LADRONES PROFESIONALES

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LADRONES PROFESIONALES Edwin H. Sutherland PROLOGO La primera diferencia que existe entre un polica y un delincuente es que mientras un polica es siempre un polica, un delincuente no es siempre un delincuente. Este principio adems de ser la razn por la cual, entre guardias y ladrones, predominan los primeros resulta tan evidente que apenas necesitara explicacin, pero no ha sido muy considerado por las ms extendidas teoras sobre el fenmeno de la delincuencia. En la poca contempornea, la principal contribucin a ese equvoco, tan fcil de prender en el espritu maniqueo de la gente, vino de la llamada escuela positiva de Derecho penal que en Italia, Espaa y otros pases, pretendi implantar en este sector de las ciencias sociales el mtodo positivo empleado desde el siglo XIX en otras reas siguiendo el modelo de las ciencias naturales. Con una pintoresca utilizacin de la antropologa y siempre arrastrados por ese incontenible afn clasificatorio que desde entonces asola las ciencias penales y penitenciarias, aquellos primeros criminlogos acuaron un concepto bsico de su anlisis que tambin impregnara todos los posteriores: el concepto de tipos delincuentes. Si el fundador de la escuela positiva, C. Lombroso, haba publicado su obra clsica bajo el significativo ttulo de El hombre delincuente (1876) en Espaa tambin su principal seguidor, C. Bernaldo de Quirs, publicara un libro llamado Figuras delincuentes (1909) y otras muchas publicaciones se dedicaran a estudiar las caractersticas fisiolgicas y psicolgicas que componan los distintos tipos de delincuentes. Ya se tratase de delincuentes natos u ocasionales, lo cierto es que los anlisis positivistas intentaban indagar, a travs de un repertorio de sntomas, la existencia de unas causas que de manera ms o menos irrevocable conduciran al delito. Sus postulados deterministas les llevaron a preconizar un correccionalismo que pretenda tratar esas causas de la misma forma que la medicina trata el origen de las enfermedades. Se desarroll as una patologizacin de los delincuentes que impregn la legislacin penal de manera indeleble. Por el Real Decreto del 12 de marzo de 1903 se creaba en Espaa una Escuela de Criminologa destinada a la formacin de personal penitenciario y dirigida por Rafael Salillas, primer representante en nuestro pas de las teoras de la antropologa criminal desarrolladas en Italia por C. Lombroso y E. Ferri. Desde entonces, la idea de que el delincuente (interno) es un enfermo y de que las crceles (instituciones penitenciarias) tienen por objeto su tratamiento rehabilitador, prestar cobertura ideolgica a los reiterados intentos, por parte del reformismo ms rampln, de paliar la situacin inhumana dentro de las prisiones. As vemos, por ejemplo, como en la Ley penitenciaria vigente en Espaa (1979) los trminos con resonancias mdicas como tratamiento, aislamiento, estado fsico y mental, equipos de observacin, etctera constituyen la base conceptual de todo su entramado normativo. El rgimen de vida en las crceles espaolas pretende tambin regularse a partir del tipo criminolgico al que cada preso resulta adscrito, una vez emitido su diagnstico de capacidad criminal (artculo 64, 2 de la Ley General Penitenciaria). En el terreno puramente doctrinal hace ya muchos aos que este positivismo, que todava encandila las reformas le gales de nuestros das, fue matizado por otros anlisis en los que dominaban principios psicolgicos o propiamente sociolgicos para la interpretacin de las conductas delictivas, segn se d prioridad a la personalidad del delincuente o a las circunstancias de sus actos. En la superacin de la criminologa positivista tuvo un papel central la llamada Escuela de Chicago, que se desarroll desde comienzos de nuestro siglo, a partir de los trabajos del departamento de sociologa de la Universidad de Chicago, donde se

inicia la tradicin de los Social Surveys o estudios sobre problemas sociales concretos. En ellos se contempla la influencia que tienen en la conducta humana los cambios demogrficos y las circunstancias econmicas, considerando una multiplicidad de factores que componen el medio con que se relaciona el individuo y que determina en parte su conducta. Uno de los epgonos de esta escuela es Edwin Sutherland (1883-1950) autor de este libro coautor de su primera partepublicado en Estados Unidos en 1937, y donde por primera vez en la historia de las ciencias penales y criminolgicas el delincuente es presentado como una persona normal, definido slo por su situacin al margen de la legalidad. Ya no es un pecador, ni un loco, ni un enfermo; o si es alguna de esas cosas, ellas no determinan ni definen su condicin de delincuente. Sutherland divulg la teora de la asociacin diferencial (Principies of Criminology, 1924) partiendo del anlisis sobre el aprendizaje de la conducta humana en un sentido global. En este proceso de aprendizaje son bsicos los contactos que se producen dentro de los distintos grupos sociales, cada uno con su estructura funcional y su esquema de valores. En esos grupos surgen relaciones que son diferencia les, determinantes de unos modelos de conducta, teniendo en cuenta el sexo, la edad y la posicin social de sus miembros. De la misma forma que cualquier otra actividad, el comportamiento delictivo es siempre comportamiento aprendido (learning theory) donde inciden factores sociolgicos y psicolgicos. En este sentido, ms que hablar de desorden al referirse al problema de la delincuencia, habra que hablar de orden social diferenciado. La idea que preside A Professional Thief, tanto en lo que contenga este libro de aportacin de su inspirador Chic Conwell, como en lo que tiene fundamentalmente de obra de Shuterland, es una idea de integracin. Los ladrones profesionales el adjetivo ya implica un reconocimiento son descritos como ciudadanos cuyos defectos no les son privativos, de la misma manera que participan a su vez de cualidades que se atribuyen a la gente honrada. Son igualmente un reflejo de la sociedad: tienen su cdigo moral, sus reglas de funcionamiento, y su mtodo de aprendizaje. Este tipo de ladrn profesional descrito por Conwell y Sutherland mantiene una curiosa relacin dialctica con el resto de la sociedad, entendindose con frecuencia con ella a travs de otras profesiones, como la de polica, abogado, juez o poltico, que le deben gran parte de su razn de existir y, a veces, tambin de sus maneras. Como profesional, se arroga una cierta categora: en primer lugar, no es habitual en l la procedencia de los barrios bajos y se adorna con una cierta distincin social, que conviene perfectamente a su audacia. Desprecia a los atracadores a mano armada, incapaces de sacar provecho como l de otras cualidades ms sutiles, como la buena conversacin o la simulacin. A fin de cuentas, su actividad al margen de la Ley no supone un defecto especfico, desde el momento en que el funcionamiento del aparato legal que l conoce est absolutamente corrompido, producindose una corriente recproca de ilegalidades inducidas. Quizs sea en este punto concreto, el de la confrontacin del delincuente con el sistema de control legal, donde este libro result ms revelador y se aprecia ms su importancia histrica. Se nos presenta aqu una situacin en la cual hay un convencimiento extendido entre todos los ladrones profesionales de que, si son detenidos, conseguirn librarse pronto mediante prcticas de corrupcin. Los abogados dedicados por entero a su defensa se sirven de los agentes de polica, con los que estn en contacto permanente, hasta el punto de que son esos agentes quienes muchas veces les suministran los clientes. Si el problema no se solucionara en la instancia policial, el aparato judicial ofrece el suficiente nivel de elasticidad como para buscar en l un arreglo. Esto es tanto ms fcil en el sistema americano como que la posibilidad del plead guilty (defenderse como culpable) ofrece la ocasin de pactar con el

fiscal una pena reducida, extendiendo as al nivel jurisdiccional una clase de componendas que en muchos pases se dan desde luego a nivel policial, donde confesiones amaadas, confidencias no escritas o puntuales indicaciones por parte del detenido le pueden valer la libertad o una inculpacin benevolente. Todas estas prcticas contribuyen a que el delincuente mantenga la conviccin de que los representantes de la Justicia slo van a lo suyo. El robo es as un oficio como otros, ni ms ni menos digno que el del abogado cohechador o el de funcionario sobornable, pero con la particularidad de que resulta algo ms arriesgado pues un trance de mala suerte o una cada en desgracia puede su poner la crcel. Junto con estas semejanzas negativas, el ladrn que analiza Sutherland lo reitera en su Sntesis tiene en comn con otras profesiones la utilizacin de una tcnica compleja, para la que se requiere una habilidad especial que se adquiere mediante un aprendizaje propio y en la que no estn de ms, igual que en cualquier ocupacin, algunas dotes naturales como son la de un cierto carcter seductor y algunas cualidades del actor de teatro. Todo ello conviene perfectamente a los distintos tipos de ladrones que Conwell nos presenta por la pluma de Sutherland; desde el simple descuide ro hasta el gran estafador, en los que la habilidad y el engao prevalecen siempre sobre el uso de mtodos violentos. Y tambin convena probablemente a una determinada realidad social en crisis, que con tanta reiteracin y ligereza se compara con la de nuestros das, cuando ni en las causas, ni en las respuestas, ni en las consecuencias tiene mucho que ver. El fenmeno de la delincuencia es uno de los indicadores que sealan la diferencia actual, pues sus lmites ya no estn marcados, habindose convertido en el exutorio de otros problemas distintos. La Violencia La descripcin asptica del elegante timador que nos ofrece Sutherland poco tiene en comn con el ladrn vulgar de la actualidad: al volante de un coche robado y disparando su recortada, despus de hacerse una gasolinera para llevar se un dinero que gastar seguramente en los placeres del mismo da. Dnde est hoy aquel mundo de estafadores educados, carteristas suaves, mecheras discretas y asaltantes silenciosos? Probablemente subsiste, pero hace mucho que dej de ser un problema policial y aparentemente tambin un problema social en la representacin de la delincuencia que cualquier ciudadano se hace hoy, entre atracos, violaciones, muertes y sndromes varios, perder la cartera una maana de domingo en el Rastro es apenas una contrariedad extica, una sensacin ms que aadir entre las que ofrece el pintoresco mercado para turistas curiosos y amas de casa con iniciativas. El ladrn profesional descrito en este libro se acepta como un personaje ms del entramado social, que mantiene una relacin antagnica con el resto, pero sobre la base de un cierto reconocimiento mutuo. El no considera a la sociedad como un enemigo y sus fechoras, nos explica Sutherland, no estn basadas en el odio. Le gustara ver a la sociedad disfrutar de una continua prosperidad, para que sus golpes fueran cada vez ms lucrativos. Este ladrn no es nada rencoroso con quienes se protegen del robo; sabe apreciar la inteligencia donde se encuentre y experimentar una reconocida admiracin por quien es ms astuto que l. La emulacin por la tcnica e incluso el sentido del juego est presente en su actividad. Sutherland nos presenta en su Sntesis a una persona que, al igual que cualquier hombre perteneciente a otra profesin, tiene un estatuto que le define segn su habilidad tcnica, su situacin financiera, sus relaciones y sus conocimientos. Es un personaje que nada tiene que ver con el atracador adolescente que recorre las ciudades y llena las crceles de nuestra poca.

Leyendo en la Memoria del Fiscal General del Estado del ao 1986 las estadsticas por dems confusas de procesos iniciados en los Juzgados y Audiencias de toda Espaa, segn las distintas clases de delitos contra la propiedad, se observa que los casos de robo con fuerza o violencia originaron 20.849 procedimientos en el ao; mientras que los simples hurtos dieron lugar a 10.387, es decir, menos de la mitad. Sin embargo, parece que debera ser al contrario, si consideramos la mayor facilidad, tradicin y hasta naturalidad que tienen esas pequeas apropiaciones de los rateros, descuideros, mecheras, cleptmanos y simples aficionados a llevarse lo que no es suyo, en un fugaz instante propiciado por el hambre o el vrtigo de la emocin, cuando nadie est mirando. En el mismo perodo, los procesos por estafa fueron 3.269 y en su inmensa mayora 3.024 tenan tan escasa trascendencia que fueron resueltos por el Juez de Instruccin segn el procedimiento para delitos menores. Este fue tambin el proceso abreviado seguido para casi todos los hurtos 9.446, Mientras tanto el gran aparato de la justicia penal, los procedimientos ordinarios que se ventilan ante las Salas de las Audiencias Provinciales y ante el Tribunal Supremo, toda la curia de abogados, policas y dems funcionarios, las crceles del reino y todo el aparato coactivo del Estado, se dedicaban a la otra clase de delitos contra la pro piedad, a esa que no entiende de sutilezas, ni de depuradas tcnicas ni de profesionalismos, a los ms de veinte mil atracos denunciados durante el ao. Estos robos (violentos o con fuerza) adems de ocupar dos de cada tres juicios que se celebran en cualquier Audiencia, reflejan la implantacin actual de una peculiar forma de delincuencia, muy alejada del profesional que se describe en estas pginas aunque participe de caractersticas comunes. Es posible que el nmero de delitos perpetrados limpiamente tampoco haya disminuido, pero en todo caso ya no es lo que ms preocupa a policas y jueces. A la vez, este fenmeno social ha servido de pretexto para una remodelacin del discurso poltico sobre la delincuencia, justificando la instalacin de todo un repertorio de controles reforzados y colocando en el centro de cualquier invocacin poltica la cuestin de la llamada seguridad ciudadana. Con este tasco concepto, referido a los peligros de la delincuencia callejera, se instrumenta la base de toda una serie de manipulaciones que estn politizando el problema por activa y por pasiva. Cuando se habla de esta clase de inseguridad se quiere exorcizar con ello todas las dems inseguridades provocadas por el repertorio de cuestiones polticas que se teme citar, como los problemas del desempleo, de la sanidad o de la administracin pblica, generadores de otra in seguridad ms radical y ms difcil de afrontar. Cuando se la califica de ciudadana, hay algo de proyeccin sobre la masa de ciudadanos de todos los temores que estn presentes enel nimo de los que ms la invocan. Werner Ackermann, en su libro Imaginaires de l'Insecu rit (Pars, Librairie des Meridiens, 1983) ha descrito esa obsesin seguritaria que invade la vida cotidiana y que se basa en el equvoco permanente sobre las causas del peligro y las medidas adoptadas para protegerse. Siempre habr de forma quizs creciente dice Ackermann hechos ciertos de agresiones que legitimen medidas de seguridad, pero los discursos del miedo pueden ms y animan la forma social del lenguaje hasta el punto de invadir y de dinamizar todo el mundo de lo imaginario. No slo hay una desproporcin entre el peligro que hacen correr los delincuentes y el miedo de la gente, sino que la realidad de la agresin desaparece muchas veces tras el fantasma de su anticipacin o la propalacin de su relato. La inseguridad aparece entonces afectada por explicaciones equvocas, en las que hay todo un juego de reenvos entre autoridades, vctimas, justiciables, etc. es un efecto de la crisis, es culpa de los individuos, es un problema poltico, es una manipulacin, etc. que se anulan mutuamente. Se ha organizado un sistema de medidas de protecciones nuevas y exorbitantes que provoca en el pblico tambin una acentuacin del miedo. Cualquier medida protectora o de alarma, en cuanto que recuerda la amenaza, la est actualizando permanentemente. Todo ello conlleva una aromatizacin palpable de la escena social, donde el miedo de la agresin en abstracto viene a condensar, focalizndolo en la figura del otro, la nube de inseguridad que envuelve todo el campo de la existencia cotidiana.

Esa agresin, siempre presente en hechos o en imgenes, es tanto ms temida cuanto que no se comprende ni se entiende desde ningn punto de vista ajeno a ella misma. Otra de las expresiones de toda esta ideologa que se oye constantemente es la de violencia gratuita (como si se quisiera aceptar mejor una violencia lucrativa). Con ella se est reflejan do en definitiva una absoluta incapacidad para comprender un fenmeno social grave y se est extendiendo la declaracin de ilicitud desde las conductas a sus mismos autores, los cuales son repudiados absolutamente, puesto que ni siquiera la ms simple coherencia lgica la del puro mvil egosta les es reconocida. Quizs sea en este punto en el que el panorama descrito por Conwelly Sutherland se aparta ms de la representacin actual de la delincuencia. Hay en la criminologa crtica americana como lo haba en los positivistas un intento objetivo de aproximacin al mundo de los delincuentes que pretende redimirles por la coherencia, ya fuera sta natural o social, aunque para ello tuviera que sacrificar en buena medida la posibilidad de esa redencin definitiva que slo se puede concebir desde el reconocimiento del libre albedro lo que significara la ruptura del encuadramiento previo, del estigma y de la condena que ste implica . Hoy asistimos al despliegue de una poltica (de unos anlisis) que no slo aborrece de cualquier tentativa piadosa de acercamiento a las causas profundas de la delincuencia, presumiendo regalando al individuo toda la libertad de decisin, sino que proclama con vehemencia la necesidad perentoria que tiene la sociedad de defenderse, colocando as implcitamente fuera de su seno a los transgresores y privndoles de toda esperanza de entendimiento. En Espaa, la Memoria de la Fiscala del ao 1978, al analizar las formas de comisin de los delitos, habla de desproporcin entre la violencia empleada en muchos de ellos y los fines perseguidos por sus autores. En las Memorias sucesivas se volver sobre el tema, destacando el curso variante de amplios sectores de la vida delictiva, sus nuevas formas de inslita agresividad y la consecuente inquietud y zozobra que tales comportamientos producen en las gentes (Memoria, 1980). Y probablemente tambin aluda a esta desproporcin el presidente Gonzlez, en unas ceudas manifestaciones que hizo el 23 de febrero de 1985, refirindose a la creciente arrogancia del delincuente ante la sociedad y el Estado (Ver El Pas del da siguiente; en el mismo acto afirm que no son verdad las estadsticas del paro insinuando que estaban hinchadas). Parece claro que el primer elemento que caracterizara hoy a los nuevos ladrones sera el empleo que hacen de esa violencia fsica incontinente. El vandalismo se presenta as como el ultraje ltimo. Sustituye a la lgica usual del robo por lucro, es el horror que no se puede comprender, salvo haciendo intervenir una especie de disfrute de la destruccin por parte del ladrn, una fiesta en la que volaran en pedazos todos los objetos que representan la identidad y el dominio privado (W. Ackermann). Estos nuevos vndalos no se parecen ya casi nada a los ladrones profesionales del pasado o al menos as se nos dice en los que se ponderaba su habilidad o inteligencia. Ese reconocimiento de la inteligencia como justificacin, que en definitiva es el eje de toda la propia ideologa de la burguesa, supona un nada despreciable intento de asimilacin de la figura del delincuente, intento que supuso la creacin de memorables personajes de ladrones en la literatura de la poca, a los que se llamaba de guante blanco para marcar la elegancia de sus actos, completamente limpios de cualquier huella de violencia. Es curioso leer en las pginas de Le Voleur de Georges Darien (1897) como su protagonista el ladrn Randal se aplica el calificativo de Vndalo o de Brbaro (as, con mayscula) con cierto orgullo decadente, por fechoras tan blandas que hoy no mereceran ni una lnea en las reseas de sucesos. Eran las hiprboles de una literatura en la que, como ha escrito Patrick Besnier, el ladrn es cmplice de la vctima como en el vaudeville est nntimamente ligados el marido y el amante. En nuestros das las cosas se nos aparecen como muy

distintas. Falta de profesionalidad, violencia, arrogancia... tampoco la delincuencia volver a ser lo que era. Los jvenes Realmente es la violencia aadida el factor diferencial de los ladrones de hoy, o existen tambin otros? La Memoria de la Fiscala del ao 1978 convencionalmente se sea la el ao 1975 como el del comienzo del aumento de delitos, especialmente contra la propiedad adems del dato de la violencia, recoge otro muy significativo: el del aumento de la participacin de los ms jvenes en los delitos denuncia dos. Esta es una tendencia general en toda Europa, que se viene acentuando desde hace muchos aos. En Francia un estudio del socilogo Jean Michel Bessette (Sociologie du Crime; P.U.F. 1982) llegaba a la conclusin general de que cuanto ms joven se es, ms se pasa por los tribunales. El 70 por 100 de los encarcelados en ese pas durante 1984 tena menos de treinta aos y ms de la cuarta parte era menor de dieciocho aos (Le Monde Diplomatique; mayo 1986; pg. 26). En Espaa, donde la O.C.D.E. supona en 1986 a uno de cada dos jvenes en paro, la realidad es muy parecida. La media de edad de la poblacin reclusa no ha dejado de bajar en los ltimos aos. El ltimo Informe General publicado por la Direccin General de prisiones (aos 19831984)recoge varios datos reveladores: De un total de cerca de 59.445 hombres ingresados en las crceles espaolas a lo largo de 1984, tenan me nos de treinta aos, 46.835 (cerca del 80 por 100) y menos de veinte aos 15.757 (ms de la cuarta parte del total). Tomando como ao base 1974 (100 por 100) el aumento de ingresos carcelarios en 1984 es notable (170,29) pero an es mucho mayor el porcentaje de aumento entre los ingresados de veintin a veinticinco aos de edad (242,63). Dos de cada tres penados, el 31 de diciembre de 1983, (66,30 por 100) cumplan condena por delitos contra la propiedad. Un porcentaje muy parecido (65,92 por 100) se daba al 31 de diciembre de 1984. El Informe no contiene datos particulares sobre la edad de los penados por delitos contra la propiedad (aun que s refleja este dato respecto a otros grupos de poblacin recluso). Todos los datos de la estadstica de criminalidad constatan que la edad media de la delincuencia tiende a bajar. Esta es la razn de que los distintos gobiernos hayan mantenido la mayora de edad penal en los diecisis aos (edad fijada por el Cdigo Penal de Napolen, en 1810) a pesar del contrasentido que supone el que para todos los dems efectos no se reconozca hasta los dieciocho aos. Incluso se oyen voces que proponen bajarla an ms, a la vista de las cifras de criminalidad de menores. Todo indica que la delincuencia es cada vez ms asunto de jvenes (al menos si consideramos la delincuencia registrada). Entre los especialistas, hay una ancdota que se ha convertido en chiste manido: una madre pregunta a un abogado que puede hacer ella para que su hijo no vuelva a robar; no se preocupe seora, cuando salga en libertad se le habr pasado la edad. Definitivamente, el ladrn de nuestros das es antes que otra cosa un hombre muy joven. Y tiene muy poco de profesional si por tal entendemos la combinacin de la destreza con la adquisicin de un status. La destreza ya no es tan necesaria, porque la irrupcin tambin aqu de la tcnica automviles y armas ha impuesto un estilo de hacer basado en la rapidez y en la contundencia. Estas dos cualidades son tanto ms necesarias al ladrn, cuanto que la proliferacin de sistemas de alarma y policas, tanto pblicas como privadas, no le deja tiempo para demasiadas filigranas. Su juventud se adapta bien a este dinamismo

de la accin y al peligro de desafiar unos controles que estn reforzados con las mismas dotes de contundencia y rapidez. Adems, la proliferacin de oficinas bancadas y de centros comerciales en los ncleos urbanos ms dispersos, junto con la existencia de bienes semipreciosos (coches, electrodomsticos) en cualquier calle o casa, ponen el posible botn al alcance de cualquier golpe rpido y enrgico: cuanto ms enrgico, ms rpido; y cuanto ms rpido, ms fcil ser recuperar el anonimato protector a la vuelta de la esquina. El papel que la violencia suplementaria juega en este modo de operar es en primer lugar un papel instrumental de la intimidacin. Pero es tambin, en un sentido estructural, un modo de expresin. J. M. Bessette, en el estudio citado, cree ver en estas formas de delincuencia la expresin repentina, a veces bajo formas brutales, de la aventura humana. La consecucin de una mejor situacin econmica no es claramente el ltimo objetivo de los jvenes atracadores, como lo es del ladrn clsico. (Tampoco una estadstica de xitos personales resistira su comparacin con los antiguos profesionales.) La aplicacin de miles y miles de jvenes, desde que se levantan hasta que se acuestan, a actividades varias que componen una especie de busca barojiana (la expresin ha sido aceptada en su lenguaje: buscarse la vida) les sita por entero al margen de las normas establecidas; unos porque no trabajan en nada til, otros porque lo hacen de manera incontrolada (trabajo negro) otros porque roban o trapichean con sustancias prohibidas y muchos porque hacen un poco de todo eso, ninguno es profesional de nada y su tipo humano es tan proteico como la ocasin lo exija. Esa precariedad, la fugacidad de sus oportunidades, ha con tribuido sustancialmente al desarrollo de una cultura peculiar, donde quizs hay algo ms que en los grupos de delincuentes de antes (argot, solidaridad, jerarqua) analizados en la obra de E. Sutherland. Ha hecho emulsin en nuestros das una nueva pica elemental tan elemental como todas las dems donde todos esos jvenes encuentran sentido a sus actividades al margen de la ley, donde el mal est perfectamente identificado con todos los agentes y representantes de esa sociedad de la que estn excluidos, donde sus hechos s cobran pleno sentido, por absurdos o bellacos que parezcan aisladamente. Si hoy hubiera que responder, por ejemplo, a la pregunta de cul sera la razn primera por la que unos jvenes de dieciocho aos cogen un da una escopeta y atracan un Banco, la respuesta ms ajustada sera sta: para luego contarlo a los dems. En ese contexto pico la violencia, claro est, recupera todo el sentido que cualquier violencia puede llegar a tener, ya que sus protagonistas se enfrentan solos o con la espordica ayuda de otros tan perdidos como ellos a un enemigo global siempre ms fuerte y en ello encuentran su auto-afirmacin. El riesgo fsico, la dinmica que se implanta, la nitidez de las actitudes y la agresividad que se descarga, son otros tantos factores que la pueden hacer vertiginosamente deseable. Todo ello es propicio al inevitable juego de lealtades y traiciones, de valor y miedo, de dinero y crcel; un pequeo mundo cada da menos pequeo que malvive al margen, no ya del legal, sino del oficial, del admitido como existente. Por eso no recibe ni puede recibir desde fuera otro trato que la proscripcin y por eso se desenvuelve abandonado, desarrollando sus pautas hostiles y sus liturgias ocultas (que son las ms excitantes). La droga Era el verano de 1973, en las fiestas de un pueblo de la sierra de Madrid. En el abarrotado tendido de sol hay una pareja de carteristas sudacas alertas a los trances ms emocionantes de la corrida, por una aficin muy distinta casi diramos que contradictoria de la del resto de los espectadores. El pblico se pone en pie para ovacionar al torero. Al volver a sentarse, una turista italiana ve su bolso abierto: la billetera ha desaparecido. Se fija en un hombre y una mujer que abandonan sus sitios, se pone a gritar y la pareja de guardias interviene. Los carteristas han visto su salida corta da por la multitud y son detenidos. En la

confusin, el hombre introduce su mano en el bolso de su compaera y sin que ella lo note coge la billetera robada; al llegar al cuartelillo se hace nico responsable (me la encontr en el suelo) y su mujer queda libre. Te dije que estbamos de vacaciones y que no quera problemas, le escriba l luego, amargamente, desde la crcel. La anterior es una historia real. Sus protagonistas han evolucionado mucho desde entonces y no precisamente para mejor. Hoy han abandonado la vieja y pedestre profesin de carterista, por otra ms lucrativa. Tranquilamente instalados en su pas, forman parte de todo ese gremio que vive de la produccin de la coca y su exportacin al resto del mundo. Es un trabajo ms seguro. En el panorama actual de la delincuencia (entendiendo como tal la que los socilogos llaman delincuencia aparente, es decir la que el Estado no slo define sino tambin detecta y persigue) hay un fenmeno que irrumpe con tremenda fuerza crimingena en los ltimos aos, coincidiendo con la llamada crisis econmica. Es el fenmeno de la droga. No se trata, naturalmente, de que el consumo de drogas estimulantes o estupefacientes en los pases occidentales sea algo nuevo, ni tampoco su correspondiente prohibicin. Pero lo que caracteriza al presente es la considerable extensin de su consumo, simultneamente a un reforzamiento de los controles de su prohibicin. Esta doble tendencia en paralelo ha supuesto por un lado la situacin al margen de la Ley de miles de ciudadanos y la aparicin deformas slidas de delincuencia organizada que dirigen la produccin, trfico y venta de las sustancias prohibidas ms consumidas. Tambin aqu, este libro contiene referencias precursoras a los problemas de criminalidad que esta cuestin iba a suscitar en el futuro. Sutherland se refiere a una cierta tendencia general a no respetar ni a la Ley ni a la polica. Para lo para su confidente esta tendencia (...) posiblemente est relacionada con la Ley sobre la prohibicin (de bebidas alcohlicas), de tan deplorables efectos. Y aade: las leyes que penalizan el trfico de drogas siguen la misma senda. A pesar de todo, el problema en la poca del libro no se planteaba como ahora, ni aunque lo comparemos con los efectos de la llamada ley seca. La importancia actual de las drogas prohibidas se presenta en una doble vertiente: por un lado, por el efecto criminalizador de la prohibicin misma y, por otro, por su consumo extendido en todos los pases donde est vigente, especialmente entre los jvenes y ms especial mente entre los grupos de jvenes marginados. Ambos aspectos de la cuestin estn relacionados. Hoy parece estar bastante claro que la causa principal de la iniciacin en el consumo no es tanto cualquiera de las caractersticas que puedan describirse en los noveles consumidores, sino ms bien la existencia de una oferta agresiva. (En este tema, es interesante el artculo de Luis Rodrguez Ramos, Iniciacin al con sumo de drogas, en el libro colectivo la Problemtica de la droga en Espaa, EDERSA, 1986). Aqu se produce un fenmeno muy simple, si se analiza framente desde un punto de vista econmico, que es el determinante. El trfico de drogas es ante todo y sobre todo un grandsimo negocio. Por qu? La razn est clara: porque los mrgenes de beneficio son descomunales ya que la droga es un bien escaso y caro. Y su escasez descansa exclusivamente en su condicin de gnero prohibido. Por otra parte, la ilegalidad de su trfico y distribucin, imposibilita cualquier control que evite los abusos de toda ndole que se producen en perjuicio grave de los miles de consumidores. La impotencia de las autoridades ante el problema les lleva a redoblar las penas contra los traficantes, pero stas slo se aplican al nivel ms bajo de los mismos compuesto por consumidores y personas utilizadas ya que no slo los grandes jefes, sino todos los que viven del cultivo, preparacin y exportacin de las drogas quedan fuera del alcance de la polica, como tambin se libran quienes cooperan financieramente en el

negocio. El ensaamiento con los pequeos traficantes tiene otras dos consecuencias no deseables: castiga a los consumidores que se ven obligados al pequeo trfico y hace subir los costes del precio final de la droga. Consecuencias de signo positivo: no se conoce ninguna. Todas estas razones y otras derivadas de consideraciones morales y polticas sobre la libertad de cada persona para disponer de s misma, sin contar aquellas que reconocen valores culturales al consumo de cada tipo de droga, sirven de argumento para amplios sectores de opinin que se pronuncian en contra de su prohibicin. Sin embargo, produce asombro comprobar como la mayora de los polticos defienden su penalizacin con ahnco. En Espaa, con ocasin de la reciente reforma del Cdigo Penal en materia de delitos contra la salud pblica todos los grupos parlamentarios se mostraron a favor de aumentar las penas cuando en el mes de noviembre de 1987 se discuti el proyecto. Existe la impresin, muy divulgada, de que el consumo de drogas que crean dependencia es una causa importante de muchos de los atracos que se producen, no slo contra farmacias, sino en general contra todo establecimiento donde el drogadicto verdadero tipo delincuente de las crnicas de nuestros das, que habran hecho las delicias de Lombroso pueda hacerse con un dinero rpido, para pagar su dosis perentoria. Si esto fuera as y esa causa tuviera esa importancia en la criminalidad, parece que ello debiera ser otro argumento ms que aadir a los que avalan la despenalizacin de las drogas (que tampoco hay que confundir con la ausencia total de regulacin). Sin embargo, la cuestin es confusa; es cierto que las estadsticas muchas estadsticas sealan la presencia de hbitos consumidores muy fuertes en los jvenes atracadores; pero esas estadsticas no reparan en los mismos hbitos que tienen otros miles de individuos, los cuales no hacen atracos. Adems tampoco est claro que lo que se toma como causa no pueda ser slo una circunstancia coincidente que, de no existir, tampoco evitara el hecho. En todo este juego de confusiones interesadas desde luego, si se observa la cantidad de gente que vive de ellas en uno y otro bando descansa la verdadera naturaleza del problema de la droga. Y de la confusin establecida, surgen todas las especulaciones posibles. Es la droga la que pervierte y ofusca a la juventud o la pcima mgica que mantiene en constante sedacin a miles de jvenes parados? Tiene su prohibicin legal como objetivo defender la salud pblica o slo sirve para mantener altos los precios de un fabuloso negocio y alimentar el morbo de su consumo? Cmo se explica que los principales pases exportadores Tailandia, Turqua, Marruecos, Colombia, Bolivia sean fieles aliados de los Estados Unidos de Amrica, paladn de la prohibicin? No es fcil contestar a stas y otras preguntas, que surgen en un tema donde la irracionalidad no es exclusiva de los toxicmanos. No hace tanto tiempo que las drogas, que ahora concitan tantas maldiciones, eran el distintivo de un hermoso movimiento cultural y poltico que revolucionaba los hbitos personales de toda una generacin y pretenda cambiar la vida entera introduciendo nuevos vnculos fraternales, nuevos caminos para la comunicacin entre las personas, nuevos estmulos para apreciar o producir la belleza en el arte. Hace muy pocos aos de esto. Pero el camino recorrido en tan poco tiempo ha sido largo y terrible. La imagen del grupo feliz entre flores, msica y sensaciones nuevas, aparece hoy suplantada por la de un cuerpo yerto con una jeringuilla clavada. Ninguno de aquellos filsofos de la contracultura est presente para explicar lo sucedido. Mientras se despejan las ideas, al observador le conmueve el espectculo de tantos miles de jvenes arrumbados por esta venganza de la historia, que no les perdona el que hace muy pocos aos quisieran emprender un viaje para alejarse de ella. Y todo lo dems

En diciembre de 1939, Sutherland pronunci un discurso como presidente de la Sociedad Americana de Sociologa sobre la Delincuencia de Cuello Blanco, publicado por primera vez en la American Sociological Review (febrero 1940) y luego ampliamente divulgado. Este trabajo, que tambin se incluye en este libro, marc un hito en la historia de la sociologa radical y a partir de entonces el tema de la criminalidad de los poderosos lleg a ser un tema recurrente en todos los libros sobre la materia. La acepcin tomada en realidad de los trabajadores de cuello blanco o empleados de oficinas que se manifiestan con los socialistas hizo fortuna en los textos y en los comentarios, sobre todo porque la paradoja que encierra sigue siempre vigente en muchos pases, ya sean los Estados Unidos del Irangate, la Francia de los joyeros Chaumet o la Espaa del holding Rumasa con todos sus muebles y sus inmuebles. Las aspiraciones sociales de que se castiguen determinadas conductas que suelen resultar impunes ya sea por no estar tipificadas en los cdigos o ya sea por la inoperancia del aparato penal con las que se perpetran fraudes de elevada cuanta econmica por personas cercanas a los resortes del poder, resultan tan comprensibles como intiles en la mayora de los casos. Hay muchos factores que contribuyen a esto, como las injerencias polticas, la venalidad de los funcionarios, la impotencia de los particulares o la torpeza de la administracin de justicia. La cuestin est hoy de ms actualidad que nunca, por dos rdenes simultneos de factores. En primer lugar la delincuencia es, cada vez ms, una mera cuestin de orden pblico para los distintos gobiernos, entendiendo adems por orden pblico el meramente externo, es decir el que se tra duce por ausencia de alteraciones o agresiones en la calle. En Espaa esta cuestin tambin se plantea as: para la polica es decir para el Gobierno el problema de la delincuencia se centra en la llamada delincuencia callejera. Nos estamos refiriendo a los delitos que se cometen en la va pblica y que son los que provocan un mayor clima de inseguridad ciudadana, dice un circular del Ministerio del Interior dirigida en septiembre de 1987 a todas las comisaras, para potenciar las brigadas de Seguridad Ciudadana en relacin con las de Polica Judicial. En una comparecencia ante la Comisin de Presupuestos del Congreso, el director general de la Polica reiter que se iban a potenciar dichas brigadas con ms policas uniformados y equipos de investigacin, para luchar contra la delincuencia comn y los denominados delitos menores. (El Pas 19 de octubre de 1987). Parece, en consecuencia que la atencin de las autoridades, se va a centrar menos an si ello es posible en los delitos mayores. La segunda razn simultnea y complementaria de que lo que se vena entendiendo por criminalidad de cuello blanco aumente su implantacin y sus cotas de impunidad, es la que marca la coyuntura econmica. No me detendr en la exposicin de lo que podramos llamar la cruz de esta situacin: el paro laboral, la marginacin de los jvenes o la falta de perspectivas de futuro para amplias capas de poblacin. Hay una cara de esta medalla, dibujada por la imagen de un tipo de hombre nuevo que se impone y triunfa en el mundo de los negocios, movindose con la fuerza y la voracidad de un escualo en el mare magnum de sociedades mercantiles annimas, dedicadas a la especulacin ms osada utilizando el seuelo del flujo de capitales, con el beneplcito de unos gobiernos que slo estn preocupados porque les cuadre la cifra final de sus grandes cuentas. Este hombre nuevo es un hombre valiente: cada da empuja los lmites de la legalidad un espacio ms all y, como en los antiguos pioneros, en l se confunde la condicin de negociante con la de aventurero. Sus mtodos, sus costumbres, su imagen atractiva, s componen en su caso un genuino tipo humano; pero ste no resulta desde luego, positivamente, un tipo delincuente para las instituciones oficiales, las cuales observan con aprobacin como se aplica al agio ms descarado, en el sector inmobiliario o en el llamado mercado de valores inefable expresin. Hoy se compra una empresa en quiebra a precio de saldo; maana se revende sin haber invertido un duro, con una plusvala de treinta mil millones gracias a la especulacin

in mobiliaria, pero aqu no pasa nada. Es ms, habremos de or al ministro de turno explicarnos que comprar no es delito y luego aadir esplndido que vender tampoco es delito. Desde luego que hay muchas cosas, en cambio, que si son delito y no se persiguen. En Espaa, por citar slo dos ejemplos, existe un Captulo del Cdigo Penal que castiga las Maquinaciones para alterar el precio de las cosas, y una Seccin que persigue los Delitos contra la seguridad en el trabajo. Estas disposiciones y otras semejantes no parece que hayan tenido una aplicacin muy eficaz ni que hayan producido la suficiente estadstica judicial como para elaborar la tipologa delincuente de sus infractores habituales y trasladarlos desde las secciones financieras de los peridicos o las pginas de sociedad, a las publicaciones de los penalistas. Mientras tanto, de un total de 13.079 presos en las crceles espaolas en 1983, slo 159 provenan de un nivel familiar alto, es decir el 1,2 por 100 (Informe de prisiones citado). Hoy los presos ascienden a un total de veintiocho mil. Durante el gobierno actual la poblacin reclusa se ha duplica do, pero la delincuencia financiera sigue representando un porcentaje nfimo del total de condenas judiciales, a pesar de que su volumen econmico es miles de veces ms importante que el de todos los robos. Son esos hombres de cuello blanco los ladrones profesionales de nuestra poca? En definitiva, ya se sabe que como la guerra en poltica, la criminalidad financiera es la continuacin de los negocios por otros medios (Christian de Brie; La criminalit en col blanc, ou la continuation des affaires...; Le Monde Diplomatique citado, pg. 20). Hay en toda Europa y en Estados Unidos una expansin del sistema carcelario que multiplica la poblacin reclusa y provoca un secreto susto en los gobiernos. La situacin desborda todas las previsiones y afecta a sectores amplios de poblacin cada vez ms marginada para la que no parece haber otra referencia de legalidad que la crcel. Los estudios tradicionales sobre la delincuencia y sus causas no sirven para mucho, porque los contornos del problema ya no estn claramente delimitados. Hay demasiada gente fue ra de juego, dedicada a muchas cosas y a ninguna, ni a favor ni en contra de la ley, sino fuera de ella. La cuestin sera la de saber qu tendra que decir una criminologa actual de todo esto; de los setecientos mil presos que hay en Estados Unidos, del proyecto de crceles privadas en Francia, del hacinamiento en las crceles espaolas, mientras todos los medios oficiales reclaman ms y ms seguridad, los partidos de izquierda piden ms polica, los obreros se manifiestan contra la inseguridad ciudadana. Si ahora en Espaa se ha podido afirmar que estamos dis frutando de un gobierno de socilogos (en alusin a esa cohorte de los mismos que surca las alfombras de la Moncloa y de los Ministerios) en materia de polica y justicia ese gobierno lo desempea una subespecie: la de los criminlogos. Estos, en su acepcin actual, son unos tcnicos que como colectivo tienen dos notas distintas: la primera, que son muchos; la segunda, que casi todos estn en nmina. Poco importa saber el porqu de estas peculiaridades (probablemente se debe a algo muy sencillo: los muchos funcionarios originarios de Interior y de Justicia que ahora se han hecho criminlogos). Es su papel de sirvientes del poder, absoluta mente romo de cualquier punta crtica, el que conviene re saltar. Utilizando tanto la sociologa como la psicologa, estos nuevos criminlogos no suelen ser ms que tcnicos al servicio de las Instituciones de control social, encargados de aadir el adorno teraputico a las faenas de la ms simple represin. Los reglamentos de la polica y del sistema penitenciario son el ancho campo donde estos especialistas proyectan sus ilusiones. Todo Instituto de Criminologa que funcione en cualquier perdido Departamento universitario ver pronto su alumnado nutrido de funcionarios que con gesto adusto debatirn sobre el aumento de la delincuencia. Algunos de ellos han hecho brillantes carreras en sus cuerpos respectivos: son hoy directores de crceles o asesores del Ministerio del Interior.

Superadas las etapas antropolgica y sociolgica, reconquistado para el delincuente el limpio principio del libre albedro, el individuo ha vuelto a ser colocado en solitario frente al Estado y con su entera y exclusiva responsabilidad por sus actos. En esa soledad, proyeccin consecuente de la ideologa individualista, la persona del autor de cada delito ha dejado de ser motivo de comprensin, para quedar reducido a objeto de control. La criminologa cada vez tiene menos que decirle, ocupada en ayudar a la sociedad a defenderse de la delincuencia. El nmero de detenidos y de presos no deja de aumentar, de modo que cualquier pretensin de atencin personalizada para cada uno sera adems pura veleidad.