La verdad del epitafio para la tumba de don Quijote

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La verdad del epitafio para la tumba de don Quijote Jaime Fernández S.X Sophia University El epitafio que el bachiller Sansón Carrasco escribe para la tumba de Don Quijote no ha merecido, que sepamos, ningún comentario detenido. Sólo ha sido objeto de observaciones encuadradas en los estudios del último capítulo de la gran novela de Cervantes. Una mirada a estas observaciones o juicios, alguno de los cuales presentamos aquí sin ninguna intención de crítica, nos muestra un complejo panorama, que abarca desde las alabanzas más elevadas a los juicios más severos. Porque hay quienes afirman que el epitafio es muy verdadero, que su tono es triste y grandioso o que su contenido apunta a un parecido extraordinario con el texto del epitafio que Francisco de Urbina compusiera para la tumba del propio Cervantes. Y hay, por otro lado, quienes ponen en duda el valor de su contenido, o lo consideran en parte como un adorno superfluo, un mero "rizar el rizo", o como algo chabacano y de pura lógica carnavalesca, o incluso como una burla inmisericorde contra el personaje central 1 . Admitiendo que tal variedad de juicios es un reflejo de la riqueza semántica del texto de Cervantes, nos proponemos aquí como tarea examinar la razón que los ha hecho posibles, y tratar de acceder a su verdad. Para ello, estimamos necesario analizar el contexto en que aparece el epitafio, tener en cuenta a su autor, y estudiar detenidamente su contenido. Contexto del epitafio. El epitafio, como es obvio, aparece al final de la novela, aunque no en su última página. Lo cual sugiere que, siendo importante, quizás no sea definitivo. Por otro lado, considerado estructuralmente, aunque da la impresión de ser algo añadido, es un elemento en el relato de la muerte del personaje central. Es decir, su estilo y su contenido han de verse en conexión con ese final. Final que abunda, como puede comprobarse, de momentos intranscendentes y ligeros, y de momentos de indudable ACTAS IX - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Jaime FERNÁNDEZ S.J.. La verdad del epitafio...

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La verdad del epitafio para la tumba de don Quijote Jaime Fernández S.X

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El epitafio que el bachiller Sansón Carrasco escribe para la tumba de Don Quijote

no ha merecido, que sepamos, ningún comentario detenido. Sólo ha sido objeto de

observaciones encuadradas en los estudios del último capítulo de la gran novela de

Cervantes.

Una mirada a estas observaciones o juicios, alguno de los cuales presentamos aquí

sin ninguna intención de crítica, nos muestra un complejo panorama, que abarca desde

las alabanzas más elevadas a los juicios más severos. Porque hay quienes afirman

que el epitafio es muy verdadero, que su tono es triste y grandioso o que su contenido

apunta a un parecido extraordinario con el texto del epitafio que Francisco de Urbina

compusiera para la tumba del propio Cervantes. Y hay, por otro lado, quienes ponen

en duda el valor de su contenido, o lo consideran en parte como un adorno superfluo,

un mero "rizar el rizo", o como algo chabacano y de pura lógica carnavalesca, o

incluso como una burla inmisericorde contra el personaje central 1 . Admitiendo que

tal variedad de juicios es un reflejo de la riqueza semántica del texto de Cervantes,

nos proponemos aquí como tarea examinar la razón que los ha hecho posibles, y

tratar de acceder a su verdad. Para ello, estimamos necesario analizar el contexto

en que aparece el epitafio, tener en cuenta a su autor, y estudiar detenidamente su

contenido.

Contexto del epitafio.

El epitafio, como es obvio, aparece al final de la novela, aunque no en su última

página. Lo cual sugiere que, siendo importante, quizás no sea definitivo. Por otro

lado, considerado estructuralmente, aunque da la impresión de ser algo añadido, es

un elemento en el relato de la muerte del personaje central. Es decir, su estilo y

su contenido han de verse en conexión con ese final. Final que abunda, como puede

comprobarse, de momentos intranscendentes y ligeros, y de momentos de indudable

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gravedad. Así, por ejemplo, cuando el personaje expira, el autor escribe: "el cual

dio su espíritu: quiero decir que se murió", expresión que desconcertó a Borges y

a tantos lectores. Es decir, el autor a veces parece quitarle importancia o gravedad

al momento, y sintonizar con la actitud incrédula de los otros personajes que rodean

el lecho del moribundo.

Porque casi todos ellos, incluido Sancho con todo el afecto que siente por su señor,

no saben o no quieren o no pueden separarse del personaje de ficción, del caballero

andante, en que se convirtiera el hidalgo manchego. Para ellos, el hidalgo sigue "oculto",

entre bambalinas, medio inexistente. Gravedad del momento, e incapacidad de aceptar

este acabarse del flujo narrativo, el inevitable final. Los argumentos que usan ya

no valen: Dulcinea está desencantada tras alguna mata; vamos a vestirnos de pastores,

no haga la locura de morirse...

Don Quijote hablará agradecido de las "misericordias de Dios", de que ha recobrado

el juicio, y rogará inútilmente: "déjense de burlas". Pero todos le siguen llamando

D o n Quijote 2 . Todos menos el cura y el narrador, que darán una visión completa

del personaje: El cura ha pedido al escribano le diese por testimonio como Alonso

Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado

desta presente vida y muerto naturalmente. Por su parte, el narrador afirma: porque,

verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso

Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre

de apacible condición y de agradable trato... Es decir, aunque pueda insistirse un

poco más en Alonso Quijano, como hace el cura, o bien en Don Quijote, como

hace el narrador, el personaje no es sólo Don Quijote, ni sólo Alonso Quijano. Es

el personaje que ha sido capaz de vivir y de ser las dos personalidades. De ahí que,

no sólo en esta escena final, sino en el personaje que la protagoniza, haya una mezcla

de rasgos opuestos: comicidad y seriedad; acción y reposo; locura y cordura, Don

Quijote y Alonso Quijano 3 .

Autor del epitafio.

El narrador indica que el epitafio es de Sansón Carrasco. Es un dato interesante

que el narrador estime necesario dejar constancia no sólo del autor sino también

del contenido, después de "pasar por alto" los llantos de Sancho, la sobrina y el

ama, y los otros epitafios que, al parecer, hubo.

Sansón Carrasco es un personaje complejo y contradictorio 4. Hace su entrada en

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la novela anunciando la portentosa aparición de las aventuras de Don Quijote, como

un éxito sin precedentes. Pero, en realidad, toda su posterior actuación está orientada

a derribar al caballero, humillarle y acabar con su locura y sus sueños. Carrasco

parece tener una doble personalidad. Lleva una especie de máscara. Se burla de D Q

desde el primer momento. Pero en realidad le envidia. Nunca le entendió. Ni siquiera

trató de comprenderle. Los apelativos con que a él se dirige: flor de la andante

caballería, luz resplandeciente de las armas, honor y espejo de la nación española,

son pura burla. Y si parece que alaba el éxito de la Primera Parte, llena de las hazañas

de su protagonista (buena fama, buen nombre, gallardía de vuestra merced, el ánimo

grande en acometer los peligros, la paciencia en las adversidades y el sufrimiento,

así en las desgracias como en las heridas, la honestidad y continencia en los amores

tan platónicos de vuestra merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso) es sólo

para reírse de todo ello. Actitud que queda confirmada de forma hiriente cuando

dice: Antes es al revés; que, como de "stultorum infinitus est numerus", infinitos

son los que han gustado de la tal historia. Nunca se sabe si Carrasco dice la verdad.

Porque si le anima a salir en busca de aventuras es sólo con la intención de desafiarle

y vencerle, aunque diga que su fin es curarle. Puesto que luego, al ser vencido como

Caballero del Bosque, afirmará que volverá a buscar a don Quijote movido por un

deseo de venganza. Y sólo después de vencerle, le confesará a don Antonio Moreno,

que lo que él pretendía en realidad era bueno ("los buenos pensamientos míos"),

es decir, que don Quijote recobrase el juicio. Pero no lo consiguió. Porque don Quijote,

aparte de que desde tiempo atrás viniese poco a poco recobrando la razón, siguió

siendo don Quijote hasta poco antes de morir 5 . Al menos, es el nombre con el que

el bachiller le llama siempre en vida. Y, además, éste no logró sobre él una victoria

total. Físicamente, sí, le derribó del caballo, le venció quitándole la honra. Pero

espiritualmente no consiguió hacerle renunciar a su mundo interior, al mundo de

sus pensamientos, a Dulcinea 6 . N o lo consiguió, insisto, ni tampoco lo quería. Porque,

si lo hubiera querido de verdad, se habría alegrado infinito cuando el hidalgo recobró

el juicio y abominó de sus caballerías. Pero nada de esto hubo.

Contenido del epitafio.

1. Fuerte y valiente.

El contenido del epitafio es igualmente complejo. Si es para la tumba de D o n

Quijote, la inscripción sólo dice Hidalgo, con mayúscula. Si parece de broma por

contener expresiones como "espantajo" y "coco", referidas al caballero, o irónico

por calificarle de "fuerte", tiene otras que parecen de una indudable seriedad, como

"morir cuerdo" y la "muerte no triunfó de su vida con su muerte". He escrito "que

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parecen", porque no hay que olvidar que es obra de Sansón Carrasco, "muy gran

socarrón, (...), de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas". Si parece

contradictorio, ha de tenerse presente que intenta dar un retrato del complejo personaje

que aparece dibujado con trazos contradictorios en su andadura por las páginas de

la novela. Hay quienes en un primer momento quedan admirados de sus razones

concertadas, para poco después comprender que tiene el juicio perdido, como les

sucedió a los que iban con nuestro caballero al entierro de Grisóstomo. Recordemos

que de "loco entreverado, lleno de lúcidos intervalos", lo calificó D o n Lorenzo, el

hijo del Caballero del Verde Gabán, dando, sin saberlo, una visión tan compleja

del personaje como la que su autor diera en el Prólogo de la Primera Parte; puesto

que allí le llama en un primer momento, "hijo seco, avellanado, antojadizo, lleno

de pensamientos varios", para calificarle al final del mismo prólogo como "el más

casto enamorado y el más valiente caballero".

La calificación de "fuerte''' es ambigua y se da sobre todo en la primera parte,

apareciendo varias veces en el sintagma "fuerte brazo", "el valor de este mi fuerte

brazo", etc.; expresión que en más de una ocasión se usa irónicamente para comentar

la arrogancia de D o n Quijote. Por ejemplo, al comentar su victoria sobre el vizcaíno

(1,15). Ciertamente don Quijote no es fuerte en el sentido físico de la palabra, es

decir, no es robusto ni corpulento ni tiene grandes fuerzas, pero sí lo es en el sentido

de ser constante y animoso 7 .

Igualmente es ambigua la calificación de "valiente", al ser en la práctica sinónimo

de fuerte8. Además, una de las acepciones de "valiente" es baladren o valentón: el

arrogante o que se jacta de guapo o valiente; el fanfarrón y hablador que siendo

cobarde blasona de valiente, y gasta muchas palabras... Si lo tomamos en este sentido,

y así lo tomaron Clemencín y Rodríguez Marín, notamos que el personaje en más

de una ocasión ofrece una imagen parecida, y así el epitafio se convierte en algo

insultante, en un total desprecio del personaje, en una burla inmisericorde.

Pero si lo tomamos en el sentido figurado, con los sinónimos ("bravo", "valeroso")

que frecuentemente aparecen en los títulos de los capítulos de la Primera Parte, vemos

que la adjetivación de valiente es muy positiva. Por supuesto, cobardías las tuvo:

ante el manteamiento de Sancho, o ante la aventura del rebuzno, donde, además,

se indica que su actitud fue una "superchería". Pero Don Quijote fue valiente porque

se lanzó sin miedo a la corriente de la vida, saliendo en busca de aventuras para

cobrar nombre y fama y hacer el bien. Cierto que muchas de las aventuras fueron

absurdas y grotescas y dejaron al personaje en ridículo. Pero otras, aún siéndolo,

como la del desafio al león, pusieron de manifiesto su valentía y su valor. Puede

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que para Sansón Carrasco el calificativo de valiente fuera irónico, y estuviese lleno,

si no de desprecio, sí de conmiseración. Igual lo fue para Altisidora, que lo usa

en su romance en son de burla. Pero no ocurrió así en la aventura de la fingida

Arcadia (II, 58), cuando las pastoras le llaman "valiente", con un tono de verdad

que Don Quijote capta al punto y por el que les queda agradecido en su bello discurso

de sobremesa. Así, el significado es múltiple, dependiendo de la posición o de la

mirada del observador. ¿Puede reducirse todo al perspectivismo? Aquí recordamos

unas palabras de Sancho sobre lo que dicen de su señor las gentes del lugar:

-En lo que toca -prosiguió Sancho- a la valentía, cortesía, hazañas y asumpto

de vuestra merced, hay diferentes opiniones; unos dicen: "loco, pero gracioso";

otros, "valiente, pero desgraciado"; otros, "cortés, pero impertinente"; y por

aquí van discurriendo en tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a mí nos

dejan hueso sano.

Y otras palabras de la sobrina, cuando se opone tajantemente a la tercera salida

de su señor tío, tratando de hacerle ver la realidad de su locura y el absurdo de

sus caballerías: que se dé a entender que es valiente, siendo viejo, que tiene fuerzas,

estando enfermo, y que endereza tuertos, estando por la edad agobiado, y, sobre

todo, que es caballero, no lo siendo; porque, aunque lo puedan ser los hidalgos,

no lo son los pobres!

La verdadera valentía, en términos generales, la mostrará D Q en la Segunda Parte cuando se sienta de verdad sin Dulcinea. Ahí si que se podrían aplicar las palabras que él usó cuando le explicaba a Sancho el porqué de su penitencia en Sierra Morena, tratando de imitar a Amadís: Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre. (I, 25)

D Q es de verdad valiente en la Segunda Parte, porque no deja de luchar para

sobreponerse a su temor constante y hacer que su esperanza no decaiga. Porque Dulcinea

está encantada y él siente la vida vacía y sin sentido. Y es en ese valor de seguir

hasta el final donde reside la verdad de la expresión "a tanto estremo llegó de valiente";

verdad que el bachiller ni pensó ni tuvo en cuenta. Porque venció el miedo al vacío,

el miedo al sinsentido, con los que tuvo que convivir hasta el mismo final. Porque

aceptó este final con serenidad y cordura.

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2. Espantajo y coco. En el epitafio los calificativos que resultan más claramente despreciativos e hirientes

aparecen en la segunda quintilla. En primer lugar, el hidalgo "tuvo a todo el mundo

en poco". Es decir, a don Quijote no le importó el mundo; lo despreció; no le tuvo

el menor miedo. La expresión aparece como ambigua. Es decir, puede pensarse como

ausencia de miedo ante el mundo, o como desprecio de todo el mundo. Como si

el personaje fuese o se sintiese como un ser superior frente a todas las realidades

creadas. Aquí puede apreciarse una alusión a la fuerza y la valentía del hidalgo expresadas

en la primera quintilla. Esta idea de ser superior, que parece seria, va a ser, a renglón

seguido, reforzada y, a la vez, ridiculizada con la afirmación de que fue "el espantajo

y el coco del mundo".

El lector sabe que todo ello no ha sido así. Su figura no infundió temor en la

gente. Más que temor, que en algún caso fue real (el barbero "del yelmo de Mambrino"

huyendo a todo correr más ligero que un gamo; o los encamisados, que eran gente

medrosa...), lo que provoca la figura de don Quijote es risa, o sorpresa, o un complejo

sentimiento de admiración 9 . O bien, un sentimiento contrario o negativo al saberle

la gente con el juicio perdido. Es interesante ver, como la definición de Covarrubias

encaja perfectamente aquí con un eco irónico: "los espantajos, como los hombres

con dignidades, pueden producir 'respeto' en un primer momento, pero luego, como

se advierte que no tienen 'sustancia', se les tiene en p o c o " 1 0 . Por otro lado no es

cierto que despreciase al mundo entero, porque precisamente para ayudar al mundo

es por lo que se hizo caballero andante, o al menos esa fue su intención. Igualmente

por referencia a "coco del mundo", hay una como mueca burlesca, como si la figura

de DQ sólo hubiera infundido miedo en los niños. Lo cual es falso, porque los niños

que aparecen en la obra lejos de tenerle miedo le humillan. Como es el caso de

Andrés, diciéndole que la próxima vez ni le socorra ni le ayude, y añadiendo que

"Dios le maldiga" (I, 31); o el caso de los niños de Barcelona que le juegan una

mala pasada con las ortigas en su "triunfal" entrada en la ciudad (11,61). En una

palabra, todo ello indica que Don Quijote pudo espantar y causar miedo con su figura

a alguna que otra persona insignificante, pero que, en realidad, fue un ser ridículo

que provocaba la risa, la compasión o incluso la indignación, si no el desprecio.

Además, don Quijote ha sido insultado con frecuencia en otros pasajes de la novela.

Por el capellán de los duques, por Altisidora, por el paseante de Barcelona, etc. Es

lógico que el epitafio, que quiere ser una visión de don Quijote, encierre también

palabras de insulto o desprecio. Pero, nótese, que no es sólo para el hidalgo, aunque

se le llame así. Porque el espantajo y el coco del mundo no lo fue el hidalgo, sino

don Quijote. Porque el que vivió loco fue don Quijote y el que murió cuerdo fue

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el hidalgo. Es decir, es el personaje lo que importa. El personaje y lo que yace

en su entraña: su verdad.

3. Triunfo de la vida.

El resto del epitafio contiene semas de indudable seriedad y hondura, como puede

apreciarse en los versos finales de las dos quintillas: "La muerte no triunfó de su

vida con su muerte"; y "acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco".

Puede afirmarse que Sansón Carrasco compuso estos dos finales como conclusiones

burlescas o chocantes de los tres respectivos versos primeros. Y , sin embargo, pueden

leerse como afirmaciones serias e independientes 1 1 . Además, los términos que las

componen aparecen íntimamente relacionados: Muerte y vida, cordura y locura, triunfo

y ventura. Es decir: la muerte del hidalgo no supuso una negación de su vida. Su

ventura, su "buena suerte", fue vivir como vivió y morir como murió.

"Morir cuerdo" no sólo es una contraposición ingeniosa al sintagma "vivir loco",

sino cierta explicación de por qué "la muerte no triunfó sobre su vida". El hidalgo

se volvió loco. Cierto. Mas su locura, concretada en el personaje de D o n Quijote,

no fue una vulgar esquizofrenia sin sentido. Puede que en algún momento diera la

impresión de serlo, aspecto que se da más en la Primera Parte. Pero en general y,

sobre todo, en la Segunda Parte, se destacan en dicha locura, junto a trazos de ilusión

y ensueño, ráfagas de inquietante cordura, de clarividente y dolorosa concienciación

del mundo circundante. Precisamente para que no se identificara con la esquizofrenia

sin más, aprovechó Cervantes al personaje de Avellaneda, de modo que, merced a

la comparación, quedase claro este punto 1 2 .

El hidalgo vivió persiguiendo esa ilusión. Mas cuando le l legó la hora, pudo y

supo aceptar el final de su ilusión, de su sueño, de su locura. Porque el sueño y

la ilusión sirven para vivir, pero no para morir 1 3 . Aparte de que aceptar el final

de algo implica la admisión de ese "algo" que antes hubo, ya que el final es sólo

parte del todo. Aceptar la muerte es aceptar que se ha vivido. "Yo fui loco y ya

soy cuerdo". El hidalgo abomina de los libros de caballerías, pero no niega haber

estado loco, ni haber vivido una ilusión. Sólo dice que ya su locura ha dejado de

ser. Porque ha llegado el final, final que admite con admirable cordura, porque lo

contrario sería precisamente locura 1 4 .

"Yo ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres

dieron renombre de bueno". "Sólo puede desilusionarse de verdad el que ha tenido

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auténticas ilusiones. Sólo puede morir como Alonso Quijano el Bueno, quien ha sabido

vivir como D o n Quijote de la Mancha" 1 5 . Así, recuperar la cordura no implica una

negación de esa vida dedicada, sino una afirmación de la bondad esencial del personaje.

Ahora ya no es "un hidalgo de los de...", uno de los muchos que había entonces,

sino un hidalgo con un nombre, que por vez primera se le revela al lector, y con

un renombre, el de bueno, cuya verdad ha estado latente en sus aventuras. Verdad

que queda revelada en ese adjetivo, reflejo fundamental de la intención del personaje,

que siempre quiso hacer bien a todos y mal a ninguno. Y eso es lo que en realidad

queda, lo que hace que la muerte no triunfe sobre esa vida tan verdaderamente humana.

4. En relación con los otros epitafios.

Sólo queda ya para captar mejor el valor del epitafio final compararlo con los

otros epitafios que aparecen en la novela. Sobre todo con los epitafios del final de

la primera parte. Al final de la Primera Parte, todos los poemas que sirven de epitafios

son de tono burlesco, como en su conjunto lo fueron los versos preliminares 1 6. Cotejando

el contenido de nuestro epitafio final con el de El Monicongo o el del Paniaguado,

al punto se observa la diferencia abismal entre ambos, por su estilo y su contenido.

En este epitafio final no hay alusiones a aspectos caballerescos, ni a elementos de

la locura del personaje: Rocinante o Dulcinea o Amadís, etc. Y como ya indicamos,

siendo su tono humorístico pero no bur lesco 1 7 , contiene afirmaciones de hondura

y seriedad innegable.

Pero, además, podría compararse con el que Ambrosio compusiera para su amigo

Grisóstomo (I, 14). En él se expresa una tragedia, la tragedia de un amador al que

le fue mal, que no fue correspondido, y que por ello murió. Pero el de don Quijote

expresa un triunfo y una ventura envidiables. Grisóstomo murió con la razón perdida,

su muerte fue trágica. La Canción desesperada que él mismo compuso es buena

prueba de ello. D o n Quijote no. Murió con la cordura recobrada, en paz, y hasta

el último momento sin perder la esperanza 1 8 . Mientras Grisóstomo echa la culpa de

su propia ruina a la actitud fría de Marcela, don Quijote no le echa la culpa a los

encantadores. Admite que la vida tiene un final. Da gracias a Dios por sus misericordias,

pide perdón, ordena su alma. El final es sereno y envidiable.

Lo que Cervantes quiere es despojar a los últimos momentos de su héroe de la

aparatosidad, o grandiosidad hueca, de un "gran final" orquestado, para sencillamente

decir que su personaje se ha muerto. El que haya entendido los elementos anteriores

de esta última unidad narrativa: "las misericordias de Dios", el que "no se debe jugar

con el alma", el "pedir perdón a Sancho", "la muerte ejemplar con confesión y testando

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y rodeado de los suyos", el reconocer que ahora las cosas son distintas porque se

muere: "en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño", y él que haya entendido

igualmente el brindar del ama, el comer de Sancho, el regocijarse de la sobrina,

etc., etc., podrá comprender perfectamente que en el epitafio se mantenga el mismo

tenor: de broma, de ligereza, y de seriedad total. Cervantes hasta el mismo final

hizo una obra de indiscutible coherencia y verdad humana: ni solo trágica, ni sólo

cómica, sino llena de humor, es decir, de comprensión verdadera ante el misterio

de la vida humana.

Cervantes no se ríe sin más de don Quijote. Cierto que en este tramo final de

su narración el autor, mediante el humor, desacraliza la figura de lo que podría llamarse

su "héroe", cosa que ya venía haciendo desde bastante atrás, y se centra en su verdadera

humanidad. Al final desaparece la parodia. Hacemos nuestras las palabras, exactas

y bellas palabras, de Torres Antoñanzas:

Cervantes coloca al lector ante el misterio último de don Alonso, de cuya

muerte podemos decir que es, al mismo tiempo, digna por humana y normal

por antiheroica. De este modo, el humor sirve para despojar al hombre de

sus excesos grotescos y descubrir la verdadera realidad de su ser, en suma,

la seriedad de su existencia19.

El epitafio, repetimos, encierra la combinación de elementos contrapuestos que

aparecen a lo largo de toda la novela. El autor dice que lo ha redactado el bachiller

Sansón Carrasco, que no cree en la figura de don Quijote. Más bien es preferible

decir que es él quien se lo ha hecho redactar, haciéndole reconocer entre burlas y

bromas la verdad total sobre Don Quijote que el bachiller, por envidia, nunca quiso

admitir: la verdad de este hidalgo que, si optó en su momento por la locura de vivir

una ilusión, opta ahora por la lucidez y la cordura ante el último tramo de su vida.

Pero aún hay algo más. Porque Cervantes nos va a dar la clave última para captar

la verdad total del epitafio. Para que nosotros los lectores, podamos conocer el hondo

sentido que el personaje ha llegado a tener para su autor. Y nos la da en lo que

también podría llamarse epitafio o, quizás mejor, "epitafio definitivo", que escribe

él mismo en la última línea de su obra, condensando todos los aspectos contrapuestos

que aparecen en el del bachiller Sansón Carrasco. Es el epitafio brevísimo para la

figura inmensa de su criatura, el epitafio para su tumba, que no es un hueco excavado

en la tierra o un mausoleo, sino el libro que narró su v i d a 2 0 , y que queda vibrando

para siempre en estas cuatro palabras: "mi verdadero Don Quijote".

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Quijano?". ACer, 20 (1982), 215-217. Sanz Cuadrado, María Antonia: "Doce opiniones sobre el Quijote". CL, 3 (1948), 294-295.

(Recoge la opinión de Galdós). Torres Antoñanzas, Fernando: Don Quijote y el absoluto. Algunos aspectos teológicos

en la obra de Cervantes. Salamanca: Publicaciones Universidad Pontificia, 1998. Unamuno, Miguel de: Vida de Don Quijote y Sancho. «Austrab>, 33. Madrid: Espasa-Calpe,

1971 (15 a edición). [Primera edición: Vida de Don Quijote y Sancho, según Miguel de Cervantes, explicada y comentada. Madrid: Femando Fe, 1905].

Varo, Carlos: Génesis y evolución del "Quijote". «Romanía». Madrid: Ediciones Alcalá,

1968.

NOTAS

1 Son juicios valorativos respectivamente de Unamuno (p. 227), Pérez Galdós (Sanz Cuadrado, p. 294-295)), Carlos Varo (p. 543-544); y juicios críticos de F. Rodríguez Marín (p. 266, n. 13), Michel Moner (p. 69), J. Ifíland (p. 563), Clemencín (p. 1925, n. 34). Igualmente en la Edición del Instituto Cervantes, dirigida por F. Rico, se indica que "la copla abruptamente rompe con la solemnidad de la serena muerte de don Quijote" (p. 1222, n. 45)

2 "Cervantes, (...), no acierta a desprenderse ya de la figura literaria que él mismo ha hecho desaparecer en su novela", es la conclusión a que llegan Alfied Rodríguez y Tomás Ruiz-Fábrega.

3 F. Domínguez Matito califica todo ello de antinomia, que aparece en este capítulo final, de varias formas y expresada por distintas voces.

4 Juan B. Avalle-Arce (p. 17-18). Carrasco pone la primera piedra en la edificación del mito quijotesco. Es innegable cierta envida respecto Don Quijote. Y su mente escolástica le lleva a desafiarle. Frente a esta visión existe otra (por ejemplo, la de Juan B. Climent, El Quijote ignorado, p. 55-65), que trata de defender y justificar toda la actuación del bachiller Carrasco.

5 O quizás habría que decir hasta más allá de su muerte, porque es la identidad del personaje que nos ha quedado para siempre.

6 Sin embargo, don Quijote, sí le hizo confesar al bachiller que más valía Dulcinea que Casildea de Vandalia. No hay duda que las palabras del vencido bachiller (que más vale el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso, que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, 11,14), son chabacanas y burlonas, e indirectamente suenan a desprecio del vencedor. Pero confrontadas con la negación de don Quijote a la confesión exigida por su vencedor (no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad, 11,64), sirven por contraste para realzar la hondura y la verdad de la vida interior del caballero.

7 Diccionario de Autoridades, "fuerte". 8 Diccionario de Autoridades, "valiente": fuerte y robusto en su línea; aplicado al sujeto

esforzado, animoso y de gran valor 9 Ver mi estudio sobre la "admiración" a propósito del pasaje del paje soldado (p. 98-104). 1 0 Más que la definición es la explicación que el autor le añade. Ver "espantajo". 1 1 Andrés Amorós, por ejemplo, afirma que la expresión "morir cuerdo y vivir loco" es

seria y muy bella, y que podría ser el título de una comedia. Por otro lado, hay que admitir que, como en todo lo de Cervantes, en esta afirmacifon hay un juego de significados. Al menos, es como un eco de lo que antes, al entrar en la aldea, se había dicho, "si vencido

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de brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo". Como dice E. Riley (en Don Quixote, p, 147), Don Quijote nunca se rinde a pesar de la melancolía y de que la desesperación no anda muy lejos...

1 2 En tomo a este punto ver: J.B. Avalle-Arce: "La locura de vivir", capítulo de su Don Quijote como forma de vida.

1 3 Como dice Jorge Albistur en su obra Leyendo el "Quijote": "Y sobre todo, hubo para él la piedad de que muriese cuerdo y renunciando a su ilusión. Con una ilusión se vive, sin duda, pero ella no sirve para morir" (p. 19).

1 4 Se recuerdan aquí el bello pensamiento de Jorge Manrique en sus famosas Coplas a la muerte de su padre: "e consiento en mi morir / con voluntad plazentera, / clara e pura, / que querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera, / es locura".

1 5 Guido Castillo: Notas sobre "Don Quijote", p. 62. 1 6 Ver el estudio de Adrienne Laskier Martin: "The Burlesque Sonnets in Don Quixote".

Igualmente, su comentario en la edición del Instituto Cervantes de Don Quijote, dirigida por Francisco Rico. Barcelona: Crítica, 1998 (Volumen complementario, p. 114-115).

1 7 Así, Andrés Amorós en el artículo citado. 1 8 Ver mi estudio sobre el madrigalete de Don Quijote (II, 68), y el análisis del sintagma

"temor y esperanza", varias veces repetido en la Segunda Parte. 1 9 Femando Torres Antoftanzas: Don Quijote y el absoluto, p. 388.

2 0 "La tumba de don Quijote es el libro", según Andrée Mansau: "Tombeau des chevaliers", p. 104-105.

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