"La vidente de la luna llena", Isabel del Río (Kailas Editorial)

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    ISABEL DEL RO

    LA VIDENTE

    DE LALUNA LLENA

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    La vidente de la luna llenaTtulo original: La vident de la lluna plena

    2016, Isabel del Ro 2016, Kailas Editorial, S. L.Calle Tutor, 51, 7. 28008 [email protected]

    Diseo de cubierta: Rafael RicoyMaquetacin: Autoedicin y diseo Torre, S. L.

    ISBN: 978-84-16023-99-8Depsito Legal: M-317-2016

    Impreso en Artes Grficas Cofs, S. A.

    Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede serreproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitidapor un sistema de recuperacin de informacin en ninguna formani por ningn medio, sea mecnico, fotomecnico, electrnico,magntico, electroptico, por fotocopia o cualquier otro, sin elpermiso por escrito de la editorial.

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    Impreso en Espaa Printed in Spain

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    Para ti, fruto de dos corazones, an por nacer.

    (Septiembre de 2013)

    Para Max, mi luz, nuestra sonrisa.

    (Marzo de 2014)

    Porque sin ti no seramos ms que dos mitadestratando de reunirse.

    (Mayo de 2015)

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    1La Torre

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    1La Torre

    Me ardan los ojos de haber llorado, aunque no recordaba elporqu.

    Estaba encogida de fro, abrazndome a m misma. En miinterior, un vaco que solo se llenaba de incertidumbre.

    Era noche cerrada.

    Las nubes no me dejaban ver ms all de mis manos. Todoera oscuridad. Pero, de repente, la luz de la luna llena las atra-ves, hacindolas aicos con su brillo.

    Ante m, un hombre caminaba con paso seguro sobre el aire.Su rostro permaneca oculto por la luna y sus facciones eran os-curos interrogantes.

    O risas y voces alegres. A mi espalda, un grupo de hombresy mujeres vestidos de gala suba por las escaleras que llevaban al

    mirador del castillo.El vidrio de sus copas cant con el brindis cuando el hombre

    que caminaba sobre el aire dijo mi nombre. En ese instante lovi. Estaba en el centro del grupo. Y, al sentir su presencia, pudereencontrarme al fin.

    E fue amargo. Volver a la salita de mi ma-dre me oblig a aceptar la realidad y a recordar el por-qu de las lgrimas.

    Ella estaba muerta y yo tena que hacer inventariode lo que quedaba de su vida y de su memoria.

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    Me sacud el polvo de los vaqueros e intent eliminar las im-genes de la visin que an continuaba en mi cabeza, desquicin-

    dome.El sueo me haba encontrado justo despus de recoger lahabitacin de mam. Solo me quedaba la ropa. Volv y me recibiel viejo armario lleno de zapatos, chaquetas y sombreros, dondede pequea jugaba a disfrazarme para convertirme en otra perso-na. Colgado de una de las puertas estaba el responsable de mitristeza, un vestido rosa lleno de flores. Cuando lo vi, una imagenfugaz cruz mi mente: yo corra por un laberinto lleno de magia,

    con mi madre justo detrs.En un ataque de rabia arranqu todos los vestidos y los tir

    sobre la cama. Estaba harta y quera acabar cuanto antes, volvera mi vida, si es que exista sin ella.

    Una silla me permiti revisar la parte alta del armario. Detrsde un montn de mantas con olor a naftalina encontr una viejacaja de puros. La sopes entre las manos. Nunca antes la habavisto.

    Me sent y, dndole vueltas, imaginaba qu podra conte-ner: recortes de peridicos antiguos, la llave de una puerta enig-mtica... Cuando la abr, el olor de las hojas de tabaco me re-cibi. Aquella caja deba haber permanecido cerrada muchotiempo. Dentro encontr pequeos recuerdos: trozos de entradasde cine y teatro, una ficha para subir a los autos de choque en laferia, un diente de leche y, bajo todos aquellos retazos de vida, un

    sobre.Era de color lavanda y ola a violetas, como mam. Lo abrcon cuidado para no romperlo. Dentro haba una breve carta:

    Mi pequea, siento haberte mantenido alejada de laverdad durante tanto tiempo, pero el miedo a perderte erademasiado grande para arriesgarme. Perdname.

    Tal vez no habras aprobado la vida que llevaba, pero

    t lo cambiaste todo, mi pequea Pitufina.No hay magia ms grande que la que trae un hijo a tu

    vida, y nunca me he arrepentido de dejar todo atrs por ti.

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    Ahora quiero que sepas quin eres y de dnde vienes.He visto tu tristeza y s que no puedes vivir sin saber el

    origen de esos sueos que te persiguen.Te dejo en legado mi baraja. Fue de tu abuela y, mu-cho antes, de tu bisabuela. Es un pequeo tesoro familiarque deseo te ayude a reencontrar tu pasado para que pue-das vivir con plenitud el futuro.

    Mam

    Con el corazn encogido y lgrimas en los ojos, mir dentro

    del sobre. Haba una vieja fotografa. En ella se vea a una seriede extraos personajes de feria. Hombres y mujeres que parecanpertenecer a un circo ambulante o, tal vez, a un teatro extico.Entre todos ellos, la reconoc. Era mi madre de joven, junto a miabuela, que vesta como una pitonisa de pelcula.

    Qu significaba todo aquello? No comprenda las palabrasde la carta y mucho menos la fotografa. Cmo la secretaria deun dentista apareca entre aquellas personas? Cul era ese pasa-do del que me hablaba? De qu haba huido? Y an ms impor-tante, por qu quera que yo lo reencontrara?

    Entonces ca en un detalle, en la carta hablaba de una baraja,pero all solo hall el sobre y los recuerdos. Di la vuelta a la cajay, junto a aquellos trastos, encontr una antigua carta del tarot.Una torre con un relmpago que la parta por la mitad y dos pe-queos personajes que caan de cabeza, directos a la nada.

    La carta tena que ser realmente muy antigua. Los colores sehaban oscurecido por el tiempo y solo se conservaban las formasdel dibujo y los hilos dorados que definan los contornos. Acari-ci la imagen con suavidad. Era un mensaje de mi madre, un re-cuerdo familiar que no llegaba a comprender, pero all estaba.

    Gir la carta. Detrs haba un pequeopost-itamarillo con unmensaje. La letra era gtica y muy negra, como de tinta china, ydeca: Ruptura del statu quo.

    Le aquella frase ms de diez veces y volv a mirar la imagen.Los dos personajes que caan de la torre... La vida segura y estableque conoca se haca aicos, como la imagen de la carta, por un

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    suceso tan natural como aterrador. Me centr en los rostros de lasdos figuras: eran un hombre y una mujer.

    Las manos me temblaron ante la idea que acuda a mi mente.Y si uno de los personajes de feria que apareca en la fotografa erami padre?

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    2Los Enamorados

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    adulta. Delante del espejo, los ojos que me devolvan el reflejoeran tanto mos como de la chica de la fotografa.

    Quin eres? pregunt, esta vez ms por m que por suvida anterior.Solo haba una persona que poda dar respuesta a mis dudas

    y que representaba el nico pilar incondicional de mi vida desdeque tena memoria.

    Dej las cosas all mismo, las recogera ms tarde. La puertatodava no estaba cerrada y ya bajaba los tres tramos de escalera

    a toda prisa.En la calle todo eran risas y buenos das. El mercado del Clot

    daba vida a esa zona. Eso era lo que ms le gustaba a ella. Noquera vivir en ningn otro lugar.

    El sol calentaba con fuerza. Acababa de comenzar el mes dejunio.

    Tras saludar a un par de vecinos y responder a las preguntasde cortesa sobre cmo estaba y cmo lo llevaba, continu ade-lante, pasando por las tiendas y la floristera del mercado, pasean-do por el parque del Clot, donde tantas veces jugu, donde mehaba escondido para fumar y donde me robaron el primer beso.Los recuerdos hervan en mi cabeza y me frotaba los ojos inten-tando no llorar.

    Finalmente, llegu a las puertas de la Fira del Bellcaire, don-de trabajaba mi to.

    Els Encantsera una mezcla de gente y objetos, de miradascapciosas y deseos incumplidos, de posibilidades perdidas y re-cuerdos olvidados. All era posible encontrar cualquier cosa; sisabas mirar, claro, o eso era lo que deca mi abuela:

    Lo importante no es lo que buscas, sino los ojos con los quemiras. No hay imposibles, solo improbables.

    Era una mujer enigmtica, con una buena historia para resol-ver cualquier duda. Pero desde que la haba reconocido en la fo-

    tografa, un sentimiento de desazn se haba instalado en mi in-terior. De repente, las personas que daban sentido a mi realidadse haban convertido en un misterio para m.

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    Vigila por dnde andas! grit un gitano que cargabacon un video VHS y una bolsa llena de casetes, seguramente para

    vendrselos a alguien que no se fijara demasiado y no se dieracuenta de que aquel reproductor era solo una carcasa.A mi alrededor, las paradas bien colocadas por hileras haban

    dado paso a unas cuantas mesas amontonadas y a alfombras lle-nas de trastos.

    El gitano me empuj para que me hiciese a un lado.Eh, t! gritaron desde una de las mesas llenas de colo-

    nias de marca y aparatos para depilarse. A ver si vamos a tener

    que echarte del mercado!El gitano hizo un gesto de disgusto y volvi por donde haba

    venido.Laia, ests bien, nia? Cmo va todo, reina? pregunt

    mi protectora, dejando la tienda a cargo de su sobrina y acercn-dose hasta donde yo estaba.

    Buenos das, Rosala la salud, agradecida de que mehubiera defendido, pero sin ganas de hablar con nadie; voy aver a Leo.

    Ella sonri y seal hacia una puerta al fondo del mercado,en una pared de la que se desprendan trozos de pintura blanca.

    Hace un rato que le he visto venir con un par de cafelitos.Gracias la interrump antes de que volviera a preguntar-

    me por mi estado de nimo, aligerando el paso entre las alfom-bras llenas de libros, cromos, relojes, peines y toda clase de uten-

    silios abandonados, para llegar hasta la librera donde trabajabaLeo.Justo cuando llegaba a la entrada del establecimiento, un golpe

    me hizo perder el equilibrio y tuve que sujetarme en una esquinapara no caer. Un hombre alto y bien vestido haba salido a toda pri-sa de la librera.

    Me encuentro bien, por cierto! exclam con sarcasmo.Pero, cuando me gir, el hombre haba desaparecido entre la mul-

    titud.Refunfuando en voz baja mientras me recolocaba la camise-

    ta, entr en la librera.

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    No haba ni un alma. Pareca como si el polvo y las polillashubieran devorado todo rastro de vida. Sobre la mesita, junto a

    una calculadora Casio, como las de mi niez, haba dos tazas decaf vacas. Todava se poda distinguir el vapor caliente que esca-paba de ellas.

    Leo? grit. August? dije, por probar con el nom-bre del propietario de la tienda.

    Ya voy!De una trampilla que haba en el techo apareci el semblante

    barbudo y sonriente de mi to. Se descolg por una escalera des-

    tartalada que deba llevar all desde la creacin del mercado y meabraz con fuerza, entre aquellos brazos robustos que antes melevantaban por el aire y me hacan creer que estaba resguardadade todo mal.

    Dime, querida, qu te trae por aqu?Su sonrisa declaraba que todo iba bien, pero los ojos le dela-

    taban, como siempre, y me recordaban que l tambin sufra.Dud si preguntar por la fotografa y mencionar la carta de

    mam, pero no poda callarme y dejar el enigma sin resolver.He pasado la noche en casa, ordenando sus cosas...Te encuentras bien? pregunt Leo acaricindome el

    pelo. Ests plida.Haba una caja en el armario. Estaba llena de recuerdos

    un temblor en sus manos me hizo dudar, el corazn se meencogi. No es nada aclar, lista para dejarlo pasar. Ya

    hablaremos en otro momento.Qu has encontrado, Laia?Al or mi nombre, la curiosidad volvi a devorarme por den-

    tro. En casa solo me llamaban as cuando haca alguna fechora ome tenan que hablar de algo serio. El rostro de mi to era ahorauna efigie griega, sin sentimientos. Mirar a Leo era como ver losojos de piedra de Zeus.

    Trastos... Ya sabes: entradas de cine, billetes del metro...

    Pero l saba que no era eso lo que me haba llevado hasta latienda y me lo hizo entender entornando la cabeza y mirndoselos pies.

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    Haba una carta y una fotografa me atrev a decir final-mente, extendindolas hacia l.

    Leo ley las palabras de mi madre y mir la imagen. Sin pen-sarlo mucho, cerr el sobre y me lo devolvi.Cuando conoc a Gloria saba que tena un pasado, pero me

    hizo prometer que permanecera en el olvido tom mis manosy las apret con suavidad. Tu madre apareci delante del edifi-cio donde yo viva. No tena a nadie. Era joven, bonita y llevabaun beb en brazos. Necesitaba ayuda y no hice muchas preguntas.

    Ya haba odo esa historia. Mam busc un lugar donde pasar

    la noche y le encontr a l en un portal. Desde entonces fueroninseparables. Pero un detalle haca que me revolviera.

    Y la abuela? Mi madre no poda estar sola.Leo sonri con tristeza.Carmen no estuvo siempre de acuerdo con las decisiones

    de Gloria. No le gustaba la vida que haba escogido para ti.Apret con fuerza la mano que sostena el sobre.No entiendo por qu te dej esta carta, pero olvdalo. Tie-

    nes una gran vida por delante, no hurgues en el pasado.Con un paso atrs fij la distancia. La fotografa cay al suelo,

    recordndome lo que realmente buscaba.Llegaste a conocer a mi padre?La pregunta le cogi de improviso. Asinti con la cabeza,

    mientras sus labios masticaban un rotundo no.Tengo trabajo... Hablaremos ms tarde dijo antes de vol-

    ver a las escaleras. Por favor, djalo correr.No insist. Nunca haba entendido la relacin entre Leo y mimadre. No eran hermanos ni primos, ningn vnculo familiar losuna, pero le recordaba siempre presente, a nuestro lado. Inclusodurante los primeros aos, antes de que mam pudiera comprarel piso, vivamos con l. Si Leo estaba enamorado de mi madre,nunca lo supe, como tampoco conoca los sentimientos reales deella. Lo que no quera era hacer dao al nico padre que conoca.

    Me agach para recoger la fotografa y, entonces, bajo una delas estanteras, vi un libro lleno de polvo. Alargando los dedos meacerqu para sacarlo de su escondite.

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    Era un volumen antiguo de piel marrn, con letras doradasque decan Los misterios de la calle Estruc.

    Tom asiento en una de las sillas dispuestas en los rinconespara los clientes, mientras pasaba las pginas con cuidado de queno se rompieran. Recordaba la calle Estruc, all era donde haba-mos vivido los primeros aos con el to Leo, antes de mudarnosal Clot. La imagen de mi propia mano, pequea y regordeta, co-gida de un joven Leo con traje y pajarita, me vino a la cabeza.

    El libro era un smbolo de lo que tal vez podra encontrar, unapista de dnde deba buscar. Continu pasando las pginas, dis-

    trada con los recuerdos sombros de mi infancia, hasta que algocay sobre mi regazo.

    Una nueva carta del tarot me retaba a continuar indagando.Cmo haba llegado al libro? Sin duda formaba parte de la bara-ja perdida; tena los mismos trazos, colores desvanecidos y lneasdoradas.

    Los Enamorados le en voz baja.Esta vez la imagen eran dos cisnes nadando en un ro, en

    medio de un bosque tenebroso. Mir el gesto de la cabeza de lasaves, que parecan tan cerca y a la vez tan lejanas, como si se es-condieran secretos una a la otra, como si hubiera algo que lasseparase. Sent una punzada en el corazn, pensando en Leo y enmam, en cmo podan los secretos alejarte de los seres queridos.

    Tras la carta haba otro post-it. En este deca: A veces, unadifcil decisin.

    Con un extrao sentimiento, me levant de golpe. La silla se vol-c con un ruido ahogado entre todo aquel papel. La sensacin de quealguien me observaba era muy fuerte, pero no haba nadie ms en lahabitacin. Solo estaba yo y aquel libro llevaba mucho tiempo bajola estantera. An poda ver la seal de polvo que lo demostraba.

    Aquella historia cada vez me pareca ms inverosmil. Cmoera posible que las cartas de la baraja que me haba legado mimadre estuvieran justo donde yo miraba?

    Leo, August, me voy grit. Un abrazo.La voz de mi to lleg amortiguada desde el hueco de las es-

    caleras.

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    Nos vemos pronto! Ya le dar yo el abrazo a August cuan-do venga.

    Desde un principio haba credo que August estaba con Leo.Mir las tazas sobre la mesa y, de repente, una idea loca pas pormi mente mientras observaba la carta del tarot. En la entrada dela librera un hombre haba chocado conmigo y haba huido comouna exhalacin.

    Era posible que mi to me estuviera escondiendo algo? O sim-plemente empezaba a ver fantasmas donde no haba nada ms quesombras?

    Mis recuerdos me llevaron de nuevo hacia el libro y la calleque le daba nombre. Quiz Leo no me dijera nada, pero nadie meimpeda volver al barrio de mi infancia.

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    3La Templanza

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    3La Templanza

    L que senta no me dejaba ver lo que merodeaba. Por ms que le daba vueltas, nada se aclaraba.Todos hemos soado alguna vez con que nuestrospadres eran agentes secretos, magos o hroes que lleva-ban una vida oculta. Juegos que llevaban emocin y nos explicaban

    el porqu de sus idas y venidas del trabajo; nos daban una raznpara sus desapariciones. Pero, poco a poco, yo comenzaba a verlotodo con otro tono. Comprenda que en realidad no saba nada demi madre. Nunca conoc al dentista que haba sido su jefe duran-te tantos aos, ni siquiera la haba visitado en el trabajo. Tampocosaba muy bien qu haca mi abuela durante aquellas semanas quepasaba fuera de casa. De repente, todo temblaba bajo mis pies.

    Sent vrtigo.

    Al abrir los ojos, una mujer me abanicaba con una revista.Ya vuelve en s dijo un chico que haba cerca, junto con

    todo un grupo de curiosos.Te encuentras bien? Quieres que llamemos a alguien?

    pregunt la mujer.Me incorpor antes de localizar el plano que marcaba las esta-

    ciones del metro. Estaba en la lnea roja y en dos paradas llegaraa Plaza de Catalua. Haba subido sin darme cuenta.

    Me siento mucho mejor, gracias respond levantndo-me. Soy mdico. Solo ha sido una bajada de azcar.

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    A veces nuestra cabeza nos hace estas jugadas, es capaz deborrar todo un recorrido, incluso das, de nuestra vida. Segn los

    ltimos estudios, tanto la rutina como el estrs pueden ser lascausas y crean la sensacin de que el tiempo va ms rpido, ha-cindonos olvidar todo tipo de conversaciones y experiencias.

    Pero no sera mejor llamar a alguien? insisti la mujercon el mvil en la mano.

    No. De verdad, muchas gracias, ya ha pasado. Cuando sal-ga del metro parar a comer algo.

    La gente se dispers, haciendo comentarios en voz baja de lo

    que haba ocurrido, pero ella persisti en la vigilancia. Tema quevolviera a marearme y no me perda de vista.

    Ahora que lo pensaba, era cierto que la culpa de mi malestarno solo la tenan los nuevos hallazgos familiares, llevaba ms deveinticuatro horas sin comer.

    El vagn se detuvo en mi parada y baj rpidamente paradirigirme a la salida ms prxima al Portal de lngel.

    El sol me recibi en los ltimos peldaos y me encontr conmucha gente, toda con prisa y a su aire. El edificio de El CorteInglsera como un panal donde se concentraban los visitantes dela ciudad.

    Con dificultad enfil hacia el otro lado de la calle, donde elaroma del caf me record que tena que cuidarme y recobrarenergas.

    En el interior del edificio, las voces animadas hablaban enms de media docena de idiomas, convirtiendo el bar en unapequea torre de Babel llena a rebosar de almas sin patria.

    Buenos das me dirig al camarero, que preparaba doscortados tras la barra. Un bikiniy un caf largo para llevar, porfavor.

    El hombre me mir fijamente y respondi:Mejor te pondr uno con doble carga, no tienes muy buena

    cara.Gracias, la cafena lo mejorar. El bao?Seal hacia unas escaleras.

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    Me lav la cara con agua fra antes de enfrentarme al espejo.Habitualmente mi rostro ya era plido y el pelo, rizado y oscuro,

    contribua a mi imagen frgil, pero, en ese momento, las ojerasque enmarcaban mis ojos enrojecidos y tristes me hacan pareceruna enferma.

    Con unos toques de color en los labios y las mejillas volva aparecer yo misma, o al menos una Laia dolorida y agotada. Traspeinarme, volv a buscar mi desayuno.

    El camarero me hizo un gesto con una bolsa de papel en lamano.

    Mejor dijo. Pero no hay nada tan duro como para quepierdas la sonrisa.

    Eso espero respond, dejando una buena propina.

    Mis pasos seguros me condujeron, recordando el camino, ha-cia la calle Estruc. All, el alboroto se amortigu hasta dejarmesola con mis dudas y las voces de los vecinos. Un bocado y untrago despus ya me haba sumergido en otro mundo.

    La calle del mago, decan.Estruc significa, en cataln antiguo,suerte o sanador; una palabra que proviene del judo medieval. Deah la expresin mala astrugncia(mala suerte). Segn explican,en esta calle vivi un mago que preparaba pociones y venda unaplvora muy especial. Mi abuela aseguraba que comerciaba conuna piedra mgica que poda curar cualquier picadura o veneno.

    Segu los nmeros de los portales, decorados con smbolos y

    cbalas, hasta el 14, donde pude contemplar los esqueletos, losanimales mitolgicos y la vegetacin que decoraban el edificio.Ms adelante, en el nmero 22, una placa colgada por el hipn-logo Ricard Bru haca honor al mago Astruc Sacanera.

    El tiempo corri inevitable, sin que me diera cuenta, hastaque una seora que llevaba observndome largo rato se acerc.

    No sers la hija de Gloria, verdad?La mujer, de unos noventa aos, vestida a la moda espaola,

    toda de negro, con el cabello blanco y corto peinado con cuidado,me miraba como si hubiera encontrado una joya extraa.

    Disculpe, nos conocemos? pregunt.

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    Ella hizo un gesto afirmativo y me invit a que la siguiera.Haca tantos aos que no te vea dijo colgndose de mi

    brazo y dndome golpecitos con la mano. Tu madre todavame visitaba y te he reconocido por una fotografa que me trajo nohace mucho. Estaba muy orgullosa de ti, deca que eras una grandoctora.

    No saba que mi madre se acercaba al barrio...Dud si explicarle que estaba muerta y que no la volvera a

    visitar, pero la seora se me adelant.Era su clienta me explic. Es una lstima lo que ha

    pasado. No s qu har sin ella.En silencio, segua la conversacin de la mujer como si real-

    mente supiera de qu hablaba.Cundo fue la ltima vez que la vio? pregunt despus

    de un rato.Hace un mes, cuando me trajo las hierbas. Me ley el tarot

    y se asust mucho.Un escalofro me recorri la columna.Sabe por qu?La seora neg con la cabeza y mir hacia delante, como si

    hubiese alguien esperndonos.No, pero dijo que no podra volver a visitarme.Con una desazn que me oprima el pecho, me retir un se-

    gundo para mostrarle las cartas que llevaba en el bolso.Era este su tarot? pregunt.

    Lo observ largo rato antes de responder:Uy! Cunto tiempo haca que no las vea! No, no. Estaseran de tu abuela. No te dedicars a leer la buenaventura, ver-dad? Pensaba llamar a Leo para encontrar una nueva curandera.

    Cada vez se enredaba ms la madeja. Recog las cartas conuna angustia que creca por momentos.

    Disculpe, pero cunto haca que era su clienta?La mujer seal hacia un lado de la calle.

    La conoc en la librera de la familia de Leo.Confusa, aad:Pero l no tiene ninguna librera. Trabaja en una, pero...

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    Ahora ya no me interrumpi, pero la familia Estrucregent una librera en el barrio durante muchos aos. Siempre

    vena gente curiosa y estaba llena de antiguallas y de objetos desus viajes a pases exticos.El apellido de Leo era Claramunt, no Estruc. De eso estaba

    segura. Mir a la abuela preguntndome si no chocheaba.Desde entonces nos veamos una vez al mes. Si no fuera

    por ella, no s qu habra hecho de mi artrosis. Y hace unos cincoaos, cuando Carmen dej de leer el tarot, tu madre continu consu clientela.

    El mvil son con insistencia y, disculpndome, lo atend. Alotro lado salud Albert, un compaero de trabajo en el hospital,de quien me haba olvidado con todo lo sucedido durante aque-llos das.

    Nos vemos esta noche, verdad? pregunt l con ciertaimpaciencia.

    Haca dos semanas, antes de la muerte de mi madre, Albertme pidi una cita y, por insistencia de Leo y de mis compaerasde trabajo, acept. Ahora, lo que me haba parecido una buenaidea para dejar de lado la rutina, era una banalidad que tena quesoportar para no quedar mal.

    Claro que s contest fingiendo emocin. Nos vemosesta noche en el Palau.

    Si no te apetece, podemos cancelarlo. Me han contado lode tu madre...

    En mi cabeza se mezcl lo ocurrido con las historias descu-biertas y tuve que agitarla para evitar confusiones. Haba pedidoun par de das para encargarme del sepelio y del piso del Clot, ylas noticias corran en el hospital como las llamas en una caja decerillas.

    En serio, me ir muy bien salir un rato ment.Albert confirm la hora y se despidi con un nos vemos,

    princesa, que me fastidiaba sobremanera. Era un eminente ciru-

    jano y de lo ms agradable fsicamente, pero como persona metransmita muy poco. Me pareca el tpico que haca del coche sutarjeta de visita.

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    Disculpe, era un compaero que... dije, volviendo a laconversacin con la seora, pero ahora estaba yo sola en la calle.

    Se hizo un absoluto silencio a mi alrededor y la sensacin deque alguien me observaba empez a inquietarme. Un escalofrome empujaba a aligerar el paso para salir de la penumbra y en-contrarme con la multitud de Plaza de Catalua.

    Con las prisas perd el equilibrio, tambalendome y dejandocaer el bolso. De rodillas y con el estmago revuelto, recog todolo esparcido por el suelo.

    La sangre se me hel. Me detuve ante una nueva carta. El

    arcano de La Templanza estaba entre mis cosas, mezclado conellas, como si siempre hubiese venido conmigo...

    Me di la vuelta rpidamente, buscando a mi alrededor, perode nuevo la calle Estruc me devolva una mirada totalmente va-ca, mientras esa sensacin vigilante se me clavaba en la nuca.

    En la carta, la figura de una mujer joven, vestida de blanco ycon dos grandes alas batientes de ngel, me observaba mientrasverta agua de una jarra dorada a otra. Enfrente, una esculturarememoraba la carta de Los Enamorados: una joven desnudaabrazaba con fuerza a un cisne que quera volar, sintindose aho-gado por el amor de la chica. Detrs, un post-it tena escrito:Nada debe tomarse en exceso.

    La chica de la imagen coga con tanta fuerza a su amor, quepareca que fuera a romperle el cuello... Era eso lo que hacan lasmentiras? No te dejan volar ni dejar la pena atrs? Te ahogan.

    Abatida, me cubr el rostro con las manos. Quin estaba en-vindome aquellas notas? Por qu lo haca? Y qu sentido tenatodo?

    La vida secreta de mi madre pareca devorar a toda la familia,convirtiendo lo que yo crea conocer en una mentira. La tristezapor su muerte se desvaneca para convertirse en una rabia que medejaba sin respiracin.

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    4El Emperador

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    4El Emperador

    E a casa fue como una pesadillaenvuelta en sombras.Agotada, me dorma sin darme cuenta. Me desper-taba angustiada y empapada en sudor. Mi cabeza nodejaba de pensar en todo lo ocurrido durante las ltimas horas.

    En vez de soar, rememoraba el entierro de mi madre y, de repen-te, todas las personas que pasaron por el sepelio, aquellos rostrosextraos, me parecan advertencias que podan destruir todo loque conoca. Haba iniciado la bsqueda creyendo que encontra-ra a mi padre y con terror vea que estaba perdiendo a toda mifamilia.

    Abr la puerta con desgana y dej las cosas en el sof. El bol-so cay al suelo como un animal sin vida. No haba nada en la

    nevera. En un cajn encontr unos fideos instantneos sin cadu-car; puse agua a calentar y me abandon ante el porttil.Haba toda una coleccin de e-mailsque me alentaban a pasar

    el mal trago. No los le, solo comprob si haba alguno importan-te. Consult las noticias del da, pero todo me pareca gris y laslneas se me amontonaban por el dolor de cabeza.

    Con los ojos cerrados, repas el da. Todo haba comenzadocon aquella maldita caja y, por unos segundos, dese no haberlaencontrado.

    El silbido de la tetera me hizo volver al mundo de la vigilia.Me levant sin muchas ganas para apagar el fuego. Los colores

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    del polvo de sabor y las verduras deshidratadas giraban al verterel agua caliente, mezclndose para crear tonos nuevos, antes

    inexistentes...Una luz se encendi en mi cabeza, confirindome cierta cla-ridad. Haba considerado lo ocurrido como una maldicin. Du-rante esas horas, las personas a las que amaba haban rasgado suscrislidas y surgan como un atajo de traidores y desconocidos, ytodo por esconderme parte de su vida. Pero qu pasaba si justa-mente era el amor lo que les haba movido a hacerlo?

    Me arrodill en el suelo para sacar del bolso el tarot, las notas,

    la fotografa y la carta de mam. El miedo a perderte era dema-siado grande como para arriesgarme a ello, deca la carta.

    Pareca que todo el mundo quera protegerme y para ello mehaban alejado de una vida que no crean buena para m, aunqueellos no la hubieran abandonado del todo. La abuela y mam con-tinuaban dedicndose a lo que me ocultaban. La fotografa dabala razn a la mujer de la calle Estruc. Ambas vestan como pito-nisas de feria, en especial la abuela. Quines eran aquellas per-sonas y a qu se dedicaban?

    Ahora quiero que sepas quin eres y de dnde vienes, habadicho mi madre. Su legado, el tarot, haba desaparecido y ahora mellegaba fragmentado, como misivas de otro mundo. Alguien se encar-gaba de guiarme a ciegas, aunque no saba hacia dnde. No podaimaginar si el final de aquel viaje me gustara o sera peligroso.

    Estudiando las cartas, me daba cuenta de que eran mensajes

    directos hacia lo que estaba viviendo. Pero quin era aquella per-sona que poda adelantarse a todos mis movimientos? Cmo eraeso posible?

    La seora de la calle Estruc hablaba de una librera dondeconoci a mi madre, donde trabajaba Leo...

    Tecle el apellido Estruc en el buscador de internet y unmontn de posibilidades aparecieron ante mis ojos.

    Su procedencia no era del todo clara; algunos decan que era

    de Carcasona; otros, de Valencia o Catalua; otros, que se trata-ba de una palabra juda Entre los ltimos encontr la leyenda deun vampiro judo en Catalua con el apellido Estruc.

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    Todos parecan estar de acuerdo con que provena de Astruc,la cual se habra modificado con la conversin en 1492, cuando

    muchos judos se vieron obligados a abrazar el cristianismo.Me sorprendi el hecho de que la palabra astrugncia, que noshace pensar en la mala suerte, provena de una palabra que signifi-caba afortunado y, segn decan en algunas pginas, se haba utili-zado para denominar a los astrlogos judos, as como a antiguoslinajes de hombres de letras y guardianes de cdices y sabidura.

    El hecho de que Leo fuera un Estruc ya no me pareca taninverosmil. Los recuerdos de las largas noches en la montaa

    descubriendo las constelaciones, su pequeo piso lleno de librosy mapas antiguos, los mitos y leyendas que me contaba cuandoiba a dormir de pequea... Si haba un hombre de las palabras ylas estrellas, ese era Leo.

    Un escalofro recorri mi piel, desde la punta de los dedos delos pies hasta el nacimiento del cabello.

    La niebla cubra la sala, llegando a la altura de la mesitadel caf.

    En el balcn, tras el vidrio, adivin una figura oscura, re-cortada contra el atardecer.

    Quiz, despus de todo, mi padre vendra a socorrerme. Meexplicara lo que estaba pasando y podra borrar los sentimien-tos que ahora me hacan dudar de m misma.

    La f igura avanz hacia las puertas e hizo girar la manive-

    la. La sensacin de peligro creci en mi interior.Aquel no era mi padre. Quin era? Y por qu me vigilaba?Intent incorporarme, moverme, pero me era imposible. Era

    suya.Los ventanales se abrieron, dejando que una brisa tibia de

    finales de primavera ondease las cortinas.

    El dolor de cervicales termin por despertarme.

    Me haba dormido all mismo, sentada ante el ordenador. Laltima pgina consultada segua abierta y los fideos se habanconvertido en una masa blanda y fra que me quitaba el apetito.

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    quera decir que exista una parte de m, totalmente desconoci-da, que me devolvera a la vida.

    El coche par.Hemos llegado anunci el conductor.

    Las columnas y los rostros de los grandes msicos me recibie-ron. Albert estaba delante de la antigua taquilla empotrada en unade las columnas con quebradizo, esperando pacientemente.

    Con aquel traje no pareca el mismo. Estaba tan acostumbra-da a verlo con el batn blanco, que se me haca extrao verle

    fuera del hospital.Llego tarde? pregunt dndole dos besos.Me mir de arriba abajo, me acerc a l por la cintura y me

    susurr al odo:Con este vestido te lo perdono todo.Tomndome por la mano, me llev hasta el interior.En una de las puertas de vidrio comprob mi reflejo y sent

    cmo los colores me suban hasta las orejas. Haca casi diez aosque no me pona ese vestido y ahora lo encontraba un poco atre-vido, especialmente para una primera cita con un compaero detrabajo. Era rojo y escotado por detrs, con una falda que dejabaparte de los muslos al descubierto.

    Ya te encuentras mejor? Creo que lo llevas bastante biendijo l mientras me acompaaba al asiento.

    Ha sido difcil, pero no puedo hundirme respond son-

    riendo, y trat de ser amable, a pesar de los sentimientos que meahogaban.La vida contina aadi, mirando con codicia el pliegue

    que haca mi vestido al sentarme.Me recoloqu la falda, mientras descansaba el bolso sobre las

    piernas, para protegerme de su mirada.A nuestro alrededor, la gente buscaba el nmero de asiento o

    hablaba sobre la funcin. El Palau siempre me dejaba sin aliento.

    Contemplaba los techos, las tribunas, el escenario. Todo en l erauna joya que te haca olvidar lo que dejabas fuera.

    Albert se sent a mi lado ofrecindome la entrada.

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    Por si quieres conservarla dijo cuando se apagaban lasluces.

    El grito de un violn arranc al teatro del silencio. Poco apoco, el canto de las violas y los contrabajos le acompaaron,hasta que un coro de viento hizo que el pblico se estremeciera.

    La mano de Albert se fug hasta mis muslos. Con delicadezala retir y le examin con el rabillo del ojo. Pensando que le esta-ba retando, volvi con insistencia.

    El tono del concierto suba y el pblico se dejaba engullir porla pasin de la orquesta. Con fuerza y tenacidad, consegu man-

    tener su mano alejada del final del vestido, pero lentamente lsuperaba mi resistencia.

    De pronto, entre todos los rostros que haba de espaldas con-centrados en el escenario, descubr uno que me miraba fijamentedesde la lejana. Un joven que me observaba desde la parte msoscura del teatro, desde donde no poda verlo bien. Era posiblerealmente que me estuviera mirando a m o me lo estaba imagi-nando?

    Intrigada por aquellos ojos que brillaban en la oscuridad, meolvid del concierto y de mi acompaante, hasta que sent unosdedos que se acercaban demasiado a mi ropa interior, manosen-dome.

    Los aplausos por la primera pieza ahogaron la bofetada quedi a Albert.

    Pero qu haces? pregunt.

    Venga, mujer; no te hagas la estrecha ahora. Dirs que nolo deseabas, princesa.Aquella palabra de nuevo. Sonre molesta y le dije:No, Albert, no lo deseaba. Ahora vuelvo.El rostro haba desaparecido. Era posible que solo se hubiera

    girado, pero ya no saba desde dnde me miraba exactamente.Aprovech el descanso para salir al pasillo y buscar el lavabo.El vestido y mi imagen no me parecan tan tentadores en el

    espejo. Un escalofro me subi por las piernas al pensar que to-dava me quedaba ms de una hora con mi acompaante. Porqu le haba dicho que s tan pronto?

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    Deberas salir con alguien. No todo es trabajo me insi-nu Leo haca ya ms de un mes.

    Todos insistan para que saliera y encontrase pareja. La nicaque callaba era mi madre.Encontrar a alguien en su momento le haba odo decir

    un da.Ella crea en el amor, aunque yo no la haba visto nunca ena-

    morada.De nuevo en la sala, la msica me relaj, como si fuese una

    medicina para el alma. En silencio, llegu a mi asiento, pero Al-

    bert ya no estaba. Se haba ido con su chaqueta, dejando solo unsobre dorado.

    Tom asiento y abr la misiva, pensando que sera una nota deAlbert, pero lo que encontr me dej sin aliento.

    El arcano de El Emperador me esperaba dentro del sobre. Losaqu con cuidado, mientras la orquesta cargaba el ambiente deemociones contenidas.

    Un rey sentado en su trono de oro, mostrando un perfil cal-mado y serio. En la mano derecha llevaba un bculo, con la esfe-ra del mundo en lo alto y, de fondo, un mapa estelar con el Sol enel centro y los rayos de otros astros colisionando entre ellos.

    Elpost-itdeca: Claridad sin sentimiento.El porte y la calma de aquel rey me hacan pensar en Leo.

    Aparte de mi madre, l haba sido lo nico seguro en mi vida.Pero si tena que pensar en alguien poderoso, no era a mi to a

    quien vea. Me haba demostrado su afecto y sabidura, pero nun-ca se haba impuesto como si tuviera derecho a nada.Me encogi el corazn pensar que me poda haber mentido...

    Pero si mi madre lo haba hecho, cmo saba que l no me es-conda tambin algunas cosas?

    Rele la frase que acompaaba la carta: Claridad sin senti-miento. Era un consejo? Quera decir que tena que relajarmey analizar con la cabeza? Pero cmo? Adems, quin era ese

    personaje que tanto insista en dejarme misivas? Por qu tenalas cartas de mi madre? Qu inters tena en m o en nuestrahistoria?

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    Alc la cabeza. De nuevo, esa mirada me atravesaba como losrayos X. Reconoc desde dnde vena antes de girarme. Estaba en

    la puerta. El hombre que haba descubierto momentos antes en laoscuridad me observaba directamente.Sin pensar en el concierto o en el pblico, me levant. La

    puerta se cerr y me apresur para llegar hasta l. La gente sedaba la vuelta al verme pasar.

    Cuando sal, el pasillo estaba vaco. Corr hasta el recibidorpara llegar a la calle.

    No haba nadie.

    La noche de Barcelona me pareca ahora misteriosa y crptica.Quin era aquel hombre y qu tena que ver con mi madre?

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    5El Carro

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    5El Carro

    E necesitamos hacer limpieza para seguiradelante. Guardamos tantas cosas y pensamientos ennuestra mochila que nos hundimos en la autocompla-cencia. Creemos que lo sabemos todo y no nos quedalugar para nada nuevo.

    La luz de la maana rompa la monotona del dormitorio.Los rayos de sol dibujaban formas en la pared que me hacanimaginar un rebao huyendo de un len. Como en el juego delas sombras chinas, me dejaba llevar por los cambios y las si-luetas.

    El polvo parpadeaba como purpurina. Recordaba que de muypequea crea que eran hadas y que, como en el cuento de Pino-cho,venan para conceder deseos.

    No seas tonta me dijo en una ocasin mi abuela.Pero t crees en la magia... Verdad que s, abuela? insis-t, mientras intentaba cazar las hadas de luz que se vean contrael vidrio y la pared.

    Por supuesto! respondi, pero no en las de loscuentos.

    Me desperec con una nueva carga de energa que no saba dednde provena. Mi humor haba mejorado con la salida del soly el corazn se reconciliaba lentamente con lo que haba descu-bierto el da antes, curando las grietas que me haban perdido enm misma.

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    Sobre la mesita de noche descansaban todos mis hallazgos.Ahora, con la luz renovada, vea ms claras las imgenes y la car-

    ta me encogi el alma.No tena muy claro qu era lo que buscaba, pero no dejaraaquel misterio en manos del destino. Quera encontrar mis racesy, con ellas, saber quin era mi madre en todos los sentidos.

    A pesar de la figura que me persegua para dejarme mensajesde ultratumba, s quera reencontrarme y, para ello, antes tenaque conocerla a ella. Y senta que aquellos pasos inseguros queme estaban conduciendo a un lugar desconocido, tambin me

    llevaban hasta el hombre que haba sido mi padre.El agua de la ducha relajaba mis msculos y se llevaba todo

    mi cansancio por el desage.Cerr los ojos para sentir el chorro sobre la frente. Conectaba

    las pistas, pero no saba cmo continuar. Conoca a Leo y sabaque despus de la conversacin del da anterior no podra hablarcon l; tena que darle tiempo, y yo tambin lo necesitaba paraaclarar mis ideas.

    Las visitara. Las dos protagonistas de aquella historia eranmi madre y mi abuela, y tal vez hablar con ellas me ayudara areencontrar el camino.

    El Cementerio de Poblenou, o Cementerio viejo, era mi des-tino aquella maana.

    Al salir de casa me detuve en una floristera para comprar un

    buen ramo de flores salvajes, como le gustaban a mam, y uno declaveles rojos para la abuela.Todava recordaba cuando, por un trabajo en la escuela, haba

    estudiado la historia de aquel lugar. El Cementerio del este nacicuando las fosas parroquiales ya no daban abasto y, por problemasde salubridad, tuvieron que buscar un nuevo espacio. El cemen-terio haba pasado por muchos acontecimientos: fue destruidopor las tropas napolenicas, y vivi ampliaciones y modificacio-

    nes a lo largo de su existencia. Pero para m siempre haba sidoms un rincn de paz y arte escultrico que un lugar donde llorary temer a la muerte.

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    Aunque esto haba cambiado recientemente.La luz del da daba vida a la ciudad mortuoria. Los ngeles

    me recibieron con manos alzadas y rostros albos. Los nichos per-manecan en silencio, mientras la historia de todos aquellos queestaban enterrados me susurraba.

    Mi abuela deca que, si te acercabas mucho y les hacas unapregunta, ellos te respondan; solo tenas que saber escuchar.

    Pase un buen rato, vaciando la cabeza de todo lo que meincomodaba por dentro y me atenazaba la garganta. A cada paso,observaba desde paredes fras llenas de nombres hasta panteones

    con carcter egipcio, mujeres y jvenes de piedra en el sueo eter-no, ojos angelicales que vigilaban mi paso por aquella tierra a laque an no perteneca.

    A unos metros reconoc el panten familiar. Era sobrio, encomparacin con los que lo rodeaban. All estaban enterradas mimadre y mi abuela, junto con la bisabuela y el abuelo.

    Tena las llaves, pero no me senta con fuerzas para entrar.A los pies de la escalinata que daba a la puerta haba una serie decartas y recuerdos que haban depositado los amigos. Todas lasflores estaban marchitas, excepto un ramo que pareca de ese mis-mo da.

    Recog las notas y las flores secas. Orden y puse color a unhorizonte que pareca destinado al blanco y al negro.

    Tom asiento en una lpida desconocida y mir lo que habadejado la gente: fotografas de mi madre acompaada de amigos,

    cartas de despedida, algunos deseos de aquellos que imaginabadeban haber sido sus clientes, y entre todos los recuerdos en-contr un sobre violeta. No lo haban cerrado. Un escalofro merecorri la espalda cuando reconoc la banda dorada de la carta.

    No vi a nadie cerca, pero quien me segua tena que haberestado all para dejrmela. Mir el otro ramo de flores frescas yme hizo comprender que deban ser de la misma persona. Eranflores salvajes.

    Quien me persegua y me dejaba las notas conoca a mi familia.Saqu la carta. Era el arcano de El Carro. El post-itdeca:

    Imponer tu voluntad ante una situacin.

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    La imagen me haca pensar en guerra y lucha, no en victoria.Haba dos caballos de hierro, con ojos vacos y bocas abiertas. Un

    puo cerrado abra paso atrs. Bajo los caballos solo haba escom-bros, y en el horizonte se vea un bosque carbonizado an en llamas.Aquella imagen tan oscura me dej desconcertada y nerviosa.

    Camin sin rumbo, nicamente para aclarar mi mente. Tena queir al hospital y no poda presentarme as.

    Entonces la vi. Era una chica de unos diecisis aos, total-mente vestida de negro. Estaba sentada a los pies del Pet de la mort,leyendo un libro mientras escriba en una libreta.

    Se me ocurri que quiz ella poda haber visto quin habadejado las flores.

    Hola, buenos das la salud.La chica levant la vista. Sus ojos claros me miraron con un

    gesto que seguramente quera decir qu quiere ahora esta?, yrespondi:

    Buenos das.Qu lees? pregunt, buscando la manera de conectar.Ella levant el libro como respuesta. En la portada se aprecia-

    ba el rostro de una joven morena con un planeta lejano. Las letras,de un azul vibrante, rezaban: Oblivion 2.

    Y te gusta? continu.La chica cerr el libro y me mir. En la libreta tena notas y

    dibujos. Pareca como si estuviera escribiendo una crtica literaria.S, pero prefiero Retrum. Conoc al autor porque escriba

    sobre cementerios.Su voz era dulce y no pareca tener nada que ver con su ima-gen. El cabello corto y pelirrojo le caa sobre la frente, como l-grimas de sangre.

    Perdona si te estoy molestando, pero no habrs visto aalguien con un ramo de flores hace un rato?

    La chica se rio.Este es el lugar ideal para ver gente con flores respondi.

    Tienes toda la razn, pero... me vino a la memoria elhombre del Palau, tal vez has visto pasar a un hombre joven yalto, bien vestido. Habra venido antes que yo.

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    La chica se puso en pie y se sacudi la falda con cadenas ycalaveras plateadas. Mir la escultura y pregunt:

    Sabes qu simboliza?Conoca esa figura. Cuando era pequea y visitbamos alabuelo y a la bisabuela me daba mucho miedo. Despus, con losaos, me pareci sugerente. Estaba basada en un poema de mo-sn Cinto Verdaguer y dedicada al hijo de la familia Llaudet, quehaba muerto muy joven. Era un esqueleto con alas de ngel, quedaba un amoroso beso a un joven que perda el alma y las fuerzas.

    Es el regreso a casa, el amor romntico... Si amo alguna vez,

    quiero que sea as dijo la chica con la vista perdida en la imagen.Pareca deprimida y ausente, a pesar de responder a mis dudas.Has venido a visitar a alguien? pregunt.Ella sonri y seal lejos, hacia las paredes de nichos.Hace unas semanas enterraron a mi padre. T tambin es-

    tabas en el cementerio ese da. Y el hombre de antes.Me congel al instante.Cmo? No te entiendo...Vinimos al cementerio el mismo da respondi cerrando

    los puos con fuerza. A quin enterrabas t?A mi madre.La respuesta la removi. Se volvi y me mir a los ojos. Los

    tena rojos de contener las lgrimas.Lo siento exclam.Yo tambin.

    Las dos nos quedamos en silencio un rato, hasta que recordlo que haba dicho haca un momento.Entonces, s que has visto a un hombre antes de que yo

    llegara.Ella asinti.S, pero no ha venido antes que t. Estaba paseando y le he

    visto dejando las flores. Cuando te has acercado, l se ha perdidopor el cementerio.

    Nerviosa, me gir, buscando los ojos brillantes que haba vis-to en el Palau. Dnde estaba ese hombre que me segua y vigi-laba? Quin era?

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    El Carro le o decir a la chica.Alc la carta que an llevaba en la mano.

    Lees el tarot? pregunt.Era de mi abuela.Lstima, me habra gustado saber qu pasar.Sonre.Yo no creo en la buenaventura. Leer las cartas no es ms

    que atraer uno de los posibles futuros y cerrar puertas que an nohas llegado a encontrar.

    Me escuch hablar a m misma. Cmo era posible que mi

    madre y mi abuela se dedicaran a esa vida y yo no creyera en ello?Quin me haba enseado a pensar as?

    En el instituto hemos ledo el mito del carrode Platn. Se-gn lo que dice el libro, el conductor del carro debe vigilar a losdos caballos, al blanco y al negro, para no caer y herirse. El blan-co es la bondad y las virtudes; el negro, las pasiones y los deseos.Y el carro en conjunto simboliza nuestra alma. Segn Platn,todos tenemos en nuestra cabeza lo que necesitamos saber, perono lo recordamos, porque caemos a la tierra desde el cielo y en-tonces lo olvidamos.

    Aunque me gusta ms cmo lo explican en Oblivion dijo,sealando con la cabeza el libro que estaba en el suelo, junto asu libreta y un bolso de Emily Strange. Todos somos ngelescados.

    Di las gracias a la filsofa gtica y me apresur a salir del ce-

    menterio donde, segn me haba dicho la chica, an era vigilada.La imagen del carro me persegua. Al principio haba credoque simbolizaba a una persona externa que quera imponerme suvoluntad, pero y si quera decir que era yo la que luchaba paraque todo fuera segn mis deseos? Y si haba fortalecido tantomis miedos que al caer haba olvidado algo importante?

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    6El Ermitao

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    6El Ermitao

    D , pero no la sensacin deque alguien me observaba escondido entre las escul-turas, las tumbas y los recuerdos olvidados.No lo comprob, ni siquiera ech un vistazo. Y cuan-do ya estaba lejos de las puertas de la ciudad de los muertos, reconduje

    mis pasos hacia el hospital de Sant Pau, con el deseo secreto de ver caraa cara a aquel ngel o demonio de carne y hueso que me persegua.

    Aunque era temprano, el hospital ya herva de actividad. M-dicos, enfermeras y familiares de pacientes iban de un lado a otro.

    La primera parada fue en la cafetera.Laia, preciosa me salud la mujer que haba detrs de la

    barra con una gran sonrisa de oreja a oreja. Ya vuelves al tra-

    bajo? Cmo te encuentras?Buenos das, Eulalia. Vengo a ponerme al da. Llevo tantotiempo fuera que ya no me reconozco a m misma respond,pasando al otro lado para darle un abrazo.

    Sois adictos al trabajo. Deberas aprovechar estos das paraponer las cosas en su lugar. No es fcil superar una prdida dijo,acaricindome las manos con dulzura. Venga, que te invito aun caf para que empieces bien la jornada.

    Tom asiento en el banquillo que guardaba bajo el mostrador,hacindole compaa mientras preparaba los pedidos. En un des-canso volvi a mi lado con un caf con leche.

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    Perdona, pero ya sabes cmo va esto. Muchas familias in-sisten en quedarse a dormir, aunque todo el mundo les recomien-

    da que vayan a casa a descansar.Ech un vistazo a las mesas de la cafetera, encontrndomecon rostros agotados, de miradas tristes y huidizas. Sus movimien-tos eran lentos, con gran peso en el alma. Lo haba visto miles deveces, pero hasta ese da no lo haba entendido. Ahora, en cam-bio, haca mos sus sentimientos. Aquel desasosiego que parecadesvanecerse para volver con ms fuerza y hacer aicos toda es-peranza.

    Cmo fue la cita con Albert? pregunt Eulalia de sopetn.Los calores subieron rpidamente a mi rostro, olvidando la

    tristeza y la muerte. Casi sent las manos de Albert en mis piernas.Vaya, vaya. Fue bien, entonces rio ella, sin imaginar lo

    que pasaba por mi cabeza.Negu con la cabeza antes de responder:Preferira no hablar de ello.Ostras! Pero Albert es un buen partido. Ocurri algo?Nada importante, pero no volver a salir con l.Pues Albert no deca lo mismo cuando...Cmo? Qu ha explicado?Eulalia se encogi de hombros y sonri mordindose el labio.

    Saba que no debera haber dicho nada, pero ahora, a pesar dearrepentirse, no poda callar.

    Lleg justo cuando abra la cafetera y me dijo que ibas

    muy lanzada y que tuvo que pararte los pies. Yo no me he credoni una palabra, era una tontera. Todo el mundo te conoce, Laia,y sabemos cmo eres. Pero l aseguraba que volverais a quedarotro da para continuar donde lo dejasteis.

    Ahora s que estaba totalmente roja. Poda verme los coloresreflejados en el acero inoxidable de la barra. Apret con fuerza lataza, escondindola a un lado para que Eulalia no se diera cuenta.

    Sabes dnde anda ahora? pregunt.

    Haciendo ronda por las habitaciones, creo. Con los pacien-tes que han salido estos das de quirfano respondi volviendoa caja para cobrar a unos clientes.

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    Despus de terminarme el caf y darle otro abrazo a Eulalia,sal de la cafetera para ir hacia las escaleras. Normalmente evita-

    ba los ascensores, no me gustan mucho los espacios cerrados.El edificio nuevo del hospital era ms cmodo y daba unasensacin de amplitud que el antiguo no permita, pero echaba demenos las calles entre pabellones que te hacan pensar que esta-bas en un pueblo amurallado dentro de la propia ciudad, as comotodos los escondites que haba descubierto con los aos.

    Ahora los pacientes paseaban por pasillos blancos, llenos deventanas, que mostraban un mundo al que no podan salir. Al

    llegar a la segunda planta vi a uno de esos pacientes de rostro gris,que tiraba de un gota a gota, mientras caminaba sin ver por dn-de iba. Seguramente le haban dicho que tena que hacer ejerciciopara mejorar y, a falta de aire libre, iba de un lado a otro, comouna fiera enjaulada.

    Me detuve para desearle un buen da cuando Albert sali deuna de las habitaciones. Hizo ese gesto de seguridad que tanto lecaracterizaba y vino directo hacia m.

    Buenos das, seor Sanz, cmo se encuentra hoy? Veo quetiene buena compaa salud Albert.

    El hombre levant la vista, de un verde claro nublado por elglaucoma. Acerc una de sus manos hacia m y me tom del brazo.

    No sers una amiga de mi nieta? pregunt.Molesta, mir a Albert. Por un motivo que no llegaba a com-

    prender, siempre haca aquellas gracias que quiz en otro ambien-

    te no tendran ninguna importancia, pero, con la desorientaciny la soledad que padecan los pacientes, daban pie a confusionesque haban llevado a ms de una enfermera a pasar malos ratos.

    Por suerte, en ese momento una mujer que reconoc de lacafetera sali de la zona de ascensores. Salud al abuelo y seacerc rpidamente.

    No te he pedido que me esperaras? le ri con ternura.Buenos das, doctor, hay novedades sobre el estado de mi padre?

    Aprovech para deshacerme de la presa del hombre, mientrasAlbert explicaba los resultados de los anlisis. Luego se despidiy volvi a mi lado.

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    Yo miraba a travs de una de las ventanas el cielo poblado deamenazantes nubes. Estaba siendo un principio de verano lluvio-

    so y cambiante, un buen reflejo de mi nimo.Ya te reincorporas? pregunt Albert a mi espalda.No s qu imagen te llevaste anoche dije decidida a no

    complicarme mucho con aquella conversacin. Pero encuentroque irte de la manera que lo hiciste y hablar con la gente de lo quepas o no pas es una falta de respeto, Albert.

    Calma, princesa dijo, ponindome la mano en el hom-bro. No he dicho nada.

    Tampoco a Eulalia?Albert se rio.Ya la conoces, debes darle alguna informacin antes de que

    se la invente ella misma.Era cierto, Eulalia era una de mis mejores amigas en el hos-

    pital, pero tambin era una chismosa.Y no te quera dejar sola, sobre todo cuando haba esperan-

    zas de pasarlo bien, pero me llamaron del hospital por una emer-gencia.

    De pronto, mientras hablaba, me di cuenta de que su manotemblaba. Di media vuelta y le mir a los ojos cogindolo por lamueca. El pulso estaba acelerado y las pupilas dilatadas.

    Qu sucedi en el Palau mientras yo estaba en el lavabo?pregunt.

    l sonri.

    Qu quieres que pasara? Aparte de que me mora de ganasde que volvieras para continuar con nuestro juego dijo, mien-tras me acercaba a l por la cintura.

    Para quieto! grit.Un shhh sali de una de las habitaciones, junto con un Por

    favor, que hay gente reposando.La enfermera cerr la puerta rpidamente, dejndonos de nue-

    vo solos en el pasillo.

    Quise llevarme a Albert hacia las escaleras y hablar sobre lanoche anterior, pero ya se haba apartado de m y con un gestome pidi:

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    Avsame cuando vuelvas y quedamos otra noche. Ahoratengo que trabajar, princesa.

    Ni en sueos respond entre dientes.Estaba segura de que haba ocurrido algo en el Palau, peroAlbert no quera hablar y ahora mismo no me vea con fuerzaspara enfrentarme a l. Sin embargo, necesitaba continuar mi in-vestigacin, encontrar el porqu de todo lo que estaba pasandodesde que haba encontrado la carta de mam, y desenmascararal hombre que me persegua.

    Me dirig hacia el edificio donde estaba Direccin para buscar

    a mi jefa. Joana estaba en su despacho, haciendo sitio, entre unapila de expedientes, para dejar un caf y un cruasn.

    Ya no sales ni para el desayuno? la salud.Joana sonri y se acerc para darme dos besos.El da me trae buenas noticias? Vuelves al trabajo?Lo siento, pero quera pedirte si sera posible cogerme los

    das de vacaciones que me quedan.Joana suspir. Deba de estar enterrada en papeleo.Laia, soy consciente de que si me lo pides es porque tienes

    un buen motivo; no eres de las que se escaquean, pero...No me siento con fuerzas. S que he de encarar la muerte

    de mi madre, pero hoy volva para reincorporarme y, al ver a unpaciente de su edad...

    Mir al suelo rogando que se lo tragara. Era cierto que estabacansada y confundida, pero no hundida.

    Laia, tan mal te encuentras? Quieres que te pida visitapara psiquiatra?Se lo haba credo. Negu con la cabeza.Muchas gracias, Joana, pero ya visito a uno desde la muer-

    te de mi madre. Un amigo me recomend un doctor privado ycreo que me va bastante bien, pero todava no tengo fuerzas paravolver ment.

    Joana accedi y me acompa hasta la puerta del despacho.

    Ve a casa y descansa. Yo me encargo de que tengas vacacio-nes a partir de hoy. Si quieres volver al trabajo antes, llmame. Meira bien un par de manos extras, pero antes recuprate.

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    Nunca haba pensado que fuera buena actriz, normalmentelas mentiras me ponan nerviosa. No haba podido hacerlo bien

    ni en la adolescencia, y estaba segura de que mam lo saba todosobre mis escapadas y locuras, pero ahora la situacin haba lle-gado a tal punto que mentir pareca necesario.

    Al salir del hospital no tena idea de a dnde ir. Ninguna pista medejaba ver dnde podra encontrar informacin sobre el pasado demi madre y mi abuela, y no me pareca buena idea presionar a Leo.

    Fueron los recuerdos los que me encontraron. Tumbada en elcsped, me imagin con toda claridad a mi familia. Leo me alza-

    ba y me suba sobre sus pies para hacerme el avin.Con pasos largos me sumerg en la boca de metro ms cerca-

    na para ir hasta el Parc de la Ciutadella.

    Nada ms llegar a las puertas del parque, laIndustriay elMen-sajero de los diosesme dieron la bienvenida. Las esculturas sonreana los peatones que haban decidido pasar all el da.

    Contempl el Castell dels Tres Dracs, donde se haba instau-rado el Museo de Zoologa de la ciudad, para luego perderme en elverdor y los diferentes caminos que se extendan a mi alrededor.

    Me era difcil pensar que aquel lugar poda haber sido antesuna ciudadela militar impuesta por Felipe V, quien dej sin casaa tantas personas despus del sitio y el 11 de septiembre de 1714.Cmo era posible que un espacio destinado a vigilar y reprimira los ciudadanos se hubiera convertido en un parque dedicado al

    arte y la cultura con la Exposicin Universal de 1888, donde in-cluso podamos disfrutar de una de las obras del joven Gaud?El corazn me dio un vuelco y saqu del bolso la ltima carta

    del tarot.El carro, el jinete, los caballosCorr como alma que lleva el diablo hasta llegar a la cascada

    que Gaud haba creado junto a su maestro.Arriba del todo, encabezando una obra coronada por dioses

    griegos y toda clase de seres fantsticos, me encontr con los doscarros dorados y sus jinetes, que parecan a punto de despegar ysepararse para siempre el uno del otro.

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    Durante la subida, las escaleras se me hacan eternas.En la cima, las puertas de la reja no me dejaban continuar mi

    aventura. Toda la impotencia y la rabia de aquellos das se mani-festaron. Con una fuerza que no saba que tuviera, empec a darsacudidas. Gritaba y lloraba.

    La puerta cedi.No creo en las casualidades. Mi abuela deca que todos estamos

    conectados y que, lo que creemos una coincidencia, es en realidaduno de esos hilos que se cruzan. La vida de cualquier otro puedeafectar a la nuestra de una manera que no alcanzamos a imaginar.

    El arcano de El Carro me haba llevado hasta una puerta quehaba abierto, como deca el mensaje delpost-it, imponiendo mivoluntad. Todo estaba planeado, quien me vigilaba saba que iraal parque. Me conoca mejor que yo misma y aquella idea eraaterradora.

    En el suelo, en un rincn oscuro, haba un montn de ropasucia y trastos. Me acerqu con cautela.

    Era un sintecho que dorma entre cajas y peridicos. Al acer-carme, el hombre me mir, levant la mano hacia m y dijo:

    l saba que vendras y me ha pedido que te lo diera.Se trataba de un nuevo sobre. Esta vez de color cobre. Lo abr

    sin pensar. Contena el arcano de El Ermitao y el mensaje deca:Introspeccin y reflexin. No reacciones en caliente.

    En la imagen haba un monje barbudo vestido de negro, conun libro abierto en una mano y una vela en la otra. Al fondo se

    poda observar la sala de un castillo, con una chimenea encendiday un espejo donde, en vez de reflejarse el monje, se vea el rostrode una mujer en sombras que lo observaba.

    Sonre con un sentimiento de entendimiento y locura quecada vez me alejaba ms de m misma.

    El sintecho recoga sus cosas. Pareca haber cumplido con sucometido.

    Con un arrebato, lo tom del brazo.

    Quin se lo ha dado? Le conoca?El hombre pareca asustado. Se apart de m y me mostr un

    puado de billetes.

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    Cmo era? Dijo algo ms? Era alguien de esta foto? in-sist, mostrndole la imagen que guardaba mi madre en la caja de

    cigarros.Pero l no abra la boca y cada vez pareca ms nervioso. Es-taba haciendo justo lo contrario de lo que recomendaba la carta...Acaso ya lo saba quien la haba dejado all? Me enfureca pensarque me conoca de esa manera.

    El hombre introdujo la mano en la chaqueta y yo di un pasoatrs. Entonces me tendi un papel.

    Al desdoblarlo, supe al instante que era la letra de mi abuela:

    Hada ma, soy consciente de que crees hacer lo mejorpara las dos, pero alejarte de la vida que conoces nuncaser un acierto.

    Lo que haces es peligroso y no quiero despedirme delo ms importante para m.

    El amor a veces significa saber decir basta. Deja quese vaya y no te arriesgues. Podemos hacer que todo mejo-re de cara al futuro.

    Era una carta de mi abuela para mi madre. Poda ser mi pa-dre a quien deba dejar marchar? Era yo una de las dos dequien hablaba? Qu era tan peligroso para que mi abuela avisaraa mam y quisiera alentarla para no dejar esa vida? Realmente lahaba dejado?

    Al volver a la realidad doblando la nota, me di cuenta de queel vagabundo haba desaparecido sin dejar rastro.