las calles con traje talar ygorros negros, montados en mulas congualdrapas enlutadas, publicándose sudelito por voz del pregonero y al son delos clarines.

Conducidos al tablado, que selevantó en medio de la puerta principalde Palacio y la de la Cárcel de Corte (yque medía tres varas de altura, diez delargo y ocho de ancho, todo entapizado yguarnecido de bayetas negras hasta laescalera, piso y palos), los reos fueronejecutados, el verdugo rompió el bastóny machetes con que habían consumado elcrimen, y estuvieron los cadáveresexpuestos hasta las 5 de la tarde, y a estahora se les condujo a la cárcel, en donde

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se les amputaron las manos derechas, delas cuales dos se pusieron clavadas conescarpias en la casa número 13 de laCalle de Cordobanes y la otra en laparte alta de la pared de la Accesorianúmero 23 de la calle del Águila, paraescarmiento y satisfacción de la vindictapública.[53]

Desde entonces, la casa número 13de la calle de Cordobanes fue célebre;pero posteriormente ha sido reformada yhoy no conserva su aspecto antiguo.

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Lo que costó aMéxico el nacimiento

de un infante

El jueves tercero de Cuaresma, del mesde marzo de 1658, día del glorioso SanBenito —dice un diario de la época—llegaron nuevas procedentes de laHabana a la ciudad de México, sobre elfeliz alumbramiento de la Reina de lasEspañas, doña María Ana de Austria,que había dado a su monarquía un nuevoInfante y a su esposo un nuevo hijo, el 7de diciembre del año anterior de 1657.

El martes siguiente, a las seis de la

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tarde, llegó de la Veracruz el correo quetodos esperaban con aquella y otrasfaustas nuevas, principalmente losindividuos agraciados connombramientos; como que habían sidoelectos obispos de Oaxaca, el Dr. D.Alonso de Cuevas Dávalos, y deYucatán, el Maestro Fr. Luis deSifuentes, que a la sazón era provincialde Santo Domingo y confesor del Virrey.

Pero la noticia del alumbramiento deSu Majestad absorbió por completo laatención de gentes del gobierno y departiculares, y el nombre de «FelipePróspero», que así se llamaba elpríncipe heredero, andaba en boca detodos; y más cuando el repique de la

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Catedral, al que secundaron todas lascampanillas de todas las iglesias, porespacio de una hora anunció alvecindario ruidosamente aquelacontecimiento, uno de los pocos que decuando en cuando, excitaban lostranquilos nervios de los flemáticoshabitantes de la capital de la NuevaEspaña.

Luego que se recibió la noticia delnatalicio del hijo de Felipe IV, el Virrey,don Francisco Fernández de la Cueva,Duque de Alburquerque y Grande deEspaña, pasó del Real Palacio a ladicha iglesia, para «dar gracias anuestro Señor» por tan plausible suceso.

En la misma iglesia Catedral, el

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jueves inmediato, «se juntó todo elreino»; y descubierto el SantísimoSacramento, lo mismo que en losconventos de monjas y frailes, se cantóen medio de alegres repiques el «TeDeum Laudamus» y una solemne misa.

Y a la hora de la procesión, que sehizo en tomo de la iglesia, viéronse alArzobispo que llevaba la Custodia,acompañándole en el cortejo el Virrey,«muy galán», y «muy galanes» tambiénlos oidores de la Audiencia, losregidores del Cabildo y los ministros delos tribunales.

Cerca de las dos de la tarde terminóla ceremonia religiosa, en la que oficióde pontifical el Arzobispo; y este

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prelado, junto con el cabildoeclesiástico, salió en la tarde de supalacio en carroza para ir a dar elparabién al Duque de Alburquerque porel nacimiento del príncipe. Leacompañaron a la vez los individuos queformaban su clerecía, montados enmulas con gualdrapas, y no cesando derepicar las campanas durante el acto; «yluego por tres días continuos seencendieron luminarias en toda laciudad, y cesó la Audiencia por nuevedías».

Pero aquí se me permitirá que cedala palabra al cronista contemporáneo deestos sucedidos, el señor licenciado donGregorio Martín de Guijo, persona muy

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estimable que he tenido ya oportunidadde presentar o de citar a mis lectores,siempre que me he ocupado en recordarasuntos de la centuria decimaséptima.

«En orden —habla el señorlicenciado—, y con la noticia que elasistente de Sevilla le dio al Virrey en elaviso referido, del feliz parto de nuestrareina y señora, hizo el Virrey nómina deciento y cincuenta hombres, vecinos deesta ciudad, así de la nobleza della,títulos y de órdenes, corregidor yregidores, contadores mayores ymenores, como de muchos hombres debaja suerte y cajeros de algunosmercaderes; y les hizo su acostumbradaplática con inserción de servicio de Su

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Majestad, para que cada uno sepreviniese para salir en su compañía,domingo in albis 28 de abril, lunes ymartes siguientes, a las ocho de lanoche, a pasear la ciudad en máscara,obligándoles a que habían de servestidos de calzón, ropilla y capa deballeta de Castilla de grana; y poniendodificultad algunos, dónde podían hallartantas varas como eran necesarias: “Losremitía a tales partes”, tiendas yalmacenes, con que les obligó a que lecomprasen “sus balletas”; dióles la trazadel vestido y guarnición, que fue delistón de hoja de plata falsa y seda deque iban guarnecidos, y las vueltas devolante, y que ninguno sacase pluma

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blanca: muchos de los mercaderes ycantadores se excusaron porimpedimentos de salud, y no saber ruaren caballos, a los cuales les costaba a200 y 300 pesos que daban de contadocon “título de mantillas” para elpríncipe, con que recogió mucha sumade ducados…».

Como se ve, el negocio para SuExcelencia fue seguro. Porque, o lecompraron «en determinadas partes»,tiendas y almacenes, suyos o de susconfidentes, o pagaban a «título demantillas» los 200 o 300 pesos, aaquellos que se excusaban por algúnmotivo de concurrir al paseo.

La mascarada se ordenó para los

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días mencionados y a las dichas horas;permitiéndose a los de la comparsa quedurante los tres días, acudiesen al RealPalacio a pie, con las libreas o vestidosde gala que gustasen: y que a lasoraciones de las noches de los díassupradichos, tuviesen ya enjaezados loscaballos que habían de montar, y listoslos pajes, que de cuatro a seis en grupo,a cada uno habían de acompañar.

Todos estarían con hachasencendidas en el parque o jardín delReal Palacio, «para que cuando fuesenavisados subiesen a caballo, y con ordenque ninguno pretendiese lugar superior;sino que cada uno con su compañero,que el virrey señaló, fuesen a lugar que

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les cupiese…».La mascarada, así dispuesta,

recorrió el domingo in albis el frentedel Palacio; dio vuelta por la hoy Callede la Moneda, a fin de que la pudiesever el Arzobispo asomado a losbalcones de su casa episcopal; «luegobajó» por la Inquisición, SantoDomingo, Carmen, Colegio de SanPedro y San Pablo, Merced, JesúsMaría, Santa Inés, Balvanera y SantaMaría de Gracia, volviendo al RealPalacio a las once para despedir a losacompañantes.

Los días lunes y martes, 29 y 30 deabril como el anterior, se repitió lamascarada que desfiló por los dos

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restantes tercios de la ciudad, en la queiban al principio de la comitiva «unclarín y luego un enano a caballo, yluego el señor Virrey, solo y sincompañero; y luego el resto de losdemás con sus compañeros, hasta llegaren número de ciento veinte hombres detodas suertes, sin cubrir los rostros…».

Las monjas, desde la azotea de susconventos, y los frailes desde loscementerios de sus iglesias, vieronpasar aquella mascarada.

También los padres de la Compañíade Jesús, con estudiantes del Colegio deSan Pedro y San Pablo, resolvieronsacar otra mascarada el 3 de mayo, perohabiendo muerto el Provincial, Juan del

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Real, el día 30 de abril y enterrándoseel 1.º de mayo, la Virreina mandósuspender el paseo, pues había sido suconfesor el citado padre.

Pero la mascarada se verificó el díacinco, saliendo del dicho colegio a lastres de la tarde, con gran número deestudiantes «a lo faceto y ridículo»; ibandisfrazados de negros y negras, demulatos, de vaqueros, de micos ygalenos y de indios, entre los cualescaminaban Moctezuma y la Malinche«costosamente aderezados». Luego leseguían los que representaban la Cortede Madrid; el Capitán de la Guardia«con bizarro vestido y librea»; y luego«un carro triunfante, y en él formada una

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pirámide con arquitectura, leones ycastillos en las esquinas, y por remate untrono donde estaba sobre dos almohadasde terciopelo carmesí una corona y uncetro, y en las cuatro esquinas cuatrobanderas; al pie de esta pirámide opalacio, iba el rey de España y reina connotoria gravedad y autoridad y costa,sentados en sus sillas, y el príncipeheredero del lado izquierdo del rey, asus pies el paje guión, y a los de la reinaun enano»; luego se seguía «el caballocon rica cubierta de terciopelo, quellevaban cuatro lacayos destocados, yluego iba el caballerizo costosamentevestido, y tras él cuatro carrozas decuatro mulas…».

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Los alegres estudiantes recorrieronlas principales calles de la ciudad deMéxico, desde las tres de la tarde hastalas siete de la noche, pasando a estahora por el frente del Palacio, donde enlos balcones que caen a la plaza estabanel Virrey, la Virreina, los oidores y losamigos suyos, deudos y servidores.

Detúvose aquí un rato la mascarada,ínterin un colegial dijo una loa, ydespués siguió caminando frontero a lascasas arzobispales para que la viera SuSeñoría Ilustrísima, y de allí volvió alcolegio todavía «con luz… y sindesgracia notable».

Como «no hay sermón sin SanAgustín», no hubo en la época colonial

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festejo público que no se celebrase concorridas de toros; y con ocasión delnacimiento de Felipe Próspero, «se hizodesocupar la plaza principal… que loestaba con los mercaderes de cajonesdesde que gobernó el Marqués deCadereita, y se pasaron a diferentespuestos».

Despejado el sitio, la ciudad celebróallí corridas de toros los días 20, 21 y22 de mayo, a las que asistió selectaconcurrencia y numeroso público,inclusos el Virrey y su familia y elarzobispo y los canónigos.

Pero no contento el Duque deAlburquerque con haber hecho gastar, enprovecho suyo y para celebrar el

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natalicio del infante Felipe Próspero,grandes sumas de dinero en losanteriores festejos públicos, todavía afin de lisonjear y «hacer caravana consombrero ajeno», a Sus Soberanos, consólo una insinuación verbal, logró que—dice don Lucas Alamán— la ciudadde México, en 4 de mayo de 1658,ofreciera «un donativo para mantillasdel niño, de doscientos cincuenta milducadas» anuales, durante quince años,lo que hace una suma de más de «dosmillones de pesos».

No fue único tan espléndidodonativo. Desde el mismo reinado deFelipe IV —refiere el Gral. Mendiburu— algunos virreyes, cuando se trataba

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de que el rey contrajese matrimonio,abrían una suscripción entre autoridadesciviles y eclesiásticas, nobles yacaudalados, para comprar «chapines ala reina»; obsequio que hoy llamaríamoscanastilla de boda.

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Incendiosmemorables

Un incendio, en la época colonial, eraacontecimiento que ponía en agitación yalarma a los habitantes de la ciudad deMéxico, alarma y agitación sólocomparables a las que padecían losánimos de los mismos habitantes por untumulto, una inundación, un terremoto, laaparición de un cometa o de una auroraboreal.

Las campanas de las iglesias y delos conventos cercanos al lugar delincendio anunciaban con toques lúgubres

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el fuego. Los vecinos que andaban porlas calles contiguas corríanapresuradamente hacia el sitio donde elfuego se levantaba, a fin de prestarauxilio o de permanecer como simplescuriosos espectadores. No pocos deesos vecinos huían espantados rumbo desus casas; y muchos se contentaban conasomarse a las puertas, a las ventanas ya los balcones, o se subían a las azoteas,para ver desde ellas el fuego y el humoque ascendía al cielo, haciendo flotar enel aire chispas y fragmentos de maderosencendidos.

El incendio ponía en movimiento alas autoridades y a los frailes. Lasprimeras acudían presurosas para

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sofocar el fuego. Entre ellas aparecía, aveces, la respetada figura del Virrey, losengolillados oidores, el Corregidor dela ciudad, que secundaba o dirigía lasmaniobras, ayudado de los regidores yde las personas de más nota o nobleza.La guardia de alabarderos, formada encuadro, impedía que la gente curiosa seacercase al punto en que los obreros olos vecinos derribaban los techos ymuros, o arrojaban agua con cubos ocántaros, a fin de aislar o de apagar elfuego.

Cuando el siniestro era másaterrador, en medio del calor sofocanteque ahogaba a todos; cuando las vocesroncas por el humo asfixiante, apenas

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podían oírse de los labios queordenaban o que transmitían losmandatos, entonces se presentabanlentamente los grupos de frailes, queconducían en andas a los santos,patronos de sus órdenes religiosas, oimágenes veneradas por sus milagros; yalgunos frailes arrojaban preciosasreliquias al fuego y entonaban solemnesrezos con el intento de apagarlo.

Hubo ocasiones en las cuales nosólo acudían las comunidades con susprelados, sino que también acudió laEstufa del Divinísimo, con sus cocherosde alta alcurnia, vestidos con casaconesbordados y descubiertas sus cabezas,que dejaban ver pelucas empolvadas. La

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Estufa venía precedida de una Cruz altay de acólitos con ciriales y seguida demuchos clérigos y frailes.

Inútil es decir que, en la mayoría delos incendios, el fuego acababa porconsumir todo, apagándose más poragotamiento que por el esfuerzo humanode las maniobras, y que el origen deestos incendios fue, en lo general, unavela que caía en los altares en lostemplos, en algún oratorio privado o enlos nacimientos que se ponían porNavidad. En los talleres de carpinteríaera la chispa que inflamaba las astillas,o esta misma chispa, en algún depósito ofábrica, ponía fuego a la pólvora,porque durante la época colonial, en las

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casas, raros fueron los incendios, pueslos vecinos tomaban toda clase deprecauciones para evitarlos. Apagabanlas velas y, humedeciéndose los dedos,extinguían el fuego de las pavesas. Enlas noches, cuando había que velar a unenfermo, colocaban la palmatoria con lavela encendida dentro de una palanganallena de agua; y en las cocinas, alconcluir el servicio diurno o elnocturno, se enterraban las brasas conceniza.

En la Plaza Mayor, que por muchotiempo estuvo convertida en mercadopúblico, los «puestos» de comestibles,cubiertos con sombras de petate, y los«cajones» en que se vendía la ropa, que

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eran de madera, ardían con frecuencia,como consta por los diarios de sucesosnotables, que escribieron algunoscuriosos; pero en aquella Plaza losincendios más memorables fueronproducidos de intento por las plebesamotinadas los años de 1624 y 1692,incendios que causaron grandes estragosal Palacio Virreinal, al del Ayuntamientoy a las casas del Marqués del Valle.

Las crónicas e historias de laColonia registran varios incendios quedejaron honda huella en la memoria delos moradores de esta ciudad deMéxico; y de ellos vamos a recordaralgunos de los más notables.

El 14 de febrero de 1642, como a

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las siete de la noche, se inició unincendio, que es el más antiguo y uno delos más voraces que se mencionan ennuestra historia, porque se propagó elfuego en gran parte de las entonces casasde los descendientes de Cortés, desde eledificio que es hoy Nacional Monte dePiedad, hasta la esquina de la calle deTacuba, y aumentó a causa del vientohuracanado que soplaba, pudiendo serde fatales consecuencias por haber allíun depósito de pólvora, queclandestinamente tenía oculto uncontrabandista.

El 11 de diciembre de 1676, tambiéna las siete de la noche, se incendió laiglesia de San Agustín, estando

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celebrándose las vísperas de la fiesta dela Virgen de Guadalupe, y este incendioes memorable, por el pánico y terror quese apoderó de todos los fieles queasistían a la ceremonia religiosa yporque, cuando las llamas devoraban eltemplo y el humo era más denso, pudoverse desde la calle que un hombre, soloe impávido, penetraba en el interior y,pocos instantes después, salía ileso,llevando devota y respetuosamente lapesada custodia de oro, con la blancahostia del Divinísimo. Aquel valiente ydevoto caballero fue el célebre capitándon Juan de Chavarría, que dio nombrea una de nuestras más antiguas calles.

El 19 de enero de 1722, el primitivo

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teatro, construido de madera en elHospital Real, por un descuido del queapagaba las luces fue presa de un vorazincendio, que lo consumió por completo,con gran espanto de los pobres enfermosdel dicho hospital, que lamentaron tantomás el siniestro, cuanto que por algúntiempo se vieron privados del auxiliopecuniario que les producía lasrepresentaciones del teatro.

Era costumbre en aquellos buenostiempos publicar «hojas volantes» oláminas con relaciones de lo sucedidoen los incendios que más impresionabana la ciudad. Tengo en mi poder una deestas curiosas láminas, que reproducetoscamente, pero muy a lo vivo, el

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incendio de la iglesia de San Juan deDios, que comenzó a las diez y mediadel día 10 de marzo de 1766, último delas fiestas titulares que se hicieron alsanto.

En el fondo de la lámina se ve lavieja iglesia con su torre a la derecha, ya la izquierda la puerta que daba entradaal hospital, cuyo costado sur ostenta, enel piso superior, dos grandes y enrejadasventanas. En la plazoleta formada por eltemplo y el hospital, se desarrolla todala escena del tremendo incendio. Por lapuerta principal salen las llamas yentran frailes y gentes con cántarosllenos de agua en cada mano. Afuera, losalabarderos forman el cuadro para

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impedir que se acerquen los curiosos.Detrás de los alabarderos se ven lascamillas de los enfermos y a variosindividuos que conducían a otros,cargándolos a cuestas. Sobre unasandas, y en medio de cuatro velas, SanJuan de Dios se disciplina, azotándoselas espaldas desnudas. Cerca del santo,un individuo enciende un haz de leña,quizá para arrojar en él las reliquias queera de rigor quemar en tales casos. En laparte siniestra de este cuadro aparecensoldados de caballería y algunoscuriosos que contemplan el fuego, y unperrillo que ladra furioso a un lado de laEstufa que conduce al Divinísimo,detrás de la cual se ven algunos frailes

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con hábitos y cerquillos y otro grupo decuriosos.

Corona la lámina una Custodiallevada por alados angelitos y, a suizquierda, sobre unas nubes, estáhincado de rodillas, abrazando un SantoCrucifijo, San Juan de Dios, comoimplorando para que el Altísimo pongafin al siniestro.

El 19 de noviembre de 1784, a lasdos y cuarto de la tarde —dice ellicenciado Carlos María Bustamante—,«se incendió la fábrica de la pólvora deChapultepec, y se anunció con unahorrible detonación. Conocióse luego lacausa, y el Regente de la Audiencia,Herrera, mandó al instante hacer un

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reconocimiento, del que resultó haberseincendiado la pieza del granero, la cualfue arrancada de cimiento, se vieronarruinadas otras piezas y tambiénalgunas de la vivienda alta y capilla,cuyas puertas cayeron al suelo, aundistando del granero ciento sesentavaras. De la pólvora incendiada habíatrescientos y cincuenta quintales yagraneada, y catorce tareas en polvo: desesenta y tres operarios destinados atrabajar en aquella fábrica, docequedaron sin lesión alguna, catorceheridos de gravedad, y muertos losrestantes en número de cuarenta y siete.Al informar al rey de esta desgracia, sele dijo: que en menos de seis años se

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había incendiado la fábrica cuatroveces».

Finalmente, citaremos los dosincendios del Sagrario Metropolitano,acaecidos el 4 de junio de 1776 y el 14de marzo de 1796; el primero de pocaimportancia, no así el segundo, queconsumió por completo o dejócarbonizados altares, imágenes,esculturas y otros objetos del culto quehabía en la iglesia. Contribuyó a lavoracidad del incendio el fuerte vientoque soplaba, el cual, abriendo puertas yventanas, propagó el fuego por muchaspartes, pero sólo causó estragos en elinterior, pues el exterior del edificioquedó intacto.

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Los autores y gaceteros que hablande los anteriores incendios, se limitan amencionar como medios parasofocarlos, derrumbes y el agua arrojadacon cubos o cántaros, lo que hacesuponer que el uso de las bombas no fuesino hasta las postrimerías de ladominación española.

Sin embargo, la «Gazeta de México»de 20 de junio de 1795, alude a losedificios en que se guardaban lasbombas, pues al dar la noticia delincendio del Colegio de Betlemitas, lanoche del 26 de marzo, dice que acudióa sofocarlo «un número asombroso depueblo, con hachas, barretas, cubos,cántaros y las bombas de agua que se

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sacaron de sus respectivos depósitos».

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Los ahorcados deRomita

Todavía a fines del siglo pasado, y antesde que se estableciera la Colonia Roma,casi en el ángulo noroeste de la ciudadde México, y paralelo a la calzada de laPiedad, existía un barrio de indiosllamado Romita, del que queda aún supequeña iglesia y atrio sombreados pordos antiguos ahuehuetes.

El barrio estaba habitado por indiospobres y humildes, que vivían en casasde adobe o en jacales techados contejamaniles o zacate, casas y jacales

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formaban callejas y callejones estrechosy sin orden.

El barrio de Romita se hizo célebreen los tiempos del contrabando, pues losque robaban al Fisco, fingiéndose brujoso nahuales, espantaban a los ignorantesy sencillos indios, a fin de poderintroducir sus mercancías sin que nadielos viese ni molestase.

El barrio de Romita se animaba cadaaño en el carnaval; época del año en quelos indios se disfrazaban de huehuetzíno huehuenches, y en que recorrían lascalles y barriadas contiguas, bailando alson de guitarrillas y violines yentonando cantares exóticos, que nocarecían de cierta filosofía, como este

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que, si mi memoria no me es infiel,decía:

Uni ma yéhuatl huehuentzi:uni ma yéhuatl tecua miqui.

Que híbrido y todo, quiere decir:

Un día con otro nos volvemosviejos:

Un día con otro nos hemos demorir.

Pero los pobrecitos indios de Romitatenían otra costumbre. El martes decarnaval, frente a frente de la iglesia delbarrio, es decir, en lo que podríamosllamar atrio, representaban, como en el

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siglo XVI, una farsa, coloquio o comoquiera designársele, que llamaban LosAhorcados; quizá basada en algúnantiguo sucedido histórico o puramentefantástico, con sólo el fin de divertir yhacer reír.

Los que hacían de actores, cada unose imponía la obligación de saber supapel de memoria y vestirse con el trajealusivo, que la más de las veces rayabaen ridículo por su factura y anacronismo.

Los personajes de la farsa eran lossiguientes:

El Juez.Un Escribano.El Heraldo.

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Un Fraile.Los reos y los testigos.Varios alguaciles y dos

verdugos.Dos viudas.

La representación comenzabageneralmente después de medio día, yduraba hasta caer la tarde. A la horaseñalada, ya la mise en ecénse se habíaarreglado convenientemente.

Delante de la iglesia se levantaba untablado con la mesa del juez, provista detodos los chismes y menesteres, y haciaun lado, enclavadas las horcas, dondehabía de ejecutarse la sentencia.

La gente del barrio de Romita y de

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las inmediaciones, acudía a larepresentación. Todos se estrujaban;reían unos saboreando de antemano elpasatiempo, o reñían otros por encontrarbuen lugar o acomodo.

Se levantaba el telón… quiero decir,comenzaba la farsa, porque larepresentación era al aire libre; y no fuecosa extraordinaria, que a veces, severificara cayendo menuda lluvia,propia de estos días de carnaval.

Los pobres acusados, en ciertasocasiones vestía sambenitos y corozas,como si fuesen reos de inquisición, yeran conducidos por los alguaciles, queempuñaban altas varas, ante la mesadonde ya los esperaba sentado el señor

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juez. Los testigos comenzaban a declarary hacían sus confesiones mitad en lenguaindígena y mitad en bárbaro castellano,y aunque los presuntos reos las oíancallados y cabizbajos, la muchedumbrede espectadores, como Heráclito yDemócrito, pasaba del llanto máscopioso a la más regocijada risa.

Oídas las declaraciones, el juez, queostentaba luenga peluca blanca,haciendo con ella resaltar más sulampiño y cobrizo rostro; inclinábasesobre la mesa, meditaba unos instantes;tomaba pausadamente la pluma de ave,mojábala en el tintero de plomo,borroneaba algunos palotes y signoscabalísticos —generalmente no sabía

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escribir—, y echando marmaja oarenilla sobre el papel que contenía lasentencia, la entregaba al pregonero,quien en voz alta y aguardentosa ladeletreaba o fingía deletrear, porque asícomo el juez, en la mayoría de los casosno sabía escribir, tampoco el heraldoentendía pizca de lectura.

Entretanto se confesaban los reoscon el fraile. Una vez absueltos de suspecados, y al concluir su oficio elpregonero, los verdugos se aprestaban aejercer el suyo. Apoderándose conbrusquedad de los reos, los izabanamarrados de la cintura por medio delas cuerdas de las horcas, y ya en vilo, apoco se presentaban las viudas, hechas

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unas magdalenas, solicitando lesentregasen los cadáveres para darlescristiana sepultura.

En fin, la farsa era de lo másdivertido para los espectadores. Lascaras fieras de los verdugos, la sonrisasocarrona del indio ladino que habíarepresentado al juez, los gestos de losreos y sus largas lenguas de fuera paraaparecer que los indios los habíanahorcado, las fingidas lágrimas de lasviudas, y sobre todo, lo abigarrado ygrotesco de la indumentaria, provocabanfrancas carcajadas en los burlones,sollozos en las ancianas verdaderamenteconmovidas, gritos angustiosos en losniños asustados, aullidos en los perros

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que habían perdido a su amo; y más deuna farsa de aquel martes de carnaval,que celebraban los actores yespectadores llenos de alegría ycontento, concluyó en medio de silbidos,a mojicones, a palos y a pedradas.

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El Viernes de Dolores

¡Qué mañana tan alegre la del Viernesde Dolores, en aquellos buenos tiemposen que nuestras costumbres nacionales,como los dioses, aún no se habían idopara siempre!

Tempranito se levantaban los másperezosos vecinos de la ciudad deMéxico para ir al Paseo de la Orilla,como se llamó en la época virreinal, ode la Viga, como le llamaron después;tempranito a fin de gozar de la frescurade la mañana y del más pintorescoespectáculo, en el que tomaban partetodas las clases sociales, todas las razas

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y castas de la Nueva España y delMéxico Independiente.

Las calles y los barrios queconducían al lugar de aquel típicoPaseo, se animaban muy de madrugada.En las ventanas enrejadas y en loscerrados balcones de las viejas casas delos siglos XVI y XVII, asomaban curiosascabecitas infantiles o lindos rostros derisueñas muchachas que se divertían conel transitar de los que iban al Paseo enmatusalénicos coches simones, encalesas de sopandas, en volantesantiquísimos y en guayines amarillos,que fueron precursores de los vagonesde mulas y de los tranvías eléctricos; o acaballo, vestidos los jinetes de charros:

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sombrero galoneado, pantalonera conbotonadura de maciza plata, sillavaquera con argentíferos adornos en lacabeza y en el arzón; y también sedivertían con el desfile de los que iban apie, diferentes por el sexo, la edad, eltraje, el calzado y los sombreros;multitud abigarrada por sus brillos,colores, matices, telas, zapatos: mantasy tilmas plebeyas y aristocráticostúnicos de terciopelo o tisú de seda;huaraches o babuchas, aztecas ohispanas; chapines y botines de altos ybajos tacones, de cordobán o de raso;sombreros civiles o de religiosos, depalma o de fieltro, redondos,acanalados, de alta copa o de tendidas

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alas; toda la indumentaria indígena,virreinal, de los días del Imperio deIturbide o de la Dictadura de Su AltezaSerenísima, el General Presidente donAntonio López de Santa-Anna.

Aquellos barrios, calles ycallejones, conservaban todavía loscanales de aguas pestilentes, inmundas,pero que aquella mañana desaparecíanbajo infinidad de canoas pequeñas ygrandes, cubiertas de flores y de frutos,con nervudos remeros y vendedorasparlanchinas; ellos y ellas de raza india,limpios en los vestidos y de cuerpos; loscuales, en medio de un bullicioindescriptible y de una alegríaespontánea, pregonaban rábanos al

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natural o pintados, verde apio, frescaslechugas, manojillos de flores dechícharo, ramos de amapolas, manojosde mosquetas azules o blancas, detrébol, de laurel y de rosas,variadísimos en colores y perfumes.

Desde el Puente de San Miguel hastael de la Leña, en el desembarcadero delPuente de Roldan, a espaldas de la callelegendaria de la Quemada, por elolvidado callejón de Santa Efigenia opor las calles de Manzanares, iba yvenía aquel gentío, de ida o vuelta, parasolazarse en el Paseo, con la hermosurade la mañana y las músicas y bailes delos tripulantes de enfloradas canoas, endonde se tocaban arpas, guitarras y

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vihuelas, y cantaban sonecitosnacionales; todos o casi todos losindividuos con coronas de amapolas enlas cabezas o sobre los sombreros.

Era aquel gentío popular ydemocrático. Allí iban —dice elcronista Fidel— la matrona que acababade dejar su coche con muelles, seguidade criados con canastas henchidas derosas; la madre de familia, con una turbade chiquillos preguntones, traviesos,insubordinados, que piden golosinas,aturden con sus gritos o se espantan alacercarse demasiado a orillas del canal;la bandada de estudiantes pícaros y oji-alegres, confundidos entre indios eindias, en pos de la China salerosa, de

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enaguas rojas de castor y verde rebozode seda, la camisa escotada e hilos deperlas y corales sobre la piel de supecho apiñonado; el solterónimpertinente, embozado en buena capa,cazador, que sigue de lejos con la vista ala Venus garbancera, y el empleado defamélica prole que ha ido a comprar elramo más barato y el velón de a medioreal, pedidos a sus niños por el maestrode escuela para el altar de la Virgen delos Dolores.

Al regreso del Paseo, la gente traíaa los hogares coronas de flores,legumbres, tamales de dulce o de chile,jarritos con atole blanco o de leche paralos que no habían ido; y en los

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comedores los esperaba el desayunoservido en mesas cubiertas delimpísimos manteles; las mesas y lassillas llenas de rosas deshojadas o enfloreros de cristal; los pocilios otazones con hirviente chocolate, vasoscon leche espumosa y los platonescuajados de puchas y rodeos, mamones,trocantes, soletas y panqués.

La abuelita o la señora de la casa,las señoritas o los niños iban y veníanmuy afanosos para acabar de poner elaltar de la Virgen; ya llevando lostiestos de caprichosas formas sembradosde chía, que semejaban estar cubiertosde una felpa verde esmeralda; losladrillos en que había nacido el trigo o

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la lenteja, de un color amarillento porhaberlos tenido ocultos a la luz del sol;los comales en que habían dibujado consemillas de alegría los signos de laPasión; las aguas de colores enbotellones o botijas y las banderitas deplata u oro volador clavadas en lasnaranjas o en las velas.

Estos altares se ponían en casi todaslas casas, en las accesorias máshumildes, en el mismo Palacio en tiempode los virreyes; pero queda recuerdo delque puso Su Excelencia don Martín deMayorga, el 17 de marzo de 1780, díaen que cayó en aquel año el Viernes deDolores; altar delante del cualcelebráronse conciertos en que tocaron

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todos los músicos de Capilla de la SantaCatedral.

En aquellos altares ardían los cirios,brillaban con sus reflejos las aguasteñidas y se movían las sutilesbanderitas; rezaban con más o menosdevoción las estaciones losconcurrentes; un niño vestido de sotanay sobrepelliz predicaba un sermón desdeun púlpito improvisado; los invitadosbebían aguas frescas de naranja, delimón, de piña, de jamaica o de horchatacon chía… y en la grada superior veíasea la Virgen doliente, con su blanca toca,la túnica morada, el manto azul,dolorido el rostro, juntas las manos, elpecho atravesado por espada y puñales,

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y sus ojos lacrimosos fijos en el cielo.

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La plazuela y calledel Puente de Villamil

Pocos años después de la ocupación dela ciudad de México, y aun a raíz deconquistada, Hernán Cortés comenzó arepartir a los capitanes, soldados yprimeros pobladores, los solares en quéedificar sus casas, dentro de la traza, oen qué plantar sus huertas, en losalrededores; reparto que con el tiempoquedó encomendado a losayuntamientos.

Huelga asegurar que el Conquistadorpara sí y para los capitanes más adictos

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a su persona, se reservó y adjudicó losmejores solares y aun los palacios quehabían sido de los caciques o señoresindígenas.

Entre estos capitanes predilectosestaba Andrés de Tapia, quien habíavenido en su compañía a descubrir,conquistar y pacificar esta tierra, porcuyo motivo, y haber trabajado yservido a Su Majestad en las guerrascon los indios, le hizo merced el 26 deseptiembre de 1524, de dos solares queestaban fuera de la traza, a fin de que enellos hiciera su casa y morada, teniendopor lindes, por una parte el solar deFrancisco de Orozco, de la otra parte, lacalle que iba a Tlatelolco, y de otra

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parte, la calle que bajaba de las casasde Blasco Hernández, y de la otra la queiba a las de Monjarrás.[54]

Como estos solares posteriormentelos cedió Andrés de Tapia para que seedificase el monasterio de monjas de laConcepción, el barrio tomó este nombre.

En la contra esquina de las casas quehabían sido de Andrés de Tapia, del otrolado del canal o acequia que veníadesde la parte norte de la ciudad, y en elmismo siglo XVI, construyó una grancasa Andrés de Barrios, quien diceDorantes de Carranza, vino a Méxicouna vez ganada la tierra, «desde hamuchos días; y fue persona muy honraday de calidad, y obtuvo por repartimiento

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“la mitad de Metztitlan”».[55]

Otro cronista asegura que Andrés deBarrios era «caballero muy principal dela casa del Duque de Arcos», y que casócon doña Leonor Suárez Pacheco,hermana carnal de la primera esposa deHernán Cortés, la desdichada doñaCatalina, a quien estranguló su marido aldecir de malas lenguas, aunque elcronista aludido afirma que falleció de«mal de madre».

De doña Leonor Suárez Pachecodecía el virrey don Antonio deMendoza, «que había de vivir para seraya de príncipes». Fruto de sumatrimonio con Andrés de Barrios,agrega Suárez de Peralta, que doña

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Leonor dejó tres hijas, que casaron concaballeros nobles y principales, entrelos que se contaba un Oidor.[56]

La gran casa del barrio de laConcepción pasó después a serpropiedad del caballero don Luis deQuesada, que había contraídomatrimonio con doña María Jaramillo,hija de Juan Jaramillo y de doña Marina,la manceba de Hernán Cortés, como esbien sabido.

Aquella casa parece que estabadestinada a ser de personas célebres ennuestra historia, pues hacia el año de1570 la compró a Quesada JerónimoLópez, Tesorero Real e hijo delconquistador del mismo nombre, que

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tanto se distinguió por su poca simpatíapor los indios, como se puede ver en suscartas escritas al rey de España.

Jerónimo López, el Tesorero Real,casó con doña Ana Carrillo de Peralta,sobrina del virrey don Gastón dePeralta, Marqués de Falces, y fundó enunión con ella un mayorazgo,vinculándolo en la dicha casa junto conotros bienes, y en la escritura respectivase describía la finca en estos términos:«que eran casas grandes, con sus huertasdentro de ellas, que fueron de don Luisde Quesada y antes de Andrés deBarrios, difuntos, que son de esta ciudaden el barrio del monasterio de monjas dela Concepción, esquina con esquina, la

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acequia y tarxea del agua que va delmonasterio de Santiago, en medio; quedesde la dicha calle de la Concepciónocupa la dicha casa toda la cuadra hastauna acequia que viene a dar a espaldasdel monasterio de Santo Domingo yviene hacia el monasterio del Carmen…y por ser las casas muy grandes y demucho edificio de piedra muy buena ymadera, las estimamos y estánapreciadas en cuarenta mil pesos orocomún, y están repartidas en tresmoradas y arrendadas todas…».

Transcurridos muchos años, en el de1713, don Fernando Antonio de VillarVillamil, caballero de la Orden deCalatrava, Teniente de Capitán General

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y Gobernador de las costas del Mar delSur, se unió en legítimo matrimonio conla heredera del mayorazgo fundado porel Tesorero Real Jerónimo López, ypasó a vivir en la gran casa de laesquina del Puente y Plazuela de laConcepción, los cuales desde entonces,o poco después, dejaron su nombreprimitivo por el de Plazuela y Calle delPuente de Villamil, pues esta ilustre ylinajuda familia dio a la Muy NobleCiudad de México cinco regidores y dosalcaldes, durante los siglos XVIII y XIX yhabitó la tantas veces mencionada casa,cerca de una centuria.

En 1788 la casa estaba yaamenazando ruina en muchas de sus

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piezas, y don José Jerónimo López dePeralta Villar y Villamil,[57] a quienpertenecía entonces, pidió autorización ala Real Audiencia para venderla ysubrogar otra en su lugar. Su Procuradordecía que «entre los bienes del vínculohabía una casa y huerta en el barrio delconvento de Religiosas de laConcepción de esta Ciudad, pasado elpuente que llaman de Villamil, en la quehan vivido los poseedores delmayorazgo siempre, como casa de suhabitación, y aún el actual poseedor laocupó con su familia, hasta el añopasado de 85, en que le fueindispensable dejarla, no tanto por loretirado que está del centro de la

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Ciudad, cuanto por la ruina queamenazaba en muchas piezas de lavivienda, motivada de la antigüedad desu edificio».

La Real Audiencia nombró a unmaestro alarife para que reconociera elestado de la finca y apreciara su valor.En el informe que rindió dice que «elsitio en que se halla la casa, tiene por laPlazuela que nombran de Villamil yparte del Sur, sesenta y siete varas y unasexma, que corren de Oriente aOccidente; y de fondo por la orilla de laAzequia, que va del Puente de laConcepción para el de Santa María laRedonda, ciento veinte y seis varas yuna cuarta que corren de Sur a Norte; y

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en su respaldo tiene sesenta y cincovaras y una cuarta así mismo de Orientea Occidente; de suerte que toda su árease compone de ocho mil cuatrocientasvaras y sesenta y nueve y seis avosquadrados superficiales».

«Y sobre este expresado terreno, sehalla la dicha casa antigua compuesta delas piezas siguientes: por la dichaPlazuela, dos Accesorias, la una conRecámara, una puerta del Patio de ladelantera de la Casa, donde están tresAccesorias, la una es grande, de diez ysiete varas, un Zaguán, dos Quartos, eluno con Recámara, Patio, QuartoCocheras, la una con entrada a laHuerta, donde está vna fuente con

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Merced de agua, seis Quartos y unaCaballeriza larga de veinte y cuatrovaras y tres quartas; la Caxa de laEscalera, y por su Mezeta se baja a unQuarto, y un Corral que fue Jardín, y unPozo; en el primero patio tresCorredores cubiertos con seis tramos,los baxos sobre Columnas de cantería, yplanchas de cedro; y los otros sobrecolumnas y arcos de cantería, vnaVivienda de dos Piezas grandes,Pasadizo, vn Quarto, otro de paso a otraVivienda interior de Sala, y Recámara,quatro corredores baxos y altos, el unocuvierto, un Quarto grande, una Viviendade siete Piezas, tres grandes de Zalas yotra Zala, Azoteguela, y Común; otra

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Vivienda de otras tres Zalas, la unadividida con Cancel y en el ángulo delCorredor ancho principal, un Quarto, yotras dos Zalas, a la buelta por lo baxo,debaxo de los quatro corredorcitosexpresados vn Patio y dos Piezas. Lamateria de que se compone la Fábricamuy antigua de la expresada Casa, es,sus Paredes de mamposteria ya con susmezclas pasadas, y algunas de Tierra;los Techos son de vigas de a siete, de aocho, y de a nueve varas; los Pizos yAzoteas enladrillados; las Puertas yVentanas de madera, con sus chapas ycerraduras».[58]

De propósito hemos queridoreproducir textualmente el informe en

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que describe aquella vetusta casa quepor el número de piezas, patios,corredores, columnas, escalerasmonumentales y materiales deconstrucción, era un verdadero palacioparticular, de los que no fueron raros enaquellos felices tiempos, en que primerolos conquistadores y a la postre susherederos o familias ricas ydistinguidas, tuvieron ampliashabitaciones, dignas de su alcurnia, loscuales no se hubieran desdeñado deocupar monarcas o príncipes, si a estosreinos hubieran tenido necesidad oantojo de venir a visitar.

El anterior informe se rindió el añode 1789. Cuando se fundó el mayorazgo

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en 1608 por el Tesorero Real, JerónimoLópez, la casa había sido evaluada en«cuarenta mil pesos de oro común»,pero a fines del siglo XVIII fue vendidaen una cantidad menor, tal vez porencontrarse en un estado bastanteruinoso o porque ya por entonces habíadisminuido en ese rumbo de la ciudad elvalor de la propiedad urbana.

El comprador lo fue el PadreManuel Bolea, con el fin de fundar en lacasa un establecimiento educativo, quese llamó popularmente Colegio de lasBonitas, quizá porque el P. Bolea sepropusiera recoger y educar a jóvenesque por su hermosura pudieran perderse.

En 1807 entregó el mencionado

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Padre Bolea la cantidad de nueve milpesos a la Real Caja, en calidad dedepósito y a petición de doña MaríaIgnacia Rodríguez de Velasco, madre deJerónimo López de Peralta Villar yVillamil, que era a la sazón menor deedad, cantidad que había quedado adeber dicho Padre por la compra de lacasa.

Esta señora doña María IgnaciaRodríguez de Velasco, fue la famosaGüera Rodríguez, tan célebre en lahistoria galante de aquellos tiempos,pues tuvo sus dares y tomares con elcanónigo Beristáin, con Iturbide, y fuecasada tres veces y celebrado su talentoy hermosura, por el Barón de Humboldt,

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cuando éste visitó a México en 1803.Años después, extinguido el Colegio

de las Bonitas, se establecieron en estacasa las «Hermanas de la Caridad», ycuando fueron expulsadas en 1875, elviejo y ruinoso caserón, construido alláen el siglo XVI, que había sido moradade los Barrios y Quesadas y de la ilustrefamilia de los López de Peralta y VillarVillamil, quedó convertido en talleres ycuartos de prostitución, hasta queadjudicado primero a don ManuelGonzález, y adquirido de nuevo por elGobierno, fue completamente derribadopara construir el edificio que existe hoydía, conocido por «Escuela de laCorregidora», frente a la Plazuela

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llamada ahora de Aquiles Serdán.

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La calle y casa dondenació Fidel

Hace algunos años, fui en busca de lacalle y casa en que nació nuestropopular poeta D. Guillermo Prieto, perodespués de andar leyendo las placas delos números de las calles y casas delbarrio, donde sabía yo que se habíamecido su cuna, me encontré con que mipretendida excursión había fracasadopor completo.

¡Y cuánto renegué de las peregrinasnomenclaturas, que primero un sabiomatemático redujo a ininteligibles

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fórmulas algebraicas, y que andando eltiempo, se substituyó con otranomenclatura en la que las tradiciones ylas leyendas de esta ciudad de Méxicofueron sacrificadas, con la mejor buenafe, para imponer un solo nombre a todauna avenida!

Decepcionado y cansado de misinvestigaciones callejeras, regresé a micasa, me puse a buscar y a rebuscar enpapeles amarillentos, en viejos libros yen planos antiguos y modernos lo que nohabía encontrado en mi paseo por elbarrio susodicho.

A la postre de atentas lecturas yobservaciones en los planos, tuve lafortuna de fijar el sitio en que vino al

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mundo el festivo poeta y pintoresconarrador de nuestras costumbresnacionales, con ítem más, antecedenteshistóricos de la vetusta calle.

Por boca del propio don GuillermoPrieto, supe que había nacido en la quehasta hace pocos años se llamó delPortal de Tejada, en el número 5, y queahora se llama 1.ª de Mesones; pero laidentificación del número que tieneactualmente la casa me dio no pocotrabajo, y estuve como jugando «a lospares y nones», pues los números paresde la dicha calle están en la acera quemira al Sur y los nones en la acera queve al Norte. Y aquí de mis vacilacionesy de mis reniegos en contra de la

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nomenclatura que en mala hora concibióy dio a luz en lustrosas placas launificadora comisión del Ayuntamiento;mas mi buena suerte me hizo consultar elviejo «Padrón del año de 1813», y conél pude inquirir que el dicho número 5corresponde al hoy número 10 de lasupradicha «primera calle de Mesones».

¡Y cuánto ha cambiado aquel barriodesde el siglo XVI hasta nuestros días!El modesto cronista Francisco Sedano,autor de un sabroso libro que intitulóNoticias de México, refiere que el sitioen que se levanta el Colegio de lasVizcaínas era en aquella centuria laplaza, abasto y comercio de la ciudad,situada frente al Tecpan de San Juan; que

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por ese rumbo hubo una acequia para lostraficantes que comerciaban en laciudad, acequia que comenzaba en lacalle de Zuleta, con cercanía al HospitalReal, que atravesaba las calles deOrtega, la del Puente Quebrado, elcallejón de Pañeras, calle de las Ratas,esquina de la de Mesones, por Regina, yhaciendo varias curvaturas y giros,remataba por la Puerta Falsa de laMerced, en la acequia Real, por dondeentraban las canoas, nombres todosestos que han desaparecido, trocadospor otros en la híbrida nomenclatura quemodificó la antigua; faltándomepaciencia y tiempo para indicar a cuálescorresponden ahora.

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Pero volviendo a lo que refiere donFrancisco de Sedano, en sus Noticias deMéxico, dice que, hacia 1570, «lastiendas y almacenes de mercaderesricos, tratantes en géneros de ropaeuropea y de la China, estuvieron en losportales de Tejada y calle de Tiburcio, yasí consta de los libros del RealTribunal de Cuentas, en los que en aqueltiempo se asentaban las partidas degéneros que entraban, para quién eran ydónde tenían sus casas y tiendas, ytambién de un libro de caja de un ricomercader llamado Diego Agúndez, quepara en dicho Tribunal».

Más explícito sobre la historia de lacalle a que dio nombre el licenciado

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Lorenzo Tejada de Logroño, es el doctordon José María Marroquí, el cual en sumuy interesante obra intitulada LaCiudad de México, ha compilado lossiguientes curiosos pormenores:

«El nombre de esta calle es bienantiguo y debido a su vecino ellicenciado Tejada, Oidor de laAudiencia de México, a quien el virreydon Antonio de Mendoza hizo merced deun solar y medio en esta calle el año de1543, a 26 de septiembre, siempre queno resultase perjuicio de tercero. ElAlarife de Ciudad, Juan Francisco,informó que no había ese perjuicio, y lamerced quedó concedida. Este solar ymedio, que es el que ocupa la casa ahora

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número 5, cuando se hizo la mercedestaba limitado de esta manera: Por ladelantera, por la calle que viene deltianguis por casa de alonso villa seca ypor otra parte la calle que viene por lascasas de ivan de rronda y por otra partecon casas de gerónimo de la rriba y concasas y solar de marcos rromero y conun rinconcillo que entra hasta la acequiaa dar a una portezuela de palo que tienehecha ivan de rronda junto a sus casas…con otra calle que viene por delante delas de tomás rrijoles».

El terreno, pues, cedido al OidorTejada, tenía una vista para la calleprincipal y otra atrás para la acequia.Esta acequia, que estaba en lo que era

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Calle del Puente Quebrado, corríaoblicuamente por la calle de estenombre, de noroeste a sureste, a salir ala esquina de las Ratas. Acequia era estade mucho tráfico entonces; en este lugary en ambos lados de ella, habíadesembarcaderos de los efectosdestinados al tianguis de San Juan; yhacia el rumbo que hoy llamamos laPolilla, hacía un remanso de aguabastante grande, que servía parabañadero de caballos.

«El oidor Tejada no desaprovechó eltráfico mercantil que allí se hacía, y enlos bajos de la casa, hacia la acequia,hizo piezas destinadas a comercio.Pensó también que estas piezas tendrían

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mayor aprecio, procurarían mayoresrendimientos, acompañándoles dealgunas ventajas; una de ellas la deportales, donde los traficantes pudieranguarecerse del sol y del agua. A esteefecto, el día 19 de julio de 1549presentó al Cabildo secular unapetición, solicitando que le dieselicencia para hacer portales delante delas casas y tiendas, hacia la casa deGregorio de las Rivas, que era más bienuna abertura entre ambas casas. Élpidió, al mismo tiempo, permiso parahacer un puente de arco sobre laacequia, cerrando aquella abertura.Ningún inconveniente encontró la ciudaden acceder a la petición, considerando

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que los portales eran, al mismo tiempo,un adorno para la ciudad y un refugiopara sus vecinos y que cerrar la aberturade sobre la acequia, contribuía a laseguridad del sitio. Accedióse, pues, alo solicitado, aunque con algunascondiciones: “Una de ellas, que losportales tengan la anchura de 15 pies dehueco y que nunca tuviera la propiedad asueldo de ellos, sino simplemente suuso, con derecho, sí, a construir arribade ellos; que estos portales habrán deser delante de sus tiendas y que llegandoa la parte de las casas que fueran deTomás de Rijoles no pudiese pasar y lacalle quedase del mismo ancho; encuanto al puente, se le puso también por

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condición que la pared que hubiera dehacer para cerrar la abertura que había,apañara con la esquina de la casa deGregorio de las Rivas y con las suyas,sin dejar ningún rincón; en estaconformidad, hizo sus portales el oidor;estos portales eran dos, el uno veía alponiente y el otro al norte, formandoentre sí escuadra y con la acequia untriángulo”».

Cuando nació don Guillermo Prieto,ya habían desaparecido el Tecpan y eltianguis de San Juan, las acequias queatravesaban las calles, el baño de loscaballos y los portales del oidor Tejada;y en la casa número 5, que, como hedicho, hoy es número 10, vivían los

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abuelos del poeta, y en ella vinieron apasar una temporada los padres, a fin deesperar el nacimiento de su hijo. La casaera propiedad del convento de San Juande la Penitencia, y producía a las monjasuna modesta renta, pues según lospadrones de aquel tiempo, en 1796tenían de producto anual la cantidad de$207, y en 1813, $ 378.

En esta modesta casa vino al mundoel que había de ser inspirado cantor delas glorias y costumbres patrias, y fuebautizado el mismo día en que naciera,en la Parroquia del SagrarioMetropolitano, de esta Capital, segúnconsta en el libro número 128 debautismos, donde en la foja 21 vuelta, se

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lee la partida que copio aquí, letra aletra:

«En 10 de Febrero de milochocientos diez y ocho, con licenciadel S. Dr. D. Juan Aniseto de Silvestre yOlivares, Cura más antiguo de esta SantaIglesia, Yo el B. D. José Mana Velasco,bauticé a un niño español, que nacióhoy, púsele por nombre José GuillermoRamón Antonio Agustín, hijo lexítimo delexítimo matrimonio de D. José MaríaPrieto Gamboa, subteniente de Realistasfieles de infantería de esta Corte, naturalde la misma, y de Da. María JosefaPradillo y Estañol, natural del Molinode Belem, nieto por línea paterna de D.Pedro Prieto y Aguirre y Da. María

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Gamboa y Camacho; y por la materna deD. Francisco Pradillo y Cárdenas y Da.Juana María Estañol y Rodríguez, fueronpadrinos los abuelos paternosadvertidos de su obligación.—Dor. JuanAniseto de Silvestre y Olivares(rúbricas).—José María Velasco(rúbrica), José Guillermo RamónAntonio Agustín Prieto».

Hoy, después de una centuria, lacasa en que nació nuestro popular«Romancero» ostenta una fachada deconstrucción moderna, y ni los vecinosde aquel barrio, ni los que transitanindiferentes por la calle del antiguooidor Tejada, saben que en esa casaabrió por primera vez los ojos el más

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regocijado poeta de las costumbrespopulares; el honrado Secretario deHacienda, por cuyas manos puraspasaron los tesoros derrochados delclero; el político integérrimo, quesiempre fue partidario de la legalidad,en contra del mismo patricio D. BenitoJuárez; el elocuente orador quearrebataba con su palabra en la tribunacívica y en la del Congreso; el amigocariñoso, el padre que legó a sus hijosun nombre ilustre, y que murió pobre,como había vivido en su niñez, en sujuventud y aun en los tiempos en queocupó las secretarías de Estado.

Esta apatía e indolencia porconservar los sitios en que nacieron,

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vivieron o murieron nuestrascelebridades literarias, no debeadmirarnos. Hemos dejado desaparecerla casa de la calleja de Bilbao, donde latradición cuenta que nació don Juan Ruizde Alarcón y Mendoza; hemos dejadoderrumbar la celda del ex convento deSan Jerónimo, donde expiró Sor JuanaInés de la Cruz; no hemos colocado ni lamás modestísima señal en las casas quehabitaron don Carlos de Sigüenza yGóngora, el Padre Alzate, el DoctorMora, don Lucas Alamán, Orozco yBerra, Fernando e Ignacio Ramírez,Altamirano, Gutiérrez Nájera, y en lasde tantos otros sabios y escritores ypoetas, que por fortuna viven y vivirán

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la vida de los inmortales en sus obras,como perdurará también la memoria dePrieto en sus «Viajes de OrdenSuprema», en sus «Memorias» y en su«Musa Callejera».[59]

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Los nombresantiguos y modernos

de las calles

Cuando un pueblo, una villa o unaciudad están recientemente fundadas,son los vecinos los que van imponiendonombres a las calles, para indicar apropios y extraños el lugar donde viven;los imponen no al acaso, sinoatendiendo a lo que hay de más notable,y toman los nombres de un palacio, unaiglesia, un convento, un hospicio, unhospital, una casa de comercio, unafábrica, un puente, o de los mismos

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vecinos que por alguna circunstancia sehan distinguido y habitado en ellas.

Así, en la antigua ciudad de Méxicoprocedieron con mucha razón losvecinos al llamar Calle del Arzobispadoa la en que edificó su palacio episcopalD. Fr. Juan de Zumárraga; Calle delCorreo Mayor, a la en que se establecióesta oficina, y calle de la Aduana Vieja,del Montepío Viejo y del Coliseo Viejo,a las en que estuvo la primera aduana, elprimer montepío y el primer teatro.

Calles de Santo Domingo sellamaron a las que conducíandirectamente de la Plaza Mayor almonasterio y a las contiguas, que poralgo se diferenciaban entre sí: Plaza,

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por la que aún existe al frente del atrio;Cerca, por la que limitaba el conventopor la parte del sur; Sepulcros, por lacapilla en que eran sepultados losfrailes; Puerta Falsa, por la que teníadetrás el edificio y por donde seintroducía toda clase de provisiones a lacomunidad; y Puente, por uno queestaba muy cercano.

El convento de religiosas de laConcepción dio nombre también a unaplaza y a las calles fronteras a la iglesia,a la vez que a la de las Rejas, porquehacia ella caía el locutorio, en el cual,tras de unas rejas interiores, recibían lasmonjas a las personas que iban avisitarlas; Estampa, por la que se ponía

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para indicar, por medio de una imagenrealzada en piedra y dentro de un nicho,que en el mismo sitio del muro interiordel templo estaba el depósito otabernáculo, en que se guardaban lashostias consagradas.

Balvanera, dio nombre también a lascalles de la Estampa y de las Rejas, lomismo que Jesús María.

Regina Coeli, monasterio dereligiosas como los anteriores, dionombre, entre otras, a la del Tornito, porel cual se introducían por el exterior, sinser vistos, toda clase de objetos para lasmonjas, y no pocas veces hasta niñosrecién nacidos que abandonaban ahípadres desnaturalizados.

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Los hospicios dieron sus nombres alas calles del Hospicio de San Nicolás yde Pobres, y los hospitales a las callesdel Hospital de Jesús, del Amor de Diosdel Real de Indios, de San Hipólito, deSan Lázaro, del Espíritu Santo, de SanJuan de Dios, de Betlemitas y de SanAndrés.

Una tienda que se incendió, y no lahermosa leyenda imaginada por dospoetas, dio nombre a la calle de laQuemada y los letreros de laspulquerías a las calles de Puesto Nuevo,de la Machincuepa, del Basilisco, deSancho Panza y a otras más.

Los vecinos distinguidos por supiedad, valor o riqueza, que vivieron en

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ellas o tuvieron una hospedería, un tallero una casa comercial, dieron nombre,como ya hemos dicho, a las calles deAlfaro, Padre Lecuona, Manrique,Medinas, Migueles, Montealegre,Monzón, Quesadas, Roldán, Tiburcio,Vergara y Zuleta; y hasta las mujeres, alas calles de las Cruces, por unas deapellido Cruz que allí vivían, y de lasMoras, por igual motivo.

Aún algunos nombres muy vulgarestuvieron su razón de ser, como el deTumba-Burros, porque allí caían lospollinos, por el accidentado y pésimopavimento de la plaza; de las Ratas, delas Moscas y de los Perros, por laabundancia que hubo en ellas de esos

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roedores, insectos y caninos.Los oficios y comercios dejaron sus

nombres a las calles en que seestablecían, y hoy han desaparecido losde las calles de Cedaceros, Curtidores,Marquesotes, Meleros, Plateros yZapateros, los de los callejones de laBizcochera y de la Camotera.

La fábrica de puros y cigarros,cuando el tabaco estuvo estancado, dionombre a dos calles de la parteseptentrional de la ciudad; una de ellasse llamó del Estanco de Hombres,(ahora del Paraguay), porque en laacera sur existía el departamento de lostrabajadores, a la otra, del Estanco deMujeres (hoy del Ecuador), porque en

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la acera norte existió el taller de lascigarreras. También fue conocida unacalle inmediata a la primera, con elnombre de los Parados, porque en losdías de raya, permanecían allí de pielos obreros, mientras se les pagaba sujornal.

A las calles de San Pablo, de SanJuan de Letrán, de Niñas, de San Pedroy San Pablo, de San Ramón, de Santos,del Seminario, de las Escuelas o de laUniversidad, se les llamaron así porhaberse fundado en ellas otros tantoscolegios que llevaron esos nombres, y laúltima, por la Real PontificiaUniversidad, la más antigua de todas lasestablecidas en América.

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A las calles que tenían puentes, yales hemos consagrado capítulo especial,y así como éstas eran precedidas de lapalabra puente, cosa semejante sucediócon las que tuvieron portales. Quedantodavía las del Portal de Mercaderes,de la Diputación, y de Santo Domingo,pero ni huellas restan del Portal deTejada (hoy 1.ª de Mesones) y de losAgustinos, de la Fruta, del Águila deOro y del Coliseo Viejo, situadossucesivamente en la hoy Avenida del 16de septiembre, ni del Portal de lasFlores que fue derribado hace pocotiempo.

La casa señorial del Conde deSantiago, que tuvo un hermoso jardín en

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el costado que caía hacia el sur, dionombre a la calle del Parque delConde; lo mismo que otros títulos deCastilla a la Plaza de Guardiola, alCallejón de la Condesa (por la delValle de Orizaba) y a la Calle y Puentede la Mariscala, por haber vivido enesta esquina la esposa del célebreMariscal de Castilla Ramírez deArellano.

Tuvo la ciudad antigua calles ycallejones enteramente cerrados o quese comunicaban sólo por sus bocacalles,y por ello tuvieron los nombres de laCerrada de Santa Teresa, de laMisericordia, de la Moneda; y alcallejón de Salsipuedes, se le designó

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burlonamente así porque no tenía mássalida que su entrada.

Los agustinos dieron nombre a lascalles que iban al Monasterio de SanAgustín, después 1.ª y 2.ª de laMonterilla, por los alcaldes de monteraque asistían al Ayuntamiento y cuyasoficinas estaban en la 1.ª de estas callesque son hoy las del 5 de Febrero.También dieron nombre a la del frentedel templo; a la del costado oriental,llamada de los Bajos, porque hacia ellaquedaba la enfermería y los frailesarrendaban los bajos del edificio; a ladel Tercer Orden, por la iglesia asínombrada, contigua al templo grande; ya la del Arco, por el pasadizo construido

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en esta forma, que sirvió a los frailespara comunicarse por la parte superior aespaldas de su convento, con las casasque habían comprado en la aceracontraria.

Los nombres de las calles del Saltodel Agua y de los Arcos de Belem,tuvieron su origen en que, al fin de lasprimeras, caía o saltaba, en la fuente quetodavía existe, el agua del acueducto deChapultepec, y como por ese rumbocorría gran parte del citado acueducto,sus arcos, situados delante del conventode los mercedarios y del colegio deBelem, dieron nombre a las últimascalles.

La iglesia de los padres

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benedictinos dio nombre a la calle delChapitel de Monserrate, y el conventode los hermanos Camilos, a las calles deSan Camilo y de la Buena Muerte,porque hacia esta última existía lapuerta por donde salían los sacerdotespara ir a prestar sus auxilios espiritualesa los moribundos.

En la ciudad colonial no hubohoteles, pero sí Mesones, que dieronnombre a las calles así llamadas, ycomo en otras existían las mismasposadas, a las que sus dueños les habíanpuesto diversos nombres, éstos losdieron respectivamente a las calles deAldaco, del Ángel, de la Garrapata, delos Siete Príncipes, de San Dimas y de

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la Verónica.Las parroquias dieron su nombre no

sólo a las calles en donde estabansituadas, sino a las de alguno de suscostados, que por colocarse en ellos latabla llamada cuadrante, en la que seanunciaban las misas que ese día sehabrían de decir, se designaron así lasllamadas del Cuadrante de San Miguel,del Cuadrante de Santa CatarinaMártir, etc.

Quizá se nos tilde de haber repetidoen este capítulo mucho de lo que enotros habíamos dicho sobre el origen delos nombres de otras calles, pero lojuzgamos necesario, para demostrar queel pueblo fue el que los impuso a las

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calles de la vieja ciudad, con algúnfundamento tradicional, histórico otopográfico. En cambio, en los tiemposque alcanzamos, se ha procedido sinorden ni concierto al cambiar losnombres antiguos o al imponer nuevos alas calles de las modernas colonias.

Los nombres geográficos se hanprodigado al capricho o comohomenajes a países amigos, y son tantos,que forman una especie de enmarañadoMapamundi, en el que figurancontinentes o imperios: África, Asia,Egipto, Arabia, Japón. Capitales de lasmás famosas: el Cairo, Tokio,Dinamarca, Varsovia, Berlín, Viena,París, Londres, Roma, Bruselas, Lisboa,

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Madrid, Pekín. Ciudades, puertos, islas,colonias de las más célebres: Amberes,Argelia, Damasco, Elba, Burdeos,Florencia, Hamburgo, el Havre, Jericó,Jerusalem, Liverpool, Marsella, Milán,Nápoles, Niza, Puerto Arturo, Sevilla,Siberia, Toledo, Turín, Transvaal,Versalles. Ríos extranjeros y nacionales:el Amazonas, el Balsas, el Danubio, elDuero, el Guadalquivir, el Mississippi,el Nazas, el Nilo, El Rhin, el Sena, elTámesis y el Tíber. Los Estados denuestra República, desde Aguascalienteshasta Zacatecas, incluyendo suscapitales, sus minerales y puertos. Enfin, todas las repúblicas de Centro ySudamérica y algunas de las Antillas.

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Pero todos estos nombres no obedecen aplan ninguno en su colocación y juntosestán lugares que se hallan a grandesdistancias.

La flora tiene también susrepresentantes en árboles y flores, pueshay calles del Álamo, del Chopo, delNogal, del Olivo, del Pino, del Sabino,y de la Camelia, de la Gardenia, de laHortensia, de la Magnolia, del Mirto,de la Mosqueta, de la Rosa, y de laVioleta; aunque estas flores no siempreexhalan gratos perfumes.

Por cierto que es oportuno hacerconstar que, al colocarse las nuevasplacas en las calles que llevan elnombre genérico de las Flores, la

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ignorancia del fabricante, o del autor dela nomenclatura, feminizó el nombre,pues debía de haber puesto de losFlores, apellido de una familiadistinguida que vivió muchos años enesas calles.

Cosa extraña: de frutos noanduvieron sino muy parcos los amantesde la Flora, pues sólo se hallan en lamisma nomenclatura las calles delLimón y del Naranjo; no fueron, sinembargo, tan avaros con los metales,que están representados en las calles delAluminio, del Cobre, del Platino, delPlomo y del flamante Radio.

A algún edil o regidor, que fuemédico, se le ocurrió dar el nombre de

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sus más ilustres colegas a varias calles,que en conjunto han dado en llamarColonia de los Doctores; pero noporque la hayan poblado hijos deGaleno o siquiera vivido en ella.Figuran allí, los doctores Andrade,Balmis, Barreda, Bernard, Carmona yValle, Domínguez, Durán, Erazo, GarcíaDiego, Jiménez, Lavista, Liceaga, Lucio,Martínez del Río, Montes de Oca,Navarro, Olvera, Río de la Loza, Ruiz,Velasco y Vértiz.

Y respecto de estos doctores, nopuede negarse que hubo en generalacierto en la elección; pero hayomisiones imperdonables que algún día,es de esperarse, se remediarán, si la

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llamada Colonia se ensancha.Lo mismo puede decirse

relativamente a sabios y escritores. Sehan elegido algunos que honran lasciencias, la pedagogía, la arquitectura,las artes, la ingeniería, la poesía y lasletras; pero faltan otros muy notables.Sin embargo, figuran dignamente, lossiguientes: Alarcón (D. Juan Ruiz de),Alcocer (Vidal), Altamirano (Ignacio),Carpio (Manuel), Clavijero (FranciscoJavier), Contreras (Manuel María), DíazCovarrubias (Francisco), Díaz de León(Francisco), Díaz (Mirón Salvador),Dondé (Emilio), Edison (Tomás deAlva), García Icazbalceta (Joaquín),González Bocanegra (Francisco),

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Gorostiza (Manuel Eduardo), Granja(Juan de la), Herrera (Alonso),Humbodlt (Alejandro), López Velarde(Ramón), Martínez (Enrico), Alzate(José Antonio), Nunó (Jaime), Orozco yBerra (Manuel), Pasteur (Luis), Meza(José María Luis Dr.), Pesado (JoséJoaquín), Pimentel (Francisco), Prieto(Guillermo), Ramírez (Ignacio), RivaPalacio (Mariano o Vicente), RosasMoreno (José), Nervo (Amado),Pensador (Mexicano), Son Juana Inés dela Cruz, Tolsá (Manuel), Tres Guerras(Francisco Eduardo de), Vallarta(Ignacio) y Zarco (Francisco).

También se ha tratado de honrar lamemoria de otros escritores y artistas

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que figuraron en México desde el sigloXVI, poniendo sus nombres a variascalles de las colonias Obrera, Algarín yPeralvillo, pero por desgracia estas víaspor su estado actual no corresponden alos méritos de dichos intelectuales. Noobstante mencionaremos las que llevanlos nombres de Lucas Alamán, ClaudioArciniega, losé Joaquín Arriaga,Refugio Barragán de Toscano, LorenzoBoturini, José María Bustillos, ManuelCaballero, Ángel de Campo, Antoniodel Castillo, Ricardo Castro, BernardoCouto, Alfredo Chavero, RafaelDelgado, Ernesto Elorduy, EnriqueFernández Granados, Manuel M. Flores,Antonio García Cubas, José Gómez de

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la Cortina, Manuel Gutiérrez Nájera,Fernando de Alva Ixtlixóchitl, AntonioLeón y Gama, Abundio Martínez, LauraMéndez de Cuenca, Carlos J. Meneses,Julián Montiel, Fray Manuel Navarrete,Francisco M. Olaguíbel, Manuel JoséOthón, Amado Paniagua, Félix Parra,Porfirio Parra, Manuel Payno, IrineoPaz, Rafael Ángel de la Peña, AntonioPeñafiel, José Peón Contreras, ÁngelaPeralta, Juan de Dios Peza, AntonioPlaza, Efrén Rebolledo, José María RoaBárcena, Juventino Rosas, MiguelSchulz, José María Tornel, Fray Juan deTorquemada, Joaquín Villalobos, FelipeVillanueva.

En las avenidas y calles, tanto

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antiguas como modernas, aparecen losnombres de eminentes patriotas,políticos y estadistas, pero «no estántodos los que fueron ni fueron todos losque están»; y se han inscrito no pocos ensendas placas, en los momentos deentusiasmo, por el afecto a los amigos opor el sectarismo de los partidarios.

De la época anterior a la Conquista,hay avenidas o calles deCuauhtemotzin, de Cuitláhuac, deChimalpopoca, de Motecuhzoma, deNetzahualcóyotl y de Xicoténcatl.

De la época del descubrimiento dela América, la Avenida de Isabel laCatólica y las calles de Colón(Cristóbal).

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De la época colonial existía elPaseo de Bucareli, que hoy es unahermosa avenida, y las calles de RevillaGigedo. Posteriormente se han impuestoa calles antiguas o nuevas nombres demisioneros: Fr. Bartolomé de las Casas,Fr. Toribio de Motilinía, Fr. Pedro deGante y Fr. Antonio Margil de Jesús; eldel Oidor Vasco de Quiroga y tres de losfundadores del Colegio de las Vizcaínas,Aldaco, Echeveste y Meave.

De los caudillos de laIndependencia, hay también avenidas ocalles de Allende (Ignacio), Aldama(Juan), Bravo (Nicolás), Galeana(Hermenegildo), Guerrero (Vicente),Iturbide (Agustín), Mina (Francisco

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Javier), Matamoros (Mariano), Mier(Fray Servando), Morelos (José María),Moreno (Pedro), Verdad (FranciscoPrimo), y de las heroínas Josefa Ortiz deDomínguez, Leona Vicario y Mariana R.del Toro de Lazarín.

De México Independiente, hay callesconsagradas a los defensores de lanacionalidad en las guerras de lainvasión norteamericana, de la Reforma,de la Intervención Francesa y delImperio, y entre ellas hay algunas callesque llevan nombres de algunosPresidentes de la República. Estascalles y avenidas son las que siguen: deAmpudia (Pedro), de Anaya (PedroMaría), de Arista (Mariano), de Arriaga

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(Ponciano), de Arteaga (José María), deBalderas (Lucas), de Comonfort(Ignacio), de Corella (Diódoro), deCorona (Ramón), de Degollado(Santos), de Doblado (Manuel), deEscobedo (Mariano), de Escutia (José),de Gómez Farías (Valentín), de GómezPedraza (Manuel), de González(Manuel), de Guerra (Donato), deGonzález Ortega (Jesús), de GutiérrezZamora (Manuel), de Iglesias (JoséMaría), de Juárez (Benito), de Lafragua(José María), de Lerdo (Miguel oSebastián), de Martínez de Castro(Antonio), de Melgar (Agustín), deMontes (Ezequiel), de Negrete (Miguel),de Ocampo (Melchor), de Olvera

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(Abraham), de Peña y Peña (Miguel), deRocha (Sóstenes), de Rosales (Antonio),de Valle (Leandro), y de Zaragoza(Ignacio).

De algunos de los caudillos que sedistinguieron en la Revolución iniciadaen 1910, recordaremos las avenidas quellevan los nombres de Francisco I.Madero, José María Pino Suárez,Venustiano y Jesús Carranza, EmilianoZapata, Álvaro Obregón, y la plaza deAquiles Serdán.

Sería enojoso mencionar losnombres antiguos o de personas notablesque han sido substituidos por otros,pues, sin pasión, no cabe paralelo entredon José Ives Limantour y don Abraham

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González; pero las calles que llevaron elapellido del primero, ahora tienencompleto el del segundo, aunque sin elpintoresco tratamiento de Ñor que ledaba el pueblo.

En la llamada Colonia de losDoctores se han omitido, entre otros, adon Pedro Escobedo, quien fue uno delos más empeñosos en la fundación yorganización de la Escuela de Medicina,y a don José María Marroquí, quienescribió extensamente y con gran acopiode datos la historia de las calles deMéxico.[60]

Es imperdonable también que BernalDíaz del Castillo, Francisco JavierClavijero y Manuel Orozco y Berra, tres

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de los más apreciables historiadores,estén arrinconados en callejones ycallejas inmundas, y que en cambio, unade las calles más amplias de la ciudadostente el nombre de Luis Moya, muydiscutido aún entre sus conterráneos.

Hasta los nombres depersonalidades ya consagradas se hancambiado a varias de las principalescalles, sin criterio ni equidad.

La calle de la Acequia, donde vivióel general Zaragoza, y cuyo nombrellevó algún tiempo, se llama actualmentede la Corregidora Josefa Ortiz deDomínguez, y en cambio la calle dondemurió esta ilustre heroína, lleva ladesignación de 1.ª del Carmen,

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cometiéndose con tal cambio dosatentados en contra de la historia y de latradición de las antiguas calles del IndioTriste.

Si se cambiaron los nombres a lascalles del Puente Quebrado y de losSepulcros de Santo Domingo, se leshabría podido rebautizar con losnombres del Pensador Mexicano y deLeona Vicario, pues en ellas vivieronrespectivamente uno y otro, en vez deponerles los que llevan en la actualidad.

No discutiremos tampoco el méritodel mártir temerario, doctor donBelisario Domínguez, cuyo nombre yapellido lleva entre otras la antiguacalle de la Cerca de Santo Domingo;

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pero es indiscutible que más merecíallevar el del licenciado don CarlosMaría Bustamante, que vivió y murió enella y que, patriota insurgente, luchó yescribió durante la guerra de laIndependencia. Además, prestó copiosomaterial para nuestra historia, pues no seconformó con publicar sus obrasoriginales, de mucha utilidad, noobstante el criterio y ligereza con queestán escritas, sino que imprimió obrasajenas de la importancia que tienen lasdel P. Sahagún, Andrés Cavo yFrancisco Javier Alegre.

Sin conocimiento de todo el valorque tuvo como patriota y artista don JoséLuis Rodríguez Alconedo, se suprimió

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su nombre a la calle en que vivió,trocándolo por el de Nuevo México, quenada tiene que ver con las crónicaslegendarias de la ciudad y que más bienrecuerda la triste mutilación de nuestroterritorio nacional, durante la invasiónnorteamericana.[61]

Y no es impertinente hacer constaraquí que, si los cambios de lanomenclatura de las calles, han sidolamentables, lo mismo ha pasado con lanumeración de las casas, que sin ordenhan llevado a cabo hasta los mismoscomerciantes, al ampliar susestablecimientos, o los propietarios delas fincas al transformar los zaguanes,para arrendarlos como tiendas.

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Estos cambios sin plan fijo niintervención del Ayuntamiento, harán enlo futuro muy difícil o imposibleidentificar las casas en que acontecióalgún suceso memorable o en quenacieron, vivieron o murieron los hijosmás ilustres de esta vetustísima ciudadde México, de cuyo pasado seenorgullecería cualquier metrópoli delmundo.

NOTAS

He titulado 4.ª edición la de estevolumen, por haberse impreso la mayorparte de su contenido por primera vez,

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en revistas de México y extranjeras, la2.ª en forma de volumen el año de 1927y la tercera en el periódico México alDía. Hago esta advertencia porque del1.er tomo sí se publicaron las 3 primerasediciones en forma de volumen.

Aunque se han cambiado a muchascalles sus nombres primitivos, debohacer constar, que por fortuna, el Sr. D.Jorge Enciso, Jefe de la Inspección deMonumentos Coloniales, ordenó que secolocaran debajo de las placas de lanueva nomenclatura otras con la antigua.

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Apéndices

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Loa Sacramental

Descubrió esta Loa en una Misceláneade la Biblioteca Nacional, mi estimadoamigo, el bibliógrafo catalán don FelipeTeixidor y conociendo mi entusiasmopor todo lo que se refiere a la ciudad deMéxico, me comunicó generosamente suhallazgo. Por tratarse de un impresodesconocido, donde se habla de nuestrascalles en 1635, me apresuré a copiarloy, a mi vez, facilité mi copia a don LuisGonzález Obregón, quien halló en la Loabastante interés para publicarla, comoapéndice, en el segundo tomo de su obraLas Calles de México. Corresponde,

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pues, a uno, el mérito deldescubrimiento, y a otro, el de lapublicidad; y si yo figuro en este sitio,débese a la amistad con que me honranambos caballeros. Da noticia de esteimpreso el editor Palau en su útilManual del Librero, por comunicacióndel señor Teixidor.

Fíngese en la Loa un recorrido que,comenzando en el pueblo de Santa Fe,sigue hasta el Santuario de los Remediosy luego el acueducto que llegaba hasta laAlameda, pasando por el Calvario;después habla de las calles que entoncesformaban el lado norte de la ciudad:Donceles, El Águila, La Misericordia,la Calle del Tunal, llamada acaso así

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por ser tradición que allí existió elfamoso nopal donde se posó el águila,los puentes del Clérigo y Amaya, SantoDomingo, la Inquisición; luego tuercepor la Calle del Reloj, da vuelta por laMoneda, sin entrar a la Plaza, llega a lade las Cruces, habla de Porta-Coeli,diciendo que le han dado entrada por laCalle Nueva, por haber abierto en esaépoca el Callejón de Tabaqueros, tocaEl Volador, pero se aleja hasta el Parquedel Conde, recorre el lado sur de laciudad, San Agustín, el Arco, Mesones,Portal de Tejada, hasta el Salto delAgua, y regresa por San Juan al centro,mencionando las calles de la Acequia,la Palma, San Francisco, Tacuba, el

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Empedradillo, El Portal Nuevo, LaAlhóndiga, ya en la Plaza Mayor, yCatedral.

Esta Loa sirve, desde luego, paraprecisar la fecha en que algunas calleshabían ya recibido determinadasdesignaciones, habla de una que no seconocía, la del Tunal, la de laInquisición, que acaso es la que despuésse llamó Sepulcros de Santo Domingo, eindica la fecha en que se abrió elCallejón de Tabaqueros. El mismoGonzález Obregón ha utilizado ya susinformes para rectificar algún datoacerca de la ciudad.

Por todos estos motivos, debemosfelicitarnos del hallazgo de tan curioso

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papel y de tenerlo ya reimpreso parautilidad de los estudiosos.

Manuel Toussaint.

El Monarca esclarecido,a cuyas gloriosas plantas,se postran a su grandecalas Angélicas esquadras.

El que otro tiempo temido,fue tan recto en sus bengancas,que se llamó entre los hombresel gran Dios de las Batallas.

El que omnipotente dixo,que el que atrevido llegaraa ber su rostro, seria

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triunfo de la muerte amarga.

Oy tan distincto de aquelque enojado blasonara,desciende el que asiste en ellade su omnipotencia sacra.

Tan rendido por amores,que a no ser quien es, dudarael entendimiento, si eraquien dio tantas amenacas.

De una graciosa morenaprendado y captivo baja,para celebrar las bodasen su Yglesia sacrosanta.

No baja ostentando luces

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sobre seraficas alasen cuyas vistosas plumastrono le ofrecen de nacar.

Sino encubierto aunquehermoso

tan en otro se disfracaque solo a la Fé reserbadel secreto la substancia.

De nuestro tosco sayal,corta sus humildes galas,aunque del oro que encubrena mayor luz se dilatan.

Pero aunque mas soliciteencubrirse de quien ama

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es fuerza que se conoscapor los efectos la causa.

Pues en dulcisonas voces,la música la que canta,nos publica su venidacon gloriosas alabancas,

Y el Mexicano bullicio,birtiendo gozos del alma,sale en su busca animosopor las calles y las placas.

Biendo que su inmenso amor,después de desdichas tantas,obligado de sí mismo,bolvió a su prisión las aguas.

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Porque an dicho en Santa FéProphetas y Patriarchas,cuya verdad testificansus legítimas probancas,

Que pretende en los Remedioscon mano pródiga y franca,reducir a imperios ricostantos siglos de esperancas.

Pero ya se acerca el Rey,y si qual pluvia le aguardan,será lícito que estéjunto a los caños del agua.

Aunque si tan cerca asistendel Calbario, cosa es clara,

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que esten desde su passionhechos de su sangre santa.

Que tan amante conquistala prenda a su amor ingrataque sus tormentos le sirvende Alameda regalada.

Mas si acaso pretendeisbello en su inefable graciapor la calle los Donceleslo hallareis con más ventajas.

Que el que aqui lo busca firmesera en la calle del Aguilaquien penetrando su sollo ha de gozar cara a cara.

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No en la calle del Tunalos quedeis en su desgraciasi de arraigaros en culpaseterna muerte se saca.

Si por la Misericordiahallareis en su amor tanta,que por la puente del Clérigofaciliteis la jornada,

No cuidadoso os detengael ber la puente de Amayasi veis que acciones del mundo,mientras mas se ven, mas

dañan.

Si queres bello, en la calle

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de Santo Domingo, os llamael que Evangelico triunfade infames Heresiarcas.

Para poneros con Dios,y para el que del se aparta,la Calle del Santo Oficio,buelve la Oliva en Espada.

Bed la calle del Reloxque alli lo hallareis sin faltasi a las horas de la muertelos pensamientos se igualan.

La Casa de la monedaya no es con Dios de

importancia

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porque la mayor riquezala ha reducido a una blanca.

Pero ya mas cerca llega,haciendo con tiernas ansiasen la Calle de las Crucesmercedes, a quien le agravia.

Y pueden tanto con Diossus amorosas palabrasque le an dado a Portacoelipor la calle nueva entrada.

Porque el hombre alcance aDios,

pues sabe que tiene francala placa del Bolador

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por sus locas arrogancias.

En la placuela del Condelo hallareis, que es justa causaque alli este, si en pan y vinose esconde y se transustancia.

Salid todos en su busca,que contra enemigas armas,os está llamando a vozesla Calle de la Zelada.

Yd por la auchurosa Callede San Agustín, que el bastaa enseñar con su doctrinaal que es causa de las causas.

No os acobarde el temor,

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que en la tempestad pasadala Calle del Arco muestrabonansibles las borrascas.

No entre deleites del mundoos haga aparente salvala Calle de los Mesonessi momentaneos se pasan.

Si quereis gozar su amor,por el Portal de Tejadalo hallareis, si en buestros ojosel Salto del Agua os halla.

Si de las culpas que os siguenel temor os acobarda,en la calle de San Juan

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bereis que el mismo os señala.

Con la verdad de su dedoel Bellocino sin mancha,que vino al mundo a quitarde errores, de culpas tantas.

No en la Calle de la Azequiahagais difícil la entradasi ha de nacer del peligro,berse en la Calle la Palma.

Corred beloces y humildesno por la tela; que os matanlisonjeras banagloriasquando pensais que os regalan.

Que más presto llegareis,

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si llevais con bigilanciala Calle de San Francisco yen vuestra defensa y guarda

Porque en la Calle Tacubatodos los que en Dios se

abracanan de ser iunques al golpede persecusiones varias.

Huid del Empedradilloque si en riquezas humanasse divierte el pensamientoloco en su busca se cansa.

Mas ya llega al Portal Nueboel Soberano Monarcha,

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que no es la primera vezque en portal duerme y

descansa.

Y sobre el juro de Diosen el Alhóndiga mandadar harina para el panque en sus bodas se reparta.

Y que en la placa se vendaun Pan como rosas blancasporque el de San Salvadoral de Atrisco se aventaja.

Mas ya publicando glorias,llega a su Divino Alcacardonde atomo de su Sol

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cielos de su luz abarca.

Y aunque mas quiso encubrirsefue la fama tan bisarra,que aviso para sus bodaslas dignidades mas altas.

Donde el invicto Marquesde Zerralbo, cuya famapublica al mundo sus hechossobre las minas de plata.

Asiste humilde a las bodas,cuya devoción es tanta,que en el plato de su amorvictima a Dios se consagra.

Una Audiencia generosa,

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cuya Religión Christianapara el premio y el castigose pone en igual balanca.

Un Cabildo de la Yglesia,sobre cuyos hombros cargade su cielo christalino,las Espheras soberanas.

Un cabildo y Regimiento,que pelicano se razga,en ostentativas pompaslas amorosas entrañas

Publicando generoso,en las grandecas que alcanca,quanto su amor se acredita,

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quanto su afición esmalta.

Esta ciudad populosa,que oy aguarda el Rey que os

salva,en su custodia divina,para suplir nuestras faltas.

En cuerpo os aguarda a todosque de tan galan se paga,que por lo bicarro obligaa quien huye de su casa.

Llegue el alma a quien esperapara las bodas que trata,quedara reynando en Dios,la que antes fue humilde

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esclava.

FIN

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México por dentro ypor fuera, o sea guía

de forasteros

Si vas Fabio a la ciudad,(supuesto que eres tan payo)mis tales cuales avisosno te parecerán vanos.

Luego que a México llegueshas de preguntar por varios,con quienes debes tratar,pues no podrás excusarlo.

Las calles en donde viven

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te diré, pero asentadoten, que si lees con malicia;yo con mi nota me salvo:[62]

pues jamás mojé la plumaen la tinta del agravio,ni a particular personadirijo mis despilfaros.

Esto supuesto; si buscasmugeres, que no es extraño,en la calle de las Damasmanéjate con cuidado,

pues verás muchas mugeres,vestidas muy a lo llanocuyas acciones pudieran

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aprenderlas las de rango:

Otras verás forliponasal estilo currutaco,y son unas coquetillasdisimuladas con trapos.

En el portal de las Floreshay rostros muy apreciados;pero en el de Mercaderesse ven otros muy baratos.

En la de la Cervatanahay estuches animados;pero en la de las Golosashay estómagos muy anchos.

Hay mugeres baladronas

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de unos picos desollados,en la calle de Las Gayasviven estas… diré diablos.

La calle de la Quemadatiene solos muchos cuartos¡Lástima! porque hay casadas,que debieran ocuparlos.

En la calle de Cadenaviven los enamorados;pero otros suelen viviren la calle del Esclavo.

En la calle de los Ciegos(ciegos son muchos casados)viven varios, y después

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pasan a la del Chivato.

Si buscares pretendientesanda a la calle del Arco,pues con tanta reverenciaestán los pobres doblados.

En Puesto Nuevo hay algunosque lograron alcanzarlo,y por la Merced hay otros,que sin blanca se han quedado.

El pretendiente, en la callevivirá de los Parados;y mas si en Puente de Fierrotiene su vicio ordinario.

Si buscares vanidosos,

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vete a la calle de Alfaro,pues siempre los Alfaracheshabitan por esos barrios.

Si quieres encontrarmaridos disimuladosbúscalos (son buenas señas)siempre en la palle del Rastro.

Al callejón de la Danzano vayas si eres casado,pues allí suele bailarel honor con pie quebrado.

Si buscas a un embustero,en la calle de Jurado.En la calle del Vinagre

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verás valentones varios,y estos dicen que han vividoen la calle de los Gallos.

Alcahuetas declaradas,y lenones disfrazadosen la calle del Tompeatetienen prevenidos cuartos.

En la calle de los Gachupineshay muchos, que han peligrado;pero en la calle del Indio Tristehay criollos en igual caso.

Si se te ofrece pedir,líbrate de los tacaños,que en la Pila Seca viven

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por no darle ni agua a un gato.

Si buscares a algún pobre,mira, que no has de encontrarloen la calle de la Joya;si, en el Puente de Solano.

Si buscares jugadores,(se entiende, que estén ganando)regularmente en la calledel Montealegre hallaráslos.

Los jugadores perdidos,que se han quedado arrancados,en la calle de la Machincuepaviven, y de estos hay varios.

En Tumba burros habitan

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infinidad de borrachos:y te advierto, que los haymuy decentes, y planchados.

En el callejón que llamande los Rebeldes, hay hartos,muy contentos, y gustososcon los vicios que adoptaron;pero estos, yo siempre he vistoque se mudan de ordinario,allá a la de la Amargura;¡tal astilla de tal palo!

En la del Águila viven…¡Jesús cuantos! ¡Jesús cuantos!ligeros de pico y garra,de Gestas primos hermanos.

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Aquí robar con ganzúaes oficio de villanos;la gracia es borrar con plumas,naipes, romanas, y vasos,etcétera, que no tengolugar para hablar despacioen esto; guárdate tu,que el tiempo te irá enseñando.

Por la Moneda verásmil procuradores gamos,que corren tras de los pesos,más que tras la liebre un galgo.

Si buscares un amigo,(como en el día están muy caros)en el callejón del Muerto

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hallarás alguno acaso;

mas si buscas lisongeros,los hallarás sin trabajoen la de Meleros, puesderraman miel por sus labios;

pero mira, que te advierto,no te creas de sus alhagos,pues asestan a tu bolsaaquellos dorados dardos.

Muchos en México vivende esperanzas, ¡que mal plato!búscalos, y en la Plazuelade la Esmeralda hallaráslos.

En San Hipólito viven

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los dementes rematados;pero en toda la ciudadencontrarás locos mansos.

¿Creerás que en San Salvadorestán las que han claudicadodel juicio? pues te aseguroque es un evidente engaño:porque en la iglesia, en la calle,en las casas, en los teatros,y en todo México, locashallarás a cada paso.

Hay una casa de pobres…¿una dije? miente el labio,que hay tantas, amigo, hay tantas,que da dolor el pensarlo;

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y lo peor es, que hay de ricosinnumerables palacios;pero siempre la miseriallorosa los ve cerrados.

Mucho pudiera decirte;no hay tiempo; y así te encargo:que por el Amor de Diosvivas, pues es lo acertado:si así lo haces, en la callede la Buena Muerte, Fabio,será tu última posaday verdadero descanso.

José Joaquín Fernández de Lizardi(«El Pensador Mexicano»)

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La calle de PortaCoeli y el callejón de

Tabaqueros[63]

Nuestra segunda excursión histórico-colonial, resultó de una importanciapara mí inesperada.

Con razón don Nico se reía casi amandíbula batiente, cuando con el mayorinterés le preguntaba en plena calle, adónde íbamos a parar.

—No se impaciente —me respondíay otra vez su risa agradable y de laspocas risas entusiastas que yo conozco,

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apagaba en torno nuestro el ruidomonótono de la sinfonía de las moscasque a millones volaban espantadas antenuestra presencia por la estrecha calleja—. ¡Ya verá usted, amigo mío!

Y en esa mañana lluviosa, visitamosla iglesia de Porta coeli, el Callejón deTabaqueros (pomposamente llamadoCalle) y las casonas derruidas ymalolientes que rodean Balvanera, laiglesia del Campanario de Turquesa yOro.

Y tuvimos la fortuna de hallamos conun anciano de la mitad del siglo pasado,que fue, para mí especialmente, la fuenteinformativa de la vida de los últimosaños del célebre callejón abierto al

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público —como podrá verse a través delas líneas del maestro Rangel— paraevitar que los inocentes émulos denuestro Padre Santo Domingo, tuvieransiquiera vecindad con las pobrestorcedoras del siglo XVII.

LO QUE ES HOY EL CALLEJÓN

Don Manuelito, el último tipo mexicanode la época de Prieto, pasa su existenciaen una estrecha accesoria, dondeacumula cajas mortuorias. Se le tieneallí como un patriarca y ha vistodesfilar, desde hace cuarenta años, antesus ojos, a la humanidad doliente, la dela clase pobre, que busca ataúdes

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baratos para sus muertos. Es uninteresante personaje, que debería haberfigurado ya —desde hace mucho tiempo— entre los personajes de la novelamexicana. Y de haberlo descubierto,antes que nosotros, los escritorescostumbristas.

Don Manuelito es bajo de cuerpo,viste con sus pantaloneras bombachonas,pero de corte de pantalón de charro; suchaqueta rabona, sobre el chalecoentallado que luce la gruesa cadena deplata medio sucia y medio gastada por eltiempo. Una corbata negro mate demedio dedo de ancho, se pierde bajo el«cash-nez» de seda morada y bajo unenorme cuello duro como una piedra y

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reluciente como una porcelana. Cubre sucabeza color ceniza, con un charro deanchas alas flexibles cuando el aire lasacaricia y de copa baja —un clásicotipo de charro de la época maximiliana—. Fuma cigarrillos envueltos en hojade maíz y de cuando en cuando se cuelgade sus labios rugosos un puro recortado.

Él me habló mejor que cualquierlibro, del Callejón sombrío. Fue testigode la desaparición de las cigarreras queante sus canastas, sus canales y susenormes pedazos de tiza, liaban loscigarrillos baratos, los cigarrillos de lospobres, confeccionados con losdesechos que tiraban los ricos.

—Porque entonces, el tabaco estaba

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estancado y costaba muy caro —medecía a cada instante, en los momentosde una reminiscencia de claridadmeridiana.

Me habló también de losbabucheros, que constituían la másimperiosa necesidad de los ancianos quebuscaban para sus pies la comodidad deun zapato suave y bonito al mismotiempo.

¡Cuántas abuelitas cariñosasmandaban comprar al Callejón suspantuflas hogareñas de gamuza color decanario, para lucirlas en las reunionesdespués de la hora de ánimas!

Pero cuando don Manuelito mehabló con mayor emoción, fue al

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referirse al comercio de cajones paramuertos. ¡Bellos tiempos los pasados,cuando pasaba la dolorosa caravanaante los cuartuchos estrechos de loscarpinteros especialistas en ataúdes!

Y como hoy, había variedades yclases en el último abrigo de loshumanos. Desde el humilde «bandolón»hasta la caja «marmajeada», vanidosa ychillante.

Al oír aquellos nombres raros paramí, que pocas veces he andado entrefunerarios o muerteros, le pedíexplicaciones.

Los bandolones —me dijo— erancajas estrechas en las cuales muchasveces se tenía que poner al muerto de

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«pierna cruzada»; no llevaban tapaderaalta, ochavada; eran planas.

Y yo sentí malestar considerando «loincómodo» que había de «sentirse» uncadáver dentro de un bandolón. Menosmal que iba a la tierra dentro de una cajade música.

Las cajas «marmajeadas» ya eranotra cosa. Mejor madera y mejorpintura. Y de trecho en trecho,exteriormente, les hacía figurassimbólicas con marmaja. Eran cajasbien acabadas y que brillaban alcontacto del sol.

Pero con estas y con aquellas cajascomo no se acostumbraba aprisionar lacabeza del cadáver con almohadillas

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muelles, como hoy, muchas veces alpaso del cortejo por las calles, se oía elcontinuo «tum, tum» que producía lacabeza al golpearse a derecha eizquierda. ¡Como si fuera marcando elpaso!

LA IGLESIA DE PORTA COELI

El callejón está casi en desamparo.Pleno de suciedad, vecino del«volador» y de las calleszocodoverescas de Balvanera, estápoblado de vendedores de cajas demuertos para los pobres, de tabernas yde flamantes comedores al aire libre, endonde —hoy como ayer— desfilan los

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«agachados» a comer: en la mañana, las«migas», curadoras infalibles de lacruda barata; a medio día, los guisospicantes y que incitan, y por la noche, lo«que quedó».

Portacoeli, interiormente, es unacapillita de poca importancia artística.A la entrada, hacia la izquierda, bajo unarco de los que soportan el coro, lucedolorosamente su figura un Cristo negro,reverenciado undosamente por cuantospasan. A mí me recordó a la figuramorena del Cristo de Esquipulas.[64]

Jacobo Dalevuelta

COLEGIO DE PORTA COELI Y

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CALLEJÓN DE TABAQUEROS

«Mi querido Jacobo Dalevuelta:Después de abandonar el incómodoforlón que nos llevara a visitar lasfamosas Pirámides de San JuanTeotihuacán y de acepillarpacientemente los modestos indumentos,tras un ligero reposo, visitaremos doshistóricos lugares situados en el corazónde la ciudad, para dar cuenta a loslectores de este Gran Diario, de nuestrasinvestigaciones realizadas, ya que elintento que perseguimos es el deaveriguar la vida y costumbrescoloniales.

—¿Qué resta de lo que fuera antaño

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Colegio de Porta-Coeli, centro culturalde primer orden y en cuyo planteleducativo estudiara Fray ServandoTeresa de Mier Noriega y Guerra,célebre personaje de nuestra historia?Los edificios actuales no puedendespertar el menor recuerdo de que allíse albergara una copiosa colmenaliteraria, pues el tiempo y lasnecesidades, que todo lo transforman,han convertido el antiguo Estudio enestablecimientos comerciales,desapareciendo la hermosa portada decantería, la cual se conservó hasta laclausura del Colegio, el año de 1860.

Debióse la fundación de tal plantel ala nieta de don Juan Alonso de Estrada,

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último Gobernador que tuviera la NuevaEspaña, antes de la llegada del primervirrey. Llamábase esta ilustre matrona,doña Isabel de Luján, quien donó a laProvincia de Santiago de México dereligiosos dominicos, las casas de sumorada, que eran de las mejores de laNueva España, no tanto por su fábrica,cuanto por estar en el centro de laciudad, cercanas a la Universidad, alPalacio de los Virreyes y a la Catedral.Mas como estas casas no fueran losuficientemente amplias para un Colegioque, andando el tiempo, llegaría aalbergar a un crecido número deestudiantes, la Provincia adquirió porcompra y donación las casas contiguas,

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hasta llegar a lindar con el Convento deRecogidas de Jesús de la Penitencia.¿Cuál era este Convento? Pues nadamenos que el que después se llamó deBalvanera, y cuyos patios y demásdependencias se encuentran en laactualidad convertidos en casas devecindad y de comercio.

El Provincial de los Dominicos enMéxico que obtuvo la licencia para lafundación del Colegio de Porta-Coeli,fue natural de nuestro país y de noblespadres, nacido en Chiapas. Desempeñóel cargo de Primer Prelado y Rector,Fray Cristóbal de Ortega, y comoMaestro de estudiantes, Fray Damián dePorrás. Para tener una idea de la

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importancia de este plantel educativo,basta saber que, en 1605, el PadreGeneral de la Orden dominicana, aceptóy confirmó la fundación de este Colegioy le hizo Universidad y Estudio general,con los privilegios y gracias de quegozaban por autoridad pontificia lasuniversidades de la Orden.

Y ahora, vengamos al Callejón. Sehabrá fijado usted, mi queridoDalevuelta, que en la Licencia para lafundación del tantas veces mencionadoColegio, se pone como condiciónindispensable el que se abriera uncallejón entre las casas del Colegio y elConvento de las Recogidas, para obviary atajar “la indecencia que podría

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presentar en estar contiguos, pared enmedio los dichos colegio y monasterio”.Y aquí tiene usted el origen del Callejónde Tabaqueros, el que, probablemente,se llamó en el siglo XVII, de lasRecogidas, más tarde de Balvanera ypor último, el que conserva hastanuestros días, pudiéndose llamar, conmás propiedad, de Tabaqueras, toda vezque eran mujeres las que trabajaban enél.

Si típicas fueron las torcedoras decigarros elaborados con desperdicio detabaco y colillas de puro, con sendasbateas para el tabaco, las canales depapel de chupar, la clásica bola de tizapara facilitar la envoltura del cigarrillo

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y la uña de hoja de lata paracabecearlos, no lo son menos lasexpendedoras de babuchas amplias ycómodas de mahón, de piel de tuza ysuave gamuza, que, mano a mano con lastorcedoras, ocupaban ambas aceras delviejo callejón; amén de los puestos deantojitos mexicanos que aún subsistenhasta nuestros días en sus bocacalles.

No olvidemos que en la hermosa yantigua casa de estilo mudéjar, marcadacon el número 10, vivió por luengosaños la nieta del Padre de la Patria,doña Guadalupe Hidalgo y Costilla.Usted, mi querido Dalevuelta, seencargará de ampliar las noticias de esteCallejón de Tabaqueros, regalando a los

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lectores con la sabrosa charladescriptiva de los ataúdes“marmajeados”, azules y negros; de losrestaurants al aire libre, en los que, porla carencia de mesas y sillas, loscomensales recibieron el nombre de“agachados”, extensiva taldenominación a la calleja; las agenciaspopulares de inhumaciones y lasrumbosas y concurridas pulquerías.

Sabe usted cuánto lo aprecia suamigo

Nicolás Rangel».[65]

LAS LICENCIAS A LOS DOMINICOS

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Al margen.—Licencia a la orden deSanto Domingo desta ciudad para fundarun colegio en ella.

Don Gaspar, etc. Por quanto frayLuis de Solórzano, Provincial que alpresente es de la orden de SantoDomingo desta Provincia de México,siendo vicario general de la dicha ordeny Prior del convento desta ciudad, mehizo relacion que doña Ysabel de Luxan,viuda, muger que fue de Vernardino deVocanegra difuntos, dexo por sutestamento y ultima dispusission a ladicha orden unas casas en esta ciudad enla placa que llaman del bolador en queal pressente vive el licenciado Tomás dela Placa, fiscal de su magestad, para que

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en ellas se hiziese un colegio derreligiossos de la dicha orden y que noconsiguiéndose esto bolviesen lasdichas cassas a sus herederos contiempo limitado, que para ello señalo yque rrespeto desto y yrse passando eltiempo y por no perder lo que podría serde mucha ymportancia a la dicha orden,pretenden con licencia y beneplacitomio elegir el dicho colegio en las dichascassas con título de Santo Domingo dePortacoeli el qual solo tuviere nombrede colegio y ser serrado sin admitir enmissas entierros ni demandas, pordotarle como le dotava en el dichocolegio y provincia de dos mil pessosde rrenta en cada un año sin la colecta

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de la dicha provincia ni podría seguirynconveniente ni daños sino muchahutilidad no solamente a la dicha ordeny rreligiosos pero a toda esta rrepúblicacon consideracion que profesandose allíletras y teniendo como tenía la provinciamuchos rreligiossos en numero de masde trescientos y treinta, y aviendoquedado corta con la división que sehizo y no teniendo mas de dos cassasque pudiessen sustentar estudios que erala del convento desta ciudad y la de elconvento de la de los angeles, teniaprecisa necesidad del dicho colegiodemas de que con su fundacion seseguiría a las escuelas reales nuevaautoridad con numero de oyentes.

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Porque aviendo como ay pocos siempreyvan los dichos rreligiossos de la dichaorden a cursar a la dicha huniversidad yse daría principio y motivo para que lasdemas rreligiones embiasen los suyos almismo efecto y que estando el dichocolegio tan cerca de la dichahuniversidad por estar como estava todoen una placa tendrían los estudiantesotra nueva y considerable comodidadpara mayor perfeccion y augmento desus estudios porque saliendo de lasescuelas se podrían yr al dicho colegiodonde se leerían con toda curiosidad ycuidado, y los dichos estudiantespodrían tener facil rresolucion de susdudas teniendo a mano los catedraticos

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para comferirlas los quales siempre aviade la dicha orden, pidiandome queteniendo consideracion a lo susodicho ya que la dicha orden era de las masantiguas que avia en la yglesia y de lasprimeras que pasaron a esta NuevaEspaña y a que las demas ordenes yconventos aun los mas modernos, teniandos y tres y quatro cassas en el términoque yncluia esta ciudad, mandase dar eldicho permiso y licencia, y por mi vistoatento a lo que consta por informacionque de parte y por comision mia rrecivioel licenciado don Pedro de Otalora,oydor de esta Real Audiencia y otra quede oficio mande rrecivir en lagovernacion sobre las hutilidades o

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ynconvenientes que de esto se seguían, yque aviendo mandado dar vista al fiscalde su Magestad, para que si tenia quedezir y alegar contra ello lo hiziese nolo a contradicho antes lo a tenido porbien con algunas calidades que de suyocon otras yras declaradas y vistoasimismo el parecer que sobre esto dioel dotor garcia de carvajal abogadodesta rreal audiencia a quien la remitipara que viese la justificacion de losautos fechos cerca desto y dotacion,fecha por el dicho convento y provinciade los dichos dos mil pessos de rrentapara el dicho colegio y teniendoconsideracion asimismo a que aviendoseconcedido por mi licencia al convento

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del carmen destos años pasados por laereccion y fundacion de otro semejantecolegio en esta ciudad, su magestad laaprovo y se sirvio de confirmarla poruna su rreal executoria, librada en elPardo a ocho de noviembre del añopasado de seiscientos para la qual sepresupone no averse contravenido enella una su rreal Cedula, fecha enmadrid a diez y nueve de marco de mil yquinientos y noventa y tres, que prohivela fundacion de conventos sin su licenciapor no comprehenderse en ellasemejantes colegios, se a cordado darcomo por la pressente en nombre de sumagestad, doy el dicho permiso ylicencia al dicho Provincial y

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rreligiosos de la dicha orden y conventode Santo Domingo desta ciudad para quepuedan eregir o fundar el dicho colegioen las dichas cassas de la dicha doñaYsabel de luxan un colegio cerrado queperpetuamente lo sea sin yglesia publicani campanario, donde no pueden entrarmugeres ni celebrarse solemnementeofficios divinos, eceto el dia de laadvocacion del dicho colegio y el de elentierro de su patron y descendientes ycon que no puedan abrir la puerta deporteria o carretas ni otra alguna de lasque le quedan permitidas a la placa delas dichas escuelas y cassas rreales,sino a la calle y a ella ni a otra parte lapuedan abrir de yglesia porque no la han

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de tener ni de la capilla, rrespeto de queha de ser serrada, y con que antes depassarse al dicho colegio abran calleentre las dichas casas y el monesteriode las rrecogidas y desde luego queentraran a fundar se ayan de poner ypongan colegiales que no vajen de seisni excedan de ocho mientras no hubieremas dotacion, sino fuere satisfaziendoprimero al govierno de que se puedensustentar con declaracion que no entrenen este numero el rretor, letores ysirvientes forcossos y con que no puedancomprar haziendas ni procurarheredamientos y herencias de legos niadquirillos mientras no tuvieren licenciade su magestad y con que como han

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prometido y acetado el fiscal, acudan aoyr y cursar a las dichas escuelasrreales en alguna o algunas licencias loscolegiales del dicho colegio en el qualse les ha de leer artes y teología, y no aotras algunas perssonas y sustentarse delas dichas rrentas sin que se pidalimosna hostiatin ni en otra manera y conexpresa condicion de que esta licenciase entienda ser ninguna para el efecto dela fundacion del dicho colegio, sinofuere precediendo beneplacito delordinario aunque tengan yndultos parapoder fundar sin el porque por laconservacion de la paz publica es asi layntencion de su magestad y mia, ycumpliendolo asi mando que en lo

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susodicho no les sea puesto embargo niympedimento alguno, fecha en México adiez y seis dias del mes de agosto de mily seiscientos y tres años. El Conde deMonterrey. Por mandato del Virrey,Pedro de Campos.

Al margen.—En la Ciudad de México, adiez y ocho dias del mes de agosto demil y seiscientos y tres años, donGaspar, etc., dixo que atento a lo que denuevo Su Señoría ha sido ymformado enrrazon de la licencia de la oja de encontra que dio al Provincial yrreligiossos de la orden de SantoDomingo desta ciudad para fundar en

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ella un colegio, mandava y mando seentienda la dicha licencia sin la clausulaque dispone que no se pueda comprarhaziendas ni procurar heredamientos yherencias que sean bienes de legos niadquirillas mientras no tuvieren facultadpara ello, la qual si necessario es SuSeñoría derogar, y atento a queasimismo ha sido ynformado que entrelas cassas donde se ha de fundar eldicho colegio y monesterio de lasrrecogidas ay por la parte mas cercanaotras dos cassas que ocupan mucho sitioy que por esta causa no pueden ni devenabrir la calle que en la dicha licencia seordena declarava y declaro su Señoríano tener obligacion de abrirla con que

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puedan comprar las dichas cassas queestán de por medio sino fuere conlicencia de su Magestad o de quien se laqueda o deva dar y en tal casso abriendola dicha calle y no de otra manera paraque con esto se ovie y ataje layndescencia que podría rrepresentar elestar contiguos pared en medio losdichos colegio y monasterio, y tambiénmanda Su Señoría rreformar y a porrreformada la clausula de prohivicion dela dicha licencia que dispone que nopuedan admitir a las leciones de susleturas en el, estudiantes seglares porqueesto se les permite y queda permitidopor este auto, y se declara que laprohivicion que se les ponia en la

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licencia para adquirir y procurar bienesy herencias de legos se entiendaprohivirse y quedar prohivido por esteauto que bienes ningunos que oy comoprofanos se poseyeren por personaslegas se puedan enagenar en favor deldicho colegio por ninguna via, forma ymanera, ni pasar a su favor el dichocolegio contra lo dispuesto por las leyesy ordenancas de los reinos y cedulasrreales dirigidas a esta nueva España ydespachadas para ella ni los tales legosposeedores puedan hazer contrato nidispusicion para esto, sin que seacontrario a las dichas leyes, ordenancasy cedulas so las penas dellas, y asi lomando poner por auto y lo firmo el

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Conde de Monterrey. Ante my AlonsoPardo, escrivano rreal.

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Notas

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[1] Véase el Apéndice. <<

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[2] Historia antigua y de la Conquistade México, por don Manuel Orozco yBerra. México, 1888. Tomo IV, págs.445 y 446. <<

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[3] Proceso de residencia contra Pedrode Alvarado. México. 1847. Pág. 68. <<

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[4] Historia verdadera de la Conquistade Nueva España. México. 1854. TomoII, cap. CXXVIII, pág. 212. Portestimonio de otros historiadores, constaque no murió en aquella jornadaVelázquez de León. <<

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[5] D. José Fernando Ramírez, notas alProceso de Pedro Alvarado, pág. 290.<<

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[6] Historia de la Conquista de México,por D. Antonio de Solís. Edición porCano. Madrid. Año de 1799. Tomo IV,cap. XVIII, pág. 17. <<

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[7] Este capítulo lo consagro a lamemoria de mi muy amado maestro donGuillermo Prieto, como un homenaje deadmiración y cariño. <<

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[8] El Tribunal de la Inquisición no seestableció en México sino hasta el añode 1571. <<

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[9] Conquista de las Islas Filipinas, etc.Parte primera. Madrid, 1698. <<

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[10] D. Joaquín Pesado, cuyas son estaspalabras, confunde a D. Rodrigo deVivero y Velasco con su hijo D. Rodrigoel mozo, y dice, además, que éste fueVirrey de Filipinas, en lugar deGobernador. <<

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[11] Debo estos datos a mi excelente yentendido amigo el Sr. D. José María deAgreda. <<

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[12] Un suceso semejante acaecido en laciudad de Lima en 1698, refiere mierudito amigo D. Ricardo Palma en susbellísimas Tradiciones Peruanas, tomoI, página 58 de la edición de Barcelona.<<

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[13] Véase el Manual de ExerciciosEspirituales para practicar los SantosDesagravios de Christo Señor nuestro,dispuesto por el P. Fr. FernandoMartagón, etc. Reimpreso en Méxicopor D. Mariano de Zúñiga, año de 1802,pág. 251. <<

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[14] Parece que la esposa no fue tanculpable, pues el Vélez de Pereira lehabía ofrecido la libertad de D. JuanManuel, y ella vacilaba entre sudeshonra y salvar a su marido. <<

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[15] Hemos escrito esta tradición en vistade los artículos publicados por el Condede la Cortina y D. Manuel Payno; deldrama de Rodríguez Galván, intituladoEl Privado del Virrey, y de las leyendasen verso escritas por D. Ireneo Paz, ensus Cardos y Violetas, y por D. VicenteRiva Palacio y D. Juan de Dios Peza, ensus Tradiciones Mexicanas. <<

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[16] Se llamó esta calle, primitivamente,de los profesos de la Compañía, porhaber estado situada en ella la casa endonde hacían su profesión los Jesuitas, yactualmente es la 2.ª de la avenida deIsabel la Católica. <<

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[17] Por fortuna, no hace mucho secolocaron debajo de las placas de losnuevos nombres otras conteniendo losantiguos, aunque algunas erradas. <<

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[18] Esphera mexicana. Solemneaclamación y festivo movimiento de losCielos delineado en los leales aplausos,que el feliz Nacimiento del SerenissimoSeñor Infante D. Philipe Pedro, queDios prospere, consagró, dividida en losillustres globos que la componen, la muyNoble, y muy leal Ciudad de México…Escrita por el M. R. P. F. Joseph GilRamírez, etc. En México por la Viuda deMiguel de Ribera, en el Empedradillo,año de 1714. Folio 39 a 41. <<

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[19] Suplemento a la Historia de losTres Siglos de México, durante elGobierno Español. Escrita por el PadreAndrés Calvo. Preséntalo el Lic. CarlosMaría Bustamante, como continuador deaquella obra. México: 1836. Imprenta dela testamentaría de D. Alejandro Valdés.Tomo III, págs. 200 y 201. <<

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[20] Ya en este tiempo estaba cubierta laacequia que pasaba por el lado N. delVolador e iba hasta la espalda delconvento de San Francisco. <<

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[21] Al practicarse últimamente lasreformas en el Volador no se encontróninguna moneda de oro. Algunaspersonas conjeturan que el tesoro fueviolado. <<

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[22] Éste y los otros discursos lospublicó el Sr. Olavarría. Véase ElNacional del día 18 de enero de 1893.<<

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[23] Diario del Gobierno del 15 de juniode 1844. <<

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[24] En la tarde del mismo día fuedestruido a pedradas el busto de Santa-Anna, que se hallaba arriba de uno delos balcones del Hotel de la BellaUnión. <<

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[25] Siendo Presidente de la República elGral. Plutarco Elías Calles y Secretariode Hacienda D. Alberto Pani, la fachadade Palacio sufrió una completatransformación, pues se le agregó untercer piso y se quitó el reloj que estuvotantos años arriba del balcón principal.<<

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[26] En El Universal del día 18 deseptiembre del año de 1927, aparecióeste bello artículo que inspiró al ilustredesaparecido añoranza de su amadaciudad natal. <<

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[27] En este párrafo alude el señorUrbina al primer volumen de la presenteobra. <<

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[28] La Inspección de MonumentosColoniales ha fijado, una placa en elnúm. 95 de la hoy calle de la Repúblicade Cuba, que dice: «Según tradiciónaquí estuvo la casa de la Malinche y desu marido Juan Jaramillo». 1527. <<

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[29] Noviliario de conquistadores deIndias, pág. 206. <<

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[30] El doctor Marroquí fija estatradición en el siglo XVIII; pero en laLoa de las Calles, escrita en 1635 porPedro Marmolejo, menciona ya elPuente del Clérigo. Esta Loa se publicaen el apéndice. <<

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[31] Relación del desagüe, por Cepeda yCarrillo, México, 1637. <<

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[32] Cuevas Aguirre, Extracto de losautos del desagüe, etc., pág. 36. <<

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[33] Cuevas Aguirre, Extracto de losautos del desagüe, etc., pág. 38. <<

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[34] Para señalar la dirección de estaacequia y las siguientes, se han tenido ala vista antiguos planos de la ciudad,entre otros el de Alonso de Santa Cruz,de mediados del siglo XVI; el de N. Fer.,de principios del siglo XVIII. Véasetambién el plano de don José DamiánOrtiz. <<

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[35] Diario de Guijo, pág. 285. <<

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[36] Sedano, Noticias de México, pág. 6.<<

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[37] Cuevas Aguirre, Extracto de losautos del desagüe, pág. 39. <<

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[38] Sedano, Op. cit., pág. 6. <<

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[39] Cuevas Aguirre, Extracto de losautos del desagüe, pág. 39. <<

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[40] Sedano, Op. cit., pág. 6. <<

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[41] Cuevas Aguirre, Extracto de losautos del desagüe, etc., pág. 39. <<

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[42] Cuevas Aguirre, Op. cit., pág. 40. <<

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[43] Sedano, Op. cit., págs. 6 y 7. <<

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[44] Cuevas Aguirre, Extracto de losautos, etc., pág. 37. <<

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[45] Cuevas Aguirre, Extracto de losautos, etc., págs. 38 y 39. <<

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[46] Chappe D’Auteroche, Voyage enCalifornia, París MDCCLXXII, entre laspáginas 32 y 33. <<

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[47] Sedano, Op. cit., pág. 6. <<

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[48] Otras piedras que pertenecieron algran Teocalli existen todavíaempotradas en las esquinas de las casasque fueron del Conde de Santiago (Ave.Pino Suárez con República delSalvador), de don Luis de Castilla, hoylibrería de los hermanos Porrúa y en laque fue del Marqués de Prado Alegre(Ave. Madero con Motolinía) seencuentra el jeroglífico de Chalco, quetambién perteneció al Templo Mayor. <<

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[49] Sin embargo últimamente la iglesiade Santa Catalina de Sena, fue retiradadel culto católico y cedida a ministrosprotestantes. <<

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[50] Testimonio de las Constituciones delColegio de Cristo M. S., del ArchivoGeneral de la Nación. <<

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[51] Cedulario del Archivo General de laNación, tomo 177, fol. 261. <<

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[52] Esta casa estuvo marcada con losnúmeros 2 y 3 en la nomenclaturaantigua y ahora con los números 87 y 89.(Archivo General de la Nación, Ramode Padrones). <<

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[53] Memorial instructivo relativo así ala causa de don Joaquín Dongo, etc.,publicado en el tomo IV, pág. 376 delMuseo Mexicano; Suplemento a los TresSiglos de México, tomo II, pág. 87, yMéxico a Través de los Siglos, tomo II,pág. 877. <<

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[54] El original de este curiosodocumento, en que figura la firmaautógrafa de Cortés, fue cedido alMuseo por la Secretaría de Hacienda.Poseo copia fotográfica. <<

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[55] Relación de las cosas de la NuevaEspaña, pág. 272. <<

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[56] Noticias históricas de la NuevaEspaña, pág. 134. <<

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[57] Usaba todos estos apellidos, porquelos fundadores del mayorazgoimpusieron a sus descendientes laobligación de llevarlos perpetuamente.<<

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[58] Este documento y otros datos que hetenido presentes para escribir estecapítulo, los debo al Conde de CastroCarreño y Marqués de Montehermoso,quien posee un rico archivo de susantepasados. <<

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[59] En las casas que habitaron algunosde los mencionados escritores, no hamucho fijó placas recordativas laInspección de Monumentos Coloniales;pero por desgracia en otros lugaresdignos de memorarse, la Inspección haincurrido en graves errores, en contra dela tradición y de la historia, que sepropone corregir trasladando a susverdaderos sitios las placas que sehallan mal colocadas y enmendando eltexto de las que contienen errores. <<

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[60] Últimamente se le impuso su nombrea la calle en que murió. <<

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[61] Actualmente llevan el nombre deArtículo 123 las que se llamaron callesde Rebeldes, Nuevo México, Alconedo,Providencia, etc. Ave. del 20 deNoviembre las que se llamaron de laCallejuela, de Ocampo, de Cerrada deJesús del Ave María, y de San Juan deLetrán las que se conocieron con losnombres de Hospital Real, 1.ª, 2.ª y 3.ªde San Juan. <<

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[62] Nota: Cuando acomodo callesparticulares a los profesores de algunosvicios generales, debe entendersealegórica y no literalmente, pues noporque digo v. g. que se busque a lasantojadizas en la calle de las Golosas,se ha de creer, que cuantas viven en esacalle lo son, y así de las demás. <<

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[63] De la serie que con el título La VidaColonial en México, publicaron en ElUniversal mis amigos (Nicolás) Rangely Jacobo Dalevuelta reproduzco elpresente por referirse al libro. <<

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[64] El año de 1935 fue clausurada estaiglesia. <<

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[65] D. Nicolás Rangel murió el día 7 dejunio de 1935 en la ciudad deCuernavaca. <<